Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la maravillosa Silvya Day, yo solo hago la adaptación. Advertencia: alrededor de esta historia se tocan algunos temas delicados sobre el abuso infantil y violación, así como escenas graficas de sexo. Pueden encontrar disponible la saga Crossfire en línea (Amazon principalmente) o librerías. Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.
Cuando Marco entró en mi despacho, levanté la vista del correo electrónico que estaba leyendo. Llevaba el sombrero en las manos y se detuvo delante de mi escritorio.
—Anoche registré la oficina de Terrence Lucas —dijo—, y no encontré nada.
No esperaba que lo hiciera, así que no me sorprendí.
—Es posible que le dijera a Victoria lo que sabe y que no haya archivos que encontrar.
Él asintió muy serio.
—Ya que estaba en ello, suprimí todo rastro de la cita de Isabella tanto de los discos duros como de las copias de seguridad. También borré las imágenes de vídeo de cuando Isabella y usted estuvieron allí. He comprobado que no pidió una copia a seguridad, así que no tendrá usted ningún problema si sigue el ejemplo de su mujer y presenta una denuncia propia.
Ése era Marco, siempre teniendo en cuenta todas las posibilidades.
—Y ¿eso no lo encontraría interesante la policía? —me eché hacia atrás—. Los Lucas tienen tanto que perder como yo.
—Ellos son culpables, amigo. Usted no.
—Las cosas no son nunca así de sencillas.
—Tiene todo cuanto ha deseado y merece. Ellos no pueden quitarle nada.
Salvo la propia estimación y la de mis amigos y colegas. Había trabajado mucho por recuperar ambas tras la deshonra pública de mi padre. Los que querían encontrarme flaquezas se verían satisfechos. Eso no me inquietaba tanto como habría ocurrido en otro tiempo.
Sin embargo, a Marco no le faltaba razón. Había hecho fortuna y tenía a Bella.
Si salvaguardar su tranquilidad suponía retirarme del escrutinio público, lo haría.
Era algo que ya me había planteado cuando Nathan Barker aún era una amenaza. Bella se había mostrado dispuesta a esconder nuestra relación a todo el mundo para ahorrarme cualquier posible escándalo que emanara de su pasado. Era un sacrificio que no había estado dispuesto a hacer. Ocultarnos. Vernos a escondidas. Fingir ante los demás que no estábamos enamorándonos profunda e irrevocablemente.
Ahora era diferente. Bella se me había hecho tan necesaria como el aire que respiraba. Proteger su felicidad era más importante que nunca. Sabía lo que era ser juzgado por los pecados de otro y nunca dejaría que mi esposa pasara por eso. Al contrario de lo que ella creía, podía vivir sin intervenir en todo lo concerniente a Cross Industries.
No me pasaría el día haciendo de Tarzán en taparrabos, pero había un cómodo término medio entre los dos extremos.
—Me advertiste respecto a Victoria. —moví la cabeza a un lado y a otro—. Debería haberte escuchado.
Marco se encogió de hombros.
—Lo que está hecho está hecho. Victoria Lucas es una mujer adulta, y lo bastante mayorcita para responsabilizarse de sus decisiones.
«¿Qué está usted haciendo, amigo?», me había preguntado cuando Victoria se deslizó en el asiento trasero del Bentley aquella primera noche. En las semanas que siguieron, su desaprobación fue haciéndose cada vez más evidente, hasta que un día me levantó la voz. Furioso conmigo mismo por castigar a una mujer que no me había hecho nada, lo había pagado con Marco, recordándole cuál era su sitio.
La breve expresión de dolor que se había apresurado a disimular me perseguiría hasta la tumba.
—Lo siento —dije sosteniéndole la mirada—. Por cómo me he comportado.
Una pequeña sonrisa le marcó las arrugas de la cara.
—La disculpa no es necesaria, pero la acepto.
—Gracias.
La voz de Mike se oyó por los altavoces.
—Está aquí el equipo PosIt. También tengo en espera una llamada de Arnoldo para usted. Dice que no tardará nada.
Miré a Marco para ver si tenía algo más que decirme. Él se dio un toquecito en la sien a modo de saludo informal y se fue.
—Pásamelo. —respondí dirigiéndome a Mike.
Esperé a que la luz roja parpadeara y pulsé el botón del altavoz.
—¿Dónde estás?
—Hola a ti también, amigo mío —saludó Arnoldo, con notas italianas en el acento de su voz—. Me han dicho que habéis estado en el restaurante esta semana.
—Comimos de maravilla.
—Ah, sólo servimos comida de esa clase. Tampoco se nos dan mal las cenas.
Me eché hacia atrás en la silla.
—¿Estás en Nueva York?
—Sí, y preparando tu despedida de soltero, que para eso te llamo. Si tienes planes para este fin de semana, cancélalos.
—Bella y yo estaremos fuera de la ciudad.
—Ella estará fuera de la ciudad. Fuera del país, en realidad, por lo que Leah me ha dado a entender. Y tú también estarás fuera de la ciudad. Los demás chicos están de acuerdo conmigo. Vamos a obligarte a salir de Nueva York para variar.
La primera parte de lo que había dicho Arnoldo me sorprendió tanto que apenas oí la última.
—Isabella no va a salir del país. —repliqué.
—Eso tendrás que discutirlo con ella y sus amigas — dijo tranquilamente—. En cuanto a nosotros, nos vamos a Río de Janeiro.
