Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la maravillosa Silvya Day, yo solo hago la adaptación. Advertencia: alrededor de esta historia se tocan algunos temas delicados sobre el abuso infantil y violación, así como escenas graficas de sexo. Pueden encontrar disponible la saga Crossfire en línea (Amazon principalmente) o librerías. Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.


La casa de dos plantas que se extendía junto a la costa resplandecía con la calidez dorada que salía de cada ventana. Las luces incrustadas por el tortuoso camino de entrada relucían como una cama de estrellas en medio del crepúsculo, mientras que los arbustos de hortensias, del tamaño de pequeños coches, estallaban con sus pétalos alrededor de los bordes del ancho césped.

—¿No te parece bonito? —dijo Bella dándome la espalda y arrodillándose sobre el asiento de cuero negro para mirar por la ventanilla.

—Impresionante. —respondí, aunque me estaba refiriendo a ella. Vibraba de la emoción y disfrutaba como una niña.

Me aferré a aquella visión, pues necesitaba comprenderla y conocer sus motivos. Su felicidad era esencial para mí. Era el manantial de mi propia felicidad, el peso que equilibraba mi balanza y que me mantenía en pie.

Me miró por encima del hombro mientras Marco detenía la limusina junto a los escalones de entrada.

—¿Me estás mirando el trasero?

Bajé la vista hasta su culo, tan perfectamente envuelto por los pantalones cortos que se había puesto después del trabajo.

—Ahora que lo mencionas...

Se dejó caer en el asiento con un resoplido de risa.

—No tienes remedio, ¿lo sabes?

—Sí, ya sabía que no tendría cura la primera vez que me besaste.

—Estoy bastante segura de que fuiste tú quien me besó a mí.

Yo contuve una sonrisa.

—¿Fue así como ocurrió?

Entornó los ojos.

—Más te vale que estés de broma. Ese momento debería estar grabado a fuego en tu mente.

Extendí la mano para pasarla por su muslo desnudo.

—¿Está grabado en la tuya? —murmuré encantado ante la idea.

—Oídme —nos interrumpió Jasper quitándose los auriculares—, no olvidéis que estoy sentado aquí.

El compañero de piso de Bella había estado en silencio, viendo en su tableta una película durante el trayecto de casi dos horas a través del tráfico de la tarde, pero en ningún momento había podido olvidarme de que estaba allí. Jasper Hale era una pieza fundamental en la vida de mi esposa y yo lo aceptaba, si bien no me gustaba.

Aunque pensaba que él quería a Bella, también creía que tomaba malas decisiones que la ponían en situaciones difíciles e incluso suponían un riesgo.

Marco abrió la puerta. Bella salió y subió los escalones antes de que yo apartara mi tableta. Renne abrió la puerta de entrada justo cuando su hija llegó al rellano.

Sorprendido por el entusiasmo de mi mujer, teniendo en cuenta lo poco que aguantaba a su madre la mayor parte de las veces, me quedé mirándola con curiosidad.

Jasper se reía mientras recogía sus cosas y las metía dentro de un pequeño bolso.

—No hace falta más que olfatear un poco.

—¿Perdona?

—Renne prepara unas galletas realmente buenas recubiertas de crema de cacahuete. Bella se está asegurando de guardarse algunas antes de que yo entre y me las coma todas.

Tomé nota de que debía hacerme con la receta y miré a mi espalda hacia las dos mujeres que estaban en el porche, sorprendiéndolas en el momento en que se intercambiaban besos al aire antes de que ambas se volvieran para mirarme. En ese momento, con Renne vestida con unos pantalones que le llegaban al tobillo y una blusa informal, el parecido entre ellas era sorprendente.

Jasper salió y subió los escalones de dos en dos para lanzarse directamente a los brazos abiertos de Renne y levantarla del suelo. La risa de ambos se oyó a través del atardecer.

Oí que Marco me hablaba desde su posición junto a la puerta abierta.

—No puede pasarse el fin de semana dentro de la limusina, amigo.

Animado, dejé la tableta en el asiento y salí.

Él me sonrió.

—Le va a venir bien estar con la familia.

Durante años, Marco había sido lo único que yo tenía. Y había sido suficiente.

—¡Vamos, perezoso! —Bella volvió conmigo y me agarró de la mano para arrastrarme por los escalones con ella.

—Edward. —Renne me saludó con una amplia y cálida sonrisa.

—Hola, Renne. —extendí la mano y, en lugar de estrechármela, me sorprendió con un fuerte abrazo.

—Te diría que me llamaras «mamá» —dijo, echándose hacia atrás—, pero creo que me sentiría vieja.

La sensación de incomodidad se transformó en un hormigueo que me recorrió la espalda. Me quedé pasmado al comprobar que había cometido un gran error de cálculo.

Mi matrimonio con Bella la hacía mía. Pero también hacía que yo fuera de ella y me vinculaba con sus seres queridos de un modo muy personal.

Renne y yo nos conocíamos desde hacía algún tiempo. Nuestros caminos se habían cruzado debido a las distintas organizaciones benéficas que ambos apoyábamos. Habíamos establecido unos particulares parámetros para nuestras interacciones, los de los protocolos de cualquier asociación.

De repente, todo aquello saltó por los aires.

Miré a Marco confuso. Al parecer, mi apuro le estaba divirtiendo, a juzgar por el guiño que me hizo mientras me abandonaba a mi suerte. Rodeó la parte de atrás del coche para saludar Cayo Clancy, que esperaba junto a la puerta del conductor de la limusina.

—La cochera está allí. —dijo Renne señalando hacia el edificio de dos plantas que había al otro lado del camino y que era una pequeña réplica de la casa principal—. Cayo se asegurará de acomodar a tu conductor y de traer tus maletas.

Bella me agarró de la mano y me condujo al interior. Las suposiciones de Jasper eran ciertas, y de inmediato me asaltó el olor de la mantecosa vainilla. No eran velas, sino galletas. Aquel aroma hogareño y reconfortante hizo que deseara dar media vuelta y quedarme fuera.

No estaba preparado. Había ido como invitado, como acompañante de Bella. Ser el yerno, un verdadero miembro de la familia, era una posibilidad que no había previsto.

—Me encanta esta casa. —dijo Bella conduciéndome por el pasaje abovedado que daba a la sala de estar.

Vi lo que me esperaba. Una lujosa casa de playa con asientos de fundas blancas y adornos marítimos.

