Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la maravillosa Silvya Day, yo solo hago la adaptación. Advertencia: alrededor de esta historia se tocan algunos temas delicados sobre el abuso infantil y violación, así como escenas graficas de sexo. Pueden encontrar disponible la saga Crossfire en línea (Amazon principalmente) o librerías. Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.
—¿Qué hacemos ahora? —le pregunté a Edward mientras me acompañaba al vestíbulo de mi edificio de apartamentos.
El Upper West Side era mi casa, por ahora. El ático de Edward estaba en el Upper East. La enorme extensión verde de Central Park nos separaba, una de las pocas cosas que había entre los dos que podía atravesarse con facilidad.
Saludé con la mano a Chad, uno de los encargados del turno de noche en la recepción. Él me devolvió la sonrisa y saludó cortésmente a Edward con un movimiento de la cabeza.
—Voy a subir contigo. —contestó Edward, apretando ligeramente la mano contra la parte inferior de mi espalda.
Fui muy sensible a su caricia. Transmitía posesión y control sin ningún esfuerzo, y me puso muy caliente. Y eso no hacía sino ponerme más difícil mi negativa a hacer nada cuando llegáramos al ascensor.
—Tenemos que despedirnos aquí, campeón. —repuse.
—Bella...
—Yo no tengo esa fuerza de voluntad —confesé, sintiendo el ímpetu de su ansia. Él siempre había sabido atraerme con la fuerza de su deseo. Ésa era una de las cosas que me encantaban de él, una de las razones por las que sabía que estábamos hechos el uno para el otro. La conexión que teníamos me llegaba al alma—. Tú y yo con una cama cerca no es una buena idea.
Edward bajó la mirada hacia mí con una sonrisa burlona que me pareció de lo más sensual.
—Cuento con ello.
—En lugar de eso, inicia la cuenta atrás... para nuestra boda. Es lo que yo hago. Minuto a minuto. —y estaba resultando insoportable.
Mi conexión física con Edward era tan esencial para mí como la emocional. Lo amaba. Me encantaba tocarlo, tranquilizarlo, darle lo que necesitaba. Mi derecho a seguir haciéndolo lo significaba todo para mí.
Lo agarré del brazo y apreté con suavidad el músculo que tenía bajo la manga.
—Yo también te echo de menos.
—No tienes por qué.
Lo aparté a un lado y bajé la voz.
—Tú decides el momento y la forma —murmuré repitiendo el principio básico de nuestra vida sexual—. Y una parte de mí quiere que digas «ese momento es ahora mismo». Sin embargo, hay algo que deseo más que eso. Te llamaré luego, después de hablar un poco con Jazz, para decirte qué es.
Su sonrisa se desvaneció y su mirada se volvió ansiosa.
—Puedes ir a la puerta de al lado y decírmelo ahora.
Negué con la cabeza.
Cuando Nathan había supuesto una amenaza, Edward se había instalado en el apartamento que estaba justo al lado del mío para vigilarme y asegurarse de que estaba a salvo, aunque yo no lo sabía. Podía hacer ese tipo de cosas porque era el propietario del edificio, uno de los muchos que tenía en la ciudad.
—Tienes que irte a tu ático, Edward —respondí—. Tranquilízate y disfruta del hermoso lugar que pronto vamos a compartir.
—No es lo mismo si no te tengo allí. Me parece vacío.
Eso me llegó al alma. Antes de aparecer yo, Edward había organizado su vida para poder estar solo en todos los aspectos. Intercalaba el trabajo con salidas ocasionales mientras evitaba a su familia. Yo había cambiado eso, y no quería que se arrepintiera.
—Ahora tienes la oportunidad de deshacerte de todas las cosas que no quieres que me encuentre cuando me mude contigo. —bromeé, aún con la intención de mantener un tono ligero.
—Ya conoces todos mis secretos.
—Mañana estaremos juntos en Westport.
—Para mañana queda mucho.
Me puse de puntillas y lo besé en el mentón.
—Vas a pasar durmiendo parte de ese tiempo y trabajando durante el resto. —a continuación, susurré—: Podemos enviarnos mensajes eróticos. Ya verás lo creativa que puedo ponerme.
—Prefiero el original a las reproducciones.
Bajé la voz hasta convertirla en un ronroneo:
—Entonces, vídeos. Con sonido.
Giró la cabeza y me atrapó los labios, tomando mi boca con un largo e intenso beso.
—Esto es amor —murmuró—. Me parece bien.
—Lo sé. —sonreí y me aparté para pulsar el botón del ascensor—. Tú también puedes enviarme fotos picantes, ¿sabes?
Entornó los ojos.
—Cielo, si quieres fotos mías, tendrás que hacérmelas tú.
Entré en el ascensor y le apunté con el dedo índice.
—Aguafiestas.
Las puertas empezaron a cerrarse. Tuve que agarrarme al pasamanos para no lanzarme de nuevo contra él. La felicidad aparecía bajo muchas formas. La mía era Edward.
—Échame de menos. —me ordenó.
Yo le lancé un beso.
—Siempre.
Cuando abrí la puerta de mi apartamento, me sorprendieron dos cosas a la vez: el olor a algo cocinado recientemente y la música de Sam Smith.
Tuve la sensación de estar en mi hogar. Pero, de repente, me invadió la tristeza de que no lo sería por mucho tiempo. No es que dudara del futuro que había aceptado cuando me casé con Edward, porque no era así. Me emocionaba la idea de vivir con él, de ser su esposa en privado y en público, de compartir mis días —y mis noches— con él. Aun así, el cambio se hace más difícil cuando eres feliz con la versión de tu vida anterior a ese cambio.
—¡Cariño, estoy en casa! —grité mientras dejaba el bolso en los taburetes de madera de teca que había junto a la barra de la cocina. Mi madre había decorado todo el apartamento con un estilo entre moderno y tradicional. Probablemente yo no habría optado por ninguna de sus elecciones, pero me gustaba el resultado.
—Estoy aquí, mofletitos. —dijo Jazz llamándome desde el otro lado del espacio abierto, donde estaba tumbado sobre el sofá de nuestra sala de estar con unas bermudas muy ajustadas y sin camiseta. Era esbelto y estaba bronceado, con unos abdominales tan hermosamente definidos como los de Edward. Incluso cuando no trabajaba, tenía el aspecto del atractivísimo modelo que era—. ¿Qué tal la cena?
—Bien. —me acerqué a él a la vez que me quitaba de una patada los tacones.
