4. El invierno es diferente para cada persona.
Lovino miró la hora en el reloj de la biblioteca, pasaban de las seis de la tarde. Usualmente para esa hora ya estaría en su casa, habría terminado de comer y estaría encerrado en su habitación estudiando o mirando un programa en su teléfono fingiendo hacer tarea para que Feliciano no lo molestara con los deberes de la casa. Ahora, sin embargo, los pies se volvían pesados al momento en que iba en dirección a la salida, porque sabía que tendría que ver la cara de esos dos y aquello lo llevaría a sentirse mal consigo mismo por no ser lo suficientemente agradable para su abuelo.
Quizás debió decirle que lo quería un poco más, no mandarlo a cortar tomates cada que se paraba a su lado, con esa sonrisa boba en su rostro.
El frío no se hizo esperar cuando salió de la biblioteca, tuvo que colocarse los guantes y la bufanda por el choque tan fuerte de temperatura que tuvo su cuerpo. El cielo ya estaba oscuro, así que podía ver a la luna alumbrando, combinado con las farolas que llevaban poco tiempo de encenderse, sería al menos una caminata agradable porque ya no estaba nevando, solo debía tener cuidado con no resbalarse.
Miró varios puestos de comida, abriéndole mucho más el apetito. ¿Ellos ya habrían comido? No serían tan idiotas para esperarlos, ¿cierto? Tenían entre los dos, cuatro manos en perfecto estado, con las que podrían cocinar lo que quisiesen. ¿Feliciano ya habría llegado?
Entonces detuvo sus pasos.
¿Hoy no era el día en el que Feliciano salía hasta las ocho de la universidad y después pasaba por la comida de la semana? Se maldijo por lo bajo, tomó su celular y de nuevo se quedó en blanco, no sabía sus números, ni siquiera sabía si tenían celulares para empezar. ¿Debería comprar uno para ambos? Su casa no tenía teléfono debido a que nunca le vieron el caso a comprar uno ya que todos tenían celulares, así que no podía comunicarse con ellos para nada.
No agonizarían en medio de la cocina por no comer, ¿cierto?
Quizás habían ido donde Arthur. Y Lovino se puso de color azul al pensar en eso, comenzando a correr para coger el autobús. ¡Lo demandarían por intoxicación!
Cuando llegó a la casa notó que todas las luces salvo las de la sala estaban apagadas. Con cuidado entró a la casa, siendo lo suficientemente cauteloso para echarse a correr si es que se le iban encima por matarlos de hambre todo el día.
— ¿Qué diablos están haciendo? —preguntó Lovino, colocando cara de asco cuando notó que Francis estaba encima de Antonio, besándolo.
Antonio pareció contento de verlo, sin embargo, Francis le dio una mirada ácida.
—Ah, esto…
—Nada. —masculló Francis, separándose de él.
— ¡¿Nada?! —exclamó Lovino, soltando su portafolio. — ¡Ustedes se estaban besando!
—Esto es solo… —cuando Antonio intentó explicarlo, Francis le apretó los labios con una de sus manos.
— ¿Y?
Lovino se contrajo al mirar sus ojos, ese azul era un torbellino lleno de sentimientos que él no podía entender a la perfección. Antonio se apartó de Francis, sobándose los labios, él al menos no parecía entender su enojo, como si fuera lo más usual hacer eso. ¿Eran pareja? ¿No había dicho su abuelo que eran como unos malditos hermanos? ¡Los hermanos no hacían eso! ¿Y como por qué mierda les habían enviado a esos dos raros a ellos?
—No permitiré ese comportamiento aquí. —dijo Lovino, serio. Francis rodó los ojos. —Me importa una mierda si mi abuelo lo sabía o no, ustedes son invitados en esta casa.
—Invitados. —se burló Francis poniéndose de pie. —Así tratas a tus invitados, ¿eh?
Dicho esto, se levantó y subió por las escaleras. Antonio miró preocupado estas, pensando en seguirlo o no, cuando escuchó el portazo de su habitación obtuvo su respuesta. Lo mejor era esperar a que se le pasara el enojo, Francis podía ser muy desagradable cuando estaba enojado.
— ¿No vas a decir nada? —preguntó Lovino, esperando una explicación.
— ¿Humm? —Antonio lo observó sin comprender, tomando otro poco de chocolate caliente. No estaba demasiado acostumbrado al frío, no le gustaba. —Ya se le pasará el enojo, no te preocupes, Fran es un poco susceptible cuando alguien nos ve.
