De todos los colores
Capítulo 06. Noche sin luna


Tumbado boca arriba sobre el sofá-cama del granero, una mano bajo la cabeza, Jubal miraba a la oscuridad sin ni siquiera poder distinguir el entablado del techo, los ojos ciegos pero abiertos de par en par.

No podía dormir. El corazón le latía demasiado fuerte. Extendió la otra mano sobre el pecho, procurando calmarlo, pero parecía imposible. Todo su ser se sentía tirante como un arco tensado a tope, ansioso como la flecha que va a ser disparada. El problema era que no sabía contra qué. No, más bien, no sabía cómo acertar en el blanco. No tenía más remedio que admitir que el blanco era, indiscutiblemente, Isobel.

Se permitió solazarse en el recuerdo del timbre de su voz, del brillo que había visto en sus ojos mientras cantaban, de lo fundido que se había sentido con ella en aquel momento. Había sido tremendamente sobrecogedor. Y pensar en ello ahora le hacía de repente anhelar -necesitar- desesperadamente volver a sentirla igual de cerca. Y tan cerca como aquella mañana, cuando había caído accidentalmente sobre él. De esas maneras y de otras diferentes. De todas las posibles. Suspiró en silencio. Era inquietante.

Seguramente, solo era fruto de darle demasiadas vueltas a la cabeza.

Volvió a suspirar. No podía seguir allí tumbado. Se vistió con cuidado de no despertar a sus hijos, y salió afuera. Necesitaba tomar el aire.

·~·~·

No tenía ni idea de cuánto tiempo habría pasado, pero Isobel sabía que estaba harta de dar vueltas en la cama, incapaz de quedarse dormida. Aquella noche su cerebro se negaba a desconectarse. Y encima, no importaba en qué otro tema probara a pensar -el trabajo, su pasado, el libro que estaba leyendo, incluso las tareas domésticas- su mente seguía derivando hacia Jubal.

Un pensamiento soterrado volvía una y otra vez al cálido y estimulante contacto de su cuerpo en la despensa... Y no dejaba de preguntarse qué habría ocurrido si se hubiera dejado llevar. Pero era simplemente absurdo. Jubal acababa de salir de una relación. Dejándose llevar, Isobel solo se habría avergonzado a sí misma y lo habría incomodado a él.

Y luego seguía regresando a las sonrisas, las anécdotas, el buen humor que Jubal había demostrado durante todo el día; a la integridad y la dedicación con la que hacía su trabajo; al cariño que obviamente tenía por sus hijos. A la cautivadora intensidad de sus ojos avellana cuando habían cantado juntos.

Exasperada, Isobel se levantó. Sin cambiarse la vieja y cómoda camiseta de gatitos con la que se había acostado, se puso unos vaqueros y una sudadera abierta, y dejó la habitación donde Jess la había alojado. Moviéndose por la casa con cuidado de no hacer ruido, salió al porche.

·~·~·

Había luna nueva y la noche era muy oscura, pero también era fresca y fragante. Jubal decidió dar un paseo alrededor de la casa; comenzó a caminar, pausadamente. El aire nocturno despejó un poco su cabeza, y le proporcionó una agradable sensación de serenidad.

Y entonces sus ojos se toparon con la reconocible silueta de Isobel en el porche.

Hacía más de quince años que Isobel lo había dejado, pero en aquel momento habría pagado buen dinero por fumarse un cigarro. Estaba pensando que seguro le habría ayudado a calmar aquellos nervios que sentía, parecidos a cuando uno se pasa con el café, cuando vio a Jubal andando por el jardín. Su corazón se saltó un latido.

Los dos se vieron a la vez, como si hubieran sentido la presencia del otro, así que ninguno pudo fingir que no se había dado cuenta. Al cruzarse sus miradas, Isobel sonrió inconscientemente, y los pies de Jubal lo llevaron al porche, junto a ella, sin ni siquiera llegar a pensarlo.

Él hizo un gesto divertido hacia los gatitos de la camiseta de Isobel, complacido de tener la oportunidad de ver aquella versión más doméstica -más cercana- de ella. Isobel se encogió de hombros y volvió a sonreír.

—¿No puedes dormir? —preguntó Jubal con un hilo de voz.

Lo dijo tan bajito que Isobel no pudo oírlo; le hizo un leve gesto de incomprensión.

Él dio un paso hacia ella y se inclinó.

—Que si no puedes dormir —susurró Jubal y su aliento le rozó gentilmente en la oreja. Isobel no pudo reprimir un estremecimiento— ¿Por qué? —añadió él, porque la respuesta a la otra pregunta era obvia, antes de retirarse para volver a mirarla.

