Me han reprochado últimamente varias veces que tengo tendencia a escribir a Ron y a su hermana como los malos muy malos de mis historias. Es cierto, y cuando lo hago trato de darles otra historia que compense un poquito. Pronto va a haber un Ron de los que nos caen gordos, así que me disculpo por adelantado con un poco de Romione. Sí, ya lo sé, sexo hetero. Pero ya sabemos que, de las parejas hetero del fandom de Harry Potter, ellos son de los más queridos.
Espero que los disfrutéis, a mí me ha gustado mucho escribir este Ron. Este OS infiltrado es el 2º del San Calentín 2022. ¡A vuestra salud!
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A Ron le encantaba su vida. Adoraba a su mujer y sus hijos, disfrutaba de su trabajo de auror y del tiempo libre con sus amigos. Cada viernes, al salir de trabajar, los antiguos compañeros de habitación se juntaban en el pub de Seamus en Hogsmade para tomar una cerveza y ponerse al día.
Siempre era divertido, pero había días en los que la conversación tomaba derroteros incómodos. Incómodos para él, que era el único que tenía una mujer en su vida. Harry estaba felizmente casado... con Malfoy. Con el paso de los años había aprendido a apreciar al hurón, tenían sus desacuerdos, pero en general era bastante fácil convivir con él. Seamus y Dean llevaban juntos desde el colegio, eran la pareja eterna. Y el último en caer había sido Neville, a manos de Nott, su compañero de claustro en Hogwarts
La tercera cerveza solía ser la que daba pie a esas conversaciones incómodas y en aquella ocasión fue Neville el que abrió la veda. Llegó tarde, sonrojado y sudoroso, los demás ya estaban en esa tercera cerveza peligrosa, así que el chiste era lo que cabía esperar:
— Reconócelo, no ha sido una tutoría que se ha alargado, tienes cara de recién follado —le dijo Seamus mientras dejaba delante de él una pinta.
Ron se atragantó, generando una carcajada. Además del único hetero, era el único pudoroso.
— La culpa es de los gemelos —confesó Neville entre sorbo y sorbo.
Los demás sonrieron como si entendieran, pero Ron se quedó con el vaso en la mano y las cejas arqueadas.
— ¿Qué pintan mis hermanos en esto?
— Hoy hemos recibido un juguete nuevo y Theo quería probarlo.
— Oh, ¿ya está disponible? Lo vi en el catálogo del mes pasado y no me acordé de reservarlo —comentó Dean.
— Disculpad —interrumpió dando un par de golpes con los nudillos en la mesa— ¿alguien puede aclararle al hetero de qué va esto?
— Ron, hermano, tienes que ponerte las pilas —le contestó Harry divertido—. Hablan de la sección de juguetes para adultos de tus hermanos. El mayor acierto empresarial de los últimos años, si me permites hablar como inversor.
— ¿Juguetes para adultos? —preguntó, su mente llena de confusas imágenes de balones y muñecas.
— Creo que tengo el último detrás de la barra, espera —dijo Seamus, alejándose.
Volvió, sonriente, y se sentó en las rodillas de Dean mientras le alargaba un catálogo a todo color. Lo abrió, por un lugar al azar, y se encontró con una imagen en movimiento de una mujer con una fusta.
— ¿Pero qué coño? —exclamó, soltándolo como si quemara.
Harry lo tomó y ojeó hasta llegar a una página que le hizo sonreír.
— Nosotros disfrutamos mucho siendo los conejillos de indias de este —señaló con un dedo.
El artefacto era literalmente una boca. Según la explicación, podías elegir tipos de labios y darle velocidades diferentes a la lengua.
— Espera, ¿esto es un cacharro que te la chupa? —preguntó pasmado.
— Y es fantástico, a Draco le gusta usarlo mientras le follo.
Ron pensaba que ya estaba todo lo rojo que se podía estar, pero no, el comentario de su amigo y la imagen mental subsiguiente le hicieron hervir la cara.
— Este nos ha dado grandes momentos a nosotros —comentó Dean, pasando dos páginas.
Neville asintió también.
— La primera vez que lo usamos casi me da un infarto en medio de la cena.
