Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la maravillosa Silvya Day, yo solo hago la adaptación. Advertencia: alrededor de esta historia se tocan algunos temas delicados sobre el abuso infantil y violación, así como escenas graficas de sexo. Pueden encontrar disponible la saga Crossfire en línea (Amazon principalmente) o librerías. Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.


«¿Crees que Edward da miedo? Espera a que yo caiga sobre ti.»

Me quedé sentado inmóvil durante largo rato. La voz de Bella resonaba en mis oídos mientras la grabación llegaba a su fin. Levanté la vista desde la mesa hasta los ojos de Marco.

—Dios mío.

Habíamos buscado cualquier expediente mío que Hugh pudiera guardar. No encontramos ninguno y supusimos que no había guardado nada. Tenía sentido.

¿Para qué documentar tus crímenes?

—Volveré a buscar —dijo Marco en voz baja—. En su casa y en su consulta. Y en la de su marido. En todas partes. Los encontraré.

Asentí y me aparté de la mesa. Respiré hondo y contuve las náuseas. No había nada que hacer salvo esperar.

Me acerqué a la ventana más próxima y miré hacia el edificio donde estaban las oficinas de UleyCorp.

—Bella ha sabido enfrentarse a ella —dijo Marco detrás de mí—. Ha hecho que Victoria sienta la ira de Dios. Lo he visto en su rostro.

Yo no había querido ver el vídeo de la grabación de la cámara de seguridad porque prefería escuchar el audio de su encuentro, pero había sido suficiente. Conocía a mi esposa, su voz y su tono. Conocía su carácter. Y sabía que nada la hacía saltar tan rápido ni con tanta ferocidad como cuando salía en mi defensa.

Durante el poco tiempo que llevábamos juntos, Isabella había tenido enfrentamientos directos con Rosalie en su casa, con mi madre en múltiples ocasiones, con Terrence Lucas en su consulta y, ahora, con su mujer en la de ella.

Sabía que mi esposa sentía que tenía que hacerlo. Y por eso me había obligado a mí mismo a mantenerme al margen y dejarla actuar.

Yo no necesitaba que me defendieran. Podía apañármelas muy bien solo, como siempre había hecho. Pero me gustaba saber que ya no seguía solo. Y, más aún, ser consciente de que ella podía parecer una loca y dar miedo.

—Es una leona —dije mirándolo—. Yo mismo tengo algún bonito recuerdo de sus arañazos.

La tensión y la dureza de los hombros de Marco se relajaron ligeramente.

—Se mantendrá a su lado.

—¿Si mi pasado sale a la luz? Sí, lo hará.

Al pronunciar esas palabras fui consciente de la verdad que había en ellas. Se habían presentado ocasiones en nuestra relación en las que no había estado seguro de aferrarme a Bella. Amaba a mi mujer y no me cabía duda de que ella me quería con la misma intensidad pero, por muy perfecta que fuera para mí, tenía sus defectos. Dudaba de sí misma con demasiada frecuencia. A veces, ella creía que no era lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a ciertas situaciones. Y, cuando pensaba que su independencia y su serenidad se veían amenazadas, huía para protegerse.

Dirigí la vista hacia la fotografía de ella que había sobre mi mesa. Las cosas habían cambiado recientemente. Me había llevado hasta el límite, alejándome de lo único sin lo que yo no podía vivir: ella. Me había bajado de ese filo con renuencia, obligado a hacerlo para poder recuperarla. El resultado: Bella ya no miraba nuestro matrimonio como una cosa suya y mía, sino de los dos. Mi animadversión inicial había desaparecido. Pasará lo que pasase, volvería a hacer lo mismo por tenerla a mi lado.

Pero ahora lo haría sin necesidad de verme empujado a ello.

—Le encanta saber que puedo cuidar de ella, mantenerla a salvo —dije, sobre todo para mí mismo—. Pero, si lo perdiera todo, ella seguiría conmigo. Es a mí a quien quiere, por muy jodido que esté.

El dinero, la imagen pública, nada de eso era importante para ella.

—Usted no está jodido, amigo. Es demasiado guapa para desgracia de usted. —Marco torció la boca con ironía—. Usted ha tomado decisiones dudosas en lo concerniente a las chicas, pero ¿quién no? Es difícil negarse cuando uno tiene ganas y ellas se levantan la falda.

Riéndome con sus comentarios tan directos, aparté de mi mente a Victoria Lucas.

Preocuparse no iba a servir de nada. Marco haría aquello que tan bien se le daba. Yo me centraría en mi mujer y en nuestra vida tal cual era ahora.

—¿Dónde está Bella? —le pregunté.

—Raúl la está llevando al estudio de Jacob Black de Brooklyn.

Asentí, comprendiendo que ella necesitaba liberar tensiones.

—Gracias, Marco.

Se fue y yo volví a mi mesa para recuperar el ritmo del día. Había cambiado una docena de cosas para poder incorporar en mi agenda el almuerzo de Crossroads y Bella, y ahora tenía que ponerme al día.

Mi móvil vibró sobre el cristal ahumado de mi escritorio. Lo miré con la esperanza de ver la cara de Bella en la pantalla, pero me encontré con la de mi hermana Alice.

Sentí una momentánea punzada de incomodidad que ya me era familiar, algo muy parecido al pánico, justo antes de responder.

Yo no entendía qué tenía de bueno para Bella estar en la vida de mi hermana adolescente, pero ella consideraba que, por algún motivo, era importante. Así que hice el esfuerzo por mi mujer.

—Alice, ¿a qué debo el placer?

—Edward. —hablaba con dificultad, con la voz empañada en lágrimas.

Me puse en tensión de inmediato. Primero, con una oleada de ira que me erizó la espalda.

—¿Qué ha pasado?

—He lle-llegado del colegio y papá me estaba esperando. Se van a divorciar.

Rodeé la mesa y me dejé caer en la silla. La rabia desapareció.

Antes de poder decir nada, ella continuó.

—¡No lo entiendo! —lloriqueaba—. Hace un par de semanas todo iba bien. Después empezaron a discutir todo el rato y papá se fue a un hotel. ¡Ha pasado algo pero ninguno de los dos quiere decirme qué es! Mamá no deja de llorar. Papá no llora, pero tiene los ojos rojos siempre que lo veo.

Sentí otro nudo en el estómago.

La respiración se me aceleró.

Royce lo sabía. Lo de Hugh y yo. Lo de las mentiras de Terrence Lucas para proteger el delito de su cuñado. Lo de la negativa de mi madre a creerme, a luchar por mí, a salvarme.

