CAPÍTULO 13

Hermione solo le había visto una vez en persona y de eso hacía muchos años, pero sabía que era él. El hombre que perseguía la policía y no lograban encontrar, el hombre más temido y cabecilla de la organización criminal, el hombre más corrupto y peligroso que había conocido cuando era niña. Allí estaba, delante de ella. Severus Snape. Confundida, pensó que quizá Minerva se equivocó durante todo ese tiempo y Draco todavía estaba con ellos. Intentó mirar hacia atrás para ver si había alguien más, pero no podía darse la vuelta.

—¿A quién buscas Jane, o debería llamarte Hermione? —su voz sonaba inquietantemente tranquila, grave y profunda.

Chasqueó los dedos y alguien le trajo una pequeña silla. Se sentó justo delante de ella. Se apoyó en el respaldo y cruzó una pierna encima de la otra a la vez que la observaba. Hermione no quiso bajar la mirada, no quería demostrarle lo asustada que estaba. La barba de unos días endurecía su rostro ovalado, tenía la frente ancha y se apreciaban arrugas en su rostro, pero lo que más le turbaba era su mirada oscura e inquietante. Desprendía autoridad y seguridad, no hacía falta que utilizara la fuerza o ningún tipo de amenaza, sabía que ese hombre podía hacer lo que quisiera y no tendría ningún escrúpulo al hacerlo.

—Te has convertido en toda una mujer Jane.

—Hermione —dijo ella—. Mi nombre es Hermione —miró hacia al suelo al darse cuenta que había hablado demasiado alto.

—Vaya, vaya, has querido borrar totalmente el pasado.

—Sí, y me hubiera gustado que todo hubiera desaparecido junto a él —contestó con algo de rabia.

«Joder, contrólate no le hables así», se recriminó a sí misma. Él levantó una ceja y sonrió.

—Ahora entiendo porque siempre le gustaste a Draco. Tienes carácter. —Se inclinó y apoyó los codos en las rodillas juntando las manos—. ¿Sabes por qué estás aquí?

Ella negó con la cabeza.

—Como te habrán informado, Draco es un chivato y por su culpa y avaricia mi hijo murió — apretó el puño con fuerza—. Conseguí que le dieran una paliza, pero no lograron matarle. Tengo que acabar ese trabajo.

—No lo entiendo. Un hombre como usted podría haber entrado en el hospital cuando él estuvo en coma. Hubiera sido sencillo deshacerse de él.

Severus negó despacio con la cabeza y volvió a echarse hacia atrás en la silla.

—Correcto, tú lo has dicho, hubiera sido demasiado sencillo —su voz se endureció—. Tenía la esperanza que algún día se despertaría, cosa que así ha sido, y al hacerlo podría matarle como se merece; lentamente, sufriendo cada minuto, cada hora y cada día que he estado sin mi hijo por su culpa. Le torturaré hasta que suplique que lo mate.

Hermione se estremeció, hablaba en serio. Severus vivía para vengarse de él. Si pensaba que Draco era el único que le daba miedo, se equivocaba, este hombre lograba atemorizarla mil veces más. No le gustaría estar en su pellejo, aunque todavía no sabía por qué estaba allí.

—Soy paciente y capaz de esperar lo que sea necesario para hacerle pagar. Como sabrás, él también lo es. Hará lo que sea necesario para encontrarte y matarte.

—Le agradezco la información, no me está diciendo nada nuevo —dijo con tono irónico.

—Bien, entonces también sabrás que yo también haré lo que sea necesario para encontrarle y deshacerme de él.

—Y aquí es donde entro yo. Severus asintió.

—Serás el cebo para atraparle. Irás a casa de ese novio tuyo y jugaréis a los enfermeros o a lo que te dé la gana. Te dejarás ver por allí, pero no te quedarás a vivir con él. Me han informado que ibas con una pequeña maleta a su casa, la hemos dejado allí para que se preocupe un poco por ti…

—¡No le metas en esto! —forcejeó inútilmente intentando soltarse.

Él se levantó de golpe y se acercó a su cara agarrándole de la barbilla con una mano.

—Haré lo que me plazca. Tú no das las órdenes.

