Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la maravillosa Silvya Day, yo solo hago la adaptación. Advertencia: alrededor de esta historia se tocan algunos temas delicados sobre el abuso infantil y violación, así como escenas graficas de sexo. Pueden encontrar disponible la saga Crossfire en línea (Amazon principalmente) o librerías. Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.
—Señor Cross. —Mike se levantó de su escritorio—. ¿Estará hoy en su despacho al final?
Negué con la cabeza y abrí la puerta, cediéndole el paso a Marco.
—Sólo he venido a ocuparme de un asunto. Mañana sí estaré.
Había cancelado la agenda y había distribuido reuniones y citas para el resto de la semana. Había pensado tomarme el día libre y no ir para nada al Crossfire, pero la información que había encargado a Angus que reuniese era demasiado sensible para arriesgarme a que se revelara en cualquier otro lugar.
Cerré la puerta y oscurecí la pared de cristal. Luego seguí a Marco a la zona de estar y me dejé caer en un sillón.
—Ha estado muy ocupado estos últimos días, amigo. —dijo torciendo los labios con ironía.
—Ni un momento de aburrimiento. —exhalé bruscamente, combatiendo la fatiga— Dime que tienes algo.
Marco se inclinó hacia adelante.
—Algo más de lo que tenía cuando empecé: una licencia matrimonial en una ciudad falsa y el certificado de defunción de Riley Dwyer, en el que figuraba Marie Birds como esposa. Murió antes de cumplirse el año de casados.
Me concentré en la información más importante.
—¿Marie mintió respecto a su lugar de origen?
Marco asintió.
—No es algo difícil de hacer.
—Pero ¿por qué?
Me fijé en que tenía tensa la mandíbula.
—Hay algo más. —dije.
—No se especifica cómo murió —respondió en voz baja—. Riley tenía un disparo en la sien derecha.
Me puse rígido.
—¿No pudieron determinar si había sido suicidio u homicidio?
—Eso es. No pudo precisarse de manera concluyente si fue una cosa o la otra.
Más preguntas sin respuestas, y la cuestión más importante era si Marie desempeñaba un papel importante en todo aquello o no. Puede que únicamente estuviéramos dando vueltas en círculo.
—¡Joder! —me pasé una mano por la cara—. Sólo quiero una foto, por el amor de Dios.
—Ha pasado mucho tiempo, Edward. Un cuarto de siglo. Puede que alguien de su ciudad la recordara, pero ignoramos de qué ciudad se trata.
Dejé caer la mano y lo miré. Conocía las inflexiones en su tono y lo que significaban.
—¿Tú crees que alguien se ha encargado de atar las cosas?
—Es posible. Como también es posible que el informe policial de la muerte de Riley se traspapelara con los años.
—Eso no te lo crees ni tú. —repliqué.
Confirmó mi afirmación con un gesto de la cabeza.
—Contraté a una joven para que se hiciera pasar por una funcionaria de Hacienda que buscaba a Marie Birds Dwyer. Interrogó a Renne Dieck, que dijo que no había visto a su ex cuñada desde hacía muchos años y que tenía entendido que Marie había fallecido.
Moví la cabeza, intentando comprender todo aquello sin conseguirlo.
—Renne se asustó, amigo. Cuando oyó el nombre de Marie se quedó blanca como la pared.
Me levanté y empecé a caminar de un lado a otro.
—¿Qué cojones significa eso? Eso no aclara nada.
—Hay alguien que podría tener las respuestas.
Me paré en seco.
—La madre de Isabella. —dije.
Él asintió.
—Podría preguntarle.
—¡Joder! —me quedé mirándolo—. Lo único que quiero saber es que mi esposa está a salvo, que nada de esto supone ningún peligro para ella.
A Marco se le suavizó la expresión.
—Por lo que sabemos de la madre de Bella, proteger a su hija ha sido siempre una prioridad para ella. No la imagino poniéndola en peligro.
—Su exceso de protección es exactamente lo que me preocupa. Ha estado siguiendo los pasos de Bella desde Dios sabe cuándo. Suponía que era por Nathan Barker, pero tal vez él sólo fuera parte de la razón. Quizá haya otros motivos.
—Raúl y yo estamos trabajando ya en la revisión de los protocolos de seguridad.
Me pasé los dedos por el pelo. Además de sus obligaciones con respecto a la seguridad, ambos se ocupaban también del problema de Victoria y de encontrar cualquier documento que su hermano pudiera haber guardado, así como de identificar al fotógrafo que me había hecho la foto y de aclarar el misterio de la madre de Bella. Era consciente de que, a pesar del equipo con el que contaban, no daban abasto con tanto trabajo.
Mis guardaespaldas antes se encargaban sólo de mis asuntos.
Ahora Bella formaba parte de mi vida, lo que efectivamente duplicaba sus obligaciones. Marco y Raúl estaban acostumbrados a turnarse, pero últimamente ambos trabajaban casi las veinticuatro horas del día. Tenían libertad para contratar refuerzos, pero lo que se necesitaba era otro jefe de seguridad, puede que dos, unos expertos cuya única responsabilidad sería Bella y en quienes pudiera tener la confianza incondicional que tenía en mi equipo actual.
Tendría que buscar tiempo para hacer eso. Cuando Bella y yo volviéramos de la luna de miel, quería que todo estuviera en su sitio.
—Gracias, Marco —dije, y exhalé bruscamente—. Vamos a casa. Ahora quiero estar con Bella. Cuando haya dormido un poco, pensaré qué hacer a continuación.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Miré a Bella mientras me desnudaba.
—Creí que te gustaría la sorpresa. —repuse.
—Ya, bueno. Pero aun así... Menuda ha sido.
Sabía que estaba contenta con la entrevista. La forma en que me había abordado cuando había llegado a casa había sido una buena señal. Hablaba muy deprisa también y no paraba quieta en ningún sitio. Lo cual, bien pensado, no se diferenciaba mucho de lo que hacía Lucky, que tan pronto corría a meterse debajo de la cama como volvía a salir, dando grititos de puro contento.
Salí del vestidor en calzoncillos y caí en la cama rendido. Qué cansado estaba. Tan cansado que ni siquiera podía darle un buen repaso a mi preciosa mujercita, que estaba adorable con un mono corto sin tirantes, o como se llamara. Sin embargo, eso no quería decir que no me viera capaz de estar a la altura de las circunstancias en caso de que me hiciera proposiciones deshonestas.
Bella se sentó en su lado de la cama, luego se inclinó por el borde para ayudar a Lucky, que intentaba trepar sin conseguirlo. Instantes después, lo tenía encima de mí, gañendo mientras lo sujetaba para que no me llenara de babas.
—Que sí, que te entiendo. A mí también me caes bien, pero yo no te lamo la cara.
Me soltó un ladrido. Bella se recostó en la cama riendo.
Entonces caí en la cuenta de que era eso. Eso era lo que se entendía por hogar. Y no podía ser mejor. Desde que murió mi padre, en ningún lugar me había sentido en casa, y ahora había recuperado esa sensación.
Sujetando a Lucky contra mi estómago, me volví hacia mi mujer.
—¿Qué tal te ha ido con tu madre?
—Bien, supongo. Estamos preparadas para el domingo.
—¿Supones?
Ella se encogió de hombros.
—Empezó a dolerle la cabeza durante tu entrevista. Pareció flipar un poco.
