Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la maravillosa Silvya Day, yo solo hago la adaptación. Advertencia: alrededor de esta historia se tocan algunos temas delicados sobre el abuso infantil y violación, así como escenas graficas de sexo. Pueden encontrar disponible la saga Crossfire en línea (Amazon principalmente) o librerías. Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.
Estaba más adormilada que profundamente dormida cuando oí que se abría la puerta del dormitorio. Tras pasar un fin de semana en la playa, los sonidos del enérgico Manhattan que se filtraban en el apartamento me relajaban a la vez que me excitaban. Aún me quedaba mucho antes de poder considerarme una neoyorquina, pero la ciudad me parecía ya mi hogar.
—¡Arriba, preciosa! —gritó Jazz. Un momento después, dio un salto sobre mi cama y estuvo a punto de tirarme al suelo.
Me senté y me aparté el pelo de la cara. Acto seguido, le di un empujón.
—Estaba durmiendo, por si no lo has notado.
—Son las nueve pasadas, perezosa —anunció arrastrando las palabras y tumbándose boca abajo con los talones levantados—. Sé que ya no trabajas, pero ¿no tienes una tonelada de cosas que hacer?
Mientras me despertaba iba pensando en todo lo que había en mi lista de deberes.
Eran tantas cosas que resultaba abrumador.
—Sí.
—Qué entusiasmo.
—Necesito café para eso. Y ¿tú? —lo miré y vi que iba vestido con unos pantalones verde oliva con bolsillos y una camiseta de cuello de pico—. ¿Qué tienes hoy en tu agenda?
—Se supone que debo descansar para desfilar mañana. Por ahora, soy todo tuyo.
Eché las manos hacia atrás, levanté las almohadas y las lancé contra él.
—Tengo que llamar a la organizadora de la boda, al diseñador de interiores y ponerme con lo de las invitaciones.
—También necesitas un vestido.
—Lo sé. —arrugué la nariz—. Pero eso no estaba en mi lista de hoy.
—¿Estás de broma? Aunque te compres un vestido prêt-à-porter, cosa que ambos sabemos que no puedes hacer, si necesita algún arreglo de cualquier tipo, no te va a dar tiempo, señorita tetas grandes y culo voluptuoso.
Jazz tenía razón. Me había dado cuenta de que debía buscar un vestido a medida después de que el domingo hubiesen salido las fotos de Edward y yo besándonos en la playa por todo internet. El número de publicaciones de «Copia este estilo» en diferentes blogs con mi ropa de baño me dejó pasmada.
Como el biquini que llevaba ya no se vendía, los precios de los usados en las páginas de reventa eran asombrosos.
—No sé qué hacer, Jazz —admití—. No es que tenga precisamente el teléfono de ningún diseñador.
—Por suerte para ti, es la Fashion Week.
Eso hizo que me despertara y que mi mente empezara a dar vueltas.
—No jodas. ¿Cómo no me había dado cuenta?
—La mayor parte del tiempo te has estado regodeando en la pena —me recordó en tono agrio—. Sabes que tu madre asistirá a algunos desfiles, se codeará con mucha gente y gastará miles de dólares. Ve con ella.
Me froté los ojos para despertarme.
—Me da miedo hablar con ella después de cómo se puso ayer.
Jasper compuso una mueca.
—Sí, sufrió una verdadera crisis en toda regla.
—Te juro que sólo hablamos acerca de que ella quería convertir mi boda en una operación publicitaria y ahora está actuando como si toda la prensa fuera una pesadilla.
—Bueno, para ser justos, se refería específicamente a las revistas del corazón.
—¿Existe otro tipo de prensa hoy en día? —suspiré y supe que debía tener otra conversación con mi madre. No iba a ser divertido—. No sé por qué se enfada tanto. Yo jamás habría conseguido que Edward y yo tuviéramos una fotografía mejor aunque lo hubiese intentado. Es perfecta para hacer que Rosalie Giroux parezca una desesperada.
—Es verdad. —su sonrisa se desvaneció—. Y, sinceramente, me alegra ver que Edward está tan enamorado de ti. Ha pasado la mayor parte del fin de semana como si le hubiesen metido un palo por el culo. Ya había empezado a creer que se estaba enfriando.
—Demasiado tarde para eso. —mantenía un tono de voz ligero, pero me había destrozado ver lo incómodo que Edward se sentía ante cualquier muestra de cariño. La amistad parecía ser la conexión más cercana que podía tolerar aparte de nuestro matrimonio—. No era nada personal, J. ¿Recuerdas cómo se comportó en la fiesta de King Records en la casa de sus padres?
—Vagamente. —se encogió de hombros—. De todos modos, no es problema mío. ¿Quieres que me ponga en contacto con algunos amigos para ver si podemos hacer que se corra la voz mientras nos pavoneamos de lo nuestro esta semana? Tu biquini ha arrasado en internet. No me imagino a ningún diseñador que no quiera aprovechar la oportunidad de diseñarte el vestido de novia.
Solté un gemido. Sería estupendo impresionar a Edward con un vestido glamuroso confeccionado sólo para mí.
—No sé. Sería un fastidio que se empezara a hablar de lo rápido que está pasando todo. No quiero ningún circo mediático. Ya es bastante malo que ni siquiera podamos salir el fin de semana de la ciudad sin que nos siga algún fotógrafo repulsivo.
—Bella, tienes que hacer algo.
—No le he dicho a mamá lo de la fecha del 22 de septiembre. —confesé con una mueca de dolor.
—Ponte manos a la obra. Ya.
—Lo sé.
—Preciosa, podrás tener a la mejor organizadora de bodas del mundo, pero tu madre es la única mujer que puede sacar adelante una boda épica, una boda digna de Bella, en cuestión de días. —dijo mientras se apartaba el pelo de la cara.
—¡No nos ponemos de acuerdo en el estilo!
Jazz se levantó de la cama.
—Odio tener que decirlo, pero tu madre sabe qué es lo mejor. Decoró esta casa y te compra la ropa. Su estilo es tu estilo.
Lo fulminé con la mirada.
—A ella le gusta ir de compras más que a mí.
—Desde luego, mofletitos. —me lanzó un beso—. Voy a prepararte una taza de café.
Me aparté las mantas y salí de la cama. Mi mejor amigo tenía razón. Más o menos.
Pero yo combinaba la ropa a mi gusto. Cogí el teléfono de la mesilla de noche para llamar a mi madre cuando el rostro de Edward iluminó la pantalla.
—Hola —respondí.
—¿Qué tal llevas la mañana?
Sentí un cosquilleo al oír su tono entrecortado y casi profesional. La mente de mi marido estaba en su trabajo, pero seguía pensando en mí.
—Acabo de levantarme de la cama, así que no te lo puedo decir aún. ¿Qué tal la tuya? ¿Has terminado de comprar todo Manhattan?
—No del todo. Tengo que dejar algo para la competencia. Si no, ¿qué tendría de divertido?
—Te encanta tener tus retos. —fui al baño y mis ojos se pasearon por la bañera antes de detenerse en la ducha. El simple pensamiento de mi marido desnudo y mojado me puso caliente—. ¿Qué crees que habría pasado si no me hubiese resistido a ti? ¿Y si llego a meterme en la cama contigo cuando me lo pediste?