—¿No te encanta el suelo de madera de color café? — me preguntó—. Yo habría optado por roble blanqueado, pero es demasiado previsible, ¿verdad? Y los colores verde, naranja y amarillo en lugar del azul habitual. Hacen que me den ganas de volverme loca cuando regresemos a la casa de los Outer Banks.

Bella no tenía ni idea de lo mucho que yo deseaba volver allí en ese momento. Al menos, allí dispondría de más de un segundo de privacidad antes de tener que enfrentarme a una casa llena de parientes nuevos.

La lujosa zona de estar daba directamente a la cocina abierta, donde Cullen, Martin, Lacey y Jasper estaban alrededor de una gran isla con asientos para seis. Todo aquel espacio compartía las vistas del agua que proporcionaba una fila de paneles deslizantes de cristal que daban a una enorme terraza.

—¡Oye! —protestó Bella—. ¡Más os vale que me dejéis alguna galleta!

Carlisle sonrió y se acercó a nosotros. Vestido con vaqueros y una camiseta tipo polo, tenía el aspecto de una versión más joven del hombre al que yo había conocido por nuestros negocios en Nueva York. Se había deshecho de su aspecto de empresario a la vez que de su traje, y sentí como si estuviera ante un desconocido.

—Bella. —Carlisle la besó en la mejilla y, después, me miró—. Edward.

Acostumbrado a que se dirigiese a mí por mi apellido, no estaba listo para el abrazo que vino después.

—Enhorabuena. —añadió mientras me daba una fuerte palmada en la espalda antes de soltarme.

Iba a estallar. ¿Dónde había quedado la evolución natural, el cambio gradual de colega de negocios a amigo? ¿Y, después, el paso desde la amistad a la familia? Pensé de repente en Charlie. Él había entendido lo que suponía mi matrimonio antes que yo.

Mientras permanecía en tensión, Cullen le sonrió a mi esposa.

—Creo que tu madre te ha guardado algunas galletas en el calientaplatos.

—¡Sí! —Bella se internó en la cocina, dejándome con su padrastro.

Mi padrastro político.

La seguí con la mirada. Al hacerlo, vi el saludo que me dedicaba con la mano Martin Cullen y yo respondí con un movimiento de la cabeza. Si intentaba darme un abrazo, iba a recibir un puñetazo en la cara.

Una vez le había dicho que podía contar con que nos viéramos en reuniones familiares. Ahora me parecía surrealista que estuviese ocurriendo de verdad. Como si me estuvieran gastando una broma.

Las fuertes carcajadas de Bella cruzaron la habitación hasta llegar a mí y llamar mi atención. Extendía la mano izquierda hacia la rubia que estaba junto a Martin, mostrándole el anillo que yo le había regalado cuando la hice mi esposa.

Renne vino con Cullen y conmigo para ocupar su lugar al lado de su marido. La belleza juvenil de ella lo hacía más viejo, llamando la atención de la blancura de su pelo y las arrugas que le surcaban la cara. Sin embargo, era evidente que a Carlisle no le importaban las décadas que lo separaban de su esposa. Se iluminó al verla y sus ojos azul claro se llenaron de cariño.

Yo traté de decir algo adecuado.

—Tenéis una casa muy bonita. —fue lo que al final se me ocurrió.

—No tenía tan buen aspecto antes de que Renne se ocupara de ella. —Carlisle pasó el brazo alrededor de la esbelta cintura de su mujer—. Lo mismo se puede decir de mí.

—Carlisle —lo reprendió Renne sacudiendo la cabeza—. ¿Quieres que te la enseñe, Edward?

—Antes vamos a ofrecerle una copa a este hombre —sugirió Cullen mirándome—Ha estado mucho tiempo en el coche.

—¿Vino? —sugirió ella.

—Quizá un whisky. —repuso Carlisle.

—Un whisky sería estupendo —contesté, avergonzado porque mi desasosiego era al parecer bastante obvio.

Me encontraba fuera de mi ambiente, algo a lo que debería estar acostumbrado desde que conocí a Isabella, pero ella había sido una especie de ancla, aunque había hecho que me tambaleara. Siempre que pudiera agarrarme a ella, podía enfrentarme a cualquier tormenta. O eso creía.

Busqué a mi mujer. Me volví y sentí una oleada de alivio al ver que venía hacia mí con una energía en su caminar que hacía que su coleta se balanceara.

—Prueba esto. —me ordenó a la vez que levantaba una galleta hacia mis labios.

Abrí la boca, pero cerré los dientes una décima de segundo antes para morderle deliberadamente los dedos.

—¡Ay! —se quejó, pero el mordisco tuvo el intencionado efecto de que centrara su atención en mí.

Su ceño fruncido desapareció a la vez que la luz de sus ojos se atenuó al darse cuenta. Me vio y comprendió lo que estaba ocurriendo en mi interior.

—¿Quieres que salgamos? —preguntó con un murmullo.

—Dentro de un momento. —moví el mentón hacia el mueble bar de la sala de estar, donde Cullen me estaba sirviendo una copa. También la agarré de la muñeca para que no se separara de mí.

Me exasperaba apartarla del grupo. No quería ser uno de esos hombres que asfixian a las mujeres que los aman. Pero necesitaba tiempo para acostumbrarme a todo aquello.

La habitual distancia que yo mantenía con los demás, incluido Jasper, no sería bien vista con Renne y Carlisle. No después de ver la alegría que sentía Bella al estar con aquellos a los que consideraba su familia.

La familia suponía para ella un lugar seguro. Estaba más relajada y tranquila de lo que la había visto nunca. Para mí, las reuniones como ésa activaban las alertas. Me obligué a tranquilizarme cuando Cullen regresó con nuestras copas, pero no bajé la guardia del todo.

Martin se acercó para presentar a su novia y los dos nos dieron la enhorabuena.

Aquello fue como era de esperar, cosa que me relajó un poco, aunque no tanto como el whisky doble que me despaché de un trago.

—Voy a enseñarle la playa. —dijo Bella mientras me cogía el vaso vacío, lo dejaba en un extremo de la mesa y nos dirigíamos a las puertas de cristal.

Hacía más calor fuera que en el interior de la casa. El verano de ese año iba a durar hasta el último momento. Una fuerte brisa salada nos envolvió y me echó el pelo sobre la cara.

Fuimos hasta el borde del rompeolas con su mano agarrada a la mía.

—¿Qué pasa? —me preguntó mirándome. La preocupación en su tono me puso el vello de punta.

