CAPÍTULO 11

Hermione dejó el teléfono móvil encima de la mesa. Acababa de tener una conversación con Minerva. Necesitaba hablar con ella y prefería que se vieran para poder aclarar todas las dudas que tenía. Quedarían después del trabajo. Harry tenía razón, no podía estar constantemente huyendo, pero antes quería asegurarse de que realmente la gente de su alrededor no estaría en peligro.

Nunca pensó que pudiera echarle tanto de menos. Años atrás había aprendido a manejar sus sentimientos, pero con él todo se estaba volviendo demasiado especial. No se podía creer que ese vacío que todavía sentía en el pecho fuera por su ausencia. Había escuchado decir que el amor podía provocar esas sensaciones, que realmente te doliera el corazón, que literalmente te faltara el aliento. Sinceramente nunca las creyó, incluso le parecieron exageraciones. No sabía si podía llamarlo amor, aunque era lo más cercano a esa palabra tan temida para ella. Estaba comprobando en su piel todos y cada uno de esos sentimientos. ¿Era esto lo que se sentía al estar enamorada?

Dependiendo de lo que le dijera Minerva, tomaría una decisión u otra.

Todavía era muy temprano y en el hospital no había entrado el nuevo turno. Dos enfermeras permanecían en su puesto, detrás de un escritorio donde podían vigilar todos los monitores de los pacientes. Una le decía a la otra las ganas que tenía de irse a casa. El día anterior apenas había pegado ojo por su hijo de dos años. Escucharon que sonaba la alarma de una de las habitaciones, ambas se levantaron y fueron rápido a ver qué es lo que ocurría. Se encontraron a Draco convulsionándose en la cama. Le salía espuma por la boca y tenía los ojos en blanco.

—Rápido sujétale —ordenó una de ellas.

Draco no dejaban de moverse de un lado a otro. Se había sacado las vías y le sangraban los brazos. Se estaba provocando una herida en la muñeca al moverse tan violentamente, tenía las esposas puestas y estaba tirando sin parar. En ese momento entró Ron a la habitación.

—Está teniendo un ataque. Corre, ves a por la inyección de Diazepam —le dijo una de las enfermeras. El policía que le vigilaba apareció en ese instante.

—Mierda, ¿qué ocurre? — se tocó el pelo con gesto preocupado—. Solo he ido un momento a por un café.

—Por favor, suéltele las esposas y salga de la habitación. Le avisaremos en cuanto pueda entrar

—le dijo la enfermera al mando.

Así lo hizo, y después de varios intentos, logró quitarle las esposas, fue algo complicado al no parar de moverse. Salió al pasillo y esperó fuera. Ron entró corriendo con la inyección y se la dio a su compañera. Cuando se disponía a pincharle en el brazo y, para sorpresa de todos, Draco le quitó la jeringuilla, cogiendo a la enfermera que tenía más próxima. En unos segundos, se había puesto de pie, la tenía atrapada contra su cuerpo, sacó el líquido que había dentro de la jeringuilla y la lleno de aire. Colocó la aguja en su cuello, amenazándola con clavársela. Ron no se lo podía creer, el terror se veía reflejado en el rostro de su compañera, el pelo rubio se le pegaba a la frente y estaba pálida, totalmente indefensa.

—¡Atrás! ¡Todos atrás! —gritó Draco.

Entró de nuevo el policía al escuchar los gritos. Sacó la pistola y le apuntó.

—¡Suéltala! —ordenó el agente.

—Salgan todos de la habitación o la mato.

Se quedaron en silencio, nadie se movía y el policía apretaba cada vez más el gatillo. Ron pensó que el agente iba a dispararle, incluso estando su compañera en medio, pero lentamente éste fue retrocediendo a la vez que Draco avanzaba. Seguía colocándose detrás de la enfermera utilizándola como escudo humano.

—No seas idiota Draco, no podrás salir de aquí —le espetó el policía.

Él le ignoró sin dejar de mirar en todas direcciones. Todos se quedaron quietos, pero el policía hizo el amago de acercarse y Draco le clavó la aguja en el cuello a la enfermera.