—Me habrías vuelto loco, cosa que hiciste en realidad. Era inevitable. Almuerza conmigo.
Sonreí.
—Se supone que debo organizar una boda.
—Tomaré eso como un «sí». Es una comida de negocios, pero te gustará.
Me miré en el espejo y vi mi pelo completamente enmarañado y mi cara llena de pliegues de la almohada.
—¿A qué hora?
—A las doce. Raúl te estará esperando abajo poco antes.
—Debería ser responsable y decirte que no.
—Pero no lo vas a hacer. Te echo de menos.
La respiración se me entrecortó. Dijo aquello en tono despreocupado, como suelen decir los hombres cosas como «Ya te llamaré». Pero Edward no era del tipo de hombres que dicen cosas que no sienten.
Aun así, ansiaba sentir la emoción por detrás de sus palabras.
—Estás demasiado ocupado como para echarme de menos.
—No es lo mismo —respondió. Hizo una pausa—. No me parece bien no poder tenerte aquí, en el Crossfire.
Me alegró que no pudiera verme sonreír. Había en su voz un rastro de perplejidad.
Edward no tenía por qué notar ninguna diferencia porque yo no estuviese trabajando unas plantas por debajo de su despacho, donde no podía verme. Pero lo cierto es que la había.
—¿Qué llevas puesto? —le pregunté.
—Ropa.
—Obvio. ¿Un traje de tres piezas?
—¿Los hay de otro tipo?
No para él.
—¿De qué color?
—Negro. ¿Por qué?
—Me excita pensarlo. —y era verdad, pero no era ésa la razón por la que lo preguntaba—. ¿Qué color de corbata?
—Blanca.
—¿Camisa?
—También blanca.
Cerré los ojos y me lo imaginé. Recordaba esa combinación.
—Raya diplomática. —dije.
Llevaba un traje de raya diplomática para tener un aspecto profesional con esa camisa y esa corbata.
—Sí, Bella. —bajó la voz—. No tengo ni idea de por qué esta conversación me está excitando, pero es así.
—Porque sabes que te estoy imaginando, tan oscuro, peligroso y atractivo. Sabes cuánto me excita mirarte, aunque sólo sea en mis recuerdos.
—Nos vemos aquí. Pronto. Ven ahora.
Me reí.
—Lo bueno se hace esperar, señor Cross. Ya voy bastante justa de tiempo.
—Isab...
—Te quiero.
Colgué y me miré en el espejo. Con la imagen de Edward aún en mi mente, vi que ese aspecto desaliñado y adormilado que me devolvía la mirada era del todo insuficiente. Mi apariencia cambió cuando pensaba que Edward me había dejado por Rosalie. Al resultado le había llamado «la nueva Bella». Desde entonces, el pelo me había crecido más allá de la altura de los hombros y, con ello, también mis reflejos.
—¿Estás decente? —gritó Jazz desde el dormitorio.
—Sí. —lo miré cuando entró en el baño con mi café en la mano—. Cambio de planes —dije.
—¿Qué? —se apoyó en el lavabo y se cruzó de brazos.
—Yo voy a meterme en la ducha. Tú vas a buscarme una peluquería fabulosa que pueda atenderme dentro de treinta minutos.
—Vale.
—Luego voy a ir a comer y tú vas a hacer unas cuantas llamadas de mi parte. A cambio, te llevaré a cenar esta noche. Elige tú el sitio.
—Conozco esa mirada tuya —dijo—. Tienes una misión.
—Exacto.
Me duché rápidamente, puesto que no tenía que lavarme el pelo. Después, fui corriendo a mi vestidor tras haber aprovechado el tiempo que había pasado en el baño para pensar en lo que quería ponerme. Tardé un poco en encontrar el vestido adecuado.
De color blanco luminoso, con sujetador incorporado y una falda tulipán ajustada, se acomodaba perfectamente a mi pecho y a mis muslos. El color y el tejido de algodón le daban un aspecto informal, mientras que la forma era a la vez elegante y sensual.
Tardé un poco más en encontrar el par de zapatos apropiado. Estuve pensando un largo rato en ponerme unos de color carne pero, al final, me decanté por un par de sandalias de tacón y cordones de color aguamarina que hacían juego con los ojos de Edward. Tenía un bolso de mano a conjunto y unos pendientes de ópalo que tenían el} mismo tono azul luminoso.
Lo coloqué todo sobre la cama para asegurarme de que quedaba bien y me aparté con mi albornoz para observarlo.
—Muy bonito. —dijo Jazz al aparecer detrás de mí.
—Yo compré esos zapatos —le recordé—. Y el bolso y las joyas.
Se rio y me pasó un brazo por encima de los hombros.
—Sí, sí. Tu peluquero ha llegado. He dicho al portero que lo deje subir.
—¿En serio?
—No te veo entrando en una vieja peluquería sin que se monte una escena. Tendrás que buscarte a alguien de confianza para que te peine previa cita y en privado. Mientras tanto, Mario puede hacerte un estupendo corte de pelo.
—¿Y el color?
—¿El color? —dejó caer el brazo y me miró—. ¿Qué estás pensando?
Lo agarré de la mano y me dispuse a salir de la habitación.
—Ven conmigo, muchacho.
Mario era toda energía y llevaba un elegante corte de rizos con las puntas de color púrpura. Más bajito que yo, y musculoso, colocó sus cosas en el baño mientras charlaba con Jazz acerca de gente a la que ambos conocían, pronunciando nombres que, a veces, yo recordaba.
—Una rubia natural —dijo con entusiasmo nada más colocar las manos sobre mi pelo—. Cariño, eres de una especie extraña.
—Ponme más rubia. —le pedí.
Dio un paso atrás y se acarició la perilla pensativo.
—¿Cuánto más?
—¿Cuál es el opuesto al negro?
Jazz soltó un silbido.
Mario removió mi pelo con los dedos.
—Ya tienes reflejos de color platino.
—Démosle un tono más. Quiero mantener el largo, pero hagamos algo provocador. Más capas. Con puntas por los bordes. Quizá un flequillo que me encuadre los ojos. —me incorporé en mi asiento—. Soy lo suficientemente atrevida, atractiva e inteligente como para poder presumir.
El peluquero miró a Jazz.
—Me gusta esta chica.
Mi mejor amigo se cruzó de brazos y asintió.
—A mí también.
Me aparté del espejo para mirar el efecto completo. Me encantaba lo que había hecho Mario con mi pelo, con las puntas hacia afuera y distintas capas cayéndome sobre los hombros y la cara. Me había aclarado mucho la parte de arriba y el cabello que rodeaba la cara, dando así un aspecto más luminoso, sin cambiar el dorado oscuro de la parte de abajo. Después, me había cardado las raíces para darme un volumen sensual.
Mi bronceado del fin de semana hacía que el pelo pareciese más claro. Me había vuelto un poco loca al decantarme por un maquillaje de ojos ahumados, utilizando tonos grises y negros que conjuntaran con el gris de mi iris. Para compensarlo, había mantenido el resto más neutro, incluidos los labios, en color carne. Cuando yuxtapuse mi reflejo con la imagen de Edward que tenía en mi mente, vi el resultado que estaba buscando.
