Disclaimer: Los personajes de Shingeki no Kyojin no me pertenecen.
Advertencias: SLASH. LONGFIC. Los acontecimientos se desarrollarán un poquito lento, no desesperéis.
Sinopsis: Eren Jaeger, quince años, legítimo rey de Paradise, se aventurará fuera de palacio. Su trayecto lo guiará hacia Levi Ackerman, un noble propietario de una inusual tienda de té, donde, al caer la noche, se cuentan relatos acerca de los misterios de Paradise. ¿Cómo murieron Gisha y Carla Jaeger hace siete años? ¿Cómo fue Eren el único que sobrevivió? ¿Quién está al mando del reino?
Eren, con la ayuda de Levi Ackerman, participará en una rebelión contra su monarquía. Y hará todo lo necesario para salvar a la gente del hambre y la pobreza. ¿Quién es su enemigo? En palacio intentan matarle, fuera de palacio también. ¿En quién puede confiar? ¿Sus consejeros, su instructora, sus guardias, sus amigos, su posible enamoramiento? ¿Quién será el próximo en traicionarle?
Para ganar, hay que luchar. Si no luchas, no puedes ganar. Y si luchas, que sea entregándolo todo, incluso tu humanidad y voluntad. Vuélvete eso que odias.
¡Salve al Rey!
5
UN REY QUE NUNCA HABÍA VISTO LA LUZ
«−Te estaba buscando. –Comentó, limpiando su espada de las tripas de náyade. –Es un alivio que hayas salido. No quería entrar ahí.
La mujer señaló con la punta de la espada, todavía ensangrentada, hacia la oscuridad. Ahora que la veía desde fuera, parecía más tenebrosa de lo que recordaba, succionando toda luminosidad de alrededor, toda calidez.
−¿Cómo sabes que de ahí vengo?
−Nunca había visto a un sujeto tan perdido como tú –Ella mostró una sonrisa irónica, viendo sus partes descubiertas− Aunque esperaba un hombre menos desnudo, mi rey.
−¿Qué es desnudo?»
Era la reina. La reina era quien alzaba una espada bañada de sangre.
Los pasadizos internos del castillo desembocaban en la sala del trono. Madame Dina y Eren se tropezaron con dos guardias reales no habiendo pasado cinco minutos de que arribaron los túneles, esta vez Eren se aseguró críticamente de que ambos mostraran el santo (el anillo de la guardia real) y seña. Madame Dina permaneció en silencio, dejándoles que los condujeran hacia la sala del trono.
Los guardias informaron que casi todo el palacio había sido tomado, pero que los reyes y casi todos los nobles y empleados se habían reunido en la sala del trono. Eren, que había sido instruido por el Rey Grisha, sabía que era un lugar impenetrable. Se había diseñado específicamente para convertirse en una fortaleza que podría albergar cien personas durante meses.
−Aunque no haría falta tanto. –Le comentó Grisha una vez− Paradise tiene aliados en otras naciones, quienes no dudarían en rescatarnos en cuanto los espías informarán.
Estarían bien, sí. Los rebeldes no podrían ingresar al salón, pensó Eren mientras los guardias abrían las compuertas. Y ahí estaba la luz, una incandescente luz que provenía de las ventanas, que le mostró nítidamente la cabeza de su padre ante sus pies. Sus ojos vacíos parecían mirarle hasta el alma.
−¡Eren! ¡¿Te encuentras bien?!
El príncipe de ojos verdes alzó la vista, encontrándose con las manos de la reina Carla sosteniendo aquella espada dorada. Parecía una autentica reina de la destrucción, mirándole sin remordimientos. Lo recorrió con la mirada, asegurándose de que realmente estuviera bien. Fue un minuto antes de que configurara las palancas que abrían las puertas de la sala.
Ahí fue cuando llegó el verdadero caos.
El Rey abrió los ojos. No había conciliado el sueño, pero sus delirios esta vez fueron demasiado lejos, trayendo consigo recuerdos que había enterrado. A pesar de todo, estaban tan frescos como si los estuviera viviendo de nuevo. Todas las emociones, incluso su corazón desembocado.
Su madre los había traicionado. Aunque, eso ya no importaba, no cuando había muerto. Cuando él la había asesinado, cuando Eren había asesinado mucha gente ese día, muchos de ellos inocentes, como los padres de Marco.