Me quedé mirándola.
—¿Por qué?
—Porque estuvieras hablando de nuestra vida privada en televisión. No sé. No la entiendo a veces.
Me acordé de cuando Bella me contó que había hablado del libro de Rosalie con Renne y de la utilización de los medios de comunicación en beneficio propio. Renne la había prevenido contra ello y le había aconsejado que valorase nuestra intimidad. En aquel momento coincidía con la madre de Bella, y —dejando aparte la entrevista de hoy— seguiría coincidiendo con ella. Pero a la luz de lo poco que sabía respecto de la identidad de Renne, parecía probable que a la madre de Bella le preocupara también su propia intimidad. Una cosa era que su nombre apareciera mencionado en la prensa de sociedad local, y otra muy diferente atraer la atención de todo el mundo.
Bella tenía los rasgos faciales de su madre y algunos gestos. Y también el apellido Dwyer, lo cual no dejaba de ser un extraño error. Mejor tapadera habría sido darle a Bella el apellido de Charlie. Alguien podría estar buscando a Renne. Si quienquiera que fuese sabía por lo menos lo que sabía yo, el haber visto la cara de Bella en la televisión nacional lo habría puesto sobre la pista.
El corazón empezó a latirme con fuerza. ¿Corría peligro mi mujer? No tenía ni idea de lo que Renne podría estar escondiendo.
—¡Oh! —Bella se incorporó de repente— No te lo he dicho... ¡Ya tengo vestido!
—¡Joder! Me has dado un susto de muerte. —aprovechando el momento de confusión, Lucky dio un brinco y empezó a lamerme como un loco.
—Perdona. —Bella cogió al cachorro y me rescató, poniéndoselo en el regazo cuando se sentó a mi lado con las piernas cruzadas—. He llamado a mi padre hoy. Mi abuela le preguntó si me gustaría ponerme su vestido de boda. Él me ha enviado una foto de ella del día de su boda, ¡y es perfecto! ¡Es exactamente lo que no sabía que quería!
Me toqué el pecho y sonreí con ironía.
¿Cómo no iba a cautivarme ver a mi mujer tan emocionada ante la perspectiva de casarse conmigo otra vez?
—Me alegro, cielo.
Le centelleaban los ojos de entusiasmo.
—Se lo hizo mi bisabuela, con la ayuda de sus hermanas. Es una reliquia de familia, ¿a que es de lo más guay?
—Sí que lo es.
—¿Verdad? Y somos más o menos de la misma altura. El trasero y las tetas me vienen de ese lado de la familia. Es posible que no haya que hacer ningún arreglo.
—A mí me encantan tu trasero y tus tetas.
—Obseso. —movió la cabeza a un lado y a otro—. Creo que será bueno que los parientes de esa rama de la familia vean que me lo he puesto. Me preocupaba que se sintieran fuera de lugar, pero llevaré el vestido y de alguna manera se sentirán plenamente incluidos. ¿No te parece?
—Estoy de acuerdo. —le hice un gesto con un dedo— Ven aquí.
Ella me observó.
—Tienes esa mirada tuya.
—¿Ah, sí?
—¿Sigues pensando en mi trasero y en mis tetas?
—Siempre. Pero de momento me valdrá con un beso.
—Mmm. —se inclinó y me ofreció la boca.
Le rodeé la nuca con una mano y tomé lo que necesitaba.
—Es impresionante, hijo mío.
Estoy mirando el Crossfire desde la calle, pero el sonido de la voz de mi padre hace que vuelva la cabeza.
—Papá.
Va vestido como yo, con un traje oscuro de tres piezas. La corbata es de color burdeos, al igual que el pañuelo que le sobresale del bolsillo superior de la chaqueta. Somos de la misma altura y, por un momento, eso me sobresalta. ¿Por qué me sorprende? La respuesta me ronda por la cabeza, pero no consigo dar con ella.
Me pasa un brazo por los hombros.
—Has construido un imperio. Estoy orgulloso de ti.
Respiro profundamente. No me había dado cuenta de cuánto necesitaba oírle decir eso.
—Gracias.
Se gira para mirarme.
—Y estás casado. Enhorabuena.
—Deberías venir a casa conmigo y conocer a mi mujer.
Estoy nervioso. No quiero que me diga que no. Hay muchas cosas que me gustaría contarle y nunca tenemos tiempo. Sólo unos minutos de cuando en cuando, fragmentos de conversaciones que se quedan en lo superficial. Y, con Bella allí, tendría el valor de decir lo que tuviera que decir.
—Te encantará. Es increíble.
Mi padre esboza una sonrisa.
—Muy guapa, también. Me gustaría tener un nieto. Y una nieta.
—¡Hala! —me echo a reír—. No vayamos tan deprisa.
—La vida pasa deprisa, hijo. Cuando quieras darte cuenta, se habrá acabado. No la desperdicies.
Consigo tragar el nudo que se me ha formado en la garganta.
—Tú podrías haber tenido más tiempo.
No es eso lo que quiero decir. Quiero preguntarle por qué se rindió, por qué decidió quitarse de en medio. Pero temo la respuesta.
—Yo no habría construido algo así ni con todo el tiempo del mundo. —vuelve a levantar la vista hacia el Crossfire. Desde el suelo parece alargarse hasta el infinito, una ilusión óptica que crea la pirámide de lo alto—. Habrá que trabajar mucho para mantener esto en pie. Ocurre lo mismo con un matrimonio. Con el tiempo, tendrás que anteponer una cosa a la otra.
Pienso en ello. ¿Es verdad?
Niego con la cabeza.
—Lo mantendremos en pie juntos.
Me da una palmada en el hombro y el suelo reverbera bajo mis pies. Empieza débilmente, luego se intensifica, hasta que comienzan a llovernos cristales por todos lados. Horrorizado, veo cómo la lejana aguja de la torre estalla y luego se proyecta hacia abajo, las ventanas reventando por la presión.
Me desperté con un grito ahogado, respirando con dificultad. Empujé el peso que notaba en el pecho y palpé un cálido pelaje. Parpadeé y me encontré a Lucky trepándome por encima, emitiendo tenues gemidos.
—¡Pero bueno...! —me senté y me eché el pelo hacia atrás.
Bella dormía a mi lado, hecha un ovillo con las manos bajo la barbilla. A través de las ventanas advertí que el sol se ponía deprisa.
Eché un rápido vistazo al reloj y vi que eran poco más de las cinco de la tarde. Había puesto la alarma del despertador a y cuarto, así que alcancé mi móvil y la quité.
Lucky metió la cabeza debajo de mi antebrazo. Lo sostuve en alto a la altura de los ojos.
—Has vuelto a hacerlo.
Me había despertado de una pesadilla. ¿Quién demonios sabía si lo hacía conscientemente o no? Yo se lo agradecía de todas maneras. Lo froté de arriba abajo y salí de la cama sin hacer ruido.
—¿Te estás levantando? —preguntó Bella.
—Tengo que ir a ver al doctor Vulturi.
—Ah, sí. Se me había olvidado.
Había considerado la posibilidad de no acudir a la cita, pero Bella y yo nos marcharíamos pronto de luna de miel y no vería al buen doctor durante un mes.
Imaginaba que podría aguantar el tipo hasta entonces.
Dejé a Lucky en el suelo y me dirigí al baño.
—¡Oye! —me llamó—. Esta noche he invitado a Royce a cenar.
