Capítulo IV.
"Una de las principales formas en que nos conectamos los unos con los otros es comiendo juntos. Parte de la conexión ocurre simplemente por estar en un mismo lugar, a la misma hora, compartiendo la misma comida; pero también nos conectamos a través de acciones específicas, al servirnos comida entre nosotros o brindando. Gran parte de nuestro bienestar proviene de la noción básica de que hay un lugar para nosotros en la mesa. Pertenecemos aquí. Aquí nos sirven y servimos a los demás. Aquí damos y recibimos sustento." —Tomato Blessings and Radish Teachings, de Edward Espe Brown.
En un momento dado, Sakura creyó en el erróneo y arcaico concepto de virginidad. Sakura se había criado en un ambiente familiar conservador, guiada bajo los tradicionalistas valores morales y sociales de su padre, y el modesto decoro de su madre. Bajo su crianza, los temas relacionados al sexo y la intimidad habían sido inminentemente prohibidos – una norma tácita.
Todo lo que Sakura había aprendido de la higiene íntima y ciclos menstruales había sido a manos de Ino. Sus primeras toallas femeninas y tampones habían sido un regalo de esta. Sakura siempre recordará lo sorpresivamente gentil y servicial que se había mostrado Ino, tan pronto como, confundida y angustiada, le había tironeado de la blusa. Con los muslos bien apretados entre sí, una extensa mancha caoba que continuaba por expandirse por la zona de la entrepierna de sus pantaloncillos y los ojos llorosos, le había solicitado ayuda. Había sido una conversación vergonzosa. Entre reprimendas y sonrojos, Sakura comprendió que aquel incidente era más que natural y continuaría por ocurrirle con exhaustiva frecuencia, por un largo, largo tiempo.
Ese mismo día, Sakura le informó a su madre que había tenido su primer período. Con un lacónico asentimiento y sin decir palabra alguna, Mebuki continuó con los preparativos de la cena. Al día siguiente, cuando volvió de la Academia, Sakura encontró un pequeño neceser sobre su cama, repleto de artículos de tocador e higiene personal. En su pared, un calendario había sido colgado. Sakura se apresuró a marcar su primer día de sangrado y a controlar la regularidad y frecuencia de sus períodos. Extrañamente, de todas las demostraciones de afecto de su madre, Sakura jamás se había sentido tan agradecida y conectada con ella.
Fue bajo la tutela de Tsunade que Sakura logró clarificar y desmentir aquellas erradas y ancestrales nociones sobre la virginidad femenina, y finalmente comprendió que el concepto de pureza sexual no tenía la menor validez, desde un punto de vista biológico.
La concepción de la virginidad femenina no era más que un montón de anticuados moralismos y extravagantes creencias; una noción cuyo único propósito era humillar y denigrar a generaciones enteras de mujeres. Sólo bajo las acertadas y cultas enseñanzas de Tsunade, Sakura fue capaz de dejar de atribuir tan alto valor a algo tan absurdo como la castidad.
Su primera vez no fue algo memorable ni especialmente placentero.
Para la desilusión de sus aniñadas fantasías, fue desflorada contra un árbol, en uno de los tantos Campos de Entrenamiento de Konoha. Jamás supo el nombre de aquél Jōnin, o logró apreciar su rostro con claridad.
Tampoco importaba.
En ese momento, lo único que había importado era que había asistido un parto de alto riego y la madre había muerto en el proceso. En lo único que Sakura había podido pensar, con las bragas a la altura de las pantorrillas y una astilla clavada en su desnuda espalda, era que el Orfanato de Konoha había ganado un nuevo integrante.
Desde ese entonces, se volvió un hábito.
Considerando el desgaste psicológico que conllevaba tal ocupación, no era extraño que los Ninjas, sin importar rango o función, desarrollaran mecanismos de defensa. Algunos eran medianamente sanos y no presentaban mayor riesgo; la vasta mayoría cumplía la función de ser lo más destructiva y consumidora posible.