Me sorprendí de pie. Maldita sea. Bella no se encontraba en el Crossfire. No podía coger un ascensor sin más e ir a buscarla.
—Le pediré a Mike que organice el vuelo —continuó—. Nos marcharemos el viernes por la tarde, con la idea de volver el lunes a tiempo para que vayas a trabajar, si eres lo bastante ambicioso.
—¿Adónde se va Isabella?
—No tengo ni idea. Leah no quiso decírmelo, porque tú no debes saberlo. Me dijo que estarían fuera el fin de semana, y yo pensaba mantenerte ocupado, porque Jasper no quiere que te entrometas.
—No le toca a él decidirlo. —salté.
Arnoldo hizo una pausa.
—Enfadarte conmigo no te servirá de nada, Edward. Y, si no confías en Isabella, amigo mío, no deberías casarte con ella.
—Arnoldo, eres el mejor amigo que tengo. Pero eso cambiará si no paras el carro en lo que a Isabella se refiere.
—Me malinterpretas —se apresuró a corregir—. Si la enjaulas por tu propia seguridad, acabarás perdiéndola. Lo que se considera romántico en un novio puede ser agobiante en un marido.
Al darme cuenta de que estaba aconsejándome, empecé a contar hasta diez. Llegué hasta el siete.
—No doy crédito. —repliqué.
—No te lo tomes a mal. Benjamín me asegura que esa chica es lo mejor que te ha pasado en la vida. Dice que nunca te ha visto más feliz y que ella te adora.
—Yo digo lo mismo.
Arnoldo soltó el aire ruidosamente.
—Los hombres enamorados no son los mejores testigos.
La diversión dio paso al enfado.
—Y ¿por qué Benjamín y tú habláis de mi vida privada? — le espeté.
—Eso es lo que hacen los amigos.
—Las amigas. Vosotros sois hombres adultos. Deberíais tener algo mejor que hacer. —di unos golpecitos con los nudillos en el escritorio—. Y ¿pretendes que pase un fin de semana en Brasil con una panda de tíos cotillas?
—Escucha. —su tono era irritante de tan calmado—. Manhattan ya no se lleva. A mí también me gusta la ciudad, pero creo que hemos agotado sus encantos, sobre todo para ocasiones como ésta.
Desilusionado, miré por la ventana la ciudad que amaba. Sólo Bella estaba al tanto de la habitación de hotel que tenía permanentemente reservada, mi picadero, como ella la llamaba. Hasta que la conocí, era el único lugar adonde llevaba a mujeres para acostarme con ellas. Era seguro. Impersonal. No revelaba nada de mí salvo cómo era desnudo y cuánto me gustaba fornicar.
Salir de Nueva York suponía que no follaría, por eso siempre les insistía a los chicos que las rondas las hiciéramos en la ciudad.
—Vale. No discutiré. —pensaba discutirlo con Bella, y con Jasper, pero eso no era asunto de Arnoldo.
—Estupendo. Te dejo que sigas trabajando. Hablamos este fin de semana.
Finalizamos la llamada. Miré en dirección a Scott a través de la pared de cristal y alcé un dedo para decirle que necesitaba un minuto más. Cogí mi teléfono móvil y llamé a Bella.
—Hola, campeón. —contestó con voz coqueta y alegre.
Lo digerí, junto con el puñetazo de placer y excitación que me recorrió el cuerpo.
Tenía la voz, profunda siempre, más ronca de lo habitual. Me recordó a las largas noches, los sonidos que emitía cuando estaba excitada, la manera en que gritaba mi nombre cuando se corría.
Me había propuesto hacer que emitiera aquellos sonidos eternamente, que tuviera siempre la piel arrebolada y los labios hinchados, con aquel ritmo lento y sensual porque aún me sentía dentro de ella. A cualquier sitio que fuera, tenía que ser evidente que follábamos con frecuencia y a fondo. En mí era evidente. Me sentía ágil y relajado, con cierto temblor de piernas, pero nunca lo había reconocido.
—¿Hemos cambiado de planes para el fin de semana? —pregunté.
—Puede que aumente mi dosis de vitaminas —bromeó—, pero, por lo demás, no. Estoy deseando que llegue.
El arrullo de su voz me excitaba.
—Me he enterado de que nuestras amistades planean separarnos este fin de semana para nuestras respectivas despedidas de soltero y soltera. —la informé.
—Ah. —hubo una pausa—. Yo confiaba en que se olvidaran de esa historia.
Curvé los labios en una sonrisa que deseé que ella pudiera ver.
—Podríamos huir a donde nadie nos encuentre.
—Ojalá —respondió con un suspiro—. Creo que esas cosas son más para ellos que para nosotros. Es la última oportunidad que tienen de estar con nosotros como siempre.
—Para mí esos días terminaron cuando te conocí. —dije. Pero sabía que aún no habían terminado para Bella. Ella se aferraba a su independencia y seguía manteniendo sus amistades como siempre había hecho.
—Es una especie de ritual, ¿no te parece? —caviló—. Dos personas se comprometen para toda la vida, y sus amigos los llevan de juerga, los emborrachan y los animan a ser malos por última vez.
Todo el desenfado sensual que había mostrado al principio de la conversación había desaparecido. Mi mujer era muy celosa. Yo lo sabía y lo aceptaba, de la misma manera que ella había aceptado mi actitud posesiva.
—Hablaremos más de ello esta noche.
—Vale. —dijo en un tono que indicaba que el asunto en cuestión le hacía cualquier cosa menos gracia.