Di un paso en falso y me paré en seco.
Me volví.
—No me mires así —dijo al tiempo que se sentaba y se frotaba los ojos con los puños—. Se siente solo, Edward. Está solo, sin su familia. Lo está pasando mal. He pensado que podría preparar algo sencillo de cena y ver una película. Para que se olvide del divorcio durante un rato.
Suspiré. Así era mi esposa. Siempre protegiendo a los extraviados y los heridos.
¿Cómo iba a criticarla por ser la mujer de la que me había enamorado?
—Vale. —dije.
Ella sonrió. Merecía la pena seguirle la corriente con tal de verla sonreír.
—Acabo de ver la entrevista —dijo el doctor Vulturi, cuando se sentaba en su sillón— Mi mujer me lo dijo hace un rato y he podido seguirla en internet. Bien hecho. Me ha gustado.
Tirándome de las perneras de los pantalones, me senté en el sofá.
—Un mal necesario, pero estoy de acuerdo, salió bien.
—¿Qué tal está Bella?
—¿Me está preguntando que cómo reaccionó al ver la foto?
El doctor Vulturi sonrió.
—Me imagino su reacción. ¿Qué tal está ahora?
—Está bien. —aún me entraban escalofríos con el recuerdo de lo mal que se había puesto—. Estamos bien.
Lo que no evitaba que me hirviera la sangre cada vez que pensaba en ello. Esa foto existía desde hacía meses. ¿Por qué guardarla y sacarla a la luz en estos momentos?
Habría sido noticia en mayo.
La única respuesta que se me ocurría era que querían hacerle daño a Bella. Tal vez abrir una brecha entre nosotros. Querían humillarnos a los dos.
Alguien pagaría por ello. Cuando me hubiera tomado la revancha, sabrían lo que era bueno. Y sufrirían, como habíamos sufrido Bella y yo.
—Bella y tú decís que las cosas van bien. ¿Qué significa eso?
Giré los hombros hacia atrás para eliminar tensión.
—Tenemos una relación... sólida. Ahora hay una estabilidad que no había antes.
El terapeuta dejó la tableta en el reposabrazos y me miró a los ojos.
—Ponme un ejemplo.
—La foto es uno bueno. Hubo un tiempo en nuestra relación que nos habría jodido de verdad.
—Y esta vez es diferente.
—Muy diferente. Bella y yo discutimos porque mi despedida de soltero fuera a celebrarse en Río. Es muy celosa. Siempre lo ha sido y no me importa. En realidad, me gusta. Pero no me gusta que se torture con ello.
—Los celos hunden sus raíces en la inseguridad.
—Cambiemos las palabras, entonces. Es territorial. No volveré a tocar a otra mujer en lo que me resta de vida y ella lo sabe. Pero tiene una imaginación muy viva, y en esa foto están todos sus temores a todo color.
El doctor Vulturi estaba dejando que hablara yo, pero por un momento no pude.
Tuve que sacarme esa imagen —y toda la ira que me provocaba— de la cabeza para poder continuar.
—Bella se encontraba a miles de kilómetros de distancia cuando esa mierda explotó en internet y yo no tenía ninguna prueba de que era falso. Sólo mi palabra, y ella me creyó. Sin preguntas. Sin dudas. Me expliqué como pude y lo aceptó.
—Y eso te sorprende.
—Sí, me... —hice una pausa—. En realidad, ahora que hablo de ello, me doy cuenta de que no me sorprendió.
—¿No?
—Los dos tuvimos un momento difícil, pero no la cagamos. Fue como si supiéramos cómo arreglar las cosas entre nosotros. Y sabíamos que lo haríamos. Tampoco había ninguna duda.
Él sonrió con delicadeza.
—Estás siendo muy franco. En la entrevista y ahora.
Me encogí de hombros.
—Es sorprendente lo que es capaz de hacer un hombre cuando se enfrenta a la posibilidad de perder a la mujer sin la que no puede vivir.
—Te cabreaste mucho con su ultimátum. Le guardabas rencor. ¿Aún se lo guardas?
—No. —la respuesta me salió sin dudar, aunque nunca olvidaría lo mal que me había sentido cuando ella se empeñó en que nos separásemos— Si quiere que hable, hablaré. Da igual lo que le suelte, el humor en el que me encuentre, lo mal que se sienta ella cuando lo oiga... Bella puede soportarlo. Y me ama más. Mucho más.
Me eché a reír, sorprendido por la oleada de dicha que me invadió de repente.
El doctor Vulturi enarcó las cejas con una sonrisa en los labios.
—Nunca te había oído reír de esa manera.
Yo negué con la cabeza desconcertado.
—No se acostumbre.
—No sé yo. Hablar más, reír más... Ambas cosas van de la mano, ¿sabes?
—Depende de quién hable.
Su mirada era cálida y compasiva.
—Dejaste de hablar cuando tu madre dejó de escuchar.
Mi sonrisa se desvaneció.
—Hay quien piensa que los hechos dicen más que las palabras —continuó—, pero aun así necesitamos palabras. Necesitamos hablar y necesitamos que se nos oiga.
Me quedé mirándolo, acelerándoseme el pulso de manera inexplicable.
—Tu mujer te escucha, Edward. Te cree. —se echó hacia adelante—. Yo te escucho y te creo. Así que vuelves a hablar y obtienes una respuesta diferente de la que te habías acostumbrado a esperar. Abre posibilidades, ¿verdad?
—Me abre a mí, querrá decir.
Asintió.
—Cierto. Al amor y la aceptación. A la amistad. A la confianza. A un mundo nuevo, en realidad.
Me froté el cogote.
—Y ¿qué se supone que debo hacer?
—Para empezar, reír más. —el doctor Vulturi se echó hacia atrás con una sonrisa
en los labios y volvió a coger su tableta—. Luego ya veremos.
Entré en el vestíbulo de casa con Nina Simone y Lucky como sonidos de fondo, sintiéndome bien. El cachorro ladraba al otro lado de la puerta, arañándola como un loco. Sonriendo a pesar de mí mismo, giré el pomo y me agaché para coger aquel cuerpecillo inquieto cuando se lanzó hacia mí por la abertura.
—Me has oído llegar, ¿a que sí? —cuando me puse de pie, lo mecí contra mi pecho y dejé que me lamiera la mejilla mientras yo le acariciaba el lomo.
Entré en el salón a tiempo para ver a mi padrastro levantarse de donde había estado sentado en el suelo. Me saludó con una cálida sonrisa y una mirada aún más cálida, hasta que se moderó un poco y corrigió la expresión.
—Hola. —me saludó, acortando la distancia que nos separaba. Vestía unos vaqueros y un polo, pero se había quitado los zapatos, dejando ver unos calcetines rojos remendados con hilo rojo en las punteras. El pelo, ondulado, del color de un penique desgastado, lo tenía más largo de lo que nunca le había visto, y una barba de varios días le oscurecía la mandíbula.
Me quedé inmóvil, los pensamientos se me agolpaban en la cabeza. Por un momento, Royce me había mirado como hacía el doctor Vulturi. Como hacía Marco.
Como me miraba mi padre en sueños.
Incapaz de sostenerle la mirada, me tomé unos segundos para dejar a Lucky en el suelo e inspirar profundamente. Cuando me enderecé, me encontré con que Royce me tendía la mano.
