Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la maravillosa Silvya Day, yo solo hago la adaptación. Advertencia: alrededor de esta historia se tocan algunos temas delicados sobre el abuso infantil y violación, así como escenas graficas de sexo. Pueden encontrar disponible la saga Crossfire en línea (Amazon principalmente) o librerías. Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.
—¿Más flores? —preguntó Benjamín Madani con voz cansina al entrar en mi despacho por la doble puerta acristalada.
Mi abogado se acercó a donde estaban las rosas blancas de Bella, que decoraban la zona de los sofás. Las había colocado sobre la mesita para que quedaran en mi campo de visión. De esa forma, lograba apartar mi atención de las bandas de cotizaciones en Bolsa que aparecían en la pared de pantallas planas que quedaba detrás.
La tarjeta que acompañaba a las flores estaba sobre el cristal ahumado de mi mesa, y yo le daba vueltas entre los dedos mientras volvía a leer por enésima vez lo que decía.
Benjamín sacó una rosa y se la acercó a la nariz.
—¿Cuál es el secreto para conseguir que te manden cosas así?
Apoyé la espalda en el asiento mientras, de forma inconsciente, me fijaba en que su corbata de tonos esmeraldas hacía juego con los decantadores adornados con piedras preciosas que estaban sobre la barra. Hasta su llegada, esos recipientes de colores brillantes y el jarrón rojo de Bella habían sido las únicas notas de color entre toda la monocromía de mi amplio despacho.
—Tener a la mujer adecuada. —respondí.
Benjamín volvió a dejar la flor en su jarrón.
—Adelante, Cross, sigue restregándomelo.
—Prefiero regodearme en silencio. ¿Tienes algo para mí?
Se acercó a mi mesa con una sonrisa que indicaba que le gustaba su trabajo, aunque nunca me había cabido duda de ello. Tenía un instinto de cazador casi tan desarrollado como el mío.
—El acuerdo de Morgan está saliendo bien. —se ajustó sus pantalones hechos a medida y se sentó en una de las dos sillas que había frente a mi escritorio. Su estilo era ligeramente más ostentoso que el mío, pero no había nada que criticar al respecto—. Ya hemos limado los asuntos más importantes. Aún quedan por definir algunas cláusulas, pero estaremos listos para empezar la semana que viene.
—Estupendo.
—Eres hombre de pocas palabras. ¿Quieres que nos reunamos este fin de semana? —preguntó en un tono despreocupado.
Negué con la cabeza.
—Es probable que Bella quiera salir. Si es así, intentaré que se olvide del tema.
Benjamín se rio.
—Debo decirte que esperaba que sentaras la cabeza en algún momento. Todos lo hacemos, tarde o temprano. Pero pensé que antes me avisarías.
—Y lo he hecho.
No era del todo cierto. Nunca había esperado compartir mi vida con nadie. Nunca había negado que mi pasado ensombrecía mi presente, pero no me había parecido necesario compartir esa historia con nadie antes de Bella. Ya no podía cambiarse nada, así que, ¿por qué volver a hablar de ello?
Me puse de pie y me acerqué a uno de los dos ventanales que enmarcaban mi despacho para admirar la ciudad que se extendía con su esplendor urbano detrás del cristal.
Antes de conocer la existencia de Bella, me había dado miedo incluso soñar con hallar a esa única persona en el mundo que aceptaría y amaría cada aspecto de mi ser.
¿Cómo era posible que la hubiera encontrado allí, en Manhattan, en el mismo edificio que yo había construido a pesar de los buenos consejos y del enorme riesgo?
Demasiado caro, decían. E innecesario. Pero yo necesitaba que el apellido Cross fuese recordado y que se hablara de él de otro modo. Mi padre había arrastrado nuestro apellido por el barro. Yo lo había llevado a las alturas de la ciudad más importante del mundo.
—No habías dado muestra alguna de que te disponías a hacerlo —dijo Benjamín a mis espaldas—. Si no recuerdo mal, seguiste a dos mujeres cuando fuimos al club Cinco de Mayo y, pocas semanas después, me dices que redacte un descabellado contrato prenupcial.
Observé la ciudad, dedicando un breve momento a apreciar la vista de pájaro que me brindaba la altura y la situación de mi oficina en el edificio Crossfire.
—¿Alguna vez has visto que retrase la firma de un acuerdo?
—Una cosa es ampliar tu cartera de valores y otra iniciar una nueva vida de la noche a la mañana —dijo Benjamín riendo entre dientes—. Y entonces ¿qué planes tienes? ¿Estrenar la nueva casa de la playa?
—Una idea excelente.
Llevarme a mi esposa a los Outer Banks era mi objetivo. Tenerla toda para mí había sido como estar en el paraíso. Cuando me encontraba a solas con ella era el hombre más feliz del mundo. Ella me reactivaba, me hacía imaginar una vida en la que nunca antes había pensado.
Yo había construido mi imperio con mi pasado en mente. Ahora, gracias a ella, continuaría construyéndolo para nuestro futuro.
El teléfono de mi escritorio se iluminó. Era Mike, por la línea uno. Pulsé el botón y su voz surgió por el altavoz.
—Rosalie Giroux está en recepción. Dice que sólo necesita unos minutos para dejarle una cosa. Quiere dárselo en persona porque es algo privado.
—Claro que sí —intervino Benjamín—. Puede que sean más flores.
—No es la mujer adecuada. —le dije fulminándolo con la mirada.
—Ojalá todas mis mujeres no adecuadas se pareciesen a Rosalie.
—Mantén esa idea en mente mientras vas a la recepción a recoger lo que sea que haya traído.
Me miró sorprendido.
—¿En serio? ¡Uf!
—Si quiere hablar, puede hacerlo con mi abogado.
Benjamín se puso de pie y se dirigió a la puerta.
—Entendido, jefe.
Eché un vistazo al reloj. Las cinco menos cuarto.
—Estoy seguro de que ya lo has oído, Mike, pero para que te quede claro: Madani se encargará.
—Sí, señor Cross.
A través de la pared de cristal que separaba mi despacho del resto de la planta, vi cómo Benjamín desaparecía por la esquina en dirección a la recepción y, de inmediato, borré de mi mente ese asunto. Bella estaría conmigo poco después, la única cosa que de verdad había estado esperando desde el comienzo de la jornada.