Con una expresión que le quitaba importancia, Isobel eludió la pregunta; logrando por poco huir de su proximidad, se sentó en el banco que había en el porche. Jubal dudó un momento, pero se sentó junto a ella estirando sus largas piernas delante de él, y cruzándolas por los tobillos.

Juntos contemplaron el oscurísimo cielo. Sin luces artificiales que las desafiasen, las estrellas destelleaban como agudas agujas. Sin el ruido de fondo del tráfico, sin el zumbido omnipresente del alumbrado eléctrico, al absoluto silencio solo lo acompañaba el suave y musical canto de los grillos desde la arboleda.

—Qué paz... —comentó Isobel con una voz queda que hizo cosas raras dentro de Jubal.

Se tuvo que obligar a no mirarla.

—Sí. —Carraspeó silenciosamente—. Qué diferencia con la ciudad... No me entiendas mal; adoro Nueva York, pero a veces me hace olvidar que existen lugares como éste —habló también él en voz baja. Tomando aire despacio, Jubal respiró profundamente—. El aire es tan puro aquí que parece que mis pulmones no pueden con él.

Isobel sonrió; inhaló y exhaló lentamente como sugestionada.

—Es un sitio precioso...

—¿Es la primera vez que vienes?

—No, Jess me ha invitado otras veces, antes de la pandemia. Pero hacía mucho que no salía al campo. Lo echaba de menos. Hace tiempo, solía hacer mucho senderismo.

—Ah, ¿sí? —dijo Jubal, algo sorprendido.

El aspecto que Isobel siempre llevaba cuando iba a trabajar, le había hecho pensar que era una urbanita estricta. Ella asintió ante sus cejas levantadas.

—¿Y por qué ya no? —inquirió él, curioso.

La expresión de Isobel se volvió un poco triste.

—Dejé... de tener con quien... —Suspiró, deshaciéndose de su melancolía. Jubal quiso ndagar más, pero ella cambió de tema antes de que pudiera hacerlo—. Por aquí hay varias rutas muy bonitas. Podríamos hacer una mañana con los chicos.

El entusiasmo que sintió Jubal ante la idea fue inesperadamente intenso, encantado con la perspectiva de hacer algo nuevo con ella fuera de la oficina, de que Isobel quisiera compartir algo que le gustaba con ellos. Con él. Tuvo que rebajarlo un par de puntos para poder responder.

—Eso estaría genial —aceptó con una amplia sonrisa.

No hubo nada que Isobel pudiera hacer para no sentirse tremendamente complacida por su respuesta. Pasaron un rato mirando las estrellas, haciendo planes y hablando de la ruta. Isobel propuso una ascensión no muy fuerte hasta una cascada y unas pozas de montaña.

—Hoy lo he pasado muy bien... ¿sabes? —dijo todavía en susurros—. Abi y Ty son estupendos.

—Bueno, has visto su mejor cara —contestó Jubal igual de bajito—. No es lo mismo cuando se hacen los remolones para hacer los deberes o para recoger sus cosas. —Hizo una pausa reflexiva—. Pero son estupendos, sí —Su expresión se volvió introspectiva y su mirada se llenó de cariño por sus hijos.

El corazón de Isobel se precipitó hacia él. Había perdido la cuenta de las veces que había sentido hoy aquella... gravitación. Volvió a recordarse que se trataba de Jubal, que trabajaban juntos codo con codo, y que él acababa de dejarlo con otra mujer.

Jubal la miró furtivamente de reojo.

—Tú también lo eres —se atrevió a decir, sin saber muy bien cómo; tal vez porque las palabras acudieron a su boca sin que pudiera controlarlas.

Con el pulso acelerado, Isobel intentó alarmada volver a extinguir lo que había prendido dentro de ella, sin admitir que estaba ahí. Pero era una tarea imposible, como las del cuento ruso: "Ni a pie ni a caballo. Ni vestida ni desnuda..."

—Me alegra verte mejor de ánimo —buscó distraerse y cambiar de tema.

Y saltó de la sartén para caer al fuego. Jubal bajó la cabeza con algo de vergüenza.

—He estado muy huraño últimamente, ¿no? —dijo él, sombrío.

Cada vez que se acordaba de Rina, el despecho y el menosprecio lo seguían cogiendo desprevenido para asestarle un duro golpe, del que siempre le costaba recuperarse.

—Es perfectamente comprensible —se apresuró a tranquilizarlo Isobel, percibiendo afligida su desazón—. Lamento mucho lo ocurrido, por cierto —aprovechó de pronto.

