CAPÍTULO 3 (UN RECUERDO ESPERANZADOR)

Pasó sus manos por su cara tratando de espantar la pequeña mosca que pululan cerca, no quería recobrar la consciencia todavía, sus sueños eran lo suficiente sugerentes para que se abandonase a ellos. La luz que se asomaba por la ventana la reclamaba, le extrañó no escuchar el llamado de su madre o de su hermano y eso la incitó a abrir lentamente los ojos.

Miró a su alrededor desorientada, no se acordaba de en qué momento se había metido en la cama, ayer había llegado a casa muy tarde. Llevaba semanas sin descansar, tal vez más que eso y era la acumulación de cansancio en su joven cuerpo lo que la hacía querer rendirse esa mañana, como no había hecho en estos tres años.

Se levantó despacio, se había quedado dormida con la ropa del día anterior por lo que miró el reloj que marcaba las 8:30 de la mañana, sacó del armario algo de ropa y se encaminó al baño para tomar una ducha rápida.

Bajó con desgana a la cocina, sólo ahora había caído en la cuenta de que era domingo, un día nada productivo, ni clases, ni trabajo y tampoco tenía entrenamiento. Desde que había vuelto de la era feudal, había dedicado sus días a mantenerse ocupada solo así conseguía mitigar el dolor de extrañar a sus amigos y a InuYasha, un nombre que le dolía, cada sílaba que recordaba, consciente o inconsciente. Suspiró y sacudió la cabeza tratando de truncar el rumbo de sus pensamientos.

- Kagome, querida. iba a dejarte descansar porque anoche llegaste muy tarde del trabajo, pero ven siéntate a desayunar con nosotros.

La muchacha de cabellos aún húmedos por el agua, se encaminó al asiento como toda respuesta. Hasta la palabra ``siéntate´´ que acababa de pronunciar su madre era un recordatorio de él.

La señora Higurashi observaba a su hija comer, estaba seria, ella normalmente forzaba una sonrisa y decía que todo iba bien. Cuando Kagome regresó pensó que era cuestión de tiempo que rehiciera su vida pero no pasó mucho hasta darse cuenta de que había subestimado los fuertes sentimientos que existían entre aquel agradable muchacho de cabellera plateada y su hija.

Para Kagome no pasó desapercibido el escrutinio de su madre y decidió regalarle una pequeña sonrisa para tranquilizarla. No sabía en qué estaría pensando pero no quería preguntar porque abriría la puerta a que su madre le hiciera otro tipo de cuestiones. Hoy no estaba de humor para eso.

- ¿Qué tal va tu entrenamiento con el señor Kudu en el templo?- se atrevió a preguntar la mayor de las Higurashi.

- ¿El trabajo qué tal ha ido?- susurró la señora Higurashi, que pareció arrepentirse de la pregunta formulada. Ella sabía que a Kagome no le gustaba hablar de su trabajo, era una cuestión delicada ya que ella nunca estuvo de acuerdo en que su hija hiciera cosas tan peligrosas y en contraposición la menor de las Higurashi veía aquello como un escape, de alguna manera parecía hacerla sentir cerca de aquellos a los que dejó atrás hacía ya tres años.

- Mamá estoy bien. No quiero discutir.- contestó Kagome con tono apesadumbrado, intentando no dejar escapar la sonrisa que tantas veces le servía de escudo.

- Kagome, solo estoy preocupada por ti.

- Solo lo digo porque cada vez que empezamos a hablar de esto terminamos discutiendo.

- Sé que yo misma te pedí que si seguías con eso no me contaras nada y lo siento pero no puedo evitar la preocupación.

El ambiente en la mesa había dejado de ser ameno por lo que Sota y el abuelo se miraron entre ellos y escaparon con sigilo de lo que creían que se convertiría en un campo de batalla nuevamente. Aquella conversación era el preludio de tormenta.