Con ese hormigueo que me era tan familiar, fui consciente de su presencia antes de verla y, cuando miré detrás de él, descubrí a Bella en la entrada de la cocina. Su mirada se cruzó con la mía, suave, tierna y llena de amor.
Algo en él había cambiado radicalmente. Aquel saludo tan natural me recordó a cómo eran las cosas entre nosotros hacía unos años. Hubo un tiempo en que Royce no había sido tan formal conmigo, un tiempo en que me había mirado con afecto. Había dejado de hacerlo porque yo se lo pedí. Él no era mi padre. Nunca sería mi padre. No se me ocultaba que yo era sólo la carga que venía con el hecho de que se hubiera enamorado de mi madre. No hacía falta que fingiera que yo le importaba una mierda.
Pero, por lo visto, había fingido que yo no le importaba.
Le estreché la mano y le di un rápido abrazo, palmeándole la espalda firmemente pero con suavidad. Él no me soltaba, y yo me quedé petrificado; los ojos se me fueron a Bella.
Ella hizo como que me servía algo de beber, y luego se retiró para servirme una copa de verdad.
Royce me soltó, retrocediendo y aclarándose la garganta. Detrás de sus gafas de montura dorada, tenía los ojos brillantes y húmedos.
—¿Un martes informal? —preguntó bruscamente, mirándome los vaqueros y la camiseta— Trabajas demasiado. Sobre todo teniendo a esa monada de perro y a tu preciosa mujer esperándote en casa.
«Tu mujer te escucha, Edward. Te cree. Yo te escucho y te creo.»
Mi padrastro también me creía. Y le estaba costando. Me daba cuenta de lo que estaba ocurriendo, lo reconocía de los tiempos en que yo mismo me había sentido así. Separarme de Bella había sido casi como la muerte en vida, y nuestra relación seguía siendo nueva. Royce había estado casado con mi madre más de dos décadas.
—Tenía cita con mi terapeuta. —le dije. Esas palabras, tan normales, sonaron ajenas a mis oídos, como si fueran más propias de una persona inestable mentalmente que cuenta demasiadas cosas íntimas.
Él tragó saliva.
—Estás viendo a alguien... Eso es bueno, Edward. Me alegra oírlo.
Bella apareció con una copa de vino en la mano.
Me la tendió, levantando la barbilla para ofrecerme la boca. La besé, sellando nuestros labios durante un largo y dulce momento.
—¿Tienes hambre? —preguntó cuándo la solté.
—Canina. —dije.
—Vamos, entonces.
La miré de arriba abajo mientras nos precedía camino de la cocina, admirando cómo sus pantalones piratas le ceñían el exuberante trasero. Iba descalza y el pelo le caía con suavidad sobre los hombros. Con la cara lavada y algo de brillo en los labios, estaba deslumbrante.
Bella había dispuesto que comiéramos en la isla de la cocina, poniéndonos a Royce y a mí en el lado de los taburetes, mientras que ella estaba enfrente y comía de pie. Era así de espontánea y relajada, como la atmósfera que había creado.
Tres velas aromatizaban el ambiente con una fragancia de cítricos y especias. La cena consistía en ensalada de bistec a la plancha con queso gorgonzola, rodajas de cebolla roja, pimientos rojo y amarillo y una vinagreta picante. En un cestillo forrado con tela se mantenía caliente pan de ajo tostado, y una botella de vino tinto, decantado, iba a servirse en copas sin pie.
No dejaba de mirar a Bella mientras se movía al ritmo de la música a la vez que comía y charlaba con Royce sobre la casa de la playa de los Outer Banks. De pronto me acordé de cómo era el ático antes de que ella empezara a mudarse. Era la casa donde vivía yo, pero no podía decir que fuera un hogar. De alguna manera debía de saber que ella estaba a punto de aparecer en mi vida cuando lo compré.
Ese lugar la esperaba, al igual que yo, la necesitaba para darle vida.
—Tu hermana va a venir conmigo a la cena de mañana, Edward —dijo Royce— Está entusiasmada.
Bella frunció el ceño.
—¿Qué cena?
Él enarcó las cejas.
—A tu marido se le va a hacer un homenaje por su generosidad.
—¿En serio? —Bella abrió mucho los ojos y dio un saltito—. Y ¿vas a dar un discurso?
—Eso es lo que se espera siempre, sí. —respondí divertido.
—¡Yupi! —se puso a saltar y a aplaudir como si fuera una animadora—. Me encanta oírte hablar.
Por una vez, pensé que a lo mejor hasta me gustaba hacerlo, dado que la sola idea le ponía a Bella aquel provocativo brillo en los ojos.
—Me apetece muchísimo ver a Alice —añadió— ¿Es de etiqueta?
—Sí.
—¡Doble yupi! Tú vestido de esmoquin, dando un discurso. —se frotó las manos.
Royce se reía.
—Está claro que tu mujer es tu mayor admiradora.
Ella le hizo un guiño.
—Y que lo digas.
Saboreé el vino antes de tragarlo.
—Nuestra agenda social debería estar sincronizada con tu teléfono, cielo. —dije.
La sonrisa de Bella se convirtió en un ceño fruncido.
—Creo que no lo está.
—Lo miraré.
Apoyándose en el respaldo de la silla, Royce se llevó la copa al pecho y suspiró.
—Una cena estupenda, Bella. Gracias.
Ella le restó importancia con un gesto de la mano.
—No era más que una ensalada, pero me alegra que te haya gustado.
Pasé de mirarla a ella a mirar a mi padrastro. Me debatía entre decir algo o no, devanándome los sesos. Las cosas estaban bien como estaban. A veces los cambios fastidiaban asuntos que antes iban bien.
—Deberíamos hacer esto más a menudo. —las palabras me salieron de la boca sin que me diera cuenta.
Él se me quedó mirando un momento, luego bajó la vista a su copa y carraspeó.
—Me encantaría, Edward. —volvió a mirarme—. Te acepto el ofrecimiento cuando quieras.
Hice un gesto con la cabeza. Bajándome del taburete, recogí su plato y el mío y los llevé al fregadero.
Bella me siguió y me dio el suyo. Cruzamos la mirada y ella sonrió. Luego volvió con Royce.
—Vamos a abrir otra botella de vino.
—Llevamos dos semanas de adelanto. A menos que suceda algún imprevisto, deberíamos terminar enseguida.
—Excelente. —me levanté y estreché la mano al gestor de proyectos—. Estás haciendo un buen trabajo, Leo.
Abrir el nuevo complejo Crosswinds antes de lo previsto reportaba innumerables beneficios, y no era el menor de ellos hacer coincidir las necesarias inspecciones finales con un tiempo de recreo en compañía de mi mujer.
—Gracias, señor Cross. —recogió el material y se enderezó. Leo Aigner era un hombre robusto, con el pelo rubio, que empezaba a perder, y una gran sonrisa. Era muy trabajador, se ajustaba estrictamente a los plazos y se adelantaba siempre que podía—. Enhorabuena, por cierto. He oído que se ha casado hace poco. —añadió.
—Sí, es cierto. Gracias.
Lo acompañé hasta la puerta de mi despacho y, cuando se marchó, miré el reloj.
Bella iba a venir al Crossfire a mediodía para almorzar con Emmett y su prometido Seth.
Quería verla. Deseaba saber su opinión antes de seguir adelante con algo en lo que llevaba pensando todo el día.