Eso me consolaba, de alguna manera. Prefería imaginarla sufriendo durante un fin de semana sin mí que pasándoselo en grande.
—Te quiero, Bella.
Se quedó sin respiración.
—Yo también te quiero.
Cuando colgué, me dirigí a coger la chaqueta del perchero, pero cambié de opinión.
Volví sobre mis pasos hasta el escritorio y llamé a Jasper.
—¿Qué hay? —contestó.
—¿Adónde piensas llevar a mi mujer este fin de semana?
Respondió con tal rapidez que supe que estaba esperando que lo llamase.
—Y ¿a ti qué te importa? —replicó.
—¿Cómo no va a importarme?
—No pienso permitir que la controles —dijo él con firmeza—, con guardianes para que no se le acerquen los tíos, como hiciste en Las Vegas. Ya es una mujer hecha y derecha. Sabe arreglárselas y se merece pasarlo bien.
Vaya, así que era eso.
—Entonces había circunstancias atenuantes, Jasper.
—¿En serio? —su voz estaba teñida de sarcasmo—. ¿Cómo cuáles?
—Nathan Barker aún respiraba y tú acababas de tener una puñetera orgía en el salón. No podía confiarte su seguridad.
Hubo una pausa. Cuando volvió a hablar, se lo notaba menos acalorado.
—Cayo se ocupará de la seguridad. No le pasará nada.
Respiré hondo. Cayo y yo recelábamos el uno del otro, dado que él sabía lo que yo había hecho para impedir que Nathan siguiera siendo una amenaza para Bella. Pese a todo, ambos queríamos lo mismo: que Bella fuera feliz y no corriera peligro. Confiaba plenamente en él y era consciente de que hacía un gran trabajo al frente de la seguridad de Carlisle y Renne.
Hablaría con él personalmente, lo pondría en contacto con Marco. Había que prever cualquier contingencia y poder establecer comunicación. En caso de que Bella me necesitara, yo tenía que poder llegar hasta ella lo antes posible.
Se me formó un nudo en el estómago sólo de pensarlo.
—Isabella necesita a sus amigos y yo quiero que se lo pase bien. —declaré.
—Estupendo —respondió él con indiferencia—. Estamos de acuerdo.
—No me entrometeré, Jasper, pero no olvides que nadie está tan comprometido con su seguridad como yo. Ella sólo es parte de tu vida, pero es mi vida entera. No seas cabezota y acude a mí sí me necesitas. ¿Está claro?
—Sí, clarísimo.
—Si hace que te sientas mejor, te diré que yo estaré en Brasil.
Se quedó callado un momento.
—Aún no sé adónde vamos a ir, pero me inclino por Ibiza.
Maldije para mis adentros. Tardaría medio día en llegar allí desde Río. Quise discutírselo —desde luego, podía sugerirle escenarios alternativos en Sudamérica— pero me mordí la lengua de momento, consciente de lo que me había comentado el doctor Vulturi respecto de la necesidad de Bella de tener un círculo social amplio.
—Comunícame lo que decidas. —preferí decirle.
—De acuerdo.
Terminada la llamada, cogí la chaqueta y me la puse.
Estaba seguro de que Bella y el doctor Vulturi discreparían al respecto, pero los amigos y la familia podían ser un castigo más que otra cosa.
El resto de la tarde transcurrió como estaba planeado. Eran casi las cinco cuando Benjamín entró tranquilamente y se acomodó en el sofá más cercano, extendiendo los brazos sobre el respaldo. Concluí la conversación telefónica con uno de nuestros centros de distribución en Montreal y me levanté, estirando las piernas. Tenía prevista una sesión con mi entrenador personal, que iba a darme una paliza. Estaba seguro de que a Bella le encantaría saber que me había minado las fuerzas.
Claro que eso no impediría que me acostase con ella al finalizar el día.
—Debe de haber una buena razón para que te hayas puesto tan cómodo. —le dije a Benjamín secamente, rodeando el escritorio.
Él exhibió una sonrisa insolente.
—Lauren Johnson.
Ralenticé el paso, pues el nombre me había cogido por sorpresa.
—¿Qué pasa con ella? —inquirí.
Benjamín silbó.
—Así que la conoces.
—Es una periodista que va por libre. —repuse.
Me acerqué al bar y saqué dos botellas frías de agua del frigorífico. Lauren era también una mujer con la que había follado, lo que resultó ser un error garrafal en más de un sentido.
—Vale. ¿Sabes la rubia despampanante que me dejó plantado anoche?
Le dirigí una mirada impaciente.
—Suéltalo de una vez.
—Trabaja en el departamento jurídico de la editorial que compró los derechos del libro de Rosalie. Ella me ha contado que el escritor fantasma no es otro que Lauren Johnson.
Solté el aire bruscamente, apretando las botellas con tanta fuerza que el agua empezó a salirse.
—Maldita sea.
Mi mujer ya me había advertido que tuviera cuidado con ella y no la había escuchado.
—Deja que lo adivine —dijo Benjamín arrastrando las palabras—. Conoces a la señorita Johnson en el sentido bíblico...
Me giré y fui hacia donde él estaba. Le lancé una botella, salpicando gotas de agua entre los dos. Abrí la mía y bebí con ganas.
Isabella tenía razón: era imprescindible que fuéramos un equipo mejor, más unido.
Ambos tendríamos que aprender a confiar en los consejos del otro, y a seguirlos, incondicionalmente.
