Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la maravillosa Silvya Day, yo solo hago la adaptación. Advertencia: alrededor de esta historia se tocan algunos temas delicados sobre el abuso infantil y violación, así como escenas graficas de sexo. Pueden encontrar disponible la saga Crossfire en línea (Amazon principalmente) o librerías. Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.
—Me he comunicado con Cayo Clancy —dijo Raúl con los codos apoyados en las rodillas—. La señora Cross y usted se dirigirán al aeropuerto a la misma hora, así que, si lo desean, pueden ir juntos.
—Muy bien. —necesitaba pasar ese rato con Bella antes de emprender nuestros respectivos viajes. Las horas de la jornada laboral se me hacían ya demasiado largas estando lejos de ella. Un fin de semana iba a ser una tortura—. La llamaré para decirle que pasaremos a recogerla. Necesitaremos la limusina.
Profesional hasta la médula, Raúl no acusó reacción alguna. Tendría más sentido utilizar la limusina para llevar a las amistades de Eva en lugar de a nosotros, pero ni en el Bentley ni en el Mercedes tendríamos la intimidad que buscaba.
Sentado en el sofá de mi despacho, me encontraba frente a Marco y Raúl, que se habían acomodado en los dos sillones. Habíamos decidido que Marco se quedaría y que Raúl dirigiría el equipo de seguridad que me acompañaría a Brasil.
Marco se desplazaría a Austin para tratar de averiguar quién era Marie Birds.
Raúl asintió con la cabeza.
—Dispondremos el traslado por separado de sus amistades y de las de ella.
—¿Cómo va a ir Isabella a Ibiza?
—En un jet privado —respondió—, fletado por Carlisle Cullen. Yo sugerí que se hospedaran en el hotel Vientos Cruzados Ibiza, y Cayo se mostró de acuerdo. Ha costado un poco, ya que está al completo durante la temporada estival, pero el director del centro turístico lo ha hecho posible. Ha redoblado las medidas de seguridad en previsión de la llegada de la señora Cross.
—Perfecto. —convine.
El hecho de que Bella se alojara en un complejo turístico de Cross Industries era una tranquilidad añadida. También teníamos dos clubes nocturnos muy conocidos en la isla, uno en la ciudad de Ibiza y otro en Sant Antoni. Sabía, sin necesidad de preguntar, que ambos se le habían propuesto a Cayo con antelación, y confiaba que éste hiciera uso de la información. Era un hombre inteligente y apreciaría la ayuda extra que le brindarían las medidas de seguridad y el personal de esos locales.
—Como ya hemos hablado —continuó Raúl—, tendremos a nuestro propio equipo preparado en el aeropuerto, acompañarán a la señora Cross durante el fin de semana.
Se les ha dado instrucciones para que vistan de paisano y se mezclen con la gente, para que funcionen de refuerzo del equipo de Cayo y actúen sólo si es absolutamente necesario.
Asentí con la cabeza. Cayo era bueno, pero tenía que vigilar tanto a Renne como a Bella, y consideraban a Jasper de la familia, así que Cayo también tendría que velar por él. Debería repartir su atención entre tres, y dar preferencia a Renne, puesto que era la esposa de su jefe.
Isabella no era una prioridad para nadie excepto para mí.
Quería que no se la perdiera de vista siempre que saliera del hotel.
Menos mal que ese fin de semana era un acontecimiento que sólo ocurría una vez en la vida.
Raúl se levantó.
—Hablaré con Cayo para ponernos de acuerdo en el protocolo que habrá que seguir para llegar al aeropuerto.
—Gracias, Raúl. —dije.
Él asintió con la cabeza y se marchó.
Marco se puso en pie.
—Llevaré a Lucky con su hermana enseguida. No hace más que mandarme mensajes de texto para ver si estoy ya de camino.
Eso casi me hizo sonreír. Alice se emocionó mucho cuando le pregunté si podía encargarse del perro. Imaginaba que a Lucky le gustaría más eso que quedarse en una residencia canina, y a Alice le serviría para distraerse de la depresión que sufría nuestra madre a causa de su divorcio.
Marco se detuvo cerca de la puerta.
—Diviértase, amigo. Le sentará bien.
Di un resoplido.
—Llámame si averiguas algo.