Ya habían pasado tres noches de que comenzó la fiebre y todavía no se detenía. Los sanadores –que habían pasado uno tras otro sin resultado− cada vez parecían más inquietos. La expresión de sus consejeros parecía oscurecerse cada vez más. Y Eren simplemente cada vez dormía más tiempo, cada hora regresaba la fiebre, cada día tenía menos apetito. Algunas noches, los dolores eran tan intensos que deseaba tener la opción de morir. Ningún maldito remedio parecía funcionar.
Así, Eren se había convencido de que lo habían envenenado. Porque ¿cómo podía ser que no hiciera más que empeorar? ¿qué ningún sanador pudiera curarlo? Quizá estaba sacando conclusiones apresuradas, pero ya se hallaba desesperado. Solamente deseaba que terminara.
Miró hacia el balcón, comprobando que todavía era de noche. No podía haber transcurrido más que una hora desde que se acostó, por lo que debía ser apenas medianoche. Entonces, miró hacia el tapiz. Ya hacía días que había vuelto de la recámara de su madre, su habitación.
Recordó las palabras de Levi. Incluso las más fuertes y exquisitas construcciones pueden derrumbarse. Y hasta los más inocentes pueden morir cuando suceda.
Eso lo sabía mejor que nadie. Pero, lo que realmente no entendía era ¿por qué se lo había dicho? ¿Había sido una amenaza? ¿O acaso el propietario de la tienda había querido advertirle? ¿Podría haberse interesado en Eren como el intérprete despistado? ¿Sentiría compasión?
Tengo una amiga que puede detectar cualquier veneno solamente con mirar a una persona. Es mejor que todos los sanadores de palacio.
Levantándose de la cama haciendo esfuerzo, se preguntó de nuevo ¿Podría tener su ayuda?
Una estruendosa música provenía de la tienda, Eren tiritó al entrar, haciendo sonar la campanilla, pero el lugar se hallaba tan atiborrado que nadie se dio cuenta.
La caminata había sido una verdadera agonía, los temblores no abandonaban su cuerpo y la brisa helada no lo favorecía. Sentía que cada paso era menos firme que el anterior, de vez en cuando trastabillaba caminando o se iba de lado. Pero, de alguna forma, llegó al sitio, aliviado de que el calor lo envolviera.
La música sólo parecía acentuar su jaqueca. La cantidad de gente bailando aglomerada tan sólo consiguió marearlo, por lo que se mantuvo apartado, intentando recuperar el aliento, ya casi no distinguía formas. Pero, de alguna manera, reconoció la voz de Petra, cuyo rostro tuvo que mirar hacia abajo.
−¡Eren! ¡Qué alegría verte de nuevo! –Su voz tenía una entonación demasiado cantarina, sus ojos miel bailaban con una diversión extraña. −¡Te ves paliducho! ¿Viniste a hablar con Levi? ¡Se va a contentar de verte! Pero, antes ¿no sabes qué día es hoy?
El Rey, que intentaba seguir el parloteo de la mujer haciendo un esfuerzo por no desvanecerse, solamente negó. Ni siquiera podía decir qué año era. Su cabeza martilleó por el gesto, por lo que forzó una mueca dolorosa.
−¡Oh, querido! ¿Cómo no vas a saber? ¡Es noche de la Diosa Ymir! ¿Nunca oíste esa historia? ¡La cuenta Armin todo el tiempo! Armin se llama el cuentacuentos, por si no estabas al tanto. Como te decía, esta noche, la diosa regala buena suerte con un beso. ¡¿A qué no es genial?!
Eren parpadeó una vez, dos veces. Luego, Petra estaba besándolo.
Incluso en su condición, Eren no tardó en percatarse de que estaba borracha. El olor de alcohol lo golpeó cuando Petra presionó sus labios contra los suyos, por lo que se paralizó como una estatua. Su cerebro todavía no acababa de entender lo que ocurría cuando Petra se apartó. Ahora, sus ojos lucían un poco más claros y aturdidos.
−¿Te encuentras bien? Estás demasiado caliente, quizá deberías-
−Petra.
Aquella voz lo estremeció como si fuera un trueno. No hablaba demasiado alto, tampoco demasiado firme, pero tenía una manera de hacerse escuchar por sobre toda la música y las otras voces. Eren no tuvo que alzar la mirada, que había posado en sus botas de cuero, para reconocer al hombre de ojos azules. Petra también se mostró sobresaltada, apartándose de Eren con excesiva prisa. Volteó su cuerpo hacia el noble:
−Levi, pensé que nunca saldrías de la cocina. –Su voz parecía dulcificarse cuando le hablaba. –Ya estaba por decirte que tenías compañía.
