Capítulo VIII.
"Quizás la autosuperación no es la respuesta, quizás la autodestrucción es la respuesta." —Fight Club (1999), dirigido por David Fincher.
Sakura Haruno comprende realmente lo mucho que extraña su trabajo cuando disfruta, con genuino gusto, el hacer papeleo. Sentada cómodamente sobre el tatami de su sala de estar, y bebiendo una humeante taza de té verde, organiza y rellena formularios enteros. Hay una extensa pila de archivos a su lado. Esta, cada vez que levanta su taza de la mesa y toma un sorbo de su infusión, temblequea y amenaza con derrumbarse, sin importar lo mucho que trate de acomodarla.
Todos los archivos habían sido leídos, considerados y propiamente clasificados. Era casi medio día, y ya no le quedaba más papeleo que hacer, excepto un escaso montón de fichas medicas que debía de revisar. Incapaz de ejercer su profesión, aún debía de supervisar el avance de algunos de sus pacientes, y ofrecer diferentes tipos de sugerencias y pasos a seguir que asegurarían una exitosa y sana recuperación.
Ya no quedaba nada por hacer en su apartamento, o en su jardín.
Había barrido y pulido su piso hasta que la madera adoptó un acabado reluciente. Había organizado el anaquel de especias con metódico detenimiento, etiquetando frascos y catalogando condimentos según su forma y frecuencia de uso. Ahora, sus espesos tomos de medicina se encontraban impecablemente desplegados sobre los diversos niveles de su amplia estantería, ubicados en orden alfabético.
La maleza de su jardín había sido cruelmente arrancada de sus raíces, extraída por sus propias manos, que habían sido revestidas por unos resistentes guantes, hechos de nylon y recubiertos por una rugosa capa de látex. También se había dedicado a llenar su alacena con provisiones, llegando incluso a comprar varios kilogramos de ciruelas. Si bien aún no era época de ciruelas, tenía intenciones de hacer Umeboshi casero, en lugar de comprarlo. El encurtido era un proceso tardío, pero las ciruelas ya comenzaban a desprender el líquido característico que indicaba el inicio del proceso de fermentación.
En cuanto finalizara el papeleo, ya no habría nada por hacer. Y la sola idea de quedarse sola con sus pensamientos, sin ningún tipo de distracción, le ponía los pelos de punta. Teme sucumbir ante sus malos hábitos. Últimamente, solía ceder ante los continuos avances de Naruto. Desde aquella vez en su apartamento, no se había acostado con nadie más, a excepción de él. Era extraño, y desconcertante. Un cambio en el estatus quo que había sacudido los cimientos de su metódicamente estructurada vida, derrumbando todo a su paso. Naruto siempre había sido una presencia constante en su vida, pero la nueva adición a su relación sólo le había traído dolores de cabeza, y una incesante inquietud.
El hecho de que Naruto no pareciese comprender el concepto de discreción sólo la alarmaba aún más. Jamás se había preocupado realmente en mantener sus encuentros exclusivamente privados, puesto que no le debía explicaciones a nadie. Sin embargo, las circunstancias eran enteramente diferentes.
Naruto era un respetado camarada, y un preciado amigo, conocido y respetado por todos – desde los frondosos bosques de Konoha, hasta las arenosas calles de Suna. Era natural que ojos curiosos se posaran sobre ella cada vez que Naruto deslizaba una intrépida mano sobre el contorno de su cadera. Era lógico que los rumores se dispersaran por la totalidad de la Aldea, cuando Naruto inclinaba su rostro hacia ella y olía sus cabellos, casi acariciando el arco de su pómulo con su nariz. Ante el público, era incapaz de mantener una fachada de normalidad. Incapaz de camuflar su hambrienta mirada, o sus ávidas manos. Konoha no se destacaba por su sensatez, o por su proclividad por no involucrarse en los asuntos ajenos. Sakura temía que la situación se fuese de control. Hasta el momento, había más desventajas que beneficios.
Sakura tapa su bolígrafo. Toma la pequeña botella de tinta negra y derrama su contenido sobre una almohadilla. Aprieta el frasco hasta que produce un sonido húmedo, y el plástico cruje bajo sus dedos. Arroja la botella en su papelera y hunde su sello profesional en la almohadilla, impregnándolo en tinta. Sella el último reporte médico.