No había tenido ocasión de decírselo hasta ahora. En realidad, él nunca le había dado la oportunidad, y lo cierto era que a Isobel le había dolido aquella falta de confianza.

Jubal volvió el rostro hacia ella, la cabeza inclinada a un lado con algo de ironía.

—Vamos, Isobel. Todo el mundo sabe que Rina y tú no- —se reprimió de decir "no os soportáis"— no os lleváis bien. No creo que lamentes que se vaya.

Y ahí estaba la razón por la que Jubal había guardado las distancias, por supuesto. Isobel tomó la decisión de aclarar aquella cuestión, ahora, en ese mismo momento. Girándose también, lo miró a los ojos.

—Eso es cierto —declaró honestamente—. Pero no disfruto con tu sufrimiento tampoco —le aseguró con determinación—. Más bien, todo lo contrario —se le escapó, y según lo dijo se arrepintió de haberlo hecho.

El aire quedó apresado en la garganta de Jubal, súbitamente intrigado. Una vez más.

El repentino brillo de interés en los ojos de él avivó gravemente las llamas que Isobel quería ignorar... y prácticamente la hizo entrar en pánico. Se puso en pie mordiéndose los labios, mientras Jubal la seguía desconcertado con la mirada.

—Bueno, me vuelvo a acostar —declaró ella, fingiendo un bostezo.

Aguijoneado por una intuición, Jubal se levantó; con suavidad, se interpuso a medias en el camino de Isobel hacia la puerta.

—Antes no contestaste a mi pregunta... —dijo tentativamente, aproximándose un poco más—. ¿Por qué no podías dormir?

Aunque podría haberlo esquivado, ella se detuvo, y se debatió por encontrar una respuesta que darle. Seguía sin querer reconocer que el motivo por el que no podía dormir era él, pero Isobel difícilmente iba a dar con otra razón, porque no la había. Alzó la mirada para descubrir que Jubal estaba más cerca de lo que era capaz de manejar. Pero no encontró tampoco las fuerzas para retroceder.

Jubal había intentado retirarse después de hablarle, pero se estaba ahogando en los ojos de Isobel, imposiblemente negros y hermosos en aquella casi ausencia de luz. Isobel era su jefa inmediata, no podía dejarse arrastrar... Pero no parecía que tuviera elección. El anhelo que lo había invadido antes lo empujaba inconscientemente a seguir acercándose. Se inclinó de nuevo sobre el oído de Isobel.

Ella pudo oler su aroma personal, solo ligeramente perfumado y definitivamente masculino, provocando que una cálida ola la barriera de arriba a abajo.

—¿Una pesadilla? —insistió Jubal ante su silencio.

—Algo parecido —musitó Isobel.

Una absurda ensoñación, más bien, que la atormentaba. Pero su cuerpo no parecía pensar lo mismo. La sola idea la agitaba, la encendía por dentro, haciéndola temblar.

—¿Quieres contármelo? —ofreció en un susurro él, solícito.

Sin aliento, Isobel negó con la cabeza. Esta vez, después de hablar, Jubal casi no se había apartado. Su rostro -su boca- estaba tan cerca que ella podría...

Sin saber siquiera que lo estaba haciendo, Jubal posó su mano en la cintura de Isobel. Fue como si aquel levísimo contacto completara alguna clase de circuito. Ella alzó la cara. Él buscó sus labios. Nadie podría haber determinado cuál de los dos había finalizado el movimiento. Sencillamente en un instante no se estaban besando y al siguiente...

El sonido de una puerta al cerrarse, aunque fue muy leve, los separó con un sobresalto.

Todavía con la brevísima pero imborrable sensación de los labios de Isobel contra los suyos, Jubal miró a su alrededor. No tardó en descubrir a Tali, que había salido de la casa por la entrada lateral y se dirigía al granero, donde Tyler la esperaba en la puerta. Juntos, echaron a andar relajadamente hacia el bosque, sin percatarse de que eran observados. Ella llevaba en la mano una linterna. Sacudiendo contrariado la cabeza, sin lograr atreverse a mirar antes a Isobel, Jubal salió del porche, apresurándose tras ellos, para alcanzarlos antes de que entraran en la espesura.

Con el corazón latiéndole desenfrenado en el pecho, una parte de Isobel se preguntaba si realmente había llegado a pasar lo que creía que había pasado; mientras otra, sabía que jamás podría olvidar aquel segundo de embriagador contacto que habían compartido. Jubal se alejaba para lidiar con los chicos. Isobel dudó, pero al final cedió al impulso de ir con él.

Percibir que ella lo había seguido, proporcionó a Jubal un gran alivio, y le ayudó a controlar sus desordenadas pulsaciones.