—Señor Cross. —Mike estaba en la puerta, interceptándome cuando me dirigía a mi escritorio.
Lo miré interrogante.
—Lauren Johnson lleva media hora aguardando en recepción. ¿Qué quiere que le diga a Cheryl?
Pensé en Bella.
—Dile que haga pasar a la señorita Johnson.
Mientras esperaba, envié un mensaje de texto a mi mujer.
Concédeme un rato antes de irte del Crossfire. Tengo que preguntarte algo.
¿Una reunión en persona? —respondió— ¿Estás pensando en mi trasero y en mis tetas otra vez?
Siempre, contesté.
Así me encontró Lauren Johnson, sonriéndole al teléfono.
Levanté la vista cuando entró y toda mi diversión desapareció al instante. Iba vestida con un traje pantalón blanco, con una gargantilla de oro alrededor del cuello; era evidente que había cuidado mucho su aspecto. El pelo, oscuro, le caía ondulado hasta los hombros, y se había maquillado con intención dramática.
Se acercó a mi mesa.
—Señorita Johnson. —dejé el teléfono a un lado y me acomodé en el sillón antes de que ella se sentara— No dispongo de mucho tiempo.
Ella tensó la boca.
Tiró el bolso en la silla más cercana y permaneció de pie.
—¡Me prometiste una exclusiva de tus fotos de boda!
—Es cierto. —y, como recordaba lo que había obtenido a cambio, me hice con el mando que cerraba la puerta de mi despacho.
Plantó las manos encima de mi mesa y se inclinó sobre ella.
—Te di toda la información sobre el vídeo sexual de Isabella y Garrett Kline. Cumplí con mi parte del acuerdo.
—Mientras convencías a Rosalie para que te entregara lo que necesitabas para escribir un libro sobre mí.
Algo le cruzó la mirada.
—¿Acaso crees que me estaba tirando un farol durante la entrevista? —pregunté sin alterarme, echándome hacia atrás y juntando las yemas de los dedos—. ¿Que no sabía que la escritora fantasma eras tú?
—¡Eso no tiene nada que ver con el trato que habíamos hecho!
—¿Ah, no?
Lauren se apartó de la mesa en una violenta explosión de movimiento.
—¡Maldito cabrón hijo de puta! A ti no te importa nadie excepto tú mismo.
—Eso ya lo habías dicho. Lo que me lleva a preguntarme: ¿por qué te fiaste de mí?
—Estupidez total. Creí que eras sincero cuando te disculpaste.
—Era sincero. Lamento mucho haberte follado.
La cara se le tiñó de furia y vergüenza.
—Te odio. —dijo entre dientes.
—Lo sé. Desde luego, eres muy libre de hacerlo, pero te sugiero que, antes de llevar a cabo una campaña contra mí o mi mujer, lo pienses dos veces. —me levanté—. Vas a salir por esa puerta y me olvidaré de que existes... otra vez. No te gustaría que pensara en ti, Lauren. Ni te imaginas por dónde irían mis pensamientos.
—¡Podría haber hecho una fortuna con ese vídeo! —exclamó en tono acusador—. E iban a pagarme mucho dinero por escribir ese libro. Tus fotos de boda habrían sido muy valiosas. Y ahora, ¿qué tengo? Me lo has quitado todo. Estás en deuda conmigo.
Enarqué una ceja.
—¿Ya no quieren que escribas ese libro? Qué interesante.
Ella se enderezó, intentando recobrar la compostura.
—Rosalie no lo sabía. No sabía lo nuestro.
—Aclarémoslo de una vez por todas: «lo nuestro» no ha existido nunca. —me sonó el móvil con un mensaje de Raúl, que me hacía saber que estaba llegando al Crossfire con Bella. Me acerqué al perchero—. Querías follar y follamos. Pero si me querías a mí, bueno, yo no soy responsable de tus exageradas expectativas.
—¡No te responsabilizas de nada! Utilizas a la gente.
—Tú también me utilizaste a mí. Para echar un polvo. Para engordar tu cuenta bancaria. —me enfundé la chaqueta—. Y, en cuanto a lo que te debo por tus pérdidas económicas, mi mujer me ha sugerido que te ofrezca un trabajo.
Sus ojos negros se abrieron como platos.
—¿Bromeas?
—Ésa fue mi respuesta también. —cogí el móvil y me lo guardé en el bolsillo— Pero lo decía muy en serio, así que he preparado una oferta. Si te interesa, Mike te pondrá en contacto con alguien de recursos humanos.
Me dirigí a la puerta.
—Ya conoces la salida. —terminé.
No era necesario que bajara al vestíbulo. Bella tenía planes para almorzar y lo que tenía que decirle no daría ni para una breve conversación.
Pero quería verla. Tocarla aunque sólo fuera un momento. Recordarme a mí mismo que el hombre que era cuando follaba con mujeres como Lauren ya no existía. Nunca más el olor a sexo volvería a revolverme el estómago ni haría que me desollara vivo bajo la ducha.
Pasaba por los torniquetes de seguridad del vestíbulo cuando vi que Raúl entraba detrás de Bella por la puerta giratoria y volvía luego a su puesto fuera. Mi mujer llevaba un mono color vino con unos tacones de vértigo, tan delicados que no sé cómo no se rompían. Los finos tirantes dejaban al descubierto sus hombros bronceados, y de las orejas le colgaban unos aros dorados. Las gafas de sol que lucía le ocultaban parcialmente la cara, y los ojos se me fueron a aquella boca que horas antes me había anillado la verga. Llevaba un bolso de mano, y cruzaba el suelo de mármol estriado con un seductor contoneo de caderas.
La gente volvía la cabeza al verla pasar. Algunas de esas miradas se detenían a admirarle el trasero.
¿Qué pensarían esas personas si supieran que, en lo más profundo de su ser, seguía bañada en mi leche? Que tenía los pezones tiernos de mis succiones e hinchados los regordetes labios de su perfecto coñito del roce de mi polla entre ellos.
Sabía lo que pensaba yo: «Mío. Todo mío».
Como si ella sintiera el ardor de esa silenciosa reivindicación, volvió la cabeza de repente y me vio. Separó los labios. Pude ver cómo le subía y le bajaba el pecho con una rápida inhalación.
«Aquí lo mismo, cielo. Como si me dieran un puñetazo en el estómago cada vez.»
—Campeón.
Poniéndole las manos en su esbelta cintura, la acerqué a mí y la besé en la frente, aspirando el aroma de su perfume.
—Cielo.
—Qué grata sorpresa —musitó, venciéndose hacia mí— ¿Vas a salir?
—Sólo quería verte.
Se apartó un poco, con un brillo de placer en los ojos.
—Te ha dado fuerte, ¿eh?
—Es muy contagioso. Me lo has pegado tú.
—¡No me digas! —su risa era como un cálido torrente de amor que lo inundaba todo.
—Ahí está el gran hombre en persona. —dijo Seth al llegar a nuestro lado— Enhorabuena, a los dos.
—Seth. —Bella se giró y dio un abrazo a aquel fornido pelirrojo.
Él la apretó hasta separarle los pies del suelo.
—El matrimonio te sienta bien.
La soltó y me estrechó la mano.
—A ti también. —me dijo.
—Sienta bien. —repuse.
Seth sonrió.
—Yo lo estoy deseando. Emmett lleva años haciéndome esperar.
