Niña perdida
Ayame no se llevó a Madigan con ella. Inuyasha quería matarlo desde que ya no lo necesitábamos para averiguar quién era su patrocinador, pero yo tenía algunas preguntas para mi antiguo némesis. Trove podría haber falsificado los registros que publicó en línea, sin embargo, en algún lugar de la destrozada mente de Madigan, sabía la verdad sobre la madre biológica de Moroha. Tomó horas sacárselo. Además de las grandes lagunas-del tamaño del Gran Cañón en los recuerdos de Madigan, también tenía la capacidad de atención de un hurón drogado. Para el amanecer, sin embargo, se las había arreglado para dar bocaditos de lucidez como para verificar las afirmaciones de Trove sobre Moroha siendo mi hija. Si los fantasmas se pudieran desmayar, Don habría caído cuando se dio cuenta de que era ahí a dónde se dirigían las preguntas que le pedí que le hiciera a Madigan. Tuve la tentación de hacer lo mismo al caer en la cuenta de convertirme repentinamente en algo que nunca creí que sería… una madre.
Este era un reto donde todas mis habilidades de lucha eran totalmente inútiles. Mi infancia tampoco había sido un ejemplo como para sacar a relucir. Debido a que mi padre le lavó el cerebro magicamente a mi madre, me habían criado creyendo que yo era mitad maldad. Había odiado la alteridad que me hacía diferente de todos los demás, y ahora tenía una hija con una doble dosis de esa "alteridad" en ella. Por supuesto, eso significaba que sabía todo lo que no había que hacer. Por ejemplo, nunca le diría a mi hija que ser diferente era algo de lo que avergonzarse. Moroha podría tener que ocultarlo para sobrevivir, pero si de mí dependiera, sabría que su naturaleza única no era el problema. Los prejuicios de la gente lo eran. Y nunca, nunca tendría que temer que un día haría algo que le hiciera perderme.
Nunca había tenido esa seguridad al crecer, y podría no saber mucho sobre la maternidad, pero sabía lo mucho que duele cuando se siente que estás a un error de perder a tu familia. Si tuviera algo que decir al respecto, Moroha nunca conocería ese sentimiento. Pero primero, tenía que asegurarme de que nadie la matara, mejor antes que después de tener la oportunidad de conocerla oficialmente. Era por eso que Inuyasha y yo no fuimos a Detroit, a pesar de mi deseo de llegar rápidamente a ese lugar para encontrar a mi hija. En cambio, después de algunas horas de sueño para así estar en nuestra mejor condición para pelear, nos dirigimos al sur. Una tormenta tropical agitó las aguas del lago Pontchartrain, moviéndonos a todos lados del barco que habíamos robado como si fuera un juguete en una bañera. Aunque eso no era lo que tenía mi estómago apretado.
Comparado con lo que estaba a punto de hacer, tener el barco zozobrando era pura diversión. A lo lejos, la costa a la que nos dirigíamos no estaba iluminada como de costumbre. La tormenta eliminó la electricidad en varios lugares, pero la falta de electricidad nunca fue la mayor preocupación para Nueva Orleans. Eran los diques. Crescent City estaba recibiendo un golpe directo, aunque afortunadamente, por una tormenta tropical en vez de un huracán lo suficientemente fuerte como para romper los diques. No sabía si el mal tiempo ayudaría o perjudicaría mi misión, pero cuando Inuyasha dijo:
- Ahora, gatita. - Salté del bote sin dudarlo.
Los pesos que me había atado me mantuvieron muy por debajo de la superficie, sin embargo, como se pretendía, no eran suficientes para enviarme al fondo. Aun así, la tormenta había vuelto el agua turbia. Incluso con la máscara que mantenía el agua salada fuera de mis ojos, mi visión estaba limitada a solo unos cuantos metros delante de mí, desorientándome. Presioné un botón en el reloj especializado de buceo en torno a mi muñeca. La luz roja que emitía hacía juego con el brillo de mi mirada mientras mostraba un mapa digital. Entonces di unas patadas experimentales con mis nuevas aletas de buceo, complacida con lo bien que me impulsaron a través del agua. Quería toda la ayuda que pudiera conseguir para conservar mi energía.