—Alice...

—¿Crees que él tiene alguna aventura? Es él quien está provocando todo esto. Mamá dice que está confundido. Que va a volver. Pero yo no lo creo. Actúa como si ya hubiese tomado una decisión. ¿Puedes hablar con él?

Apreté el teléfono con fuerza.

—¿Para decirle qué?

«Hola, Royce. Siento que me violaran y que tu mujer no supiera cómo enfrentarse a ello. Qué pena lo del divorcio. ¿No hay forma de que puedas perdonarla para que viváis felices por siempre jamás?»

El simple hecho de pensar que Royce siguiera con su vida, con su mujer, como si nada hubiese ocurrido, me llenaba de rabia. Había alguien que lo sabía. Alguien a quien le importaba. Alguien que no podía aguantar aquello más que yo mismo. No iba a pretender que aquella situación cambiara aunque pudiera.

En mi interior, algo pequeño y frío disfrutaba con la idea. Por fin.

—¡Tiene que haber alguna solución, Edward! La gente no pasa de estar locamente enamorada a pedir el divorcio en menos de un mes.

Dios mío. Me froté la nuca, donde empezó a desatarse un fuerte dolor de cabeza.

—Quizá si van a terapia... —sugerí.

Una fuerte carcajada llena de tristeza me quemó la garganta en silencio. Un terapeuta había dado comienzo a todo aquello. Era de lo más irónico por mi parte proponer que acudieran a otro para solucionar las cosas.

Alice se sorbía la nariz.

—Mamá me ha dicho que papá lo había sugerido, pero ella no quiere.

Aquella triste carcajada se me escapó en ese momento.

¿Qué diría el doctor Vulturi si pudiera ver el interior de la mente de ella? ¿La compadecería? ¿Sentiría asco? ¿Rabia? Quizá el doctor no sintiera nada en absoluto. Yo no me diferenciaba de otros niños que habían sufrido abusos, y ella no era distinta de otras mujeres débiles y egoístas.

—Lo siento, Alice. —lo sentía más de lo que jamás podría decirle. ¿Qué pensaría de mí si supiera que todo aquello era culpa mía? Quizá me odiaría también, como nuestro hermano James.

Ese pensamiento se me incrustó en el pecho como un tornillo.

James no me soportaba, pero quería a Alice y había apostado por la relación entre los padres de los dos. Yo era un extraño. Siempre lo había sido.

—¿Has hablado con James? —le pregunté.

—Está tan destrozado como mamá. O sea, yo estoy fatal, pero ellos dos... Nunca los había visto tan mal.

Volví a ponerme de pie, demasiado inquieto como para permanecer sentado. «¿Qué debería hacer, Bella? ¿Qué puedo decir? ¿Por qué no estás aquí cuando te necesito?»

—Tu padre no tiene ninguna aventura —dije con la intención de proporcionarle el mayor consuelo posible—. No es de ésos.

—Entonces ¿por qué pide el divorcio?

Exhalé con fuerza.

—¿Por qué pone fin todo el mundo a su matrimonio? Porque no funciona.

—Después de todos estos años, ¿él decide que no es feliz y ya está? ¿Se rinde?

—Sugirió lo de la terapia y ella se ha negado.

—Entonces ¿es culpa de ella que, de repente, él tenga un problema?

La voz era la de Alice, pero las palabras eran de mi madre.

—Si vas a intentar buscar un culpable, yo no te voy a ayudar. —repuse.

—No te importa si siguen juntos. Probablemente piensas que es una estupidez que esté tan enfadada a mi edad.

—Eso no es verdad. Tienes todo el derecho a sentirte mal.

Miré hacia la puerta de mi despacho cuando Mike apareció al otro lado. Le hice una señal con la cabeza cuando se tocó el reloj. Volvió a su mesa.

—¡Entonces ayúdalos a arreglarlo, Ed!

—Dios mío. No sé por qué crees que yo voy a poder hacer nada.

Alice empezó a llorar otra vez.

Maldije en silencio, pues no me gustaba oírla sufrir tanto sabiendo que yo era en parte el causante de aquello.

—Cariño...

—¿Puedes, por lo menos, intentar razonar con ellos?

Cerré los ojos. Yo era el maldito problema y eso hacía que me resultara imposible ser parte de la solución. Pero no podía decirlo.

—Los llamaré —le aseguré.

—Gracias. —volvió a sorberse la nariz—. Te quiero.

Un pequeño sonido escapó de mi garganta y el golpe de sus palabras me hizo tambalearme. Colgó antes de que pudiera recuperar la voz y me dejó con la sensación de haber perdido una oportunidad.

Dejé el teléfono sobre la mesa y contuve las ganas de lanzarlo al otro lado de la habitación.

Mike abrió entonces la puerta y asomó la cabeza.

—Lo están esperando todos en la sala de juntas.

—Ya voy.

—Además, el señor King ha pedido que lo llame cuando pueda.

Asentí con la cabeza, pero maldije en silencio al oír el nombre de mi padrastro.

—Lo llamaré.

Eran casi las nueve de la noche cuando Raúl me envió un mensaje para decirme que Bella estaba subiendo al ático. Salí del despacho de mi casa y fui a encontrarme con ella en el rellano, mirándola sorprendido cuando la vi con una enorme caja entre las manos.

Raúl estaba detrás de ella con un bolso de viaje.

Bella me sonrió al verme mientras yo le quitaba la caja de las manos.

—He traído algunas cosas para invadir tu espacio.

—Invádelo todo. —le dije, cautivado por la brillante y traviesa luz que había en sus ojos grises.

Raúl depositó el bolso de viaje en el suelo de la sala de estar y, a continuación, salió en silencio para dejarnos solos. Yo seguí a Bella con los ojos, admirando sus vaqueros oscuros que se ajustaban a cada curva y la blusa suelta de seda que llevaba metida por dentro de ellos. Llevaba zapatos planos, cosa que la hacía casi treinta centímetros más bajita que yo estando descalzo. El pelo le caía por los hombros, alrededor de la cara, que llevaba lavada, sin maquillar.

Lanzó su bolso sobre el sillón orejero más cercano a la puerta. Mientras se quitaba los zapatos con un puntapié junto a la mesa de centro, me miró, recorriendo con sus ojos mi pecho desnudo y los pantalones negros de mi pijama de seda.

—Habías dicho que te portarías bien, campeón.