Pero, por supuesto, no iba a resultar tan fácil.
Un destello carmesí por el rabillo del ojo unos segundos después hizo que volviera a mirar hacia afuera para ver a Rosalie caminando hacia mi despacho con Benjamín pisándole los talones. Levantó el mentón cuando nuestros ojos se cruzaron. Su sonrisa tensa se amplió, y pasó de ser una mujer hermosa a otra deslumbrante.
Pude admirarla como a cualquier otra cosa salvo a Bella. De manera objetiva, desapasionada.
Como hombre felizmente casado, era muy consciente del terrible error que habría cometido al casarme con Rosalie. Por desgracia para todos nosotros, ella se negaba a verlo así.
Me puse de pie y rodeé la mesa.
La mirada que lancé tanto a Benjamín como a Mike los previno de que no hicieran nada más. Si Rosalie quería hablar conmigo en persona, le iba a proporcionar la oportunidad de hacer lo correcto.
Ella entró en mi despacho con unos tacones de aguja rojos. El vestido sin tirantes que llevaba era del mismo color que sus zapatos y dejaba a la vista sus largas piernas y su piel pálida. Llevaba el pelo suelto y su negra melena se deslizaba alrededor de sus hombros desnudos. Era el polo opuesto de mi esposa y la viva imagen de cualquier otra mujer que había pasado por mi vida.
—Edward. Seguro que puedes dedicar unos minutos a una vieja amiga.
Me apoyé en mi mesa y me crucé de brazos.
—Además de ofrecerte la cortesía de no llamar a seguridad. Que sea rápido, Rosalie.
Sonrió, pero sus ojos, de color azul verdoso, estaban tristes.
Llevaba una pequeña caja roja bajo el brazo. Cuando se acercó, me la ofreció.
—¿Qué es esto? —pregunté sin cogerla.
—Son las fotos que van a aparecer en el libro.
Enarqué las cejas.
Me descrucé de brazos y acepté la caja por pura curiosidad.
No había pasado mucho tiempo desde que habíamos estado juntos, pero apenas recordaba los detalles. Lo que me quedaba eran impresiones, los momentos más importantes y el arrepentimiento. Yo era muy joven y peligrosamente inconsciente.
Rosalie dejó el bolso sobre mi mesa, moviéndose de tal modo que su brazo acarició el mío. Por cautela, extendí una mano y pulsé el botón para activar la opacidad de la pared de cristal.
Si ella quería espectáculo, yo me aseguraría de que no contara con público.
Quité la tapa y vi una fotografía de Rosalie y yo abrazados delante de una hoguera.
Su cabeza estaba apoyada en mi hombro y tenía la cara inclinada hacia arriba para que yo pudiera besarle los labios.
Aquel recuerdo me asaltó de inmediato. Habíamos ido de excursión a la casa de un amigo en los Hamptons. Hacía mucho frío y el otoño daba paso al invierno.
En la imagen parecíamos felices y enamorados y, en cierto modo, supongo que lo estábamos. Sin embargo, yo no había aceptado la invitación de quedarnos a pasar la noche, a pesar de la clara decepción de Rosalie. Con mis pesadillas, no podía dormir a su lado. Y tampoco podía follar con Rosalie, aunque sabía que era eso lo que ella quería, porque la habitación de hotel que yo tenía reservada para tal fin estaba a kilómetros de distancia.
Cuántos obstáculos.
Cuántas mentiras y evasivas.
Respiré hondo y dejé el pasado atrás.
—Isabella y yo nos casamos el mes pasado. —dije.
Se puso tensa.
Dejé la caja sobre el escritorio y cogí mi teléfono móvil para mostrarle la fotografía que aparecía en mi pantalla: Bella y yo compartiendo el beso que sellaba nuestros votos.
Rosalie volvió la cabeza para no mirar. A continuación, cogió la caja, pasó las fotos de más arriba y sacó una de los dos en la playa.
Yo estaba de pie, con el agua por la cintura.
Rosalie estaba abrazada a mí por delante, con las piernas rodeando mi cintura, los brazos sobre mis hombros y las manos entre mi pelo. Tenía la cabeza echada hacia atrás y se reía, la imagen irradiaba su felicidad. Yo la agarraba con fuerza, con la cabeza vuelta hacia ella.
Había gratitud y asombro, cariño. Cualquiera que viera aquello pensaría que se trataba de amor.
Y ése era el objetivo de Rosalie. Yo negaba haber amado nunca a nadie antes que a Bella, y ésa era la pura verdad. Rosalie estaba decidida a demostrarme que me equivocaba de la forma más pública posible.
Inclinándose en mi dirección, miró la foto y, después, a mí. Su expectación era obvia, como si una prodigiosa epifanía fuese a golpearme. Empezó a juguetear con su collar y me di cuenta de que había sido un regalo mío, un pequeño corazón de oro con una sencilla cadena.
Joder. Yo ni siquiera recordaba que nos hubiésemos hecho aquella maldita fotografía ni dónde nos encontrábamos en ese momento. Y no me importaba.
—¿Qué esperas demostrar con estas fotos, Rosalie? Estuvimos saliendo. Cortamos. Tú te casaste y ahora lo he hecho yo. No queda nada.
—Entonces ¿por qué te enfadas tanto? No pareces indiferente, Edward.
—No. Estoy molesto. Lo único que consigues con esto es que aprecie más lo que tengo con Bella. Y saber que esto la va a hacer sufrir no hace que mire el pasado con cariño. Éste es nuestro último adiós, Rosalie. —la miré a los ojos para asegurarme de que era consciente de mi decisión—. Si vuelves aquí otra vez, los de seguridad no te dejarán pasar.
—No voy a volver. Tendrás que...
Mike llamó y cogí el teléfono.
—¿Sí?
—Ha venido a buscarlo la señorita Dwyer.
Volví a inclinarme sobre la mesa y pulsé el botón que abría las puertas. Un momento después entró Bella.
¿Llegaría alguna vez el día en que la viera y no sintiera que la tierra se movía bajo mis pies?