—Ey —les llamó la atención con un susurro mientras seguía acercándose a ellos. Los dos chavales volvieron la cabeza dando un respingo—. ¿Dónde vais? —su tono más extrañado que recriminador.

Tyler hizo una mueca. Tali solo puso cara de ciervo pillado ante los faros. Jubal llegó junto a ellos.

—Tali va a enseñarme las salamandras y tritones que hay en un arroyo que hay aquí cerca —dijo Ty llanamente.

La expresión de Jubal fue absolutamente suspicaz.

—¿Ahora lo llaman así? —preguntó sarcástico.

Un paso por detrás de Jubal, Isobel apenas pudo reprimir una sonrisa.

—¿Qué? —dijo Tyler, sin comprender.

—¿Tenéis que escabulliros en medio de la noche para ir a verlos? —inquirió Jubal, claramente molesto, pero sin levantar la voz.

—Solo salen por la noche —murmuró Tali.

Jubal los miró ceñudo a los dos.

—No podéis salir por la noche solos. Y sin avisar a nadie. ¿Y si os pasa algo?

—Llevamos móvil —replicó automáticamente Ty, como si fuera una obviedad.

Para aquellos chavales de la generación T, el móvil era como una extensión de su cuerpo.

—Sí, por supuesto —dijo Jubal exasperado—. ¿Y cuántas veces hemos hablado de que el móvil no es infalible? Pero eso da igual Tyler. ¿De verdad no te das cuenta de lo desconsiderado que es esto? —preguntó, aún en voz baja pero enfadado—. Imagínate que descubro en mitad de la noche que has desaparecido. ¿Cómo piensas que me iba a sentir? —no pudo evitar sonar muy decepcionado.

—Íbamos a volver mucho antes de que os levantarais... —intentó explicar Tali.

—No —admitió Tyler, arrepentido—. Tienes razón, Papá. Lo siento.

Tali pareció frustrada, pero Jubal pensó que no podía estarlo ni una décima parte de lo que lo estaba él. Los miró alternativamente.

—Ty, ven un momento —indicó, y se lo llevó unos metros más allá.

Tali e Isobel se miraron sin saber muy bien qué hacer.

·~·~·

—Sé que te he decepcionado, Papá. Lo siento —abordó Ty con valentía.

Para frenar la riña que se le había agolpado en la garganta, Jubal tuvo que suspirar pesadamente.

—Está bien... —respondió con voz grave—. ¿Pero ver tritones era lo único que ibais a hacer?

—Sí, Papá. Ése era el plan, te lo juro —aseguró, su mirada totalmente honesta y sincera.

Jubal exhaló y se pasó la mano por la cara.

—Te creo. —Miró a los ojos a su hijo—. Y ahora quiero que seas sincero contigo mismo. ¿De verdad crees que ver tritones era lo único que iba a pasar? —Dejó que la pregunta calara un momento y añadió—: Los dos juntando las cabezas, por la noche, solos...

Ty parpadeó. A pesar de la falta de luz, Jubal vio que su hijo enrojecía.

—Hemos dicho que no estaría bien hacer avances este fin de semana... —añadió Jubal. Tyler agachó la cabeza y hundió los hombros—. OK. Mira, te voy a dar un consejo que yo aprendí por las malas —lo miró fijamente—: si no quieres caer en la tentación —hizo una pausa para mayor énfasis—, no te pongas a ti mismo en la situación en la que podrías caer —concluyó.

De pronto, no pudo evitar sentirse un poco hipócrita, después de lo que acababa de pasar con Isobel. ¿Había ido en contra de su propio consejo? ¿Debería, simplemente, haber evitado exponerse a esa situación? Apartó aquello de su mente; no podía pensar en eso ahora mismo.

Mientras, Tyler frunció el ceño y, un momento después, sus ojos se abrieron en un gesto de comprensión. Haciendo una mueca de arrepentimiento, Jubal movió la cabeza como diciendo: "efectivamente". Le alivió que su hijo hubiese entendido que se refería a su propia infidelidad sin haber tenido que decirlo explícitamente. La expresión de Ty se volvió pensativa. Asintió.

—Sí, Papá.

Jubal le palmeó el hombro.

—Está bien. Ten más cuidado la próxima vez.

Los dos regresaron hacia Tali e Isobel.

—Pero de verdad quería compartir eso con Tali... —se quejó Tyler.

·~·~·

—Así que... ¿ibais a buscar salamandras y tritones? —preguntó Isobel con aire casual a Tali mientras esperaban a que Jubal y Tyler terminaran de hablar entre ellos.