—Bueno, teniendo en cuenta que aún no te he besado, creo que me estoy portando muy bien. —fui hasta la mesa del comedor para dejar la caja. Miré en su interior y vi una serie de fotografías enmarcadas envueltas en plástico de burbujas—. ¿Qué tal la cena?

—Deliciosa. Ojalá Tanya no estuviese embarazada. Pero creo que eso está haciendo que Jazz lo piense bien y esté madurando un poco. Eso es bueno.

Yo sabía muy bien que debía reservarme mi opinión, así que asentí.

—¿Quieres que abra una botella de vino?

Su sonrisa iluminó la habitación.

—Estupenda idea.

Cuando volví a la sala de estar momentos después, vi la chimenea decorada con varias fotografías. El montaje que yo le había regalado para que lo tuviera en su trabajo estaba ahora allí, exhibiendo imágenes de los dos juntos. También había fotografías de Jasper, Renne, Carlisle, Charlie e Alice.

Y una fotografía enmarcada de mi padre y yo en la playa de hacía mucho tiempo, una foto que yo había compartido con ella cuando firmamos el contrato de compra de la casa de la playa en los Outer Banks.

Di un sorbo a mi copa mientras asimilaba aquel cambio. No había ningún otro objeto personal en la sala principal, así que la transformación era fuerte. Bella había elegido, además, marcos de mosaico de cristal de colores brillantes que centelleaban y llamaban la atención.

—¿Tus alertas de conservación de la soltería han saltado ya? —bromeó mientras cogía la copa que le ofrecí.

La miré divertido.

—Es demasiado tarde para espantarme.

—¿Estás seguro? No he hecho más que empezar.

—Es cuestión de tiempo.

—De acuerdo —dijo encogiéndose de hombros. Después, dio un sorbo al pinot noir que yo había elegido—. Estaba dispuesta a hacerte una mamada para tranquilizarte si empezabas a ponerte nervioso.

Mi polla se endureció a medida que crecía.

—Ahora que lo mencionas, he sentido cierto sudor frío...

Una bola de pelos salió entonces de debajo de la mesa de centro, dándome tal susto que casi derramé el vino tinto sobre la alfombra de Aubusson que tenía bajo los pies.

—¿Qué narices es eso?

La bolita se agitó y se convirtió en un cachorro no más grande que el tamaño de mis zapatos. Fue dando traspiés hacia mí con sus patas temblorosas. Era casi todo negro y marrón y tenía el vientre blanco. Tenía unas orejas enormes que se movían alrededor de su dulce cara llena de alegría y excitación.

—Es tuyo —dijo mi mujer en tono divertido—. ¿No es adorable?

Mudo, vi cómo el diminuto perro llegaba hasta mí y empezaba a lamerme los dedos de los pies.

—Oh, le has gustado. —Bella dejó la copa sobre la mesita y se puso de rodillas a la vez que extendía la mano para acariciar la suave cabeza del cachorro.

Confundido, miré a mí alrededor y vi lo que antes no había llamado mi atención. El bolso que Raúl llevaba tenía una malla de ventilación en lo alto y a los lados.

—¡Dios mío, deberías verte la cara! —Bella se rio, recogió al perro del suelo y se incorporó. Me quitó la copa y puso entre mis manos al cachorro.

Cogí a la inquieta bola de pelo porque no tuve otra opción y eché la cabeza hacia atrás cuando empezó a lamerme la cara sin parar.

—No puedo tener un perro. —dije.

—Claro que puedes.

—No quiero un perro.

—Sí que lo quieres.

—Isabella, no.

Se llevó mi vino al sofá y se sentó con las piernas cruzadas bajo su cuerpo.

—Así, el ático no parecerá tan vacío cuando me mude.

Yo me quedé mirándola.

—No necesito un perro. Necesito a mi mujer.

—Ahora tendrás las dos cosas. —bebió de mi copa y se lamió los labios—. ¿Cómo lo vas a llamar?

—No puedo tener un perro. —repetí.

Ella me miró con serenidad.

—Es un regalo de aniversario de tu esposa, tienes que quedártelo.

—¿Aniversario?

—Llevamos casados un mes. —apoyó la espalda en el sofá y me lanzó una mirada de lo más sensual—. Estaba pensando que podríamos ir a la casa de la playa a celebrarlo.

Yo agarré mejor al perro, que no paraba de moverse.

—¿Celebrarlo, cómo?

—Como quieras.

Se me puso dura al instante, algo que ella notó.

Su mirada se oscureció y acarició mi erección sobre el bulto de mis pantalones.

—Me muero, Edward —susurró con los labios y las mejillas sonrojadas de repente—Quería esperar, pero no puedo. Te necesito. Y es nuestro aniversario. Si no podemos hacer el amor un día así estando solamente tú, yo y lo que los dos tenemos, sin ninguna mentira, no podremos hacer el amor nunca. Y no creo que eso sea verdad.

Me quedé mirándola.

Ella sonrió con gesto irónico.

—Si es que eso tiene algún sentido.

El cachorro me lamía la mandíbula frenéticamente y yo apenas lo noté, pues mi atención estaba toda en mi esposa. No dejaba de sorprenderme, en todos los aspectos.

—Lucky. —dije de pronto.

—¿Qué?

—Así se llamará. Lucky.

Bella se rio.

—Eres un demonio, campeón.

Cuando Bella se fue a casa, yo tenía nuevas jaulas para perro en mi dormitorio y en mi despacho, y unos bonitos cuencos para agua y comida en la cocina. En mi despensa había pienso para cachorros en un contenedor hermético de plástico, y unas afelpadas camitas ocuparon su espacio en cada habitación del ático. Había incluso una zona de hierba artificial que supuestamente Lucky utilizaría para orinar (eso, cuando no se aliviaba sobre mis caras alfombras, como había hecho no hacía mucho rato).

Todos aquellos objetos, incluidos accesorios, juguetes y limpiadores enzimáticos para la orina, habían estado esperando en el rellano, en la puerta del ascensor, por lo que supe que mi mujer había reclutado a Raúl y a Marco para su plan de endilgarme una mascota.

Me quedé mirando al cachorro, que estaba a mis pies, observándome con ojos tiernos y oscuros llenos de algo muy parecido a la adoración.

«¿Qué narices se supone que tengo que hacer con un perro?»

La cola de Lucky se movía con tanta fuerza que el lomo se le agitaba a la vez de un lado a otro.