—¿Sabías que ésta iba a ser una especie de celebración familiar porque nos hemos casado?

Ella se echó hacia atrás al notar mi tono enérgico.

—No pensaba que sería así. Y mamá no me había dicho que fuera a serlo, pero supongo que tiene su lógica.

—Para mí, no. —le di la espalda y empecé a caminar contra el viento, dejando que me apartara el pelo de mi acalorado rostro.

—¡Edward! —Bella se apresuró a seguirme—. ¿Por qué te has enfadado?

Me volví.

—¡No me esperaba esto!

—¿Qué?

—Esta tontería de integrarme en la familia.

Frunció el ceño.

—Bueno, te dije que se lo había contado...

—Eso no debería cambiar nada.

—Eh... Y entonces ¿para qué decírselo? Tú querías que lo supieran, Edward. —se quedó mirándome cuando vio que yo no decía nada—. ¿Qué creías que iba a pasar?

—Yo nunca había esperado casarme, Bella. Así que perdona si no había pensado en ello.

—Vale. —levantó las dos manos en señal de rendición—. Estoy confundida. Y yo no sabía cómo aclararle las cosas.

—No puedo... No estoy preparado para esto.

—¿Preparado para qué?

Levanté una mano impaciente en dirección a la casa.

—Para eso.

—¿Puedes ser más específico? —preguntó ella con cautela.

—Yo... No.

—¿Me he perdido algo? —su voz tenía cierto tono de rabia—. ¿Qué te han dicho, Edward?

Tardé un momento en darme cuenta de que en realidad estaba saliendo en mi defensa. Eso no hizo más que provocarme.

—He venido aquí para estar contigo. Pero resulta que tú estás pasando el tiempo con tu familia...

—Son también tu familia.

—Yo no lo he pedido.

Vi cómo su rostro cambiaba al ir comprendiéndolo. Cuando asomó la pena, apreté los puños a ambos lados de mi cuerpo.

—No me mires así, Isabella.

—No sé qué decir. Dime qué es lo que necesitas.

Solté un fuerte resoplido.

—Más alcohol.

En su boca se dibujó una sonrisa.

—Estoy segura de que no vas a ser el primer novio que siente la necesidad de beber cuando está con la familia política.

—¿Podemos dejar de llamarlos así, por favor?

Su leve sonrisa se desvaneció.

—¿Qué cambiaría eso? Puedes llamarlos señor y señora Cullen, pero...

—No soy yo quien está confuso acerca de si pinto algo aquí.

—Yo no estoy segura de opinar lo mismo. —replicó ella apretando los labios.

—Hace dos días me habrían estrechado la mano y me habrían llamado Cross. ¡Ahora, todo son abrazos, «llámame mamá» y sonrisas que esperan algo a cambio!

—Para ser exactos, lo que ella te ha dicho es que no la llames «mamá», pero lo pillo. Eres hijo suyo por haberte casado conmigo y eso te da miedo. Aun así, ¿tan terrible es que se alegren de ello? ¿Preferirías que actuaran como mi padre?

—Sí. —yo sabía cómo manejar mi rabia y mi decepción. Bella dio un paso atrás. Sus ojos parecían oscuros y grandes bajo la luz de la luna menguante—No —me retracté a la vez que me pasaba una mano por el pelo. No sabía cómo llevar el hecho de haberla decepcionado— Maldita sea, no lo sé.

Se quedó mirándome durante un largo rato. Aparté la vista hacia el agua.

—Edward —dijo cerrando el espacio que había dejado entre los dos—. De verdad, lo entiendo. Mi madre se ha casado tres veces. Cada vez aparecía una repentina figura paternal que yo...

—Yo tengo un padrastro —la interrumpí bruscamente—. No es lo mismo. A nadie le importa si le gustas a tu padrastro.

—¿Es eso lo que pasa? —se acercó a mí y me abrazó con fuerza—. Tú les gustas ya.

La atraje hacia mí.

—Joder, no me conocen.

—Lo harán. Y les vas a encantar. Eres el sueño de cualquier padre.

—No digas tonterías, Isabella.

Ella se apartó de mí y estalló.

—¿Sabes qué? Si no querías tener familia política, deberías haberte casado con una huérfana.

Luego se dirigió de regreso a la casa.

—Vuelve aquí. —espeté.

Bella levantó el dedo corazón hacia mí sin mirar atrás.

La alcancé dando tres pasos, la agarré del brazo y le di la vuelta.

—No hemos terminado.

—Yo sí. —se puso de puntillas para llegar hasta mi cara, aunque tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para lanzarme su mirada asesina—. Fuiste tú quien quiso casarse. Si te estás arrepintiendo, es cosa tuya.

—¡No conviertas esto en un problema! —la rabia hacía que me hirviera la sangre y aumentaba mi frustración.

—¡Siento mucho que no te dieras cuenta de que el compromiso venía acompañado de algo más que de un oportuno pedazo de carne!

—Que oportunamente no está disponible... —contesté sintiendo cómo se tensaba el músculo de mi mandíbula.

—Que te den.

—Estupenda idea.

Bella ya estaba tumbada boca arriba en la arena antes de que pudiera darse cuenta de qué era lo que la había golpeado. La atrapé con mi cuerpo, apretando con fuerza y con mi boca sobre la suya para que cerrara el pico. Ella se arqueó, forcejeó y yo la agarré de la coleta para que se quedara quieta.

Clavó los dientes en mi labio inferior y me aparté maldiciendo.

—¿Estás burlándote de mí ahora? —enredó sus piernas con las mías y me sorprendí estando debajo de ella, mirando su preciosa y furiosa cara—. Exactamente por esto es por lo que no nos estamos acostando, campeón. El sexo es tu solución para salir de todo.

—Tienes que recompensarme para que me merezca la pena. —me mofé con ganas de pelea.

—Yo soy la recompensa, imbécil. —me apretó los hombros hacia abajo—. Lamento que sientas que te he tendido una emboscada. Lamento de verdad que ser recibido con los brazos abiertos te haga perder la maldita cabeza. Pero vas a tener que acostumbrarte porque todo forma parte del paquete que has adquirido conmigo.

Lo supe. Supe que tenía que hacer que funcionara, porque quería tenerla a ella. Mi amor por ella me tenía atrapado. Me llevaba hasta rincones de los que no podía salir.

Me obligaba a tener una familia cuando a mí me había ido muy bien sin ninguna.

