De todos los colores
Capítulo 8. Mar tormentoso
Durante el camino de vuelta, Jubal observaba a Isobel charlar en español con Abi. Había algo que le resultaba muy reconfortante en la manera relajada de cómo se trataban.
Ty esperó a su padre y se puso a la par que él.
—Oye, Papá. Ayer... Hacía mucho tiempo que no te escuchaba tocar la guitarra —comentó Tyler—. Deberías volver a hacerlo a menudo, como antes. Está genial.
Jubal le echó el brazo y le estrechó los hombros, contento.
—Gracias, hijo.
—¿Sabes? —añadió Tyler—. Creo... Creo que me gustaría aprender. ¿Tú me podrías enseñar?
—¿En serio? —respondió Jubal, algo sorprendido—. ¡Por supuesto! —Saltó a por la oportunidad de compartir algo más con su hijo—. Dentro de lo que pueda... Lo básico, seguro. Pero, ojo, no basta con que yo te enseñe. Hay que practicar un montón, ¿eh? Si no, no se consigue nada.
—Claro —aceptó Ty sin arredrarse.
Mientras continuaban caminando juntos, Jubal pensó que Ty parecía muy ilusionado, pero dudaba que supiera lo feliz que había hecho a su padre pidiéndole aquello.
—He decidido... —murmuró Tyler al cabo del rato—. He decidido que no se lo voy a decir... Ni este finde ni después. No de momento.
Evidentemente, hablaba de Tali. Sorprendió a Jubal. El rostro de Ty estaba muy serio. ¿Qué lo habría disuadido? Jubal no había percibido que la chica no disfrutara de su compañía.
—¿Ah, no? ¿Por qué? ¿Te estás acobardando? —lo picó Jubal un poco en broma, no queriendo que apocara.
—No. Sólo me he puesto en su lugar. Si se lo digo será cuando todo esto haya pasado —no hizo falta que aclarara que se refería a la leucemia—, no antes. Tali ya se quedó sin su madre. Me encantaría estar con ella —su rostro enrojeció al decirlo—. Pero sería muy egoísta por mi parte hacer eso... estar juntos y que... Bueno, las cosas no fueran bien. Ya está bastante preocupada por mí. Se lo noto.
A Jubal simplemente se le partió el corazón. Se detuvo y miró a su hijo, luchando por encontrar qué decirle. Le puso la mano en el hombro con cariño.
—¿Qué hemos dicho de los pensamientos positivos? Te vas a poner bien, Ty. No deberías pensar otra cosa...
—Lo sé, Papá —contestó con una leve sonrisa impaciente—. Además, ahora tengo un motivo para querer ponerme bien lo antes posible —añadió con una mirada brillante.
Con un nudo en la garganta, Jubal escrutó aquellos jóvenes ojos azul oscuro y verdoso. Agarró a Tyler por la nuca y le estrechó la cabeza contra su pecho, abrazándolo con fuerza. ¿Cómo era posible que este muchacho de catorce años hubiera crecido tanto por dentro tan rápidamente? Era mareante. Jubal sabía que era debido en gran parte a su enfermedad, y se aterró pensando en que se había acelerado tanto porque le quedaba poco tiempo. Le requirió un esfuerzo enorme superar aquel miedo irracional.
Cuando se separó, sentía que se le habían saltado las lágrimas. Parpadeó y asintió con vehemencia.
—Ése es el espíritu —celebró y le ofreció el puño—. En nada estarás llevándola al cine.
Ty lo chocó con el suyo, sonriente. Volvieron a caminar sendero abajo.
—Ah... Papá. Tal vez sería mejor que tú sí se lo dijeras.
Al principio Jubal creyó que se refería a Tali. Un instante después, supo que no. Se hizo el tonto por puro reflejo.
—¿De qué hablas?
Tyler no se dejó engañar.
—Ya sé que no es tan sencillo. Seguro que cuando uno es adulto todo se vuelve más complicado. Y más siendo tu jefa y todo eso... Pero quizás sea mejor de todos modos. —Jubal paró de andar, sin saber qué decir, y Tyler se giró hacia él—. No sé, sólo piénsalo, Papá —dijo dándole una palmada como de ánimo en el brazo—. Nunca se sabe lo que puede pasar... Por cierto, me alegro de que cortaras con Rina, ¿sabes? —Frunció la nariz y bajó la voz—. No me caía bien. —Se encogió de hombros—. Lo siento.
