*DISCLAIMER: Los personajes y serie no me pertenecen, son propiedad de la mangaka Rumiko Takahashi. Únicamente el fanfic y su trama son de mi entera pertenencia. No se aceptan copias, adaptaciones y/o plagios. Muchas gracias.
*SUMMARY: A la hora de escoger "¿Dulce o travesura?" Kagome escoge "dulce", dejando implícita la ternura propia de la pareja en cada una de sus viñetas y drabbles. Porque octubre es conocido por ser un mes aterrador... Aterradoramente dulce.
DAY 6:
''Indirectas''
El silencio nocturno era interrumpido únicamente por el tamborileo de sus dedos sobre la madera de la cabaña y el ocasional castañeo de sus dientes. Le encantaría decir que se debía al frío de la noche, pero era una mentira tan burda que no valía la pena siquiera susurrarla para ella misma. Que estuviera en yukata era prueba suficiente de que, de hecho, esa podría ser catalogada como la noche más calurosa en la historia de Japón. Tan calurosa que incluso su interior comenzaba a tornarse un auténtico infierno. Aunque eso último seguro se debía... A otras cuestiones.
Miró la pared vacía de su hogar y maldijo en voz baja al no tener un reloj. Esos eran los pequeños detalles que le recordaban que ya no contaba con las comodidades de su época y, en parte, la fastidiaba. Desvió su mirada a la luna que se alzaba imponente sobre el manto nocturno e intentó calcular la hora. Sabía que no podía ser tan exacta como los relojes de su época, pero por lo menos le servía para orientarse. Dedujo que faltaba poco para la medianoche y aquel pensamiento la hizo estremecerse al saber lo que se avecinaba.
Sus dedos continuaron golpeando rítmicamente sobre la pulcra madera en el suelo hasta casi hacer sus uñas desaparecer y, cuando faltaba poco para que comenzara a mordérselas debido a la ansiedad, la esterilla de bambú se alzó de golpe dejando ver la figura rojiza que llevaba horas esperando.
—Hola —saludó y se adentró en su hogar.
—Hola... —Devolvió. No fue consciente de la falta de emoción en su voz hasta pasados unos segundos y rápidamente intentó corregirse—, ¿cómo te ha ido?
—Bien. No fue la gran cosa la verdad.
Sus ojos castaños siguieron los pies descalzos de su esposo mientras este le detallaba escasamente su último viaje. Para ser sincera ni siquiera lo estaba escuchando. Suponía que era más de lo mismo: demonios de poca monta, golpes, entrañas, algo de dinero y una vuelta silenciosa hasta la aldea. Su mente estaba sumida en cosas mucho más importantes. Sin poder evitarlo su mirada viajó hasta el bulto que se escondía bajo el hakama de su marido y tragó saliva con tal dificultad que creyó que se ahogaría. Por fortuna no fue así. Mientras una y mil ideas surcaban su mente más fue consciente de la bomba de tiempo que era su cuerpo. Una bomba con una cuenta regresiva que no parecía tener más de diez segundos de tregua antes de explotar en un estallido ensordecedor que difícilmente le dejaría pensar con claridad durante las próximas horas.
—¿Kagome?
La voz de Inuyasha la devolvió a la realidad y pareció añadirle otros diez segundos a su inexistente bomba de tiempo. Intentó sonreír con confianza, pero solo logró esbozar una sonrisa incómoda que rápidamente captó la atención del peliplata.
—¿Estás bien?
—S-sí, ¿por qué no iba a estarlo?
—Has estado muy callada desde que llegué.
—Bueno, es que... Estaba pensando en que...
—Y también pareces distraída —añadió.
Kagome tuvo ganas de arrebatarle el collar Kotodama al ojidorado, colocárselo ella misma y gritar la condenada palabra tantas veces como le fuera posible mientras se hundía en un interminable hoyo de humillación y vergüenza. ¿Por qué tenía que ser tan condenadamente obvia? ¿Por qué no podía ser como Sesshomaru y aparentar que le daba igual si el mundo explotaba o ardía en llamas? ¡¿Por qué?!
