De todos los colores
Capítulo 9. Violeta dulce
—¿Hablaste antes con Tali de lo de anoche? ¿Qué tal fue? —Jubal sacó el tema al salir al porche, intentando desviar la atención de Jess.
Además, le venía bien poder centrarse en otra cosa, diferente a lo que acababa de pasar con Isobel en aquella despensa, para sacar su cerebro de la espesa bruma en la que había quedado envuelto.
Y, de todas formas, le gustaba poder hablar con Jess sobre los problemas que tenían con sus hijos. Intercambiar notas.
—Fue Mal —contestó Jess, amargo— Está enfadada porque a partir del lunes está castigada.
Jubal alzó las cejas.
—¿Castigada? ¿En serio? —indagó cauteloso.
—No puede irse de rositas habiéndose escapado en mitad de la noche —replicó Jess, severo.
—Pero no lo hizo —apuntó Jubal.
—Sólo porque tú se lo impediste.
—Ya. Por eso los robos tienen mayores penas que los intentos de robo.
—No la defiendas. Tiene que aprender que no puede hacer cosas así —declaró Jess. Entonces vaciló—. ¿Tú vas a castigar a Tyler?
Jubal negó tranquilamente con la cabeza.
—No.
Jess le lanzó a Jubal una mirada decepcionada.
—Eres demasiado blando.
—Quizás. Creo que Ty ha captado el mensaje. Tal vez me equivoque, pero me parece que no lo volverá a hacer. Nunca antes había hecho algo como esto. ¿Tali sí? —preguntó Jubal, extrañado.
—No, pero, ¿en qué cabeza cabe? —dijo Jess exasperado, poniendo esa expresión suya tan testaruda.
—Aparentemente en la de Tali y en la de Ty, al menos hasta anoche. Yo creo que no pensaron que fuera una travesura siquiera. Mira Jess, ya sabes que no pretendo decirte cómo criar a tu hija, pero ¿puedo hacerte una sugerencia?
—Claro, adelante.
—Tali es una buena chica. Antes de prohibirle las cosas o castigarla, creo que deberías razonar con ella, explicarle por qué te has enfadado. Si no, no lo va a entender y, la próxima vez, buscará el modo de que no la pilles, no de evitar hacer lo que está mal...
Mirando al cielo, Jess pareció reflexionar sobre ello.
—Esto no quiere decir que nunca la castigues —abundó Jubal—. Pero mejor déjalo para cuando hace algo mal a sabiendas. Que pasará —afirmó—. Porque. Tiene. Trece. Años.
Eso hizo reír a Jess.
—Sí, me temo que esto no va a ir a mejor —dijo con humor y resignación—. Estamos fritos, ¿verdad?
—Sep, probablemente —admitió Jubal—. Y yo el doble que tú. Debería consolarte un poco al menos —bromeó.
—Ahora que lo dices, un poco sí —admitió Jess socarrón.
·~·~·
Necesitó un largo rato y lavarse la cara con agua fría para lograr calmarse. Aun así, Isobel no podía comprender cómo podía sentirse tan frustrada consigo misma y a la vez tan exultante. Decididamente su plan había sido un absoluto fracaso. No sólo no había aclarado las cosas entre ellos, sino que se habían complicado aún más. Sin embargo, no impedía que se sintiera como si fuera andando sobre las nubes.
Cuando por fin salió de la casa, Tali y Jess enseñaban a Tyler, Sarah y Jubal a jugar al lacrosse. En el mismo instante en el que Isobel cruzó el umbral, Jubal la buscó de inmediato con la mirada; le dirigió una sonrisa esperanzada y a la vez tímida que Isobel devolvió, pero que la hizo suspirar de tal modo que decidió guardar las distancias, al menos de momento.
Abi se había sentado a la mesa del porche, y estaba concentrada en alguna clase de trabajo manual. Isobel se acercó con curiosidad. La niña trenzaba con habilidad pequeñas gomas de colores sobre un compacto telar de plástico, con ayuda de una aguja parecida a las de ganchillo. Tenía al lado una cajita de lata llena de pequeños caramelos de color morado. Levantó la cabeza para coger uno. Al ver a Isobel, le ofreció la cajita con una sonrisa que le iluminó la carita de manera de nuevo muy familiar.