Mi esposo era la encarnación de lo que suponía ser alto, oscuro y hermoso, con su cabello cobrizo como el sol e igual de lustroso. Solía vestir de colores oscuros con bastante frecuencia, lo que hacía que la atención se centrara en los planos cincelados de su rostro y en el llamativo color de sus ojos. Yo había logrado ser el opuesto complementario. El yang de su yin.
¡Guau! Me gustaba mi aspecto.
—¡Vaya! Impresionante. —Jazz me examinó con admiración cuando salí a toda prisa a la sala de estar—. ¿A qué clase de almuerzo vas?
Miré el teléfono, maldiciendo en silencio al ver que habían pasado diez minutos desde que Raúl había llamado diciendo que estaba abajo esperando.
—No lo sé —repuse—. Algo relacionado con el trabajo, según me ha dicho Edward.
—Pues vas a ser una acompañante espectacular.
—Gracias.
Sin embargo, quería más que eso. Quería ser un arma del arsenal de Edward. Aunque me lo había ganado, disfrutaba con el desafío. Si podía ayudar en algo, lo que fuera, con la conversación de hoy, me sentiría feliz. Aunque, si me veía superada, al menos, podría hacer que se sintiera orgulloso de que lo vieran conmigo.
—Para cuando llegue la boda, irá arrastrando las pelotas de tanta abstinencia — dijo mi amigo a mi espalda—. No se puede encender tantas veces la mecha antes de que tenga que explotar.
—Qué bruto, Jazz. —abrí la puerta del apartamento—. Te enviaré un mensaje con los números del diseñador y de la organizadora de la boda. Y estaré de vuelta dentro de un par de horas.
Tuve suerte de entrar en el ascensor sin tener que esperar. Cuando llegué a la acera y Raúl salió de su asiento del Mercedes, supe que no me había equivocado cuando me miró. Mantuvo su gesto profesional, pero intuí que le gustaba lo que veía.
—Siento haberme retrasado —le dije cuando me abrió la puerta de atrás—. No estaba lista cuando me has enviado el mensaje.
Hubo un atisbo de sonrisa en su rostro serio.
—No creo que a él le importe.
Durante el trayecto, le envié a Jazz por mensaje los números de teléfono de Blaire Ash, el diseñador de interiores que se estaba ocupando de la remodelación del ático, y de Kristin Washington, la organizadora de bodas, y le pedí que concertara unas reuniones con ellos. Cuando hube terminado y miré por la ventanilla, me di cuenta de que no nos dirigíamos al Crossfire.
Cuando llegamos al Tableau One, no me sentí del todo sorprendida. Aquel popular restaurante era un negocio que compartían Edward y su amigo Arnoldo Ricci. Arnoldo era un desconocido cuando Edward lo descubrió en Italia. Ahora era un famoso chef.
Raúl se detuvo junto al aparcacoches y yo me eché hacia adelante en mi asiento.
—¿Puedes hacerme un favor mientras comemos?
Él giró la cabeza para mirarme.
—¿Puedes enterarte de dónde está Victoria Lucas ahora mismo? Hoy es un día tan bueno como cualquier otro para que la ponga nerviosa. —Iba vestida para impresionar.
No estaba de más sacarle a ello todo el provecho posible.
—Está bien —respondió con cautela—. Tendré que hablarlo con el señor Cross.
Casi me eché atrás. Entonces, recordé que Raúl trabajaba prácticamente para mí también. Si quería avanzar en mi lucha, ¿no era lo mejor empezar por casa?
—No, soy yo la que tiene que hacerlo. Y se lo voy a decir. Búscala. Yo me encargo del resto.
—De acuerdo. —seguía pareciendo reacio—. ¿Está preparada? Van a hacerle fotografías en cuanto la vean. —señaló con la cabeza y miré hacia la media docena de fotógrafos que había en la puerta.
—Vaya. —respiré hondo—. Bueno, vamos allá.
Raúl salió del coche y lo rodeó para abrirme la puerta. En el momento en que me puse de pie, los flashes de las cámaras iluminaron lo que ya era un día claro.
Mantuve la mirada al frente y me apresuré a entrar en el restaurante.
El lugar estaba lleno de gente y del ruido de la multitud de conversaciones que allí tenían lugar. Pese a eso, localicé a Edward casi de inmediato. Él también me vio. Lo que fuera que estuviera diciendo cuando llegué quedó interrumpido entre sus labios.
La recepcionista me dijo algo, pero yo no la oí. Estaba demasiado concentrada en Edward, cuyo imponente rostro me hizo perder la respiración, como siempre, pero no me daba ninguna pista de lo que podía estar pensando.
Apartó su silla y se puso de pie con una enorme elegancia. Los cuatro hombres que estaban sentados con él miraron en mi dirección y se levantaron también. Había dos mujeres con ellos, las cuales se giraron en sus asientos para contemplarme.
Recordé que tenía que sonreír y me dispuse a caminar hacia la gran mesa redonda que estaba situada casi en el centro de la sala, andando cautelosa por el suelo de madera e intentando no hacer caso de las miradas que cosechaba manteniendo la atención sobre los oscuros ojos de Edward.
La mano me temblaba ligeramente cuando la extendí hacia su brazo.
—Siento llegar tarde. —me disculpé.
Él deslizó un brazo alrededor de mi cuerpo y acarició mi sien con los labios. Sus dedos se clavaron en mi cintura con una presión casi dolorosa, y me aparté.
Él me observó con una intensidad tan ardiente y un amor tan salvaje que el pulso se me paró. Sentí una oleada de placer. Conocía esa mirada, y supe que le había provocado una agitación que estaba tratando de procesar. Me gustó saber que aún podía causarle algo así. Aquello hizo que tratara de esforzarme todo lo posible por buscar el vestido apropiado para recorrer el pasillo en la boda.
Miré a todos los que estaban en la mesa.
—Hola.
Edward apartó sus ojos de mi cara.
—Es un placer presentarles a mi esposa, Isabella.
Lo miré sorprendida. Todo el mundo creía que solamente estábamos comprometidos. Ignoraba que Edward estuviera dando a conocer que ya estábamos casados.
El fervor de su mirada se convirtió en cálida diversión.
—Éstos son los miembros del consejo de la Fundación Crossroads.
Mi sorpresa se tornó en amor y gratitud con tanta rapidez que me tambaleé. Edward me agarró, como siempre hacía en todos los aspectos. En un momento en el que existía la probabilidad de que yo me sintiera un poco a la deriva, él me estaba ofreciendo algo más.
Me los presentó a todos y, a continuación, retiró mi silla para que me sentara. El almuerzo transcurrió en medio de un remolino de excelente comida y conversación intensa. Me alegró saber que mi idea de añadir la existencia de Crossroads a la biografía de Edward en su web había hecho aumentar las visitas a la página de la fundación, y que las correcciones que yo había sugerido del sitio de internet de Crossroads habían acrecentado las solicitudes de ayuda.
Me encantó que Edward se sentara tan cerca de mí y me sujetara la mano por debajo de la mesa.
Cuando pidieron mi participación, yo negué con la cabeza.
—No estoy cualificada para ofrecer nada de valor en ese aspecto. Ustedes están haciendo un trabajo increíble.
Cindy Bello, la directora ejecutiva, me miró con una gran sonrisa.
—Gracias, Isabella.