Mientras Kagome intentaba buscar las palabras adecuadas para explicarse —o excusarse—, Inuyasha detalló su morada por primera vez desde que llegó. No era como si colocar su espada en una esquina y dejar el botín del viaje en la cocina le hubiera quitado mucho tiempo, pero debía reconocer que había estado tan distraído que ni siquiera notó la ausencia de una comida deliciosa esperándolo o, en su defecto, una fogata para iluminar el interior de la cabaña mientras su compañera lo esperaba como acostumbraba hacer. Fue consciente de su pelo enmarañado, de sus uñas descuidadas y, si se esforzaba por mirar el cuarto tras ella, seguramente se encontraría con la cama sin hacer. Al igual que en la mañana o incluso igual que la noche anterior. La miró con algo que solo podría definirse como genuina preocupación y tomó su mano con delicadeza para llamar su atención. En cuanto la vio pegar un respingo y mirarlo con temor se atrevió a susurrar la única pregunta que surcaba su mente, la única explicación posible para su extraño comportamiento.
—¿Te has... Sentido sola?
La pregunta había salido apenas en un hilo de voz, pero a sus oídos sonó más bien como un grito. Una enorme alerta roja que le decía: te descubrí. Y odiaba sentirse así de expuesta. Sin embargo, la mirada plagada de preocupación que Inuyasha le dirigía le impedía sentir cualquier tipo de molestia o incomodidad. Le sonrió con genuina ternura y miró el suelo apenada.
—Creo... Que sí.
Sonaba como una niña pidiendo atención y armando un berrinche al ver que no podía tener lo que quería cuando lo deseaba. Se sentía avergonzada por eso, pero era un hecho que estar lejos de Inuyasha le afectaba en más de un sentido. Creyó poder soportar horas, días e incluso semanas sin la compañía del peliplata. Habían esperado tres años para estar juntos, así que unos cuantos días y noches no significaban nada para ella... O al menos así lo sentía su corazón. ¿Y su cuerpo? Su cuerpo era una cuestión completamente diferente.
—Me has descuidado —se quejó.
Una cosa era esperar por un amigo del que estaba platónicamente enamorada durante tres largos años. Una prueba que habían superado casi arañando las paredes, pero ahora eran marido y mujer... Y el cuerpo de Kagome era extremadamente consciente de ello. Tal vez más de lo que le gustaría admitir en voz alta. Las distancias no eran algo que las hormonas supieran entender lo suficiente como para decir: vale, nos vemos el próximo mes para nuestra cita sexual. Hasta entonces intentaré mantener los estrógenos y progesterona calmados. Cuídate, linda.
«Desearía que fuera tan sencillo...», razonó.
—¿Eh? ¿Descuidarte? ¿De qué hablas?
Kagome miró a su esposo con clara molestia. ¿Cómo era posible que no supiera entenderla? Había notado que había estado rara nada más llegar, ¿pero era incapaz de comprender sus indirectas directamente directas?
Vale, se lo dejaría pasar únicamente porque ella misma lo había pasado por alto hasta hace apenas unas semanas. Teniendo en cuenta que Inuyasha difícilmente usaba su cerebro era de esperarse que no lograra leer el ambiente o sus señales para nada sutiles, mismas que le había estado enviando a lo largo de los días, especialmente antes de su partida.
Había usado perfumes —arcaicos y no muy agraciados, pero perfumes al fin y al cabo— para llamar su atención, había dejado de vendar sus senos para que sus pezones fueran enmarcados por la yukata cuando iban a dormir y había cocinado utilizando afrodisíacos propios de esa época, pero nada parecía funcionar. El perfume había acabado por irritar la sensible nariz de Inuyasha, no había notado lo traslúcido de la tela mostrando sus turgentes pechos porque en medio de la oscuridad no veía ni la punta de su nariz... Y ni hablar de los afrodisíacos que solo acabaron por darle dolor de estómago y un mareo muy intenso. La gota que colmó el vaso fue el día que ella misma hizo unos cortes en su yukata para que se mostraran zonas estratégicamente sensuales... ¿Y todo para qué? Para que el muy idiota le preguntara si su ropa se había quedado atrapada entre las ramas del bosque y la regañara por ser tan descuidada. Al final optó por pausar sus planes hasta que el susodicho volviera de su viaje. Así tendría tiempo de pensar en más estrategias y ponerlas en marcha en cuanto llegara.