Mi amigo apoyó los codos en las rodillas, sosteniendo la botella de agua con las dos manos.
—Ahora entiendo por qué tenías tanta prisa en ponerle el anillo a Isabella. En sellar el pacto antes de que ella salga corriendo.
Benjamín bromeaba, pero veía la preocupación en su rostro. Era un reflejo de la mía. Porque ¿hasta dónde aguantaría mi mujer?
Me retiré la botella de los labios.
—Bueno, bonita noticia para acabar el día. —murmuré.
—¿Qué es?
Benjamín y yo volvimos la cabeza y vimos a Bella entrando por la puerta de mi despacho con tan sólo el teléfono móvil en las manos. Vestía la misma ropa deportiva que llevaba el día que la conocí. Últimamente tenía la cola de caballo más corta y ligera, el cuerpo más delgado y definido. Pero siempre sería aquella chica que me dejó sin respiración.
—Bella. —Benjamín se levantó rápidamente.
—¿Qué tal? —le sonrió mientras venía hacia mí, y se puso de puntillas para plantarme un beso en los labios—. Hola, campeón.
Al posarse de nuevo en el suelo, tenía arrugado el entrecejo.
—¿Qué ocurre? ¿Es un mal momento?
La agarré por la cintura, acercándola a mí. Me encantaba notar su cuerpo contra el mío; calmaba la ansiedad que sentía cuando no estábamos juntos.
—Claro que no, cielo. Tú ven a verme cuando te apetezca.
Le brillaban los ojos.
—Angela y yo vamos a ir juntas al gimnasio, pero he llegado pronto, así que se me ha ocurrido pasar a verte. Echar una ojeada a lo buenazo que estás para motivarme.
La besé en la frente.
—No te me agotes —susurré—, que ésa es tarea mía.
Bella seguía con el ceño fruncido cuando me enderecé.
—En serio, ¿qué pasa?
Benjamín se aclaró la garganta e hizo un gesto en dirección a la puerta.
—Me vuelvo a mi oficina.
Respondí a su pregunta antes de que él se fuera:
—Lauren está escribiendo el libro de Rosalie.
Bella se tensó.
—¿De veras?
—¿Ella sabe quién es Lauren? —Benjamín nos miraba a los dos con unos ojos como platos.
Mi mujer clavó la mirada en él.
—¿Conoces tú a Lauren?
Benjamín levantó las dos manos.
—No la he visto en mi vida. Nunca había oído hablar de ella hasta hoy.
Desprendiéndose de mi abrazo, Bella me lanzó una mirada.
—Te lo dije.
—Lo sé.
—¿Qué es lo que le dijiste? —preguntó Benjamín, metiéndose las manos en los bolsillos.
Me cogió la botella de agua y se dejó caer en un sillón.
—Que no era de fiar. Está encabronada porque Edward consiguió desnudarla y luego la dejó plantada. No es que la culpe. Yo me sentiría completamente humillada si expusiera la mercancía y no vendiera un clavel.
Benjamín volvió a sentarse en el sofá.
—¿Tienes problemas de rendimiento, Cross?
—¿Buscas trabajo, Madani? —repliqué sentándome en un sillón.
—Ella ya había jugado con Edward a esconder el salchichón antes —siguió Bella— Y el salchichón le gustó de verdad... Tampoco la culpo por eso. Ya te he contado lo bueno que es en la cama.
Benjamín me miró, sumamente divertido.
—Es cierto, sí.
—Te deja con la boca abierta. Te encandila y...
—¡Joder, Bella! —mascullé.
Ella me miró de la manera más inocente.
—Sólo lo pongo en antecedentes, cariño. Además de hacer honor a la verdad. El caso es que la pobre Lauren está que no sabe si lo aborrece o quiere tirárselo. Como no puede hacer esto último, se atiene a lo primero.
Me quedé mirándola.
—¿Has terminado?
Mi mujer me lanzó un beso y, a continuación, bebió un buen trago de agua.
Benjamín se echó hacia atrás.
—Mis felicitaciones por revelarle todo eso —me dijo—. Eres una santa, Bella, por aguantarlo a él y la estela de mujeres despechadas que ha dejado.
—¿Qué puedo decir? —frunció los labios—. ¿Cómo os habéis enterado?
—Conozco a alguien que trabaja en la editorial. —explicó Benjamín.
—Ah. Pensé que quizá Lauren había dicho algo.
—No lo hará. En la editorial no quieren que se sepa que Rosalie no está escribiendo el libro, así que tiene una cláusula de confidencialidad. Están negociando el contrato.
Bella se inclinó hacia adelante, arrancando trocitos de la etiqueta de la botella. Sonó su teléfono, que tenía junto al muslo en el sillón, y lo cogió para leer el texto.
—Me marcho. Angela ya está lista.
Bella se levantó, y Benjamín y yo hicimos otro tanto. Instantes después la tenía en mis brazos, con la cabeza hacia atrás, esperando que le diera un beso. Se lo di, frotando mi nariz contra la suya antes de que se retirara.
—Tienes suerte de que yo apareciera —dijo. Me pasó el agua—. Piensa en la cantidad de problemas en los que te habrías metido si hubieras seguido soltero más tiempo.
—Tú eres un problema vitalicio. —repuse.
Se despidió de Benjamín y salió. La observé marcharse, y me disgustó que se fuera. Bella dijo adiós a Mike con la mano al pasar delante de él y luego desapareció.
