Disclaimer: Los personajes de Shingeki no Kyojin no me pertenecen.
Advertencias: SLASH. LONGFIC. Los acontecimientos se desarrollarán un poquito lento, no desesperéis.
Sinopsis: Eren Jaeger, quince años, legítimo rey de Paradise, se aventurará fuera de palacio. Su trayecto lo guiará hacia Levi Ackerman, un noble propietario de una inusual tienda de té, donde, al caer la noche, se cuentan relatos acerca de los misterios de Paradise. ¿Cómo murieron Gisha y Carla Jaeger hace siete años? ¿Cómo fue Eren el único que sobrevivió? ¿Quién está al mando del reino?
Eren, con la ayuda de Levi Ackerman, participará en una rebelión contra su monarquía. Y hará todo lo necesario para salvar a la gente del hambre y la pobreza. ¿Quién es su enemigo? En palacio intentan matarle, fuera de palacio también. ¿En quién puede confiar? ¿Sus consejeros, su instructora, sus guardias, sus amigos, su posible enamoramiento? ¿Quién será el próximo en traicionarle?
Para ganar, hay que luchar. Si no luchas, no puedes ganar. Y si luchas, que sea entregándolo todo, incluso tu humanidad y voluntad. Vuélvete eso que odias.
¡Salve al Rey!
2
UN REY QUE NO SABIA QUE ERA UN REY
«Vivió en la oscuridad hasta que se encontró un rayo de sol. Era uno pequeño, que descendía hasta tocar el suelo. El rey se asombró tanto que cayó hacia atrás, impresionado: ¿qué será esto? ¿por qué es tan caliente? Fue la primera vez que conoció la luz, cuando finalmente pudo ver algo más que sombras. Se encontró tan maravillado que decidió seguirlo, preguntándose qué habría al final. El rayo se fue extendiendo a medida que caminaba, haciendo que al rey le dolieran los ojos. Era doloroso, pero de todas formas avanzó.
Cuando llegó al borde de la oscuridad, el rey finalmente se dio cuenta. El mundo era un lugar brillante, colorido y hermoso. Un lugar que no conocía»
Eren Jaeger nació para ser rey. Una madrugada brumosa, con truenos resonando y relámpagos alumbrando el oscuro firmamento. Nadie dormía en palacio, todos corrían de un lado para otro. El griterío de la reina hacía eco por todo un corredor, hasta que fue sustituido por el llanto de un bebé. Ahí fue que los criados soltaron la respiración.
No se veía especial. Tenía la apariencia de un niño prematuro, de acuerdo con la partera. Muy llorón, sentenció la abuela paterna, desapareciendo con un portazo. El retrato de su madre, dijo en voz baja una de las sirvientas. Nuestro heredero, fueron las palabras del Rey. Carla solamente lo meció entre sus brazos, tarareándole. Quizá más adelante tendría que asumir lo que significaba haber venido al mundo, pero no todavía.
El bebé hizo un ruido que podría haber sido una risa, achicando todavía más los ojos. Carla ya no pudo retener más sus lágrimas, que se deslizaron por las manitos del niño. Sintió la mano de Grisha apretar de manera confortable uno de sus hombros. Era un retrato perfecto.
−Anuncien las nuevas buenas. –Ordenó el Rey a los guardias de la puerta. –Ha nacido el príncipe heredero, Eren Jaeger.
Los cuatro guardias se inclinaron en una reverencia profunda, todos los demás presentes en la recámara hicieron lo propio, antes de que uno de ellos partiera rápidamente a hacer lo que se pidió. La nodriza se acercó y extendió los brazos para recibir al niño, pero Carla titubeó, mirándolo aún.
Ella no tenía sangre real. Pertenecía a una familia noble, eso sí, aunque nunca había tenido semejantes lujos. Hasta que se desposó con el rey y toda su vida cambió. Deseaba quedarse al bebé y darle todos los cuidados que su madre le había enseñado, quería darle pecho y arrullarlo para dormir. Pero, al ser reina, no le correspondía hacerlo. No sólo eso, sino que se vería como un desacato a las tradiciones, una burla.
Era bastante lo que había perdido. Y sabía que Eren tendría que renunciar a mucho también. Sólo esperaba que pudiera ser lo bastante fuerte. No sería una vida fácil la del futuro rey. Con nostalgia, dejó al bebé en los brazos de la nodriza.
Grisha dejó un beso en sus cabellos. Unos minutos después, todos la dejaron sola en la habitación para que descansara, excepto una criada que preparaba un baño. Carla se removió entre las mantas, escuchando los truenos resonar en la oscuridad.