Mientras espera que la tinta se seque, reconoce que no está siendo completamente honesta consigo misma. Levanta su mirada, y mira hacia afuera. Una espesa lluvia cubría las ahora desoladas calles de Konoha. Desde la ventana, podía apreciar como las grandes hojas de su Alocasia se regocijaban ante el copioso diluvio. La Alocasia era una planta que requería de constante riego. Ante tal chaparrón, sólo podía verse ampliamente favorecida.
Sakura se reclina sobre su pequeña mesa y toma su papelera. Revuelve por entre los papeles y los pegajosos envoltorios de caramelos de cereza. Sus dedos dan con el frasco de tinta. Desenrosca la tapa y vierte los restos de tinta sobre el historial médico que acababa de sellar. La tinta gotea sobre el papel. Los impecables caracteres escritos en la ficha se entremezclan con la tinta hasta volverse completamente ilegibles. Pequeños charcos de tinta se agrupan en el centro de la hoja, hasta empapar el papel. El material se deshace.
Sakura va a por su teléfono. Está incorrectamente situado sobre la encimera, al lado de un trozo de pan irregularmente cortado. Toma un trozo de pan y se lo lleva a la boca; está tan duro que la mandíbula le duele cada vez que mastica. Sakura se pregunta por cuánto tiempo estuvo allí, y descubre que realmente no tiene una respuesta certera. Comienza a discar un número de teléfono, instintivamente. La combinación de números es familiar, y ni siquiera debe esforzarse para recordarlo.
Deja el trozo de pan y se sacude las migajas de los dedos. En el dorso del teléfono había una pequeña calcomanía de un humeante plato de fideos, con una amigable sonrisa y grandes ojos. El pequeño restaurante donde solía pedir comida a domicilio estaba implementando nuevas medidas de mercadotecnia. Sakura estaba más que encantada en recibir cualquier tipo de calcomanía, imán o prendedor. Desafortunadamente, el adhesivo ya se estaba despegando, por lo que debería quitarlo pronto.
El teléfono suena una, dos, tres veces.
Y el receptor de la llamada contesta, con la voz ronca. Soñoliento. Ya era medio día, pero no era impropio de él, el despertarse a horas remotas del día, incluso de la tarde.
—Te llamé para pedirte un favor —dice, rápidamente. Ni siquiera le ha deseado los buenos días. Se ve incapaz de hacerlo; está templando con anticipación—. Necesito que pases por el Hospital y me entregues una copia de la ficha médica de uno de mis pacientes. Accidentalmente derramé tinta sobre una de las hojas, y debo terminar con el papeleo hoy. Sabes que no te lo pediría si no fuese algo urgente...
Una hormiga camina velozmente sobre su encimera de mármol. Recoge un diminuto trozo de pan con sus afiladas mandíbulas y emprende un viaje hacia su hogar. Sakura se pregunta si hay un hormiguero en algún rincón de su apartamento. Mañana fumigaría su casa de forma casera, quizás pasaría por la Floristería Yamanaka y compraría algunas botellas de insecticida.
—Cuento contigo, Naruto —dice, a modo de despedida, luego de comunicarle los datos correspondientes. Cuelga, sin esperar respuesta alguna.
Con el dedo índice, aplasta al pequeño insecto, el cual cruje ante la presión de este. La migaja de pan permanece firmemente adherida a las mandíbulas de la hormiga.
Sakura no comprende por qué ese insignificante hecho parece molestarle de sobremanera.
—Creí que —Naruto jadea contra su oreja. Cada exhalación de aire caliente da directo con su canal auditivo, y le hace estremecer. Los músculos de su pantorrilla dan un leve tirón, y su rodilla se alza. Intenta cerrar las piernas; una reacción involuntaria ante el despliegue de sensaciones que su organismo se ve incapaz de procesar de forma simultánea—, creí que era una situación urgente. Los papeles...
Idiota, piensa, con afable fastidio. Qué idiota. Sólo alguien cómo él osaría traer a colación tópicos de conversación totalmente irrelevantes. En las situaciones más inoportunas, para variar. Si no estuviese tan a gusto, lo golpearía. Duramente, y sin compasión. Pero prefería estar así; boca–arriba, con las bragas por los tobillos y la mano de Naruto entre sus muslos. Era mucho más productivo, y gratificante.