—Sip —contestó Tali al tiempo que se ruborizaba de manera evidente.

Val-le... Isobel contuvo una risa, sospechando de las ulteriores intenciones de la chica. Procuró sonsacarle algo más, pero no logró más que monosílabos.

Finalmente, Ty y Jubal se acercaron de nuevo a ellas.

—¿Por qué no vamos los cuatro? —les propuso Tali antes de que Jubal pudiera decir nada—. Así podemos seguir haciendo el plan. Por favor, tío Jubal. Porfavorporfavorporfavoooor —y puso su mejor mirada de cachorrito.

Jubal sonrió a Tali con una ternura que conmovió a Isobel, pero luego negó con la cabeza.

—No puedo dejar a Abi durmiendo sola en el granero. Y tu padre no sabe nada... ¿Por qué no hacemos plan de ir mañana por la noche?

Tali hizo un puchero un poco infantil, pero no discutió más.

—Me dijiste que conoces las constelaciones —intervino entonces Tyler—. En la ciudad no se ven las estrellas. ¿Nos las podrías enseñar? Me encantaría saber reconocerlas...

Y miró a su padre, como buscando silenciosamente su apoyo. Tali sonreía de nuevo ilusionada. Jubal intercambió con Isobel una mirada indecisa. Ella quería, y al mismo tiempo no quería, quedarse a solas con él. Tal vez a Jubal le pasaba lo mismo. En cualquier caso, él se decidió por acceder.

Tali localizó en el porche las jarapas que habían usado aquella tarde. Las extendieron en el centro del prado tras la casa, y se tumbaron a ver las estrellas. El cielo era un rico tapiz de terciopelo negro, bordado de pedrería. Tali señalaba y les iba explicando cada forma, cada constelación. A su lado, Tyler le hacía preguntas y parecía tomarse muy en serio memorizar lo que ella le decía.

Junto a Tyler, Jubal escuchaba solo a medias, hiperconsciente de la presencia de Isobel tan cerca, y tan lejos, al otro lado de los dos chicos. Por una parte, se moría por tener la oportunidad de repetir lo que había ocurrido antes entre ellos, de prolongarlo. Por otra, no tenía ni idea de las implicaciones. Se temía que hubiera sido alguna clase de incidente aislado, un accidente. O peor aún, un gesto exclusivamente suyo y no bienvenido. Aunque... los labios de Jubal podían recordar claramente que los de Isobel, suaves y deliciosos, habían respondido ansiosos a su contacto. De hecho, iban a recordarlo muy a menudo durante bastante tiempo. Y siempre prendería una abrasadora llama en su interior.

Tumbada al lado de Tali, Isobel trataba de convencerse a sí misma de que debería hacer como si no hubiera pasado nada. Las alternativas, intentó analizar fríamente, pasaban por un montón de incertidumbres con las que era mejor no tener que lidiar. Sí, ésa era la mejor opción. Hacer como si la proximidad de Jubal no la hubiera electrificado por dentro, como si sus labios no la hubieran dejado irresistiblemente sedienta, como si en realidad no anhelara intensamente volver a hacerlo... Maldita sea. Era la mejor opción, pero no tenía ni la menor idea de cómo demonios iba a conseguirlo.

Tras un largo rato, Jubal reprimió un bostezo y se percató de que Tyler y Tali llevaban ya un tiempo bostezando a menudo, que sus voces se habían vuelto somnolientas.

—Creo que deberíamos dejarlo por hoy, chicos. Vamos a dormir.

Todos estuvieron de acuerdo. Jubal y Ty, acompañaron a Tali e Isobel hasta la casa. Al despedirse, Tyler le agradeció a Tali haberle enseñado las constelaciones. Ella le dirigió una sonrisa tímida y Jubal supo que a su hijo se le debían haber convertido las rodillas en gelatina, porque era lo que le habría pasado a él si Isobel le hubiera sonreído así.

Pero no era el caso; la expresión de Isobel era amable, pero absolutamente controlada, como solía serlo en el trabajo. La incertidumbre medró dentro de Jubal, y fue dolorosamente consciente de que, tal vez, solo estaba proyectando injustificadas aspiraciones sobre ella. En cualquier caso, con Tyler y Tali presentes, no era el momento de abordar la cuestión. Se dieron las buenas noches, y ellas dos entraron en la casa.

Justo antes de desaparecer por la puerta, sin embargo, Isobel lo miró brevísimamente por encima del hombro, quizás porque pensaba que él ya no estaría mirando, de un modo que, a pesar de sus dudas, dejó a Jubal con la sensación de que podría echar a volar.

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