CAPÍTULO 14

Él seguía encima de su cuerpo, no se apartaba y la intensidad de su mirada la intimidaba. Con un su mano derecha, acariciaba su mejilla y Hermione no era capaz de apartar los ojos de los suyos. La estaba pidiendo una explicación, le rogaba que no se fuera, no con palabras, pero sí con sus gestos. No quería pensar en lo que él sentía, estaba bastante cabreada por su actitud. Al final siempre terminaban teniendo sexo como locos y él la convencía de cualquier cosa.

Lo empujó para que se quitase de encima, lo hizo, y la ayudó a levantarse. Cuando estuvieron de pie, frente a frente, él abrazó su cuerpo. No quería sus cuidados, tenía que irse de allí, por su bien y por el de ella.

—Tengo que irme. Harry se volvió a tensar.

—¿Por qué eres tan cabezota?

—¿Y tú por qué no me dejas a hacer lo que me dé la gana? —dijo a la vez que se separaba de su lado.

—Porque hay un puto lunático que quiere hacerte daño. ¿Te parece razón suficiente?

—Lo único que te estoy diciendo es que no voy a vivir aquí contigo, pero podemos seguir viéndonos.

—¿Y quién te va a proteger? ¿Y si te pasa algo? No entiendo por qué has cambiado de opinión.

Pensé que ibas a quedarte conmigo.

—¿Qué te hace suponer que iba a quedarme?

—Minerva me dijo que…

—¿Minerva? —dijo interrumpiéndole.

—Sí, la he conocido.

Hermione no salía de su asombro.

—¿Cómo? ¿Cuándo?

—Vi la bolsa tirada en la puerta de mi casa, con ropa tuya y me volví loco. Fui a la comisaría más próxima para denunciar tú desaparición —Hermione abrió los ojos un poco más—. Nadie me hacía caso, me dijeron que tenía que esperar setenta y dos horas. No estaba dispuesto a esperar tanto, así que dije que buscaran a Minerva. No te voy a decir cómo, pero al final apareció y hablamos.

Hermione intentó calmarse, cuanto más intentaba alejarle más se metía en su vida y, lo peor, se clavaba más profundo en su interior. Él se acercó de nuevo para tranquilizarla, pero le apartó bruscamente.

—¡No!, no puedes hacer siempre lo mismo, empiezas con besos, me tocas y al final termino haciendo lo que tú quieres. Esta vez no.

—De acuerdo, no te tocaré más.

—No he dicho eso.

—Pero yo sí —espetó furioso—. Yo también estoy cansado de tener que ir detrás de ti todo el tiempo. Se acabó. Si quieres que te toque, me lo pedirás tú.

—Perfecto.

—Bien.

—¡Bien! —gritó a la vez que cogía su bolsa y se iba de allí.

Hermione tenía los nervios crispados, llevaba veinticuatro horas con la tensión por las nubes. No solo se había escapado Draco, sino que también su enemigo la había secuestrado y para colmo discutía con Harry. No se lo estaba poniendo nada fácil. Salió del portal como un resorte, quería gritar o golpear lo que fuese para poder desahogarse. En ese instante escuchó que gritaban su nombre detrás de su espalda, se volvió y vio a Harry corriendo hacia ella. Tenía puestos los pantalones grises del pijama, la camiseta blanca y se sorprendió al ver que iba descalzo.

—¡Espera! —llegó a su lado y apoyó las manos en las rodillas intentando coger aire.

—No quiero seguir discutiendo —dijo Hermione dándose la vuelta, pero él agarró su brazo y la detuvo.

—Yo tampoco —lentamente se giró—. Perdona, no quería ponerte las cosas más difíciles — Hermione clavó los ojos en el suelo y él, cogiéndola de la barbilla, hizo que volviera a mirarle.

—Estoy agobiada, me gustaría golpear a algo, desfogarme, gritar.

—Estás demasiado tensa —la acercó hacia su cuerpo y la abrazó— Tengo un idea. Te recojo mañana por la tarde y te llevaré a un sitio que te gustará.

—No se… —contestó confusa—. Ahora no soy buena compañía, además el lunes tengo que trabajar y me vendría bien descansar.

Dadas las circunstancias, a Harry no le gustaba la idea de que ella fuera al trabajo, pero prefirió no decir nada.

—Confía en mí, estoy seguro que vas a disfrutar.

Reflexionó sobre ello. Necesitaba estar con él y no sabía que es lo que se le había ocurrido, pero quedándose todo el día en casa estaría angustiada, agitada y no dejaría de pensar en lo sucedido. Lo mejor es que se despejase y que intentase seguir con su vida normal.

—Está bien, ¿a qué hora quedamos?

Harry sonrió y a ella se le cortó brevemente la respiración, estaba endemoniadamente atractivo cuando sonreía.