Y echó a andar para reunirse con Tali, dejando a Jubal allí, estupefacto.
·~·~·
Los dedos de Jubal la rozaron en el brazo, por encima del codo, y a Isobel se le puso toda la piel de gallina, le aceleró el pulso. Otra vez. Mientras se preparaban para comer, Jubal había entrado en contacto con ella ya varias veces: un suave toque en el hombro, una breve presión en la espalda, un leve roce en la muñeca... Los contactos eran respetuosos y no parecían deliberados, pero eran... inusuales. Traían con vividez al presente las caricias que habían compartido junto a la poza y que habían quedado grabadas de manera imborrable en la memoria sensorial de Isobel. Teniendo a todos los demás a su alrededor, procuraba disimular, pero la agitación que le producía cada vez que Jubal la tocaba, hizo imposible encontrar el modo de eludirlo. La mantenía en vilo y, definitivamente, estaba saboteando la resolución que había adoptado hacía sólo un rato.
Por su parte Jubal, muy consciente de que no estaban solos, se debatía por no volver a hacerlo, pero estaba teniendo problemas para controlarse. Que ella hubiera respondido activa y deliciosamente a su contacto aquella mañana había reducido a un tamaño manejable las dudas que él pudiera tener. Como consecuencia, ahora sufría una constante ansia por poder sentirla de nuevo. Se frotó la palma de la mano contra la costura lateral de la pernera del pantalón. Además, temía estar poniéndose pegajoso.
Pero a pesar de sus esfuerzos, y para tormento de ambos, los fortuitos roces se siguieron produciendo.
El único momento en el que Jubal les dio respiro, fue cuando se puso los guantes acolchados para sacar del horno su famosa lasaña casera. Entonces a Isobel la asaltó otra inquietud diferente: lo vigiló atentamente mientras tanto, asegurándose de que no se hacía daño otra vez, lo que produjo en Jubal enorme diversión y también agrado. Una vez fuera de peligro, cuando él dejó la lasaña sobre la mesa, Isobel se sintió tentada de pedirle que se dejara los guantes puestos.
Durante la comida, Jubal se sentó junto a ella por primera vez. Para Isobel fue desesperante que, aunque él se comportó como un perfecto caballero, su proximidad, sus miradas furtivas y su sonrisa lograron el mismo efecto que antes sin necesidad de tocarla en absoluto. Tenía que hacer algo, y tenía que hacerlo ya.
·~·~·
Después del rotundo éxito de la lasaña de Jubal y de tomar un postre ligero, los adultos se prepararon un café y todos salieron fuera a hacer la sobremesa.
Abi, Tyler y Tali se tumbaron sobre las jarapas a dormir la siesta. Los mayores se sentaron en el porche.
Cuando Jubal entró en la casa para ponerse un poco de leche en el café, Isobel lo siguió medio minuto después, disimuladamente, con toda la intención de aclarar la situación entre ellos y atajarla antes de que se convirtiera realmente en un problema.
En la cocina, Jubal apuraba un cartón de leche en su taza. Isobel se acercó con decisión, cuando vio que él flexionaba la mano izquierda con el brazo un poco encogido. Eso la distrajo
— ¿Te duele? —preguntó, claramente preocupada.
—De vez en cuando pega algún latigazo, pero nada más —le quitó él importancia—. Debe estar curándose.
Isobel asintió, aliviada, y exhaló en silencio para recuperar su impulso.
—Tenemos que hablar —dijo asertiva, y le hizo un gesto con la cabeza hacia la despensa.
Jubal levantó las cejas, intrigado por aquel cambio brusco de tono. Isobel entró y él dejó sobre la mesa la leche y su café para seguirla.
La atmósfera entre ellos cambió de forma repentina en cuanto estuvieron los dos dentro. A Isobel no se le había ocurrido el efecto que tendría sobre ella estar con Jubal en un espacio pequeño en el cual, la última vez, se habían tocado de una manera tan estrecha, aunque hubiera sido por accidente. Una ola de calidez surgió en su interior y ascendió por su torso y su cuello, hacia la cara. Aunque Jubal mantenía una respetuosa distancia, la intensidad que había adoptado su mirada no ayudó en absoluto. Isobel consiguió controlarlo a duras penas. Carraspeó.
