De todos los colores
Capítulo 7. Cielo brillante


El resto de la noche Jubal durmió maravillosamente y, al levantarse, se encontraba de un humor estupendo, mejor que el que había tenido en mucho tiempo. Ty y Tali seguían dormidos, así que, tras darse una ducha rápida, se dirigió a la casa solo.

Encontró a Sarah y Jess besándose en la cocina. Nada demasiado escandaloso, pero no quiso interrupir. Esperó un poco fuera, viendo pasar las nubes lentamente por el celeste pálido del cielo temprano. Cuando volvió a asomarse, Sarah lo vio y ella y Jess se separaron. Jubal entró, dándoles los buenos días, haciendo como si no hubiera visto nada.

—Buenos días —respondió Jess, mientras Sarah se recomponía, quizás un poco avergonzada. Él sin embargo parecía más bien ufano—. ¿Has descansado?

Jubal les contó lo ocurrido anoche con Tali y Ty. Por su expresión, Jubal vio que a Jess no le gustó nada eso de los dos chavales escapándose solos en medio de la noche, pero también pareció muy aliviado y agradecido de que Jubal hubiese controlado la situación.

—O sea que Isobel y tú estabais charlando en el porche cuando visteis salir a Tali —dijo Jess, intrigado. Jubal había tenido que mencionarlo, aunque se había callado lo, para él, más importante. Tenía la confianza con Jess como para hablarlo, pero no con Sarah. Sin contar con que Isobel podría bajar en cualquier momento...

—Sí, así es —dijo Jubal, apañándoselas para no sonreir.

Jess esbozó una sonrisa propia algo socarrona.

Intentando cambiar de tema, Jubal les comentó el plan de la excursión y a los dos les pareció muy buena idea.

Aunque Jess se puso a preparar el desayuno, Jubal vio que lo observaba detenidamente; estaba claro que no iba a dejarlo estar. Su amigo era uno de los mejores perfiladores del gremio, así que se resignó a la vivisección.

—Pareces... —Jess evaluó a Jubal— contento —concluyó—. ¿Tiene algo que ver con Isobel?

Demonios, qué bueno es, pensó Jubal. O quizás es que era más evidente de lo que creía. No pudo evitar que se le escapara la sonrisa esta vez. Pero no contestó. Jess le lanzó una mirada inquisitiva, exigiendo una respuesta. Sarah parecía francamente divertida.

Como invocada, Isobel entró en la cocina, salvándolo sin saberlo. Jubal se reprimió de soltar un suspiro.

·~·~·

Isobel no había dormido muy bien, su subconsciente acosándola con combinaciones inquietantes pero difusas de lo ocurrido en la despensa y la noche anterior. Sin embargo, se había levantado con toda la intención, de hacer aquello a un lado y de disfrutar al máximo del día. La ducha que se dio la ayudó mucho a reorientar su ánimo.

—Buenos días —dijeron Sarah y Jess, prácticamente a la vez, al verla entrar.

—Buenos días —contestó Isobel, alegre—. ¿Puedo ayudar?

—Hola —saludó Jubal con una media sonrisa desarmante—. Preciosa.

El corazón de Isobel dio un traspiés.

—¿Perdón? —fue todo lo que se le ocurrió, desconcertada.

—Tu camiseta —Jubal señaló a la prenda que ella llevaba con un leve ademán—. Me encanta.

La camiseta de Isobel mostraba un estampado de un amanecer imitando una acuarela de vivos colores. El alivio y la decepción simultáneos que sintió la desconcertaron aún mas. Pero a una parte de su mente no se le pasó por alto que Jubal no había mirado la camiseta en realidad. Logró mantener el control y no ruborizarse como si tuviera trece años. Levantó las cejas con un gesto desenvuelto.

—Gracias.

Entre los cuatro empezaron a preparar todo para desayunar. Sarah y Jess se pusieron a hacer tortitas, huevos revueltos y bacon; Isobel y Jubal se encargaron de poner la mesa.