—Por supuesto. —Marco se marchó también, dejándome solo para que terminara el trabajo pendiente.
Comprobé qué hora era antes de llamar a mi mujer.
—Hola, campeón —contestó con voz clara y vibrante—. No puedes dejar de pensar en mí, ¿verdad?
—Dime que estabas pensando en mí.
—Siempre.
La recordé en la postura de la noche anterior cuando, tumbada boca abajo con las piernas dobladas y el mentón apoyado encima de las manos, me miraba mientras hacía la maleta, dándome a veces su opinión sobre la ropa que elegía llevarme. Se había fijado en que no había cogido ni los pantalones gris oscuro con los que ella fantaseaba ni la camiseta de cuello de pico. Esa omisión deliberada fue lo único que la hizo sonreír. Por lo demás, estuvo casi todo el tiempo callada y taciturna.
—Vamos a ir juntos al aeropuerto —le dije—. Solos.
—¡Vaya! —hizo una pausa para asimilar la noticia—. ¡Qué bien!
—Yo aspiro a algo mejor que bien.
—¡Ohhh!... —bajó la voz, adoptando ese tono ronco que me decía que estaba pensando en el sexo—. ¿Así que los medios de transporte son un poco fetiches para ti también?
Me invadió una cálida sensación de regocijo que atenuó el estrés que me producía pensar en los días que teníamos por delante. Bella me dejaba poseerla en cualquier parte, pero con frecuencia era ella la que me seducía camino de algún sitio. Dado que anteriormente me limitaba a tener relaciones sexuales en el hotel, ella había dado un giro radical a mi vida al incitarme a hacerle el amor en coches y aviones, además de en mi casa y en varios lugares de trabajo.
Nunca le decía que no. No era capaz. Cuando ella me deseaba, yo estaba preparado y más que dispuesto.
—Tú eres mi fetiche. —musité, dando la vuelta a algo que ella me había dicho en una ocasión.
—Así me gusta. —tomó una bocanada de aire—. ¿Ya has terminado de organizar el fin de semana? Oí que Jazz decía algo, pero no llegué a entenderlo.
—Muy pronto, cielo. Ahora tengo que dejarte.
—No me dejes nunca, Edward. —lo dijo con una vehemencia que me conmovió y que dejó entrever la intranquilidad que le producía el fin de semana que se avecinaba.
Después de la separación que ella había impuesto, me complacía saber que no deseaba otra, ni siquiera en unas circunstancias mucho más felices.
—Te dejo que sigas con lo tuyo. —corregí— Para que estés lista cuando pase Raúl a recogerte.
—Olvídate de él. Estaré preparada para ti. —respondió en un susurro.
Al terminar la llamada, estaba que ardía de lujuria.
Benjamín entró en mi despacho poco después de las cuatro, con aire despreocupado y las manos en los bolsillos, tarareando una canción. Sonreía cuando se sentó en uno de los sillones frente a mi escritorio.
—¿Preparado para el fin de semana?
—Más preparado, imposible. —me eché hacia atrás y tamborileé con los dedos en los reposabrazos del sillón.
—Te alegrará saber que la denuncia por agresión de Victoria Lucas se va a resolver.
No esperaba menos, pero tampoco sobraba la confirmación.
—Como debe ser.
—Lo que no sé es si la acusarán por denunciar un falso incidente. Mientras tanto, si intenta ponerse en contacto contigo, con Isabella o con Jasper, he de saberlo inmediatamente.
Asentí distraído.
—Por supuesto.
Me miró fijamente.
—¿Dónde tienes la cabeza ahora mismo?
Esbocé una sonrisa irónica.
—Acabo de hablar por teléfono con un miembro de la junta directiva de King Records. James sigue empeñado en reunir el capital para comprar la compañía.
Benjamín enarcó las cejas.
—Si lo consiguiera, ¿te plantearías dejarla?
—Si sólo tuviera que preocuparme de él, lo haría. — aún estaba por ver si Alice decidiría participar en el negocio familiar, pero, sea como fuere, a ella le interesaba que la compañía prosperase, y James había tomado malas decisiones. Nunca había querido aceptar mi ofrecimiento de apoyo u orientación. También se había negado a escuchar a Royce, ya que, por lo visto, suponía que el saber de su padre en parte le venía de mí.