—No quiero esto. —dije con firmeza.

Bella se quedó inmóvil. Se incorporó sobre sus rodillas y sus muslos me apresaron la cadera.

—Piensa bien lo que dices. —me advirtió.

—No sé cómo interpretar este rol, Bella.

—Dios. —su enfado salió en forma de suspiro—. Simplemente sé tú mismo.

—Soy lo último que quieren para su hija.

—¿De verdad piensas eso? —se quedó mirándome—. Sí. Dios mío, Edward...

Le agarré las piernas para que no pudiera moverse. No podía dejarme ahora. Pasará lo que pasase, no iba a permitir que me dejara.

—Muy bien. —en sus ojos había una mirada calculadora que me hizo recelar—. Pues sé tú mismo. Si descubren el hombre tan terrible que eres, te va a gustar más de todos modos, ¿no es así?

—Deja los juegos psicológicos para los psiquiatras, Isabella.

—Sólo estoy respondiendo a lo que tú me ofreces, campeón.

Un silbido atrajo entonces nuestras miradas hacia Martin, Lacey y Jasper, que bajaban a la arena desde el borde de la terraza de pizarra.

—Os comportáis como verdaderos recién casados. —gritó Lacey, tan lejos que apenas se la podía oír. Se reía mientras trataba de mantener el equilibrio en la arena al tiempo que derramaba el contenido de su copa de vino.

Bella volvió a mirarme.

—¿Quieres que discutamos delante de ellos?

Respiré hondo y solté el aire.

—No.

—Te quiero.

—Dios. —cerré los ojos.

Sólo era un maldito fin de semana. Un par de días. Quizá podríamos marcharnos el domingo temprano.

Sus labios acariciaron los míos.

—Podemos con esto —dijo—. Inténtalo.

¿Qué otra opción tenía?

—Si empiezas a volverte loco —añadió—, piensa en algo terriblemente malicioso que te gustaría hacerme la noche de nuestra boda como revancha.

Apreté los dedos contra su piel. No me avergonzaba admitir que el sexo con mi mujer —aunque sólo fuera pensar en el sexo con mi mujer— tenía prioridad por encima de casi todo lo demás.

—Incluso puedes escribirme mensajes con tus viles planes —sugirió—. Así también me harás sufrir.

—Ten el teléfono a mano.

—Eres malvado. —se inclinó y apretó sus labios contra los míos en un rápido y dulce beso—. Es muy fácil quererte, Edward. Incluso cuando te pones imposible. Algún día lo verás.

No hice caso de su comentario. Lo importante era que la veía a ella, allí mismo, conmigo, aun después de que yo lo hubiera fastidiado todo.

La cena fue sencilla: ensalada y espaguetis. Renne cocinó y sirvió, y Bella estaba resplandeciente. El vino fluía con libertad, abriendo y vaciando una botella tras otra.

Todos estaban relajados. Se reían. Incluso yo.

La presencia de Lacey fue un buen amortiguador. Era la más reciente adquisición del grupo y atrajo la mayor parte de la atención. Eso me dio un poco de respiro. Y, a medida que pasaba el tiempo, Bella se fue sonrojando y sus ojos empezaron a brillar por el alcohol. Fue acercando cada vez más su silla a la mía hasta que se apretó contra mí, su cuerpo suave y cálido.

Por debajo de la mesa, sus manos y sus pies estaban ocupados tocándome con asiduidad. La voz se le volvió más ronca y la risa más sana. Bella me había confesado una vez que el alcohol la ponía cachonda pero, de todos modos, yo conocía los síntomas.

Eran casi las dos de la mañana cuando un bostezo de Lacey hizo que todos los demás pensaran en poner fin a la velada. Renne vino con nosotros hacia la escalera.

—Vuestras cosas están ya en vuestro cuarto —dijo refiriéndose tanto a Bella como a mí— A ver si nos levantamos tarde y podemos hacer un brunch.

—Eh... —mi mujer frunció el ceño.

Yo la agarré del codo. Estaba claro que Bella no había tenido en cuenta que compartiríamos habitación y cama, pero esa certeza no había desaparecido del todo de su mente.

—Gracias, Renne. Nos vemos luego. —dije.

Ella se rio y cogió mi cara entre las manos para darme un beso en la mejilla.

—Estoy muy contenta, Edward. Eres lo que Bella necesita.

Conseguí responder con una sonrisa, consciente de que sus sentimientos serían otros si supiera lo peligroso que era que su hija compartiera cama con un hombre cuyas violentas pesadillas suponían una seria amenaza de que le hiciera daño.

Bella y yo empezamos a subir.

—Edward...

—¿Adónde vamos? —la interrumpí.

Ella me miró de reojo.

—Arriba del todo.

La habitación de Bella estaba en la planta superior, ocupando lo que probablemente había sido antes un gran desván. El tejado a dos aguas de poca pendiente hacía que el techo tuviera una altura cómoda, y ofrecía una vista impresionante del estrecho de Long Island durante el día.

La enorme cama estaba situada en medio de la estancia, enfrente del ventanal. Su cabecero de metal hacía de división, con un sofá colocado contra el respaldo que proporcionaba una pequeña zona de estar. El baño que había dentro de la habitación ocupaba el otro lado del espacio.

Bella me miró.

—¿Cómo lo vamos a hacer?

—Deja que sea yo quien se preocupe de eso.

Estaba acostumbrado a que el hecho de compartir una cama con mi mujer supusiera una preocupación. Era algo que pasaba a diario. De entre todas las cosas que ponían en peligro nuestra relación, mi parasomnia sexual atípica, tal y como la había llamado el doctor Vulturi, ocupaba el primer lugar en la lista. No podía defenderme de mi jodida mente cuando estaba durmiendo. Las noches más difíciles, me convertía en un peligro físico para la persona a la que más quería.

Bella se cruzó de brazos.

—En cierto modo, creo que no estás tan comprometido como yo en lo de esperar hasta la boda.

Me quedé mirándola y me di cuenta de que estábamos pensando en cosas completamente distintas.

—Yo dormiré en el sofá. —declaré.

—Vas a follarme en el sofá, querrás decir. Tú...

—Te follaré ahí sí tengo la oportunidad —dije en tono seco—. Pero no pienso dormir contigo.

Ella abrió la boca para responder y, a continuación, la cerró cuando lo comprendió.

—Ah.