Pasó mucho tiempo. Eren Jaeger, heredero al trono y niño de ocho años, pensaba que tenía una madre genial. Le parecía que vivía una de las novelas de espías que su tutora Madame Dina hacía que revisara. Incluso tenían sus misiones y códigos secretos. Uno de sus logros recientes había sido escabullirse a las cocinas durante la madrugada en pos de helado. También, cambiar el orden de los tomos en la biblioteca para que no fueran encontrados. Se rieron por horas de la bibliotecaria arrancándose los cabellos.
Cuando el rey Grisha prohibía que hiciera algo, la reina atrapaba su mirada en un guiño. Lo resolveremos más tarde, parecía decir. Y siempre Eren terminaba obteniendo lo que deseaba. No es que pidiera algo malo, tan solo jugar un rato más o escapar de sus responsabilidades reales. Los aposentos de Carla eran buen sitio para ocultarse.
−Yo guardo tus secretos y tú los míos. –Solía decir la reina, alborotándole el cabello.
Su madre recibía visitas extrañas y breves. Un desconocido encapuchado solía entregarle alguna carta, o le hablaba en susurros durante unos minutos, hacía una reverencia profunda antes de irse y besaba los anillos de sus manos. Pero, quizá lo más extraño fuera que saltara de la ventana, tirándose al vacío, una capa verde ondeando al viento.
−Solamente uno de mis espías. –Respondía la mujer cuando preguntaba al respecto. –Pero, no puedes decirlo. Ni siquiera a tu padre, ya que espían a todo el mundo.
Y el heredero, un absoluto fanático de los espías, no podía revelar aquel secreto. Cuando fuera grande, tendría los suyos propios, los cuales saldrían en las misiones que Eren dijera.
Eren rezaba con Madame Dina todas las noches, hincados de rodillas en sus aposentos, pero una noche interrumpieron su oración fuertes ruidos provenientes del corredor. Sonaban pasos fuertes y apresurados, gritos de uno de los guardias reales, algo de vidrio rompiéndose.
Dina instintivamente lo había colocado detrás suyo y ahora lo urgía a que se escondiera bajo la cama. La mujer tenía una expresión aterrorizada que sólo puso al niño más nervioso, lágrimas silenciosas bajando por sus mejillas en tanto hacía lo que su instructora le indicaba.
−Eren. –Le habló Dina con seriedad, acomodándolo bajo la cama. –Por nada del mundo salgas, a menos que yo te diga que es seguro. No importa lo que pase.
−Pero-
−¿Me lo prometes? –Ahora la mujer habló más suavemente, tocándole el rostro con afecto. Insistió: –Promételo.
−Lo prometo. –Hipó el niño.
Dina se levantó y corrió a ponerle seguro a la puerta, sus manos temblorosas no lo hicieron lo bastante rápido. La puerta se abrió de golpe, Eren sólo pudo ver las botas de la guardia real, lo que supuso un alivio para él. Hubiera salido, pero sabía que las promesas eran algo importante. No podía romper la suya.
−¿Dónde está el príncipe? –Exigió el guardia.
−¿Qué está pasando fuera?
Las botas del guardia se pasearon por la habitación, seguramente intentando ubicar su paradero.
−Los rebeldes entraron al palacio. Vengo a llevar al príncipe con su madre. En nombre del Rey, exijo saber ¿dónde está?
Dina exhaló un suspiro tembloroso y Eren pensó que diría que saliera, pero la mujer habló en un tono que el chico no entendió.
–En el armario.
El guardia se dirigió hacia el armario, dándole la espalda a Dina. Eren miró con asombro que los pies de la instructora se movían hacia él y, dejando escapar un grito indignado, el guardia cayó al suelo. Sus ojos abiertos y boca torcida en furia, su cuerpo derrumbado cayó, su cabeza vuelta hacia donde Eren estaba escondido. Una daga tintineó al caer segundos más tardes.
Pero, no había sido descubierto. Muerto, pensó un parte de sí que no estaba en shock. Está muerto. Su mente no alcanzaba a procesar algo que no fueran esas palabras, apenas sintió cuando fue arrastrado por su instructora de debajo de la cama.
La mujer tuvo que darle una cachetada para que reaccionara, mientras lo arrastraba hacia el pasaje que se ubicaba tras un estante. Lo miró con severidad
–Eren. No era un guardia ¿entiendes? Nunca lo había visto, no tenía el anillo de la guardia. Tenía que ser un rebelde. Hay que ponerte a salvo.
El chico solamente asintió, volviendo en sí por el ardor de su mejilla. Un millón de preguntas surgieron en su cabeza. ¿Cómo los malos habían entrado al palacio? ¿Dónde estaban sus padres? ¿Acaso habían sido capturados?
Serpentearon por los túneles internos de los muros durante lo que parecieron horas, una temblorosa vela alumbrándoles el camino, la humedad de las paredes mareó al heredero. Pero, Dina lo arrastraba del brazo con zancadas rápidas y firmes.