—No puedes seguir dándome la lata con eso.—dijo Emmett, apareciendo de repente. Él también me estrechó la mano— Enhorabuena, señor Cross.
—Gracias.
—¿Vienes con nosotros a almorzar? —preguntó Seth.
—No lo había pensado.
—Estaríamos encantados. Cuantos más seamos, mejor. Vamos a ir al Bryant Park Grill.
Miré a Bella. Se había colocado las gafas en lo alto de la cabeza y me observaba expectante. Con un gesto, me animó a acompañarlos.
—Tengo que ponerme al día. —respondí, lo que no era mentira.
Llevaba dos días de retraso. Como debía adelantar el trabajo antes de marcharnos de luna de miel, tenía pensado quedarme a comer y trabajar.
—Tú eres el jefe —dijo Bella—. Podrías hacer novillos si quisieras.
—Es usted una mala influencia, señora Cross.
Me agarró del brazo y me llevó hacia la puerta.
—Te encanta.
Eché el freno y miré a Emmett.
—Sé que está ocupado —dijo—. Pero sería muy agradable que nos acompañara.
Me gustaría hablarle de algo.
Me dejé convencer.
Salimos a la calle, e inmediatamente sentimos el bofetón del calor del día y los ruidos de la ciudad. Raúl esperaba junto al bordillo con la limusina, cruzando la mirada con la mía antes de abrir la puerta a Bella.
Un resplandor hizo que volviera la cabeza, atrayendo mi atención hacia el teleobjetivo de una cámara con el que nos acechaban desde un coche aparcado al otro lado de la calle.
Le planté a Bella un beso en la sien antes de que entrara en la parte de atrás. Ella me miró, toda contenta y sorprendida. No le di explicaciones. Me había pedido más fotos nuestras para combatir la publicación del libro de Rosalie. No me costaba nada mostrarle mi afecto, tanto si el maldito libro llegaba a ver la luz como si no.
El Bryant Park quedaba cerca. Al cabo de unos momentos nos encontrábamos ante los escalones de la calle, y yo estaba volviendo atrás en el tiempo al acordarme de cuando Bella y yo nos peleamos en ese mismo lugar. Ella había visto una foto mía con Carmen, una mujer a la que yo consideraba amiga de la familia desde hacía mucho tiempo pero de la que se rumoreaba que era mi amante. Yo había visto una foto de Bella con Jasper, un hombre al que ella quería como a un hermano pero de quien se rumoreaba que era su amante y compañero de piso.
A ambos nos corroían los celos, con una relación recién estrenada y atrofiada ya por los muchos secretos que había entre nosotros. Estaba obsesionado con ella, mi mundo se tambaleaba para darle cabida. Incluso llena de furia, me había mirado con amor y acusado de no saberlo cuando lo veía. Pero sí lo sabía. Sí lo veía. Me aterrorizaba como nada en el mundo. Y me dio esperanza, por primera vez en la vida.
Bella me miró cuando nos acercábamos a la entrada cubierta de hiedra del restaurante, y me di cuenta de que ella también se acordaba. Habíamos vuelto después a ese lugar, cuando Garrett Kline intentó reconquistarla. Ella ya me pertenecía entonces, en sus dedos llevaba mis anillos, estábamos comprometidos.
Éramos más fuertes que nunca, pero ahora... Ahora nada nos haría tambalear. Estábamos firmemente anclados.
—Te quiero. —dijo cuándo entrábamos detrás de Emmett y Seth.
El bullicio del concurrido restaurante nos asaltó. El sonido metálico de los cubiertos en la vajilla, el zumbido de las múltiples conversaciones, el apenas perceptible hilo musical y el ajetreo de una cocina con mucho movimiento.
Curvé los labios en una sonrisa.
—Lo sé. —dije.
Nos sentamos inmediatamente y un camarero vino enseguida a tomar nota de las bebidas.
—¿Pedimos champán? —preguntó Seth.
—¡Venga ya! Sabes que tengo que volver a trabajar. —respondió Emmett.
Seguía agarrando a mi mujer de la mano por debajo de la mesa.
—Vuelve a preguntarlo cuando trabaje para mí. Entonces lo celebraremos.
Seth sonrió.
—Hecho.
Pedimos las bebidas —agua con y sin gas y una limonada—, y el camarero se marchó a por ellas.
—La cuestión es la siguiente —empezó Emmett, irguiéndose en la silla—. Una de las razones por las que Bella dejó el trabajo fue por la propuesta de UleyCorp...
Ella se le adelantó, sonriendo como el gato que se comió al canario:
—Sam Uley te ha ofrecido un trabajo.
Emmett abrió los ojos desmesuradamente.
—¿Cómo lo sabes?
Bella me miró y luego a él otra vez.
—No irás a aceptarlo, ¿verdad?
—No. —Emmett se nos quedó mirando a los dos—. Habría sido un paso lateral. Nada parecido al empujón hacia adelante que me supondrá Cross Industries. Y, además, recordé lo que me dijiste acerca de que había animosidad entre Uley y Cross. Lo comprobé cuando te marchaste. Conociendo los antecedentes, el asunto no me parecía bien: que declinara trabajar con nosotros y que luego tratara de cazarme.
—Puede que sólo te quiera a ti, sin la agencia. —dijo Bella.
—Eso es lo que dije yo. —coincidió Seth.
Naturalmente, pensé, porque él creía en su pareja. Pero, al parecer, Emmett tenía mejor criterio.
Bella me miró. En sus ojos vi claramente el «ya te lo dije».
Le apreté la mano.
—Tú no lo crees. —replicó Emmett, dándonos la razón a los dos.
—No —respondió ella—. No lo creo. Voy a serte sincera, les tendí una trampa. Les dije que Edward y yo te apreciamos mucho y que estábamos deseando volver a trabajar contigo. Quería ver si mordían el anzuelo. Supuse que, si era una buena oferta, estaba haciéndote un favor. Y, si no lo era, pues todos tan contentos.
Emmett frunció el ceño.
—Pero ¿por qué lo hiciste? ¿No quieres que me quede en Cross Industries?
—Por supuesto que sí, Emmett —tercié yo—. Bella fue sincera con ellos.
—Estaba tanteando el terreno —dijo ella—. Dudé si decírtelo o no, pero no quería que te sintieras incómodo si él te ofrecía un trabajo tan estupendo que podrías plantearte seriamente aceptar.
—Entonces ¿qué haces ahora? —preguntó Seth.
—¿Ahora? —Bella se encogió de hombros— Edward y yo estamos organizando una ceremonia para renovar nuestros votos matrimoniales y después nos vamos de luna de miel. Sam Uley es un problema que no va a desaparecer así como así. Seguirá por ahí, haciendo de las suyas. Yo no lo subestimaría. Y Emmett va a empezar un magnífico nuevo trabajo en Cross Industries.
Bella me miró y lo supe. Como todas las demás batallas, la de Uley ya no tendría que librarla yo solo. Mi mujer estaría ahí, haciendo lo que pudiera por mí, peleando la buena batalla.
Emmett esbozó una blanca sonrisa enmarcada por su perilla.
—Suena bien.
—¿Quieres jugar a la secretaria traviesa otra vez? —susurró Bella.
Mientras entrábamos en mi despacho, me agarró de una mano y con la otra me rodeó el bíceps. La miré de reojo, disfrutando de la insinuación, y vi una cálida risa en sus ojos.