Todo su gesto cambió. El desafío que había en sus ojos y en su voz pasó a una leve cautela. Me destrozaba ver aquello, saber que yo podía ser la fuente de cualquier infelicidad que hubiese en su vida.

Aun así, era demasiado egoísta como para apartarme. Un día, su familia se daría cuenta y me odiarían por ello.

Exasperado, busqué mi bolsa de lona y la encontré en lo alto de un maletero. Fui a por ella, pues necesitaba hacer algo que no fuera ver la desilusión y el arrepentimiento de Bella.

—No quiero que duermas en el sofá. —dijo a mi espalda.

—No tenía pensado dormir.

Cogí mi bolsa de aseo y me dirigí al baño. Las luces se encendieron nada más entrar y mostraron un lavabo y una bañera. Abrí los grifos de la ducha de suelo flotante y me quité la camisa.

La puerta se abrió entonces y entró Bella. La miré y mi mano se detuvo en la cremallera de mis pantalones.

Su ardiente mirada recorrió todo mi cuerpo, sin perderse nada, acariciándolo todo.

Respiró hondo.

—Tenemos que hablar. —dijo.

Yo me sentía excitado por su admiración y furioso por mis limitaciones. Hablar era lo último que deseaba hacer.

—Acuéstate, Isabella.

—No hasta que suelte lo que tengo que decirte.

—Voy a darme una ducha.

—Muy bien. —se quitó la camiseta por encima de la cabeza. Todo lo que se agitaba en mi interior se unió en una sola necesidad imperiosa.

Me enderecé y cada músculo se me puso en tensión.

Ella se llevó las manos a la espalda para desabrocharse el sujetador.

La polla se me puso completamente dura cuando sus tetas firmes y exuberantes quedaron a la vista. Yo nunca me había fijado tanto en los pechos hasta que apareció Bella. Ahora...

Dios, hacía que perdiera la cabeza.

—Hablar no es lo que vamos a hacer si te quitas la ropa. —le advertí mientras mi polla palpitaba.

—Vas a escucharme, campeón. Ya sea aquí o en la ducha. Tú eliges.

—Ésta no es la mejor noche para ponerme a prueba.

Dejó caer sus pantalones cortos.

Los míos se abrieron y cayeron al suelo antes de que ella se quitara el triángulo sedoso que llevaba como ropa interior.

A pesar de la creciente humedad que llenaba de vapor la estancia, los pezones se le pusieron duros hasta quedarse de punta. Sus ojos bajaron hasta mi polla. Como si imaginara que la estaba saboreando, su lengua se deslizó por su labio inferior.

Mi ansia de ella subió por mi pecho hasta convertirse casi en un gruñido. Bella se estremeció al oírlo. Quería tocarla. Recorrer todo su cuerpo con mis manos y mi boca.

En lugar de ello, dejé que ella mirara el mío.

Su respiración se aceleró. Ver el efecto que provocaba en ella era absoluta inconfundiblemente erótico. Lo que sentía cuando ella me contemplaba me conmovía.

Bella se quedó junto a la puerta. El vapor salía por encima de la ducha y avanzaba por el borde del espejo humedeciendo mi piel. Sus ojos bajaron hasta mi cuello.

—No he sido del todo sincera contigo, Edward.

Apreté los puños como un acto reflejo. No podía decirme eso sin que mi atención cambiara.

—¿A qué te refieres?

—Ahora mismo, cuando estábamos en el dormitorio. He podido notar que te distanciabas y he sentido pánico.

Se quedó en silencio durante unos largos segundos. Yo aguardé, conteniendo mi deseo con una honda respiración.

—Lo de esperar hasta la boda no es sólo por el consejo del doctor Vulturi ni por el modo en que solucionas nuestras discusiones. —tragó saliva—. Es por mí también. Ya sabes lo que me ha pasado, te lo conté. El sexo ha sido para mí algo retorcido durante mucho tiempo.

Cambió su apoyo de un pie a otro y bajó la cabeza avergonzada. Me revolvía las tripas ver aquello. Entonces, pensé que yo había estado demasiado concentrado en mis propias reacciones ante lo que había sucedido la semana anterior, sin pensar en lo que mi mujer estaba sufriendo.

—También era así para mí —le recordé con brusquedad—. Pero nunca ha sido de esa forma entre nosotros.

Me miró fijamente a los ojos.

—No. Nunca —repuso.

Mis puños se relajaron.

—Pero eso no significa que en mi cabeza no pueda seguir retorciendo las cosas — continuó—. Has entrado en el baño y mi primer pensamiento ha sido que debía follar contigo. Que, si lo hacíamos, todo se arreglaría. Tú no seguirías enfadado y yo recuperaría tu amor otra vez.

—Siempre lo has tenido. Siempre lo tendrás.

—Lo sé. —y, por su expresión, supe que así era—. Pero eso no acalla la voz que hay dentro de mi cabeza y que me dice que me estoy arriesgando demasiado. Que voy a perderte si no me acuesto contigo. Que eres demasiado sexual como para estar tanto tiempo sin sexo.

—Dios. —¿cuántas veces y de cuántas maneras distintas podía yo fastidiarlo todo?— Las cosas que te he dicho en la playa... Soy un gilipollas, Isabella.

—A veces. —sonrió—. También eres lo mejor que me ha pasado nunca. Esa voz lleva años jodiéndome, pero ya no tiene el mismo efecto. Por ti. Tú me has hecho más fuerte.

—Bella... —me faltaban las palabras.

—Quiero que pienses en esto. Ni en tus pesadillas, ni en mis padres ni en nada más. Eres exactamente lo que necesito, tal como eres, y te quiero mucho.

Me acerqué a ella.

—Aun así, quiero esperar —añadió en voz baja, pese a que sus ojos delataban el efecto que yo producía en ella.

Me agarró la muñeca cuando extendí la mano en su dirección con sus ojos en los míos.

—Deja que sea yo la que te acaricie.

Aspiré el aire con dificultad.

—No puedo aceptar eso.

Sonrió.

—Sí que puedes. Eres más fuerte que yo, Edward. Tienes más autocontrol. Más fuerza de voluntad.

Levantó la otra mano para acariciarme el pecho. Yo la agarré y la apreté contra mi piel.

—¿Es eso lo que quieres que te demuestre? ¿Mi autocontrol?

—Lo estás haciendo bien. —besó mi corazón acelerado—. Soy yo la que tiene que resolver las cosas.