—Jubal —se dirigió a él en voz baja, con severidad y cierta exasperación—, trabajamos juntos todos los días.
—Creo que lo había notado, sí.
La media sonrisa y el brillo en los ojos de Jubal fueron casi irresistibles. Isobel parpadeó. Casi.
—¿Qué estamos haciendo? —inquirió con una inflexión retórica y reprobadora.
—¿Hablar a escondidas dentro de una despensa? —bromeó él sin asomo ninguno de remordimiento.
La mirada de Isobel relampagueó como nubes de tormenta en alta mar.
—Tenemos que comportarnos como adultos —afirmó en tono de reproche.
Jubal consiguió morderse la lengua para no decirle lo primero que se le había venido a la cabeza -que estaría más que encantado de hacer cosas clasificadas para adultos con ella- pero no pudo evitar sonreír maliciosamente.
—La verdad, no era consciente de que no lo estuviéramos haciendo —replicó despreocupado, al tiempo que levantaba una ceja, en un gesto algo sugerente. No tenía ninguna intención de facilitarle la conversación, tal como la estaba planteando.
Las mejillas de Isobel terminaron por ruborizarse, pero ella controló su agitación.
—Sabes que esto es... inadecuado y, muy probablemente, inoportuno —afirmó con una expresión inflexible que no daba pie a ninguna negociación.
Eso logró que a Jubal le cambiara la cara. No le hacía falta que ella se explicara más. Las dudas reptaron dentro de él como insectos desagradables. Apretó las mandíbulas.
—No me importa —dijo con llaneza.
Isobel boqueó hasta que logró decir algo.
—¿C- cómo que no te importa? —preguntó sin comprender.
Estaba convencida de que al confrontarlo abiertamente, Jubal lo negaría y los dos podrían fingir que no había pasado nada. O al menos, que entraría en razón y se echaría atrás.
La incredulidad en Isobel hizo a Jubal vacilar. Era obvio que a ella le preocupaba cómo podría afectar a su relación laboral y, lo que era peor, si para Jubal no era más que un rollo pasajero para olvidarse de Rina. ¿Era una mala idea perseguir otra relación con alguien del trabajo? ¿Y tan pronto además? ¿Era en realidad una grave locura? ¿Tratándose de Isobel? No. No. Y, demonios, no, se contestó a sí mismo, deshaciéndose de aquellos recelos parásitos con una llamarada de determinación. Si algo tenía claro Jubal era lo serio y profundo que era lo que sentía. No era algo que hubiera nacido ayer.
—Que no me importa —insistió él con firmeza.
Dio un paso hacia ella, quien retrocedió, aún desconcertada. Jubal dio otro paso más, sus ojos fijamente clavados en los de Isobel.
—No me importa que sea inadecuado o que parezca inoportuno. Ni lo más mínimo —insistió, la respiración agitada.
Tenerlo tan cerca la alteraba gravemente, pero Isobel resistió el cobarde reflejo de volver a retroceder. Las palabras de Jubal habían estado peligrosamente cerca de acertar en un punto vulnerable. Parapetándose en las robustas barreras emocionales que siempre le servían de defensa, le dirigió una mirada firme.
—Sé razonable, Jubal- —empezó a decir.
—Lo que me importa es... —interrumpió él, bajando su tono una octava— ...lo que tú quieres.
Isobel no supo qué la sobrecogió más, si la vibración de su voz o sus palabras; pero perdió completamente el hilo de lo que quería decir. Jubal alzó la mano, titubeó un segundo, y le cogió la cara con delicadeza. Su mano era tan grande que, al apoyar palma en su mejilla, las puntas de sus dedos casi alcanzaron la nuca de Isobel. Ella quiso retirarse, pero fue demasiado tarde. Aquel sutil roce la hizo estremecerse de pies a cabeza. Los ojos de Jubal se volvieron imposiblemente cálidos y ansiosos.
—¿Tú qué quieres? —inquirió él con la voz ronca.
El corazón le golpeó a Isobel dentro del pecho como un puño llamando insistentemente a una puerta, exigiendo que le sea abierta. Intentó resistirse, pero al final no pudo evitar apoyar el rostro contra la palma de su mano, entornando los párpados y entreabriendo los labios con un suspiro.
