Ron era un glotón. Esa era una verdad universal conocida por todo Hogwarts. Ya una vez, en sexto año, la mala costumbre de comerse todo lo que le ponían delante había estado a punto de matarle. Pero ¿había aprendido? noooooo diría Hermione.

El día que cumplía 19 años, la montaña de regalos a los pies de su cama era considerablemente más grande que la de años anteriores.

— Esto de ser un héroe de guerra mola ehhh. —Le chinchó la voz de Seamus desde la cama de Dean.

— Yo revisaría por si acaso. —La voz gruñona de Neville llegó desde el baño.

— El colegio ha puesto detectores de magia oscura en las entradas de correo —comentó Dean, rebuscando entre la ropa desperdigada por la cama su corbata.

Harry se levantó sonriente y se acercó a abrazar al cumpleañero.

— Felicidades, hermano. Disfruta de esto, te lo mereces.

No sabía por dónde empezar, había tantos paquetes... Los ojos se le fueron enseguida a una caja de lata que gritaba GALLETAS. No se equivocaba, la abrió y el inconfundible olor a galletas caseras le inundó la nariz. "Mamá, te superas cada día", se dijo. Eran una auténtica obra de arte, cada galleta representaba a uno de sus amigos: Harry, Hermione, Neville, Dean y Seamus como los clásicos gingerbread man. Y en la parte de abajo de la caja, una más grande que le representaba a él. La nota adjunta decía: "No seas glotón, una para cada día. Feliz cumpleaños"

Soltó un suave gemidito de felicidad al descubrir que los adornos de las galletas eran de caramelo. Sin pensarlo, tomó la de Neville y se la llevó a los labios mientras abría paquetes.


Neville estaba entrando a la ducha cuando sintió un hormigueo en el dedo gordo del pie. Pensó que se había dado un golpe, le pasaba muchas veces. Al encender el grifo y meterse bajo el agua caliente, la sensación disminuyó.

Se enjabonó el pelo con el ceño aún fruncido. Desde que había terminado la guerra, estaba frustrado. Frustrado y gruñón. No acababa de entender porqué se sentía así, pero el caso era que cuanto más tiempo pasaba, más le costaba autosatisfacerse y peor humor gastaba, era un círculo vicioso.

Al empezar a aclararse, volvió a sentir el hormigueo: empezaba en el dedo gordo del pie derecho y subía por el gemelo hasta la rodilla. Era... como un movimiento de succión que acababa en una lamida de la planta del pie. Miró hacia abajo, sorprendido. No había nada visible. Y al recorrer de nuevo el camino ascendente con su mirada, lo vio: erguido y brillante, señalando hacia la pared congestionando de sangre como no lo había visto en meses.

No se atrevía siquiera a tocarse, solo podía mirar, el agua de la ducha cayéndole en cascada sobre los hombros encorvados. Encontró una pauta, cada vez que sentía el cosquilleo que parecía una lamida en el empeine, su pene daba un saltito. Luego hubo un pequeño cambio y sintió un mordisqueo en los dedos de los pies que hizo a sus testículos apretarse y levantó aún más el ángulo de su erección.

Estaba al límite, por primera vez en meses sentía que iba a poder correrse. Despacio, con algo de miedo, bajó la mano y se lo cogió con cuidado. Quería alargar aquello, disfrutarlo por si no volvía a ocurrir. Se acarició al ritmo de las lamidas y mordidas, apretando los dientes, la otra mano contra la pared para sujetarse, todo el cuerpo en tensión.

Otro cambio de sensaciones le llevó cuesta abajo hacia un orgasmo sensacional: sintió la succión empezar en su entrepierna, rozando sus testículos. Dos subidas y bajadas más y sus rodillas se doblaron cuando regó los azulejos con varios meses de semilla acumulada. Apoyó el antebrazo en la pared, la cabeza aún agachada, las piernas temblorosas amenazando con dejarle tirado en el suelo de la ducha.


— ¿Otra galleta?

Ron levantó la cabeza y miró a Hermione con el ceño fruncido.

— Mi cumpleaños, mis galletas.

En el aire quedó un "me las como cuando me da la gana". Tomó una de la caja y se puso cómodo en su sillón favorito de la sala común, con un libro sobre quidditch que le había regalado Harry. Se puso la galleta entre los labios y lamió con gula una de las manitas del muñeco.

En el dormitorio de los alumnos de octavo, Seamus estaba tumbado en la cama de Dean, que estaba reunido con la jefa de su casa. Tenía abierto el libro de Transformaciones junto a él, pero la realidad es que estaba tumbado sin más, con la vista puesta en el dosel de la cama.

Empezó como un calambre, en la punta de los dedos de la mano izquierda. La agitó molesto, pensando que se le estaba durmiendo. Poco a poco la molestia fue cambiando. Se espabiló un poco cuando se dio cuenta de que sus dedos índice y corazón se sentían como cuando él o Dean los lamían antes de...

Levantó la cabeza lo suficiente como para darse cuenta de que tenía una erección. La miró perplejo. No se había tocado, ni rozado siquiera. Pero su jodido cerebro pervertido se había puesto en marcha con la sensación de succión y humedad en los dedos.

Siguió mirando un par de minutos más la creciente erección, enterrada bajo los pantalones del uniforme, mientras que la sensación de ser lamido subía por la palma de la mano y el antebrazo hasta el pliegue del codo. Después siguió ascendiendo hasta su axila; uno de sus puntos débiles. Su pene dio un pequeño salto al sentir las cosquillas de una lengua entre el pelo.

El hombre de acción que llevaba dentro lo tuvo claro: en menos de lo que se tarda en decir Snitch se había desnudado de cintura para abajo. No con magia, sino con sus manitas, aprovechando a rozarse.