Cuando le hice a Bella la misma pregunta, ella me explicó su plan: Lucky iría conmigo al trabajo y, después, Marco lo dejaría en una guardería para perros —¿quién sabía que existían ese tipo de cosas?— y lo recogería a tiempo de volver conmigo a casa.

La verdadera respuesta estaba escrita en la nota que me había dejado sobre la almohada.

Mi querido hombre oscuro y peligroso:

Los perros son estupendos jueces del carácter. Estoy segura de que este adorable beagle que ahora es tuyo te va a adorar casi tanto como yo porque verá lo que yo veo en ti: un enorme instinto protector, atención y lealtad. Eres un macho alfa de los pies a la cabeza, así que te obedecerá cuando yo no lo haga. (¡Estoy segura de que eso lo vas a agradecer!) Con el tiempo, te acostumbrarás a que él te quiera de manera incondicional, al igual que yo y las demás personas que hay en tu vida.

Tuya para siempre, La señora X

Levantándose sobre sus patas traseras, Lucky me daba golpecitos en la espinilla a la vez que soltaba suaves gemidos.

—Eres una cosita muy exigente, ¿no? —lo cogí y le permití los inevitables lametones en la cara. Olía ligeramente al perfume de Bella, así que me lo acerqué a la nariz.

Tener un perro nunca había estado en mi lista de deseos. Pero tampoco lo había estado tener una mujer y eso era lo mejor que me había pasado nunca.

Aparté a Lucky y lo miré con atención. Bella le había puesto un collar rojo con una placa de metal grabada en la que se leía: «FELIZ ANIVERSARIO». Al lado llevaba la fecha de nuestra boda, para que no me deshiciera de él.

—Estamos condenados a estar juntos —le dije. Y eso hizo que soltara un ladrido y se removiera con más fuerza—. Tú lo vas a lamentar más que yo.

Sentado solo en mi dormitorio, puedo oír los gritos de mi madre. Papá le suplica y, después, ella le responde a gritos. Encienden la televisión antes de cerrar la puerta de golpe, pero el volumen no está lo suficientemente alto como para que no se oiga su discusión.

Últimamente, se pelean a todas horas.

Cojo el mando de mi coche teledirigido preferido y lo empujo contra la pared una y otra vez. No sirve de nada.

Mamá y papá se quieren. Se miran durante un largo rato, sonrientes, como si se olvidaran de todo lo que los rodea. Se hacen muchas caricias. Se cogen de las manos.

Se besan. Se besan mucho. Resulta repugnante, pero es mejor que los gritos y los llantos de las últimas dos semanas. Incluso papá, que siempre está sonriendo y riéndose a carcajadas, ha estado triste. Tiene los ojos enrojecidos todo el tiempo y no se ha afeitado desde hace días.

Me da miedo que se separen como les pasó a los padres de mi amigo Kevin.

El sol va escondiéndose despacio pero la pelea no cesa. La voz de mamá suena ahora ronca y rasgada por las lágrimas. Un cristal se rompe. Algo pesado golpea la pared y me sobresalta. Ha transcurrido mucho tiempo desde el almuerzo y mi estómago se queja, pero no tengo hambre. La verdad es que siento ganas de vomitar.

La única luz de mi habitación viene de la televisión, en la que echan una película aburrida que no me gusta. Oigo que la puerta del dormitorio de mis padres se abre y, después, se cierra. Unos segundos más tarde, se abre la puerta de la calle y también se cierra. Nuestro apartamento se queda en un absoluto silencio que hace que vuelva a sentir náuseas.

Cuando por fin se abre la puerta de mi dormitorio, mamá se queda allí como una sombra con una luz brillante que la rodea. Me pregunta por qué estoy a oscuras, pero no respondo. Estoy enfadado con ella por haber sido tan mala con papá. Él nunca empieza las peleas. Siempre es ella. Por algo que ha visto en la televisión, que ha leído en el periódico o que le han dicho sus amigas. Siempre le están hablando mal de papá, diciéndole cosas que sé que no son verdad.

Mi papá no es ningún mentiroso ni ningún ladrón. Mamá debería saberlo. No debería escuchar a otras personas que no lo conocen como nosotros.

—Edward.

Mamá enciende la luz y yo me sobresalto. Está más vieja. Huele a leche rancia y a talco de bebé.

Mi habitación ha cambiado. Mis juguetes han desaparecido. La moqueta que tengo debajo es ahora una alfombra sobre un suelo de piedra. Mis manos son más grandes.

Me pongo de pie y tengo la misma estatura que ella.

—¿Qué? —contesto cruzándome de brazos.

—Tienes que dejar de hacer esto. —se limpia las lágrimas que le caen de los ojos—No puedes seguir actuando así.

—Vete. —las náuseas de mi estómago aumentan y mis manos se humedecen hasta que las cierro con fuerza.

—¡Tienes que dejar de mentir! Ahora tenemos una vida nueva, una vida buena. Royce es un hombre bueno.

—Esto no tiene nada que ver con Royce. —contesto con rabia y con ganas de darle un puñetazo a algo. No debería haber contado nada. No sé por qué pensé que alguien me creería.

—No puedes...

Me incorporé de golpe, jadeando, tirando con fuerza de las sábanas hasta rasgarlas.

Pasó un rato hasta que mi sangre acelerada volvió a su velocidad normal a la vez que empezaba a ser consciente de los incesantes ladridos que me habían despertado.

Me froté la cara, maldije y, después, me sobresalté cuando Lucky se agarró al faldón del edredón para subirse a la cama. Dio un salto y se lanzó sobre mi pecho.

—¡Por el amor de Dios, cálmate!

El cachorro soltó un gemido y se acurrucó en mi regazo, haciéndome sentir como un gilipollas.

Lo agarré y lo apreté contra mi pecho.

—Perdona. —murmuré a la vez que le acariciaba la cabeza.

Cerré los ojos y me eché sobre el cabecero, deseando que mi corazón se tranquilizara. Tardé unos minutos en orientarme y casi el mismo tiempo en darme cuenta de que mi cariñoso Lucky me estaba calmando.

De pronto, me reí para mis adentros y cogí el teléfono que estaba en la mesilla de noche. La hora, poco después de las dos de la mañana, hizo que lo pensara. También la necesidad de ser fuerte, de encargarme yo de mi propia mierda.

Pero habían sucedido muchas cosas desde la primera vez que llamé a Bella para hablarle de una pesadilla. Cosas buenas.