Ella se detuvo en seco, dándome el placer de poder disfrutar de su visión. Bella era rubia natural, con unos mechones claros que enmarcaban su delicado rostro y acentuaban el gris tormentoso de unos ojos que yo podría pasarme horas mirando.
Como siempre hacía. Era de pequeña estatura pero de curvas peligrosas. Un cuerpo de una deliciosa suavidad al que poder rodear en la cama.
Podría pensar que era de una belleza angelical, de no ser por la lujuriosa sensualidad que siempre me hacía pensar en puro sexo, ansiarlo.
Sin querer, mi mente quedó invadida por el recuerdo de su olor y la sensación de tenerla en mis manos. Su risa ronca, que me daba felicidad, y su ardiente mal genio, que hacía que me tambaleara, eran recuerdos viscerales. En mi interior, todo se despertó, una oleada de energía y sensibilidad que no sentía en ningún otro momento que no estuviese con ella.
Rosalie fue la primera en hablar.
—Hola, Isabella.
Yo me puse en tensión. El deseo de proteger y salvaguardar lo más valioso de mi vida anuló cualquier otra consideración.
Me incorporé, volví a meter la foto en la caja y me acerqué a mi esposa. Al contrario que Rosalie, iba vestida de forma recatada, con una falda negra de raya diplomática y una blusa de seda sin mangas que resplandecía como una perla. La oleada de calor que sentí fue la única prueba que necesitaba para decidir cuál de las dos mujeres era la más atractiva.
Bella.
Ahora y siempre.
El impulso que sentí me hizo cruzar la habitación con pasos largos y rápidos.
«Cielo.»
No pronuncié la palabra en voz alta, no quería que Rosalie la oyera, pero pude notar que Bella la oía.
Extendí la mano hacia la suya y sentí un hormigueo de profundo reconocimiento que me hizo apretarla.
Ella se movió para mirar por detrás de mí y ver a aquella mujer que no suponía ninguna rivalidad.
—Rosalie.
No me volví para mirarla.
—Tengo que irme —dijo Rosalie a mi espalda—. Esas copias son para ti, Edward.
Incapaz de apartar mis ojos de Bella, respondí:
—Llévatelas. No las quiero.
—Deberías verlas todas. —contestó mientras se acercaba.
—¿Por qué? —exasperado, miré a Rosalie cuando se detuvo junto a nosotros—. Si tengo algún interés en verlas, siempre podré mirar en tu libro.
Su sonrisa se tensó.
—Adiós, Isabella. Edward.
Mientras ella salía, di otro paso hacia mi esposa, poniendo fin a la corta distancia que quedaba entre nosotros. Le agarré la otra mano y me incliné hacia ella para aspirar el olor de su perfume. La tranquilidad invadió mi cuerpo.
—Qué bien que hayas venido. —susurré esas palabras contra su frente, pues necesitaba toda la conexión posible—. Te echo mucho de menos.
Bella cerró los ojos y se recostó en mí con un suspiro.
Al notar que aún estaba tensa, le apreté las manos.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. Sólo que no esperaba verla aquí.
—Ni yo. —aunque no me gustaba, menos aún me gustaba pensar en aquellas fotos.
Regresé a mi mesa, volví a poner la tapa sobre la caja y la lancé a la papelera.
—He dejado mi trabajo —dijo ella—. Mañana es mi último día.
Yo deseaba que ella llegara a esa decisión: el que creía que era el mejor paso y el más seguro que ella debía tomar. Pero sabía que debía de haberle resultado muy difícil tomarla. A Bella le encantaba su empleo y la gente con la que trabajaba.
Consciente de que podía leer mis pensamientos, mantuve un tono neutral:
—¿Ah, sí?
—Sí.
Me quedé mirándola.
—Entonces ¿qué vas a hacer ahora?
—Tengo que planear una boda.
—Ah —sonreí. Tras haber pasado unos días temiendo que lo pensara mejor y decidiera dejar nuestro matrimonio, fue un alivio ver que no era así—. Me alegra saberlo.
Le hice una señal doblando el dedo índice para que se acercara.
—Acércate tú también. —respondió con cierto desafío en la mirada.
¿Cómo podía resistirme? Nos juntamos en medio de la habitación.
Ésa era la razón por la que íbamos a superar aquello y cualquier otro obstáculo con que nos topáramos: siempre podríamos encontrarnos a mitad de camino.
Ella no sería nunca la esposa dócil que mi amigo Arnoldo Ricci había deseado para mí. Bella era demasiado independiente, demasiado feroz. La franja divisoria de sus celos tenía una anchura de un kilómetro. Era exigente y terca, y me desafiaba sólo con la intención de volverme loco.
Y toda esa fricción funcionaba de un modo que nunca había servido con ninguna otra mujer, porque Bella estaba hecha para mí. Creía en ello como en ninguna otra cosa.
—¿Es esto lo que quieres? —le pregunté en voz baja, buscando en su rostro la respuesta.
—Tú eres lo que quiero. El resto no es más que logística.
De repente, la boca se me secó y el corazón empezó a palpitarme a toda velocidad.
Cuando levantó una mano para echarme el pelo hacia atrás, le agarré la muñeca y apreté su palma contra mi mejilla, cerrando los ojos mientras asimilaba su tacto.
La semana anterior se desvaneció. Los días que habíamos pasado separados, las horas de silencio, el miedo abrumador. Ella llevaba todo el día demostrándome que estaba lista para seguir adelante, que yo había tomado la decisión correcta al hablar con el doctor Vulturi. Al hablar con ella.
No sólo no se había ido, sino que quería más. Y ¿ella me decía que yo era un milagro?
Bella suspiró.
Sentí cómo desaparecía lo que le quedaba de tensión. Permanecimos allí de pie, conectando de nuevo el uno con el otro, absorbiendo la fuerza que necesitábamos. Me estremecí hasta lo más hondo al saber que yo pudiera darle un poco de paz.
Y ¿qué me había dado ella?
Todo.
La forma en que se iluminó la cara de Marco cuando Bella salió del edificio Crossfire me conmovió de un modo que jamás podría explicarlo. Marco era callado por naturaleza y por su formación. Rara vez mostraba emoción alguna, pero con Bella hacía una excepción.