Su tono de voz era suave, casi un susurro. Yo rabiaba por dentro, ardiendo de deseo y amor, y ella estaba tratando de tranquilizarme. Casi me reí ante lo imposible que eso iba a resultar.

A continuación, dio un paso hacia mí y su cuerpo afelpado se amoldó sobre el mío, abrazándome tan fuerte que no quedó ningún espacio entre los dos.

La apreté contra mí y bajé mi cabeza hacia la suya. No supe hasta ese momento lo mucho que había necesitado sentirla así. Tierna y tolerante, desnuda en todos los aspectos.

Ella apoyó la mejilla sobre mi pecho.

—Te quiero mucho —musitó—. ¿Puedes sentirlo?

Aquello me abrumaba. Su amor por mí, mi amor por ella. Cada vez que Isabella pronunciaba aquellas palabras, me llegaban como puñetazos.

—Una vez me dijiste que hay un instante mientras estamos haciendo el amor en el que yo me abro y tú también y estamos juntos —susurró—. Quiero ofrecerte eso en todo momento, Edward.

Su sugerencia de que había algo que faltaba en lo que ambos teníamos me puso en tensión.

—¿Importa de verdad cómo y cuándo lo sintamos?

—Quizá no estés de acuerdo —dijo echando la cabeza hacia atrás—. No voy a decirte lo contrario. Pero si te encuentras al otro lado del mundo cuando necesites mi consuelo, quiero saber que podré ofrecértelo.

—Tú estarás conmigo. —murmuré con frustración.

—No siempre. —apoyó la palma de la mano en mi pecho—. Habrá ocasiones en las que tengas que estar en dos lugares al mismo tiempo. Al final, terminarás confiando en mí para que ocupe tu lugar.

Me quedé observándola para tratar de encontrar alguna grieta en su determinación.

Lo que vi fue decisión. No acababa de entender qué era lo que esperaba conseguir, pero yo no iba a interponerme en su camino. Si iba a cambiar o a evolucionar, yo necesitaba ser parte de ese proceso si deseaba mantenerla conmigo.

—Bésame. —la palabra salió de mi boca como una pequeña orden, pero ella debió de notar el deseo que había detrás.

Me ofreció su boca y yo la tomé con fuerza, demasiada, por la violencia y el ansia de mi deseo. La levanté del suelo queriendo que me rodeara con las piernas, que se abriera a mí para que yo pudiera penetrarla.

No lo hizo. Se quedó colgada allí, con sus manos acariciándome el pelo y su cuerpo tembloroso por el mismo deseo insaciable que yo sentía. El movimiento de su lengua contra la mía me estaba volviendo loco, provocándome con el recuerdo de aquella lengua recorriendo el resto de mi cuerpo.

Traté de separarme cuando todo mi interior me incitaba a apretarme con más fuerza.

—Necesito estar dentro de ti —dije con voz ronca, disgustado por tener que decir en voz alta lo que era tan obvio. ¿Por qué tener que suplicar?

—Ya lo estás. —acarició mi mejilla con la suya—. Yo también te deseo. Ahora mismo estoy muy húmeda por tu culpa. Siento un vacío que me duele.

—Bella... Dios. —el sudor me bajaba por la espalda—. Deja que entre en ti.

Sus labios rozaron los míos. Sus dedos se metieron entre mi pelo.

—Deja que te ame de otro modo.

¿Podría soportar aquello? Joder, tenía que hacerlo. Había jurado darle todo lo que necesitara, ser el principio y el fin para ella.

La dejé en el suelo y fui a la ducha para cerrar los grifos. Después, me dirigí hacia

la bañera, tapé el desagüe y comencé a llenarla.

—¿Te has enfadado? —preguntó en un tono tan bajo que apenas podía oírla por encima del agua corriendo.

La miré, vi cómo cruzaba los brazos por encima del pecho y mostraba su vulnerabilidad.

Le dije la verdad:

—Te quiero.

El labio inferior de Bella tembló y, después, se cruzó para convertirse en una hermosa sonrisa que me cortó la respiración.

Una vez le había dicho que la aceptaría de cualquier modo que pudiera tenerla. Eso era ahora aún más cierto de lo que lo había sido entonces.

—Ven aquí, cielo.

Dejó caer los brazos y se acercó.

El movimiento de la cama me despertó. Parpadeé y vi que la luz del sol inundaba la habitación. Conseguí ver la cara de Bella, envuelta en un halo de luminosidad y brillo, con una ancha sonrisa.

—Buenos días, dormilón. —dijo.

Volví a recordar lo que había sucedido por la noche. El largo baño con las manos jabonosas de mi mujer por mi pelo y mi piel. Su voz mientras hablábamos de la boda.

Su risa sensual cuando le hacía cosquillas en la cama. Sus suspiros y sus gemidos mientras nos besábamos hasta que tuvimos los labios doloridos e hinchados, haciéndonos parecer unos adolescentes que no estaban preparados para llegar hasta el final.

No voy a mentir. El sexo podría haber puesto las cosas en otro nivel, pero esa noche había sido igual de memorable. Estaba a la misma altura de otras noches sin dormir que habíamos compartido.

Entonces, recordé dónde estaba y qué implicaba.

—He dormido en la cama. —dije. Ser consciente de ello me cayó como un jarro de agua fría.

—Sí —respondió ella con un pequeño salto de felicidad—. Así es.

Haber hecho eso había sido de lo más irresponsable. Ni siquiera me había tomado la medicina que me habían recetado para reducir el riesgo.

—No me mires así —me reprendió, agachándose para besarme entre las cejas—. Has dormido como un lirón. ¿Cuándo fue la última vez que dormiste así de bien?

Me incorporé.

—Ésa no es la cuestión, y lo sabes.

—Escucha, campeón. Ya tenemos bastantes cosas por las que estresarnos. No necesitamos preocuparnos por las que van bien. —se puso de pie—. Si quieres enfadarte por algo, hazlo con Jazz por haber metido esto en la maleta.

Se quitó la bata corta y blanca que llevaba para mostrar el diminuto biquini azul oscuro que envolvía lo poco que conseguía tapar.

—Dios mío. —toda la sangre de mi cuerpo se me fue directamente a la polla, que se movió por debajo de la sábana con agradecida efusividad.

Bella rio y bajó los ojos hacia el lugar donde mi erección elevaba el lujoso algodón.

—Te ha gustado.