Pensé que debía disfrutar de hacer eso mientras pudiera. No me imaginaba dejando mis zapatos tirados por el ático de Edward. Supuse que eso debía de volverlo un poco loco. Y, como estaba segura de que había otras cosas con las que quería volverlo loco, probablemente era mejor escoger con cuidado mis vicios—. ¿Qué tal la tuya? Huele a comida cocinada.
—Pizza. Hecha en parte en casa. Tan tenía antojo.
—Y ¿quién no tiene antojo de pizza? —dije a la vez que me dejaba caer sin ninguna elegancia sobre el sofá—. ¿Sigue aquí?
—No. —apartó la vista de la televisión para mirarme con unos serios ojos verdes—. Se ha ido muy enfadada. Le he dicho que no íbamos a vivir juntos.
—Ah.
Para ser sincera, no me gustaba Tanya Cherlin. Al igual que Jazz, era una modelo de éxito, aunque aún no había logrado el nivel de reconocimiento de él.
Jazz la había conocido durante un trabajo. Su relación puramente sexual cambió de forma drástica cuando supo que estaba embarazada. Por desgracia, Tan lo supo alrededor de la misma fecha en la que Jazz había conocido a un tipo estupendo con el que quería mantener una relación.
—Gran decisión. —añadí.
—Pero no estoy seguro de que sea la correcta. —se pasó una mano por su preciosa cara—. Si Alec no estuviese en mi vida, haría lo que es debido con Tan.
—Y ¿quién dice que no lo estés haciendo? Ser un buen padre no significa que tengáis que vivir juntos. Mira mi madre y mi padre.
—Joder —se quejó—. Siento como si estuviese anteponiendo mi vida a la de mi hijo, Bella. ¿En qué me convierte eso si no es en un cabrón egoísta?
—No la estás apartando. Sé que vas a estar al lado de ella y del bebé, sólo que no de esa forma. —extendí la mano y enrosqué un mechón de su pelo color chocolate alrededor de mi dedo. Mi mejor amigo había sufrido mucho a lo largo de su vida. El modo retorcido en el que había conocido el sexo y el amor le había dejado mucho bagaje y malos hábitos—. Y ¿Alec va a seguir contigo?
—No se ha decidido.
—¿Te ha llamado él?
Jazz negó con la cabeza.
—No. Me derrumbé y lo llamé antes de que él se olvidara del todo de mí.
Le di un pequeño empujón.
—Como si eso pudiera pasar alguna vez. Jasper Hale, tú eres absolutamente inolvidable.
—Ja. —se estirazó con un suspiro—. No parecía muy contento de oírme. Me ha dicho que sigue dándoles vueltas a algunas cosas en su cabeza.
—Lo que significa que está pensando en ti.
—Sí, pensando que ha esquivado una bala —murmuró Jazz—. Ha dicho que lo nuestro nunca iba a funcionar si vivía con Tan, pero cuando le he contado que iba a arreglar eso, me ha dicho que con ello sólo iba a hacer que se sintiera como un gilipollas que se ha metido en medio. Es una situación sin salida pero, de todos modos, se lo he contado todo a Tan porque tengo que intentarlo.
—Es una situación difícil. —yo no podía imaginar qué haría si me pasara a mí—. Simplemente, intenta tomar las mejores decisiones posibles. Tienes derecho a ser feliz. Eso es lo mejor para todos los que te rodean, incluido el bebé.
—Si es que hay bebé... —cerró los ojos—. Tan dice que no piensa encargarse de esto sola. Si no voy a estar ahí, no quiere seguir adelante.
—¿No es un poco tarde para que diga algo así? —no pude ocultar la rabia en mi voz. Tanya era una manipuladora. Era imposible no mirar al futuro y ver que eso supondría una fuente de desgracias para un niño inocente.
—Ni siquiera puedo pensar en ello, Bells. Pierdo los papeles. Todo esto es una mierda. —soltó una carcajada carente de humor—. Y pensar que hubo un tiempo en que creía que era fácil tratar con ella. Nunca le importó que yo fuese bisexual ni que me acostara con otros. A una parte de mí le gusta que ahora me quiera lo suficiente como para pretender tenerme en exclusiva, pero no puedo evitar sentir lo que siento por Alec.
Apartó su mirada afligida. Me destrozaba verlo tan mal.
—Quizá debería hablar yo con ella. —me ofrecí.
Él echó la cabeza hacia atrás para mirarme.
—¿De qué se supone que va a servir eso? Vosotras dos no os lleváis bien.
—No soy admiradora suya —admití—, pero puedo hacer algo. Una charla de mujer a mujer, si se hace bien, puede servir. La verdad es que no va a empeorar las cosas, ¿no? —vacilé antes de decir nada más. Mis intenciones eran buenas, pero parecían propias de una ingenua.
Soltó un bufido.
—Siempre pueden ir a peor.
—Vaya forma de ver el lado bueno de la vida —lo reprendí—. ¿Sabe Alec que has hablado con Tanya para que no se venga a vivir contigo?
—Le he enviado un mensaje. No me ha respondido. Pero lo cierto es que no esperaba que lo hiciera.
—Dale algo más de tiempo.
—Bella, en el fondo, él desearía que yo fuera del todo gay. En su mente, ser bisexual significa que puedo acostarme con todo el mundo. No entiende que simplemente porque me sienta atraído por hombres y por mujeres eso no signifique que no puedo ser una persona fiel. O quizá es que no quiere entenderlo.
Yo dejé escapar el aire de mis pulmones.
—Creo que yo tampoco fui de ayuda en ese aspecto. Él me habló de ello una vez y no supe explicarme bien.
Aquello me había corroído durante un tiempo. Tenía que ponerme en contacto con Alec y dejarle las cosas claras. Jazz estaba en el hospital recuperándose de un fuerte asalto cuando Alec quiso hablar conmigo. Mi mente no se hallaba en su mejor momento en aquella época.
—Tú no puedes estar arreglándome la vida constantemente, preciosa. —se puso boca abajo y me miró—. Pero te quiero mucho sólo por el hecho de que lo intentes.
—Eres parte de mí. —traté de buscar las palabras adecuadas—. Necesito que estés bien, Jazz.
—Estoy intentándolo. —se apartó el pelo de la cara—. Este fin de semana en Westport quiero pensar en la posibilidad de que Alec pueda quedarse fuera. Debo ser realista.
—Tú sé realista, yo mantendré la esperanza.
—Pues que te diviertas. —se sentó y apoyó los codos sobre las rodillas dejando caer la cabeza—. Y eso me lleva de nuevo a Tanya. Supongo que lo tengo claro: no podemos estar juntos. Con bebé o sin él, no funcionaría para ella ni para mí.