—¿Quieres?
Asintiendo, Isobel cogió uno de los caramelos. Tenía forma de flor, y olía a violetas. Cuando se lo metió en la boca, el sabor la sorprendió. Sabía a violetas. Era como paladear una flor dulce.
—Mmm... ¡Qué rico!
—¿Verdad? Me los ha traído mi madre, de Madrid. Sólo se pueden encontrar allí, ¿sabes?
—¿Tu madre va a menudo a España?
—No. Estuvo de viaje de novios. Se volvió a casar hace poco, con Allan.
Eso sorprendió a Isobel. Una parte de ella se preguntó cómo se lo habría tomado Jubal. No era muy buena señal que no hubiera mencionado nada. En cualquier caso, sonrió conmovida al comprender que Abi había compartido gustosa con ella un regalo de su madre, que además no era posible reponer.
Mientras, Abi había vuelto a su quehacer.
—¿Qué haces? —se interesó Isobel.
La niña alzó de nuevo la cabeza.
—Pulseras. Quiero regalarlas. Mira. Ésta es para tío Jess —señaló una a franjas negras y marrones, con finos detalles azul real—, ésta es para Sarah —le mostró una con degradados naranja y rosados—, y ésta la estoy haciendo para Tali —un diseño de rombos verdes y púrpuras que parecían escamas.
Para ser sólo pulseras hechas con gomitas, los diseños eran sorprendentemente armoniosos y los colores escogidos con mucho gusto.
—¿Las has hecho tú todas? —dijo Isobel sinceramente admirada—. Son preciosas, Abi. Tienes talento.
Abi sonrió muy complacida.
—¿Te gustaría ayudarme?
—No sé cómo se hace.
—¡Yo te enseño! Es muy fácil. ¿Quieres? —pidió con mucha ilusión.
Con una sensación de ternura y contento que hacía mucho que no sentía, Isobel accedió encantada. Abi sacó de su mochila otro pequeño telar y otra aguja. Enseñó a Isobel a seguir con la de Tali y empezó otra pulsera, hecha con pálidos verde, azul y malva.
Las dos trenzaron las pulseras mientras comían caramelos y veían a los demás divertirse jugando al lacrosse.
Jubal celebró un tanto con Tyler e Isobel estudió sus movimientos y su sonrisa con el pulso acelerado, controlando a duras penas el ansia de quedarse de nuevo a solas con él.
—[¿Te gusta mi Papá?] —preguntó de pronto Abi en español como quien no quiere la cosa, a la vez que seguía tejiendo.
Isobel se notó a sí misma ponerse tensa. Decidió que tal vez Abi no estaba queriendo decir lo que ella creía.
—[Claro. Me cae muy bien.] —respondió fingiendo un aire despreocupado.
—[No. Me refiero a que si te gusta] —replicó Abi haciendo énfasis.
Y no hubo confusión ninguna en lo que quería decir.
—[Aaaam... Bueno...] —se debatió Isobel por encontrar una respuesta evasiva y no ruborizarse a la vez.
Los sensuales recuerdos de los labios de Jubal, de su cuerpo, del cálido contacto de sus manos hacía un rato, y la intensidad de lo que Isobel estaba sintiendo no le permitieron ninguna de las dos cosas.
—[Yo creo que tú le gustas mucho] —añadió Abi todavía mirando lo que estaba haciendo—. [Ha estado muy triste. Pero cuando está contigo siempre está sonriendo, ¿sabes?]
Como Isobel no dijo nada, Abi alzó los ojos y la miró. Lo que vio pareció animarla.
—[Sólo digo que sería estupendo que él te gustara también] —dijo Abi con una sonrisita pícara.
Lo único que Isobel pudo hacer fue morderse los labios e intentar disimular. Seguía pensando que seguir por ahí sería una insensatez, pero había una parte de ella que, a cada momento que pasaba, lo veía más como una rara oportunidad insólitamente al alcance de su mano.
La voz de Jubal resonó dentro de ella: ¿Tú qué quieres?