Sakura piensa en los afables ojos de Tsunade, y en lo solitaria que luce cada vez que empina una botella. Sakura piensa en la devota apatía de Kakashi y en lo mucho que se asemeja a un padre ausente. Un deteriorado veterano de guerra que utilizaba la literatura erótica como medio de escapismo – una manera más de ahuyentar su apabullante soledad.
No se atreve a pensar en Naruto y en Sasuke.
Con la cabeza incrustada en la entrepierna de una de sus compañeras del Hospital de Konoha, Sakura puede decir con seguridad que sus mecanismos de defensa no eran lo suficientemente destructivos como para acabar con ella. De hecho, piensa, mientras mordisquea suavemente los labios exteriores de la vagina de su acompañante, es bastante placentero.
El chirrido que suelta la enfermera le dice que ella también está de acuerdo con su línea de pensamiento.
Por la noche, luego de ducharse, se posiciona frente al espejo y palpa las obscuras ojeras bajo sus irritados ojos. Con una mano, limpia el vaho empañando su reflejo. Sakura ojea los cosméticos de su neceser y extrae un pequeño frasco. Aplica una generosa cantidad del ungüento sobre sus ojeras y lee las instrucciones. En media hora, debería retirar el exceso con agua tibia.
Sakura parpadea, con los ojos llorosos. Por obvias razones, los químicos del producto carecían de componentes tóxicos, pero, ciertamente, estaban irritando sus ojos y nariz. Al tercer estornudo, Sakura retira la mascarilla rápidamente. Al parecer, su sistema inmunitario estaba empeñado en rechazar aquella sustancia. Usualmente, ella fabricaba sus propios cosméticos con ingredientes naturales, pero últimamente se veía limitada de tiempo. Por razones que se negaba a mencionar, o siquiera pensar al respecto, estaba física y mentalmente agotada.
Luego de la Guerra, sus responsabilidades habían aumentado considerablemente. Por lo cual, no era extraño que estuviese tan debilitada. Su círculo cercano de colegas y amigos atribuía su permanente estado de fatiga a su arduo trabajo en el Hospital y su nuevo cargo político como uno de los pilares de la Aldea. No podían estar más alejados de la realidad, pero era una excusa conveniente.
Sakura remueve entre su neceser. Los productos anti–orejeras estaban descartados, lo que la llevaba a la siguiente opción. Untando sus dedos con una copiosa cantidad de producto, Sakura procede a camuflar sus ojeras con maquillaje. Ha pasado un largo tiempo desde la última vez que ha usado algún tipo de cosmético. Su vida ha sido más que caótica – una tragedia tras otra. Entre el constante derramamiento de sangre, lo último que se le había venido a la mente eran vanidades como aquellas.
Sakura esparce y difumina la sustancia cremosa con suaves toques, unificando su tono de piel. Sella el producto con un poco de polvo compacto y aplica una minúscula cantidad de rubor sobre sus pómulos. Con tinte labial de un discreto matiz rojizo, colorea sus labios.
Quería lucir lo más saludable posible. Después de todo, no deseaba preocupar a nadie.
Vistiendo un sencillo vestido blanco que le llegaba por las rodillas, se dispone a marcharse de su hogar. Pasa una ansiosa mano por sus pulcramente amainados cabellos y alisa la falda de su vestido.
Cierra la puerta con más fuerza de la necesaria. Las bisagras rechinan y las ventanas temblequean.
Hoy sería el día que celebrarían el regreso de Sasuke a la Aldea.
Ah, piensa, con genuina dicha, Sasuke–kun realmente está de regreso.
Tan pronto como la Guerra se dio por finalizada, Naruto había, finalmente, cumplido con su promesa. Sasuke había vuelto a la Aldea. Magullado y sin un brazo, pero había vuelto. Tan pronto como llegó, se marchó. Era algo temporal, Sakura estaba al tanto. Sin embargo, verlo partir siempre había sido doloroso, sin importar los términos y circunstancias. Pero no es hasta que, con Sasuke a su izquierda y Naruto a su derecha, Sakura siente que realmente lo han traído de vuelta a casa.
Es familiar y regocijante, esta sensación que la embarga. Desde sus inicios como Genin, siempre se han organizado de esa manera. Ella en medio, con ambos posicionados a sus lados. Es reconfortante; una dulce y cálida sensación que cosquillea su piel y la hace estremecer.