—Eso lo respeto.
Me costó no decir nada más. Siempre le daría a mi mejor amigo el apoyo y el consuelo que necesitara, pero ahora tenía que aprender unas cuantas lecciones difíciles. Alec, Tanya y Jazz estaban sufriendo —con un bebé de camino— por culpa de las decisiones de Jazz. Él alejaba con sus acciones a los que lo querían, el hecho de que permanecieran a su lado suponía un reto. Enfrentarse a las consecuencias quizá lo hiciera cambiar para mejor.
Su sonrisa era irónica, y uno de sus hermosos ojos verdes asomaba entre su largo flequillo.
—No puedo elegir entre ellos basándome en lo que pueda obtener para mí. Es un rollo pero, oye, en algún momento tendré que madurar.
—¿No nos pasa lo mismo a todos? —lo miré con una sonrisa de ánimo—. Hoy he dejado mi trabajo.
Asimilar lo que había hecho me parecía cada vez más fácil, y lo dije en voz alta.
—¿En serio?
Levanté la vista al techo antes de contestar.
—En serio.
Jazz soltó un silbido.
—¿Quieres que saque el bourbon y unas copas de chupito?
—¡Puf! Ya sabes que no soporto el bourbon. Y lo cierto es que un buen champán sería más apropiado para mi dimisión.
—¿De verdad? ¿Quieres que lo celebremos?
—No necesito ahogar ninguna pena, eso te lo aseguro. —extendí los brazos por encima de la cabeza para deshacerme de la tensión—. Aunque llevo pensando en ese tema todo el día.
—¿Y?
—Estoy bien. Quizá si Emmett se hubiera tomado la noticia de otro modo lo habría pensado mejor, pero él también se va, y lleva allí mucho más tiempo que los tres meses que he estado yo. No tendría sentido que yo me sintiese peor que él por irme.
—Preciosa, las cosas no deben tener sentido para que sean verdad. —cogió el mando a distancia y bajó el volumen.
—Tienes razón, pero conocí a Edward a la vez que empezaba a trabajar en Waters Field & Leaman. En términos prácticos, no hay comparación posible entre un trabajo en el que has estado tres meses y un marido con el que vas a pasar el resto de tu vida.
Él me lanzó una mirada fulminante.
—Has pasado de la sensatez a la practicidad. Esto va cada vez peor.
—Cierra el pico.
Jazz nunca permitía que me escapara con una explicación fácil. Como normalmente se me daba bien engañarme a mí misma, su política de no andarse con rodeos era un espejo en el que necesitaba verme.
Mi sonrisa se desvaneció.
—Quiero más.
—¿Más qué?
—Más de todo. —volví a mirarlo—. Edward tiene una presencia, ¿sabes? Cuando entra en una habitación, todo el mundo levanta la cabeza para prestarle atención. Yo quiero eso.
—Con eso te has casado. De hecho, has conseguido el apellido y la cuenta corriente.
Me incorporé en mi asiento.
—Lo quiero porque me lo he ganado, Jazz. Anthony Cross dejó atrás a muchas personas que quieren desquitarse con su hijo. Y Edward se ha creado sus propios enemigos, como los Lucas.
—¿Quiénes?
Arrugué la nariz.
—La cabra loca de Victoria Lucas y el enfermo de su marido. —entonces, lo recordé— ¡Dios mío, Jazz! No te lo he contado. La pelirroja con la que estuviste tonteando en aquella cena de hace unas semanas, ésa era Victoria Lucas.
—¿De qué narices me hablas?
—¿Recuerdas cuando te pedí que buscaras algo sobre el doctor Terrence Lucas? Victoria es su mujer.
La confusión de Jazz era evidente.
No podía contar que Terrence Lucas había examinado a Edward cuando era niño y había mentido sobre los síntomas de trauma sexual que había descubierto. Lo había hecho para así proteger a su cuñado, Hugh, y que no lo acusaran. Yo jamás podría entender cómo había podido hacer algo semejante, por mucho que amara a su esposa.
En cuanto a Victoria, Edward se había acostado con ella para vengarse de su marido, pero el parecido físico de ella con su hermano había conducido a Edward a una depravación sexual que lo atormentaba. Había castigado a Victoria por los pecados cometidos por su hermano, y tanto él mismo como ella habían quedado tocados.
Eso nos dejaba a Edward y a mí con dos enemigos muy crueles contra los que luchar.
Le conté hasta donde pude:
—Los Lucas tienen un pasado retorcido con Edward en el que yo no puedo entrar, pero no es ninguna coincidencia que vosotros dos terminarais juntos esa noche. Ella lo había planeado así.
—¿Por qué?
—Porque está loca, y sabía que a mí me haría polvo.
—¿Por qué diablos iba a importarte a ti con quién me enrollara?
—Jazz, a mí siempre me importa. —en ese instante oí mi móvil. Por la canción Hanging by a moment, que sonaba como tono de llamada, supe que era mi marido quien telefoneaba. Me levanté—. Pero en este caso era por las intenciones que había detrás. No fuiste una simple aventura al azar. Ella fue a por ti en concreto porque eres mi mejor amigo.
—No entiendo qué se puede conseguir con eso.
—Era para hacerle la peineta a Edward. Atraer su atención es lo que más desea.
Jazz enarcó una ceja.
—Todo eso me parece de locos, pero bueno. Me la he vuelto a encontrar no hace mucho.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Quizá la semana pasada. —se encogió de hombros—. Acababa de terminar una sesión de fotos y mi coche me esperaba en la puerta. Ella salía de una cafetería con una amiga. Fue una completa coincidencia.
Negué con la cabeza.
Mi teléfono dejó de sonar.
—Ni hablar. ¿Te dijo algo?
—Claro. Más o menos, flirteó un poco, cosa que no me sorprendió, teniendo en cuenta la última vez que nos vimos. Yo le paré los pies y le dije que estaba empezando una relación. A ella le pareció bien. Me deseó suerte y volvió a darme las gracias por el rato tan bueno que habíamos pasado. Luego se fue calle abajo. Fin de la historia.
El móvil empezó a sonar otra vez.
—Si vuelves a encontrártela, date media vuelta y llámame, ¿vale?
—Vaaale, pero no me has contado lo suficiente como para que todo esto tenga sentido.
—Deja que hable con Edward. —fui corriendo a por mi teléfono y respondí—. Hola.
—¿Estabas en la ducha? —me preguntó él ronroneando—. ¿Estás desnuda y mojada, cielo?