—Hola —respondió ella con voz adormilada y sensual—. ¿Estás bien?

—Mejor ahora que oigo tu voz.

—¿Te está dando problemas el cachorrito? ¿O es una pesadilla? ¿O quizá es que estás juguetón?

La calma me invadió. Me había preparado para un empujón pero, en lugar de eso, parecía que ella iba a ponérmelo más fácil. Una razón más para esforzarme en darle lo que quería, cualesquiera que fuesen mis primeros instintos al respecto. Porque Bella era feliz. Yo era feliz.

—Puede que todo a la vez. —respondí.

—Vale. —oí el sonido de sus sábanas—. Empieza por el principio, campeón.

—Si cierro la puerta de la jaula, Lucky se queja y no me deja dormir.

Se rio.

—Eres un blandengue. Te tiene calado. ¿Lo has llevado a tu despacho?

—No. Ladra cuando está allí y tampoco puedo dormir. He terminado cerrando la puerta de la caja sin el pestillo y se ha tranquilizado.

—No va a aprender a controlar la vejiga si no le enseñas.

Bajé los ojos hacia el beagle, que estaba acurrucado y dormido en mi regazo.

—Me ha despertado de una pesadilla —añadí—. Creo que lo ha hecho a propósito.

Bella se quedó en silencio un momento.

—Cuéntamela.

Lo hice y ella me escuchó.

—Antes había estado intentando subirse a la cama sin conseguirlo —terminé—. Es demasiado pequeño y la cama demasiado alta. Pero se ha subido de pronto para despertarme.

Bella suspiró al otro lado del teléfono.

—Supongo que él tampoco puede dormir si tú haces ruido.

Me quedé pensando un momento y, después, me reí. Toda la inquietud que aún arrastraba por el sueño se disipó como el humo en medio de la brisa.

—De repente me han dado ganas de subirte sobre mis rodillas y darte un azote, cielo. —dije.

Su voz se tornó cálida y divertida cuando respondió:

—Inténtalo, pequeño. Ya verás lo que pasa.

Yo sabía lo que pasaría. Era ella la que no podía verlo. Todavía.

—Volviendo a tu sueño... —murmuró—. Sé que ya te lo he dicho antes, pero lo repito. Creo de verdad que tienes que volver a hablar con tu madre sobre Hugh. Sé que va a resultar doloroso, pero creo que debes hacerlo.

—No va a cambiar nada.

—Eso no lo sabes seguro.

—Sí. —me moví y Lucky emitió un gruñido de protesta—. No te lo he dicho antes: Royce ha pedido el divorcio.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—No estoy seguro. Me acabo de enterar hoy, por Alice. He hablado con Royce después del trabajo, pero él sólo me ha mencionado de su acuerdo prenupcial y me ha dicho que quiere hacer alguna otra concesión. No hemos hablado de los motivos por los que desea poner fin a su matrimonio.

—¿Crees que es porque se ha enterado de lo de Hugh?

Solté un suspiro, agradecido por poder hablar de ello con Bella.

—Creo que es demasiada coincidencia para que no tenga nada que ver.

—Vaya. —se aclaró la garganta—. Creo que tu padrastro me gusta de verdad.

Yo no estaba seguro de lo que sentía por Royce. No lo sabía.

—Cuando pienso en que mi madre está pasándolo mal por esto... Puedo imaginármelo, Bella. Ya lo he visto antes.

—Lo sé.

—No me gusta. Odio que esté así. Me duele verla así.

—La quieres. Es normal.

Y yo quería a Bella. Por no juzgarme. Por su devoción sin reservas. Eso me dio el coraje para decírselo:

—Sin embargo, reconozco que también me alegro. ¿Qué clase de gilipollas quiere que su madre sufra?

Hubo una larga pausa.

—Ella te hizo daño. Sigue haciéndotelo. Está en la naturaleza animal querer verla herida también. Pero creo que de lo que te alegras es que haya un vencedor. Alguien que le está diciendo lo que de verdad te ocurrió y que no está bien.

Cerré los ojos. Si en mi vida había alguna vencedora, era mi mujer.

—¿Quieres que vaya? —preguntó.

Estuve a punto de decirle que no. Mi costumbre después de sufrir una pesadilla era darme una larga ducha y, luego, refugiarme en el trabajo. Eso era lo que sabía hacer.

Así me enfrentaba a ello. Pero pronto ella estaría viviendo conmigo, compartiendo mi vida de una forma que yo necesitaba pero para la que no estaba del todo preparado.

Tenía que empezar a cambiar algunas cosas para eso.

Sin embargo, más que la logística, era a ella a la que quería tener en ese momento.

Quería verla, olerla, sentirla cerca.

—Iré yo —le dije—. Me doy una ducha rápida y te mando un mensaje antes de salir.

—Vale. Estaré preparada. Te quiero, Edward.

Respiré hondo y dejé que sus palabras me atravesaran.

—Yo también te quiero, cielo.

Volví a despertarme con el sol, sintiéndome descansado a pesar de las horas que había pasado en vela. Me estiré y noté algo cálido y peludo que se movía junto a mi brazo.

Después, el lametón de una simpática lengua contra mi bíceps.

Abrí un ojo y vi a Lucky.

—¿No puedes mantener esa cosa dentro de la boca? — le solté.

Bella se puso boca arriba y sonrió con los ojos aún cerrados.

—No lo culpo. Eres extremadamente delicioso y apetece lamerte.

—Entonces, acerca esa lengua tuya aquí.

Giró la cabeza hacia mí y abrió los ojos. Tenía el pelo enredado y las mejillas rosadas.

Agarré a Lucky y lo acurruqué en mi vientre mientras me ponía de lado. Apoyé la cabeza en una mano y miré a mi adormilada esposa, sintiendo una extraña felicidad sólo por empezar el día en la misma cama que ella.

Lo cierto era que no debería haberme arriesgado. Bella no había visto el estado de mis sábanas porque las había cambiado antes de salir a por ella. Pero eran tan sólo una pequeña muestra del daño que podía provocar cuando dormía. Ni Lucky ni mi mujer estaban a salvo a mi lado mientras yo dormía. Sólo me había arriesgado porque nunca había tenido varias pesadillas en una misma noche.

Y porque echaba mucho de menos a Bella. Ella no era la única que lo ansiaba.

—Me alegra que me llamaras. —murmuró.

Acerqué la mano y le acaricié la mejilla con los dedos.

—No ha resultado tan malo.

Ella se movió ligeramente y me besó la palma.