Situada cómodamente sobre un cojín, Sakura se deleita en el desordenado bullicio. Escucha las estruendosas voces de sus camaradas, las dichosas risas y el constante movimiento. El olor de la carne recién asada, y el chasquido de los palillos. Platillos de cerámica chocando entre sí. Un pequeño cuenco de salsa de soja que es pasado de mano en mano, derrochando un par de gotas en el proceso. Una botella de Sake siendo vulgarmente descorchada con un Kunai.
Sakura inhala.
El aroma de Naruto.
El aroma de Naruto siempre ha sido peculiar y distintivo. Una vorágine de fragancias. El humeante olor a caldo de Ramen impregnado en sus ropas. El metal de la banda que honradamente abraza su frente.
Sakura exhala.
La calidez de Sasuke.
Sasuke está sentado junto a ella. Está cerca, pero no lo suficiente como para que sus cuerpos se toquen, o siquiera se rocen. Aun así, Sakura puede sentir su reconfortante calor corporal calentar sus mejillas y abrigar sus hombros, como la más cálida de las mantas.
De soslayo, observa la mano de Naruto. Se encuentra sobre la mesa. Mientras conversa animadamente con Shikamaru, sus dedos, firmes y ásperos, juguetean con una servilleta. La servilleta estaba intacta.
Naruto tenía el mal hábito de limpiarse los restos de comida de su boca con la manga de su camisa. Sakura lo había corregido infinidad de veces. Cada vez que comían juntos, Sakura solía golpear sus nudillos con sus palillos, tan pronto como se percataba de sus intenciones – una clara advertencia. La mayoría del tiempo, Naruto era lo suficientemente perspicaz como para controlar tan inadecuado impulso, o al menos en su presencia. Pero en algunas ocasiones, cuando estaba demasiado distraído, sucumbía.
Ino da un firme golpe a la golosa mano de Chōji y le amenaza, empuñando unas pinzas de cocina de forma amenazante. Éste retrocede, resignado. Empleando las pinzas, Ino distribuye equitativamente los trozos de carne asándose en la parrilla a gas, incorporada en el centro de la mesa.
Tenten se apresura a rellenar la parrilla, colocando diferentes piezas y cortes de carne roja. De reojo, vigila a Rock Lee y su consumo de bebidas. Naturalmente, y por cuestiones de seguridad y prevención, la botella de Sake estaba lo más alejada posible de su lado. Kiba insistía en que una copa no sería la gran cosa y había intentado, varias veces, coaccionar a Lee a que bebiera. La mirada que le había dedicado Tenten había sido más que suficiente para que desistiera en su misión. Pero por supuesto, todos los miembros de aquella mesa eran Ninjas. Tenten no sería tan ingenua como para bajar su guardia tan rápidamente, y Kiba no se resignaría tan fácilmente.
Iba a ser una noche bastante larga.
Sakura toma la botella de Sake entre sus manos y se gira, encarando a Sasuke. Inclina su cuerpo ligeramente hacia delante y levanta la botella.
—Sasuke–kun —le llama, con una sonrisa amable. Con un pequeño gesto, señala su copa, ahora vacía—. ¿Te sirvo más?
Sasuke está confortablemente sentado en el cojín. Una de sus piernas está flexionada; su rodilla está a la altura de su pecho y su brazo se encuentra cómodamente reclinado sobre esta. Sus ojos están cerrados, pero no hay señal alguna de incomodidad o fastidio. Sus palillos y demás utensilios están desplegados pulcramente sobre la mesa, organizados según su utilidad y frecuencia de uso – una ostentosa exhibición de su magnífico conocimiento sobre etiqueta de mesa.
Su servilleta está implacablemente doblada. Las aristas de esta están correctamente alineadas las unas con las otras, formando un perfecto triángulo.
Sasuke le mira brevemente. Con un leve ademán, acepta su oferta.
Sakura sonríe y descorcha la botella de Sake con la fuerza de su pulgar. Rápidamente, llena su copa. Considerada, la endereza, colocándola de tal forma que esté a la distancia apropiada de su plato principal. Sasuke siempre había sido especialmente exigente sobre el protocolo de mesa.