—Dios mío. Espera un momento. —me puse el teléfono sobre el hombro y volví con Jazz—. ¿Llevaba una peluca cuando la viste?
Jazz me miró sorprendido.
—¿Cómo narices voy a saberlo?
—¿Llevaba el pelo largo como cuando la conociste?
—Sí. Igual.
Asentí con gesto serio. Victoria llevaba el pelo rapado y yo nunca había visto ninguna imagen de ella de otra forma. Se había puesto una peluca cuando fue detrás de Jazz en la cena, con lo que consiguió confundirme a mí y ocultarse de Edward.
Quizá era su nueva forma de arreglarse. O puede que fuera otra señal de que albergaba un plan especial en cuanto a Jazz.
Me puse el teléfono en la oreja de nuevo.
—Necesito que vuelvas aquí, Edward. Y tráete a Marco.
Algo en mi tono de voz debió de revelar mi preocupación, porque Edward apareció tanto con Marco como con Raúl. Abrí la puerta y los vi a los tres en el rellano; mi marido, al frente y en el centro, y los dos guardaespaldas flanqueándolo. Decir que la mirada de los tres hombres era intensa habría sido un eufemismo.
Edward se había aflojado la corbata y desabotonado el cuello y el chaleco pero, por lo demás, iba vestido igual que cuando nos habíamos separado poco antes. Ese ligero desaliño le daba un aspecto de lo más sensual, y provocó un hormigueo de excitación en mis venas. Era una tentación, una incitación a que terminara de quitarle aquella ropa cara y elegante para poder ver al hombre fuerte y primario que había debajo. Por muy bueno que estuviese Edward con la ropa puesta, no había nada como verlo completamente desnudo.
Mis ojos se quedaron mirando los de Edward y me delataron. Enarcó una sensual ceja hacia arriba y la comisura de su boca se curvó con gesto divertido.
—Hola a ti también. —bromeó como respuesta a mi acalorada mirada.
Los dos hombres que estaban detrás contrastaban con él con sus trajes negros hechos a medida, aunque escuetos, con sus camisas blancas y sus pulcras corbatas negras perfectamente anudadas.
La verdad es que nunca antes había sido consciente de lo superfluos que parecían Marco y Raúl cuando estaban al lado de Edward, un hombre que claramente podría encargarse de un enfrentamiento mano a mano sin ningún tipo de ayuda.
Raúl tenía el rostro serio, como era habitual en él. Marco también tenía una expresión estoica, pero por la mirada maliciosa que me dirigió supe que se había percatado de mi forma pícara de mirar a su jefe.
Eso hizo que me sonrojara.
Di un paso atrás para apartarlos de la puerta y dejarlos pasar. Marco y Raúl entraron en la sala de estar, donde esperaba Jazz. Edward aguardó detrás conmigo mientras yo cerraba la puerta.
—Me has lanzado esa mirada, cielo, pero querías que trajera a Marco. Explícate.
Eso me hizo reír, era justo lo que necesitaba para romper la tensión.
—¿Cómo iba a evitar venir si parecía que te estabas desnudando cuando me has llamado?
—Puedo terminar de hacerlo aquí.
—Que sepas que quizá tenga que quemar toda tu ropa tras la boda. Deberías ir siempre desnudo.
—Eso haría de lo más interesantes las reuniones de trabajo.
—Eh, en ese caso, mejor no. Por aquello de sólo para mis ojos. —me recosté contra la puerta y respiré hondo—. Victoria se puso en contacto con Jazz después de aquella cena.
De los ojos de Edward desaparecieron toda la calidez y la diversión, sustituidas por una frialdad que avisaba de que algo malo podría venir después.
Se dispuso a entrar en la sala de estar. Yo me apresuré para ponerme a su altura y entrelacé mi mano con la suya para recordarle que estábamos juntos en eso. Sabía que era una idea que tardaría en asimilar. Edward había estado solo durante mucho tiempo, lidiando con sus propias batallas y con las de las personas a las que quería.
Se sentó sobre la mesa de centro y miró a Jazz.
—Cuéntame lo que le has dicho a Isabella.
Edward parecía listo como para ir a Wall Street, mientras que Jazz tenía aspecto de estar a punto de echarse una siesta, pero eso no pareció impactarle a mi marido en absoluto.
Jazz volvió a contarlo todo, dirigiendo ocasionales miradas a Marco y Raúl, que estaban al lado.
—Y eso es todo —terminó—. No os ofendáis, chicos, pero parecéis demasiado músculo para una pelirroja que pesará como mucho cincuenta y cuatro kilos estando empapada de agua.
Yo le habría echado a Victoria unos cincuenta y nueve, pero eso no venía al caso.
—Más vale prevenir. —dije.
Jazz me fulminó con la mirada.
—Y ¿qué puede hacerme? En serio. ¿Por qué os ponéis todos tan nerviosos?
Edward se removió inquieto.
—Nosotros tuvimos una... aventura. Aunque ésa no es la palabra exacta. No fue nada bonito.
—Te la follaste —dijo Jazz con brusquedad—. Eso ya me lo había imaginado.
—Le hizo daño. —expliqué acercándome para colocar la mano sobre el hombro de Edward.
Apoyaba a mi marido aunque no aprobara lo que había hecho. Y, a decir verdad, la parte de mí que estaba obsesionada por Edward sentía pena por Victoria. Las veces en las que creía haber perdido a Edward para siempre, yo misma me había vuelto un poco loca.
Ella representaba un peligro que yo nunca podría suponer, y ese peligro lo dirigía a personas a las que yo quería.
—No se está tomando bien el hecho de que él esté conmigo. —expliqué.
—¿Qué? ¿Estamos hablando de algo así como lo de Atracción fatal?
—Bueno, ella es psiquiatra, así que sería más adecuado hablar de una mezcla de Atracción fatal e Instinto básico. Es como un maratón de Michael Douglas en una sola mujer.
—No te burles, Isabella. —dijo Edward en tono serio.
—¿Quién se está burlando? —repliqué—. Jazz la ha visto con la peluca larga que se puso para la cena. Se me ocurre que ella quería que él la reconociera para que pudieran hablar.
—Así que está loca —espetó Jazz—. Y ¿qué queréis que haga? ¿Contároslo si la vuelvo a ver?
—Quiero que lleves protección. —repuse.
Edward asintió.
—Estoy de acuerdo.
—Vaya. —Jazz se rascó la barba incipiente de su mentón—. Chicos, os lo estáis tomando a la tremenda.