— ¿Piensas que estoy enojado porque él está enojado? —preguntó Lovino, después miró la comida; eran algunos panes, chocolates y bebidas calientitas. — ¿De donde sacaron eso? ¿Feliciano ya volvió? ¿Compró chocolates para ustedes?
Maldito ingrato, ¿desde hace cuanto que no le regalaba algo a él? Lo reprendería después.
—No. Francis lo consiguió para nosotros. —dijo Antonio, mordiendo un trozo de pan. —No deberíamos pedir más de lo que nos dan, así que él se encarga de encontrarnos comida cuando no tenemos. Yo me encargo del hogar, es mi trabajo.
— ¿Y de donde demonios tomó el dinero?
¡Lo que faltaba, unos imbéciles ladrones! ¿Qué demonios pensó su abuelo al dejarlos…?
—No lo sé. —y al momento de decirlo, ocultó su mirada, desmintiendo por completo sus palabras. Por supuesto que sabía. Y ese simple gesto le dijo a Lovino quizás más de lo que quería saber, aunque todavía no lo suficiente. Antonio le rehuyó todo lo que pudo, abrigándose con una manta calientita que le brindó Feliciano en la mañana por ayudarlo a limpiar el patio.
—Oye…
—Sé que no nos quieres aquí. —dijo Antonio, jugando con una envoltura de chocolate. —Y está bien, no tienes porque querernos. El abuelo Máximo era demasiado agradable, quizás es por eso por lo que pensó que de alguna forma entre los cuatro nos alegraríamos la vida. Creo que se equivocó.
Lovino tomó su portafolio, colocando de nuevo la correa en su hombro. Así acurrucado en una manta, siendo un bulto, Antonio lucía como un niño golpeado por la vida. Quizás era así. Por eso su abuelo buscó una forma de mantenerlo a salvo de esta; no obstante, él no era la persona correcta para ayudar a los demás, no cuando ni siquiera podía ayudarse a sí mismo.
—Lo que sea, dejen de actuar como si fueran dueños de este lugar. —rezongó, dirigiéndose a la cocina.
Antonio observó la espalda del chico, luego volvió la vista a la comida delante de él. Tenía ganas de vomitar.
Lovino suspiró antes de abrir la puerta de su habitación, dándole una mirada de reojo a la de aquellos dos chicos. No había ruido alguno saliendo de esa habitación, la curia le pedía acercarse un poco, aunque, negó con la cabeza; no era su problema.
Al encender la luz dejó que el portafolio de nuevo pegara contra el suelo, su laptop le pasaría la factura cuando estuviera haciendo un trabajo importante de eso estaba seguro; pero no pudo evitarlo, todo estaba perfectamente limpio, ordenado, como nunca lo había visto. Incluso la ropa que estaba sucia, amontonada en un rincón, ahora estaba acomodada a la perfección en su armario.
"Yo me encargo del hogar, es mi trabajo."
Bajó entre tropiezos las escaleras, encontrándose al mismo Antonio que dejó arropado entre la manta de Feliciano. Él lo observó con sorpresa y confusión. Lovino en cambio pasó corriendo a la cocina, después al patio trasero, seguido de la sala de estar, que hasta ahora notaba lo limpia que estaba.
— ¿Qué…?
— ¿Quieres que me vaya? —preguntó Antonio, levantándose. —Recogeré esto en un segundo.
— ¿Tu cosechaste los tomates? —Antonio esperó un tono recriminatorio, no obstante, parecía tímido, casi avergonzado. — ¿Limpiaste la casa?
Antonio se llevó una mano detrás de su nuca, rascándola. —Ah… sí. ¿Estuvo mal? —y lo miró desde abajo, cohibiéndose de que el gemelo enojón le reprochara con un montón de groserías igual que la noche anterior. Lovino se mordió la lengua al ver la cara tan adorable que estaba poniendo el contrario. —N-No moví nada de lugar, solo acomodé su habitación, incluso hice una lista de cada cosa que estaba en ella y su lugar, te la puedo mostrar…
—Incluso llenaron el refrigerador de distintas cosas. —suspiró Lovino. —He hicieron cena para todos.
—Bueno, el abuelo Máximo siempre decía que la comida se debe compartir.
—Sí, él solía decir eso. —recordó con nostalgia. Luego de nuevo miró a Antonio, parecía todavía preocupado de sus reproches; sintió culpa. Él les había negado ir a visitar la tumba de Máximo como mero berrinche, aunque tampoco es que fuera mentira, la universidad tomaba la mayor parte de su tiempo, aún así, ellos dos se las ingeniaron para arreglárselas.
