Disclaimer: Pucca pertenece a su creador, Boo Kyoung Kim. La trama me pertenece.
Palabras: 425.
Garu sabía quién era Pucca.
Lo supo desde el momento que la conoció.
Era luz.
Una bendita luz que iluminaba hasta el ser más oscuro, incluso a quien no quería ser iluminado. Su sonrisa era luz, cuando ella sonreía todos podían ver que la habitación en la que estuviese se llenaría de brillo automático.
Era un farol andante.
Y lo peor, es que esa luz se posó en él. Todos los días, semanas, meses, años. Siempre era iluminado por ella, cuando se le tiraba encima, cuando le abrazaba, cuando le besaba, cuando le veía y sonreía.
Él no quería ser iluminado.
No quería ese torrente de luz.
Pero como siempre, el universo no le escuchaba. Pues ahora esa misma luz de la que él hablaba estaba encima de él, riendo como loca enamorada y besándole aun cuando él se resistiese.
Aunque no podía ignorar, que quiera o no, la luz se metió dentro de él.
Como cuando fue el aniversario de muerte de sus padres, Pucca nunca se separó de él. Ese día no quería ver a nadie, pero ella terca como siempre, nunca le abandonó a pesar de sus gruñidos y su potenciado mal humor. Siempre sonriente, extrañamente quieta, le acompañó todo ese día. Ya sea que le ayudó con los quehaceres del hogar, le preparó un té, tarareó varias canciones lentas y finalmente, nunca le miró con lástima.
Ese día fue un pilar, para evitar que se derrumbe.
Otra ocasión, cuando enfermó. Si bien, cuando era más niña era más… tosca en sus cuidados, ahora parecía haber madurado. Preparó numerosas infusiones para calmarle la tos, estuvo en vela esa noche intentando bajar la fiebre que tenía, cambiando el paño cada que lo necesitaba. No dejó que hiciera ningún esfuerzo, le acomodaba la almohada y la manta, estaba al pendiente de Mio, de sus comidas y sus medicinas.
Si hubiese estado solo hubiera muerto, seguro.
Y la última, cuando él decidía hacer viajes de entrenamiento, y en el que ella de una forma u otra se sumaba. Esos días ella nunca le interrumpía, siempre tenía algo preparado de comer para cuando el volvía a la zona donde acampaban. Sonreía y con la peculiar comunicación que tenían ambos, le contaba anécdotas. Le apoyaba.
Esa misma luz que no quería.
Odiaba estar tan agradecido con ella.
Odiaba que ella tuviera un corazón de oro.
Odiaba que fuera tan buena en todo.
Odiaba… que su luz hubiera entrado en su corazón.
Odiaba no poder odiarla.
Odiaba amarla.
Ese torrente de luz, al final, había iluminado su corazón.
Nota de autora: Este me gustó como quedó. Espero les haya gustado.
¡Gracias por leer!