Con dulzura, seca la pequeña gota de condensación que se deslizaba traviesamente por la cerámica de la copa.
La determinada minuciosidad de Sasuke no era más que memorias de una vida lejana; un reflejo de aquella familia que él tanto amaba.
Una devota madre que cortaba uniformes trozos de tomate, los cuales colocaba en un cuenco exclusivamente para él. Un diciplinado padre que había sido criado bajo las severas normas de un mítico Clan, y educaba a sus hijos de igual manera. Un dedicado hermano mayor que regularmente afilaba y lubricaba sus Kunai con el aceite de Camelia más puro que se podía conseguir en el mercado.
—Apenas has bebido de tu copa —comenta Sasuke, casualmente. Escuchar su voz es una grata sorpresa.
Sakura observa su propia copa. Estaba prácticamente llena, apenas había bebido un insignificante sorbo. Había una mancha de tono rojizo en el bordillo de cerámica del vaso. Aparentemente, su tinte labial no era tan duradero y resistente como el empaque alegaba.
—Sasuke–kun —reprende, con cariño. Con una servilleta, comienza a retirar los restos de cosmético de sus labios—, no sería apropiado que la jefa del Departamento Médico de Konoha se presentara al trabajo ebria, o con una resaca. Me he ganado el apodo de Segunda Tsunade, pero no por esas razones.
Sakura arruga la servilleta entre sus manos y, con la punta de su lengua, humedece sus labios, resecos por la continua fricción contra el áspero papel.
Los ojos de Sasuke la miran con un detenimiento azorante. Agudos ojos que la contemplan sin ningún tipo de decoro. Con sigilo, se atreve a mirar en su dirección. Su corazón parece volverse líquido; una espesa sustancia que se desplaza por su torrente sanguíneo.
Sasuke tiene su mirada clavada sobre sus labios. El tono violáceo de su Rinnegan jamás ha tenido un acabado tan luminoso.
Sakura tiembla, apabullada.
Quizás aún tenía residuos del tinte labial. Tiene el fugaz impulso de correr al lavabo y limpiar sus labios con desbordantes cantidades de agua y jabón. Y cuando está a punto de levantarse, escucha la risa de Naruto.
Voltea.
Al parecer, Kiba ha logrado su cometido. Rock Lee está hecho un lío, desparramado sobre la mesa, y claramente desorientado.
Con la boca llena, Naruto ríe libremente. Un poco del jugo del trozo de carne que se ha llevado a la boca se escurre por la comisura de sus labios. Naruto se estira la manga de su camisa y se dispone a limpiarse la boca con ella. Se detiene, súbito.
Se gira hacia ella y le sonríe, cómplice.
Toma una servilleta y se limpia la boca, con torpe sutileza.
Una vez más, Sakura tiembla.
Sentado frente a ella, Sai la observa, silencioso.
Glosario.
• Ramen: El Ramen es un platillo típico japonés, consiste en distintos tipos de fideos servidos en un caldo preparado comúnmente a base de hueso de cerdo o pollo y distintas verduras.
• Rinnegan: Literalmente, Ojo de Saṃsāra. El Rinnegan es una de las tres grandes Técnicas Oculares, junto al Sharingan y Byakugan, considerado el más poderoso entre ellos. Apareció por primera vez en un miembro del Clan Ōtsutsuki.
Notas: ¡Aquí el Capítulo IV! No ocurrieron demasiados eventos memorables, pero creo que es necesario en la historia y ha revelado bastante de Sakura y de sus problemáticas internas.
Como siempre, estoy más que agradecida con todas aquellas personas que han demostrado aprecio o interés por Amar es soportar. Agradezco muchísimo sus comentarios, favoritos y follows. Estoy encantada con todos los comentarios que recibí en el Capítulo III, y espero que puedan ofrecerme una vez más sus opiniones. Me interesaría mucho saber qué es lo que opinan de esta historia, y de los capítulos que he publicado hasta ahora.
¡Hasta la siguiente actualización!
Próxima actualización: 08/10/21.