—Y ¿qué opina la junta directiva?
—Lo consideran un problema de familia y quieren que encuentre una solución rápida y sencilla.
—Y ¿es posible? Nunca te has llevado bien con tu hermano.
Negué con la cabeza.
—Lo dudo.
Sabía que Benjamín no podía comprenderlo. Él tenía un hermano y una hermana, y su familia estaba muy unida.
Sonrió.
—Lo siento, chico. Es duro.
En un mundo ideal, James asistiría a mi despedida de soltero. Estaríamos cerca. Él sería mi padrino de boda...
... un papel que aún no había pedido a nadie que desempeñara. Arnoldo se había encargado de la organización del fin de semana, pero ignoraba si lo había hecho porque suponía que estaría a mi lado en la boda. Quizá sencillamente tenía más iniciativa que los demás.
Hacía tan sólo unas semanas habría sido de cajón que Arnoldo estuviera a mi lado.
En parte, confiaba que aún fuera así.
Benjamín también era una buena opción. A diferencia de Arnoldo, veía a Benjamín casi todos los días. Y, como abogado mío que era, sabía cosas de mí y de Bella que nadie más conocía. Podía confiarle cualquier cosa, incluso sin contar con la protección del secreto profesional.
Pero Arnoldo era directo conmigo como nadie más lo era, aparte de mi mujer.
Desde hacía mucho tiempo creía que sus francos e incisivos consejos habían impedido que me convirtiera en una persona cínica y hastiada.
Ese fin de semana tendría que elegir entre los dos.
Me resultaba... raro estar frente a la puerta del apartamento de Bella, esperándola.
Apoyado contra la pared, pensé que ya habíamos pasado lo peor y que por nada del mundo quería volver atrás. Ignoraba que las cosas pudieran ser así entre nosotros.
Francos, sin nada que esconder, tan enamorados.
Anteriormente había habido atisbos de esta vida. Algunas de las noches que habíamos pasado juntos en el apartamento de al lado. Los fines de semana que nos habíamos escapado para estar solos. Pero esos tiempos habían existido en el vacío.
Ahora vivíamos esos momentos abiertamente. E incluso sería mejor cuando el mundo supiera que estábamos casados y que ella vivía conmigo en el ático.
Se abrió la puerta y salió Bella, guapa y sexi con un vestido cruzado sin mangas rojo y unas sandalias de tacón. Llevaba unas gafas de sol ajustadas sobre la cabeza y arrastraba una maleta con ruedas. La siguiente vez que hiciera las maletas sería para nuestra luna de miel. Nos marcharíamos juntos, como estábamos haciendo en ese momento, pero ya no volveríamos a separarnos.
—Dame. —dije, estirándome para cogerle la maleta.
Se me plantó delante cuando alargué el brazo para alcanzarla, su cuerpo suave y cálido contra el mío. Me bajó la cabeza y me besó, con un beso dulce y rápido.
—Deberías haber entrado.
—¿Tú y yo cerca de una cama? —la cogí por la cintura y la conduje hacia el ascensor—. Me habría aprovechado, de no creer que Jasper aporrearía la puerta y rezongaría sobre perder el avión.
Mientras descendíamos al vestíbulo, Bella se apartó de mí y se agarró de espaldas al pasamanos, mostrando sus atractivas piernas. Era un flirteo de cuerpo entero, jugando con los ojos también. Me miró de arriba abajo, pasándose la lengua por el labio inferior.
—Estás super sexi. —dijo.
Bajé la vista hacia la camiseta blanca de cuello de pico y los pantalones caquis que me había puesto antes.
—Sueles llevar colores oscuros. —señaló.
—Demasiado calor allá donde vamos.
—Para calor el que tú desprendes. —separó un pie del suelo y se frotó los muslos lentamente.
Divertido, mientras notaba cómo iba creciendo la excitación, me apoyé contra la pared y disfruté del espectáculo.
Cuando llegamos al vestíbulo, hice un gesto para que pasara delante, alcanzándola enseguida para ponerle una mano en la parte baja de la espalda.
Me sonrió por encima del hombro.
—Va a haber mucho tráfico.
—¡Vaya! —repliqué. El tráfico y el tiempo que eso añadiría al viaje eran con lo que yo contaba.