—Me gustaría asistir a las reuniones de la junta como observadora para ponerme al día. Si no puedo colaborar con ideas, espero encontrar otro modo de echar una mano.
—Ahora que lo menciona, muchos de nuestros receptores quieren reconocer la ayuda de Crossroads y mostrar su agradecimiento —dijo Lynn Feng, vicepresidenta de operaciones—. Celebran almuerzos y cenas que también sirven para recaudar fondos. Les encantaría que Edward asistiera en nombre de la fundación, pero su agenda lo impide la mayor parte de las veces.
Me incliné un momento hacia el hombro de Edward.
—¿Quiere que yo le insista un poco más? —propuse.
—Lo cierto es que Edward ha sugerido que usted podría encargarse de ello — respondió ella con una sonrisa—. Lo que le estoy diciendo es que usted represente a la fundación con su persona.
La miré parpadeando.
—Estará de broma.
—En absoluto.
Miré a Edward. Él inclinó la cabeza a modo de asentimiento.
Traté de hacerme a la idea.
—Yo sirvo muy poco como premio de consolación.
—Bella. —Edward expresó con esa única palabra su enorme desacuerdo.
—No estoy siendo modesta —argumenté—. ¿Por qué iba a querer escuchar nadie lo que yo pueda decir? Tú eres un experto y un orador brillante y maravilloso. Podría escucharte dando un discurso todos los días. Tu nombre vende. Ofrecerme a mí en tu lugar simplemente crearía una obligación. Eso no serviría de nada.
—¿Has terminado? —preguntó en tono tierno.
Lo miré entornando los ojos.
—Piensa en esas personas a las que has ayudado en tu vida. —«Como a mí.» Eso no lo dijo, pero no tenía por qué hacerlo—. Si te pones a ello, podrías lanzar un mensaje poderoso.
—Si se me permite añadir algo —interrumpió Lynn—, cuando Edward no puede acudir vamos alguno de nosotros en su lugar. —señaló al resto de los miembros del consejo—. La asistencia de un miembro de la familia Cross sería maravillosa. Nadie se sentiría decepcionado.
«La familia Cross.» Eso me entrecortó la respiración. No sabía si Anthony Cross había dejado atrás a otros miembros de la familia. Lo que resultaba indiscutible era que Edward era el recuerdo más visible de su tristemente célebre padre.
Mi marido no recordaba al hombre que había sido conocido por ser un defraudador y un cobarde. Lo que sí recordaba era al padre al que había querido y que lo había criado. Edward se había esforzado y había conseguido mucho impulsado por la necesidad de cambiar lo que la gente asociaba con el apellido Cross.
Ahora yo también compartía ese apellido. Algún día tendríamos hijos que lo llevarían también. Yo tenía la misma responsabilidad que Edward de hacer de ese nombre algo de lo que nuestros hijos se sintieran orgullosos.
Lo miré.
Él me sostuvo la mirada.
—Estar en dos lugares al mismo tiempo. —murmuró.
Sentí que el corazón se me encogía dentro del pecho. Aquello era más de lo que yo había esperado, y antes de lo que imaginaba. Edward había acudido directo a algo personal, algo íntimo y que formaba parte esencial de su persona. Algo que para mí también significaba muchísimo y a lo que yo podría poner mi propio sello.
Él había librado la guerra de limpiar la mancha de su apellido a solas, lo mismo que había tenido que hacer con todas sus demás batallas. El hecho de que confiara en mí para acompañarlo en eso era, por encima de todo, una declaración de amor tan maravillosa como el anillo que llevaba en mi dedo.
Apreté su mano. Traté de demostrarle, con tan sólo una mirada, lo conmovida que me sentía. Él levantó nuestras manos juntas hacia sus labios y con la mirada me respondió lo mismo: «Te quiero».
El camarero llegó para retirar nuestros platos.
—Ya hablaremos de ello —dijo Edward en voz alta. A continuación, se dirigió a los demás—. Siento interrumpir esto, pero tengo una reunión esta tarde. Podría tener la generosidad de dejar a Isabella con vosotros, pero no lo haré.
Hubo sonrisas y carcajadas alrededor de la mesa.
Luego me miró.
—¿Estás lista?
—Dame un momento. —murmuré deseando tener la oportunidad de besarlo como quería.
Por el brillo de sus ojos, sospeché que sabía exactamente en qué estaba pensando.
Lynn y Cindy se habían puesto de pie y me acompañaron al baño de señoras.
Mientras cruzábamos el restaurante, busqué a Arnoldo, pero no lo vi. No me sorprendió, teniendo en cuenta sus compromisos con el canal de cocina y sus otras apariciones. Por mucho que yo deseara arreglar aquella relación, sabía que con el tiempo pasaría. Al final, Arnoldo vería lo mucho que yo amaba a mi marido, que protegerlo y serlo todo para él se habían convertido en el centro de mi vida.
Edward y yo nos desafiábamos el uno al otro, nos impulsábamos para cambiar y crecer. A veces nos hacíamos sufrir para conseguir algo o para dejar clara nuestra postura, cosa que preocupaba al doctor Vulturi pero que, de algún modo, a nosotros nos funcionaba. Podíamos perdonarlo todo salvo la traición.
Era inevitable que los demás, sobre todo, los más cercanos, nos miraran desde fuera y se preguntaran cómo y por qué funcionaba lo nuestro, y si debería ser así.
No podían entender —y no los culpaba por ello, porque yo misma apenas empezaba a comprenderlo— que nos exigíamos mucho más a nosotros mismos de lo que jamás exigiríamos al otro. Porque queríamos convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos, ser lo suficientemente fuertes como para ser lo que el otro necesitaba.
Fui al baño y, después, me lavé las manos, dedicando un momento a mirarme en el espejo al terminar y ahuecarme el pelo. No estaba segura de cómo lo había conseguido Mario, pero me había hecho un corte que adquiría más cuerpo cuanto más lo tocaba.
Vi la sonrisa de Cindy en el espejo y me sentí algo avergonzada. Después, ella sacó una barra de labios roja y me tranquilicé.
—Bella, casi no te había reconocido. Me encanta lo que te has hecho en el pelo.
A través del espejo, busqué a la persona que me hablaba. Durante una décima de segundo pensé que se trataba de Rosalie y el corazón se me aceleró. Después, localicé su rostro.
—Hola. —me volví para saludar a la esposa de Sam Uley.
Cuando conocí a Leah, ella llevaba el pelo recogido en un elaborado moño que disimulaba el largo de su cabello. Con él suelto, su larga melena negra formaba una cortina lisa que le llegaba a la mitad de la espalda. Era alta y esbelta, y sus ojos, de un desvaído gris azulado. Su cara era más alargada que la de Rosalie, y sus facciones algo menos perfectas, pero seguía siendo un bombón.
Sus ojos me examinaron de arriba abajo con tanta despreocupación que no estuve segura de que fuera eso lo que hacía. Un buen truco. Yo no lo dominaba. Me di cuenta de que iba a someterme al continuo escrutinio no sólo de los medios de comunicación al ocupar mi puesto entre la nueva élite de la ciudad. No estaba preparada. La formación y las normas de mi madre para presentarme en sociedad no iban a servirme, eso estaba más que claro.
Leah sonrió y ocupó el lavabo que había a mi lado.
—Me alegro de verte. —dijo.