Y de nuevo, esa sensación de molestia se clavó en el pecho de Lovino, la cual volvió a ignorar.
— ¿Ya comieron?
—Los estábamos esperando. —Antonio tenía una sonrisa nerviosa en sus labios. Lovino lo escudriñó con los ojos, de verdad que era molesto pensar en que ese sujeto logró ser el favorito de su abuelo, tanto para olvidarlo a él.
Pero comenzaba a entender el porqué.
—Llama al otro tipo, Feliciano llegará en unos treinta minutos.
—Pensé que tendría clase…
—Solo apresúrate y calienta todo, me muero de hambre. —rezongó Lovino, dándose la vuelta. —Avísame cuando tengas todo listo.
—Está bien. —Antonio alzó una ceja, confundido por su actitud. No entendía si estaba agradecido o solo tenía hambre, aunque por ese encantador sonrojo en su rostro, se inclinaría sobre la primera opción.
A Antonio le encantaba cocinar, sobre todo con tomates, le gustaba el sabor que le podían dar a toda la comida, aunque Francis decía que estaba harto de ellos, aún así se comía todo lo que preparaba hasta dejar casi limpio el plato. Así que cuando notó que Lovino hizo lo mismo, la felicidad se apoderó de él.
— ¿Te gustó? —preguntó inclinándose a él. Francis lo miró de reojo. — ¡Son los tomates que Arthur me ayudó a cosechar! Algunos estaban a punto de echarse a perder, deberían ser más cuidadosos o se pueden infestar de insectos.
—Tch. No voy a meter mis manos ahí. —murmuró Lovino, cruzándose de brazos.
—Pero…
— ¡AH, LOVI, ESTOY AQUÍ! —la puerta principal se abrió de par en par, asustando a los tres chicos. — ¡¿QUIÉN SE DESMAYÓ?! ¡TRAJE UN MONTÓN DE COMIDA!
Antonio se asomó, sorprendido de ver a Feliciano todo sudado a pesar del frío, con tres bolsas de comida repletas y algunas otras cosas tiradas en el patio.
—Feli…
— ¡Antonio! ¿Dónde está Francis? —preguntó exaltado. — ¿Está en el hospital? ¡Debemos ir de inmediato!
—Estoy aquí. —respondió Francis, asomándose por el marco. — ¿Qué pasa?
— ¿E-Eh? Pero Lovi dijo…
Lovino soltó una risita detrás de ellos. Feliciano entonces formó una sonrisa grande en su rostro, causando escalofríos en los dos presentes, Antonio se escudó con Francis que fingió lo mejor que pudo ser uno mismo con la pared. Lovino que se estaba riendo más fuerte a cada segundo que pasaba, fue sorprendido por un pastel de crema de coco en toda la cara.
— ¡Feliculo, idiota! —gritó.
— ¡Lovi eres muy malo! —Francis y Antonio notaron con gracia que parecía estar echando humito por todos lados. — ¡Estaba tan preocupado! Gasté mucho dinero en esta comida. —reprochó Feliciano, inflando las mejillas. —Espero que me pagues al menos la mitad de esto.
—Como si fuera a hacerlo. —refunfuñó Lovino, comenzando a limpiarse el rostro. —La mitad de las cosas están regadas por el suelo. Otras más ni siquiera están.
—Me caí en el autobús. —remilgó Feliciano.
—Por idiota.
— ¡Ehhh! ¡Incluso ni siquiera me esperaron para comer! —siguió Feliciano, dándole golpecitos que Lovino se limitó a bloquear con su brazo. — ¡Que malos, ustedes también! —dijo, dirigiéndose a Antonio y Francis.
— ¡Él dijo que podíamos! —dijo Antonio, excusándose. — ¡Lo siento, Feli!
—Te esperaremos la próxima vez, ¿sí? Lo siento. —secundó Francis, juntando sus manos y guiñando su ojo.
— ¡No! ¡No los perdono! —gritó Feliciano, luego puso una enorme sonrisa, aliviando cualquier sentimiento de angustia.
Por primera vez, después de mucho tiempo, sintieron esa calidez que en su momento les brindó Máximo Vargas.
—.—.—.—.—
—Maldito, Feliculo. —remilgó Lovino, levantando las latas que venían de la calle. Todavía ni siquiera se acababa de limpiar el rostro. —Debería joderle el despertador por esto.