—Aquí —dice, al tiempo que sujeta su mano, esa que estaba hundida entre sus piernas. Guía su pulgar hacia dónde más lo requiere, en dónde se ubica su resbaladizo y anhelante clítoris. Respira con irregularidad, temblorosa. El calloso pulgar presiona contra su clítoris con cierta timidez, inseguro—, justo aquí. Tócalo, con más fuerza...
—¿Estás segura? Escuché que es muy sensible, esta parte...
Sakura ríe, con cierta perplejidad: —Creo que la opinión de una mujer es mucho más certera a lo que hayas podido aprender de literatura pornográfica de mala calidad, ¿no crees? Y escrita por un hombre, ni mucho menos.
Naruto ríe, avergonzado. Tímidamente, acurruca su rostro en la curvatura de su cuello. Sakura puede sentir el humeante calor que desprenden sus orejas y mejillas. Gentil, envuelve su nuca con su mano. Acaricia la piel bajo su oreja con su pulgar, arrastrándolo sobre su piel con movimientos ascendentes y descendentes. Su pene roza su cadera, y parte de su muslo. Naruto mueve delicadamente sus caderas contra ella, estimulándose a sí mismo. Sakura duda que esté realmente consciente de sus movimientos.
Aventurada, arropa su tieso miembro con la palma de su mano. Naruto da un pequeño brinco, exaltado. Su mano se detiene por un momento, y el pulgar en su clítoris temblequea. Sakura no puede evitar pensar que es, en un sentido peculiar y extrañamente cautivador, adorable. Afianza su agarre sobre su pene y lo estimula, consistente y con propósito. Es una posición un tanto incómoda, y Sakura sabe que, para cuando hayan terminado, tendrá la muñeca entumecida. Aun así, no disminuye la ferocidad de sus movimientos. Naruto retorna el favor con el mismo entusiasmo, frotando su clítoris con exactitud. Es algo brusco, pero es sólo cuestión de práctica. Pronto, podrá perfeccionar su técnica.
—Sakura–chan —murmura, en su clavícula. Sakura aumenta la velocidad y potencia de sus movimientos. Uno de los tendones en su muñeca da un tirón. Sakura apenas y parpadea, dispuesta a finalizar el trabajo. Naruto no para de repetir su nombre, agitado y absolutamente enamorado—. Sakura–chan. Sakura–chan...
Inclina la cabeza y besa su sudorosa sien. Naruto se corre en su mano, viscoso y espeso. Parte de su simiente salpica la superficie de su vientre. Sakura estabiliza la temblorosa mano de Naruto, guiándola con paciencia y anticipación. Juntos, desencadenan su orgasmo. Sakura llega a la plenitud de su placer corporal con la cabeza echada hacia atrás y los pies hundidos entre las sábanas.
Sakura no era especialmente familiar con el sexo no–penetrativo, cuando se trataba de hombres. Por supuesto, siempre había estimulación previa, pero todos sus encuentros habían acabado con penetración. Era extraño que fuese diferente, pero igualmente placentero. Íntimo, piensa, inquieta, íntimo.
—Gracias —le dice, suave y soñolienta. Su cuerpo se encuentra absolutamente relajado. La expulsión de oxitocinas y endorfinas de su organismo había reducido su cuerpo a un distendido cúmulo de músculos y huesos. No se veía capaz de mirar más allá de su hombro—, por traerme los papeles.
Naruto murmura, casi o más adormilado que ella: —Cuando quieras, Sakura–chan.
La espesa lluvia de fondo no hace más que arrullarla.
Pronto, se encuentra profundamente dormida.
Y no es hasta varios minutos después que se despierta brevemente, por los suaves murmullos de Naruto. Le está diciendo algo al oído. En su letárgico estado, no se ve capaz de descifrar sus palabras o poner en orden sus frases. Lo único que puede hacer es parpadear con pesadez, intentando distinguir el azul de sus ojos entre la nebulosa negrura de su habitación. Las opacas nubes han eclipsado completamente al sol, y su dormitorio se encuentra sumido en completa obscuridad.
Naruto besa su frente, le coloca un par de peludos calcetines que encontró en el primer cajón de su cómoda, y la cubre con su mullida cobija.