Ron leyó por encima hasta llegar a las palabras "masaje prostático".
— ¿Qué es esto? —preguntó curioso, señalando las palabras con el dedo.
— Este aparatito se inserta en el culo y vibra. Se puede controlar a distancia y transformarlo en un dildo de este tamaño —explicó Seamus, haciendo un gesto con las manos que describía algo del tamaño de un vaso de pinta— Hace un par de noches me lo puse para trabajar y a los diez minutos tuve que subir a casa para correrme, es bárbaro.
El pelirrojo se quedó callado, absorbiendo información mientras sus amigos intercambian comentarios sobre los productos del catálogo. Al cabo de un rato, Neville se inclinó hacia él y preguntó.
— ¿Estás bien? Parece que te hemos perdido hace un rato.
— Solo estaba pensando que nunca había imaginado que existieran estas cosas. ¿De verdad eso del masaje prostático es tan genial?
— ¿Nunca te ha metido Hermione un dedo en el culo? —interrogó Seamus, sin filtros.
Negó con la cabeza, colorado como un tomate de nuevo.
— Pues amigo, termina esa cerveza y vete a tu casa con tu mujer a recuperar el tiempo perdido.
Llegó a casa con el tema aún dando vueltas en la cabeza. Hermione estaba acurrucada en el sofá con un libro, pero le sonrió cuando se agachó a besarla antes de dejarse caer junto a ella.
— ¿Qué tal los chicos?
— Bien, bien. Harry nos invita mañana a cenar en su casa.
— Estupendo. ¿Vamos a la cama? —preguntó, apartando la manta de cuadros con la que se abrigaba y bajando los pies del sofá.
Se sonrojó, ese día se sentía como un semáforo muggle, pero asintió y la siguió hacia el dormitorio.
— Oye, Herms, ¿tú sabes lo que son los juguetes para adultos?
Su mujer le miró con las cejas enarcadas y el cepillo de dientes en la mano.
— Claro. ¿Y esa pregunta?
— ¿Por qué nunca hemos hablado de eso? Igual podríamos probar alguna cosa.
Hermione dejó el cepillo de dientes en su vaso sobre la repisa y le puso la mano en la frente. Él la miró confuso, sin entender.
— Es la manera muggle de comprobar si tienes fiebre. ¿Qué bicho te ha picado?
— Los chicos son clientes de la sección de adultos de los gemelos. Me han enseñado el catálogo y bueno, parece que ellos son muy aficionados.
Su mujer no dijo nada. Se quitó la bata y se metió en la cama. Ron suspiró y entró en el baño para prepararse para dormir, así que no se esperaba al salir encontrarla con un catálogo entre las manos y una sonrisa pícara.
Repasar juntos el contenido del catálogo bastó para calentar bastante el ambiente. Al cabo de un rato, el catálogo estaba tirado en el suelo y Hermione le estaba chupando la polla con dedicación. Su mujer tenía una boca increíble, nada que envidiar a esa de plástico, seguro. Y ese pensamiento le trajo de nuevo el comentario final de Seamus.
— Cariño...
— ¿Mmm? —le respondió sin sacársela de la boca.
— ¿Harías algo por mí?
Ella le soltó y le miró, con una ceja arqueada.
— ¿A qué viene tanta ceremonia?
— Me da vergüenza —confesó, muy rojo.
Ella subió a besarle, con una sonrisa comprensiva.
— Va, suéltalo.
— Los chicos dicen que... —respiró— que da mucho gusto que te metan el dedo en el culo.
Ella soltó una carcajada y le volvió a besar. Él la escuchó abriendo un cajón y al cabo de unos segundos cerraba de nuevo sus labios con fuerza alrededor de su polla, haciéndole dar un respingo. Cerró los ojos y disfrutó, hasta que sintió un dedo resbaloso rondando más allá de sus testículos, acariciando su perineo. Los abrió y se incorporó, sobresaltado, pero Hermione le puso la mano libre en el pecho para que volviera a acostarse.
— Ahhhh —gritó, sorprendido, cuando su mujer hizo eso tan genial que hacía con la garganta a la vez que le metía medio dedo de golpe.