O quizá era que no podía evitarlo. Bien sabía Dios que yo no podía.
—Marco. —Bella lo miró con su luminosa y abierta sonrisa—. Hoy estás especialmente guapo.
Vi cómo aquel hombre al que yo quería como a un padre se tocaba la visera de su gorra de chófer y le devolvía la sonrisa con un divertido atisbo de vergüenza.
Tras el suicidio de mi padre, toda mi vida cambió.
Durante los desagradables años posteriores, mi único punto de estabilidad había sido Marco, un hombre contratado como conductor y guardaespaldas que terminó siendo mi cuerda salvavidas. En un tiempo en el que yo me sentía solo y traicionado, cuando incluso mi propia madre se negaba a creer que había sufrido repetidas violaciones por parte del terapeuta que se suponía que debía ayudarme, Marco había sido mi ancla. Nunca dudó de mí. Y, cuando me independicé, él se vino conmigo.
—No echemos esto a perder, amigo. —dijo Marco cuando las elegantes y tonificadas piernas de mi mujer se deslizaron en el interior del asiento trasero del Bentley.
Retorcí mi boca con expresión de arrepentimiento.
—Gracias por el voto de confianza.
Entré con Bella mientras Marco rodeaba el coche para dirigirse al asiento del conductor. Coloqué la mano en su pierna y esperé a que ella me mirara.
—Quiero llevarte a la casa de la playa este fin de semana.
Contuvo la respiración un momento y, después, la soltó con fuerza.
—Mi madre nos ha invitado a Westport. Cullen le ha pedido a su sobrino Martin que venga y también a su novia, Lacey. Es la compañera de piso de Ángela, no sé si la recuerdas. Por supuesto, Jazz también va a estar. En fin, he dicho que iríamos.
Luchando contra la decepción, consideré mis opciones.
—Quiero que hagamos algo de vida familiar —continuó—. Además, mi madre desea que hablemos de un plan que he elaborado.
La escuché mientras me contaba la conversación que había tenido durante el almuerzo con Renne.
Bella se quedó observando mi cara al terminar.
—Ha dicho que a ti no te gustaría la idea, pero tú ya has utilizado antes a los paparazzi, cuando me agarraste en la calle y me besaste hasta hacerme perder el sentido. Querías que saliera esa fotografía.
—Sí, pero la oportunidad se presentó sola. No la busqué yo. Tu madre tiene razón: existe una diferencia.
Su labio inferior se curvó hacia abajo y yo consideré mi estrategia. Quería que se involucrara y participara de forma activa. Para eso hacía falta valor y aceptación, nada de obstáculos.
—Pero tú también la tienes, cielo —añadí—. Si existe un público para el libro de Rosalie, hay un hueco en el mercado que habrá que llenar, y deberíamos dirigirnos a él.
La sonrisa con la que me miró fue mi recompensa.
—Se me ha ocurrido que podríamos pedirle a Jazz que nos haga unas fotografías espontáneas este fin de semana —dijo—. De algunos momentos que sean más personales e informales que las fotos de alfombra roja. Podemos vender las que más nos gusten a los medios de comunicación y donar las ganancias a Crossroads.
La fundación benéfica que yo había creado ya tenía buena financiación, pero entendí que recaudar dinero era una ventaja complementaria del plan de Bella para mitigar el impacto del libro de chismorreos de Rosalie. Como sentía remordimientos por el sufrimiento que esa situación iba a causar a mi esposa, estaba dispuesto a apoyarla en todo lo que necesitara, aunque eso no quería decir que renunciara a luchar por un fin de semana a solas con ella.
—Podríamos ir un día —sugerí, dando comienzo a la negociación llevándola al extremo opuesto, lo cual me daba espacio para hacer sacrificios—. Podríamos pasar del viernes por la noche al domingo por la mañana en Carolina del Norte y, después, el domingo en Westport.
—¿Ir en un día desde Carolina del Norte hasta Connecticut y luego a Manhattan? ¿Estás loco?
—Entonces, desde el viernes por la noche hasta el sábado por la noche.
—No podemos estar solos sin más, Edward —respondió ella en tono suave mientras apoyaba su mano sobre la mía—. Tenemos que seguir el consejo del doctor Vulturi durante una temporada. Creo que debemos continuar saliendo un tiempo, viéndonos en público, buscando el modo de resolver los problemas sin utilizar el sexo como apoyo.
Me quedé mirándola.
—No estás diciendo que no podemos tener sexo...
—Sólo hasta que nos hayamos casado. No voy a...
—Bella, ya estamos casados. No puedes pedirme que aparte las manos de ti.
—Te lo estoy pidiendo.
—No.
Su expresión se endureció.
—No puedes decirme que no.
—Tú tampoco puedes negarte. —repliqué a la vez que mi corazón empezaba a acelerarse. Las manos se me humedecieron y un atisbo de pánico comenzó a invadirme—. Tú me deseas tanto como yo a ti.
Me acarició la cara.
—A veces, creo que yo te deseo más, y eso me gusta. Pero el doctor Vulturi tiene razón. Hemos ido muy rápido y hemos pasado por todos los baches a ciento cincuenta kilómetros por hora. Creo que podemos contar con este pequeño período de tiempo para aminorar la marcha. Sólo unas cuantas semanas, hasta la boda.
—¿Unas cuantas semanas? Por Dios, Bella. —me aparté y me pasé la mano por el pelo. Luego volví la cabeza para mirar por la ventanilla.
Mi mente iba a toda velocidad. ¿Qué significaba eso? ¿Por qué me lo pedía?
¿Cómo iba a quitarle esa idea de la cabeza, joder?
Noté cómo ella se deslizaba para acercarse y, a continuación, se acurrucó contra mi cuerpo.
Bajó la voz hasta convertirla en un susurro.
—¿No fuiste tú el que habló de las ventajas de la demora de la gratificación?
La fulminé con la mirada.
—Y ¿qué ventajas nos ha traído eso?
Esa noche había sido uno de los mayores errores que yo había cometido en nuestra relación.
La velada había empezado fuerte y, después, la inesperada aparición de Rosalie lo había embarullado todo, provocando una de las peores discusiones que Bella y yo habíamos tenido nunca, una discusión que se volvió más colérica por la ardiente tensión sexual que yo había avivado de forma deliberada y que no quise satisfacer.