−El chico no sabe las costumbres. –Tenía una entonación casi molesta.
−Pues, ya me encargué de que las conociera. ¿O acaso querías enseñárselas tú?
−Lárgate.
Petra no esperó que se lo repitiera, sino que hizo ademán de escabullirse, pero la mano de Levi se envolvió alrededor de su brazo antes de que lo rebasara. La mujer intentó soltarse, abriendo los ojos como platos, tratando de alejarse cuando supo lo que iba a hacer. No fue suficiente, el pelinegro ya había apretado con otra mano su mejilla y, acercándose, forzó un beso entre los dos.
Eren ya se había convencido de que estaba soñando. ¿De qué otra forma podría estar sucediendo aquello? Aunque, la sensación de ahogo, frío y temblores parecían lo bastante reales. Ya estaba más en otro mundo, uno donde bailaba alegremente desnudo con Petra y Levi en medio de toda la gente. Sí, ya estaba delirante.
−¡Tramposo! –Chilló Petra, indignada, apartándose de ellos pisando fuerte.
Cuando alzó la mirada, los ojos inquisitivos del noble parecían traspasar su alma. Levi cruzó los brazos, su inexpresiva expresión fijándose en Eren.
−Te ves del asco, chico. ¿Decías ser interprete o esclavo?
Apenas pudo esbozar una media sonrisa. ¿Qué pasaría si caía desmayado encima de Levi? Así, sin ninguna explicación. ¿Lo cargaría en brazos hasta su cama? ¿O llamaría un sanador? ¿O gentilmente lo acomodaría sobre el piso? Tantas preguntas sin respuesta.
−¿Sabes? Ahora tienes que besarme.
Eso obtuvo la poca atención que le restaba. Sus ojos fueron directamente hacia los labios del mayor, apretados en una línea. Lucían bastante hidratados y rosados. Inconscientemente se relamió los suyos, que estaban partidos.
−¿Y por qué? –Hablaba excesivamente lento.
−Porque soy increíblemente atractivo. –Respondió secamente. Un minuto después, añadió: −Y porque la noche de la Diosa Ymir funciona así. Para ganar suerte, debes besar a una persona y robarle toda la suerte que posea. Cuanta más gente beses, más suerte tendrás. Pero, si alguien te roba un beso, se lleva toda la suerte que habías acumulado.
Eren parpadeó. Levi suspiró.
−Cuando Petra te besó, robó tu suerte. Cuando yo la besé, me apropié de tu suerte y toda la que ella había reunido. Ahora, debes besarme para quedártela toda.
−¿Y usted?
−Yo no necesito suerte.
El pelinegro respondió con tanta calma y ligereza, que Eren no sintió que hiciera falta añadir más. ¿Para qué necesitaría suerte alguien como Levi, cuya mera vida era afortunada? Noble, acomodado, respetado, bien parecido- No, sus pensamientos no estaban yendo ahí. No estaban mirando la forma en que la camisa blanca resaltaba la firmeza de sus músculos, ni la simetría de su rostro. Claro que no.
Decidió aceptarlo. Eren necesitaba toda la maldita suerte que pudiera reunir y si alguien quería dársela gratuitamente ¿quién era él para negarse? Además, todo Levi se veía deseable, sus labios apetecibles. Y, por último, descubrió con sorpresa que realmente quería besarlo, de preferencia antes de sumirse en la oscuridad que lo reclamaba. Nada lo detenía.
Trató de acercarse lo más suave posible, envolviendo una mano con delicadeza alrededor de la barbilla del más bajo. La piel fría de Levi recibió su mano tibia, enviando un temblor por su columna. Sus ojos relucían como plata, brillando fugazmente con una emoción que no supo describir. Un cabeceo le indicó que lo hiciera. Y Eren, siempre obediente, cumplió.
Ambos juntaron sus labios como si hubieran esperado durante milenios para hacerlo. Pareció que cada uno decidió acercarse, porque se encontraron justo a mitad de camino. Fue una colisión de mundos, labios apretados con fuerza, sin moverse. Pero, entonces, uno decidió entreabrir la boca. Y, luego, el otro bebía de ella como si fuera un recién descubierto elixir de la vida. No podrían decir quién era cual. Manos se entrelazaron alrededor del cuello, dedos se aferraron al cabello, uno de ellos siseó. No podrían saber dónde empezaba cada uno.