El resto de la mamada se le fue en una nebulosa de tensión, estar a la expectativa y gemir cada vez que el dedo de su mujer entraba más profundo, hasta que tocó algo. Un puntito que le hizo pegar otro brinco y gemir como no se había oído gemir a sí mismo en la vida.
— Ahí, Herms, ahí.
Ella sonrió alrededor de su polla y redobló sus esfuerzos. Tardó exactamente dos minutos en correrse en su garganta, con un grito, con los dedos de los pies engarfiados y agarrado a las sábanas con fuerza.
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Fueron probando cositas, para regodeo de los gemelos, claro, y de los muchachos, porque sus hermanos discretos como que no eran. Hasta que Hermione se vino arriba y compró EL JUGUETE, el de la discordia.
Vibraba. Aquello vibraba con tal fuerza que se movía por la mesa como si tuviera vida propia, así que cuando se imaginó esa cosa dentro de su culo sintió que el ano se le cerraba de miedo.
— ¿En serio te has ido a dormir al sofá? ¿No crees que lo estás sacando todo un poco de quicio? —le preguntó Harry durante su patrulla.
— Es una cuestión de orgullo. Ese cacharro es muy grande, tío. Y vibra mucho.
— Espera, ¿de orgullo? ¿Un dedo sí pero un vibrador no? Perdona pero es absurdo. Y sé que vibra mucho, yo tengo uno.
— ¿Y si me gusta? —acabó por murmurar, mirando al suelo.
— Si te gusta lo disfrutas. Eso no te convierte en gay, Ron —le respondió su amigo, demostrando que lo conocía muy bien.
— ¿Y si a Hermione le gusta más que lo de siempre? ha comprado uno para ella también.
Harry suspiró y le echó el brazo sobre los hombros.
— Hermano, deja de darle vueltas y háblalo con tu mujer. Los juguetes son para innovar, pero nada te obliga a usarlos siempre.
Ron se revolvió el pelo con un bufido que sonó a "Malditos gemelos".
Cuando llegó a casa esa noche, Hermione no había llegado todavía. Se metió en la ducha y, mientras se enjabonaba el pelo se permitió imaginar. La sensación del dedo de Hermione presionando su próstata. Merlín, cada vez que se la chupaba y hacía ese gesto con el dedo era como un corrientazo. Cerró los ojos tratando de imaginar como sería algo vibrando ahí. Tragó saliva y apoyó una mano en la pared de la ducha mientras llevaba la otra, temblorosa, hacia su entrada, tentado de probar a hacérselo él mismo e imaginar que era su mujer.
— ¿Ron?
La voz de la Hermione real fuera de la ducha le sobresaltó de tal manera que dio un respingo, se dio con la alcachofa de la ducha en la cabeza y acabó tirado en el suelo de una forma muy poco digna. Y al verse en esa postura se dio cuenta de que oh... tenía una erección de caballo sin haber llegado a tocarse.
— ¿Estás bien? —preguntó su mujer abriendo la cortina preocupada.
Aturdido, no acertó a levantarse ni a taparse la entrepierna. Los ojos de Hermione se abrieron bastante y se tapó la boca para no soltar una carcajada.
— ¿Necesitas ayuda? —le tendió la mano para ayudarle a levantarse.
Ron la miró, tomó la mano que ella le tendía... y tiró hacia él. Su mujer cayó sobre él con una carcajada que se cortó con un beso, un beso hambriento en el que pronto estaban compitiendo por el poder. Esa era su mujer, la abogada que hacía temblar al Wizengamot, la amazona que había hecho de su matrimonio un reto continuo.
La desnudó con manos nerviosas, sin dejar de besarla mientras ella se frotaba con su erección. En medio de su entusiasmo, se movió con energía, buscando más fricción con ella, y se golpeó la cabeza de nuevo, esta vez con el grifo.
— Nena, podríamos irnos a la cama —gruñó dolorido, frotándose la cabeza.
Ella volvió a reírse y se incorporó, tendiéndole de nuevo la mano para ponerse de pie. La siguió mientras ella caminaba con su habitual contoneo acabando de quitarse la ropa. La paró justo en el momento en que tomaba la bata, dejando clara su intención de dar por terminado el interludio sexual.