Había visto lo peor de mí y me había amado cada vez que había sido testigo de ello.

Yo había dejado de cuestionarlo. Simplemente, tenía que merecerla. Y lo haría. Tenía toda la vida para conseguirlo.

—Hoy no tienes planeado tenderle ninguna otra emboscada a alguna enemiga, ¿verdad? —pregunté.

—No. —se desperezó y mis ojos se vieron atraídos hacia el lugar donde sus tensas tetas se rozaban con el algodón de su camiseta—. Pero estoy preparada por si alguien decide tenderme una emboscada a mí.

Dejé a Lucky en el suelo, me agarré a Bella y me puse sobre ella. Sus piernas se abrieron de forma instintiva y yo me acomodé entre ellas, moviendo la cadera para acariciar la polla contra su sexo.

Ella ahogó un grito y me agarró de los hombros con mirada de sorpresa.

—No me refería a ti, campeón.

—¿Yo no soy nadie? —enterré la cara en la calidez de su cuello y lo acaricié con la nariz.

Olía de maravilla, suave y dulce. Un olor absolutamente sensual. Froté mi miembro duro contra ella y sentí su calor a través de su ropa interior y la seda de mis pantalones.

Ella se ablandó y se derritió de esa forma que tanto me excitaba.

—No —susurró con sus ojos oscurecidos. Extendió la mano y me agarró del culo, clavándome las uñas, instándome a seguir—. Eres tú. El único hombre que está hecho para mí.

Por muy elegante y femenina que fuera Bella, se había puesto más fuerte con el Krav Maga. Eso también me excitaba. Bajé la cabeza y mi boca acarició la suya. El corazón se me aceleró mientras trataba de asimilar lo que ella significaba para mí.

Me hacía sentir fresco y nuevo, como si nunca pudiera envejecer.

Quizá por eso yo había sufrido tanto, para ser capaz de apreciarla cuando la encontrara. Nunca daría su amor por sentado.

Una lengua que no era la de mi mujer me lamió el costado haciéndome cosquillas.

Me sacudí maldiciendo y Bella se rio.

Fulminé con la mirada al pequeño criminal, que daba saltos de excitación mientras movía la cola sin parar.

—Oye, Lucky, no estás haciendo honor a tu afortunado nombre.

Bella se rio con nerviosismo.

—Te está ayudando a que tú hagas honor a tu promesa de comportarte.

Dirigí la mirada a mi mujer, cuyas uñas seguían firmemente clavadas en mi culo.

—Que implicaba la advertencia de que tú también te portaras bien. —repliqué.

Apartó las manos y se las llevó a la cabeza mientras movía los dedos. Pero su mirada seguía siendo sensual y tenía los labios separados mientras respiraba agitadamente. Se estremeció debajo de mí, aun cuando su piel parecía febril. Su deseo por mí aliviaba mi ansia feroz. Y su determinación de esperar, ahora que conocía cuál era el motivo, me dio la fuerza para apartarme.

Me resultaba físicamente doloroso separarme de ella. Su leve gemido de angustia resonó dentro de mí a la vez que reflejaba la mía. Me puse boca arriba y, de inmediato, me vi sometido a un baño de su lengua al estilo de Lucky.

—Le gustas de verdad. —dijo Bella.

Se giró para ponerse de lado y le acercó la mano para rascarlo por detrás de las orejas. Eso provocó que el perro se aproximara a ella. Su chillido entre risas cuando

Lucky se dispuso a lamerle la cara me hizo sonreír a pesar de las ansias de mi polla. Podría haberme quejado del maldito perro, de la falta de sexo, de sueño y de más cosas. Pero lo cierto es que mi vida era casi tan perfecta como habría deseado.

Cuando llegué al trabajo me dispuse a empezar con fuerza la jornada.

El lanzamiento de la nueva consola de juegos GenTen era inminente y, aunque había muchísimas especulaciones, habíamos conseguido mantener en secreto el componente de realidad virtual. Ese componente se estaba desarrollando en todas partes, pero Cross Industries le llevaba años de ventaja a la competencia. Yo sabía bien que el sistema PhazeOne de UleyCorp era una simple revisión, con óptica avanzada y mayor velocidad. Podía ser competencia para la generación anterior de GenTen, pero solamente eso.

Poco antes del almuerzo, hice tiempo para llamar a mi madre.

—Edward —me saludó con un suspiro tembloroso—. Supongo que te habrás enterado.

—Sí, lo siento. —noté que estaba mal—. Si necesitas algo, dímelo.

—Es Royce quien de repente no es feliz con nuestro matrimonio —respondió en tono rencoroso—. Y es culpa mía, claro.

Yo suavicé el tono, pero le hablé con firmeza:

—No quiero parecer insensible, pero no me interesa conocer los detalles. ¿Cómo estás?

—Habla con él. —fue una súplica sincera. La voz se le quebró—. Dile que ha cometido un error.

Pensé qué contestar. La ayuda que yo le había ofrecido era fiduciaria, no personal.

No quedaba ya nada personal en mi relación con mi madre. Aun así, me sorprendí con lo que dije:

—Seguro que no querrás mi consejo, pero te lo ofrezco de todos modos. Quizá podrías pensar en ir a terapia.

Hubo una pausa.

—No puedo creer que tú, de entre todos los demás, me estés sugiriendo algo así.

—Predico con el ejemplo. —dirigí la mirada hacia la fotografía de mi esposa, como hacía con tanta frecuencia a lo largo del día—. Bella me sugirió que fuéramos a terapia de pareja poco después de que empezáramos a salir. Quería que sacáramos más provecho de nuestra relación. Yo la amaba, así que acepté. Al principio iba sin ganas, pero ahora puedo decir que realmente ha merecido la pena.

—Ha sido ella la que ha provocado todo esto —protestó—. Tú eres un hombre muy inteligente, Edward, pero no te das cuenta de lo que está haciendo.

—Voy a colgar, madre —contesté antes de que me exasperara—. Llámame si necesitas algo.

Colgué y, después, giré mi silla con una lenta revolución en todo mi ser. La decepción y la rabia que siempre acompañaban a las conversaciones con mi madre estaban allí, encendidas, pero ahora las sentía con más fuerza de lo habitual. Quizá porque había soñado con ella tan recientemente, reviviendo el momento en que me había dado cuenta de que nunca se dejaría convencer, de que había decidido deliberadamente hacer la vista gorda por motivos que yo jamás comprendería.