Cuando ella abrió el armarito donde estaba la vajilla, notó que Jubal topaba el hombro levemente con el suyo. Isobel se apartó un poco, pensando que intentaba alcanzar algo también, pero él volvió a darle con el hombro, mientras la miraba, los ojos risueños, y le impedía coger los platos. Reprimiendo una sonrisa, Isobel contrarrestó empujando con su propio hombro, y sacó los platos. Los colocó sobre la mesa de la cocina. Jubal no le quitaba ojo, con una expresión traviesa.

Cuando Isobel fue a por vasos, Jubal hizo un movimiento veloz, se le adelantó y le quitó el que ella iba a coger justo antes de que Isobel lo tocara. Intentó coger otro, pero él se lo quitó también.

Isobel lo acribilló con una indignada pero divertida mirada. Se lanzó a coger el tercero. Jubal metió un vaso dentro del otro con rapidez para tener una mano libre y volver arrebatarle lo que ella intentaba alcanzar. Pero esta vez no llegó a tiempo. Isobel sacó dos vasos y los puso sobre la mesa. Jubal hizo lo propio con los que él tenía, observando fijamente cuál sería el próximo movimiento de Isobel.

Y de pronto se convirtió en un juego. Isobel intentaba llegar al resto de vasos, a los cubiertos, las servilletas, los cereales. Jubal la seguía por toda la cocina, intentando interceptarla y anticiparse. A veces lo conseguía, a veces no. Y entretanto, se hicieron reír mutuamente.

Jess y Sarah intercambiaban miradas significativas.

Al intentar coger el sirope de arce, Isobel le clavó los dedos a Jubal en el costado para apartarlo. Él se encogió bruscamente con un gesto característico.

—¿Tienes cosquillas? —preguntó ella, encantada, aunque ya sabía la respuesta.

—No —negó él lo innegable—. ¿Qué te hace pensar eso?

Los ojos de Isobel relampaguearon y se acercó a Jubal agitando amenazante los dedos. Él retrocedió levantando las manos defensivamente, pero su sonrisa dijo: "ven a por mí".

Fue casi irresistible, y fue lo que hizo a Isobel, de golpe y porrazo, percatarse de que llevaba un buen rato tonteando con él. Fue como fallar un escalón al bajar. Esta vez no llegó a tiempo de impedir que las mejillas le ardieran. Tragó saliva.

—Está bien. Por hoy te dejaré ir —dijo fingiendo displicencia para disimular—. Pero no olvides que tengo esa información —advirtió.

Aún sonriente él le echó una larga mirada.

—Sí, señora —contestó finalmente Jubal con una cadencia y un acariciante tono de su grave voz que casi la derritió.

Isobel dudaba que pudiera volver a escuchar de él esas mismas palabras y que le resultara indiferente. Una vocecilla dentro de ella apuntó que en el pasado a menudo tampoco lo había sido. En cualquier caso, tuvo claro que a partir de ahora iba a hacer su trabajo mucho más difícil.

Giró sobre sus talones, y se encontró que Jess y Sarah los observaban divertidos mientras preparaban el desayuno.

En ese momento entraron Ty y Abi, proporcionando una conveniente y bienvenida distracción.

·~·~·

—Jubal —lo llamó Jess—. Encárgate de esto, por favor —dijo refiriéndose al bacon, que se estaba haciendo en una sartén—. Voy a buscar a Tali.

—Claro —aceptó Jubal la espumadera.

Los hombros tensos y el ceño ligeramente fruncido de Jess le dijeron a Jubal que no solo tenía intención de despertar a su hija, y que probablemente se disponía a tener una charla con ella sobre lo de anoche.

Abi estaba rezongando porque no la habían despertado para ver constelaciones con ellos anoche. Ty puso los ojos en blanco, pero Jubal le explicó pacientemente a su hija que habría sido desconsiderado sacarla de la cama en mitad de la noche.

—Aparte de imposible —le dijo a Sarah e Isobel por lo bajo, haciéndolas sonreír—. Esto ya casi está- ¡AU! —exclamó Jubal de pronto y retiró bruscamente la mano del mango de la sartén.

—¿¡Qué pasa!? —se sobresaltó Isobel.

—¡Hijo de la gran- ! —Jubal cerró la boca a tiempo de no decir la palabrota

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —acudió Isobel junto a él de inmediato.