Levi era una sombra blanca y negra cuando Eren abrió los ojos.
−No tenía que ser así. –La voz de Levi parecía un eco.
−¿No?
−Al besarnos de esa forma, compartiremos la misma suerte hasta que nuestros días se acaben.
−No suena mal.
Levi resopló por lo bajo, casi podía verlo frunciendo el entrecejo. Excepto que no podía, ya no podía ver nada. Todo parecía emblanquecerse, como una pantalla blanca gigante, una que daba vueltas como una pizarra vacía girando.
−Eh, s-señor. −¿Por qué le hablaba con tanta formalidad, incluso sintiendo la conexión que había entre ambos? Casi podía extender una mano y tocarla.
−Joder ¿estás bien?
−Creo que me envenenaron.
Sus labios entumecidos formaron esas últimas palabras, que salieron como un débil murmullo. Pero Levi debió escucharlo. Porque cuando todo se volvió negro, la oscuridad finalmente recibiéndolo, sintió unos brazos que lo atrapaban con firmeza. Y estaba bien, pudo dejarse ir con tranquilidad.
−¿…Eren? ¡Eren!
−…envenenaron
−…palacio ya no es seguro.
−¿…quién es realmente?
Comenzó escuchando ruidos inentendibles, que se fueron aclarando en voces de las cuales reconoció algunas palabras. Ninguna era particularmente familiar. Tras sus párpados, estaba oscuro. Tenía los ojos cerrados y se veía incapaz de abrirlos.
−…porque yo lo digo.
Ahora, esa voz sí la conocía. Ese tono desdeñoso que consiguió intimidarlo la primera vez que lo oyó. De alguna manera, consiguió traerle paz esta vez. Si Levi estaba con él, todo estaría bien. Podía descansar otro rato. Aunque sus consejeros estuvieran buscándole por todos lados, él-
Oh, cierto. Sus consejeros. Era el legítimo Rey de Paradise. Probablemente todos estarían en alerta roja para esos momentos, angustiados por la desaparición del Rey. ¿Cuánto habría estado inconsciente…? Si pudiera, por lo menos, abrir los ojos, quizá-
La habitación también estaba oscura. Había una tenue iluminación proveniente de una vela en una mesita junto a la cama. Podía distinguir que era cuarto no muy grande, con escasos muebles. Un armario y un escritorio con silla eran los demás objetos de la habitación. Por la ranura bajo la puerta se filtraba la luz proveniente de afuera.
Estaba cansado, sintiendo que había despertado de un largo sueño. Pero, no sentía dolor. Ese dolor al que se había acostumbrado los últimos días, sintiendo constantemente que estaban aplastando todos sus huesos. Tampoco había fiebre, ni escalofríos, ni siquiera dolor de cabeza. Probándose, se dio cuenta de que era capaz de mover las extremidades, hasta quedar sentado en la cama.
Lo habían curado. Probablemente Levi había logrado que lo curaran. Al parecer, resultó que hizo bien confiando en él, hizo bien actuando por instinto. Era un alivio. Tenía que darle las gracias, averiguar si realmente había sido envenenado o fueron sus delirios jugándole en contra, para regresar inmediatamente al palacio.
Sus pies descalzos lo condujeron fuera de la cama, llegó hasta la puerta y se encontró un angosto corredor bien iluminado, varias puertas de madera como la suya a lo largo del mismo. Siguió las voces que ahora habían bajado la tonalidad, volviéndose murmullos en sus oídos, hasta detenerse frente a la última puerta.
−¡¿Así que nada más lo dejarás volver?! –Dijo una exaltada voz de mujer que no reconoció− Es sólo un chico. Resulta demasiado arriesgado mantenerlo en palacio. Casi lo perdemos esta vez.
−Es más útil allá dentro. –Respondió una voz de hombre, también desconocida. Era serena, pero autoritaria. –Además, Hange. No lo mandaré sin más, tendrá las protecciones que hagan falta.
−He, Erwin ¿tienes algo que compartir? Porque es claro que sabes algo que yo no.
Su corazón latió deprisa cuando lo escuchó de nuevo. Sin querer, recordó los minutos antes de caer inconsciente. Lo había- No podía ser, pero-. Se habían besado. Dio un paso atrás, haciendo rechinar la madera del suelo, cuando dio con las palabras en su mente.