—Yo también. —ahora que conocía la venganza de Sam contra Edward, estaba alerta, pero ya no iba a intentar conseguir la cuenta de su marido. Éramos iguales. Bueno, casi. Mi marido era más joven, más rico y más atractivo. Y ella lo sabía.
Cindy y Lynn terminaron y se dirigieron a la salida. Yo les seguí el paso.
—Me estaba preguntando... —dijo Leah.
Me detuve y la miré con curiosidad. Las otras chicas salieron para darnos privacidad.
—¿Vas a asistir al desfile de Grey Isles de esta semana? Tu buen amigo, el que vive contigo, es el rostro de su última campaña, ¿verdad?
Me costó, pero mantuve el rostro levantado. ¿Por qué me lo preguntaba? ¿Adónde quería llegar? No estaba segura de por qué su expresión era limpia e inocente, sin ningún atisbo de astucia. Quizá yo estuviese buscando algún motivo oculto que, en realidad, no existía. O simplemente no tenía la destreza que necesitaba para entrar en su juego igual de bien que lo hacía ella.
Porque estaba claro que me estaba prestando su atención, no sólo a mi relación con
Edward, sino a todas mis relaciones. Estaba haciendo caso de las habladurías. ¿Por qué?
—No tengo pensado asistir a ninguno de los desfiles de la Fashion Week. —contesté con cautela.
Su sonrisa desapareció, pero sus ojos se iluminaron poniéndome más nerviosa.
—Es una pena. Había pensado que podríamos ir juntas.
Aún no podía imaginar qué pretendía, y eso me estaba volviendo loca. Me había parecido bastante simpática cuando la conocí pero, después, se había quedado callada y había dejado que su marido y el resto del equipo de UleyCorp hablaran.
¿Iba a ser tan descarada como para decir que su marido sentía odio por el mío? Ni ella ni Sam me habían dado muestra alguna de ninguna animosidad contra Edward. Pero, una vez más, no era algo que fuera a surgir durante una propuesta para salir juntas.
¿O quizá es que ella no sabía nada? Puede que el deseo de venganza de Sam fuese algo que guardaba en secreto.
—Esta vez no. —dije.
Dejé abierta aquella puerta deliberadamente porque quizá pudiera servirme. Ella podía ser tan ajena e inofensiva como parecía, o quizá era más astuta. En cualquier caso, no pensaba entablar amistad con alguien cuyo marido deseaba hacer daño a Edward. Pero eso de que había que mantener a los enemigos cerca era un proverbio por algún motivo.
Se secó las manos rápidamente y recorrió conmigo el resto del camino hasta la salida.
—Quizá en otra ocasión.
Tras la relativa tranquilidad del baño, el restaurante resultaba bullicioso y ruidoso, lleno de los sonidos de las voces y el tintineo de los cubiertos por encima de la música de fondo.
Acabábamos de salir al pasillo que daba al salón principal cuando Sam Uley emergió de su reservado y apareció delante de nosotras. Lo cierto es que no había ninguna mesa mala en aquel restaurante, pero la de Uley no era la mejor. ¿Sabía Edward que él estaba comiendo en Tableau One? No me sorprendería. Al fin y al cabo, mi marido me había seguido la pista a través de una tarjeta de crédito que yo había utilizado en una de sus discotecas.
San era alto, aunque no tanto como Edward. Un metro ochenta, quizá, con abundante pelo castaño y unos ojos de color ámbar. Era fuerte y atractivo, de sonrisa relajada y carcajada fácil. A mí me había parecido encantador y atento con su esposa cuando lo conocí.
—Bella —me saludó mirando brevemente detrás de mí, donde estaba su mujer—. Qué agradable sorpresa.
—Hola, Sam. —deseé haber podido ver la mirada que cruzaron. Si estaban confabulando contra mí, necesitaba saberlo.
—Justo estuve hablando de ti ayer. Me he enterado de que te has ido de Waters Field & Leaman.
El cosquilleo de alerta que me había asaltado en el baño se intensificó. No estaba preparada para entrar en esos peligrosos juegos de sociedad. Edward sabía enfrentarse a cualquiera —demonios, era el rey del campo de juego—, pero yo no.
Necesité esforzarme mucho para no mirar y ver si nos estaba observando.
—Ya lo echo de menos pero, de todos modos, Edward y yo estamos muy unidos a Emmett. —dije improvisando.
—Sí, hemos oído cosas estupendas de él.
—Sabe bien lo que hace. Fue mientras Emmett estaba trabajando en la campaña de Vodka Kingsman cuando conocí a Edward.
Sam me miró sorprendido.
—Jamás lo habría imaginado.
Sonreí.
—Estás en muy buenas manos. Emmett es el mejor. Estaría más triste por mi marcha si no supiera que vamos a volver a trabajar con él.
Él se recompuso visiblemente.
—Bueno, hemos decidido que nuestro equipo de UleyCorp se ocupe de ello. La verdad es que creen que pueden hacerlo de maravilla y, como los contraté para eso, he pensado que mejor dejaba que lo hicieran.
—Ah. Pues estoy deseando ver qué se les ocurre. —di un paso para alejarme—. Ha sido estupendo veros de nuevo. Disfrutad del almuerzo.
Me dijeron adiós y yo me giré hacia mi mesa y vi que Edward estaba sumido en una seria conversación con los miembros del consejo. Pensé que no era consciente de que me estaba acercando, pero se puso de pie cuando llegué junto a la mesa sin mirarme.
Nos despedimos y salimos del restaurante, con la mano de Edward en la parte inferior de mi espalda. Me encantaba que me tocara ahí, con su presión constante y firme. Con posesión.
Marco esperaba en la acera con el Bentley. También los fotógrafos, que aprovecharon la oportunidad para hacernos bastantes fotografías. Fue un alivio subir al asiento de atrás y fundirnos con el tráfico.
—Bella.
El timbre áspero de la voz de Edward me puso la carne de gallina. Lo miré y vi el fuego de sus ojos. A continuación, colocó las manos sobre mi cara y sus labios se inclinaron hacia los míos. Yo ahogué un grito, sorprendida ante su repentina ansia.
Introdujo su lengua en lo más profundo de mi boca, provocando la necesidad que tenía de él y que siempre me hacía hervir la sangre.
—Estás preciosa —dijo introduciendo las manos entre mi pelo—. Siempre estás cambiando. Nunca sé a quién voy a tener delante de un día para otro.
Me reí, me eché sobre él y le devolví el beso con todas mis fuerzas. Adoraba sentir su boca, sus sensuales líneas suavizadas tras su habitual dureza cuando se rendía ante mí, volviéndolo aún más guapo.
—Tengo que mantenerte en ascuas, campeón.
Edward me subió a su regazo y sus manos se deslizaron por todo mi cuerpo.
—Te deseo —dijo.
—Es lo que espero —susurré, recorriendo su labio inferior con la punta de mi lengua—. Vas a estar conmigo de por vida.
—No es suficiente. —inclinó la cabeza y volvió a besarme, con la mano en mi nuca e inmovilizándome mientras me daba fuertes y rápidos lametones, como si me follara.
Sentí la caricia de su lengua por todas partes.
Me solté al pensar en Marco.
—Edward.