Aquello privó absolutamente a Jubal de su autocontrol. Atormentado por el demasiado breve sorbo de la noche anterior, se inclinó y atrapó impulsivamente la boca de Isobel con la suya.
Durante unos instantes, la sensación fue tan abrumadoramente electrizante para ambos que los dos se quedaron paralizados.
Para grata sorpresa de Jubal, lejos de rechazarlo como cierta parte de él aún se temía, fue Isobel la que reaccionó primero. Dejando escapar un leve gemido de rendición, deslizó una mano hasta la parte posterior de la cabeza de Jubal, entremetiendo los dedos en su pelo, y pegó con ansia el cuerpo al suyo. Sintiendo que un alborozado e imparable fragor atronaba dentro de él, Jubal le rodeó la cintura con un brazo, apretándola sensualmente aún más contra sí. La solidez de su cuerpo produjo que Isobel fuera envuelta por un calor abrasador que desterró de su mente su último pensamiento de oposición.
Con las pulsaciones desbocadas, Jubal deslizaba sus labios sobre los de Isobel, sediento de explorarlos, de aprenderlos, bebiendo ávido los suspiros de su boca. Mientras, Isobel apenas podía seguirle el ritmo. Se sentía a cada instante más sobrepasada. La estaba dejando sin respiración.
Cuando él le mordisqueó con cuidado el labio inferior, fieras llamas brotaron libremente dentro de ella. Tuvo que separarse un poco, en busca de aire y antes de que se le fuera por completo de las manos. Jubal la persiguió un momento, pero luego la miró con tensa expectación, sin soltarla del abrazo con que la sostenía, esperando qué haría ella a continuación. Isobel sólo intentaba recuperar su pensamiento racional. Debía estar por ahí, en alguna parte...
Ante su silencio, Jubal trazó delicadamente con el pulgar la línea de la mandíbula de Isobel, de la barbilla hasta el lóbulo de la oreja; la miró absolutamente cautivado. Las rodillas de Isobel flaquearon. Nadie, ni siquiera Josh la había mirado nunca con tal devoción. Sus siempre fiables defensas no parecieron tan consistentes en ese momento.
Jubal parpadeó, temiendo de pronto estar avergonzándose delante de ella.
—Me dejas sin aliento —se disculpó en un grave murmullo.
Isobel, todavía jadeante, tuvo que sonreír.
—¿Yo te dejo sin aliento? —suspiró.
Jubal frunció el ceño un segundo, sin comprender, y entonces sonrió a su vez, halagado. Para inmenso agrado de Isobel, la mirada de antes regresó a sus ojos.
—Jubal, ¿estás por ahí? —llamó Jess, aparentemente viniendo desde el pasillo hacia la cocina.
Los dos se miraron alarmados, pero esta vez fue Jubal el primero en reaccionar.
—Saldré yo —susurró, soltándola y haciéndose cargo.
Miró a su alrededor y cogió un envase de leche de una estantería. Le lanzó una anhelante mirada a Isobel, que la dejó temblorosa, antes de salir de la despensa.
Fuera, Jess justo entraba en la cocina.
—¿Qué hacías ahí? —preguntó, sólo levemente suspicaz.
Jubal alzó el cartón de leche, y señaló el vacío sobre la mesa.
—Buscar leche para reponer en la nevera —explicó con soltura mientras la abría y metía el envase dentro para disimular.
Dentro de la despensa, Isobel no pudo sino admirar su rapidez mental y su aplomo. En aquellos momentos, dudaba que ella hubiera sido capaz decir siquiera algo más que monosílabos.
—Ah, gracias —contestó Jess bastante natural, pero inclinó la cabeza a un lado mirando alternativamente a Jubal y a la entrada de la despensa.
El ardor que Jubal había encontrado en los labios de Isobel le había dejado la cabeza ligera y se sentía levemente mareado. Hacía años que no bebía, pero se parecía terriblemente a llevar encima dos copas de más. Ni siquiera había intentado quitarse de la cara la sonrisa estúpida que debía tener ahora mismo.
La expresión de Jess se volvió cómplice y socarrona. Jubal se pasó la mano por la cara, medio avergonzado, medio divertido.
—Abi pregunta por ti —le informó Jess, aún como si nada.
Cogiendo su taza de café, Jubal asintió. Resistió la tentación de mirar por encima de su hombro hacia la despensa, y siguió a su amigo.
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