—En aquel entonces éramos personas diferentes —respondió ella, mirándome fijamente con la claridad de sus ojos grises—. Tú no eres el mismo hombre que me ignoró durante aquella cena.
—No te ignoré.
—Y yo no soy la misma mujer —continuó—. Sí, ver hoy a Rosalie me ha puesto un poco nerviosa, pero sé que no es una amenaza. Sé que te has comprometido. Que nos hemos comprometido. Y es por eso por lo que podemos hacer esto.
Mis piernas se abrieron a la vez que yo me estiraba.
—No quiero.
—Yo tampoco. Pero creo que es una buena idea. —su boca se suavizó con una sonrisa—. Es anticuado y romántico esperar hasta la noche de bodas. Piensa en el sexo tan excitante que disfrutaremos cuando llegue ese momento.
—Bella, no necesitamos que nuestra vida sexual sea más excitante.
—Lo que necesitamos es hacerlo por diversión, no porque nos sirva para seguir estando juntos.
—Son las dos cosas, y eso no tiene nada de malo. —Bella podría haberme pedido que no comiera, cosa que yo habría estado más dispuesto a hacer, si me hubiese dado a elegir.
—Edward, tenemos algo increíble. Merece la pena el esfuerzo para ser más sólidos en todos los aspectos.
Negué con la cabeza.
Me cabreaba sentir esa ansiedad. Era una pérdida de control y no podía actuar así con ella. No era lo que Bella necesitaba.
Me incliné hacia adelante y acerqué los labios a su oído.
—Cielo, si no echas de menos tener mi polla dentro de ti, debo dar un paso hacia adelante, no hacia atrás.
Su estremecimiento hizo que yo sonriera por dentro. Aun así, me respondió con un susurro:
—Por favor, inténtalo. Por mí.
—Joder. —volví a dejarme caer sobre el asiento. Por mucho que deseara decirle que no, no podía. Ni siquiera en eso—. Maldita sea.
—No te enfades. No te lo pediría si no creyera que es importante que lo intentemos. Y va a ser muy poco tiempo.
—Bella, cinco minutos sería poco tiempo. Estás hablando de semanas.
—Cariño... —dijo con una leve risa—. Estás de morros. Qué encantador. —se echó hacia adelante y apretó sus labios contra mi mejilla—. Y es de lo más halagador. Gracias.
Entorné los ojos.
—No lo estoy aceptando para ponértelo más fácil.
Pasó los dedos por mi corbata.
—Por supuesto que no. Intentaremos hacer que sea divertido, un desafío. A ver quién se rinde primero.
—Yo —murmuré—. No cuento con ningún incentivo para ganar.
—¿Qué te parece que sea yo? Envuelta con un lazo, sin nada más, como regalo de cumpleaños.
Fruncí el ceño. No había nada que pudiera hacer de aquello algo más apetitoso.
Aunque la idea de verla salir de una tarta, desnuda, no podía ser mejor.
—¿Qué tiene que ver mi cumpleaños con esto?
Bella me deslumbró con su sonrisa, con lo que no consiguió sino hacer que la deseara más aún. Era luz y calidez en todo momento, pero cuando estaba debajo de mí, retorciéndose de placer y pidiéndome entre gemidos que le diera más fuerte y más adentro...
—Será ese día cuando nos casemos.
Tardé un momento en que mi cerebro, confundido por el deseo, asimilara aquello.
—No lo sabía.
—Yo tampoco. Hasta hoy. Durante mi último descanso he mirado en internet para tratar de buscar si había algo en septiembre u octubre que debiera tener en cuenta para poner una fecha. Ya que nos vamos a casar en la playa, no queremos que haga demasiado frío, así que tendrá que ser este mes o el que viene.
—Gracias a Dios que se acerca el invierno. —refunfuñé.
—Qué malo... El caso es que tengo una alerta de Google con tus noticias...
—¿Sigues teniéndola?
—... y había una publicación sobre nosotros en una página de admiradoras. Había un...
—¿Una página de admiradoras?
—Sí. Hay páginas y blogs enteros dedicados a ti. Cómo vistes, con quién sales, los eventos a los que asistes...
—Dios mío.
—El que he visitado tiene todos tus datos: altura, peso, color de ojos, fecha de nacimiento, todo. Para ser sincera, me ha asustado un poco que una completa desconocida conociera detalles sobre ti que yo no sabía, lo cual es un motivo más por el que creo que tenemos que salir juntos y hablar más...
—Puedo darte esos datos mientras follamos. Problema resuelto.
Su sonrisa era encantadora.
—Muy gracioso. A lo que iba. Celebrar nuestra boda en tu cumpleaños es una buena idea, ¿no crees? Así no olvidarás nunca nuestro aniversario.
—Nuestro aniversario de bodas es el 11 de agosto. —le recordé en tono seco.
—Tendremos dos para celebrar. —me pasó una mano por el pelo y el pulso se me aceleró—. O, mejor aún, estaremos de celebración desde una fecha hasta la otra.
Del 11 de agosto al 22 de septiembre. Un mes y medio. Esa idea me pareció casi suficiente para que las siguientes semanas se me hicieran soportables.
—Bella. Edward. —el doctor Aro Vulturi se puso de pie y nos sonrió cuando entramos en su consulta. Era un hombre alto, por lo que bajó la mirada hasta una cierta distancia para ver que teníamos las manos entrelazadas—. Ambos tenéis buen aspecto.
—Yo me siento bien. —dijo Bella en tono fuerte y seguro.
Yo no dije nada y extendí mi mano para estrechar la de él.
Aquel buen doctor conocía cosas sobre mí que esperaba que nunca contara a nadie.
Debido a eso, no me sentía del todo cómodo con él, a pesar de la mezcla de colores relajantes y los confortables muebles que componían su despacho. El mismo doctor
Vulturi era un hombre que se sentía cómodo consigo mismo, relajado. Su cabello gris y bien peinado suavizaba mucho su apariencia, aunque eso no podía distraer la atención de lo incisivo y perspicaz que era.