Unas horas más tarde, trepé al dique que bordeaba el río Mississippi, quitándome la máscara, el traje de buceo completo, y las aletas, una vez que estuve de vuelta en tierra. Debajo de eso, vestía mallas y un top de mangas largas, ambos negros como mis zapatos de buceo y mi cabello. Puede que no sea el equipo ideal para una noche húmeda en Nueva Orleans, pero mi piel me anunciaría como un yokai para los que supieran qué buscar, y no quería que nadie supiera que estaba pagando por una visita esta noche a los residentes de la ciudad más famosa. Midoriko tenía espías en todos los aeropuertos, estación de tren, muelle, y carretera en Nueva Orleans, pero ni siquiera el vudú ni la maligna reina podrían tener cada metro cuadrado del río vigilado, por no hablar de los canales que conducían desde el lago Pontchartrain al poderoso Mississippi.
Es por eso que había nadado por debajo del ocultamiento de las olas, y el por qué ahora caminaba con lo que parecía agonizante lentitud a través de la carretera hasta Fourth Street, en dirección hacia el Garden District. Ya no necesitaba el mapa de mi reloj. Ya había visitado el Garden District en mi primer viaje aquí hace años con Inuyasha. Como a muchos otros, me había maravillado las hermosas casas señoriales, algunas de ellas construidas antes de la Guerra Civil. Prytania Street había sido una de mis favoritas, y la casa de dos pisos color beige con rosa, bordeada por una puerta con flores de madreselva asomando a través de las barras de hierro, era una que recordaba bien. Don la había recordado también. Solo le hizo falta una mirada al collage de fotos en línea para que dijera "Esa" al tiempo que señalaba con un dedo transparente hacia la pantalla.
Él había sido atraído a la casa de Midoriko cuando estaba buscándome y yo tenía el poder de la tumba de ella. Por esa razón, la mayoría de los fantasmas, probablemente, sabían dónde vivía Midoriko. Otros yokais y demonios lo hacían también, pero solo alguien con un deseo de muerte se dejaría caer por ahí sin previo aviso. Es por eso que Midoriko no tenía guardias apostados. Su casa también pasaba a ser una de las pocas en la ciudad que no tenía fantasmas merodeando alrededor. Don me dijo que se sentía "blindada", queriendo decir que Midoriko la tenía abastecida con salvia ardiente, mala hierba y ajo. Incluso la reina del vudú debía querer un descanso de lo sobrenatural de vez en cuando. Esta noche, no lo tendría. Escalé la verja rodeando su propiedad y me dirigí a la puerta principal. En lugar de tocar, la derribé con una patada. Eso debería llamar su atención, pero en el improbable caso de que no fuera así…
- ¡MIDORIKO! ¡TENEMOS QUE HABLAR! - grité fuerte. Por supuesto, mi dramática entrada se desperdiciaría si no estuviera en casa.
- ¿Eres tú, Parca Negra? - Una voz familiar se arrastró disipando esa preocupación.
- Y si es así, ¿has perdido la cabeza? - Midoriko apareció en lo alto de la escalera en el segundo piso, vistiendo una bata blanca de seda sobre un largo camisón del mismo material. O se estaba retirando temprano a dormir o se estaba divirtiendo a su muy personal manera. No me importaba lo que hubiera interrumpido.
- Nunca había pensado más claramente, y estoy segura de que sabes por qué estoy aquí. - respondí brevemente. Midoriko sonrió de esa graciosa manera que las mujeres del sur habían perfeccionado, pero no dejé que su agradable expresión me engañara. Ella no era una magnolia de acero. Era un tanque de ataque cubierto por un velo de rosas.
- Si te vas ahora, Parca Negra, consideraré el no matarte. - Por supuesto no mostraba el más mínimo miedo por mi interrupción a su casa.
Yo estaba sola y desarmada, como lo revelaba mi traje ajustado, y ella podía invocar suficientes Remnants para reducirme a una mancha en la alfombra en cuestión de minutos. Incluso si Inuyasha hubiera venido conmigo, no se hubieran equilibrado las probabilidades. Él podría haber dominado su telequinesis lo suficiente para controlar humanos y máquinas, ¿pero utilizarlo con éxito contra uno de los demonios más poderosos de la existencia? Dudoso. Yo podía hacer aún menos con las habilidades de telequinesia que había absorbido de él. Mi capacidad para mover brevemente objetos inanimados era inútil contra un rival como Midoriko… a menos que su arma más mortífera dependiera de algo pequeño.