—Hoy tengo que trabajar un poco. —dije secamente.
Me hizo un guiño y me soltó, sentándose sumisamente en una de las sillas que había frente a mi mesa.
—¿En qué puedo ayudarlo, señor Cross?
Yo sonreía mientras colgaba la chaqueta en el perchero.
—¿Qué te parece si le pido a Royce que esté a mi lado en nuestra boda?
Me volví justo a tiempo para ver su sorpresa.
—¿En serio?
—¿Opiniones?
Se apoyó en el respaldo y cruzó las piernas.
—Primero me gustaría oír las tuyas.
Me senté en la silla que había al lado de la suya en lugar de hacerlo en la de mi escritorio. Isabella era mi compañera, mi mejor amiga. Afrontaríamos ese asunto y todo lo demás hombro con hombro.
—Después del fin de semana en Río, iba a pedírselo a Arnoldo, una vez que lo hubiera hablado contigo.
—Me parecería bien —dijo, y comprendí lo que quería decir—. Es una decisión que deberías tomar por ti mismo, no por mí.
—Él entiende lo que hay entre nosotros, y eso es bueno para los dos.
Bella sonrió.
—Me alegro.
—Yo también. —me froté la mandíbula—. Pero después de lo de anoche...
—¿Qué parte de anoche?
—La cena con Royce. Me hizo pensar. Las cosas han cambiado. Y hay algo que me dijo el doctor Vulturi. Yo...
Bella me agarró de la mano.
No sabía cómo expresarlo.
—Quiero que a mi lado haya alguien que lo sepa todo cuando vengas camino del altar. No quiero fingimientos, no para algo tan importante. Cuando nos miremos el uno al otro y pronunciemos nuestras promesas, quiero que sea... verdadero.
—Oh, mi amor. —se levantó de la silla y se puso en cuclillas junto a mis rodillas. Sus ojos se iluminaron y se humedecieron, como el cielo tormentoso después de la lluvia—. Eres una hermosura de hombre —susurró—. Ni siquiera sabes lo romántico que eres.
Le rodeé la cara con las manos, secándole con los pulgares las lágrimas que le corrían por las mejillas.
—No llores. No lo soporto.
Me agarró de las muñecas y se levantó, apretando la boca contra la mía.
—No puedo creer que sea tan feliz —dijo susurrando las palabras contra mi piel—. A veces no parece real. Como si estuviera soñando y fuera a despertarme y a darme cuenta de que sigo en el suelo del vestíbulo, viéndote por primera vez e imaginando todo esto porque estoy loca por ti.
La ayudé a levantarse y la senté en mi regazo, hundiendo la cara en su cuello. Ella siempre veía lo que yo no.
Me pasó las manos por el pelo y por la espalda.
—Royce estará encantado.
Cerré los ojos y la estreché con fuerza.
—Ha sido obra tuya.
Bella hacía que todo fuera posible, que yo fuera posible.
—¿Ah, sí? —rio suavemente, echándose hacia atrás para tocarme la cara con dulzura—Eres tú, campeón. Yo sólo soy la afortunada que consigue un asiento en primera fila.
De pronto, el matrimonio no me parecía suficiente para salvaguardar lo que ella significaba para mí. ¿Por qué no existía algo más vinculante que un mero trozo de papel que me diera el derecho de llamarla mi esposa? Los votos eran una promesa, pero lo que yo necesitaba era la garantía de que la tendría todos los días de mi vida.
Quería que el corazón me latiera al ritmo del suyo y que se detuviera cuando lo hiciera el suyo.
Volvió a besarme, con delicadeza. Con dulzura. Sus labios eran toda suavidad.
—Te quiero.
Nunca me cansaría de oírlo. Siempre necesitaría oírlo. Palabras que, como había dicho el doctor Vulturi, necesitaban ser dichas y oídas.
—Te quiero.
Más lágrimas.
—Vaya, estoy hecha un desastre. —volvió a besarme—. Y tú tienes que trabajar.
Pero no puedes quedarte mucho tiempo. Me voy a divertir ayudándote a ponerte el esmoquin... y a quitártelo.
La dejé ir cuando se deslizó y se levantó, pero no podía quitarle los ojos de encima.
Cruzó el despacho y desapareció en el baño. Yo me quedé allí sentado, sin saber si tendría fuerzas para levantarme. Bella conseguía que me temblaran las piernas, que el pulso se me desbocara.
—Bella. —mi madre entró en el despacho con Mike pisándole los talones—. Tengo que hablar contigo.
Me levanté y con un gesto le dije a Mike que no pasaba nada. Se retiró, cerrando la puerta. La emotividad de Bella se diluyó, dejándome vacío y frío en su presencia.
Mi madre vestía unos vaqueros oscuros que se le ceñían como una segunda piel y una camisa amplia que se sujetaba a la cintura. Llevaba el pelo, cobrizo y largo, recogido en una cola de caballo, y la cara lavada. La mayoría de la gente habría visto en ella a una mujer imponente que aparentaba menos años de los que tenía.
Pero yo sabía que estaba tan cansada y hastiada como Royce. Sin maquillaje, sin joyas... No era propio de ella.
—¡Qué sorpresa! —exclamé, poniéndome en mi sitio detrás de la mesa—. ¿Qué te trae a la ciudad?
—Acabo de dejar a Rosalie. —se acercó hasta mi escritorio y permaneció de pie, igual que Lauren unas horas antes—. Está hecha polvo por esa entrevista que diste ayer. Completamente destrozada. Tienes que ir a verla y hablar con ella.
Me quedé mirándola, incapaz de comprender de qué iba.
—Y ¿por qué tendría que hacerlo?
—Por el amor de Dios. —saltó, mirándome como si me hubiera vuelto loco— Tienes que disculparte. Dijiste algunas cosas hirientes...
—Dije la verdad, que probablemente es más de lo que puede decirse del libro que quiere publicar.
—Ella ignoraba que hubieras tenido una historia con esa mujer, la que iba a escribirlo. En cuanto se enteró, le dijo al editor que no podría trabajar con esa persona.
—Me da igual quién escriba el libro. Otro autor no cambiará el hecho de que Rosalie está violando mi intimidad y sacando a la luz algo que podría hacer daño a mi mujer.
Ella alzó el mentón.
—No puedo ni hablar de tu mujer, Edward. Estoy dolida. No, estoy furiosa porque te has casado sin tu familia, sin tus amigos. ¿Eso no te dice nada? ¿Qué tuviste que hacer algo tan importante sin la bendición de la que gente que te quiere?
—¿Estás insinuando que nadie habría dado su aprobación? —crucé los brazos— Desde luego, eso no es verdad pero, aunque lo fuera, elegir a la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida no se decide por mayoría. Isabella y yo nos casamos en privado porque era íntimo y personal y no teníamos por qué hacer partícipes a nadie más.
—¡Pero si se lo has contado a todo el mundo! ¡Antes de decírselo a tu familia! No puedo creer que pudieras ser tan desconsiderado e insensible. Tienes que arreglar las cosas —dijo con vehemencia—. Tienes que responsabilizarte del dolor que causas a los demás. No te he educado para que te comportes de esta manera. No sabes lo decepcionada que estoy.