—Ok, te paso a buscar a las siete. Ponte algo cómodo.

—De acuerdo.

—Ten cuidado. Mándame un mensaje cuando llegues a casa —le guiñó un ojo y se giró sin tocarla ni darle un beso.

No le entendía, o no dejaba de acariciarla o ahora no le daba ni un beso de despedida.

«Hombres», pensó.

Harry entró en casa y fue al frigorífico para coger una cerveza. Sabía que iba a estar intranquilo, casi le dieron ganas de volver a insistir que se quedase cuando habló con ella en la calle, pero realmente se la veía muy agobiada. Necesitaba despejarse, estaba pasando por mucha tensión y él no se lo había puesto fácil. Seguramente la idea que tenía le vendría bien para olvidarse un poco de todo, pero eso no quitaba que no estuviera algo preocupado al saber que se iba a casa y estaría sola. Prefería al menos poder pasar la tarde a su lado.

A la mañana siguiente estaba tumbado en la cama, se había despertado hacía poco y no dejaba de pensar en ella. Escuchó el sonido del móvil recibiendo una llamada que le sacó de sus pensamientos.

—Hola hermanita —contestó ilusionado al saber que era ella. Hacía tiempo que no hablaban.

—Eres de lo que no hay. Si no te llamo yo, no me llamas nunca —le reprochó.

—Tienes razón, perdona, es que últimamente he estado muy liado.

—¿Una chica?

—Que cotilla eres Ginny. Nunca cambiarás.

—Quiero tener sobrinos y con tu historial me parece que eso no ocurrirá nunca. Harry puso los ojos en blanco.

—Tú que tal con ¿Carlos?, ¿Cosme?

—Collins… —contestó resignada—. ¿Cuándo demonios vas a quedarte con su nombre? Ya llevamos saliendo seis meses.

—Bueno, normalmente no llegas al año así que prefiero no quedarme con ningún nombre.

—Este es distinto.

—Siempre lo son —dijo riéndose.

—Calla, pesado. ¿Has encontrado el regalo para mamá?

—Mierda, lo olvidé.

—Por Dios, es que no se te puede mandar ningún recado…

Harry separó el móvil de la oreja, no le apetecía escuchar a su hermana durante media hora, todas y cada una de las recriminaciones, que por un lado se merecía. Siempre habían sido polos opuestos. Él era el rebelde de la familia, le gustaba la música rock y evitaba las quedadas familiares. Ginny por el contrario, vestía siempre a la moda, su ídolo era Bisbal y era demasiado responsable. Se acercó el teléfono al oído de nuevo.

—Para una vez que te lo pi…

Se lo retiró otra vez. Su madre y su hermana eran iguales, no sabía cómo su padre aguantaba a las dos en la misma casa. Ella tenía veintidós años, ocho menos que él y todavía no se había independizado.

—Sí, tienes razón —dijo por fin.

—No has escuchado una palabra de lo que he dicho ¿verdad?

—Tengo que colgarte hermanita.

—Eres un caso, ¿lo sabías?

—Sí, pero me quieres. Ginny se rió.

—Bueno, ¿vas a decirme quién es ella?

—No la conoces.

—Así que sí hay alguien. ¡Verás cuando se lo diga a mamá!

—No, Ginny, no empieces. Todavía no sé muy bien qué relación tenemos, es complicado.

—Si me tuvieras que decir del uno al diez cuanto te gusta, ¿cuánto sería? Harry se empezó a reír, su hermana todavía tenía cosas de adolescentes.

—No lo sé…

—No mientas.

—Quizá un nueve. Mentía, sería más de diez.

—Estás jodido hermanito.

Hermione apenas había podido dormir, cuando llegó de madrugada, a la media hora ya quería salir de allí. Cuando entró en casa no pudo evitar pensar que alguien estaba esperándola, quizá Draco o un matón de Severus.

Lo primero que hizo al levantarse fue llamar a Minerva para decirle que estaba bien. Le contó que cuando estuvo en el hotel, decidió ir a ver a Harry, pero llegó allí, le entró el pánico y salió corriendo. Mintió diciendo que se dio cuenta que tenía que meditar todo lo ocurrido, por lo que se fue a tomar el aire. No podía decirle la verdad. Minerva, muy seria, le contestó que no volviera a hacerlo, tenía que protegerla y así no podría. En un par de horas habría unos agentes de policía en un coche vigilando su casa por si se le ocurría a Draco pasar por allí. No le gustaba estar tan vigilada aunque en el fondo algo la tranquilizaba.

Llamaron al telefonillo y cuando contestó se alegró al saber que Luna había ido a verla. La invitó a tomar un café y se sentaron en la mesa del salón.

—Me tenías preocupada, no contestabas al móvil, ayer vine a verte y no estabas.