—¿Tiene hermanas? —preguntó Benjamín cuando ambos volvimos a sentarnos.
—No, es única.
—¡Un momento! —exclamó Bella volviendo a entrar.
Benjamín y yo nos levantamos de golpe.
Se unió de nuevo a nosotros.
—Si están negociando, aún no se ha firmado nada, ¿verdad?
—Verdad. —respondió Benjamín.
Entonces me miró a mí.
—Tú puedes conseguir que no firme.
Enarqué las cejas.
—Y ¿cómo se supone que voy a hacerlo?
—Ofrécele un trabajo.
Me quedé mirándola, y luego respondí:
—No.
—No digas que no.
—No. —repetí.
Mi mujer miró a Benjamín.
—En tus contratos de trabajo hay cosas como confidencialidad, respeto mutuo, no competencia, etcétera, ¿verdad?
Benjamín se quedó pensativo un momento.
—Ya sé adónde quieres ir a parar y, sí, las hay. Pero existen limitaciones respecto a lo que cubren esas cláusulas y cómo hacerlas cumplir.
—Pero eso será mejor que nada, ¿no? Mantén cerca a tus enemigos y todo eso... —me lanzó una mirada expectante.
—No me mires así, Bella.
—Vale. Sólo era una idea. Tengo que irme. —se despidió con un gesto de la mano y se apresuró a salir.
La falta de un beso o un adiós me sentó mal. Verla marchar por segunda vez... me disgustó aún más que la primera.
Me había hecho esperar para tener sexo con ella. Acababa de sugerir, sin darle mayor importancia, que sedujera a otra mujer. La Isabella que yo conocía y amaba nunca habría hecho ninguna de esas dos cosas.
—Tú no quieres que se publique ese libro. —le dije según se iba.
Bella se detuvo en la puerta y se giró. Me miró, con la cabeza ladeada ligeramente.
—No, no quiero.
Su escrutadora mirada me puso en el disparadero. Me caló enseguida y vio la turbación que me invadía.
—Sabes que esperaría que le ofreciera algo más que un simple empleo. —añadí.
—Tienes que engatusarla —coincidió ella volviendo sobre sus pasos—. Eres una jugosa zanahoria, Cross. Y sabes cómo hacer de tentación inalcanzable sin proponértelo siquiera. Sólo tienes que conseguir que firme en la línea de puntos. Después, puedes trasladarla a Siberia con tal de que le asignes un empleo que se adecue a la descripción de las funciones del puesto.
Algo en su tono me puso los nervios de punta, eso y la forma en que me miraba, como un domador de leones rodeando a la fiera, cauto y vigilante pero controlando la situación.
Respondí a su provocación.
—Quieres que me prostituya para conseguir lo que deseas...
—Por Dios, Edward —masculló Benjamín—. ¡No seas imbécil!
Bella frunció el ceño, nublándosele el claro gris de los ojos.
—¡Gilipolleces! —espetó—. Sólo tendrías que embaucarla, no follártela. Quiero que se publique ese libro tanto como tú quieres escuchar Rubia una y otra vez, pero vives con la puñetera canción como yo puedo vivir con el puñetero libro.
—Entonces ¿a qué viene lo de contratarla? —repliqué dando un paso hacia ella—. No quiero ni ver a esa maldita mujer, y mucho menos que trabaje para mí.
—Muy bien. Era sólo una sugerencia. Me he dado cuenta de que estabas disgustado nada más entrar aquí, y no me gusta verte disgustado...
—¡Por el amor de Dios, no estoy disgustado!
—Muy bien —respondió ella arrastrando las palabras— ¿Prefieres malhumorado? ¿Sombrío? ¿Irritado? ¿Esos adjetivos te parecen más masculinos para ti, campeón?
—Debería ponerte el culo como un tomate.
—Inténtalo y te parto ese labio tan sexi que tienes —me soltó, sacando a relucir el genio—. ¿Tú crees que me gusta la idea de que pongas a esa zorra caliente? Sólo con imaginarte flirteando con ella, haciéndole creer que quieres echar un polvo con ella, me entran ganas de romper cosas, su cara incluida.
—Bien. —había conseguido lo que necesitaba. Bella no podía ocultar los celos cuando se enfadaba. Le hervía la sangre, bullía de furia. Sin embargo, yo me había calmado.
—Y puede que el hecho de que Lauren renuncie no cambie nada —continuó sin dejar de echar chispas—. El editor podría contratar a otra persona para que escribiera el puto libro. Con suerte, alguien imparcial, pero, claro, a ti te salen ex amantes por todas partes, así que a lo mejor hasta podrían tener suerte otra vez.
—Ya basta, Bella.
—No te prostituiría sólo para impedir que se publicase ese libro. Tienes el mejor polvo del siglo. Podría conseguir varios miles de pavos a la hora por ti, como poco.
—¡Maldita sea! —me abalancé sobre ella, pero se echó a un lado.
—¡Vale ya! —terció Benjamín, interponiéndose entre nosotros—. Como abogado tuyo que soy, he de decir que encabronar a tu mujer podría costarte millones.
—Le gusta encabronar a las mujeres. —me chinchó Isabella, moviéndose de un lado a otro detrás de Benjamín para esquivarme— Le pone.
—Apártate, Madani. —bramé.
—Es todo tuyo, Benjamín. —Bella saltó y puso pies en polvorosa.
Fui tras ella. La alcancé cuando cruzaba las puertas, cogiéndola de la cintura y separándole los pies del suelo. Ella forcejeaba, gruñendo.