—Pareces desilusionado —bromeó ella antes de sonreírle al portero, que le abrió la puerta.
Raúl esperaba fuera junto a la limusina. Enseguida nos pusimos en marcha, confluyendo en aquel mar de coches que pugnaban por cruzar Manhattan.
Bella se sentó en el sofá que se extendía a lo largo del vehículo, mientras que yo ocupé el asiento de atrás.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó mirando hacia el bar que tenía enfrente.
—¿Tú?
—No estoy segura. —frunció la boca—. Me apetecía una copa antes.
Esperé a que se decidiera, recorriéndola con la mirada. Ella era mi dicha, la luz de mi vida. Haría cualquier cosa por que estuviera libre de preocupaciones y feliz el resto de su vida. Me atormentaba pensar que tal vez tuviera que hacerle daño. Ya había pasado por mucho.
Si descubríamos que Renne no era quien Isabella creía que era, ¿cómo podría darle semejante noticia? Mi mujer se sintió muy abatida cuando se dio cuenta de que su madre seguía sus movimientos a través del teléfono móvil, del reloj y de un espejo que llevaba en el bolso. Una identidad falsa sería mucho peor que una traición.
Y ¿qué escondía esa falsa identidad?
—No encuentro vestido. —dijo de repente, cambiando el gesto de aquella boca exuberante en un ceño fruncido.
Tardé unos instantes en salir de mi ensimismamiento y entender lo que estaba diciendo.
—¿Para la boda?
Asintió con la cabeza, tan descorazonada que me entraron ganas de acercarla a mí y cubrirle de besos su preciosa cara.
—¿Quieres que te ayude?
—No puedes. Se supone que el novio no puede ver el vestido antes del gran día. —de pronto, abrió los ojos horrorizada—. ¡Viste el vestido que llevaba la primera vez que nos casamos!
Cierto. Lo había elegido yo.
—Cuando lo vi, no era más que un vestido —dije para tranquilizarla—. No se convirtió en un vestido de novia hasta que te lo pusiste.
—¡Oh! —la sonrisa regresó.
Bella se quitó las sandalias y vino a mi lado, tumbándose con la cabeza apoyada en mi regazo, su cabello como un abanico de oro plateado en mis muslos.
Pasé los dedos entre aquellos densos mechones de seda y aspiré profundamente, saboreando el aroma de su perfume.
—¿Qué vas a ponerte tú? —preguntó cerrando los ojos.
—¿Me ves con algo en particular?
Ella esbozó una sonrisa y respondió despacio, como distraída.
—Con esmoquin. Estás guapísimo siempre, pero con esmoquin eres especial.
Le pasé las yemas de los dedos por los labios. Había habido un tiempo en que detestaba mi cara, detestaba que mi aspecto físico atrajera un intenso interés sexual en una época de mi vida en que ser deseado me ponía los pelos de punta. Con el tiempo, me acostumbré a esas atenciones, pero no fue hasta que conocí a Bella cuando empecé a valorarme por mí mismo.
Ella disfrutaba muchísimo contemplándome. Vestido. Desnudo. En la ducha. Envuelto en una toalla. Encima de ella. Debajo de ella. El único rato en que no tenía los ojos puestos en mí era cuando estaba dormida. Y era justo entonces cuando yo más disfrutaba mirándola, desnuda y cautivadora, llevando tan sólo las alhajas que yo le había regalado.
—Esmoquin entonces, no se hable más.
Abrió los ojos, mostrando aquel gris claro que tanto adoraba yo.
—Pero será una boda de playa.
—Veré lo que puedo hacer.
—Más te vale.
Girando la cabeza, frotó la nariz contra mi polla. El calor de su aliento me llegaba a lo más sensible de la piel a través del tejido de los pantalones. Me endurecí para ella.
Le acaricié el pelo.
—¿Qué quieres, cielo? —pregunté.
—Esto. —dijo, recorriendo con los dedos la largura de mi erección.
—¿Dónde lo quieres?
Sacó la lengua para humedecerse los labios.
—En la boca. —musitó, desabrochándome el botón de la cinturilla.
Cerré los ojos un momento y respiré hondo. El sonido de la cremallera al bajar, la sensación de quedar libre de presión cuando ella me sacó la polla con cuidado...