Kagome suspiró y volvió a la carga- y lo entiendo mama, tampoco te lo reprocho pero sabes que este trabajo me ayuda a soportar su recuerdo, me da una posibilidad de volver a verlo y además ganó más de lo que ganaría trabajando un año en cualquier otro sitio, por no hablar del resto de privilegios que tengo, como la licencia anticipada de carnet y el coche que está aparcado fuera.- finalizó señalando hacia afuera.

- Sé que tiene ventajas, pero para mi tu seguridad es lo más valioso.- dijo como toda respuesta la señora Higurashi frunciendo el ceño.

- Mamá, con lo que tengo ahorrado ya podemos pagarle la carrera a Sota- la menor de las Higurashi no iba a dar su brazo a torcer.

- Sota aún es pequeño para que hablemos de la universidad, ahora quien deberías de pensar en su futuro eres tú. ¿Qué harás?- expresó exasperada.

La muchacha desvió su mirada y perdiendo parte del brío con el que había empezado la conversación contestó- No lo sé, ya lo veré.

- Kagome no trato de presionarte, intentó quitarte parte de ese peso que te has autoimpuesto desde que volviste.

La muchacha solo suspiró asintió y se levantó, puso una mano sobre el hombro de su madre para hacerla entender que todo estaba bien y luego se alejó despacio, necesitaba tiempo a solas, pensar cuál sería su siguiente movimiento.

Sus pasos la llevaron a la pagoda en la que se encontraba el pozo, tuvo la necesidad de entrar como hacía cada domingo durante esos tres años. Todo estaba en silencio, oscuro, de pronto le dio frío, ese que cala los huesos, el de la soledad.

Se adentró en la pagoda y se acercó al pozo con lentitud, como si no se atreviera a tocarlo, lo observó y pensó en lo mucho que había significado para ella, suspiró y despacio posó sus manos en la vieja madera, la acarició.

- Ya cumplí mi misión allí. Tengo que aprender a vivir en mi propio mundo - susurro en tono apesadumbrado- un mundo sin ti, InuYasha.

Cerró los ojos sintiéndose derrotada de pronto, esos tres años había dedicado su tiempo y esfuerzos en abrir el pozo, no había servido de nada. Día tras día se preguntaba qué sería de sus amigos y de él, con esa idea había aceptado aquel empleo, el entrenamiento y trabajaba duro en sus estudios, ahora ya graduada solo le quedaba una cosa, el futuro. No quería tirar la toalla y probablemente no lo haría nunca pero hoy se sentía desanimada, perdida como una pequeña niña.

Entre el afluente de pensamientos que corrieron por su mente cerró los ojos, tratando de dejarla en blanco, los dejó fluir, cuando encontró por fin la calma, el sonriente semblante de su amado apareció apretándole el corazón en un puño.

El aire peinó sus cabellos azabache y sus ojos se abrieron con sorpresa, su mirada avellana se clavó en el interior del pozo y sintió unas ganas inmensas de llorar. Había tantas emociones en su interior, felicidad, alivio, sorpresa, nervios, pena...pero haría lo que fuera para volver a verlo.

Se dio la vuelta, tenía miedo de salir de la pagoda por si el pozo se negaba a esperarla pero no hizo falta su madre estaba tras ella, había salido a hablar, dispuesta a pedirle disculpas y se quedó mirando la escena, cuando sus miradas se encontraron, lo supo, Kagome se iría y esta vez, no había muchas posibilidades de volver a verla.

- Ve- dijo con la mirada empañada en lágrimas- sé que aquí no eres feliz, así que no dudes. Solo prométeme que te cuidaras- dicho esto la abrazó con fuerza y la miró tratando de memorizar hasta el último detalle de su pequeña.

Kagome esbozó una pequeña sonrisa y se limpió las lágrimas asintiendo mientras correspondía el abrazo con fuerza- Gracias mamá.- y añadió- Usa el dinero para Sota, despídete del abuelo por mi y en cuanto a mi trabajo y el entrenamiento…

- No te preocupes por nada, estaremos bien. Ya has esperado demasiado- Sin más palabras la soltó.

Kagome miró a su madre por última vez antes de saltar al pozo, siguiendo el consejo que ella le había dado. No preocuparse por nada.

Continuará...