Resultaba difícil confiar en alguien que conocía tantos de mis puntos débiles, pero me enfrentaba a ello lo mejor que podía porque no me quedaba otra alternativa. El terapeuta tenía un papel fundamental en mi matrimonio.
Bella y yo tomamos asiento en el sofá mientras el doctor Vulturi se acomodaba en su habitual sillón de orejas. Dejó su tableta y su bolígrafo en el brazo y nos observó con sus ojos azul oscuro que denotaban inteligencia.
—Edward —empezó a decir—, cuéntame qué ha pasado desde que te vi el martes.
Yo apoyé la espalda en mi asiento y fui directo al grano.
—Bella está decidida a seguir su recomendación de abstenerse de sexo hasta que nos casemos de forma pública.
Ella estalló en una pequeña y ronca carcajada. Se inclinó sobre mí y estrechó mi brazo.
—¿Ha notado el tono acusatorio? —le preguntó al médico—. Es culpa suya que Edward no vaya a disfrutar del sexo durante un par de semanas.
—Son más de dos semanas. —protesté yo.
—Pero menos de tres. —replicó ella. A continuación, le sonrió al doctor Vulturi—. Debería haber sabido que sería de eso de lo que hablaría primero.
—¿Con qué querías empezar tú, Bella? —preguntó él.
—Edward me ha contado su pesadilla de anoche. —me miró de reojo—. Ha sido un paso enorme. La verdad es que para nosotros supone un verdadero punto de inflexión.
No cabía duda del amor que había en su mirada al hablar, como también gratitud y esperanza. Se me hizo un nudo en la garganta al ver eso. Hablar con ella sobre la jodida mierda que había en mi cabeza era lo más difícil que había hecho nunca.
Incluso contarle al doctor Vulturi lo de Hugh había resultado más fácil. Sin embargo, había merecido la pena sólo por contemplar esa mirada en su rostro.
Las cosas más feas que teníamos uno y otro nos habían acercado. Era una locura, pero también resultaba maravilloso. Me llevé su mano a mi regazo y la cogí entre las mías. Sentí el mismo amor, gratitud y esperanza que ella.
El doctor Vulturi tomó su tableta.
—Son bastantes revelaciones por tu parte esta semana, Edward. ¿Qué es lo que las ha desatado?
—Ya lo sabe.
—Bella dejó de verte.
—Y de hablarme.
Miró a Bella.
—¿Es porque Edward se llevó a tu jefe de la agencia para la que trabajas?
—Ése fue el catalizador —asintió ella—. Pero habíamos llegado a un límite. Algo tenía que pasar. No podíamos seguir dando vueltas y teniendo las mismas discusiones.
—Así que te apartaste. Eso podría considerarse como chantaje emocional. ¿Era ésa tu intención?
Bella apretó los labios mientras pensaba la respuesta.
—Yo lo llamaría desesperación.
—¿Por qué?
—Porque Edward estaba poniendo límites a nuestra relación, y yo no podía imaginarme vivir con esas trabas el resto de mi vida.
El doctor Vulturi hizo algunas anotaciones.
—Edward, ¿qué opinas del modo en que Bella afrontó esa situación?
Tardé un momento en responder.
—Me sentí como si estuviese atrapado en un túnel del tiempo, pero cien veces peor.
Me observó.
—Recuerdo la primera vez que viniste a verme. Bella y tú llevabais un par de días sin hablaros.
—Él se distanció de mí. —intervino ella.
—Ella se fue. —repuse yo.
De nuevo, se había tratado de una noche en la que no nos habíamos abierto de verdad el uno al otro. Bella me habló de los ataques de Nathan para hacerme ver la fuente de lo que inconscientemente nos había unido. Después, tuve una pesadilla sobre mis propias violaciones y ella me había obligado a hablar de ello.
Sin embargo, no pude hacerlo, y me dejó.
—¡Fue él quien me apartó por medio de una nota del trabajo! ¿Quién hace esas cosas?
—Yo no te aparté —la corregí—. Te reté para que volvieras. Tú te alejas cuando las cosas no...
—Eso sí es chantaje emocional. —Bella soltó mi mano y se movió para mirarme—. Rompiste conmigo con el propósito de hacer que aceptara tu situación. ¿Que no me gusta cómo van las cosas? Pues me apartas hasta que ya no puedo seguir soportándolo.
—¿No acabas de hacerme tú lo mismo? —apreté la mandíbula—. Y da la impresión de que a ti te parece bien. Si yo no cambio, tú no cedes.
Aquello me mató.
Ella había demostrado muchas veces que podía irse sin mirar atrás, mientras que yo no podía respirar sin ella. Aquello suponía una falta de equilibrio fundamental en nuestra relación que le proporcionaba a ella una posición ventajosa en todo.
—Pareces resentido, Edward. —intervino el doctor Vulturi.
—Y ¿yo no? —Bella se cruzó de brazos.
Negué con la cabeza.
—No es resentimiento. Es frustración. Yo no puedo alejarme, pero ella sí.
—¡Eso no es justo! No es verdad. Con la única ventaja que cuento es con hacer que me eches de menos. Intento hablarlo contigo pero, al final, haces lo que quieres. No me cuentas las cosas, no me consultas.
—Me estoy esforzando.
—Es ahora cuando lo estás haciendo, pero tuve que alejarme para obligarte a ello.
Sé sincero, Edward. Aparecí y te diste cuenta de que tenías un vacío en tu vida que yo podía llenar. Y quisiste ponerme allí y dejar el resto de tu vida tal cual estaba.
—Lo que yo quería era que tú nos permitieras... ser nosotros. Simplemente disfrutar el uno del otro durante un tiempo.
—¡Mi derecho a decidir, a decir sí o no, es muy importante para mí, joder! ¡No eres quién para quitarme eso ni para cabrearte si no me gusta!
—Dios. —una dosis de realidad. Sentí como si me hubiesen dado un puñetazo en el estómago. Teniendo en cuenta el historial de ella, haberle hecho sentir, aunque sólo fuera por un momento, que yo le había arrebatado su derecho a decidir fue un golpe cruel—. Bella...
Sabía qué era lo que necesitaba. Lo había reconocido desde el principio. Le había dado una palabra de seguridad que yo había respetado en todo momento, en público y en privado. Ella pronunciaba esa palabra y yo paraba. Se la recordaba a menudo, me aseguraba de que siempre sabía que la decisión de parar o continuar era completamente suya.