—Tú ya tienes bastante —le recordé—. Si tiene algún plan, tú no tienes por qué sufrirlo.
Retorció los labios con expresión irónica.
—Eso es verdad.
—Nosotros nos encargaremos. —intervino Marco.
Raúl asintió y, a continuación, los dos hombres fueron abajo.
Edward esperó.
Jazz nos miró a uno y a otro y, después, se puso de pie.
—No creo que ya me necesitéis ninguno de los dos, así que me voy a la cama. Te veo por la mañana. —me dijo antes de salir por el pasillo en dirección a su dormitorio.
—¿Estás preocupado? —le pregunté a Edward cuando nos quedamos solos.
—Tú sí. Con eso basta.
Me senté en el sofá justo enfrente de él.
—No es preocupación, sino más bien curiosidad. ¿Qué cree que puede conseguir a través de Jazz?
Edward resopló con aire de cansancio.
—Es una lianta, Bella. Eso es todo.
—Yo no opino lo mismo. Los comentarios que me hizo en la cena eran muy claros. Me advertía que me alejara de ti. Como si yo no te conociera y no te quisiera si no lo hacía.
Apretó la mandíbula y supe que había tocado una fibra sensible. Lo cierto es que nunca me había contado de qué habían hablado cuando había ido a su despacho.
Era posible que Victoria le hubiese dicho algo parecido aquella vez.
—Hablaré con ella. —anuncié.
Edward me clavó sus fríos ojos azules.
—No vas a hacer tal cosa.
Solté una leve carcajada. Pobre marido mío, tan acostumbrado a que su palabra se cumpliera para, después, decidir casarse con una mujer como yo.
—Sé que hemos recorrido mucho durante el curso de nuestra relación, pero hubo un momento entremedias en el que hablamos de funcionar como un equipo.
—Y estoy dispuesto a que sea así —dijo en tono suave—. Pero Victoria no es el lugar por donde hay que empezar. No se puede razonar con alguien que es del todo irracional.
—Yo no quiero razonar con ella, campeón. Tiene como objetivo a mis amigos y cree que soy tu punto débil. Debe saber que no estoy indefensa y que al enfrentarse a ti se está enfrentando a los dos.
—Ella es problema mío. Yo me encargaré.
—Si tú tienes un problema, Edward, es mi problema también. La operación Gideva está ya en marcha. El hecho de que yo no actúe no hace sino empeorar esta situación con Victoria. —me incliné hacia adelante—. En su mente, o bien yo sé lo que está pasando pero soy demasiado débil como para hacer algo, o tú me lo estás ocultando todo, lo que implica que soy demasiado débil como para enfrentarme a ello. Cualquiera que sea el caso, me estás convirtiendo en su objetivo, y no es eso lo que quieres.
—Tú no sabes qué es lo que le pasa por la mente. —respondió él en tono serio.
—Es un poco retorcida, eso está claro. Pero es una mujer. Confía en mí. Debe saber que tengo uñas y dientes y que estoy dispuesta a hacer uso de ellos.
Edward entornó los ojos.
—Y ¿qué le dirías?
Un pequeño destello de triunfo hizo que contuviera una sonrisa.
—Sinceramente, creo que bastará tan sólo con aparecer en algún sitio por sorpresa. Una emboscada, por así decirlo. Eso la hará flaquear. ¿Se pondrá a la defensiva o atacará? Sabremos más según sea su reacción. Y lo necesitamos.
Edward negó con la cabeza.
—No me gusta.
—Ya sabía que no te gustaría. —extendí las piernas entre las suyas—. Pero sabes que tengo razón. No es mi estrategia lo que te fastidia, Edward. Es más bien que tu pasado no termina de desaparecer y no quieres que yo lo vea.
—Desaparecerá, Bella. Deja que yo me encargue.
—Tienes que ser más analítico con esto. Yo pertenezco a tu equipo, igual que Marco y Raúl. Aunque está claro que no soy tu empleada y, desde luego, tampoco dependo de ti. Soy tu mejor mitad. Ya no se trata solamente de Edward Cross. Ni siquiera de Edward Cross y de su esposa. Somos Edward y Isabella Cross, y tienes que permitir que yo me ponga a la altura.
Se echó hacia adelante mirándome con ojos ardientes e intensos.
—Yo no tengo que demostrar nada a nadie.
—¿En serio? Porque a mí sí me parece que tengo que demostrarte algo a ti. Si no crees que sea lo suficientemente fuerte...
—Bella. —puso las manos por detrás de mis rodillas y me acercó a él—. Eres la mujer más fuerte que conozco.
Pronunció esas palabras, pero pude ver que no las creía de verdad. No de la forma en que los dos necesitábamos que las creyera. Me veía como a una superviviente, no como a una guerrera.
—Así pues, deja de preocuparte —repliqué—. Y permíteme que haga lo que tengo que hacer.
—No estoy de acuerdo con que tengas que hacer algo.
—Vale, pues entonces, tendrás que aceptar que no estás de acuerdo.
Me incliné sobre él, pasé los brazos por sus anchos hombros y apreté mis labios sobre la comisura de su boca seria.
—Cielo...
—Quiero dejar claro que no estaba pidiéndote permiso, Edward. Te estoy diciendo lo que voy a hacer. Puedes colaborar o quedarte a un lado. Tú eliges.
Soltó un bufido de frustración.
—Y ¿dónde queda ese mutuo acuerdo que siempre me estás exigiendo?
Me aparté y lo miré de reojo.
—Ese acuerdo mutuo está en dejar que en esta ocasión yo lo intente a mi manera. Si no funciona, la próxima vez lo haremos a la tuya.
—Gracias.
—No seas así. Nos sentaremos juntos para preparar la logística del momento y el lugar. Vamos a necesitar que Raúl investigue sus movimientos habituales. Por definición, las emboscadas son inesperadas, y la nuestra debe darse en un lugar donde ella se sienta segura y cómoda. Vamos a seguir su ejemplo.
Edward respiró hondo. Prácticamente pude leer sus pensamientos, su mente ágil tratando de buscar el modo de conseguir el resultado que él deseaba.
Así que lo distraje.
—¿Te acuerdas de esta mañana, cuando dije que te explicaría por qué había decidido contarles a mis padres que nos habíamos casado?
Su atención cambió al instante y su mirada se volvió cautelosa y alerta.
—Claro.
—Sé que necesitaste mucho valor para hablarle al doctor Vulturi de Hugh. Sobre todo, si tenemos en cuenta lo que opinas de los psiquiatras. —no obstante, ¿quién podía culparlo de esa desconfianza? Hugh había llegado a la vida de Edward bajo el disfraz de una ayuda terapéutica y se había convertido en su violador—. Me inspiraste para ser igual de valiente.