El tono de su voz seguía siendo calmado y peligroso, no le estaba haciendo daño, pero tenía la impresión que en cualquier momento sacaría una pistola y sin mediar una palabra la dispararía.

—Por favor, no le haga daño —murmuró.

—Todo depende de ti y de que me hagas caso. Hasta que Draco dé contigo seguirás viendo a tu amorcito, pero vivirás en tu casa. Quiero que se sienta confiado y que crea que puede acercarse a ti cuando él lo decida.

—¿Va a dejarme ir? —preguntó desconfiada.

—Sí Hermione, pero no creas ni por un momento que podrás escapar de mí. Nadie lo ha hecho nunca. Si no te maté antes fue porque Draco me traicionó y no tenía por qué hacerle ese favor, sino ya estarías muerta, como pronto lo estará él…

Se estremeció al escucharle, hablaba de matar una vida como algo normal y sin valor. Estaba más que acostumbrado a ello.

—Entonces lo único que tengo que hacer es esperar a que venga a mi apartamento y que me mate. ¿He entendido bien? —No quería ser irónica y no sabía si era por los nervios o por su orgullo, pero no lograba cambiar el tono de voz.

—Es una opción, pero Draco querrá matarte tan lentamente como yo lo haré con él. Sabe que en tu domicilio estarás vigilada por la policía, aunque estés sola querrá hacerlo en otro sitio, a no ser que esté desesperado. Conociéndole, se pondrá en contacto contigo, intentará meterte miedo para torturarte. Le sorprenderás diciéndole que quieres quedar con él, a solas. Es entonces cuando te pondrás en contacto con nosotros.

—¿Cómo?

Sacó un teléfono móvil del bolsillo y se lo mostró.

—Tiene una tarjeta prepago. Todas las noches te llamaré y me dirás si tienes noticias de él.

Brevemente me pondrás al día de todo lo que ocurra.

Severus miró hacia la puerta y con un simple movimiento de cabeza alguien comenzó a desatarle la cuerda que tenía en las muñecas y en los pies. Cuando la liberaron, se tocó la piel dolorida y se frotó con suavidad intentando que la circulación volviera a sus manos. La levantaron e Severus se puso de pie. Era muy alto, le sacaba más de una cabeza. Le dio el teléfono y mirándola fijamente le dijo:

—Espero que hagas bien tu trabajo, de ello dependen muchas cosas. No hace falta que te diga lo que ocurrirá si avisas a la policía —notó el tono amenazador en su voz—. Y Hermione…no me gusta que no me hagan caso en lo que digo, tampoco me gusta esperar —se acercó más a su rostro y le susurró—. Siempre que te llame deberás coger el teléfono. Siempre. No quiero excusas, ¿lo has entendido?

Ella asintió sin apenas poder hablar, cada vez le daba más miedo aquel hombre. Lo único que quería era salir de allí. En ese momento, él agarró su mano y la acercó a su boca dándole un suave beso.

—Encantado, Hermione.

«Será gilipollas», pensó a la vez que apartaba la mano de sus labios. Por supuesto que eso no se lo diría en voz alta, pero ganas no le faltaron.

Le colocaron una venda en los ojos, mientras que alguien agarraba su brazo firmemente guiándola por los pasillos. Salieron a la calle y la metieron en un coche. El camino se le hizo interminable, no sabía dónde la dejarían.

No dejaba de pensar en todo lo que ese hombre le había dicho. Se había convertido en el cebo de Draco. Tendría que coger el teléfono todas las noches, y pobre de ella como no lo hiciera. Pondría en peligro a Harry, ya que Severus así lo quería. ¿Cómo iba a explicarle que no podía quedarse con él? No podía contarle nada y sabía que se pondría como loco cuando le dijera que se iría a su casa, y más sabiendo que Draco andaba suelto por ahí. Tampoco podía contárselo a Minerva. «Todo esto es una mierda», pensó cada vez más cabreada.

¿Por qué tenía que ser tan complicado? ¿Por qué el pasado volvía una y otra vez para amargarle la vida? Deseaba que tanto Severus como Draco desaparecieran para siempre y dejaran de torturarla. Ahora se había convertido también en parte del juego de Severus. «Como si no tuviera suficiente con un loco», pensó.