Capté movimiento a sus espaldas y vi a Bella ocupando la entrada del cuarto de baño, con expresión de ira y los puños apretados a ambos lados. Le hice un gesto cortante con la cabeza para que se mantuviera al margen. Bastante había luchado ya esa batalla por mí. Ahora me tocaba a mí, y por fin estaba preparado.
Cogí el mando y oscurecí la pared de cristal.
—No vengas a darme lecciones sobre infligir dolor o sentirse decepcionado, madre.
Ella echó la cabeza hacia atrás como si le hubiera dado una bofetada.
—No emplees ese tono conmigo.
—Tú sabías lo que me estaba sucediendo y no hiciste nada para evitarlo.
—No pensarás hablar de eso otra vez. —golpeó el aire con la mano.
—¿Cuándo hemos hablado de ello? —repliqué—. Te lo dije, pero nunca estuviste dispuesta a discutirlo.
—¡No me eches a mí la culpa!
—Me violó.
Las palabras sonaron como un latigazo y quedaron suspendidas en el aire, afiladas como una cuchilla, con toda su crudeza.
Mi madre dio un respingo.
Bella buscó a tientas el marco de la puerta y se agarró con fuerza.
Respirando profundamente para recuperar un mínimo de control, saqué fuerzas de la presencia de mi mujer.
—Me violó —repetí en un tono más calmado, más firme— Durante casi un año, todas las semanas. El hombre al que metiste en casa me toqueteaba. Me sodomizaba. Una y otra vez.
—No sigas. —respiraba con dificultad, agitadamente— No digas esas cosas tan feas y horribles.
—Sucedió. Repetidamente. Mientras tú estabas en otra habitación cercana. Aún jadeaba de excitación cuando aparecía. Me miraba con aquel nauseabundo brillo en los ojos. Y tú no lo veías. Te negabas a verlo.
—¡Eso es mentira!
La furia me consumía, hacía que necesitara moverme, pero me mantuve firme y volví a mirar a Bella. Esta vez, afirmó con la cabeza.
—¿Cuál es la mentira, madre? ¿Qué me violó? ¿O que decidiste mirar para otro lado?
—¡Deja de decir eso! —exclamó irguiéndose—. Te llevé a que te examinaran. Traté de encontrar la prueba...
—¿No te bastaba mi palabra?
—¡Eras un niño con problemas emocionales! Mentías respecto a todo. Sobre cualquier cosa. De las cosas más evidentes.
—Eso me proporcionaba algún control. No tenía poder sobre nada, salvo de las palabras que salían de mi boca.
—Y ¿se suponía que yo tenía que adivinar qué era verdad y qué era mentira? —se inclinó hacia adelante, tomando la ofensiva— Te vieron dos médicos. A uno no le dejaste ni que se acercara...
—Y ¿qué otro hombre me tocara? ¿Te imaginas lo que me aterraba la idea?
—Dejaste al doctor Lucas...
—Ah, sí, el doctor Lucas. —sonreí fríamente—. ¿Quién te habló de él, madre? ¿El hombre que abusaba de mí? ¿O tu médico, que le supervisaba la tesis? En cualquier caso, él te condujo derecha hacia su cuñado, a sabiendas de que el muy respetado doctor Lucas diría cualquier cosa para proteger la reputación de su familia.
Ella retrocedió, tambaleándose hasta chocar contra la silla que tenía detrás.
—Él me sedó —proseguí, recordándolo todavía. El pinchazo de la aguja. La fría mesa. La vergüenza mientras hurgaba en esa parte de mi cuerpo que me hacía temblar de asco— Él me examinó. Y luego mintió.
—Y ¿cómo iba yo a saber eso? —susurró con aquellos ojos tan azules que contrastaban con su pálido semblante.
—Lo sabías —afirmé de manera inexpresiva— Recuerdo la cara que pusiste después, cuando me dijiste que Hugh no volvería y que nunca más volviera a sacar el tema. No te atrevías a mirarme pero, cuando lo hiciste, lo vi en tus ojos.
Miré a Bella. Estaba llorando, abrazándose a sí misma. Me escocían los ojos, pero fue ella la que lloró por mí.
—¿Creías que Royce te dejaría? —me pregunté en voz alta—. ¿Creías que sería demasiado para que lo aceptara tu nueva familia? Durante años, creí que se lo habías dicho, te oí mencionarle al doctor Lucas, pero Royce no lo sabía. Dime qué razón hay para que una esposa tenga que ocultar a su marido algo así.
Mi madre no hablaba, sólo meneaba la cabeza una y otra vez, como si esa silenciosa negación fuera la respuesta a todo.
Di con el puño en la mesa, sacudiendo todo lo que había encima de ella.
—¡Di algo!
—Te equivocas. Te equivocas. Lo tienes todo embarullado. Tú no... —volvió a negar con la cabeza—. No sucedió de esa manera. Estás confundido...
Bella miraba a mi madre desde atrás con una rabia evidente, intensa. Tenía la boca y la mandíbula tensas a causa de la repugnancia que sentía. Se me ocurrió entonces que podía dejar que ella llevara esa carga. Tenía que deshacerme de ella.
Ya no la necesitaba. No la quería.
En cierto sentido yo había hecho lo mismo por ella con Nathan. Lo que había llevado a cabo le había apartado las sombras de los ojos. Ahora vivían en mí, como tenía que ser. Ya la habían rondado bastante a ella.
Henchí el pecho con una aspiración lenta y profunda.
Cuando expulsé el aire, toda la ira y el asco se fueron con él. Permanecí allí parado durante un largo momento, absorbiendo la vertiginosa ligereza que sentí. En mi pecho quedaba una pena infinita, una profunda congoja. Resignación. Una aceptación terrible, clarificadora. Pero me pesaba mucho menos que la disparatada esperanza que albergaba: la de que algún día mi madre me querría lo suficiente para aceptar la verdad.
Esa esperanza había muerto.
Me aclaré la garganta.
—Acabemos con esto —dije—. No voy a ir a ver a Rosalie. Y no pediré perdón por decir la verdad. Se acabó.
Durante un buen rato mi madre no se movió.
Luego se alejó de mí sin decir una palabra y se dirigió hacia la puerta. Unos instantes después, ya no estaba; había desaparecido al otro lado del cristal esmerilado.
Miré a Bella.
Echó a andar hacia mí y yo hacia ella, rodeando la mesa para encontrarnos a medio camino. Me abrazó con tanta fuerza que casi no podía respirar. Pero no necesitaba aire.
La tenía a ella.
¡Hola, nenas! No puedo decir que esta última parte no me rompió el corazón. Sentí las palabras de Edward, el dolor y la confusión y su angustia, todo lo que tuvo que pasar siendo un niño en manos en una madre negligente que permitió que lo abusaran y años después, todavía no es capaz de aceptarlo. Ufff, nunca me había desagradado tanto un personaje como el de Esme. Este es un gran capitulo, donde podemos ver el crecimiento final de Edward en muchos aspectos, no solo en su relación con Bella, sino en su vida familiar, su crecimiento afectivo y como se da cuenta de que es posible dejar ir el dolor para seguir adelante. Gracias a todas por su tiempo y seguir esta historia. Les aviso que vamos por la recta final, con dos capítulos hoy, solo nos faltarían cuatro más y el epilogo para terminar.
Así que estén al pendiente. ¡Les mando besos a la distancia!
Las leo en sus reviews siempre (me encanta leerlas) y no lo olviden que: #DejarUnReviewNoCuestaNada.
—Ariam. R.
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