Le hinqué los dientes en el hombro y Bella chilló, consiguiendo que varios pares de ojos se volvieran hacia nosotros. También los de Angela, que justo en ese momento doblaba la esquina.
—Dame un beso de despedida. —exigí.
—No te gustaría que te acercara la boca a ninguna parte de tu cuerpo en estos momentos.
Lanzándola hacia arriba, le di la vuelta en el aire y la hice bajar de cara a mí, apresándole la boca en un intenso beso. Fue un poco chapucero, torpe. Nos chocamos de nariz, pero la sensación de su boca bajo la mía, de su cálida piel bajo mis manos, era justo lo que necesitaba.
Bella me pellizcó el labio inferior con los dientes. Podría haberme hecho daño, sangre incluso, pero el mordisco era una suave regañina, al igual que su forma de tirarme del pelo.
—Estás loco —se quejó—. ¿Qué demonios te pasa?
—Ni se te ocurra marcharte sin darme un beso de despedida.
—¿Lo dices en serio? —me miró desafiante—. Te he besado.
—La primera vez, pero no la segunda ni la tercera.
—¡Hay que joderse! —musitó. Agarrándose con fuerza a mi cuello, se incorporó y me envolvió la cintura con las piernas—. Y ¿por qué no me lo has pedido?
—No suplicaré.
—Nunca lo haces. —me tocó la cara—. Tú das órdenes. No pares ahora.
—¡Hay que ver las cosas que puedes permitirte cuando eres jefe! —le dijo Angela a Mike, que estaba sentado a su mesa con la mirada fija en la pantalla de su ordenador.
Mike tuvo la prudencia de no decir nada.
Sin embargo, Benjamín no se mostró tan circunspecto.
—Enajenación mental transitoria causada por el nerviosismo prenupcial, ¿verdad, Mike? —se acercó a mí—. Incapacidad mental. Algún tipo de lapsus mental.
Le lancé una mirada de advertencia.
—Cierra la boca.
—Sé bueno. —Bella me besó ligeramente—. Luego hablaremos de todo esto.
—¿En tu casa o en la nuestra?
Ella sonrió, aplacado el genio. Soltó las piernas y la dejé en el suelo.
Ahora podía dejar que se marchara. Seguía sin gustarme, pero se me había quitado el nudo que tenía en el estómago. Bella estaba como si no hubiera pasado nada. Su genio aparecía siempre como una tormenta repentina y se disipaba con la misma rapidez, haciendo borrón y cuenta nueva.
—Hola, Angela. —alargué la mano.
Ella la estrechó, presumiendo de uñas esmaltadas con brillo casi transparente.
Angela era una mujer atractiva, con una media melena y los ojos almendrados. La amiga y ex compañera de trabajo de Bella tenía mejor aspecto que la última vez que la había visto, lo cual me agradó, porque sabía lo mucho que mi mujer se preocupaba por ella. La conocía sólo de vista antes de la agresión sexual que recientemente había cambiado su vida. Lo lamentaba. Los oscuros ojos marrones de la mujer que tenía delante en ese momento dejaban entrever una mirada herida y un aire bravucón que delataba vulnerabilidad.
Yo sabía por experiencia que le quedaba mucho camino por recorrer. Y nunca volvería a ser la misma persona.
Miré a Isabella.
Mi mujer había hecho un largo viaje, tanto de la niña que había sido como de la jovencita que era cuando la conocí. Ahora era más fuerte, también. Me alegraba verlo y no lo cambiaría por nada.
Sólo me quedaba rezar para que esa fortaleza no terminara alejándola de mí.
Salí del estudio de Tyler Cho como suponía, completamente derrotado. Aun así, me las arreglé para redimirme al final, derribando al ex campeón de lucha libre en nuestro último combate de entrenamiento.
Marco me esperaba en la calle, junto al Bentley. Abrió la puerta y me cogió la bolsa de deporte, pero no sonrió. En el asiento trasero, Lucky ladró en su transportín, asomando su ansiosa cara entre los barrotes.
Deteniéndome un momento antes de subir al coche, le sostuve la mirada a Marco.
—Tengo información. —dijo muy serio.
Debido a la búsqueda de los archivos de Hugh, estaba preparado para recibir malas noticias.
—Hablaremos cuando lleguemos al ático. —repuse.
—Sería mejor en su despacho.
—De acuerdo. —me senté en el asiento trasero, frunciendo el ceño.
Cualquiera de los dos lugares era privado. Había sugerido que fuéramos a casa para que Bella pudiera estar conmigo, apoyándome, cuando Marco me informara de lo que tuviera que informarme. Sin embargo, el hecho de que él prefiriera el despacho sólo podía significar que no quería que Bella estuviera presente.
¿Qué tendría que decirme que era mejor que mi mujer no se enterara?
Lucky dio una patada a la puerta del transportín, gimiendo suavemente. Distraído, la abrí y salió disparado, subiéndoseme en el regazo y echándose hacia atrás para lamerme la mandíbula.
—Bueno, bueno. —lo sujeté para que no se cayera de tan exaltado como estaba y ladeé la cabeza para evitar que me lamiera en la boca—. Yo también me alegro de verte.
Durante el trayecto, me dediqué a contemplar la ciudad mientras acariciaba con una mano aquel cuerpo suave y cálido. Nueva York ofrecía un paisaje muy diferente por la noche, con aquella combinación de oscuros callejones y rascacielos parpadeantes, estridentes fachadas de neón e íntimos restaurantes con terraza.