El coche se detuvo y alguien tiró de ella para que bajara. De pie y en la calle, la soltaron y escuchó la puerta del coche cerrarse e irse. Se quitó la venda e intentó enfocar. El edificio que vio no era el suyo.

Harry miraba por la ventana de su apartamento, daba a la parte interna de la urbanización, por lo que veía la piscina comunitaria. Era de noche, solo se escuchaba el sonido característico de los grillos, normalmente le gustaba porque solía relajarse, pero hoy tenía los nervios a flor de piel. Ya habían pasado veinticuatro horas desde que Hermione desapareciese y no tenía noticias de ella. Suspiró, la impotencia seguía pegada a cada parte de su cuerpo. No podía librarse de esa sensación.

Minerva le prometió que si tenía noticias se lo diría. Solo pensar que podía estar herida, asustada o incluso muerta… le ponía enfermo. Sonó el timbre de la entrada, era muy tarde para que alguien llamase a esas horas. «¡Hermione!», pensó esperanzado corriendo hacia la puerta. Cuando la abrió, se encontró con sus dulces ojos color miel.

Lo primero que sintió fue un gran alivio, después, sin pensárselo dos veces, la abrazó con fuerza. Ella le correspondió, necesitada e inquieta. Se quedaron así unos segundos, intentaba hacerse a la idea de que realmente estaba allí, entre sus brazos. Se separó, cogió su cara con ambas manos y la miró. Se la veía cansada.

—¿Estas bien? ¿Te ha ocurrido algo? Dios mío Hermione, ¿dónde estabas? Me tenías muy preocupado. Draco se ha escapado y…

—Lo sé —dijo interrumpiéndole.

—¿No te habrá…? —entrecerró los ojos.

—No, tranquilo, estoy bien. Necesito sentarme.

—Ven, pasa.

Ambos entraron en el apartamento. Era la primera vez que estaba allí, Hermione se fijó que tenía un largo pasillo y el suelo era de tarima de color claro que contrastaba con los muebles del salón, de color marrón. La cogió de la mano, la llevó hasta el alargado sofá y se sentaron. Sin que Harry dejase de mirarla, agarró su cuello y le acarició.

—¿Tienes hambre? —preguntó.

—Sí, un poco.

—Bien, te prepararé unos huevos fritos con patatas. Nadie puede resistirse a eso —le dijo levantándose y guiñándola un ojo.

Ella sonrió y asintió. Harry se fue hacia la cocina y le observó. Llevaba ropa de andar por casa, un pantalón de algodón ancho y gris, con una camiseta de manga corta, blanca y de pico. Solo con ver sus brazos desnudos sentía la necesidad de tocarle. Ese hombre estaba atractivo con cualquier cosa que se pusiera. Aun estando cansada, cuando estaba cerca de él su cuerpo respondía y ansiaba sus caricias.

Se descalzó y sintió los pelillos de la alfombra metiéndose entre sus dedos. Parecía muy cómoda y mullida, le daban ganas de tumbarse en ella. Le apetecía quitarse el vestido y darse una ducha, pero lo mejor sería que cenase y se fuese de allí.

Pensaba en cómo sería la situación si no ocurriese todo aquello, vivir una vida normal con Harry, quedarse en su casa todas las noches, dormir a su lado… Tal vez eso nunca sucedería. Quizá dentro de unos días estaría muerta.

Fue a la cocina para ayudarle a poner la mesa, le sorprendió la cocina, con los muebles de color rojo y la encimera negra. Era funcional, tenía lo justo para poder cocinar y estar cómodo. Le dijo que cenarían en la terraza. El tiempo acompañaba para estar fuera, tenía una pequeña mesa con cuatro sillas, era amplia por lo que incluso sobraba sitio para unas pequeñas tumbonas. Cada vez le gustaba más el apartamento. Harry no dejaba de mirarla. Fue dándole los vasos y el agua para que los llevara a la mesa, sin querer sus dedos se rozaron y volvió a sentir un calambre en la mano. Le miró y descubrió que estaba observando su escote. Se notaba que él también tenía hambre, pero no de comida.