Posteriormente, se oyeron dos zancadas fuertes y la puerta fue abierta con rudeza.
−Está feo espiar conversaciones ajenas.
Y ahí estaba Levi. Tenía puesta una camisa blanca manga larga y una chalina gris que resaltaba la tonalidad de sus ojos. Casi había olvidado lo bajo que era, teniendo que verlo hacia abajo por lo cerca que estaban. No se veía muy contento de mirarlo.
Sintió el rubor pintándole las mejillas, al recordar nuevamente lo sucedido la noche anterior. ¿Podría ser que hubiera sido un sueño? No, eso sería demasiado pedir. Era un recuerdo demasiado vivido como para haberlo soñado. ¿Qué pensaría Levi de él? ¿Y si lo besó mal? ¿Y si tenía mal aliento? ¿Hablarían de ello alguna vez?
−¡Eren! ¿Estás bien? Te pusiste rojo. ¿Volvió la fiebre? –De nuevo, la voz de mujer. −Por cierto, mucho gusto. Soy Hange Zoe, amiga de Levi.
Volvió pausadamente la mirada hacia el interior de la habitación, por encima del hombro de Levi. Y ahí estaba una mujer castaña vistiendo unos pantalones beige y una camisa de hombre, cuyos ojos lucían enormes tras sus anteojos, mirándole detenidamente. Le saludaba con una mano, como si le conociera de toda la vida.
−Esta rarita fue la que te sanó.
−Un placer, señorita Hange. Muchísimas gracias por curarme. –Dijo rápidamente Eren, haciendo una reverencia profunda, olvidando sus pensamientos anteriores. −Estoy en deuda con usted. Si hay alguna forma de retribuirle, lo haré.
−¡Ha, que chico más encantador! Lo tenías bien guardado ¿eh, Leviatán?
Levi resopló, apartándose un poco de la puerta. Al hacerlo, reveló otra figura en la habitación. Era un hombre alto, fornido, rubio, de reflexivos ojos azules. Su mirada consiguió darle escalofríos. Era como si lo conociera de alguna parte, tenía que haberlo visto en otro lugar, pero no recordaba. Sin duda, tenía la actitud de un líder, con una postura firme, brazos cruzados, listo para dar órdenes.
−Pasa ¿qué esperas, mocoso?
−¡No lo trates así! Pobrecito.
−Silencio, cuatro ojos.
El Rey de Paradise dio unos pasos vacilantes hacia dentro de la habitación, Levi dejó que pasara a un lado, antes de cerrar la puerta tras él. La habitación no era diferente al cuarto donde había despertado. No había casi muebles, excepto una larga mesa de madera pulida, con varias sillas y velas encendidas arriba de ella. Parecía una sala de reuniones.
−Eren, un gusto conocerte. –Dijo el hombre rubio, rompiendo el silencio− Me llamo Erwin Smith. Y soy el líder de un grupo anti estatal llamado La Legión, Hange es mi segunda al mando. Quizá tú hayas escuchado de nosotros como los rebeldes.
Rebeldes.
Una alarma se activó en la mente de Eren, pero su cuerpo no reaccionó. Se quedó mirando el rostro de Erwin con la misma sonrisa cordial que formó antes de que terminara de hablar, pero esta se fue desvaneciendo lentamente, hasta transformarse en una mueca confusa. Transcurrieron unos minutos en silencio, hasta que los ojos del chico finalmente se abrieron en comprensión.
Su cerebro reprodujo las imágenes de lo sucedido hacían siete años. La cabeza de su padre, su madre agarrando la espada ensangrentada, los encapuchados de verde invadiendo la sala del trono, los guardias reales cayendo unos tras otros, los gritos de la nobleza que eran atrapados como rehenes, su propio cuerpo yendo hacia el activador manual de explosivos, los brazos de Marco protegiéndolo, la voz de su madre gritando, el silencio que vino después. Y finalmente, cadáveres regados por el suelo, tanto de nobles, como de guardias reales, así como trabajadores de palacio, también de rebeldes.
Una carcajada sorprendida rasgó el fondo de su garganta. –Está chiflado.
−No, Eren, habla en serio.
Volvió la cabeza hacia Levi, que lo miraba seriamente. Que hablaba en serio, dijo. No podía ser, porque si fuera cierto, entonces tenía al frente a los culpables de lo que había sucedido ese día. A los cómplices de su madre. Los causantes de todas sus pesadillas. Todo había sido culpa de los malditos rebeldes.