Su precioso rostro se ablandó y se llenó de ternura.
—Hoy he escuchado esa canción. —murmuró, recordándome aquella vez en la que le había cantado ese himno de Sara Bareilles que se titulaba Brave.
Sonreí.
—Tú necesitabas que se lo contara. —añadió en voz baja. Pronunció esas palabras como una declaración pero, en realidad, se trataba de una pregunta.
—Sí —dije.
Es más, Edward lo necesitaba. Los abusos sexuales eran un asunto íntimo y personal pero, en cierto modo, debíamos sacarlos fuera. No se trataba de un secreto sucio y vergonzoso que hubiese que ocultar dentro de una caja. Era una verdad desagradable, y las verdades —por naturaleza— tienen que ser aireadas.
—Y tú necesitas enfrentarte a Victoria. —repuso.
Lo miré sorprendida.
—La verdad es que no estaba llevando la conversación de nuevo hacia ese punto, pero sí, lo necesito.
Esta vez, Edward asintió.
—De acuerdo. Vamos a prepararlo.
Me permití hacer una imaginaria señal de victoria. Un punto a favor de Gideva.
—También has dicho que hay una cosa que te gusta más que el sexo conmigo. —me recordó en tono frío. Por su mirada supe que me estaba provocando.
—Bueno, yo no lo diría exactamente con esas palabras. —le pasé los dedos por el pelo—. Follar contigo es literalmente mi actividad favorita. De todas.
Sonrió con suficiencia.
—¿Pero?
—Vas a creer que soy tonta.
—Aun así, sigo pensando que estás muy buena.
Lo besé por aquello.
—En el instituto, la mayoría de las chicas a las que conocía tenían novios. Ya sabes cómo es eso: hormonas ardientes e historias de amor épicas.
—Eso me han contado. —respondió con ironía.
Las palabras se me agolparon en la garganta. Había sido una estúpida al olvidar cómo debía de haber sido para Edward. Él no había tenido pareja hasta que conoció a Rosalie en la universidad. Había sufrido demasiado por los abusos de Hugh como para disfrutar de la habitual angustia del amor de adolescentes a la que me estaba refiriendo.
—Cielo...
Me maldije en silencio.
—Olvídalo. Es muy aburrido.
—Sabes que eso no te va a funcionar.
—Y ¿sólo por esta vez?
—No.
—Por favor.
Negó con la cabeza.
—Escúpelo.
Arrugué la nariz.
—Está bien. Los adolescentes se pasan horas hablando por teléfono por las noches porque tienen colegio y padres y no pueden estar juntos. Se pasan toda la noche charlando con sus novios sobre cualquier cosa. Yo nunca tuve eso. Nunca... —contuve mi vergüenza—. Nunca tuve un chico así.
No necesité contarle más. Edward sabía cómo me había sentido. Cómo el sexo había sido mi forma retorcida de sentirme amada. Los tipos con los que follaba nunca me habían llamado. Ni antes ni después.
—En fin —concluí con la voz entrecortada—. Se me había ocurrido la idea de que podríamos tener algo así por ahora... mientras esperamos. Llamadas nocturnas en las que hablaríamos únicamente por escuchar la voz del otro.
Se me quedó mirando.
—En mi imaginación sonaba mejor. —murmuré.
Edward se quedó en silencio durante un largo rato.
A continuación, me besó.
Intensamente.
Yo seguía tambaleándome cuando él se apartó y habló con una voz que, más bien, pareció un ronco susurro.
—Yo seré ese chico, Bella.
La garganta se me cerró.
—Cada peldaño, cielo. Cada ritual de iniciación. Todo. —me limpió la lágrima que empezaba a brotarme por el rabillo del ojo—. Y tú serás para mí esa chica.
—Dios. —solté una carcajada llorosa—. Te quiero mucho.
Él sonrió.
—Ahora me voy a casa, porque eso es lo que quieres. Y vas a llamarme y a decírmelo otra vez, porque eso es lo que yo quiero.
—Trato hecho.
Me desperté al día siguiente antes de que sonara la alarma. Tumbada en la cama durante unos minutos, dejé que mi cerebro se despertara todo lo que me fuera posible sin café.
Me obligué a concentrarme en el hecho de que ése era el comienzo de mi último día en el trabajo.
Sorprendentemente, me sentí más que bien ante aquello. Estaba impaciente. Había llegado el momento de hacer un cambio radical.
Y, ahora, la verdadera gran pregunta: ¿qué ponerme?
Salí de la cama y fui al vestidor.
Tras mirar casi todo, me decidí por un vestido de tubo color esmeralda que tenía un cuello y un bajo asimétrico. Mostraba algo más de pierna de lo que normalmente consideraba adecuado para el trabajo, pero ¿por qué terminar igual que había empezado? ¿Por qué no aprovechar la oportunidad para iniciar una transición del pasado al futuro?
Hoy era el fin de Isabella Dwyer.
El lunes, Isabella Cross haría su debut.
Me la imaginé.
Bajita y rubia, junto a su esposo alto y cobrizo, pero tan peligrosa como él en un aspecto muy similar. O puede que no. Quizá resaltando las diferencias, los lados opuestos de la misma espada afilada.
Tras echar un último vistazo a mi espejo de pie, entré en el baño y me maquillé.
Poco después, Jazz asomó la cabeza y soltó un silbido.
—Qué guapa, cariño.
—Gracias. —dejé la barra de labios en su repisa—. ¿Puedo pedirte que me ayudes a hacerme un moño?
Entró vestido tan sólo con unos calzoncillos, con un aspecto no muy distinto del de los carteles publicitarios en los que aparecía en las cabinas de teléfono y en los autobuses de toda la ciudad.
—Traducción: que te lo haga yo. Por supuesto.
Mi mejor amigo se puso manos a la obra, cepillándome el pelo con pericia y retorciéndolo hasta formar un elegante moño.
—Lo de anoche fue bastante intenso —dijo tras sacarse la última horquilla de la boca—. Con la sala de estar llena de trajes negros.
Lo miré a los ojos a través del espejo.
—Tres trajes.
—Dos trajes y Edward —respondió—. Él puede llenar una habitación con su sola presencia.
No pude rebatirlo.
Jazz puso su sonrisa más luminosa.
—Si alguien se entera de que tengo seguridad privada, van a pensar que soy más importante de lo que creían o que tengo un concepto demasiado exagerado de mi celebridad. Aunque ambas cosas son ciertas.