El poderoso golpeteo de las gotas de lluvia cayendo contra su ventana se entremezclan con los silenciosos pasos de Naruto, y el rítmico tictac de su reloj.
Su frente se siente cálida, al igual que sus pies.
Sakura se vuelve a dormir tan pronto como Naruto se marcha de su habitación.
Sakura despierta, sobresaltada.
Lo que antes había sido un arrullador chaparrón, se había tornado en una imperiosa tempestad. El diluvio era ensordecedor, y venía acompañado de potentes y constantes truenos. Pequeñas gotas de agua se estaban filtrando por el bordillo de su ventana, dejando un húmedo e irregular recorrido en su pared. Ya se había formado un pequeño charco en el piso.
Suspira y se levanta. Tendría que ir a por un trapo, y secar el piso. Además, debía detener la filtración de agua. O quizás simplemente pondría un cuenco bajo la ventana y lo cambiaría regularmente, antes de que se desbordara.
Sus pies, revestidos en calcetines, se deslizan fácilmente contra su recién encerado piso. Estaba vistiendo unos calcetines viejos. Eran rojos con rayas amarillas. El color de la tela estaba tan desgastado que el rojo se había transformado en un rosa pálido, y el amarillo había perdido todo vestigio de color; las peludas franjas sólo lucían un insípido tono blanquecino.
Se calza una de sus sandalias. La otra estaba bajo la cama; parte de la suela sobresalía por uno de los bordes. Tanteando descuidadamente bajo esta, con ojos perezosos y movimientos letárgicos, da con algo de consistencia suave y esponjosa.
El timbre suena.
Tironea y descubre el abrigo de Naruto. La tela lucía pequeñas motas de polvo y olía a cera para pisos. Rápidamente, lo sacude y acomoda el cuello de la chaqueta.
Reprende el continuo despiste de Naruto y baja rápidamente las escaleras. Era temporada de primavera en El País del Fuego. Por ello, el clima no era especialmente frío. Sin embargo, la repentina tormenta había hecho que la temperatura descendiera notablemente. Salir sin abrigo, y bajo la lluvia, era simplemente inadmisible. Después de todo, sería ella la que cuidaría de él. Las obscenas cantidades de Chakra del Kyūbi habían resultado ser completamente ineficaces ante la gripe.
Abre la puerta.
—¿Se te olvidó algo, tonto? —ríe, y extiende la chaqueta.
Sasuke parpadea, y observa brevemente la prenda. Responde, entonces—. En lo absoluto.
La mano de Sakura temblequea, y acerca el abrigo hacia su cuerpo. Acuna le tela contra su pecho. Viste unos holgados pantalones rosas y una camiseta blanca con un ridículo e infantil estampado en ella, y solo está usando una sandalia. La otra ha quedado olvidada bajo su cama. Cruza un pie tras el otro, ocultado sus horrendos calcetines.
—¿Puedo pasar? —pregunta, imperturbable.
Sakura se hace a un lado—. Adelante, por favor.
Sasuke luce positivamente fuera de lugar, a su lado. Con sus ropas obscuras y su refinado caminar.
Sakura cierra la puerta tras de sí.
Glosario.
• Tatami: El tatami es un elemento muy característico de las casas japonesas. Estos se utilizan para recubrir todo el suelo en las habitaciones más destacadas (salvo en la cocina, baño o entrada) colocándolas en un peldaño inferior, al ras del suelo de entrada. Tradicionalmente se hacían con tejido de paja, y se embalaban con ese mismo material. En la actualidad pueden también elaborarse con poliestireno expandido.
• Umeboshi: El Umeboshi es un plato tradicional japonés. El umeboshi es un encurtido del Ume (una variedad japonesa de albaricoque) que se seca, sala en barriles y se pone un peso encima para exprimirle el jugo.
• Kyūbi: Literalmente, Nueve Colas.
Notas: Finalmente, y luego de varios capítulos, Sasuke y Sakura vuelven a interacturar.
Como siempre, estoy más que agradecida con todas aquellas personas que han demostrado aprecio o interés por Amar es soportar. Agradezco muchísimo sus comentarios, favoritos y follows. Los invito a dejarme un comentario, me interesaría mucho saber qué es lo que opinan de esta historia, y de los capítulos que he publicado hasta ahora.
¡Hasta la siguiente actualización!
Próxima actualización: 05/11/21.