—Es una larga historia —contestó Hermione cansada.

—Y no me la vas a contar…

—No, lo siento. Tengo que llevar este asunto por mí misma. Luna apoyó la mano en la de Hermione:

—Algún día estarás preparada y yo estaré aquí para escucharte.

Observó sus ojos azules, veía la sinceridad en ellos. Le encantaba el pelo rubio natural que lucía, lo tenía muy corto y despuntado.

—Gracias amiga.

El móvil de Hermione vibró apareciendo un mensaje de Harry en la pantalla. Luna vio cómo le cambiaba la expresión de la cara.

—Madre mía, sí que te ha dado fuerte. No puedes negar que es suyo el mensaje.

—Sí, es de él. Quiere llevarme a un sitio esta tarde, dice que me lleve en una mochila unos pantalones cortos, camiseta y unas zapatillas de deportes.

—¿Vais a correr una maratón?

—No lo sé, espero que no sea eso. Estoy agotada.

—¿La cosa va en serio?

—Es complicado.

—Contigo todo lo es —dijo sonriendo.

No se imaginaba hasta qué punto. Luna le puso al día con todos los problemas que seguía teniendo con su jefe y su compañero, Victor. Hermione le prometió que iría a verla al bar la semana siguiente. Cuando se fue, aprovechó para echarse un rato, estaba demasiado cansada.

Draco acababa de volver. Se sentía pletórico, nunca pensó que fuese tan fácil. En cuanto pudo regresó al hospital y esperó a Harry, lo que menos se esperaba la policía es que él volviera. Cambió de coche y se vistió de tal forma que no pudieran reconocerle. Cuando él salió, le siguió hasta su casa. Estaba dispuesto a pasar varios días allí hasta lograr verla, pero sabía que no era lo más inteligente, así que se fue y volvió al día siguiente.

Tenía bastante paciencia, por lo que se quedaría más tiempo para intentar encontrarla. Estaba esperando, agazapado en el coche, y su dicha aumentó cuando a los quince minutos de permanecer allí, la vio salir del portal. Todo estaba sucediendo demasiado rápido, pero no se quejaba. Harry la gritaba llamándola por su nuevo nombre. Hermione. Estaban tan ensimismados el uno en el otro que no se fijaron en el coche que permanecía aparcado a pocos metros donde se encontraba Draco.

Lo demás fue sencillo, la siguió hasta su casa y la vio entrar en el portal. Ya sabía dónde vivía. Decidió irse y volver por la mañana temprano, quería entrar en el portal. A la mañana siguiente, vio a una muchacha con el pelo rubio y corto que iba hacia el portal y decidió que ese era el momento para entrar. Esperó que ella llamase y cuando respondió la voz del telefonillo, creyó reconocerla, pero se lo confirmó cuando la chica pidió que le abriera la puerta y la llamó Hermione. La mujer desapareció y él se quedó comprobando los buzones hasta que vio su nombre grabado en uno de ellos. Ya sabía su piso, y además había conocido a una amiga suya. Se le ocurrió algo interesante para llevar a cabo su plan…

Volvió a ese pequeño cuartucho de mala muerte. Pansy estaba sentada en la cama, era una prostituta que conocía desde hacía años. Sabía que si iba a su casa no le delataría, no porque le tuviera aprecio ni porque le debiera nada. Ella no le delataría por el miedo que le tenía. Después de tantos años aún le tenía pavor, pero sabía que disimulaba e incluso se ofrecería a él con tal de que la dejara en paz.

Lo bueno era que nadie conocía la relación que tuvo con ella en el pasado, por lo que Severus todavía tardaría en encontrarle. Debía tener cuidado, no solo con la policía, también con la organización. Sabía que también estarían buscándole.

Hermione entró en el coche de Harry. Él le dio un rápido beso en los labios, le hubiera gustado sentirle unos segundo más. Normalmente cuando se veían, él la besaba como si intentara saciarse y no lo consiguiera. Sin embargo, esta vez el beso fue breve y poco pasional. No parecía estar enfadado porque al hablarla lo hacía sonriendo y animado. Le pilló mirándole las piernas y vio cómo se revolvía en el asiento. Se había puesto unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta de tirantes que realzaba sus pechos.

—¿Has traído lo que te he dicho?

—Sí, lo llevo en la bolsa de deporte.

—¿Qué tal has pasado la tarde?

—Bien, ha venido a verme una amiga y luego he podido echarme un rato.

Le sentía algo frío, deseaba tocarle, acariciar su mano que ahora descansaba en la palanca de cambios. Miraba al frente, esperando a que la gente cruzara el paso de peatones. Después de unos diez minutos, entraron en un polígono al sur de Madrid. Pasaron varias glorietas, giró a la izquierda y aparcó.

—Hemos llegado ¿Estás preparada?