·~·~·
Jess, que estaba arbitrando el juego, dio la victoria a Tali y Sarah, con un tanteo de 3 a 5. Las dos lo celebraron con vítores y chocando los palos en alto. Habían jugado una versión supersimplificada del juego, sin porteros y con la victoria al primero que llegara a cinco goles. Jess palmeó la espalda de Tyler.
—Ey, lo habéis hecho muy bien.
Sarah se rio.
—Vamos, somos muy malos los tres.
Jess la cogió cariñosamente por los hombros.
—No, para ser la primera vez —los animó Tali—. A Ty se le da muy bien —añadió sonriéndole al chaval—. ¿Os ha gustado?
—A mí sí —respondió de inmediato Tyler, algo colorado.
—Bueno, no es baseball —dijo Jubal sonriendo— pero ha estado muy divertido.
Dejando a los otros cuatro practicando pasarse la bola, Jubal se dirigió al porche. Estaba ansioso por hablar con Isobel, por ver qué pasaría a partir de ahora. Desgraciadamente, en aquella casa había demasiada gente y no iba a ser fácil lograr otro momento en que nadie los molestara.
—Ey, ¿qué hacéis? —preguntó al acercarse.
Inconscientemente, su sonrisa se hizo aún más amplia al mirar a Isobel.
—[Te lo dije] —canturreó Abi. Por una vez, Jubal entendió la frase, pero le faltaba el contexto—. Estamos haciendo pulseras. Para tío Jess, Tali y Sarah —fue señalando.
Isobel agradeció que Abi hubiera distraído la atención de Jubal, porque el modo en que la había mirado le hacía difícil conservar su calma.
—Qué chulas. ¿Las habéis hecho juntas? —les preguntó cogiendo una silla y sentándose con ellas.
—Bueno, yo sólo he ayudado un poco con la de Tali —respondió Isobel con sencillez.
Hacía poco que la había terminado. Con habilidad, Abi anudó la que estaba haciendo ella en violeta, azul y verde, y le puso un cierre para entonces tendérsela a Isobel.
—Y ésta es para ti —declaró contenta.
—Oh... ¿De verdad? —dijo Isobel enternecida. Podía habérsele ocurrido que Abi la estaba haciendo para ella, pero el caso es que la había cogido por sorpresa—. Me encanta. ¡Gracias! —Se la puso en la muñeca y la admiró—. Es preciosa. La guardaré siempre —aseguró.
Abi aceptó de buen grado el abrazo de agradecimiento que le dio Isobel, y se fue a entregar las demás pulseras. Isobel la observó marcharse sin poder controlar esta vez el agudo dolor en su interior.
A Jubal no le pasó desapercibido. Le había visto ese tono de tristeza en los ojos a Isobel en ya varias ocasiones durante el fin de semana, pero aquel había sido el más evidente.
—¿Estás bien? —preguntó Jubal, suavemente.
Ella guardó silencio mientras seguía contemplando a Abi, que charlaba con Sarah después de haberle entregado su pulsera. Dejó escapar un largo suspiro.
—Abi me recuerda mucho a Laira —contestó por fin.
Jubal recorrió mentalmente todo lo que sabía de Isobel sin lograr recordar a nadie con ese nombre; se sintió asaltado por una cierta sensación aciaga.
—¿Quién... es Laira? —se atrevió a preguntar, con cuidado.
—Laira... era mi hija —respondió Isobel aún mirando a Abi.
Jubal se quedó simultáneamente helado y devastado. Le habían llegado rumores de que Isobel estaba divorciada, pero nada de una hija.
—Tenía un par de años menos que Abi ahora —añadió Isobel con serenidad, a pesar de lo doloroso que era—, pero se parecía mucho. No físicamente. Laira tenía el pelo y los ojos negros. Sino en que era perceptiva y valiente y generosa...
Para Jubal fue evidente que la pena que veía en el rostro de Isobel había perdido el filo que debió tener en su día, pero seguía siendo muy profunda. El eco de su dolor reverberó dentro de él.
—Lo siento —dijo terriblemente consternado. Tras unos segundos se atrevió a preguntar, con voz queda—: ¿Qué pasó?