—Vamos al ático —susurró con una voz tan tentadora como la del diablo. Su polla se había puesto dura bajo mis nalgas, provocándome con la promesa de un sexo, un pecado y un placer demasiado grandes como para poder soportarlo.
—Tienes una reunión. —respondí jadeante.
—A la mierda la reunión.
Solté otra carcajada y lo abracé, apretando la nariz contra su cuello para inhalar su aroma. Olía de maravilla, como siempre. Edward no se echaba colonia. Era el simple olor limpio y primario de su piel y un leve atisbo de su gel preferido.
—Me encanta cómo hueles —le dije en voz baja, acariciándolo con la nariz. Era cálido, y su cuerpo era sensual y duro, lleno de vida, energía y poder—. Hay algo en tu olor. Toca algo dentro de mí. Es una de esas cosas por las que sé que eres mío.
Soltó un gruñido.
—Joder, qué dura se me ha puesto. —dijo con los labios pegados a mi oreja. Me mordió el lóbulo, castigándome por su deseo con un pequeño mordisco de dolor.
—Y yo estoy muy húmeda —respondí con un susurro—. Hoy me has hecho muy feliz.
Su pecho se ensanchó con una respiración irregular mientras me pasaba las manos arriba y abajo por la espalda.
—Qué bien.
Me aparté y vi cómo se recomponía. Rara vez perdía el control. Había sido emocionante ver que yo podía provocarle aquello. Aún más, saber que había estado a punto de perderlo desde que aparecí y no había mostrado indicio alguno de ello ante los demás. Su control era para mí de lo más provocador.
Mis dedos acariciaron su impresionante rostro.
—Gracias. No es suficiente por lo que hoy me has dado, pero gracias.
Cerró los ojos y acercó la frente hacia mí.
—De nada.
—Me alegra que te ha gustado mi pelo.
—Me gusta que te sientas segura y atractiva.
Rocé mi nariz con la suya. Mi amor por él me inundaba de tal forma que no quedaba espacio para nada más.
—¿Y si necesitara el cabello color púrpura para sentirme así?
Él se rio.
—En ese caso, me follaría a una esposa con el pelo púrpura. —colocó la mano sobre mi corazón y aprovechó la oportunidad para apretarme el pecho—. Mientras el interior siga igual, el resto no es más que envoltorio.
Pensé en decirle que se estaba acercando peligrosamente al romanticismo, pero decidí callármelo.
—¿Has visto a los Uley? —le pregunté.
—Han estado hablando contigo. —respondió apartándose.
Entorné los ojos.
—Sabías que estarían allí, ¿verdad?
—No ha sido ninguna sorpresa.
—Se te da muy bien ser desconfiado —me quejé—. Todos los hombres lo sois. Yo no he podido adivinar si Leah Uley se estaba burlando de mí cuando me ha pedido que asistiera con ella al desfile de Grey Isles en la Fashion Week o si hablaba en serio.
—Quizá un poco de las dos cosas. ¿Qué le has dicho?
—Que no voy a ir. —lo besé y, a continuación, volví a mi asiento. Él se resistió, pero me dejó—. Rosalie habría sabido cómo enfrentarse a ella. —suspiré—. Probablemente, Carmen también. Y, desde luego, mi madre.
—Lo has hecho bien. Y ¿qué tal Uley?
—¿Qué condiciones has acordado con Emmett? —pregunté apretando los labios.
Edward me miró con extrañeza.
—¿Qué has hecho?
—Les he mencionado que tenemos una fuerte relación con Emmett porque tú y yo nos conocimos cuando trabajaste con él. Les he dicho que estamos deseando trabajar con él en el futuro.
—Quieres saber si Uley le va a ofrecer un trabajo a Emmett.
—Siento curiosidad por ver hasta dónde está dispuesto a llegar Sam, sí. No me preocupa Emmett. Es leal y, aunque no conoce todos los detalles, sí sabe que UleyCorp ha sido parte de la causa por la que me he ido. Además, tiene cierta conexión con el mandamás de Cross Industries. No sería más que un simple obrero en UleyCorp. No es estúpido.
Edward apoyó la espalda en su asiento. Si no lo conociera tan bien, podría haber pensado que simplemente se estaba poniendo cómodo.
—Y quieres saber si te fui sincero en cuanto a los motivos de Uley.
—No. —coloqué la mano sobre su pierna y noté la tensión en ella. Sus dos padres lo habían decepcionado. Yo sabía que había una parte en Edward que siempre esperaba que todo el mundo hiciera lo mismo—. Te creo. Te creí cuando me lo contaste. Tu palabra es la única prueba que necesito.
Se me quedó mirando largo rato y, después, me apretó la mano.
—Gracias.
—Pero ¿puede ser que sintieras la necesidad de demostrármelo? —pregunté con suavidad—. Te enteras de que Sam tiene una reserva. Quieres presentarme al consejo de Crossroads. Celebrando la reunión en el Tableau One consigues matar dos pájaros de un tiro si yo me encuentro allí con Sam. Aunque tenía que darse la casualidad de que eso pasara.
—No si él estaba sentado junto a los baños.
—Puede que yo no hubiese ido al baño.
Edward me miró.
—No era algo inevitable. —argumenté.
—Eres una mujer. —respondió él, como si con eso ya se respondiera.
Entorné los ojos.
—A veces me dan ganas de darte una bofetada. —repuse.
—No puedo evitar tener razón.
—Te estás desviando del tema.
Se puso serio por un momento.
—Me dejaste por culpa de él. Necesitaba que volvieras a verlo después de aquello.
—Eso no es del todo cierto, pero vale. Entiendo qué quieres decir. —con cierta frustración, me aparté mi nuevo flequillo de la cara—. Aunque, aun así, no he sabido qué pensar de ellos. Él es algo más fácil de descifrar que su mujer, pero a los dos se les da muy bien aparentar sinceridad. Y son un equipo.
—Tú y yo somos un equipo.
—Estamos cerca de serlo. Yo tengo que aprender a mantenerme fuerte.
—Yo no tengo queja.
Sonreí.
—No la he fastidiado. Pero eso no es lo mismo que hacer un buen trabajo.
Pasó sus dedos por mi mejilla.
—No me habría importado que la fastidiaras, aunque estoy seguro de que tu definición de eso es muy diferente de la mía. No me importaría que tuvieras el pelo verde, púrpura o del color que eligieras, aunque debo decir que me gustas rubia. Eres tú lo que quiero.
Giré la cabeza y le besé la palma de la mano.
—Leah se parece a Rosalie.
Él soltó una carcajada de sorpresa.
—No se parecen.
—¡Dios, desde luego que sí! O sea, no como hermanas gemelas ni nada de eso. Pero sí en el pelo y el tipo de cuerpo.
Edward negó con la cabeza.
—No.
—¿Crees que Sam buscó a alguien parecido a tu mujer ideal?
—Lo que creo es que tu imaginación corre más que tú. —colocó los dedos sobre mis labios cuando yo estaba a punto de decir algo más—. Y, si no, se equivocó. Así que lo que dices es discutible.
Lo miré con una mueca. Sentí que el bolso vibraba junto a mi pierna. Lo cogí y saqué mi teléfono.
Tenía un mensaje de Raúl:
Está en su trabajo.
Miré a Edward y vi que me estaba observando.