Con casi dos millones de personas viviendo en una isla de menos de sesenta kilómetros cuadrados, la privacidad era rara e imaginada. Las ventanas de los apartamentos estaban enfrentadas, con apenas distancia entre ellas. Era habitual que los cristales no se cubrieran, quedando así expuesta la vida privada de la gente a todo aquel que quisiera mirar. El telescopio era un objeto muy apreciado.
El neoyorquino vivía en una burbuja, ocupándose de sus asuntos con la esperanza de que los demás hicieran lo mismo. La otra opción era ser claustrofóbico, la antítesis del espíritu de libertad sobre el que se fundaba el Empire State.
Llegamos al Crossfire y bajé del Bentley con Lucky. Marco entró por la puerta giratoria detrás de mí y cruzamos el vestíbulo en silencio. Los guardias de seguridad se levantaron al verme, saludándome rápidamente por mi nombre, mientras lanzaban miradas al pequeño cachorro que llevaba bajo el brazo. Sonreí para mis adentros al ver mi reflejo. Vestido con un pantalón de chándal y una camiseta, y el pelo húmedo de la ducha, dudaba que nadie que no estuviera enterado creyera que aquel edificio era de mi propiedad.
Subimos rápidamente en el ascensor y, a los pocos minutos de nuestra llegada, cruzábamos la oficina central de Cross Industries. La mayoría de los despachos y los cubículos estaban oscuros y vacíos, pero algunos empleados ambiciosos seguían aún trabajando, o carecían de motivos para irse a casa. Lo comprendía perfectamente. Hasta no hacía mucho, yo también pasaba más tiempo en la oficina que en el ático.
Al entrar en mi despacho, encendí las luces y ajusté la opacidad de la pared acristalada. Luego me dirigí a la zona de estar y me acomodé en el sofá poniendo a Lucky sobre un cojín a mi lado. Fue en ese momento cuando me fijé en que Marco llevaba una carpeta de piel gastada.
Arrimó un sillón a la mesa de centro y se sentó.
Me miraba a los ojos.
Se me hizo un nudo en la garganta al venírseme a la cabeza otra posibilidad. Marco parecía sombrío, excesivamente formal.
—No vas a retirarte —me adelanté con la voz pastosa—. No pienso permitirlo.
Se me quedó mirando un momento y luego su expresión se suavizó.
—Amigo, aún tendrá que aguantarme algún tiempo. —replicó.
Me sentí tan aliviado que me hundí en el sofá con el corazón desbocado. Lucky, juguetón como siempre, me saltó al pecho.
—¡Abajo! —le ordené, con lo que conseguí que se alborotara todavía más.
Lo puse en su sitio con una mano y, con un gesto de la cabeza, le indiqué a Marco que comenzara.
—Recordará el dossier que compilamos cuando conoció a Isabella. —dijo.
Concentrado al oír el nombre de mi mujer, me puse derecho.
—Por supuesto. —asentí.
El recuerdo del día que conocí a Bella me vino de inmediato a la mente. Estaba ya sentado en la limusina, a punto de marcharnos. Ella había entrado en el edificio. La vi y sentí que me atraía. Incapaz de resistirme, le dije a Marco que esperara, volví a entrar y me encontré... persiguiendo a una mujer, algo que yo nunca había hecho.
Se le cayó su tarjeta de identificación al verme, y yo se la recogí, fijándome en su nombre y en la compañía para la que trabajaba. Por la noche tenía ya una carpeta en el escritorio de mi casa con información confidencial sobre ella, algo que tampoco había hecho nunca por un mero interés sexual. De alguna forma, inconscientemente, supe que era mía. Supe que, por mucho que me engañara a mí mismo, aquella mujer iba a ser importante para mí.
En los días que siguieron, el dossier aumentó, al incluir datos sobre los padres de Bella y a Jasper, y luego a los abuelos paternos y maternos de Bella.
—Tenemos contratado a un abogado en Austin —continuó Marco— para que nos envíe informes de cualquier actividad inusual de Harrison y Leah Dwyer.
Los padres de Renne. A mí me daba igual que se hubieran distanciado de su hija y de su nieta. Menos familia con la que lidiar. Pero también era consciente de que, aunque no hubieran mostrado ningún interés en Bella como nieta ilegítima que era, podrían cambiar de opinión cuando el matrimonio de ella conmigo se hiciera público.
—¿Qué han hecho?
—Han muerto —respondió bruscamente Marco, abriendo la carpeta—. Hace casi un mes.
Eso me dio que pensar.
—Bella no lo sabe. Precisamente este fin de semana estuvimos hablando de las invitaciones de boda y salieron a colación. Supongo que Renne no cuenta con ellos.
—Fue ella quien escribió la nota necrológica que apareció en el periódico local. —Marco sacó una fotocopia y la puso encima de la mesa.
La cogí y le eché un rápido vistazo. Los Dwyer habían muerto juntos, en un accidente de navegación durante unas vacaciones veraniegas. La foto que acompañaba la nota era de hacía varias décadas, con prendas y peinados que se remontaban a los años setenta. Formaban una atractiva pareja, bien vestida y con accesorios caros. Lo que no encajaba era el pelo; incluso en el blanco y negro del periódico se veía que ambos tenían el cabello oscuro.
Leí la frase final: «Harrison y Leah dejan una hija, Renne, y dos nietos».