—¡Papá! —lo llamó Abi, asustada.

Una mueca de dolor retorció el rostro de Jubal unos segundos.

—Me ha saltado la grasa —dijo con dientes apretados luchando por recobrarse y sacudiendo la mano.

Isobel intentaba sujetársela para ver qué se había hecho.

—Que alguien quite la sartén del fuego, por favor —pidió Jubal.

Sarah se ocupó de apagar la llama.

Jubal esquivó a Isobel y se lanzó al fregadero, la cara desencajada y los ojos enrojecidos. Abrió el grifo para meter la mano bajo el chorro. Isobel le tiró del brazo justo a tiempo de evitarlo.

—Nonononó.

—¡Ey! —protestó él.

—Eso puede hacerte más mal que bien, créeme —advirtió con ojos alarmados.

Con un movimiento fluido, Isobel cogió una ensaladera que había en el escurreplatos y la puso bajo el grifo para llenarla. Se acercó la mano de Jubal y la examinó un par de segundos. Los demás también se juntaron a su alrededor. Pero Isobel ya estaba metiéndola con cuidado en el agua fría. Jubal dejó escapar un gruñido de alivio, aunque el dolor seguía siendo muy fuerte.

—Mejor así —asintió Isobel—. La fuerza del chorro puede hacerte más daño—explicó, cerrando el grifo y sacando la ensaladera del fregadero—. Ven. —Lo cogió suavemente del codo y lo movió junto con el cacharro hasta la mesa de la cocina— Siéntate —indicó solícita.

Todavía con una mueca de en la cara, Jubal obedeció. Angustiada por su dolor, Isobel le frotó levemente la espalda en un gesto de consuelo no exento de afecto que definitivamente lo distrajo y le hizo soltar un suspiro tembloroso.

—Déjala en el agua fría al menos cinco minutos —le pidió Isobel sin llegar a notar la agitación que su contacto había provocado en Jubal—. ¿Tienes gasas y gel de aloe vera? —le preguntó a Sarah.

—Iré a ver —contestó ella y se fue buscar lo que Isobel le había pedido.

—¿Estás bien, Papá? —preguntó Ty, inquieto.

Abi parecía asustada.

—No os preocupéis. Estoy bien—respondió Jubal intentando tranquilizarlos, pero de algún modo su voz enronquecida obtuvo el efecto contrario, sobre todo en Abi.

Perceptiva, Isobel se esforzó en mostrar entereza y le pasó el brazo a la niña por los hombros.

—No es grave. Curaremos a tu padre enseguida, ya verás —le dijo con una sonrisa tranquilizadora, y Abi pareció calmarse bastante.

Jubal las estaba mirando sencillamente complacido, cuando captó en los ojos de Isobel al mirar a Abi un velo de ¿melancolía? ¿Tristeza?

Antes de que pudiera interpretarlo, Sarah regresó, con un botiquín y un bote de aloe. Isobel le dio las gracias y procedió a lavarse minuciosamente las manos. Luego se sentó junto a Jubal, y volvió a examinarle la mano. Tenía la quemadura en el dorso cerca de los nudillos del índice y el pulgar, una mancha alargada y amorfa de un par de pulgadas y media en su parte más ancha.

—Es grande y de segundo grado pero no veo ampollas —dijo Isobel, aliviada; la enorme inquietud que había sentido por él por fin algo más bajo control.

Cuando pasaron los cinco minutos, Isobel le secó la mano, le desinfectó la quemadura y le aplicó el gel de aloe, todo ello con extrema delicadeza. Jubal estudió la profunda concentración en sus rasgos mientras ella lo curaba. Dolía como el demonio, pero lo cierto fue que disfrutó de cómo Isobel lo atendía con aquel sumo cuidado que, de algún modo, era medida de su aprecio. Sin haberse recuperado de la caricia de antes, Jubal sintió que no podía controlar la intensidad de lo que le desbordaba el pecho en ese momento. Lo arrolló de tal manera que dejó de luchar contra ello... y se dejó arrastrar.