Pero no había conseguido esa conexión en lo referente a su trabajo. No había excusas.
Me volví para mirarla.
—Cielo, no pretendía hacer que te sintieras sin ninguna autoridad. Nunca querría eso. Jamás. Yo no lo había pensado así. Yo... Lo siento.
Las palabras no eran suficientes. Nunca lo habían sido. Bella quería convertirme en su nuevo comienzo, en su casilla de salida. ¿Cómo podía serlo si estaba actuando como los demás gilipollas de su pasado?
Me observó con esos ojos que veían todo lo que yo había preferido mantener oculto.
Por una vez, di gracias de que pudiera hacerlo.
Su gesto combativo se relajó. Su mirada se suavizó y se llenó de amor.
—Quizá no haya sabido explicarme bien.
Me quedé allí sentado, incapaz de expresar lo que me daba vueltas por la mente.
Cuando hablamos de ser un equipo y compartir nuestra carga, no lo había relacionado con el hecho de que ella necesitara tener el poder de estar de acuerdo o no. Creí que podría protegerla de los problemas a los que nos enfrentábamos haciendo que fueran más livianos para ella. Bella se lo merecía.
Me dio un golpe en el hombro.
—¿No te sentiste bien, aunque fuera un poco, cuando anoche me hablaste de tu sueño?
—No lo sé. —dejé escapar el aire con fuerza—. Sólo sé que tú estás contenta conmigo porque lo hice. Si eso es lo que necesitas, lo haré.
Ella se hundió en los cojines del sofá con los labios temblorosos. Miró al doctor Vulturi.
—Y ahora me siento culpable.
Silencio. Yo no sabía qué decir. El terapeuta se limitó a esperar con esa paciencia suya tan exasperante.
Bella cogió aire con agitación.
—Creía que, si él probaba a hacer lo que yo decía, vería que todo podría ir mucho mejor entre nosotros. Pero si lo único que hago es empujarlo hacia un rincón, si lo estoy chantajeando... —una lágrima se deslizó por su rostro hiriéndome como un cuchillo—. Quizá tenemos ideas diferentes de lo que debería ser nuestro matrimonio. ¿Y si siempre es así?
—Bella. —la rodeé con los brazos y la acerqué, agradecido cuando ella se echó sobre mí y apoyó la cabeza en mi hombro. No fue una rendición, sino más bien una tregua momentánea. Suficiente.
—Ésa es una pregunta importante —dijo el doctor Vulturi—. Vamos a explorarla. ¿Qué pasa si el nivel de apertura que quieres por parte de Edward no es algo con lo que él se sienta cómodo?
—No lo sé. —se limpió las lágrimas—. No sé dónde nos deja eso.
Toda la esperanza que Bella albergaba cuando había entrado en aquella consulta había desaparecido. Le acaricié el pelo mientras trataba de pensar en algo que decir para que todo volviera a estar como cuando habíamos llegado.
Estaba perdido.
—Has dejado tu trabajo por mí pese a que no querías —le dije—. Yo te hablé de mi sueño, aunque no quería hacerlo. ¿No es así como funciona esto? ¿Concesiones por parte de los dos?
—¿Has dejado tu trabajo, Bella? —preguntó el doctor Vulturi—. ¿Por qué?
Ella se acurrucó a mi lado.
—Estaba empezando a ser más un problema que otra cosa. Además, Edward tiene razón. Él cede un poco, así que me parece justo ceder un poco yo también.
—Yo no diría que lo que cada uno de vosotros ha cedido es poco. Y ambos habéis decidido comenzar nuestra sesión con otros asuntos, lo que indica que ninguno de los dos se siente del todo cómodo con su sacrificio. —el psiquiatra apoyó la espalda en su asiento y dejó la tableta en su regazo—. ¿Alguno de los dos se ha preguntado por qué tenéis tanta prisa?
Ambos nos quedamos mirándolo.
Él sonrió.
—Los dos me miráis con extrañeza, así que lo tomaré como un no. Como pareja, tenéis muchos puntos fuertes. Quizá no os lo contéis todo, pero os comunicáis y estáis actuando de forma muy fructífera. Hay un poco de rabia y frustración, pero lo expresáis y dais validez a los sentimientos del otro.
Bella se incorporó.
—¿Pero?
—Ambos estáis también imponiendo vuestras condiciones personales y manipulando al otro para llevarlas a cabo. Lo que me preocupa es que sean problemas y cambios que se presentarán de forma natural y se resolverán con el tiempo, pero ninguno de los dos quiere esperar. Ambos dirigís vuestra relación de manera acelerada. Sólo han pasado tres meses desde que os conocisteis. En ese punto, la mayoría de las parejas están decidiendo dar un carácter exclusivo a su relación, pero vosotros dos lleváis casados casi un mes.
Noté cómo mis hombros se tensaban.
—¿Qué sentido tiene posponer lo inevitable?
—Si es inevitable, ¿para qué acelerarlo? —respondió él con una mirada amable—. Pero ésa no es la cuestión. Ambos estáis poniendo en peligro vuestro matrimonio al obligar al otro a actuar antes de estar preparado. Cada uno tiene una forma de enfrentarse a las situaciones adversas. Edward, tú disocias, tal y como has hecho con tu familia. Bella, tú te culpas porque tu relación no funciona y empiezas a trastocar tus propias necesidades, tal y como has demostrado con tus anteriores relaciones de pareja autodestructivas. Si continuáis conduciéndoos el uno al otro a situaciones en las que os sintáis amenazados, vais a terminar provocando uno de esos mecanismos de autodefensa.
A la vez que mi pulso empezaba a acelerarse, noté cómo Bella se ponía en tensión.
Ella me había dicho lo mismo antes, pero supe que oírlo de boca de un psiquiatra confirmaba su preocupación. La atraje hacia mí, aspirando su olor para tranquilizarla.
El odio que sentía por Hugh y Nathan en ese momento era feroz. Los dos estaban muertos y enterrados, pero seguían jodiéndonos la vida.
—No vamos a permitir que nos ganen. —susurró Bella.