Harry se riñó a sí mismo. No sabía que le ocurría, no quería agobiarla. Estaría cansada, pero lo único que quería era lanzarse a ella y besarla.

—¿Queda algo por llevar? —preguntó Hermione.

—Las aceitunas con anchoa —dijo señalando un cuenco.

—Mmmm, me encantan las aceitunas.

Fue a coger una y Harry la paró. Se miraron y sintió la tensión de nuevo. Despacio, él cogió una y se la acercó a la boca tocando sus labios. Ella la mordió y rozó sus dedos. Harry estrechó los ojos, percibiendo su contacto.

La saboreó despacio mientras él la penetraba con la mirada. «No seas tonta, no le provoques, no vas a quedarte y eso hará más difícil las cosas». Sabía que caería en sus brazos y la engatusaría para que le contara todo. Se sentía algo vulnerable y no le quedaban muchas fuerzas para frenar las cosas. Tenía unas ganas irrefrenables de besarle. Lentamente se acercó hacia ella y presionó su cuerpo contra el suyo. Su mirada bajó hacia su boca, siguiendo por su cuello hasta llegar a sus pechos. Sintió la caricia de su mirada en la piel. Tenía que salir de allí.

—Bueno, vamos a cenar —dijo zafándose a la vez que se alejaba de él.

Harry sabía que Hermione estaba intentado evitar lo inevitable. Iba a dejar que se relajase, pero después le haría el tercer grado. Le contaría donde demonios había estado. Estaba seguro que le ocultaba algo.

Salieron a la terraza y se pusieron a cenar. Él comenzó a hablarle de un pub de rock que estaba muy bien, iba mucha gente y la bebida no era muy cara. Hermione sabía que lo hacía para que se relajase, pero ya le conocía, no iba a permitir que se fuera, estaba esperando para que le diera una explicación de su ausencia. La paciencia que mostraba era rara en él.

Finalmente, mientras recogían la cena, le preguntó lo que temía:

—¿Qué ha ocurrido? —le dijo a la vez que dejaba los platos en la pila. Hermione se quedó callada, no podía contárselo, pero debía decirle algo.

—Estoy bien, es lo único que puedo decirte.

—No Hermione, no estás bien. Esta tarde encontré la bolsa con tu ropa en la entrada de mi casa. ¿Te puedes hacer una idea de lo que sentí al verla? —se apoyó en la encimera con una mano—. No puedes llegar como si nada y decirme que estás bien.

—Lo siento —deseaba decirle que la habían atado, amenazado y que lo necesitaba más que nunca, pero no lo hizo—. Estoy cansada.

Harry la observó. Tenía el rostro muy pálido y las ojeras se marcaban debajo de sus ojos. Sabía que algo había ocurrido, pero de nuevo se volvía hermética y distante, y no se lo quería contar. ¿Por qué era tan difícil para ella confiar en él? No iba a desistir en su empeño.

—Está bien, hoy no voy a presionarte —se aproximó y posó las manos en su cintura, fue subiendo con los pulgares por su ombligo al mismo tiempo que hundía la boca en el hueco de su cuello—. Nena, me tenías tan preocupado. —Torturó su oreja con húmedos besos.

—Espera… Harry… —intentaba resistirse, el deseo comenzaba a crecer como un vendaval sin dejarla pensar.

—Hoy por fin dormiremos juntos, pero me portaré bien. Solo necesito tocarte un poco más — llegó hasta su boca y mordió su labio inferior, para luego pasarle la lengua por ellos.

Miles de espirales de placer revolotearon en su cuerpo. Tenía que decirle que no se quedaría, si no se lo decía al final sucumbiría.

—No… para, espera —murmuró Hermione, a la vez que sentía como una de sus manos tocaba su clavícula bajando hasta la curvatura de su seno. Un gemido salió de su boca, sentía que se abrasaba donde él la acariciaba.

—Solo un beso —susurró en su boca.