Dean venía pensativo por el pasillo, pensando en su charla con McGonagall. A tres metros de la puerta de su habitación, el gemido fue tan claro que le puso los pelos de punta. Entró a su cuarto y la imagen que se encontró le hizo, sin pensarlo, bloquear y silenciar la puerta. Sobre su cama, Seamus estaba masturbandose a toda velocidad, con tres dedos profundamente enterrados en su culo.

Se lanzó en plancha, sin dudar. Besó a Seamus con mucha saliva mientras se desnudaba rápidamente. Le metió dos dedos en la boca, que lamió y empapó goloso antes de unirlos a los tres que ya montaba.

— Oh joder —exclamó Seamus, encorvándose—. Si vas a follarme, hazlo ya, estoy casi...

No le dejó acabar, sacó todos los dedos y los sustituyó por su pene. A pesar de estar bien dilatado, la follada casi en seco tenía un punto de dolor, como a su novio le gustaba. Le jodió, más bien taladró, mientras Seamus gritaba palabrotas en gaélico.

El primer crujido coincidió con el comienzo del orgasmo de Seamus. El segundo con el empujón definitivo de Dean. El tercero les pilló ya con Dean tumbado recuperando el aliento sobre Seamus, que le abrazaba fuerte cuando la cama se vino abajo.


Si había algo realmente peligroso en la biblioteca era que la señora Pince te pillara comiendo. Hermione miró a Ron muy mal cuando lo vio sacar una galleta del bolsillo de su túnica. Si la bibliotecaria les pillaba, les echaría a los tres y les impediría el paso para lo que quedaba de curso.

A Ron las malas miradas de Hermione le resbalaban bastante, estaba ya inmunizado contra ellas, así que rompió una de las piernas de la galleta y se la puso entre los labios. Desde donde ella estaba, podía ver con claridad el zapatito del muñeco de galleta en el otro extremo del trozo.

Moviendo la cabeza con exasperación, Hermione volvió su atención a sus apuntes de Pociones. Frunció el ceño brevemente cuando sintió un calambre en el muslo. Cambió de postura ligeramente, pensando que era del rato que llevaba sentada. Frente a ella escuchó los dientes de Ron masticando la galleta. Lo miró brevemente, justo para ver entrar en su boca el zapatito de caramelo. Y sintió un calambre en el pie.

Ron cortó la otra pierna de la galleta. Con el ceño aún más fruncido Hermione observó como se la ponía entre los labios. Al sentir el calambre cercano a la ingle, dejó la pluma sobre la mesa y se recostó en el respaldo de la silla, sin perder de vista al pelirrojo. Conforme la galleta desaparecía en sus labios, notó un hormigueo subiendo por la puerta hasta alcanzar el pie, justo en el momento en que el zapatito desaparecía en su boca.

Lo miró detenidamente mientras él cortaba los brazos. Cada mordisco de los pequeños trozos de galleta corría desde su mano como un hormigueo contiguo que se acumulaba en su bajo vientre. Estaba sofocada, y sorprendida. Se llevó los dedos a los labios cuando pasó a comer la pieza redonda que representaba la cabeza del muñeco.

Al llegar a la pieza principal, la que representaba al cuerpo, Hermione se levantó de un salto, haciendo un ruido con su silla que le ganó una mala mirada de la bibliotecaria. Salió apresurada, con las mejillas muy sonrosadas, y corrió al baño más cercano.

Cerró la puerta con tres hechizos diferentes antes de dejarse caer sobre la tapa de uno de los retretes. El hormigueo se había concentrado en sus pechos en ese momento. Jadeante, se metió una mano bajo la falda y frotó con fuerza las braguitas humedecidas sobre su clítoris inflamado.

Se abrió de golpe todos los botones de la camisa del uniforme para acceder a su sostén. Pellizcó con fuerza un pezón, disfrutando de la rugosidad del tacto del encaje sobre la piel sensible. La otra mano movió, ansiosa, la tela de la entrepierna para poder acceder a sus pliegues. Gimió con fuerza cuando se frotó el clítoris con el talón de la mano mientras se introducía dos dedos.

Los últimos hormigueos se sintieron como si estuvieran mordisqueando el clítoris que frotaba con fuerza. Se arqueó sobre el retrete, apoyando los talones en el suelo y gritando un "OH DIOS" cuando un orgasmo la noqueó, mojando intensamente su mano.

En la caja de galletas quedaban solamente tres. Hermione reflexionó acerca de lo que había ocurrido y lo que debía hacer a continuación. Podía ir a hablar con Ron; no tenía claro si su amigo era consciente de lo que estaba pasando. ¿Y si lo era? ¿Qué iba a hacer al respecto? Podía avisar a Harry y a Dean, que serían los siguientes.

Dos noches después, en la sala común, vio a Ron sacar otra galleta. Esta vez empezó por la cabeza y vio a Dean, que jugaba con Ron al ajedrez, tocarse la cara.

A mitad de galleta, el rubor en la piel oscura de su amigo era visible incluso desde donde ella estaba. Sudaba y se revolvía incómodo en su silla. Y entonces lo vio, se percató: Ron sonreía, una sonrisa que se parecía mucho a la de los gemelos cuando una de sus travesuras salía bien.

Enfadada, salió de la sala común al pasillo justo en el momento en el que Dean se rendía y subía apresurado las escaleras hacia los dormitorios. Caminó por los pasillos, sin rumbo, hasta chocarse de frente con algo que le hizo pararse en seco: en un pasillo oscuro, contra una pared, Harry se comía la boca con Malfoy de una manera escandalosa.