—Le he pedido a Raúl que le siguiera la pista a Victoria hoy. —lo informé.
Él murmuró algo.
—Eres de lo más testaruda. —espetó.
—Como has dicho antes, me siento segura y atractiva. —le lancé un beso al aire—.
Hoy es un buen día para pasarme a saludar.
Edward levantó los ojos hacia el espejo retrovisor. Marco hizo lo mismo y algo pasó entre los dos. Después, mi marido giró sus ojos azul brillante hacia mí.
—Harás lo que diga Marco. Si a él no le parece una buena idea cuando llegue el momento, te echarás atrás. ¿Entendido?
Tardé un poco en responder porque había esperado más reticencia por su parte.
—Vale.
—Y esta noche vienes a cenar al ático.
—¿Cuándo se ha convertido esto en una negociación?
Él se limitó a mirarme con expresión implacable y decidida.
—Le he dicho a Jazz que lo llevaría a cenar, campeón —expliqué—. Hoy ha estado haciendo varias llamadas por mí mientras yo he estado contigo. Puedes acompañarnos si quieres.
—No, gracias. Vente después.
—¿Te comportarás?
En sus ojos brilló un destello de malicia.
—Sólo si tú te comportas.
Pensé que si Edward podía hacer bromas sobre aquello, íbamos por buen camino.
—Trato hecho.
Nos detuvimos delante del Crossfire y él se incorporó, disponiéndose a salir. Mientras Marco rodeaba el coche para abrir la puerta, me acerqué a mi marido para ofrecerle mi boca. Edward colocó las manos en mis mejillas y me besó con labios firmes y dominantes. Al contrario que el beso que me había derretido cuando salimos del restaurante, éste fue más tierno. Y más largo.
Yo estaba sin respiración cuando se apartó.
Se quedó mirándome un momento y, después, compuso un gesto de satisfacción.
—Llámame al móvil en cuanto hayas terminado.
—¿Y si estás...?
—Llámame.
—De acuerdo.
Edward salió del asiento de atrás del Bentley y entró en el Crossfire.
Yo me quedé mirándolo hasta que dejé de verlo y recordé el día que nos conocimos. Yo estaba en el vestíbulo y él había vuelto a por mí. Mantuve esa idea en la cabeza sabiendo que no tenía sentido sentirme sola ahora, pero nunca me resultaba fácil verlo marchar. Ése era uno de mis defectos que tenía que superar.
Ya te echo de menos, le escribí por mensaje.
Su respuesta fue rápida: Me alegro, cielo.
Me estaba riendo cuando Marco se puso al volante. Me miró por el espejo retrovisor.
—¿Adónde?
—A donde sea que trabaje Victoria Lucas.
—Puede que aún le queden varias horas en el trabajo.
—Ya lo imaginaba. Tengo que ocuparme de algunas cosas mientras espero. Si las termino todas, lo intentaremos en otro momento.
—Entendido. —puso en marcha el Bentley y salimos.
Llamé a Jazz.
—Hola —contestó—. ¿Qué tal la comida?
—Ha estado bien.
Lo puse al corriente de todo.
—Cuánto ajetreo —dijo cuando terminé—. No puedo decir que entienda todo ese asunto de Sam Uley, pero tampoco entiendo muchas cosas de las que le pasan a tu hombre. ¿Existe alguien que no esté enfadado con él?
—Yo.
—Vale. Pero tú te acuestas con él.
—Jasper, te voy a matar. Lo juro.
Su risa sonó al otro lado del teléfono.
—Me he puesto en contacto con Blaire. Dice que puede reunirse contigo en el ático mañana, si lo deseas. Envíale un mensaje con una franja horaria para ver qué puede hacer.
—Estupendo. ¿Y Kristin?
—A eso iba, preciosa. Hoy está todo el día en la oficina, así que puedes llamarla en cualquier momento. O envíale un correo electrónico, si te resulta más fácil. Está ansiosa por hablar contigo.
—La llamaré. ¿Has pensado ya adónde vamos a ir a cenar?
—Me apetece asiático. Chino, japonés, tailandés..., no sé, algo así.
—Vale, pues a un asiático. —recosté la cabeza contra el asiento—. Gracias, Jazz.
—Encantado de ayudarte. ¿Cuándo vienes a casa?
—Aún no estoy segura. Tengo que hacer otra cosa y, después, iré para allá.
—Luego te veo.
Puse fin a la llamada mientras Marco se acercaba a la acera.
—Su consulta está al otro lado de la calle. —me dijo mientras yo dirigía mi atención al edificio que tenía enfrente. Tenía varias plantas y un pequeño y pulcro vestíbulo visible a través de las puertas de cristal.
Lo observé durante un breve momento y me imaginé a Victoria dentro con un paciente, alguien que estaba desnudando sus secretos más íntimos sin saber con quién estaba hablando en realidad. Así es como funciona siempre. El terapeuta en el que confiábamos lo sabía todo sobre nosotros, mientras que Edward y yo solamente sabíamos lo que podíamos adivinar por las fotografías que había sobre su mesa y las titulaciones que colgaban de las paredes de su consulta.
Revisé mis contactos, encontré el número de Kristin y llamé a su oficina. Su ayudante me la pasó enseguida.
—Hola, Isabella. Te tenía en mi lista de llamadas pendientes, pero tu amigo se me ha adelantado. La verdad es que llevo varios días intentando hablar contigo.
—Lo sé, y lo siento. —repuse.
—No hay problema. He visto las fotografías de Cross y tú en la playa. No te culpo por no haberme devuelto la llamada. Pero tenemos que reunirnos y repasar los detalles.
—La fecha es el 22 de septiembre.
Hubo una pausa.
—Vale. ¡Uf!
Hice una mueca, pues sabía que estaba pidiendo demasiado con muy poca antelación, y que iba a costar mucho tenerlo todo preparado a tiempo.
—He decidido que mi madre tenía razón en cuanto a los colores blancos, crema y dorado, así que vayamos por ahí. Me gustaría que hubiera pequeños detalles en rojo. Por ejemplo, yo llevaré un ramo neutro, pero mis joyas serán de rubí.
—Ah. Déjame pensar. ¿Quizá unos faldones de rojo damasco bajo los manteles? O bajo platos de cristal de Murano con vajilla de vidrio. Pensaré en algunas opciones. —soltó un suspiro—. Necesito ver el sitio.
—Puedo organizar un vuelo. ¿Cuándo puedes ir?
—Cuanto antes —se apresuró a responder Kristin—. Tengo un compromiso mañana por la tarde, pero por la mañana podría ser.
—Lo averiguaré y te enviaré la información.
—Estaré pendiente. Isabella, ¿tienes vestido?
—Eh, no.
Se rio. Cuando volvió a hablar, la tensión que había notado antes había desaparecido.
—Entiendo que quieras darte prisa con un hombre como el tuyo, pero con más tiempo nos aseguraríamos de que todo saliera bien y de que tuvierais un día perfecto.
—Va a ser perfecto aunque algo salga mal —repuse. Me acaricié la parte posterior del anillo con el dedo pulgar y me reconfortó tenerlo en mi mano—. Es el cumpleaños de Edward.
—¡Vaya! Muy bien. Lo conseguiremos.
Sonreí.
—Gracias. Hablamos luego.