Levantó los brazos y se giró para presumir del corte brasileño de la parte inferior del biquini. El culo de mi mujer era tan voluptuoso como sus tetas. Sabía que ella lo consideraba demasiado abultado, pero yo no podía estar más en desacuerdo. Yo no había sido muy dado a apreciar los atributos femeninos demasiado generosos, pero Bella me había hecho cambiar al respecto, como en tantas otras cosas.

No tenía ni idea de cuál era el material del que estaba hecho el biquini, pero no tenía costuras y se abrazaba a su piel con tanta perfección que parecía pintado. Las finas tiras en su cuello, cintura y espalda hicieron que se me ocurriera atarla y tomar de ella todo lo que quisiera.

—Ven aquí. —le ordené extendiendo los brazos en su dirección.

Bella se movió sin dejarse alcanzar. Retiré las sábanas y me puse de pie.

—Calma, muchacho. —se burló mientras rodeaba el sofá.

Me agarré la polla con el puño, acariciándomela con fuerza desde abajo hasta la punta mientras la acechaba por la zona de estar.

—Eso no te va a funcionar.

Sus ojos resplandecían con la risa.

—Isab...

Cogió algo de detrás de la silla y corrió hacia la puerta.

—¡Te veo abajo!

Embestí para agarrarla, pero se escabulló y me vi frente a la puerta cerrada.

—Maldita sea.

Me lavé los dientes, me puse un bañador y una camiseta y bajé tras ella. Fui el último en hacer su aparición, y vi que el resto del grupo estaba ya sentado en la isla de la cocina, comiendo con apetito. Con un rápido vistazo al reloj de pared, comprobé que era casi mediodía.

Busqué a Bella y la encontré sentada en la terraza hablando por teléfono. Se había cubierto con un vestido blanco sin tirantes. Vi que Renne y Lacey iban vestidas de forma parecida, con trajes de baño parcialmente ocultos por ropa muy ligera. Al igual que yo, Jasper, Carlisle y Martin llevaban bañadores y camisetas.

—Siempre llama a su padre los sábados. —dijo Jasper al ver que yo la miraba.

Me quedé observando a mi esposa durante un largo rato, buscando alguna señal de preocupación. Ya no sonreía, pero no parecía enfadada.

—Aquí tienes, Edward. —Renne colocó un plato de gofres y beicon delante de mí—. ¿Quieres café? ¿O quizá una mimosa?

Volví a mirar a Bella antes de responder.

—Un café sería estupendo. Solo, gracias.

Renne se acercó a la cafetera que estaba en la encimera. Fui con ella. Me sonrió con sus labios pintados del mismo rosa que los tirantes de su traje de baño.

—¿Has dormido bien?

—Como un tronco. —era verdad, aunque había sido por pura suerte. Toda la casa podría haberse despertado con una pelea entre Bella y yo, ella tratando de zafarse de mí mientras en mis sueños yo imaginaba que era otra persona.

Miré hacia atrás para ver a Jasper y observé que él me miraba serio. Él había visto lo que podía pasar. No se fiaba de que yo estuviese con Bella más de lo que yo me fiaba de mí mismo.

Saqué otra taza del armario al que Renne trataba de llegar.

—Yo me lo sirvo. —le dije.

—Ni hablar.

No discutí. Dejé que me sirviera el café y, seguidamente, otro para mi mujer.

Después de añadir la cantidad de leche que le gustaba a Bella, agarré las dos tazas con una mano. Luego cogí el plato que Renne me había servido y me dirigí a la terraza.

Bella levantó la mirada hacia mí a la vez que yo lo dejaba todo en la mesa que había junto a ella y me sentaba al otro lado. Se había dejado el pelo suelto. Los bucles le ondeaban alrededor de la cara lavada mientras la brisa los revolvía. Me encantaba verla así, sencilla y natural. Allí y en ese momento, ella era mi paraíso en la Tierra.

«Gracias», articuló con los labios antes de coger un trozo de beicon. Lo masticó con rapidez mientras Charlie le hablaba de algo que yo no podía oír.

—Al final, me voy a centrar en Crossroads, la fundación benéfica de Edward — anunció ella—. Espero poder hacer muchas cosas ahí. Y he estado pensando en volver a estudiar.

La miré sorprendido.

—Me gustaría convertirme en asesora de Edward —continuó mirándome a los ojos— Por supuesto, a él le ha ido bastante bien sin mí y tiene un estupendo equipo de consejeros, pero me gustaría que pudiera hablar del trabajo conmigo y que, al menos, yo pudiera entender lo que dice.

Me llevé una mano al pecho:

«Yo te enseñaré».

Me lanzó un beso.

—Mientras tanto, voy a estar de lo más ocupada tratando de organizar una boda en menos de tres semanas. ¡Ni siquiera hemos elegido las invitaciones! Sé que para parte de la familia va a resultar difícil sacar tiempo. ¿Podrías enviarles un correo electrónico mientras tanto? Sólo para que la noticia empiece a rodar.

Bella mordió el beicon mientras su padre hablaba.

—No lo hemos hablado —contestó tras tragar rápidamente—. Pero no tengo pensado invitarlos. Perdieron su derecho a formar parte de mi vida cuando repudiaron a mamá. Y tampoco es que hayan tratado de ponerse en contacto conmigo, así que no creo que les importe de todos modos.

Miré hacia la extensión de arena y el mar que había detrás. Yo tampoco estaba interesado en conocer a los abuelos maternos de Bella. Habían rechazado a Renne por quedarse embarazada de ella sin estar casada. Más valía que cualquiera que considerara un desatino la existencia de mi mujer no se cruzara en mi camino.

Escuché la parte de Bella de la conversación durante unos minutos más y, después, se despidió. Cuando dejó el teléfono en la mesa, lanzó un fuerte suspiro que parecía de alivio.

—¿Todo bien? —pregunté mientras la miraba.

—Sí. Hoy está mejor. —miró al interior de la casa—. ¿No has querido comer con la familia?

—¿Estoy siendo poco sociable?

Me sonrió con ironía.

—Totalmente. Pero no puedo echártelo en cara.

La observé con extrañeza.

—Me he dado cuenta de que no he incluido a tu madre en la planificación de la boda. —se explicó.

—No tienes por qué hacerlo. —le respondí acomodándome más en el sillón para ocultar la rigidez de mi espalda.

Ella apretó los labios. Cogió otro trozo de beicon y me lo dio. Amor verdadero.

—Bella. —esperé hasta que me miró—. Es tu día. No te sientas obligada a hacer nada aparte de pasártelo bien, y de disfrutar del sexo conmigo, cosa que también debería ir incluida en el apartado de pasártelo bien.