— ¿Qué haces? —le murmuró, cogiéndola por detrás y acariciándole con la nariz el cuello.
— Vestirme para hacer la cena.
Pintó una sonrisa torcida antes de cogerla en brazos, haciendo que soltara un gritito un poco indigno en ella.
— No, cariño. Vamos a la cama. Tenemos un tema pendiente.
Hermione elevó una ceja, sorprendida. Su marido la dejó con cuidado sobre la cama y se alejó para abrir el cajón de la mesilla.
— ¿Ron? —preguntó, fuera de juego.
El pelirrojo se acercó a ella moviéndose sobre sus rodillas, con un paquete en una bolsa de tela y un botecito, haciendo que ella elevara la otra ceja también.
— Muéstrame —le dijo, tendiéndoselo.
— ¿El qué exactamente? —le contestó precavida.
— Cómo funciona.
Ella sonrió, con un brillo triunfante en los ojos, y le agarró de la nuca para besarle. Jugó con su lengua, mordisqueó sus labios y los lamió juguetona mientras le acariciaba despacio.
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Circe, la vibración, la sensación de estimulación continua en su próstata era al mismo tiempo terrible y excitante. Y un poco adictiva. Solo eso explicaba que, unos días después, cediera a hacer una locura.
Odiaba el uniforme de gala. El de diario estaba pensado para ser cómodo, para poder moverse sin dificultad, y reforzado con cuero donde era necesario. El de gala era ostentoso y estaba creado por alguien que pretendía presumir de los cuerpos de los aurores, así que era incómodamente ceñido, especialmente los pantalones.
— ¿Estás bien? —le preguntó Harry, viéndole removerse inquieto en la silla.
— Este uniforme es un asco, aprieta por todos lados.
— ¿Eso es lo que te hace sudar? —insistió, burlón— Si el uniforme te resulta incómodo será que quizá has cogido un par de kilos. Deberías venir conmigo al gimnasio.
No le contestó, porque no podía explicarle que tres noches atrás, en medio del subidón sexual, se había dejado convencer por Hermione para llevar el dichoso vibrador a la cena anual de recogida de fondos del cuerpo de aurores. Por lo general, era una cena aburrida, llena de discursos y él se pasaba un par de semanas protestando por tener que ir, así que a su mujer se le había ocurrido intentar hacerlo más divertido.
Harry se giró a hablar con Draco, sentado a su otro lado, y él se giró a hablar con su esposa. Estaba preciosa, como siempre, y ligeramente ruborizada también. Se inclinó para murmurarle al oído.
— ¿Estás tan incómoda como yo?
Ella sonrió con suavidad.
— No lo llamaría estar incómoda precisamente.
— Es una suerte que el mantel sea tan largo, no creo que pueda ponerme de pie.
Como respuesta, la sonrisa cambió a malvada a la vez que la vibración aumentaba.
— Hermione, por favor —suplicó entre dientes, sintiendo que se le contraía todo por dentro.
— Están coordinados, Ron, sufrimiento compartido.
— Pero tú disimulas mejor, joder —bufó, dejándose caer hace atrás en la silla, provocando que Draco le mirara con una ceja levantada.
Trató de poner buena cara, a pesar de que sentía que le vibraban hasta los dientes y el pene constreñido contra la tela del duro pantalón del uniforme. Y encima, vio al jefe levantarse de su mesa para acercarse al atril de los discursos.
— Voy al tocador —se disculpó Hermione, justo antes de que Robards comenzara a hablar.
La vio alejarse, con la espalda más rígida de lo habitual en ella. Maldijo entre dientes, ella al menos podría terminar con esa picazón. Trató de poner un gesto neutral mientras su jefe hablaba, sin escuchar realmente lo que decía, toda la sangre que debía irrigar su cerebro estaba concentrada bastante más al sur. Al cabo de unos minutos pensó que la vibración estaba disminuyendo, pero de repente sintió que le zumbaba el cuerpo. Apretó los dientes, sudando de nuevo.
— Voy a ver si Hermione está bien, tarda un poco —le dijo al oído a Harry, levantándose.