Colgué y miré hacia el edificio que estaba al otro lado de la calle. La puerta de al lado era una pequeña cafetería. Me acercaría a comprar un café y llamaría al diseñador.
Le envié un mensaje a Edward.
¿Con quién debo hablar para ir con la organizadora de la boda en avión a la casa de los Outer Banks mañana por la mañana?
Se me hacía un poco raro hacer esa pregunta. ¿Quién habría pensado que tendría aviones privados a mi disposición? No estaba segura de poder acostumbrarme nunca a utilizarlos.
Esperé su respuesta durante un minuto. Como no llegaba, llamé a Blaire Ash.
—Hola, Blaire —lo saludé cuando respondió—. Soy Isabella Dwyer, la prometida de Edward Cross.
—Isabella. Por supuesto que sé quién eres. —su voz era cálida y agradable—. Me alegra oírte.
—Me gustaría hablar contigo sobre algunos de los detalles del diseño. Jazz me ha dicho que podemos reunirnos mañana.
—Claro. ¿A qué hora te viene bien?
Tras pensar en el viaje a los Outer Banks con Kristin, respondí:
—¿Te parece que sea por la tarde? ¿Digamos, sobre las seis?
Edward estaría con el doctor Vulturi, al menos, hasta las siete. Después, tendría que ir a casa. Eso me proporcionaba tiempo suficiente para cambiar algunas cosas de nuestros planes de diseño.
—Me parece bien —confirmó Blaire—. ¿Nos vemos en el ático?
—Sí, allí nos vemos. Gracias. Adiós.
En cuanto puse fin a la llamada, mi teléfono vibró. Miré la pantalla y vi la respuesta de Edward:
Mike se encarga de organizarlo.
Me mordí el labio y me sentí mal por no haber acudido antes a Mike.
La próxima vez le preguntaré a él. ¡Gracias!
Respiré hondo mientras pensaba que debía ponerme en contacto con Esmerald, la madre de Edward.
En el asiento delantero, sonó el teléfono de Marco.
Lo levantó y, después, me miró.
—Está bajando en el ascensor.
—¡Ah! —exclamé.
De la sorpresa pasé al desconcierto. ¿Cómo lo había sabido? Volví a mirar el edificio. ¿Era también propiedad de Edward, igual que lo era el edificio en el que trabajaba su marido?
—Aquí tiene, jovencita. —Marco extendió la mano hacia el asiento de atrás y me entregó un pequeño disco negro del tamaño de una moneda y tres veces más grueso—. Tiene adhesivo por un lado. Pégueselo al tirante de su vestido.
Metí el teléfono en el bolso y cogí el disco.
Me quedé mirándolo.
—¿Qué es? ¿Un micrófono?
—O lo lleva o voy con usted. —me miró con una sonrisa de disculpa—. No es usted la que debe preocuparse, sino ella.
Como no tenía nada que ocultar, me metí el micrófono en el sujetador y salí del coche cuando Marco me abrió la puerta. Me agarró del brazo con firmeza y, a continuación, me llevó hasta el otro lado de la calle.
Me guiñó un ojo antes de marcharse hacia la cafetería.
De repente me quedé sola en la acera, invadida por un endiablado ataque de nervios. Desapareció un segundo después, cuando Victoria salió del vestíbulo. Ataviada con un vestido cruzado con dibujo de leopardo y unos Louboutin negros, tenía un aspecto fiero y vibrante con su pelo rojo de punta.
Me metí el bolso bajo el brazo y me dirigí hacia ella.
—¡Qué casualidad! —le dije al acercarme.
Ella me miró con la mano levantada para llamar a un taxi. Por un momento, su felino rostro quedó sin expresión y, después, me reconoció. Su sorpresa había merecido la pena. Dejó caer el brazo.
Yo volví a mirarla de arriba abajo.
—Deberías tirar esa peluca que te has estado poniendo para ver a Jasper. El pelo corto te sienta mejor.
Victoria se recompuso enseguida.
—Isabella, estás muy guapa. Edward debe de estar puliéndote bien.
—Sí, me da cera. Cada vez que tiene la oportunidad. — eso atrajo su atención—. De hecho, no se cansa. No le queda nada para ti, así que te aconsejo que te busques a otro por el que volverte loca.
Su expresión se endureció. Me di cuenta de que nunca antes había visto odio de verdad. Incluso en medio del calor del verano neoyorquino, sentí un escalofrío.
—Qué confundida estás. —dio un paso adelante—. Probablemente se esté follando a otra en este mismo momento. Así es él, y eso es lo que siempre hace.
—Tú no tienes ni idea de cómo es él. —odiaba tener que levantar la cabeza para mirarla—. No tengo nada de qué preocuparme con él. Sin embargo, tú sí deberías preocuparte por mí. Porque si vuelves a acercarte a él o a Jasper, vas a tener que vértelas conmigo. No voy a ser nada simpática.
Di media vuelta dispuesta a alejarme. Ya había hecho lo que había ido a hacer.
—Es un monstruo —gritó—. ¿Te ha contado que lleva en terapia desde que era niño?
Eso me detuvo. Me volví para mirarla.
Sonrió.
—Está mal desde que nació. Está enfermo y es retorcido de una forma que aún no has visto. Cree que puede ocultártelo, su muchachita guapa, que está viviendo un cuento de hadas. La bella y la bestia a la vista de todos. Una inteligente cortina de humo, pero no durará. No puede ocultar durante mucho tiempo su verdadera naturaleza.
Dios mío, ¿Victoria sabía lo de Hugh?
¿Cómo podía saber que Edward era víctima de las perversiones de su hermano y haberse acostado con él al mismo tiempo? Me revolvía el estómago pensarlo, y sentí el sabor de la bilis en la garganta.
Su risa cayó sobre mí como fragmentos de cristal.
—Edward es despiadado y cruel hasta la médula —continuó—. Te destrozará hasta dejarte. Si es que no te mata antes...
La espalda se me puso en tensión y cerré los puños. Estaba tan enfadada que temblaba mientras contenía las ganas de darle un puñetazo en su petulante y asquerosa cara.
—¿Con quién te crees que se casan los monstruos, zorra estúpida? —volví a aproximarme—. ¿Con niñitas frágiles o con otros monstruos?
Acerqué mi cara a la suya.
—Tienes razón con lo del cuento de hadas —le espeté—. Pero Edward es la bella. Yo soy la bestia.
¡ESO MAMONAAAAAA! Lo tenía que decir, lo sé, lo sé, ¡pero lo tenía que decir! ¿Saben cuento llevo esperando esto? De verdad llega en el mejor momento, hasta ahora, vemos a una Bella diferente, mucho más fuerte y segura de sí misma que no tiene reparos en proteger a su hombre. ¿Saben lo estúpido que es el hecho de que Bella le plante cara a la estúpida de Victoria y Esmerald nunca fue capaz de defender a su hijo, siquiera de creerle? Estoy segura que estas acciones solo hacen de Edward un hombre diferente. Ya no tiene que ser un duro tempano de hielo, porque tiene a su igual. Alguien que lo ama, lo valora, le cree y lo respeta. No puedo esperar a ver cómo queda la boda. No puedo creer que cada vez estemos más cerca del final. En fin, ¡gracias por leerme y dejar sus rr! Besos en la distancia.
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—Ariam. R.
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