—Si te acercas más le inyectaré el aire.

—Está bien, está bien. Tranquilo —le dijo levantando las manos.

Draco siguió huyendo muy pegado a la pared en dirección a los ascensores. La poca gente con la que se encontraba se apartaba asustada. Llamó al ascensor sin dejar de observar a su alrededor por si se le acercaba alguien.

Cuando finalmente llegó a su planta, se abrieron las puertas y se metió dentro. Un señor mayor se encontraba en él. Se apoyó en la pared dejándole pasar. En cuanto se cerraron las puertas Draco le amenazó:

—Quítese ahora mismo la chaqueta, los pantalones y los zapatos —el señor, confundido, le miraba con temor, estaba paralizado—. ¡Ahora, viejo! —gritó.

El anciano logró desabrocharse la chaqueta, pero le temblaban las débiles manos.

—Más rápido —volvió a gritarle, mientras que la enfermera no dejaba de sollozar.

El ascensor se paró en una de las plantas y una pareja intentó subir, pero Draco no les dejó entrar.

—¿Tienes coche? —preguntó Draco a la enfermera.

—Sí —murmuró.

—¿Dónde?

—En el garaje.

—Bien. Llévame hasta allí.

—No tengo las llaves aquí —la voz le temblaba.

—No importa, no es la primera vez que robo un coche —el anciano terminó y mandó a ambos que se apoyaran en la pared de espaldas y con las manos extendidas. Rápidamente se vistió con esa ropa y el ascensor llegó al sótano. Draco y la enfermera salieron mientras que el anciano se quedaba en el ascensor, medio desnudo y paralizado.

La obligó a que le llevara junto a su coche. En cuanto lo tuvo delante, rompió el cristal de varias patadas:

—¡Vamos, sube!

—Por favor, deje que me vaya —le dijo con los ojos llorosos.

—No. He dicho que subas.

Ella obedeció sin parar de llorar. Draco hizo rápidamente el puente y el coche arrancó. Salió a toda velocidad, y vio como el policía salía corriendo por la puerta principal del hospital. Casi se lleva a varias personas por delante, hasta que llegó a la carretera principal. Se saltó varios ceda el paso y se metió en la autopista. Escuchó a lo lejos las sirenas del coche de policía. Adelantó los vehículos a toda velocidad y se desvió por una de las salidas de la autopista. Ya no veía a la policía por ningún lado, tenía que deshacerse de ese coche cuanto antes.

Llegó a un barrio y le gritó a la enfermera que se bajara. Ella no lo dudó ni un segundo, abrió la puerta y salió corriendo. Arrancó de nuevo y siguió conduciendo buscando otro coche que pudiera robar. Después de callejear durante varios minutos, encontró un vehículo que le pareció apropiado para pasar desapercibido.

Hermione entró en la cafetería irlandesa donde había quedado con Minerva. La vio sentada en una de las mesas del fondo. Su pelo rubio recogido en una coleta, la hacía parecer más joven, aunque notaba que el tiempo también había pasado para ella. Siempre la consideró una mujer con carácter, y tenía uno de esos rostros que emanaban personalidad. Llegó a su lado y se levantó, Hermione se sorprendió al ver que ella le abrazaba con fuerza. Sentía una gratitud enorme por todo lo que le había ayudado en el pasado, y se dio cuenta que Minerva también tenía un gran afecto por ella. Minerva se apartó y la observó:

—¡Como has crecido! Hermione sonrió.

—¿Llevas mucho esperando?

—No, acabo de llegar. Te estaba esperando para pedir algo. ¿Qué quieres tomar?

—Un poleo menta.

—Bien, voy mejor a la barra y lo pido allí.

Después de varios minutos, volvió y se sentó dejando las bebidas en la mesa de madera. La última vez que hablaron por teléfono se pusieron brevemente al día de sus vidas, pero esta vez profundizaron más. Minerva le contó que nunca llegó a casarse. Cuando se conocieron ella estaba con un compañero del cuerpo de policía, pero no funcionó, tuvo varias relaciones, aunque nunca cuajaron. Según ella trabajaba demasiado y no tenía tiempo para estar con alguien.