—Meningitis, hace seis años —dijo Isobel, todavía siguiendo a Abi con la mirada entretanto la niña le daba sus pulseras a Jess y Tali.
A Jubal se le cayó el alma a los pies. La meningitis infantil era una enfermedad que no daba ningún margen de maniobra. O se cogía a tiempo o... O no. Nadie al que culpar, nadie al que pedir cuentas.
—Era la luz de mi vida y en cuestión de días se apagó —murmuró Isobel.
Por un segundo, Jubal se sintió tan abrumado que estuvo a punto de dejarse llevar y abrazarla. Isobel negó con la cabeza con fatalidad, la mirada perdida.
—Me sumergí en mi trabajo buscando alivio —continuó con sorprendente aplomo—. Josh lo encontró en otra persona. Mi matrimonio no lo resistió. En realidad, no fue culpa de ninguno. Los dos estábamos tan desolados que no pudimos confortarnos el uno al otro.
Isobel se dio cuenta de que las personas con las que se relacionaba o bien habían sido afligidos testigos de todo aquello, o bien no sabían nada. Era la primera vez que se lo contaba a alguien. Ni siquiera a Ethan le había hablado apenas de ello. Durante su relación con él, Isobel no había logrado llegar a abrirse del todo. Cuando la dejó, sólo sirvió para que Isobel construyera unos muros aún más altos.
—Tras el divorcio, supongo que me recluí dentro de mí misma, donde nada pudiera alcanzarme. Dejé la vida fuera, de modo que era algo que solamente le pasaba a los demás —confesó—. Ayer me preguntaste por qué dejé hacer cosas que me gustaban... Por eso fue —explicó, todavía serena.
Pero de pronto se sentía abochornada. No lograba localizar el motivo por el que se había sentido impelida a desahogarse con Jubal de esa manera, después de tanto tiempo. Quizás de algún modo, quería que él supiera que ella venía con aquella carga, para bien o para mal. Aunque algo le decía que también tenía que ver con que sentía -no, sabía- que podía depositar plenamente su confianza en él.
Sin embargo, ahora no estaba segura de si estaría preparado para lidiar de golpe con tanto drama. Miró a la cara a Jubal por fin desde que había empezado la conversación, aprensiva.
No podría haber estado más equivocada. La enorme comprensión y el inmenso cariño que halló en el rostro de Jubal la cogieron desprevenida, y fueron un inesperado bálsamo en su herido corazón.
Con el suyo dolorido, Jubal vio que los ojos de Isobel se llenaban de lágrimas. Suspiró, deseando con todas sus fuerzas que estuviera en su mano paliar siquiera un poco la pena que Isobel sufría. Retuvo con enorme dificultad el ya casi inmanejable impulso de abrazarla.
En el mismo momento que logró controlarlo, se percató de que en realidad no quería reprimirlo. Despacio, cuidadosamente, se acercó, la rodeó con los brazos y la atrajo contra su pecho.
Por un instante eterno, Isobel vaciló, pero al final sus dudas previas se desmoronaron, despojadas de su transcendencia por emociones más profundas. Los mismos cimientos de la muralla que desde hacía tanto protegía su corazón -y a la vez lo mantenía prisionero- se estaban tambaleando. Antes de que se derrumbaran por completo, Isobel cedió. Se acurrucó contra él, apoyando la cabeza en su hombro, repentinamente deseosa de la reconfortante sensación de un contacto como ése, y que llevaba negándose durante años.
Las mortecinas sombras del anochecer dentro del porche los ocultaron de las miradas de los demás en un clemente manto de discreción.
Sosteniéndola, estrechándola suavemente, Jubal giró la cara y le posó con fuerza los labios a Isobel en la frente, transmitiendo su consuelo y su afecto todo lo que pudo. Isobel notó que un cierto peso se desvaneció de su pecho y aquel sempiterno dolor se hizo un poco más soportable. Fascinada por que Jubal hubiera sido capaz de algo así, alzó la cara.
El cielo se estaba tiñendo de un violáceo oscuro, pero no fue únicamente la luz del atardecer la que le dio un aspecto aterciopelado a los ojos de Isobel. La dulzura que despidieron dejó a Jubal absolutamente rendido.
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