La besé en la cabeza con una enorme sensación de agradecimiento por tenerla.
Sus pensamientos eran como los míos, y me invadió la sensación de que aquello era maravilloso.
Ella echó la cabeza hacia atrás y sus dedos acariciaron mi mentón mientras me miraba con sus dulces y tiernos ojos grises.
—No puedo resistirme a ti, ya lo sabes. Me duele demasiado mantenerme alejada. Sólo porque tú cruces antes la línea de batalla no significa que yo me esté esforzando menos. Sólo quiere decir que soy más cabezota.
—No quiero pelearme contigo.
—Pues no lo hagamos —respondió ella—. Hoy hemos dado comienzo a algo nuevo.
Tú has hablado, yo he dejado mi trabajo. Aferrémonos a eso durante un tiempo para ver hasta dónde nos lleva.
—Eso sí puedo hacerlo.
En un principio había pensado llevar a Bella a algún lugar tranquilo y discreto para cenar pero, en vez de eso, opté por el hotel Crosby Street. El restaurante era concurrido y el establecimiento era conocido por tener paparazzi en los alrededores.
Yo no estaba preparado para llegar a extremos pero, tal y como habíamos hablado con el doctor Vulturi, estaba dispuesto a que nos encontráramos a medio camino.
Buscaríamos nuestro punto intermedio.
—Qué bonito. —dijo ella mientras seguíamos a la recepcionista hasta nuestros asientos y Bella miraba las paredes de color azul claro y la tenue iluminación de las lámparas del techo.
Cuando llegamos a nuestra mesa, observé el lugar mientras apartaba la silla para que ella se sentara. Bella llamaba la atención, como siempre. Era una belleza en todos los sentidos, pero su sensualidad era algo que había que presenciar de primera mano.
Estaba en su forma de moverse, en cómo actuaba, en la curva de su sonrisa. Y era mía. La mirada que dirigí al resto de los comensales lo dejaba claro.
Me senté enfrente de ella y admiré el modo en que la luz de la vela de la mesa embellecía su piel y su cabello dorados. El brillo de sus labios invitaba a besos largos e intensos, al igual que sus ojos. Nadie me había contemplado nunca como ella, con absoluta aceptación y comprensión mezclada con amor y deseo.
Podría decirle cualquier cosa y ella me creería. Era un regalo sencillo, pero único y precioso. Sólo mi silencio podría alejarla, nunca la verdad.
—Cielo. —la agarré de la mano—. Voy a preguntártelo una última vez. ¿Estás segura de que quieres dejar tu trabajo? ¿No me lo vas a echar en cara dentro de veinte años? No hay nada que no podamos arreglar o deshacer. Sólo basta con que tú lo digas.
—Dentro de veinte años puede que seas tú el que trabajes para mí, campeón. —su risa ronca flotó en el aire y provocó mi ansia de ella—. No te preocupes, ¿de acuerdo? Lo cierto es que ha sido una especie de alivio. Ya tengo muchas cosas que hacer: preparar maletas, mudanza, planear la boda. Cuando todo eso quede atrás, pensaré en qué hacer.
La conocía bien. Si hubiese tenido dudas, yo me habría percatado. Lo que sí vi, en lugar de eso, fue algo distinto. Algo nuevo.
Había fuego en su interior.
No podía apartar los ojos de ella, ni siquiera mientras pedía el vino.
Después de que el camarero se alejara, me eché hacia atrás para disfrutar del sencillo placer de mirar a mi preciosa esposa.
Bella se humedeció los labios con un provocador movimiento de la lengua y se inclinó hacia adelante.
—Estás terriblemente bueno.
—¿Lo estoy ahora? —pregunté retorciendo la boca.
Su pantorrilla rozó la mía.
—Eres, de lejos, el hombre más atractivo del lugar, y eso hace que esto resulte divertido. Me gusta presumir.
Yo solté un suspiro exagerado.
—Sigues queriéndome sólo por mi cuerpo.
—Por supuesto. ¿A quién le importa el dinero? Tienes activos mejores.
Atrapé su pierna entre mis tobillos.
—Como mi mujer. Es el bien más valioso que poseo.
Bella levantó las cejas con expresión divertida.
—La posees, ¿no?
Le sonrió al camarero cuando volvió con nuestra botella. Mientras nos servía, ella subió el pie para provocarme, con los ojos entornados y ardientes. Acerqué la copa hacia ella, vi cómo daba vueltas al oscuro vino tinto, se lo llevaba a la nariz y, después, le daba un sorbo.
El gemido de placer que soltó al aprobar mi elección hizo que me invadiera una oleada de calor, lo cual era su intención, desde luego. La lenta caricia de mi pierna me estaba volviendo loco. Se me fue poniendo dura por segundos, y eso que ya estaba en su plenitud debido a los días de ayuno.
Yo no sabía que el sexo podía saciar una sed más profunda hasta que conocí a Bella.
Di un sorbo a mi copa recién servida y aguardé a que el camarero se retirara.
—¿Has cambiado de idea en cuanto a lo de esperar? — pregunté.
—No. Sólo hago que la cosa siga siendo interesante.
—Donde las dan las toman. —le advertí.
—Cuento con ello. —sonrió ella.
¡Hola, nenas! Rosalie hizo su aparición en esta nueva parte aunque muchas esperábamos que ya se diera por vencida, la mujer lo sigue intentando, me encanta que Edward al fin le puso un límite sin ser hiriente. Simplemente se lo dijo. Lo suyo comenzó como se acabó. Edward refunfuñando por la falta de sexo y acusando a Bella con el doctor Vulturi fue realmente divertido, sin embargo no pudimos evitar la parte seria del asunto. Amo al doctor Vulturi porque siempre les hace poner los pies en la tierra. Es cierto lo que él dice, si Bella y Edward se siguen empujando y empujando, bueno, ese tipo de relaciones terminan por ceder tarde o temprano. Ellos pasando más momentos de pareja en público me encantan, es el tipo de trivialidad que su relación necesita. ¡Nos vemos en el siguiente capítulo! ¡Besos!
Las leo en sus reviews siempre (me encanta leerlas) y no lo olviden que: #DejarUnReviewNoCuestaNada.
—Ariam. R.
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