Sin embargo, día tras día y noche tras noche solo pudo ir descartando ideas que, lejos de favorecerla, solo los harían discutir o tener un malentendido innecesario. Todo parecía estar destinado al fracaso, hasta que Sango comentó algo que logró hacer que sus ojos brillaran con ilusión.
—No puedo creerlo.
—Pues créelo.
—¿Realmente Inuyasha es tan tonto?
—¿Acaso tienes dudas?
—Dios... Cada día estoy más convencida de que los hombres piensan con la cabeza equivocada —masculló—. Usan la de abajo en lugar de usar la de arriba.
Luego de disculparse con Sango por salir corriendo y ser bombardeada por preguntas que ni siquiera se molestó en responder dio de lleno con la respuesta: sexo oral. Era un hecho que a los hombres los enloquecía ese tipo de estimulación y hasta el momento ellos no lo habían intentado o siquiera mencionado. ¿Conocería Inuyasha aquella táctica? No lo sabía, pero esperaba que le gustase y, de no ser así, ella haría que fuera su favorita. Si conseguía hacerlo, podría decirse que la misión "vida sexual activa" sería todo un éxito, pero... ¿cómo lo conseguiría? ¡Demonios! Todo habría sido mucho más fácil si ella y Sango no hubieran mantenido aquella charla íntima en las aguas termales donde la castaña le contaba lo feliz e innovadora que era su vida sexual gracias a las mañas de su esposo, esas mismas mañas a las que le daría las gracias su vida entera.
Fue por eso que el resto de la tarde, justo la última antes de que Inuyasha volviera a su hogar, se dedicó a rememorar las distintas variables que sabía que eran famosas en su época. Suponía que debían servir porque, al fin y al cabo, un hombre es un hombre... Incluso si es uno mitad bestia.
A decir verdad apenas se había detenido a pensar en su propia rutina sexual. Su tasa de orgasmos, la frecuencia con la que lo hacían o la variabilidad. Todos esos eran datos que se le habían pasado completamente por alto hasta que la exterminadora casi le restregó en la cara que, pese a ser alguien bastante conservadora, perdía todo tipo de pudor cuando estaba acompañada del monje. No era por ser competitiva, ¿pero cómo podía Sango ganarle a ella en las artes amatorias? ¿Cómo podía alguien de quinientos años en el pasado estar más avanzada en el sexo que ella? Se sentía toda una santurrona. Tal vez se había metido demasiado en el papel de sacerdotisa. Lo único que la hacía sentir ligeramente mejor era saber que no era enteramente su culpa. Al fin y al cabo ella no tenía inconvenientes en utilizar distintos trucos a la hora de hacer el amor. El problema era...
—¿Kagome? Te estoy preguntando que en qué te he descuidado.
Sí, ese mismo idiota era el problema.
Lo miró con recelo y dio vuelta el rostro para evitar seguir mirándolo. Si no fuera porque su esposo era poco colaborativo, ese problema tal vez ni siquiera existiría y ahora no estaría allí sintiéndose poca mujer. ¿Por qué era tan tímido? Al pobre le daba tanta vergüenza hacer el amor que casi se desmayó durante su luna de miel y ni hablar de platicar sobre el sexo a plena luz del día porque estaba segura de que entraría en coma únicamente al sentirse abochornado. Luego de pasar horas pensando fue que comprendió que, si no era ella quien daba el primer paso, seguirían haciendo el amor únicamente una o dos veces al mes —siempre que su período no se interpusiera en el camino—, en el futón de su habitación y en la típica posición del misionero... Y aborrecía la sola mención de esa idea.
¡Por todos los cielos, era una mujer! ¡Y una mujer del futuro! Suficiente tenía con renunciar a los lujos de la tecnología, ¿pero y el sexo? ¿Cómo renunciar a un placer tan condenadamente divino que hasta los dioses pecaban de lujuriosos? ¿Cómo fingir indiferencia ante un acto tan tentador como antiguo? Se negaba. Se negaba rotundamente a tener la misma vida sexual que las ancianas de su época teniendo apenas veinte años.
—¡Responde, mujer!
—¡Ya te oí, idiota!
—Entonces responde y no te quedes mirando a la nada como un pájaro tonto.