Harry tenía los ojos negros por el deseo y se reflejaba la necesidad que tenía por ella. Deslizó una mano por su cuello y llegó hasta su nuca. Juntó suavemente los labios contra los suyos y la besó despacio. «Para ya, déjala descansar», se regañó a sí mismo, pero no lo hizo. Penetró más con su lengua y sintió como Hermione respondía, la escuchó gemir y un ramalazo fue derecho a su miembro. «Dios, tengo que controlarme», pero era complicado viéndola tan receptiva. Hermione le cogió del cuello y clavó las uñas. El beso se hizo más profundo e intenso. Sin poder parar bajó la mano hasta su falda y se coló entre sus muslos. Ella dejó de besarle.

—Harry, no puedo…

—Sí puedes nena.

—No, no lo entiendes —dijo sofocada por sus caricias—. No puedo quedarme contigo. En ese momento, él se paró en seco. Clavó los ojos en los suyos.

—¿De qué estás hablando?

—No voy a quedarme aquí contigo, me iré a casa —bajó la mirada para no tener que seguir viendo la decepción que se reflejaba en sus ojos.

Se apartó de ella y apoyó ambas manos en la encimera dándole la espalda.

—¿Me estás diciendo que no vas a quedarte aquí hasta que encuentren a Draco?

—Eso es —contestó en voz baja. Vio cómo se tensaba y apretaba la encimera con fuerza haciendo que sus dedos se pusieran blancos. Se dio la vuelta y la miró con dureza.

—¿A qué juegas Hermione? ¿Quieres volverme loco?

—No, es lo último que quiero, pero…

—Pero es mejor reírse del gilipollas que tienes delante —dijo interrumpiéndola— Si no ibas a quedarte, ¿para qué coño viniste en primer lugar?

—Quería que supieras que estaba bien, me mandaste aquel mensaje y Minerva me dijo que no hablase con nadie.

—¿Y por eso te traes una bolsa con ropa?

—Da igual lo que pienses, tengo que irme —no podía seguir teniendo esa conversación, odiaba mentirle.

Harry estaba cada vez más fuera de sí, ¿cómo era posible que hubiera cambiado de opinión?

Minerva le dijo que había dejado de huir por él, no se había ido de la ciudad para quedarse a su lado y ahora estaba diciendo que debía irse. No entendía nada. La rabia y la impotencia es lo único que sentía en esos momentos. Hermione salió de la cocina y fue al salón a recoger sus cosas.

Cogió la bolsa que estaba encima de la mesa y fue andando hacia la puerta. De repente sintió un tirón y él le quitó la bolsa.

—¿Qué haces?

—No te irás —el tono de su voz era bajo y amenazador.

—Claro que me voy. Dame la bolsa.

Se fue acercando a la vez que ella retrocedía.

—No Hermione, no lo harás. Si crees que vas a salir por esa puerta, estás muy equivocada.

—Bien, si no quieres darme la bolsa la dejaré aquí. No hay ningún problema.

Se dio media vuelta yendo a la puerta de la entrada. Harry la agarró por detrás y la envolvió en sus brazos.

—Si tengo que atarte a la cama lo haré, no lo dudes —susurró en su oído.

Hermione se estremeció, ese comentario despertó sus instintos más primitivos. Cómo la alteraba con sus palabras… Aun así debía irse. Forcejeó intentado liberarse de su agarre.

—No luches, te lo digo muy enserio, no te irás de aquí.

Tenía que ser más inteligente. Por la fuerza no podría escaparse de él, así que dejó de resistirse.

—Está bien, suéltame —percibió la duda en él, pero finalmente la soltó—. Voy al baño.

Harry curvó los labios en una pequeña sonrisa, sabía lo que estaba haciendo, pero no se lo permitiría. Seguía muy enfadado.

—Bien, voy contigo.

—Ni se te ocurra. ¿Me vas a seguir por toda la casa?

—Si es necesario, lo haré.

Sus miradas se encontraron desafiantes, esperando ver cuál sería el siguiente paso del otro. Ella se había separado un poco de él y aprovechó para correr en dirección a la puerta. Harry la agarró del vestido y éste se rasgó de arriba abajo. La cogió del brazo impidiendo que se fuera.

—¡Gilipollas! Me has roto el vestido —gritó enfadada.

Escudriñó su cuerpo, se había quedado en ropa interior, sus pechos resaltaban turgentes con ese sujetador negro, la respiración agitada hacía que se hincharan y ya no pudo controlarse más. La cogió y la subió en su hombro.