—No es tan malo, Lovi. —comentó Antonio, sosteniendo una nueva; en cuanto Lovino escuchó el mote, se detuvo en seco, mirándolo entre asombrado e incómodo.
— ¿Eh?
Antonio sintió su boca temblar, se le había escapado. — ¡Ah, lo siento mucho! ¡Es que Feli sigue nombrándote así y se escucha muy bonito, entonces yo…! ¡Lo siento mucho, Lovi! Q-Quiero decir, Lovino.
"¿Bonito?"
Lovino tuvo que voltear su rostro para ocultar la risita que se le escapó, sin duda todavía era un niño. ¿Cómo podría decir que no cuando le mostraba semejante cara? ¡Aunque no es que fuera lindo o algo así, solo que quizás la navidad cercana lo ponía de mejor humor! ¡Solo eso! Maldita navidad.
—Como sea, ya se me hacía extraño que no se te pegara el mote con todo lo que mi abuelo alardeaba sobre ti. —suspiró Lovino, volteándose. ¿Cuánta mierda había comprado Feliciano que todavía faltaba otra calle? ¿Y que maldito camión había tomado si la parada estaba en la mera esquina?
—Entonces, ¿puedo llamarte así? —preguntó Antonio, tomando una nueva lata de sopa que le ofrecía.
—Claro que no, si me nombras así, te mataré. —refunfuñó.
— ¡De acuerdo, Lovi! —sonrió.
— ¡Te lo dije, bastardo!
Y mientras Lovino lo perseguía con un esparrago, Antonio sintió que al fin había logrado derretir una pequeña parte de la muralla de hielo de Lovino Vargas.
—.—.—.—.—
— ¿Trajeron todo? —preguntó Feliciano, cruzado de brazos y con un puchero que Lovino y Antonio encontraron adorable. — ¡Si no hay algo del ticket tienes que pagármelo, Lovi!
—Quemé esa mierda antes de salirme. —bufó Lovino, dejando las cosas en la mesa. — ¿Dónde está el otro idiota? Pensé que iba a ayudarte a ordenar.
—Ese no es su trabajo. —comentó Antonio, comenzando a acomodar.
—Eso fue lo que él dijo. —señaló Feliciano, sorprendido. —Subió a su habitación y me dijo que iba a confeccionarme ropa bonita en cuanto comprara telas, porque la mía apesta.
—Al menos sabe de qué habla. —contestó Lovino, masticando un trozo de pan.
— ¡Lovi!
—Terminaré de acomodar, ustedes pueden ir a dormir. —comentó Antonio. —No te preocupes, Feli. Te despertaré mañana.
— ¿Enserio? ¡Gracias! —sonrió, contento.
Luego de que se despidiera, Lovino se quedó sentado en la silla, como si no tuviera que estudiar para los dos exámenes que seguían en esa semana. Logró incluso incomodar en un momento a Antonio, debido a la fuerte mirada que le estaba dando. Una vez que terminó, Antonio se giró a él.
— ¿Pasa algo, Lovi?
—Que si pasa algo. —se burló él, sin creérselo. — ¿Crees que se me va a olvidar así de fácil lo que estaban haciendo ustedes dos?
— ¿Estás molesto por el chocolate? Puedo calentar un poco para ti.
—No estoy hablando de eso.
— ¿De la manta?
—Deja de hacerte el idiota. —reprendió. Al ver su rostro supo que él realmente no sabía de qué estaba hablando. —Me refiero a que se estaban besando.
—Oh.
—Nada de oh, idiota. Quiero saber por qué. Mi abuelo dijo que ustedes eran como hermanos, no que eran pareja.
Antonio ladeó su cabeza, sin comprender del todo. —Bueno, Fran creció conmigo todo este tiempo, así que sí lo considero un hermano.
— ¡Los hermanos no se besan!
—Fran se siente mejor cuando lo hago. —comentó Antonio, jugando con sus pulgares. ¿Francis no lo mataría por estarle diciendo eso? Quizás debería esperar un poco más para saber si era de confiar. Aunque su parte más sensata, le dijo que ya había estado callando por mucho tiempo. Así que prosiguió. —No tiene que comer miles de mentas o lavarse los dientes hasta que le sangren las encías.
— ¿Qué?
—Bueno, las personas con los que sale no siempre…
— ¿Personas? ¿Cuáles personas? —preguntó Lovino, sintiendo que la sangre se le helaba.
—Con las que conseguimos la comida. —respondió Antonio.
Lovino sintió terror cuando escuchó la naturalidad con la que dijo eso.
