El jefe de casa de Hufflepuff sintió una gota de sudor cayéndole por la sien. Despacio, sinuosa, se deslizó por delante de su oreja por su mandíbula antes de perderse en el cuello de su camisa. No hizo nada por secar la siguiente, sabía que eso era parte del juego. En la otra punta de la mesa de profesores, el jefe de Slytherin contaba cada gota de sudor como un premio, al igual que los ligeros estremecimientos que le sacudían, cada vez más seguidos.

Sintió aumentar la intensidad en su interior. Apretó los dientes, tratando de evitar la tentación de cerrar los ojos para disfrutar del masajeo en su próstata. No podía, ante él, todo Hogwarts cenaba. Tenía que guardar la compostura, se repetía mentalmente, como un mantra. Y no podía girarse a mirar a Theo.

Theo tenía esa capacidad tan Slytherin de poner el rostro completamente en blanco. Lo envidiaba, mucho, porque a él estos juegos le costaban un esfuerzo. Cada vez que Sinistra, sentada a su lado, se giraba a decirle algo, Theo subía la intensidad. Malditos gemelos y sus inventos, iban a acabar con su cordura.

Trató de concentrar la mirada en la mesa de Hufflepuf, para que al menos pareciera que estaba haciendo su trabajo. La cena se le estaba haciendo eterna, cada vez notaba más empapada la camisa bajo la túnica, cercos de sudor bajo las axilas y en la espalda. Sonrió levemente, sabiendo que cuando llegaran a su habitación esa noche, su serpiente disfrutaría lamiendo el rastro salado.

Era la primera vez con este juguete, no hacía ni 24 horas que lo había recibido. Había pocas cosas que hicieran mostrar a Theo más entusiasmo que tener un nuevo juguete sexual. Antes de cenar ya le había atrapado contra la pared de la ducha y explicado con muchas palabras sucias lo que iba a hacerle el vibrador mientras cenaban. Y se había corrido con tres dedos dentro de él, maravillosamente estirado y preparado para que se lo insertara, asegurándose además una mayor duración.

Al salir el postre, estaba tan duro que le dolía. Sinistra le preguntó si se sentía bien, porque se veía sonrojado y sudoroso. Quizás me estoy resfriando, le contestó con voz ronca, mientras sentía la intensidad aumentar de nuevo. No tenía ni idea de cuál era el límite de aquel cacharro, pero tenía claro que estaba a dos cucharadas del postre de correrse sentado a la mesa, delante de todo el colegio.

Entonces se paró. De repente, haciéndole sentir como el que coge carrerilla para saltar al vacío y se para en la punta del acantilado. Frustrado y perplejo, no pudo evitar volverse a mirar a Theo. No estaba. Frunció el ceño, eso no era parte del plan. Levantó la vista hacia la mesa de Slytherin, y lo vió. Acompañaba a un alumno que reconoció como de segundo, supuso que a su sala común o a la enfermería.

Al menos podré ponerme de pie, se dijo. Demasiado esperar, se dijo dos segundos después de ponerse en pie para salir del Gran Comedor, cuando el aparatito se puso a vibrar en lo que creyó que era su modo más potente.

Como pudo, puso un pie ante otro, la espalda recta y los dientes aún más apretados , para salir a toda prisa. Nunca el Gran Comedor se había hecho tan largo. No se molestó en subir a su habitación, bajó las escaleras a las mazmorras, podía esperar a Theo en su cuarto. Desnudo y tocándose antes de morir de un infarto.

Esa fue la imagen que recibió a Nott al entrar en su dormitorio diez minutos más tarde, después de dejar a su alumno a salvo en su propio dormitorio. Neville, desnudo y a cuatro patas, gimiendo todo lo que no había podido gemir en la hora anterior.

No se acercó aún, disfrutó de la vista de su pareja, con las manos engarfiadas sujetándose a las sábanas para no tocarse, moviendo las caderas en círculos. Tocó otro botón del mando, benditos juguetes mágicos, y el vibrador creció de tamaño al de un pene bien dotado. El gemido de Neville cuando un movimiento de mete y saca se unió a la vibración fue tan largo que pensó que se había corrido. Pero no, su chico seguía aguantando, mordiéndose el labio, el sudor goteando de su frente a las sábanas.

Se desnudó con un pase de varita. Estaba casi tan al límite como Neville. En la ducha no se había permitido correrse, y después había pasado toda la cena observando los cambios de expresión de su pareja. Había disfrutado de imaginar el sudor corriendo por su espalda y la dureza de su pene rozándose contra la costura del pantalón bajo la túnica.

Gateó sobre la gran cama para llegar hasta Neville. Se puso de rodillas tras él y le abrazó con todo su cuerpo, reconfortándole con su presencia. Besó sus sienes sudorosas y deslizó su lengua por el cuello, bajando lentamente por la columna vertebral, disfrutando del sabor salado. Al llegar al juguete, bordeó con su lengua los tensos bordes del agujero de Neville, que le respondió con un gemido estrangulado.

—Theo por favor, por favor.

— ¿Qué necesitas, cariño? —le preguntó con voz sedosa, entre lametazo y lametazo a sus testículos.

— Te necesito a ti.

— Ya me tienes.

Rodeó con su mano el pene babeante del rubio y no le quedó duda de que estaba al límite por el quejido dolorido que le acompañó al deslizar la mano arriba y abajo.

— Dentro. Por favor, por favor, por favor...

La voz de Neville se convirtió en un susurro cuando sintió el juguete salir de su ano y ser sustituido por algo más grande y más caliente. Se movieron juntos, tres, cuatro empujones, la próstata de Neville tan sobreestimulada que veía lucecitas ante él, tenía la certeza de que iba a ser uno de esos que le haría desmayarse.

Y así fue. Apenas tuvo fuerzas para gritar el nombre de Theo antes de correrse con tanta fuerza que perdió el conocimiento. Con cuidado, Theo lo sujetó para evitar que cayera sobre la parte sucia de la sábana. Lo acomodó y tapó, haciendo caso omiso a su propia erección a punto de explotar. Se metió en la cama, colocándose a su espalda. Repartió besos por su cuello y hombros, dándole tiempo a su cerebro a reiniciarse.

Neville parpadeó aturdido al volver en sí. Estaba bien tapado, mimado como siempre por su pareja. Su pareja que, tumbado tras él, esperaba con paciencia a que volviera a su ser. Con una sonrisa, echó la mano hacia atrás para sujetarle de la cadera y animarle a hacerlo. Con cuidado, Theo le levantó ligeramente la pierna para entrar en él desde atrás. Se movieron lentos, sinuosos, alargando el momento para disfrute de Theo.

Nott se corrió susurrando un "Nev" estrangulado, con la frente apoyada entre sus omoplatos y un suspiro de felicidad. Agotados y saciados, se durmieron uno en brazos del otro, con una sonrisa en la boca y la certeza de que repetirían.