Eso hizo que volviera a sonreír.

—Va a ser maravilloso de todos modos.

—¿Pero? —repuse, pronunciando en voz alta lo que había dejado sin decir.

—No sé. —se recogió el pelo por detrás de la oreja y se encogió de hombros—. Pensar en los padres de mi madre me ha hecho pensar en los abuelos. Y tu madre va a ser la abuela de nuestros hijos. No quiero que resulte incómodo.

Se me pusieron los nervios de punta. La idea de ver a mi madre con un niño al que yo hubiera dado vida junto a Bella hacía que me invadiera un remolino de emociones al que no podía enfrentarme ahora.

—Ocupémonos de eso cuando llegue el momento. —contesté.

—¿No es nuestra boda por donde debemos empezar?

—A ti no te gusta mi madre —repuse—. No finjas que sí por el bien de unos hijos que aún no existen.

Bella se arqueó hacia atrás ligeramente. Me guiñó un ojo y, a continuación, cogió su café.

—¿Has probado los gofres?

Aun a sabiendas de que no era propio de mi mujer desviar las conversaciones, dejé que lo hiciera. Si íbamos a adentrarnos en el tema de mi madre, podríamos hacerlo más tarde.

Dejó la taza y cortó un trozo de gofre con los dedos. Lo levantó hacia mí. Yo lo tomé como lo que era: una ofrenda de paz.

A continuación, me puse de pie, la cogí de la mano y la saqué a la playa para dar un paseo y aclararme la mente.

—De nada.

Giré la cabeza y vi que Jasper me sonreía desde su posición tumbado en la arena a pocos metros.

—Sé que me agradeces que haya metido en la maleta ese biquini. —se explicó mientras señalaba con el mentón en dirección a Bella, que estaba en el agua cubierta hasta las piernas.

Tenía el pelo mojado y apartado de la cara. Unas grandes gafas de aviador le protegían los ojos del sol mientras lanzaba un frisbi a Martin y Lacey.

—¿La ayudaste tú a elegirlo? —preguntó Renne sonriendo desde detrás con un elegante sombrero de ala ancha.

La había visto untándole crema solar a Bella por todo el cuerpo, una tarea que me habría gustado realizar a mí, pero no había querido forzar la situación. A veces, Renne cuidaba de Bella como si siguiera siendo una niña. Y, mientras mi mujer me miraba poniendo los ojos en blanco, yo veía que disfrutaba con aquellas atenciones.

Era una relación muy distinta de la que yo tenía con mi madre.

No podía decir que mi madre no me quisiera porque sí que lo hacía. A su modo, dentro de unos límites. Por otra parte, el amor de Renne no tenía barreras, algo que a Bella a veces la agobiaba.

¿Quién podía decir qué era mejor o peor? ¿Qué te quisieran demasiado o demasiado poco?

Dios sabía que yo amaba a Bella más allá de toda lógica.

Una repentina brisa marina me sacó de mis pensamientos. Renne se agarraba el sombrero mientras Jasper giraba la cabeza hacia ella.

—Fui yo —contestó Jasper poniéndose boca abajo—. Estaba buscando bañadores de una pieza y tuve que intervenir. Ese biquini estaba hecho para ella.

Sí. Desde luego que sí. Yo tenía los brazos cruzados sobre mis piernas dobladas para poder disfrutar de su visión. Estaba mojada y casi desnuda y yo me sentía caliente por ella.

Como si hubiese notado que hablábamos de ella, Bella me hizo una señal con el dedo para que acudiera a su lado. Yo asentí, pero esperé un momento antes de levantarme de mi sitio en la arena.

El frescor del agua hizo que contuviera la respiración, pero un momento después lo agradecí, cuando ella se lanzó hacia mí y se apretó contra mi cuerpo. Sus piernas envolvieron mi cintura y su boca sonriente se frunció con un beso ardiente contra mis labios.

—No estás aburrido, ¿verdad? —preguntó.

Después, se retorció de tal forma que los dos caímos al agua. Sentí cómo colocaba la mano sobre mi polla y la apretaba con suavidad. Se apartó cuando salí a tomar aire y se rio mientras se quitaba las gafas de sol y trataba de salir corriendo hacia la playa.

La agarré de la cintura e hice que los dos cayéramos, con mi espalda absorbiendo el golpe sobre la arena. Su chillido de sorpresa fue mi recompensa, al igual que la sensación de su cuerpo frío y suave retorciéndose sobre el mío.

Me giré y la apresé contra el suelo. El pelo me caía por la cara y goteaba sobre la suya. Me sacó la lengua.

—La de cosas que te haría si no hubiera público delante. —le dije.

—Estamos recién casados. Puedes besarme.

Levanté la vista y vi que todos nos miraban.

También vi a Cayo Clancy y a Marco acercándose a una casa situada dos parcelas más allá. Incluso desde aquella distancia, el reflejo de la luz sobre la terraza delató la presencia de la lente de una cámara.

Quise incorporarme, pero las piernas de Bella se enredaron con las mías y me lo impidió.

—Demuéstrame con un beso lo mucho que me quieres, campeón. —me desafió— ¿A que no te atreves?

Recordé haberle dicho yo esas palabras y cómo ella me había besado hasta dejarme sin respiración.

Bajé la cabeza y sellé mi boca con la suya.


Hola, nenas. ¿Puedo confesar que este es uno de mis capítulos favoritos? Ver a estos dos en un nivel de intimidad mucho más allá del sexo es lo mejor. Creo que como lo dijo Bella. Ambos necesitan sentirse contactados más allá de lo físico, sino también emocionalmente. Hahaha Edward entrando en modo noquieroestaraqui me encanto, Bella lo supo controlar muy bien. Y la pelea en la playa. Hahaha, de ahí el meme que compartí en el grupo de Facebook. Me apachurra en corazón lo mucho que Edward se sorprendió en este capítulo. Contantemente dudaba y se cuestionaba así mismo sobre necesitar o querer a una familia. ¿Y todo porque? Porque nunca recibió ese tipo de amor, pero bueno, ahora tiene a nuestra Bella para apapacharlo. Las cosas pintan muy bien para el final. Gracias por leerme y por sus rr. ¡Besos en la distancia!

Las leo en sus reviews siempre (me encanta leerlas) y no lo olviden que: #DejarUnReviewNoCuestaNada.

Ariam. R.


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