Me preparé para el calor húmedo de su boca, pero no sirvió de nada. Se me puso dura en cuanto ella me hizo entrar succionándome con suavidad. Un cosquilleo ávido, ansioso, me recorrió la columna. Conocía sus estados de ánimo y cómo se traducían éstos en deseo sexual. Pensaba tomarse su tiempo, gozarme y volverme loco.
—Bella. —gemí cuando me acarició con la delicadeza de sus dedos al tiempo que se empleaba a fondo con la boca. Me pasaba la lengua por el capullo lentamente, saboreándome.
Abrí los ojos y bajé la mirada. Verla de aquella manera, tan arreglada, plenamente concentrada en el tacto de mi polla, que tenía en la boca, era de un erotismo abrasador y de una ternura arrebatadora.
—¡Dios, qué delicia! —exclamé con la voz quebrada, rodeándole la nuca con una mano—. Métetela más adentro, así, muy bien.
Eché la cabeza hacia atrás, tensos los muslos por la necesidad de empujar.
Pugnaba por contener aquella urgencia, para darle a ella lo que quería.
—No pienso terminar de esta manera. —le advertí, sabiendo que era su objetivo.
Bella susurró una protesta y, cerrando el puño, empezó a bombearme la polla con suavidad pero con firmeza, retándome a que resistiera.
—Pienso follarte ese coño perfecto que tienes, Bella. Tendrás mi lefa bien dentro durante todo el fin de semana que estarás lejos de mí.
Cerré los ojos, imaginándola en Ibiza, ciudad famosa por su alocada vida nocturna, bailando con sus amistades en un amasijo de cuerpos. Los hombres la desearían, soñarían con follársela. Pero durante todo ese tiempo, ella estaría marcada por mí de la forma más primitiva posible. Poseída, aunque yo no estuviera allí.
Notaba cómo vibraban sus gemidos en toda mi verga.
Se retiró con los labios rojos e hinchados.
—No es justo. —dijo haciendo un mohín.
La agarré de la muñeca y me llevé su mano al pecho, apretándola contra el martilleo de mi corazón.
—Aquí estarás. Siempre.
—Ahora no puedes ponerte a trabajar —protestó Manuel, dejándose caer en la tumbona de al lado—. Te estás perdiendo el paisaje.
Levanté la vista del teléfono y la brisa marina me revolvió el pelo. Nos habíamos quedado en Barra, justo al otro lado de la avenida Lúcio Costa, donde estaba el hotel en el que nos alojábamos. La playa de Recreio era más tranquila que Copacabana, menos turística y menos concurrida. A lo largo de la orilla, mujeres en biquini retozaban entre las olas, sus pechos bamboleando cuando saltaban las olas, con las nalgas, prácticamente desnudas, brillantes por el aceite bronceador. En la arena blanca, delante de ellas, Benjamín y Arnoldo seguían lanzando un frisbi de un lado a otro. Yo me había retirado cuando había notado el zumbido del teléfono en el bolsillo de mis pantalones cortos de surfista.
Miré a Manuel y vi que estaba todo colorado y reluciente de sudor. Había desaparecido hacía una hora y la razón era evidente, incluso aunque no lo conociera tan bien como lo conocía.
—La vista que tengo yo es mucho mejor. —giré el teléfono para enseñarle el selfie que Bella acababa de enviarme. Estaba en la playa también, echada en una tumbona no muy diferente de la que ocupaba yo en ese momento. Llevaba un biquini blanco y se la veía ya ligeramente morena. Del cuello le colgaba una fina cadena que bajaba por entre sus tetas voluptuosas y le rodeada su esbelta cintura.
Ojalá estuvieras aquí...
Escribió en un mensaje de texto.
Ojalá.
Estaba contando las horas que faltaban para tomar el avión de vuelta a casa.
El sábado había sido un día agradable, un vago recuerdo de alcohol y música, pero el domingo se me estaba haciendo muy largo.
—Está buenísima. —silbó Manuel.
Sonreí, pues eso venía a resumir lo que pensaba yo de la foto de mi mujer.
—¿No te preocupa que las cosas cambien después del «Sí, quiero»? —preguntó, tumbándose con las manos detrás de la cabeza—. Las esposas no tienen ese aspecto. No mandan selfies como ése.