Levanté la vista hacia Marco y repetí en voz alta:
—¿Dos nietos? ¿Isabella tiene un hermano?
Lucky consiguió zafarse de mi laxa sujeción y saltó al suelo.
Marco respiró hondo.
—Esa mención y la foto me llevaron a investigar más a fondo.
Sacó una fotografía y la dejó sobre la mesita.
Le eché una mirada.
—¿Quién es?
—Renne Dwyer, que ahora se llama Renne Dieck.
Se me heló la sangre. La mujer de la foto era morena, como sus padres. Y no se parecía en absoluto ni a la Renne que yo conocía ni a mi mujer.
—No entiendo nada.
—Todavía no he averiguado cuál es el nombre real de la madre de Isabella, pero la verdadera Renne Dwyer tenía un hermano llamado Riley, que estuvo casado con Marie Birds por poco tiempo.
—Marie. —el segundo nombre de Bella—. ¿Qué sabemos de ella?
—De momento, nada, pero lo sabremos. Estamos investigando.
Me pasé los dedos por el pelo.
—¿Es posible que nos hayamos confundido de Dwyer y hayamos investigado a la familia que no era?
—Qué va, amigo.
Me levanté y me acerqué al bar. Cogí dos vasos del estante y vertí dos dedos de whisky de malta Ardbeg Uigeadail en cada uno.
—Carlisle Cullen lo averiguaría todo sobre Renne, la madre de Bella, antes de casarse con ella.
—Usted no supo nada del pasado de Bella hasta que ella se lo contó. —dijo.
Tenía razón. Los informes sobre los abusos a Bella, el aborto, las transcripciones judiciales, el acuerdo, todo había sido meticulosamente ocultado. Cuando le pedí a Benjamín que redactara el acuerdo prenupcial, nos limitamos a verificar sus bienes personales y sus deudas, eso fue todo. La amaba. La deseaba. Nunca se me habría ocurrido dudar de ella.
Carlisle también amaba a su esposa. La fortuna personal de ésta, acumulada tras dos ventajosos divorcios, debió de servir para hacer frente a los problemas más acuciantes.
Por lo demás, suponía que él y yo habíamos actuado de manera similar. ¿Por qué buscar problemas cuando todo indicaba que no había ninguno? El amor se empeñaba en no ver e idiotizaba a los hombres.
Rodeé el bar y estuve a punto de tropezar con Lucky cuando de repente se puso delante de mí.
—Cayo Clancy es muy bueno —añadió Marco—. Jamás se le habría pasado algo así.
—Joder, a nosotros se nos ha pasado. —me ventilé el whisky de un trago.
—La madre de Isabella utilizó el nombre, la fecha de nacimiento y la historia familiar de Renne, pero nunca ha abierto una línea de crédito, que es como se descubren la mayoría de las identidades falsas. La cuenta bancaria que utiliza se estableció hace veinticinco años, y se trata de una cuenta empresarial con una identificación fiscal independiente. Cuando la abrió, tuvo que aportar un número de la seguridad social, pero el mundo era un lugar muy diferente antes de internet.
La enormidad del fraude casi escapaba a mi entendimiento. Si Marco tenía razón, la madre de Bella habría vivido más tiempo con la identidad de otra persona que con la suya propia.
—Amigo, no hay rastro —repitió, dejando el whisky en la mesita sin tocar— Ninguna miga de pan que seguir.
—Y ¿qué me dices de la auténtica Renne Dwyer?
—Su marido lo controla todo. En ese sentido, ella es casi como si no existiera.
Bajé la mirada al cachorro, que me daba con la pata en la espinilla.
—Isabella no sabe nada de esto —dije con tristeza— Me lo habría contado.
Pero incluso mientras lo decía, me pregunté cómo podría habérmelo dicho. Cómo se lo habría dicho yo, si estuviera en su lugar. ¿Podía guardar semejante secreto porque llevaba tanto tiempo viviendo una mentira que había llegado a creérsela?
—Sí, Edward —dijo Marco, en voz baja y conciliadora. Él también se lo preguntaba. Era su trabajo hacerlo—. Ella lo ama de verdad, como no he visto nunca a una muchacha querer a un hombre.
Me arrellané en el sofá, noté el peso ligero de Lucky cuando se me subió encima.
—Tengo que saber más. Tengo que saberlo todo. No puedo irle a Bella con esta clase de información a retazos.
—La tendrá. —me prometió.
¡Hola, chiquis! Ya me estoy poniendo al corriente con las actualizaciones, no me gusta desatender mis historias, para todas tengo que tener un tiempecito. Hablando del capítulo: ¡Maldita, Lauren! Bella tenía toda la razón cuando dijo que no le parecía de confianza, cuando pensamos que ya nos habíamos librado de Rosalie, viene otra ex loca. ¿Sera que Edward accede al plan de Bella? Hahaha. Cuando le dijo que le estaba pidiendo que se prostituyera me partí de risa, awwww, nuestro señor oscuro y peligroso sigue siendo algo inseguro. Necesitaba que Bella le echara la bronca y lo logro. Hacia el final del capítulo descubrimos algo que seguro nadie se esperaba. Renne no es Renne. ¿Teorías? Estaré al pendiente en los rr. Gracias por leerme. ¡Besos a la distancia!
Las leo en sus reviews siempre (me encanta leerlas) y no lo olviden que: #DejarUnReviewNoCuestaNada.
—Ariam. R.
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