Durante años, había inventado excusas para ella. Había concebido docenas de razones para su negativa a protegerme y darme algo de consuelo. Hasta que fui consciente de que estaba haciendo lo contrario, inventándose historias de por qué yo había mentido sobre mis abusos para que ella pudiera soportar vivir con su decisión de fingir que aquello nunca había ocurrido. Así que no seguí haciéndolo.

Ella me había fallado como madre, pero prefería creer que era yo el que había fallado como hijo.

Y así siguió.

Cuando volví a girarme hacia mi escritorio, cogí el teléfono y llamé a mi hermano.

—¿Qué quieres? —respondió.

Podía imaginarme su ceño fruncido. Su rostro tan diferente del mío. De los tres hijos de mi madre, sólo James se parecía a su padre más que a nuestra madre. Su acritud tenía el efecto predecible de despertarme las ganas de provocarlo.

—El placer de escuchar tu voz. ¿Qué otra cosa si no?

—Déjate de mierdas, Edward. ¿Has llamado para regodearte? Tu mayor deseo se ha hecho por fin realidad.

Me eché hacia atrás en mi sillón y miré al techo.

—Te diría que lamento mucho que tus padres se divorcien, pero no me ibas a creer, así que no lo voy a hacer. En lugar de ello, sí te digo que estoy aquí para lo que necesites.

—Vete al infierno. —espetó, y colgó.

Me aparté el auricular de la oreja y lo sostuve en el aire durante un momento. Al contrario de lo que creía James, no siempre me había desagradado. Hubo un tiempo en que me gustó tenerlo en mi vida. Durante una corta temporada, tuve un camarada, un hermano. La hostilidad que yo sentía ahora por él se la había ganado.

Pero daba igual, lo cuidaría y vigilaría que no diera ningún tropezón demasiado fuerte, le gustara o no.

Devolví el auricular a su base y regresé al trabajo. Al fin y al cabo, no iba a permitir que nada me arruinara el fin de semana. Tenía pensado permanecer absolutamente incomunicado mientras estuviera con mi esposa.

Observé al doctor Vulturi, que estaba sentado con total tranquilidad enfrente de mí.

Llevaba unos vaqueros oscuros y anchos con una camisa blanca metida por la cintura, más relajado de lo que lo había visto nunca. Me pregunté si se trataría de una decisión deliberada en un esfuerzo por parecer lo más inofensivo posible. Él conocía ya mi pasado con los terapeutas y había comprendido por qué siempre los consideraba hasta cierto punto como una amenaza.

—¿Qué tal vuestro fin de semana en Westport? —preguntó.

—¿Lo ha llamado ella? —en el pasado, Bella quería asegurarse de que yo hablara de algo específico en la terapia y se lo decía al doctor Vulturi por adelantado. Yo refunfuñaba por ello y, con frecuencia, no sabía apreciarlo, pero la motivación de Bella era su amor por mí, y no podía quejarme.

—No —respondió con una sonrisa amable, casi cariñosa—. He visto las fotografías de ti y de Isabella.

Eso me sorprendió.

—Jamás lo habría tomado por la clase de persona que lee las revistas del corazón.

—Mi mujer las lee. Me enseñó las fotos porque le parecieron muy románticas. Estuve de acuerdo con ella. Ambos parecíais muy felices.

—Lo somos.

—¿Cómo te llevas con la familia de Bella?

Me arrellané en el sillón.

—Conozco a Carlisle Cullen desde hace muchos años y a Renne desde hace unos cuantos.

—Las relaciones casuales y de trabajo son muy diferentes de las de familia.

Su perspicacia me irritó. Aun así, fui sincero:

—Fue incómodo. No tenía por qué ser así, pero me enfrenté a ello.

La sonrisa del doctor Vulturi se intensificó.

—¿Cómo te enfrentaste a ello?

—Me concentré en Bella.

—Y entonces ¿mantuviste las distancias con los demás?

—No más de lo habitual.

Tomó nota en su tableta.

—¿Ha pasado algo más desde que nos vimos el jueves?

Sonreí con ironía.

—Me ha regalado un perro. Un cachorro.

Levantó los ojos hacia mí.

—Felicidades.

Me encogí de hombros.

—Bella está entusiasmada.

—Entonces ¿el perro es de ella?

—No. Trajo todos sus cacharros y me lo puso en el regazo.

—Eso es mucha responsabilidad.

—El perro estará bien. A los animales se les da bien ser autosuficientes. —como vi que aguardaba con una paciencia expectante, pasé a otro asunto—: Mi padrastro ha pedido el divorcio.

El doctor Vulturi inclinó un poco la cabeza mientras me observaba.

—Hemos pasado de la familia política a un perro en casa y, después, a la disolución del matrimonio de tus padres en pocos segundos. Eso son muchos cambios para una persona que se esfuerza por mantener una estructura.

Aquello era una obviedad, así que no añadí nada más.

—Pareces visiblemente sereno, Edward. ¿Es porque va todo bien con Bella?

—Extremadamente bien.

Sabía que el contraste con la sesión de la semana anterior era notable. Había sentido pánico por mi separación de Bella, terror y vértigo por la posibilidad de perderla. Recordaba aquella sensación con una claridad angustiosa, pero me costaba asimilar lo rápido que yo me había desenmarañado. No reconocía a aquel hombre desesperado, no podía conciliarlo con lo que ahora sabía de mí mismo.

El psiquiatra asintió despacio.

—De las tres cosas de las que has hablado, ¿cómo las clasificarías de la más importante a la menos?

—Eso depende de lo que se entienda por importante.

—Tienes razón. ¿Qué dirías que te causa mayor impacto?

—El perro.

—¿Tiene nombre?

Hice una pausa con una sonrisa.

—Se llama Lucky.

Por alguna razón, él tomó nota de aquello.

—¿Le regalarías tú a Isabella una mascota?

Su pregunta me desconcertó. Respondí sin pensarlo mucho.

—No.

—¿Por qué no?

Lo medité un momento.

—Como usted ha dicho, es una responsabilidad.

—¿Te molesta que ella te haya hecho adquirir esa responsabilidad?

—No.

—¿Tienes alguna fotografía de Lucky?

Fruncí el ceño.

—No. ¿Adónde quiere ir a parar?

—No estoy seguro. —dejó su tableta a un lado y me miró a los ojos—. Sé paciente conmigo.

—De acuerdo.