Sus ojos encontraron los de Levi. ¿Eso quería decir que también…?
−Sí. Yo también formo parte de ellos.
La traición ardió en su sangre, así como la rabia. Con que de eso iba todo el rollo, todas las cosas que le dijo acerca del Rey y sus consejeros, su visita al puente Titán, todo había sido cuidadosamente planeado. Claro, tenía que serlo. Quizá incluso lo ocurrido durante la fiesta, ese beso que hubo. Todo fue una maldita farsa.
«Es más útil allá dentro» había dicho la voz de Erwin mientras escuchaba tras la puerta. Con que eso era. Tenían planeado utilizarlo, que trabajara con ellos, dado que creían que era un intérprete del palacio. Levi lo había vendido sin piedad. Maldito infeliz ¿por qué creyó que podía confiar en él? Había sido un idiota.
−Sois unos bastardos. –Rugió, lanzándose hacia Erwin con los puños apretados. –Os mataré.
No llegó lejos, cuando una patada lo empujó del abdomen contra la puerta, golpeando su espalda y cabeza de la madera, haciéndole perder la respiración unos segundos. Ardía como el infierno. Cuando alzó la vista de su cuerpo desparramado, sus ojos llorosos por el dolor, encontró que Levi, posicionado frente a Erwin como si siempre hubiera estado ahí, todavía tenía la pierna levantada. Su afilada mirada pareció traspasarlo como una daga.
−Yo en tú, no haría otro movimiento así y simplemente escucharía.
−Como si fuera a escucharos. –Escupió, botando sangre− Malditos traidores.
La expresión del pelinegro se oscureció. –He, repítelo, mocoso estúpido.
−Eren, lamento que te lo hayamos soltado así de repente, pero, aunque sea, déjanos explicarte todo. –Dijo Hange, forzando una sonrisa tensa. –Seguro que podemos entendernos.
−No me hagáis reír. No sois más que unos desgraciados asesinos. Vosotros y yo no tenemos de qué hablar. –Gruñó, levantándose contra la puerta. –No escucharé una palabra.
Su mano alcanzó el manubrio de la puerta justo cuando Erwin asintió lentamente. –Está bien, Eren, no tienes que hablar con nosotros ahora. Pero, cuando estés listo, visita la tienda de Levi. Tenemos una conversación pendiente. Ui8
Cuando logró abrir la puerta con sus manos temblorosas, emprendió la carrera por el pasillo, bajando unas escaleras que lo llevaron al piso de la tienda de té, aparentemente vacía, por las ventanas se apreciaba el cielo oscuro dando paso al amanecer. Su corazón desembocado resonaba contra su pecho, mientras se abría camino entre las mesas hacia la puerta principal.
La campanilla sonó al forzar la puerta, aunque ésta no se abrió. Escuchó los pasos de alguien más bajando las escaleras. Y la voz frenética de la mujer llamada Hange diciendo su nombre. Sus ojos recorrieron la habitación y la puerta de vidrio, intentando dar con una forma de salir.
Al no conseguirla, se lanzó contra ella.
«−Me puedes decir Espadachín. –Rompió el silencio la mujer, que lo guiaba por senderos que lo asombraban. Se encontraban cascadas, riachuelos, nidos de aves, grandes árboles, preciosas flores. El rey estaba maravillado por todos los colores. –Y yo le diré majestad.
El rey desvió su mirada de las grandes flores amarillas para mirarla. Debería estar asustado de esa mujer, que había matado a sangre fría, pero no resultaba atemorizante. Sus ojos parecían tener algo que lo tranquilizaba.
−¿Piensas que soy el rey de la historia que narró esa criatura?
−Tiene que serlo. –Afirmó ella, convencida− Las náyades no pueden mentir. Casi todos se han dado por vencidos, somos pocos los que, en las sombras, luchamos por un mundo libre. Necesitamos que la gente se alce. Necesitamos que se cumpla esa profecía.
Él todavía dudaba.
−Yo no sé si es ese rey. Pero ahora lo será»
Notas finales de la autora: VALE, REALMENTE ME EMOCIONÉ. ES QUE, AAAAA, ME ENCANTÓ ESTE CAPÍTULO. Ya, me calmo /respira hondo. No pude contenerme, así que subí dos capítulos de una sola vez. Espero que les haya gustado. Cuénteme que opinan de todo lo que está pasando.
Los amo mucho.
-Cece