Hermione le relató cómo le fue la vida en Cádiz y lo bien que estaba ahora en Madrid. Le dijo todo lo que le había ocurrido con Harry, incluido cuando Draco descubrió su foto en el teléfono móvil.

—¿Por eso me has llamado? —preguntó Minerva bebiendo un sorbo de la taza de café.

—La verdad que he pensado en volver a alejarme de nuevo, pero no estoy segura si debo hacerlo. Siempre me has insistido que Draco ya no tiene el mismo poder que antes, pero no me fio de él y menos ahora que sabe que estoy aquí.

Minerva agarraba la taza con ambas manos, se quedó callada mirando el líquido negro de su interior. Parecía que estaba pensando lo que iba a decirle.

—Hermione, la verdad es que es una decisión muy personal.

—Lo sé.

—La organización de Severus cada día está más debilitada. Él está en busca y captura por robos, estafas, blanqueo de dinero, tráfico de mujeres… Pero no le encontramos. Estoy convencida, que aun así, en cuanto Draco pise la cárcel van a terminar el trabajo que no pudieron finalizar. Hasta él mismo lo sabe.

—No quiero irme de aquí —murmuró Hermione.

—¿Es por ese hombre? ¿Harry?

Hermione bajó la mirada y asintió con la cabeza. Minerva cogió sus manos intentando reconfortarla.

—Me da miedo quedarme y que haga algo a mis amigos… o a Harry.

—Sinceramente no creo que sea así, pero ya sabes que no te lo puedo confirmar con seguridad. Estaré al tanto de todo lo que le ocurra. De hecho, tengo a compañeros informándome de los progresos de ese maldito.

Hermione miró a los intensos ojos azules que tenía aquella mujer, con la que siempre se había sentido segura, la que en una ocasión salvó su vida.

—Bien, entonces creo que no me iré. No quiero seguir viviendo con miedo.

—De acuerdo, te mantendré informada y tú me tendrás que ir diciendo que tal te va con ese hombre que ha hecho que te derritas. Eso es algo difícil, eres una de las mujeres más duras que conozco —le guiñó un ojo.

—¡Qué exagerada! Tú sí que eres dura.

—Y así me va.

Ambas se empezaron a reír. En ese momento llamaron al teléfono de Minerva. Según iba escuchando al interlocutor al otro lado del móvil, su rostro fue cambiando hasta que se quedó pálida. Por su actitud, Hermione sabía que algo malo había ocurrido.

—Gracias. Por favor, infórmame de cualquier novedad —dijo justo antes de colgar.

—¿Estás bien?

Minerva se quedó callada, lo que fuera que hubiera ocurrido le estaba siendo difícil decírselo. Sin saber por qué Hermione pensó en él.

—¿Draco? —preguntó en voz baja.

Minerva asintió a la vez que le soltaba la bomba:

—Se ha escapado.

—Pero… ¿cómo es posible? —Hermione se levantó de golpe de la silla y el tono de su voz aumentó

—. Se supone que allí estaba vigilado. ¿Cómo coño se ha escapado?

Sacó dinero del bolso y lo puso encima de la mesa. Sin mirar atrás salió corriendo de la cafetería volviendo a tener esa sensación de ahogo. Minerva la siguió y la vio apoyada en la puerta mirando hacia el cielo.

—Tranquila Hermione. Creo que lo mejor es que te acompañe a casa y que esta noche duermas en un hotel hasta que encontremos su paradero.

—Mierda. El muy cabrón está logrando que huya de nuevo.

Hermione sentía rabia, miedo, frustración. No se podía creer que realmente estuviera ocurriendo aquello, cuando por fin había decidido quedarse allí, el muy capullo se había escapado trastocando su mundo de nuevo. Tuvo el mismo sentimiento que hacía unos años, todos los recuerdos se agolparon en su mente. La huida, la pérdida de identidad, la incertidumbre… Algo que no quería volver a experimentar.

Finalmente accedió y se fue con Minerva a su apartamento para recoger algo de ropa. Lo mejor sería dormir en un hotel. Tenía que pensar muy bien en las decisiones que iba a tomar.