Los tenebrosos pasadizos desembocaron en una masacre que lo seguiría hasta que ya no recordara quién era. Una pesadilla de la que no conseguiría despertar. Una catarsis. Nunca lo superaría. Porque si Levi Ackerman representó el comienzo del Rey Cuervo, lo que sucedió aquella noche representó el final de Eren Jaeger, que murió con sus padres.
En medio sólo hubo vacío, una oscuridad de ignorancia, como la del relato. Hasta que todo se volvió luz.
Volviendo a lo que algunos llamaban presente.
−Inconcebible. –El consejero Reiner caminaba por los aposentos, tenso como una cuerda de violín a punto de romperse, incapaz de mirar hacia cualquiera de los presentes. –El legítimo Rey de Paradise no es más que un adolescente con tendencias suicidas.
Eren no se pudo haber imaginado que Jean, el guardia que custodiaba la puerta, movió la boca hacia él silenciosamente, diciendo «bastardo suicida». Tuvo que retener un gruñido, el idiota cara-de-yegua se estaba tomando demasiadas atribuciones, solamente porque tenían la misma edad y habían sido educados por la misma instructora. Habría que comentar el asunto cuando los humos bajaran un poco. Aquello sí que era inconcebible.
−Los rumores de un golpe aumentan, las protestas rebeldes ya no se esconden, el pescuezo del Rey vale cien millones. Y el señorito ocupa sus mañanas paseando y bebiendo té, haciendo un poco de turismo matutino. –Ahora un ojo de Reiner estaba temblando.
Reiner era un tipo grande. De anchos hombros, musculosos brazos y rostro pétreo, no había en palacio quien deseara enfrentársele. No verbalmente, menos con espada o puño limpio. Además de su consejero, también hacía de su maestro de armas. Y, desde que murieron sus padres, había actuado prácticamente como su hermano mayor.
Ignorando todo sentido común, Eren decidió protestar: −No estaba vestido de-
−¡Ah! No lo olvidemos. –Sí, Reiner definitivamente acababa de ser llevado al borde. –Los escoltas del Rey fueron noqueados y dejados inconscientes frente a las habitaciones reales, uno de ellos despojado totalmente de sus ropas y armas. Y mientras todos corrían desesperados ante un presunto secuestro, el Rey salía del castillo armado hasta los dientes. –Le dio una mirada crítica. –Ya suelte todo eso.
No encontrando manera de zafarse, Eren se agachó para desprenderse los cuchillos de las botas, piernas y caderas. Estos cayeron al suelo tintineando, ante la incredulidad de los presentes. Parecían más de los que recordaba.
−Cuando el guardia Kirstein, aquí presente, vislumbró al Rey entre la gente del mercado, se inició una búsqueda que provocó una trifulca entre la multitud. Hay más detenidos en los calabozos esperando tribunal que ayer, guardias recuperándose, incluso más rumores de otro intento de golpe rebelde. Y todo porque un chico de diecisiete años decidió escaparse de casa. Por desgracia, usted no es solamente un chico de diecisiete años, Eren Jaeger.
El consejero Berthold pensó que sería un momento adecuado para intervenir, dando unos cuantos pasos hacia Reiner. Era un hombre moreno alto y delgado, con una inteligencia particular en la mirada. Parecía ser el único que lograba calmarlo en situaciones así. Eren alzó las cejas al darse cuenta de que, apenas con verlo, Reiner se relajó visiblemente.
−No seas tan duro con él. –Berthold tenía una forma suave de hablar. –Ya entendió.
La consejera Annie, recostada como estaba de la pared, sólo resopló, apartándose un mechón de cabello rubio de la frente.
Reiner tensó un poco la mandíbula, sus ojos filosos considerando lo siguiente que diría. Esta vez, el joven rey decidió que sería mejor cerrar la boca.
−El Rey participará en los siguientes juicios, a partir de mañana. –Sentenció Reiner –Como debe ser, el veredicto lo tendrá Eren, asesorado por mi persona. El recorrido primaveral volverá. La escolta del Rey será reemplazada, habiendo demostrado ser incompetente. Y Jean Kirstein formará parte de la nueva escolta.
−Pero
−No acepto objeción, Eren. Como primer asesor real, debo manejar los asuntos de orden político, legal y administrativo hasta que el Rey cumpla la mayoría de edad. Así establecen nuestras leyes. –Hubo un destello de algo en su mirada. –Ha demostrado que todavía falta mucho para que sea un verdadero gobernante. Es mi última palabra. Berthold lo acompañará con el resto de sus asignaciones de hoy.
Reiner dejó la sala del consejo pisando con fuerza, deteniéndose para susurrarle a Kirstein. No miró hacia atrás una sola vez. Eren solamente apretó los puños y trató de retener la humedad en sus ojos.