—¿Quieres respuestas? —Advirtió, solo para ver el rostro decidido de Inuyasha asentir con seguridad— Esta es tu respuesta —respondió mientras sin rastro de pudor acariciaba el bulto bajo el hakama del albino.
Fue en ese momento que todo rastro de seguridad pareció abandonar el rostro del ojidorado y Kagome pudo permitirse sonreír triunfalmente.
Si quería enseñarle a Inuyasha el verdadero sentimiento de estar vivo, primero debía tentarlo y hacerlo gozar en carne propia tan solo un ápice de lo que era el verdadero mundo sexual. Así poco a poco lo iría seduciendo y obnubilando hasta que ella misma sintiera vergüenza de ver a su madre a la cara debido a las cosas que haría entre las sábanas con la compañía del albino. Claro, si es que algún día volvía a ver a su madre porque, de otro modo, no tendría motivo alguno para sentir vergüenza y podría seguir tranquilamente con su vida sexual.
—K-Kagome..., ¿qué haces?
La sacerdotisa frente a él no se dignó a pronunciar palabra. Incluso parecía retener el aliento. La sintió deslizar su mano suavemente sobre su entrepierna sin quitar la tela de su hakama que poco a poco comenzaba a ver como algo meramente estorboso. La miró a los ojos intentando ver qué deseaba y todo lo que pudo ver fue su propio reflejo. Lo deseaba... A él.
—¿Kagome?
—Shhh...
Uno de sus dedos se apresuró a posicionarse sobre sus labios impidiéndole pronunciar cualquier palabra y, por si aun así osaba desobedecerla, la azabache acercó su rostro al del albino para depositar un casto beso que solo consiguió dejarlo con ganas de más. Apenas había sido un roce, una gota de agua que de nada servía para saciar la sed que su cuerpo comenzaba a sentir. No había podido detallar nada más que la temperatura de sus labios, pero ahora que sabía el rumbo que su esposa quería tomar ansiaba degustarlos, mordisquearlos y lamerlos a su antojo mientras le quitaba la molesta yukata para finalmente postrarla en el futón donde la haría suya una vez más.
Toda idea se vio interrumpida con violencia al ver a su esposa dejar de delinear el prominente bulto bajo sus pantalones para pasar a entreabrir poco a poco la yukata que utilizaba para dormir. Pudo apreciar la piel cremosa aguardando ser succionada por sus labios y el valle entre sus pechos casi llamarlo para descansar en medio de aquel par de turgentes senos que a menudo lo volvía loco. Mierda, apenas acababa de ver parte de su escote, ni siquiera una teta, solo una parte de su escote y sentía que estaba más duro a cada segundo que pasaba.
Buscó sus labios ansiosos y su compañera le concedió el placer de degustarla. Lo recibió con la boca abierta y tan pronto como sus lenguas se encontraron pudo apreciar la forma en que el beso se sintió diferente. Más pasional, más húmedo y mucho más demandante que de costumbre. Tomó sus caderas con firmeza y la instó a sentarse a horcajadas sobre él. En parte para que estuvieran más juntos, en parte para que lo sintiera aún mejor. Se la notaba tan hambrienta como él lo estaba por ella y apretó su trasero con apremio al sentirla así de entregada. El gesto la forzó a soltar un jadeo que rápidamente fue ahogado por su boca y mordió su labio hasta casi hacerlo sangrar. Sí, definitivamente el encuentro se sentía más bestial que de costumbre, con una chispa que antes no estaba allí. Como un rastro de pólvora que conducía a un montón de barriles con dinamita listos para estallar en cualquier momento... Y le encantaba eso.
Pronto fue su turno de jadear al sentir que la mano traviesa de su compañera volvía a tomar posesión de su virilidad, esta vez en compañía de su otra mano en un burdo esfuerzo por deshacer el nudo que mantenía el hakama en su sitio. Sonrió en medio del beso y disfrutó del pequeño forcejeo que Kagome mantenía con la prenda hasta que finalmente consiguió liberar su miembro y lo tomó con firmeza en su mano haciendo que soltara un gruñido de puro placer.
—¿Te gusta?