—Adoptar una mascota es una gran responsabilidad, parecida a la de adoptar a un niño. Dependen de uno en lo referente a comida y protección, en la compañía y el cariño. Los perros más que los gatos u otros animales.

—Eso me han dicho. —respondí con frialdad.

—Tú tienes a la familia en cuyo seno naciste y la familia que adquieres por tu matrimonio, pero te mantienes alejado de ambas. Sus actividades y propuestas no te provocan un impacto significativo porque tú no se lo permites. Perturban el orden de tu vida, así que las mantienes a una cómoda distancia.

—No veo nada de malo en ello. Desde luego, no soy la única persona que dice que la familia son las personas a las que uno elige.

—¿A quién has elegido tú, Edward, aparte de a Isabella?

—Eso no fue una elección.

Apareció en mi mente tal y como estaba la primera vez que la vi. Iba vestida para hacer ejercicio, con la cara sin maquillar y su increíble cuerpo con un ajustado atuendo de deporte. Igual que otras miles de mujeres de la isla de Manhattan, pero ella me había deslumbrado como si fuese un rayo, sin ni siquiera ser consciente de que yo estaba allí.

—Lo que me preocupa es que Bella se haya convertido para ti en un mecanismo de defensa —dijo el doctor Vulturi—. Has encontrado a alguien que te quiere y que te cree, que te apoya y te da fuerza. En muchos sentidos, sientes que ella es la única que de verdad va a comprenderte siempre.

—Eva es la única que se encuentra en una posición para que así sea.

—No es la única —replicó él con templanza—. He estado leyendo las transcripciones de tus declaraciones. Conoces las estadísticas.

Sí, era consciente de que una de cada cuatro mujeres que yo había conocido habían estado expuestas a abusos sexuales. Eso no cambiaba el hecho de que ninguna de ellas había suscitado en mí la sensación de afinidad que había tenido con Bella.

—Si pretende llegar a algún sitio, doctor, me gustaría que lo hiciera ya. —repliqué.

—Quiero que seas consciente de una posible tendencia a recluirte en Bella, a la exclusión de todos los demás. Te he preguntado si le regalarías una mascota porque no te veo haciéndolo. Eso apartaría de ti el foco de atención de ella y su cariño, aunque sólo fuera un poco, mientras que tu atención y tu cariño están centrados por completo en ella.

Golpeteé con los dedos el brazo del sillón.

—Eso no es raro en unos recién casados.

—Pero es inusual en ti. —se inclinó hacia adelante—. ¿Te ha dicho Bella por qué te ha regalado a Lucky?

Vacilé, pues prefería no revelar algo tan íntimo.

—Ella quiere que yo reciba más amor incondicional.

Sonrió.

—Y estoy seguro de que para ella supondrá un enorme placer ver que tú correspondes a ese amor. Bella se ha esforzado mucho para que te abras ante ella y ante mí. Ahora que estás dando esos pasos, quiere que te abras también a otros. Cuanto mayor sea tu círculo más cercano, más contenta estará. Ella quiere arrastrarte a ello, no que tú la alejes de ahí.

Mis pulmones se expandieron con una larga y profunda inhalación. Tenía razón, por mucho que no me gustara admitirlo.

El doctor Vulturi volvió a apoyar la espalda y consultó de nuevo su tableta, dándome tiempo para asimilar lo que había dicho.

Decidí preguntarle algo que me había estado rondando la mente.

—Cuando le hablé de Hugh...

—¿Sí? —dijo prestándome toda su atención.

—No pareció sorprendido.

—Y quieres saber por qué. —su mirada era amable—. Hay ciertos síntomas. Podría decir que lo deduje, pero no sería del todo cierto.

Noté que el teléfono me vibraba en el bolsillo, pero no hice caso, a pesar de ser consciente de que sólo un puñado de contactos estaban programados para evitar la configuración de «no molestar» que siempre activaba durante mis sesiones con el doctor Vulturi.

—Vi a Bella poco después de que se mudara a Nueva York —continuó—. Me preguntó si era posible que dos supervivientes de abusos sexuales pudieran tener una relación seria. Eso fue pocos días después de que tú te pusieras en contacto conmigo para preguntarme si podría verte además de veros a ti y a Bella como pareja.

El pulso se me aceleró.

—Yo no se lo había contado a ella. No lo hice hasta que ya llevábamos un tiempo viniendo aquí.

Pero sí había tenido las pesadillas, de esas tan malas que últimamente había sufrido con menor frecuencia.

El teléfono volvió a vibrar y lo saqué.

—Disculpe.

Era Marco.

Estoy en la puerta de la consulta.

Había escrito primero.

Y después:

Es urgente.

Me puse en tensión. Marco no me molestaría si no tuviese una buena razón. Me incorporé.

—Voy a tener que irme. —le dije al doctor Vulturi.

Dejó a un lado la tableta y se puso de pie.

—¿Va todo bien?

—Estoy seguro de que, si no es así, se enterará el jueves. —le estreché rápidamente la mano y salí de la consulta.

Pasé por la recepción vacía antes de salir al vestíbulo.

Marco estaba allí con una expresión seria. No perdió el tiempo.

—La policía está en el ático con Bella.

La sangre se me heló. Fui hacia el ascensor con Marco siguiéndome los pasos.

—¿Por qué? —inquirí.

—Victoria Lucas la ha denunciado por acoso.


Hola nenas, creo que ya todas sabíamos para que era el micrófono. Obviamente no pensarían que Edward no monitorearía esa conversación. Tremenda psicópata, ¿se imaginan ser consciente de que tu hermano hizo semejante bajeza y todavía relacionarte con su víctima? ¡Se merece el infierno! Un aplauso para Royce por cierto, por no hacerse de la vista gorda y ponerle las cosas claras a Esmerald, y esta mujer. ¿Qué más puedo decir? Es la descripción completa de una madre negligente. No es capaz de admitir sus errores y lo que es peor, sigue tratando de convencer a Edward que Bella le está haciendo mal. Otra que tiene asegurado un lugar en el infierno. No se puede ignorar que a Edward toda la situación le ha traído un remolino de sentimientos, pero Bella sabe cómo traerlo de vuelta. ¿Quién más amo a Lucky? Awwww, es adorable. Gracias por seguir esta historia y por sus rr. Sin más, nos vemos la siguiente semana.

PD: No olviden pasarse por mis otras historias, alguna les gustara :p Besos.

Las leo en sus reviews siempre (me encanta leerlas) y no lo olviden que: #DejarUnReviewNoCuestaNada.

Ariam. R.


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