−Eso salió bien. –Dijo Annie con voz irónica.
−La gente está pasando hambre. –Comentó Eren algunas horas más tarde, deteniendo su tarea de firmar papeles. No pudo sino recordar las caras huesudas y miradas hambrientos que vio en las calles, los pequeños mendigando sobras, los mercaderes gritándoles que se fueran. –Parece que las estrategias sociales necesitan reforzarse.
Berthold alzó la vista de sus documentos, un poco sorprendido. Habían estado trabajando durante casi una hora en silencio antes de que Eren dijera aquello repentinamente. Su consejero acomodó los papeles regados por la exquisita madera.
−El pueblo nunca está satisfecho. –Se encogió de hombros. –Cada mañana, la guardia real entrega víveres a los más necesitados. Los albergues ofrecen comidas gratuitas, las viudas reciben bonificaciones, igual que las madres abandonadas. No están muriendo de hambre.
−Yo lo vi. –Insiste.
−Quizá lo creíste ver.
−No lo creo. Dime ¿quién supervisa los programas sociales?
El moreno dudó un segundo antes de responder: −Reiner.
Por supuesto, con todas sus ocupaciones, resultaba imposible que Reiner pueda estar al tanto de todo. Era probable que no supiera lo que verdaderamente estaba sucediendo fuera. Quizá venía siendo hora de que él mismo tomar cartas del asunto. Era su deber como Rey.
Te dije. La ignorancia es una bendición. No supo por qué aquella respuesta volvió a su mente de forma tan clara, tampoco por qué lo acompañó durante largas horas.
Tras sus lecciones con Madame Dina, reflexivo acerca de lo sucedido ese día, Eren decidió visitar los aposentos de su madre. Al menos, eso lo tenía permitido. Iba de vez en cuando, sobre todo cuando sentía que necesitaba de ella. Seguro que Reiner ya estaba al tanto, Kirstein era un verdadero lame suelas.
−Necesito estar solo. –Gruñó hacia él, cuando vio sus intenciones de pasar.
Las habitaciones se veían exactamente iguales que hacía ocho años. Nada había sido cambiado. En la recámara, las mismas sábanas champagne, las cortinas del balcón abiertas, un vaso de agua en la mesa de noche, un tocador desordenado, un retrato grande de Grisha, Carla y Eren sobre el hogar, un tapiz del Bosque de los Árboles Gigante cubriendo una pared entera.
Miró el oscuro bosque, ensimismado.
No era un idiota. Se escapó del castillo porque debía saber lo que estaba ocurriendo fuera. Intuía que sus consejeros le ocultaban verdades para que no se alterara, lo cual había demostrado ser verdad. Eso o tampoco sabían lo que pasaba con el pueblo. Nada más había que ver cómo la situación delictiva empeoraba y aparentemente no podían manejarla, cómo la gente sufría de hambre y pobreza.
Pero Eren todavía no era un adulto. No estaba capacitado para asumir el trono del reino. Lo sabía, todos lo sabían. Aún le quedaban tres años de preparación. Si Grisha no hubiera muerto, quizá habría sido diferente. Habría vuelto de Eren un auténtico rey.
Acarició la sedosidad del tapiz, frunciendo el ceño. No había tiempo para lamentarse. Su padre no estaba y tenía que asumir sus responsabilidades. Rápidamente, si quería cambiar algo. Iba a volverse un buen rey para su gente. Era una maldita promesa.
Golpeó una parte del tapiz con el puño y esta se hundió.
−¿Qué?
Se quedó mirando asombrado. Recorrió el tapiz con la mirada, hasta que encontró un doblez que, al tirar, se llevó una parte de la tela hacia atrás y reveló una puerta de madera reforzada, ancha, con una cerradura dorada y una manija brillante.
Instintivamente, se tocó el pecho con la mano. El tacto de una llave contra su piel nunca le había quemado tanto. Conteniendo la respiración, se descolgó la cinta sostenía aquella pieza. Recordó las escapadas furtivas de su madre, esos momentos en que nadie sabía dónde estaba, las artesanías que le traía y sus palabras cuando le entregó aquella llave.
−Abre las puertas de mundos fantásticos. Cuando estés atrapado, te llevará muy, muy lejos.
Se decidió en un milisegundo.
Esa noche saldría y la próxima también.
Notas finales de la autora: Yupi, llegó actualización. La verdad es que me gusta mucho cómo está quedando esta historia, así que seguirán llegando actualizaciones, ya el capítulo siguiente lo tengo escrito y medio del que sigue a ese.
Eventualmente, actualizaré y terminaré todas mis demás historias, promise.
Si les gustó, dejen estrellita y comenten qué tal les pareció ¿sííiiiii?
¿Qué piensan de Eren?
Los amooooooooooooooo
-Cece