Notándolo muy silencioso, Isobel alzó los ojos para comprobar si Jubal estaba bien; la ternura que halló en su rostro la atrapó, dejándola sin respiración.

—Vaya, ¿qué te ha pasado, Jubal?

La llegada de Jess y Tali, hizo a Jubal girar la cabeza para contestar y el momento se perdió.

—Me ha saltado la grasa del bacon —explicó Jubal a Jess con resignación.

Mientras le ponía una gasa y se la sujetaba con un trozo de venda, Isobel se quedó dudando todavía con el pulso acelerado de si se habría imaginado lo que acababa de ocurrir hacía un momento.

A Jubal le pareció que tanto Tali como Jess parecían disgustados, y temió que la conversación con su hija no había ido demasiado bien. Jess era un buen padre, pero alguna vez Jubal lo había visto pasar de permisivo a rígido demasiado bruscamente. Eso podía ser algo desconcertante para una niña y decididamente contraproducente con una adolescente. Tali tenía una expresión obstinada, como si pensara que se había cometido una injusticia con ella.

A pesar del accidente y de aquel principio de mal humor, los ánimos mejoraron rápidamente al sentarse a la mesa y empezar a hablar del plan para esa mañana.

·~·~·

Subiendo el suavemente empinado y tortuoso sendero entre abedules negros, los siete se deleitaron con el magnífico día. El sol en el despejado, brillante cielo veraniego picaba, pero los árboles proporcionaban la sombra justa para estar a gusto.

El canto de los pájaros y las chicharras amenizaban el esfuerzo; saltamontes, mariposas y pequeños lagartos los acompañaron a lo largo del camino, para deleite de los tres chavales, que a menudo se paraban a observarlos con detenimiento. Los abuelos de Tali le habían enseñado los nombres de todos ellos y ella los iba anunciando cuando los reconocía.

Al salir a un fragante pequeño prado cubierto de flores, una llamativa mariposa rallada pasó ante los ojos de Isobel. Era muy grande, de cinco pulgadas de envergadura. Ella alargó la mano señalándola con admiración.

—¡Mirad!

—Una mariposa tigre —dijo Tali entusiasmada.

La mariposa aleteó alrededor de Isobel y, sin previo aviso, se posó en su extendido dedo índice.

—Oh-

Isobel se quedó muy quieta.

—¿Veis las manchas azules en la parte inferior de las alas? —explicó Tali—. Significa que es una hembra.

Los puntos eran tan brillantes como el cielo, en fuerte contraste con el ribete negro y el cálido amarillo del resto de su dibujo. La mariposa permaneció en el dedo de Isobel, moviendo lentamente las alas, mientras ella la admiraba sobrecogida. A su vez, Jubal contempló sin aliento la hermosura de su sorpresa y su maravilla. Era fascinante ver a aquella mujer, que habitualmente sólo mostraba su lado más sensato y decidido, conmoverse así con algo tan bello y delicado. Jubal se regocijó una vez más de tener la posibilidad de seguir explorando a esta ignota Isobel. Se imaginó llevando en la cabeza un salacot y adentrándose en la espesura en busca de algún nuevo misterio.

Cuando la mariposa levantó el vuelo, Jess le dio discretamente con el codo a Jubal, quien salió de su estupor con una sonrisa agradecida y algo azarada, para evidente diversión de Jess.

Ajena a todo aquello, Isobel siguió con la mirada a la mariposa, que se alejaba.

—Uauh... —suspiró Isobel—. Eso ha sido muy mágico, ¿verdad?

—Ya lo creo —murmuró Jubal.

·~·~·

Al sol le quedaba poco para estar en lo más alto cuando llegaron a las pozas a las que llevaba el sendero. Sus aguas eran tan cristalinas, que las rocas del fondo podían verse con todo detalle.

Acalorados por el último tramo sin sombra de la caminata, Abi, Ty y Tali se prepararon entusiasmados para darse un baño. Ahora se alegraban de haberse traído el bañador puesto bajo la ropa.

Mientras los chavales se metían en el agua entre gritos alborozados y exclamaciones de "¡Qué fría!", los cuatro adultos se sentaron en una amplia roca plana en la orilla. Sarah entre las piernas de Jess, recostada relajadamente sobre su pecho; él apoyó la espalda contra otra roca y la rodeó con los brazos.