Me puse de pie y de puntillas para besarlo en el mentón.
—Ni siquiera te darás cuenta de que están ahí. Serán de lo más sigilosos.
—Te apuesto a que los veo.
—Cinco dólares. —respondí pasando por su lado para coger un par de zapatos de tacón del dormitorio.
—¿Qué? Y ¿por qué no cinco de los grandes, señora Cross?
—¡Ja! —cogí mi teléfono de la cama cuando sonó con un mensaje entrante—.Edward está subiendo.
—¿Por qué no ha pasado la noche aquí?
Respondí sin mirarlo mientras me apresuraba hacia la entrada.
—Estamos de abstinencia hasta la boda.
—Joder, ¿estás de broma? —los largos pasos de Jazz casi me atraparon, pese a que él andaba despacio y yo a toda prisa. Me cogió los zapatos de la mano para que yo pudiera alcanzar de la barra de la cocina el termo con café que me iba a llevar para el camino—. Yo creía que el período de luna de miel duraba más tiempo. ¿No se acuestan las mujeres con sus maridos durante al menos unos cuantos años antes de que los rechacen?
—¡Cierra el pico, Jasper! —cogí el bolso y abrí la puerta.
Edward estaba al otro lado llave en mano, dispuesto a abrir.
—Cielo.
Jazz extendió el brazo por detrás de mí y abrió más la puerta.
—Lo siento por ti, tío. Les pones un anillo y, ¡pum!, se les cierran las piernas.
—¡Jasper! —exclamé fulminándolo con la mirada—. Voy a darte un puñetazo.
—Y ¿quién va a prepararte el bolso de viaje si lo haces?
Me conocía demasiado bien.
—No te preocupes, preciosa. Tendré listo tu equipaje y el mío. —miró a Edward—. Me temo que a ti no puedo ayudarte. Espera a verla con ese biquini azul de La Perla que voy a meter. A ver si tienes pelotas de ponerte a la altura.
—Yo también te voy a dar un puñetazo —dijo Edward con voz cansina—. Tus hematomas sí que harán juego con ella.
Jazz me dio un suave empujón hacia afuera y cerró la puerta de golpe.
Era casi mediodía cuando Emmett asomó por mi cubículo y me miró con su sonrisa.
—¿Lista para nuestro último almuerzo en el trabajo?
Me llevé una mano al corazón.
—Me acabas de matar.
—Estaré encantado de devolverte tu dimisión.
Negué con la cabeza, me puse de pie y paseé la mirada por mi mesa de trabajo. No había guardado aún mis pocos objetos personales. Esperaba que, cuando se acercaran las cinco de la tarde, pudiera sentir que había llegado el final. Pero, por ahora, no estaba preparada del todo para dejar de sentirme dueña de mi mesa y del sueño que antes había representado.
—Tendremos más almuerzos. —saqué el bolso del cajón y fui con él hacia los ascensores—. No voy a dejar que te me escapes tan fácilmente.
Cuando llegamos a la recepción, iba a hacerle una señal a Angela para avisarle de que estábamos listos, pero ella ya había tenido su descanso para el almuerzo y estaba ocupada con los teléfonos.
Echaría de menos verla a ella, a Will y a Emmett cada día. Ellos representaban mi propio trocito de Nueva York, una parte de mi vida que solamente me pertenecía a mí.
Ése era otro de los aspectos que temía abandonar al dejar mi trabajo, mi círculo personal de amigos.
Sin embargo, me esforzaría por mantenerlo, por supuesto. Sacaría tiempo para llamarlos y hacer planes juntos, pero era consciente de lo que solía pasar. Llevaba ya varios meses sin ponerme en contacto con mi gente de San Diego. Y mi vida no se parecería en nada a la de mis amigos. Nuestros objetivos, nuestros sueños y nuestros retos serían muy distintos.
En el ascensor en el que entramos Emmett y yo sólo había unas cuantas personas, pero el espacio se llenó rápidamente a medida que iba parando. Tomé nota para pedirle a Edward una de esas llaves mágicas de su ascensor, que le permitía subir o bajar directamente sin interrupciones. Al fin y al cabo, seguiría yendo al Crossfire, sólo que a otra planta.
—Y ¿tú, qué? —pregunté mientras nos íbamos apretando para dejar sitio a los demás—. ¿Has decidido si te quedas o te vas?
Emmett asintió y se metió las manos en los bolsillos del pantalón.
—Voy a seguir tu ejemplo.
Por su expresión, estuve segura de que se mantenía firme en su decisión.
—Eso es estupendo, Emmett. Enhorabuena.
—Gracias.
Salimos a la planta baja y pasamos por los torniquetes de seguridad.
—Seth y yo lo hemos hablado —continuó mientras cruzábamos el suelo de mármol de vetas doradas del vestíbulo—. Contratarte supuso un gran paso para mí. Fue la señal de que mi carrera profesional progresaba en la dirección correcta.
—Que no te quepa duda de ello.
Sonrió.
—Perderte es también otra señal. Ha llegado el momento de avanzar.
Emmett me hizo un gesto para que yo pasara primero por la puerta giratoria. Sentí el calor del sol antes de terminar la rotación que me llevaba a la calle. El clima del otoño aún quedaba lejos. Estaba deseando que llegara el cambio de estación.
Pensé que tenía que haber un cambio exterior que se adecuara al que estaba sucediendo en mi interior.
Miré la elegante limusina negra que estaba aparcada junto al bordillo y, después, me giré para observar a mi jefe cuando salió a la acera.
—¿Adónde vamos?
Emmett me miró divertido antes de ir a buscar un taxi libre en medio de la oleada de aquel mar de coches.
—Es una sorpresa.
Me froté las manos.
—¡Bien!
—Señorita Dwyer.
Me volví al oír mi nombre y vi a Marco al lado de la limusina. Vestido con su habitual traje negro y su tradicional gorra de chófer, tenía un aspecto elegante, pero combinado con tanta perfección que sólo un buen observador podría sospechar de su pasado en los servicios secretos internacionales.
Siempre me asombraba pensar en su historia. Era propia de James Bond. Estaba segura de que yo la había idealizado demasiado, pero también me confortaba ser consciente de ella. Edward estaba en las mejores manos.
—Hola. —lo saludé permitiéndome un tono cariñoso en la voz.
No podía evitar sentir por él una especial gratitud. Su pasado junto a Edward venía desde varios años atrás y yo nunca llegaría a conocer todos los detalles, pero sabía que él había sido el único apoyo que Edward había tenido en su vida después de lo de Hugh.
