Disclaimer: Pucca pertenece a su creador, Boo Kyoung Kim. La trama me pertenece.
Palabras: 763.
Garu vio la canasta enfrente suyo, con intriga. Cuando se levantó esa mañana, y abrió la puerta en camino a su entrenamiento matutino, no esperó encontrarse en su porche una canasta de naranjas.
¿Quién dejó esto aquí?
No parecía haber nadie a la vista, ni siquiera una presencia. Concentró sus sentidos. Nop, nada. La vio con duda. Podría haber sido Tobe, sus ninjas, algún secuaz extraño de él en turno, o un enemigo de él mismo. Probablemente por una tontería, alguien estuviese enojado con él. En fin, ¿serían inofensivas?
Bah. Que sea lo que el maestro Soo quiera.
Tomó una, con las manos la peló, y dio un mordisco. Estaban deliciosas.
Era de color naranja brillante, se veían jugosas, sabían delicioso. ¡Pero eran demasiadas! ¿Qué haría con tantas naranjas? Para él, que procuraba no comer en demasía para mantener su condición física —ugh, eso sonó muy Ring Ring—, era imposible.
Además, se podrían dañar por el tiempo. Sería una pérdida.
Pero, tenía conocidos, amigos, que podían quererlas.
Como que su entrenamiento pasaría a la tarde.
Y así fue. Pasó toda la mañana en eso. Con una canasta en su cabeza, entró a la aldea de Sooga, ganando miradas curiosas de los primeros transeúntes. Indicó con su dedo que cada uno tomase una naranja —o más, si querían—, y ellos parecieron entender. En un primer momento, se llevaron cinco.
Más tarde, diez. Luego la cantidad, y popularidad, aumentó y ya estaba con la canasta casi vacía. Vaya que era grande.
Dio una última mirada a la aldea detrás de él: algunos niños comiendo, otros pelando las naranjas, unos adultos guardandolas en sus casas, y una señora haciendo jugo. Aun quedaban, ¿y si se las quedaba?
Entonces, su tormento diario apareció.
La joven de moños se paró frente a él curiosa. Lo había visto desde el Goh Rong, con una canasta bastante grande, observando con detenimiento la aldea. ¿Por qué todos tenían naranjas? Carraspeó un poco, para llamar la atención del ninja. Este se giró hacia ella, alzando las cejas, y pareció prever su próximo movimiento.
Antes de que ella se decidiese a besarle, se fijó que dentro de la canasta habían unas cuantas naranjas. Entonces lo entendió.
¿Y eso? Preguntó con la mirada y una ceja alzada.
Naranjas. Aparecieron en la mañana en esta canasta. Eran demasiadas, las regalé casi todas.
Sí, es increíble el nivel de comunicación visual de estos dos.
Garu tuvo una idea. A sabiendas de que ella podría tomarlo como algo romántico o parecido —todo lo que viniera de él, era romántico para ella—, le entregó una naranja. Ella le miró sorprendida, luego a la naranja, luego a él, y luego la naranja.
Alzó una ceja. ¿Por qué parecía tan indecisa? A estas alturas le hubiese arrancado el objeto, o fruta en este caso, con todo y mano. Contuvo un sonido de asombro, que empezó a brotar de su garganta. Pucca estaba nerviosa.
Eran pocas las veces que ella estaba nerviosa frente a él, o con algo respecto a él. Le parecía un suceso increíble, y divertido.
Se fijó en que sus manos tomaron la naranja, y ahí quedó. Ella pareció agradecer con la mirada, nada más.
¿No la vas a comer?
Pucca por su lado sudó frío.
No tengo hambre.
Mentira, siempre vas a buscarme antes de desayunar.
Rayos.
Sonrió, aunque esto fue como una mueca mal hecha. Garu la miraba fijamente, expectante a lo siguiente que comunicara.
¿Cómo mentirle a este señor que la conoce tan bien? ¡Por el maestro Soo!
Dejó salir un suspiro.
No sé pelar naranjas.
Era vergonzoso. ¡Tenía 14 años! Debería saber pelar una naranja. Pero estas le daban guerra, siempre quedaban mal peladas, con trozos pegados, o casi nada de naranja comestible. Eran su enemigo.
Garu contuvo la risa. Ver el puchero de su novia era adorable. Tenía los cachetes inflados y rosados, había fruncido el ceño y parecía mirar asesinamente a la pobre naranja. Estiró su mano y tomó la naranja, ante la mirada atenta de ella. Sin más, la peló como si fuera lo más fácil del mundo —que así era—.
Ella le miró fascinada, y luego tuvo la naranja pelada perfectamente en sus manos, dando un gran mordisco la probó y saboreo. ¡Divina! Garu por otro lado, sonrió.
Quién lo diría, Pucca era fuerte y perfecta en muchas cosas, pero era malísima en otras.
Sin dudas, ella tenía sus puntos débiles.
Como pelar una naranja.
Comió otra naranja, mientras disfrutaba —dentro de sí—, la cara de satisfacción de su novia al comer.
Aun quedaban naranjas.
Nota de autora: Pucca no puede ser perfecta en todo. Yo, por ejemplo, no puedo pelar una, ¡son mis enemigas! Llega mi hermano menor y lo hace como si nada. ¡Espero les haya gustado!
¡Gracias por leer!