El susurro soltado con total erotismo sobre su oído solo consiguió hacerlo sentir más ansioso, mucho más impaciente de lo que ya estaba. Lamió con ímpetu la marca depositada entre su cuello y su hombro, en el punto exacto que la proclamaba suya por toda la eternidad y embistió instintivamente contra su mano antes de responder.
—Sí... —Gruñó— Te necesito. Kagome, yo...
—Yo también te necesito —declaró y movió con una lentitud casi tortuosa su mano sobre el gran falo—, pero aún no... Porque esto está por ponerse aún mejor.
Si las palabras de Kagome lo hicieron sentir ligeramente desorientado, entonces el incremento de sus movimientos sobre su miembro lo hicieron sentir tan perdido como un pingüino en un desierto. Simplemente nada le importaba. Solo tenía cerebro suficiente para perderse en las sensaciones que la mujer frente a él le regalaba y devolvérselas con la misma pasión que ella le demostraba.
Kagome tuvo ganas de reír en más de una ocasión. Los ojos entrecerrados de Inuyasha y su respiración pesada le decían que apenas con un par de caricias estaba alcanzando el límite. Una extraña alegría la embargó al ser consciente de que era por ella que se encontraba en ese estado. Su orgullo de mujer poco a poco parecía volver de entre las cenizas y ese fue el sentimiento necesario para hacerla descender lentamente hasta su objetivo.
Al ser algo nuevo para ambos intentó que fuera lo menos sorpresivo posible. Aún no tenía el valor suficiente como para bajar de imprevisto y comenzar a... Hacer lo suyo. Incluso ella necesitaba de una preparación previa. Mientras su mano se esforzaba en masajear y apretar la sensible cabeza ligeramente lubricada, su boca se dedicó a repartir besos a lo largo de la fuerte mandíbula de su amante, de mordisquear las orillas de sus orejas y arañar un poco con su otra mano su piel bronceada. Lo sintió tensar sus músculos a medida que sus besos iban descendiendo junto con sus uñas que dibujaban un camino rojizo a su paso. Claramente estaba conteniéndose. Ya sea para no venirse antes de tiempo o para no tomarla en volandas y llevarla cuanto antes al futón y hundirse en ella. Su interior se contrajo deliciosamente ante ese último pensamiento, pero se centró en su tarea. Debía enseñarle a Inuyasha que había otras formas de recibir y dar placer. Formas mucho más... Intensas.
Su mano se detuvo justo en la punta donde ejerció presión haciendo que Inuyasha apretara los dientes con fuerza. El peliplata había cerrado los ojos de golpe, lo que le decía que no sabía lo que ella estaba haciendo y, muy probablemente, ni siquiera en sus sueños habría imaginado tal cosa.
Tomó valor y con sus labios rodeó la cabeza rosácea mientras su mano se deslizaba rápidamente hasta la base. Su lengua envolvió el miembro caliente dentro de su boca y bajó la cabeza casi por inercia. Degustando por primera vez su sabor, su temperatura y exquisita piel. Toda su saliva estaba destinada a lubricar y estimular la virilidad del hombre frente a ella, a la vez que sentía su propio centro humedecerse con cada quejido que le arrancaba a su esposo. Se sentía sensual, poderosa... E increíblemente caliente.
—Ka... Kagome... ¿Qué es est...?
Con la respiración pesada y los ojos entrecerrados alcanzó a vislumbrar el cuerpo de Kagome situado cómodamente entre sus piernas. Apoyada sobre sus rodillas y codos, brindándole una perfecta visión de su trasero aún cubierto por el borde molesto de la yukata, misma que se asemejaba al largo de su antigua falda escolar.
«Mierda... Ojalá tuviera ese condenado uniforme ahora mismo...», pensó.
Y ni hablar del escote que, debido a la posición, se tornaba mucho más revelador. La sintió succionar con fuerza y clavó sus garras en el suelo de madera. Contrajo todos sus músculos con tal fuerza que creyó que terminaría por acalambrarse. La sensación era exquisita, desquiciante, totalmente nueva y adictiva. ¿Dónde había aprendido a hacer eso? Su lengua se movió con tal maestría que le impidió buscar una respuesta coherente a su pregunta. Fuera como fuera, esa cosa que Kagome hacía sobre su miembro era condenadamente deliciosa.