Además, Marco había sido la única persona de nuestra vida que había sido testigo de nuestro matrimonio en secreto. La expresión de su rostro cuando habló con Edward después y las lágrimas que brotaron de sus ojos denotaban un vínculo irrompible.
Sus ojos azul claro me miraron relucientes cuando abrió la puerta de la limusina.
—¿Adónde quieren ir?
Emmett me miró sorprendido.
—¿Es por esto por lo que me dejas? Vaya. No puedo competir con ello.
—No tienes por qué hacerlo. —me detuve antes de entrar en el asiento de atrás y miré a Marco—. Emmett no quiere que sepa adónde vamos, así que subiré e intentaré no oírlo.
El chófer se tocó la visera de la gorra dando a entender que lo había comprendido.
Poco después, salimos.
Emmett se acomodó en el asiento enfrente de mí mientras observaba el interior.
—¡Vaya! He alquilado limusinas otras veces, pero no eran así.
—Edward tiene un gusto estupendo. —no importaba el estilo. Moderno y contemporáneo como su despacho o clásico y antiguo como su ático. Mi marido sabía cómo mostrar su riqueza con clase.
Emmett me sonrió mirándome.
—Eres una mujer afortunada, amiga.
—Lo soy —asentí—. Todo esto es increíble, claro —dije moviendo la mano—, pero él es ya un partido sólo por su personalidad. Es realmente un hombre estupendo.
—Sé lo que es tener a alguien así.
—Sí. Por supuesto que lo sabes. ¿Qué tal van los planes de la boda?
Emmett dejó escapar un gemido.
—Seth me está matando. ¿Quiero azul o violeta? ¿Rosas o lirios? ¿Satén o seda? ¿Mañana o tarde? He intentado decirle que puede hacer lo que quiera. Yo sólo deseo que esté él. Pero me ha echado la bronca. Dice que más vale que me ocupe de esto porque no voy a tener la oportunidad de casarme otra vez. Lo único que puedo hacer yo al respecto es dar gracias a Dios por ello.
Me reí.
—Y ¿qué tal tú? —preguntó.
—Estoy poniéndome a ello. En medio de este mundo de locos lleno de millones de personas, hemos conseguido encontrarnos. Como diría Jazz, deberíamos celebrarlo.
Hablamos del primer baile y de la disposición de los asientos mientras Marco nos llevaba entre el tráfico que siempre parecía obstruir el centro de la ciudad. Miré por la ventanilla por detrás de Emmett y vi que un taxi se detenía en el semáforo a nuestro lado.
La pasajera del asiento de atrás tenía un teléfono entre el hombro y la oreja y movía los labios a mil por hora mientras sus manos pasaban frenéticamente las páginas de un cuaderno. Tras ella, en la esquina, el vendedor de un puesto de perritos calientes atendía con rapidez a la cola de cinco personas que tenía esperando.
Cuando por fin llegamos, salí a la acera y supe dónde estábamos.
—¡Anda!
Oculto bajo el nivel de la calle estaba el restaurante mexicano en el que ya habíamos estado antes. Y daba la casualidad de que entre sus trabajadores había una camarera a la que yo le tenía mucho cariño.
Emmett se rio.
—Has dicho que te ibas tan de repente que Leah no ha tenido tiempo de pedirse el día libre.
—¡Jo, tío! —sentí un nudo en el pecho. Empezaba a ser consciente de un final para
el que no estaba preparada.
—Vamos.
Me agarró del hombro y me llevó adentro, donde enseguida vi una fiesta en la que había un grupo de rostros conocidos y globos de polietileno en los que se leía:
«BIEN HECHO», «MUCHA SUERTE» y «ENHORABUENA».
—¡Hala!
Angela y Will estaban sentados con Seth a una mesa preparada para seis.
Leah estaba de pie, detrás de la silla de su hermano, con su pelo rojo imposible de pasar por alto.
—¡Bella! —gritaron al unísono, llamando la atención de todos los presentes en la sala.
—Dios mío —susurré con el corazón desgarrado. De pronto, me invadieron la tristeza y las dudas al enfrentarme con aquello a lo que estaba renunciando, aunque sólo fuera en un aspecto—. ¡Chicos, no vais a conseguir deshaceros de mí!
—Desde luego que no. —Leah se acercó para darme un abrazo, rodeándome con sus delgados y fuertes brazos—. ¡Tenemos que preparar una despedida de soltera!
—¡Eso! —Angela me envolvió con un abrazo en el momento en que Leah se apartó.
—Quizá podríamos saltarnos esa tradición. —intervino una voz cálida y profunda a mi espalda.
Me di la vuelta sorprendida y vi a Edward. Estaba junto a Emmett, con una única rosa roja y perfecta en la mano.
Emmett compuso una gran sonrisa.
—Nos ha llamado antes para saber si íbamos a hacer algo y ha dicho que quería venir.
Yo sonreí entre lágrimas. No iba a perder a mis amigos e iba a conseguir mucho más. Edward estaba siempre a mi lado cuando lo necesitaba, incluso antes de darme cuenta de que era una parte esencial que me faltaba.
—Te reto a que pruebes la salsa Diablo. —lo desafié extendiendo la mano para coger mi rosa.
Sus labios se curvaron ligeramente en una leve sonrisa, la que me desarmaba; a mí y también a todas las mujeres que había en la sala, como no pude evitar notar. Aun así, la mirada en sus ojos, la comprensión y el apoyo por lo que yo estaba sintiendo eran exclusivamente para mí.
—Es tu fiesta, cielo.
¡Hola, nenas! Que se levanten las apuestas a ver quién de los dos se rinde primero, si Edward o Bella. Entiendo que Bella se quiera dar un tiempo sin sexo para que ambos consideren otras partes de su relación, con respecto a Victoria, ¿ustedes que creen? ¿Sera que planea algo contra Jazz? Con respecto a Jazz… Llevo cuatro partes esperando a que su personaje evolucione a alguien más maduro y menos toxico, pero supongo que me quedare esperando. Ahora que Bella y su plan de enfrentar a Victoria no le sorprende, Bella quiere demostrar que está a la altura de Edward, lo cual no es necesario, pero hey, si es lo que nuestra chica necesita. Awwww, Emmett planeando una fiesta de despedida sorpresa para Bella me derritió. ¡Nos vemos el siguiente capítulo! ¡Besos!
Las leo en sus reviews siempre (me encanta leerlas) y no lo olviden que: #DejarUnReviewNoCuestaNada.
—Ariam. R.
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