Isobel se descalzó y metió los pies en el agua. A su izquierda, Jubal se arremangó con una sonrisa los bajos de los pantalones y la imitó. Los cuatro observaron a Abi luchar contra la sensación de frío para lograr entrar en el agua.

—¿Qué pasa? ¿No te atreves? —la picó Jubal en su orgullo.

Ty y Tali ya jugaban y chapoteaban en la poza. Con un ceño de determinación, Abi se subió a una piedra cercana y se tiró al agua con un gran salpicón. No era de las que se rendían con facilidad.

Su expresión y su intrepidez de nuevo trajeron recuerdos a la mente de Isobel; le hizo falta el habitual esfuerzo consciente para trascender el pesar que acarreaban.

Con un suspiro que le devolvió su equilibrio, Isobel apoyó las manos detrás con los brazos estirados, y cerró los ojos solazándose en la luz del sol en su cara, el frescor del agua en sus pies.

Al intentar Jubal hacer lo mismo, su mano topó sin querer con la de Isobel. Estuvo a punto de retirarla inmediatamente pero, de pronto, se detuvo; decidió arriesgarse a descubrir a ver qué podría pasar.

Isobel no apartó la suya.

Controlando su ansiedad y teniendo cuidado de no mirarla, Jubal se atrevió a pasar los nudillos por el dorso de la mano de ella, con el más leve de los roces.

E Isobel tampoco se movió.

La ausencia de rechazo dio lugar a un impulso bastante osado que Jubal no combatió. Volvió despacio la mano y le acarició muy delicadamente los dedos con las yemas de los suyos, temiendo a cada segundo haberse pasado de la raya.

Al principio, Isobel se había quedado paralizada ante aquellos contactos que tal vez fueran fortuitos. Pero ahora que ya eran obviamente deliberados, sus pulsaciones se redoblaron y un cosquilleo la recorrió de arriba a abajo. No pudo evitarlo. Sus dedos se alzaron suavemente hacia los de él como las hojas de una planta que buscan la luz del sol.

Jubal no fue capaz de controlar su euforia cuando los dedos de Isobel empezaron a entrelazarse de manera holgada, vacilante pero inconfundible con los suyos. El corazón le cantó dentro del pecho y sintió zumbar todo su cuerpo como si sólo tuviera catorce años.

Ninguno de los dos se atrevió a mirarse pero, y aprovechando la circunstancia de que nadie los estaba viendo, prolongaron durante un rato aquellas sutiles caricias, provocándose el uno al otro por dentro una embriagadora trepidación.

Con el agua por medio muslo, Abi tiritaba violentamente. Suspirando, Jubal dejó muy a su pesar lo que estaba haciendo y llamó a su hija. Ante la ausencia de su contacto, Isobel casi tembló tanto como Abi.

—Abi, te vas a congelar. Sal del agua y ponte al sol.

—¡Estoy bien! —protestó la niña entre dientes castañeteantes.

Y de un salto se metió otra vez en la poza. La risa queda de Jubal reverberó en el interior de Isobel. Luchó desesperadamente contra la esperanza de que la tocara de nuevo. ¿Qué demonios la había poseído para dejarse llevar así? ¿No había decidido que era mejor hacer como si lo de anoche no hubiera ocurrido? Tuvo que morderse los labios porque le hormiguearon ansiosos.

No quiso entrar a considerar las implicaciones del interés que Jubal había demostrado: Isobel directamente se amonestó a sí misma con severidad sobre lo inconveniente de implicarse así por alguien con el que trabajaba y que acababa de dejar una relación. Tenía que hacer algo para recuperar el control de lo que estaba pasando entre Jubal y ella.

Para empezar, dobló las piernas y apoyó los antebrazos en las rodillas para no perder de vista sus traicioneras manos y no volver a caer en la tentación.

El gesto no le pasó desaparecido a Jubal, pero tampoco lo desanimó. En aquel momento, pocas cosas habrían logrado bajarlo de la estratosfera.

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