Kagome sonrió en medio de su labor y continuó degustándolo ansiosa. Inuyasha había tenido la reacción esperada y, al mismo tiempo, se comportaba de una manera totalmente inusual. No la había reclamado, ni la había atraído para continuar besándola mientras la postraba para tomarla en el suelo. Estaba allí, totalmente dócil, vulnerable y sobreexcitado mientras se dejaba complacer. El sonrojo plagaba las mejillas de ambos, aunque debía reconocer que el ojidorado estaba mucho más colorado que ella. Retuvo otra risilla. Inuyasha era un niñato en el sexo... Era tan adorable.
Una mano provista de garras se posó sobre su coronilla y mimó sus cabellos azabaches con apremio solo para instantes después empujar con fuerza hacia abajo. Vale, tal vez Inuyasha no era tan pudoroso como creyó.
Las caderas masculinas se movían instintivamente contra su boca obligándola a recibir dentro de ella toda la extensión o al menos la mayor parte. Aquello la motivó lo suficiente como para comenzar a mover más ávidamente su lengua. Sus labios tibios abrazaban perfectamente la circunferencia de su miembro y su lengua lubricada se frotaba con insistencia contra la suave cabeza de la virilidad del albino obligándolo a apretar los dientes con más fuerza. Los quejidos se convirtieron en jadeos y los jadeos se volvieron gruñidos tan gradualmente que solo fue consciente del ruido que inundaba la cabaña cuando lo sintió fuera de sí. Su youki volvía el ambiente más pesado, tan denso que casi lo hacía parecer peligroso. Volteó a mirarlo sin dejar el vaivén de su boca y confirmó que sus ojos continuaban siendo dorados. Inuyasha solamente estaba dejándose se llevar, pero no lo suficiente como para perder el control de la situación.
Vale, ¿qué clase de control era el que tenía el susodicho? Ninguno, la que lo tenía agarrado de ahí abajo era ella. Estaba segura de que al día siguiente estaría tan manso que sería incapaz de negarle cualquier cosa durante los próximos días. Eso último la excitaba de sobremanera, y saber que lo estaba calentando tanto como para casi dejar salir su demonio interior la excitaba aún más. A estas alturas su sexo estaba más lubricado que nunca y probablemente habría algunas gotas de su esencia en el suelo producto de su excitación sin aliviar. Había pasado demasiado tiempo desatendida, pero indudablemente no volvería a sentirse así en el futuro. Al menos no después de esta noche.
Las palpitaciones del miembro dentro de su boca se hicieron más potentes, más continuas y la forma en que Inuyasha se retorcía le anunciaba que se encontraba peligrosamente cerca. Kagome se ensañó más en su labor, succionó con fuerza una última vez y el orgasmo masculino fue liberado directamente dentro de su boca dándole un nuevo sabor para degustar, uno verdaderamente afrodisíaco. Le maravilló su densidad viscosa, casi cremosa, y le maravilló aún más ver al todopoderoso Inuyasha derrumbarse en el suelo completamente exhausto y satisfecho.
Se limpió los últimos restos que quedaban en sus labios y gateó hasta situarse justo al lado del rostro del albino, mismo que le dirigió una mirada perdida, intrigante y deseosa.
—Eso fue... Fue...
—Buen chico —felicitó—. Si no vuelves a descuidarme, te daré más premios como este.
Inuyasha guardó silencio intentando comprender el verdadero significado de sus palabras. Aún no le había aclarado a qué se refería con descuidarla o dejarla desatendida. Se acercó a su rostro y posó una mano en su nuca para acercarla y tomar posesión de sus labios con un ímpetu que mezclaba la pasión con el amor. Sí, aún no le había dejado en claro varias cosas, pero mientras le hacía el amor tendría tiempo de preguntarle. Tendría tiempo de aclarar sus dudas durante lo que restaba de la noche.
FIN
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''Primera vez, sexual''
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¡Muchas gracias a todos por sus comentarios en el drabble anterior! Espero que hayan disfrutado de esta nueva viñeta que les tenía preparada desde hace varios meses c:
Los quiero mucho y nos leemos el próximo lunes... ¡Espero sus comentarios ansiosa! :D
13.10.21