Volví a la pantalla de inicio y le enseñé de nuevo el teléfono.
Manuel abrió los ojos como platos al ver la foto de boda que hacía las veces de fondo de pantalla.
—¡No puede ser! ¿Cuándo?
—Hace un mes.
Él negó con la cabeza.
—No lo veo. El matrimonio, quiero decir, Isabella y tú, no. ¿Cómo no va a envejecer?
—Si uno es feliz, no envejece nunca.
—¿Acaso la variedad no es la salsa de la vida o algo así? —preguntó con una especie de humor medio filosófico—. Parte de la gracia que tiene follarse a una mujer es descubrir qué la pone y sorprenderte cuando te enseña algo nuevo. Si te acuestas siempre con la misma, ¿no termina convirtiéndose en una rutina? Tocas aquí, lames allá, mantienes el ritmo con el que a ella le gusta correrse. Aclarar y repetir.
—Cuando te llegue a ti, lo comprenderás.
Él se encogió de hombros.
—¿Quieres tener hijos? ¿Es por eso?
—Con el tiempo. No enseguida. —no podía ni imaginarlo. Bella sería una madre maravillosa, una madraza. Y ¿los dos de padres? Algún día estaría preparado. Algún día aún lejano, cuando pudiera soportar compartirla con alguien más—. Ahora mismo la quiero sólo a ella.
—Señor Cross.
Levanté la vista y vi a Raúl detrás de mí con una expresión tensa. Me puse rígido al instante, luego me incorporé y, tras balancear las piernas, planté los pies en la arena.
—¿Qué ocurre?
Enseguida temí por Bella.
Acababa de enviarme un mensaje, pero...
—Tiene que ver esto. —dijo todo serio, queriéndome mostrar la tableta que llevaba.
Me levanté, guardé el teléfono en el bolsillo y me acerqué a él.
Alargué una mano.
La luz del sol oscurecía la pantalla, así que cambié de posición para proyectar mi sombra sobre el cristal. La foto que vi me heló la sangre. El titular hizo que me rechinaran los dientes.
LA SALVAJE DESPEDIDA DE SOLTERO DE EDWARD CROSS EN BRASIL.
—¿Qué cojones es esto? —solté con brusquedad.
Manuel se me acercó y me dio una palmada en el hombro.
—Tiene toda la pinta de ser una buena juerga, cabrón. Con dos tías despampanantes.
Miré a Raúl.
—Me lo ha enviado Cayo —explicó—. He hecho una búsqueda, y se ha hecho viral.
Cayo. Joder. «Bella...»
Le pasé la tableta a Raúl y volví a sacar mi teléfono.
—Quiero saber quién ha hecho esa foto. —¿quién sabía que estaba en Brasil? ¿Quién me había seguido hasta el club una noche, había entrado en la zona reservada y tomado fotografías?
—Ya estoy en ello.
Jurando para mis adentros, llamé a mi mujer. Me consumían la impaciencia y la rabia mientras esperaba a que ella cogiera el teléfono. Le saltó el buzón de voz y colgué.
Volví a marcar.
Me invadió la preocupación.
Los peores temores de sus fantasías habían quedado grabados a todo color en esa foto. Tenía que explicarlo, aunque sin saber cómo. Tenía la frente y las manos empapadas en sudor, pero por dentro estaba helado.
El buzón de voz saltó por segunda vez.
—¡Maldita sea! —colgué y marqué de nuevo.
¡Hola, hermosassss! Nooooo, ¿fotos con mujeres? Bella debe estar que hecha fuego por la boca si ya se enteró. Más vale que Edward tomé el jet privado y vaya a buscar a su prometida antes de que ella misma lo encuentre. Pero… ¿ella como la estará pasando en Ibiza? ¿También hay hombres implicados? Hahahaha. ¡Esperemos que no! Por otro lado me gusto la manera en la que Ed se la regreso a Manuel. Eso de que el matrimonio enfría las cosas no es más que un mito. Si hay confianza, amor y respeto, todo lo demás sale sobrando.
Las leo en sus reviews siempre (me encanta leerlas) y no lo olviden que: #DejarUnReviewNoCuestaNada.
—Ariam. R.
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