—¿Qué haces? ¡Bruto! ¡Bájame! —comenzó a patalear, la llevaba como si fuera un saco de patatas, lo único que quería era darle una patada en las pelotas.

La llevó por el pasillo hasta su dormitorio. Cuando llegaron la tiró en la cama.

—Voy a atarte a la cama —le dijo con una mirada ardiente y de suficiencia.

—¡Cabrón!

—Que boquita tienes, Hermione…

Se acercó a una pequeña mesilla y cogió un preservativo. Se quitó la camiseta y Hermione se dio un festín observando su cuerpo duro y masculino. Lástima que estuviera tan enfadada. Se fue aproximando a la cama, pero aprovechó para escabullirse por el otro lado y salió disparada de la habitación. Escuchó que él corría detrás. Parecía que estaban jugando al gato y al ratón. Fue en vano, la alcanzó en el salón y la tiró en la alfombra. Se colocó encima, sujetándole los brazos con ambas manos.

—¡Quítate de encima! ¡Capullo! —sentir su cuerpo contra el suyo la estaba poniendo a cien, una mezcla de rabia y deseo.

—Tengo que enseñarte modales, cariño —le dijo con una sonrisa ladina.

—Gilip… —no pudo terminar, saqueó su boca poseyéndola.

Un gruñido salió de la garganta de Harry. Dejó una mano sujetándole los brazos que tenía por encima de su cabeza, metió la mano por debajo de su falda y rasgó sus bragas sin dejar de besarla. Hermione protestaba, no sabía si negarse o rendirse. Se preguntaba cómo era posible que la pudiera sujetar solo con una mano, tenía mucha fuerza. No podía soltarse aunque quisiera, de lo que no estaba segura es si realmente quería que la liberase. Estaba húmeda y caliente y él lo notó.

—Mierda, nena.

—Para…—su voz sonó lejana y excitada.

Se puso a horcajadas encima de ella. Abrió el preservativo que tenía en la mano y se lo intentó poner, pero Hermione al tener las manos libres, no le dejó. La volvió a agarrar los brazos y se los sujetó por encima de la cabeza, ella respiraba con dificultad.

—Voy a follarte. No luches, estás húmeda y demasiado excitada para negarte.

Le miró con ira y deseo, lo peor de todo es que tenía razón. Logró ponerse el preservativo. Se volvió a tumbar sobre su cuerpo, tenía los pantalones medio bajados y colocó el pene en su entrada.

—Ahora cariño, vas a suplicarme que te la meta.

—No lo haré…

—Es cierto, esta vez no lo harás, pero no porque no lo estés deseando. —metió el capullo en su suave y húmeda entrada. Ambos respiraban con dificultad —Ahora es el momento, dime que quieres que salga de tu interior y lo haré.

Hermione dudó, estaba cabreada, excitada, pero era demasiado tarde, la lujuria circulaba libremente por su cuerpo siendo demasiado débil para negarse.

—¿Quieres que te la meta? Ella asintió.

—No te oigo.

—Sí… —murmuró.

La besó y gruño. Hermione pensó que entraría dentro de ella con un fuerte empujón, pero no fue así. Lo hizo despacio, sintiendo cada parte de su grueso miembro ensanchándola, abriéndola lentamente. Inclinó su cadera hacia él para que profundizara más. Lo necesitaba en su interior, cuando la llenó por completo, comenzó a salir y entrar despacio. Deseaba que se moviera más rápido, que la liberase de la agonía que estaba sufriendo por su paciencia. Finalmente cedió y movió sus caderas más deprisa llenándola y avivando su excitación hasta casi rozar el orgasmo. Clavó sus uñas en su espalda y le arañó. Él echó la cabeza hacia atrás presa del dolor y el placer.

Era tal la necesidad que ambos sentían el uno por el otro, que el placer parecía amplificarse hasta un punto increíble. La embistió con fuerza y apretó su cadera contra su pelvis para que rozara su clítoris, después de unos empujones más, gritó al sentir el orgasmo. Sin parar de moverse, siguió penetrándola sin parar y él se corrió dentro de ella.

—Y después de esto, ¿todavía piensas en irte, Hermione?