Caminó, al contrario que su mujer, lo más encorvado que pudo, tratando de disimular el bulto en su entrepierna. Al llegar a la puerta del tocador de señoras, miró a los dos lados, cerciorándose de que el pasillo estaba vacío. Empujó la puerta y entró a la espaciosa habitación.
— ¿Hermione?
La puerta del último compartimento se abrió sin más. Caminó apresurado, tanto como le permitía la dolorosa erección. Su esposa estaba sentada sobre el inodoro, con la varita en la mano y la falda del vestido enrollada en la cintura.
— ¿Estás bien?
— Iba a quitármelo.
Ron entró en la pequeña cabina y cerró tras él. Se puso en cuclillas con esfuerzo, buscando los ojos castaños.
— Y en lugar de eso le has dado más caña.
— He pensado que quizá te gustaría hacer algo más interesante que escuchar ese aburrido discurso.
— Seguro.
Con manos un poco temblorosas, y sin dejar de mirarla, introdujo los dedos en los laterales de las braguitas de su mujer y tiró de ellas hacia abajo, bajándolas por las torneadas piernas mientras las acariciaba. Se puso de pie y le tendió la mano para que ella lo hiciera también y la besó, sujetándola con fuerza por la nuca, presionando su dureza contra el vientre de Hermione, aún subida a su altos tacones. Ella, con manos frenéticas le desabrochó el pantalón y luchó para bajárselo.
— Mierda de uniforme —masculló, alterada.
Él no pudo evitar una carcajada mientras llevaba sus propias manos a la cinturilla de los estrechos pantalones y tiraba hacia abajo. En medio segundo la mano de Hermione estaba colándose en sus calzoncillos y tomándole. Estaba duro y húmedo.
— Sácatelo, Mione, por favor —murmuró entre dientes cuando la mano cálida de su esposa comenzó a masturbarle.
— No está ahí.
Incrédulo, llevó la mano hacia su voluptuoso trasero y la colocó sobre su entrada trasera: ahí estaban, las vibraciones se sentían sin lugar a duda.
— Joder. Ven aquí —le dijo, tomándola por la cintura y apoyándola en la pared— Rodéame con las piernas.
La ayudó, sujetándole por debajo del trasero. En cuanto pudo liberar un brazo, usó su mano para guiarla hasta la entrada húmeda de su esposa. Entró de un empujón, haciendo que los dos gimieran. Escuchó el susurro de Hermione haciendo el hechizo para aumentar la intensidad de la vibración al máximo.
La empotró contra la pared, sin miramientos. La vibración en su próstata era una locura, se sentía tan duro que creía que iba a explotar. Hermione se aferró a su cuello con los dos brazos y movió la pelvis también hacia el, jadeando en su boca.
— Más fuerte, Ron.
Con un rugido, la sujetó más fuerte por las nalgas y aumentó la velocidad, pistoneando dentro de ella con dureza, sintiendo como rozaba en cada penetración ese punto que la volvía loca al fondo de su vagina. Tan adentro que podía sentir las vibraciones de su recto.
Entonces uno de los talones de Hermione presionó sobre el vibrador en el ano de Ron, dejándolo fijo contra su próstata. Con un aullido, dio tres empujones más y se corrió. Quieto dentro de su mujer, profundamente enterrado en ella, sintió su orgasmo apretándole mientras la espalda de ella se curvaba y echaba la cabeza hacia atrás con un largo gemido.
El discurso del jefe Robards acababa de terminar cuando Ron volvió a sentarse.
— ¿Todo bien? —preguntó Harry, inclinándose hacia él al verle llegar solo.
No se le pasó por alto el pequeño respingo de Ron al dejarse caer en la silla junto a él.
— Sí, sí. Hermione estaba un poco mareada, no ha debido mezclar el champagne del cocktail con el vino de la cena.
Su amigo le miró con una sonrisilla que le decía que no se lo creía, pero no preguntó nada más, se limitó a darle una palmada en la espalda y a girarse hablar con su marido. Ron tomó su copa de vino y dio un largo trago mientras veía venir a su esposa hacia la mesa. Todavía se veía un poco acalorada, pero su vestido, peinado y maquillaje se veían impecables de nuevo, preparada para soportar el resto de la cena.