Me concentré en su anillo con la misma desesperación impulsada por el temor que me había llevado a irrumpir en la casa de la maligna reina. Hice volar el anillo, éste bajó las escaleras en un rápido camino hacia mí. Midoriko dejó escapar un jadeo y lo persiguió. Me lancé, aterrizando sobre su espalda antes de que llegara a mitad de la escalera. Entonces me giré hasta que ya no estuve frente a sus pies por más tiempo. Eso le dio la oportunidad de conseguir un golpe hacia atrás que me hizo sentir temblar el cerebro. En vez de defenderme de su siguiente golpe, envolví un brazo alrededor de su cuello y llevé el otro a su boca abierta. Ella mordió con fuerza suficiente para aplastar los huesos, sin embargo, lo mantuve metido entre sus dientes con determinación.
Mejor que sangre mi carne y no la de ella. Entonces lancé mi cabeza hacia abajo y hundí mis colmillos en su cuello, chupando su sangre por todo lo que valía la pena. Midoriko comenzó a corcovear como si se hubiera transformado en un bronco galardonado. Me aferré, sellando mi boca sobre los pinchazos y tragando su sangre con sabor a tierra tan rápido como pude. Sus luchas se volvieron más frenéticas, y en lugar de tratar de tirarme, nos aplastó contra la pared. Pasamos hasta el otro lado, y aunque logré mantener mi boca sujetada a su cuello, ella pasó su brazo a través del lado desigual de una viga expuesta antes de que pudiera detenerla. El pequeño corte que hizo fue suficiente.
Tan pronto como su sangre fue expuesta, sonó un aullido ensordecedor, procedentes de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. Entonces el dolor se 186 estrelló contra mí en olas de agonía. Por unos momentos, no pude pensar más allá de la agonía mientas docenas de Remnants desgarraban a través de mí con la ferocidad de tiburones durante un frenesí alimenticio. Midoriko se aprovechó, empujándome hacia atrás y aflojando mi agarre de su cuello. Entonces recordé cómo hacer que se detuviera. Midoriko debió darse cuenta de mi intención. Me agarró, tratando de meter sus manos en mi boca como yo lo había hecho con ella. Sin embargo, mi necesidad de escapar del dolor me hizo más fuerte, y aparté la cabeza de un tirón.
- Atrás - dije con voz áspera, hundiendo mis colmillos en mi muñeca.
La sangre goteó en un rastro escarlata por mi brazo, pero los Remnants continuaron desgarrándome. Midoriko aprovechó su oportunidad metiendo su brazo entre mis dientes para que no continuara drenando más sangre. La aparté con la misma saña que ella me había mostrado, pero lo único que hizo fue arrastrarnos por el agujero que había hecho en la pared. Una vez de vuelta en la escalera, me empujó hacia los escalones, saltando sobre mi espalda para mantenerme allí. Con su fuerza y el asalto de los Remnants, no podía liberarme.
- Te lo advertí, Parca Negra. Debiste de haberte ido cuando tuviste la oportunidad. - gruñó por encima de los gritos que hacían sus criaturas. Si tenía alguna duda de que tenía la intención de matarme, eso la eliminaba.
La desesperación aumentó mientras el rostro de Inuyasha destellaba en mi mente. Habíamos apostado que yo sería capaz de llamar a los Remnants si bebía la sangre de Midoriko con el fin de absorber su poder. Yo había manifestado sus habilidades de inmediato la última vez, pero si las tenía ahora, su control sobre ellos era demasiado fuerte. Los Remnants incrementaron su asalto, cada vez más fuerte a medida que se alimentaban de mi dolor. En seguida, el rostro de Moroha cruzó por mi mente, sus rasgos nebulosos porque la única vez que la había visto cara a cara, no había tenido el interés suficiente como para memorizarlos. Una nueva oleada de agonía me recorrió, pero esta no tuvo nada que ver con los Remnants rasgándome desde adentro.
Ahora nunca sería capaz de decirle cuánto sentía haberme perdido los primeros siete años de su vida. O hacerle saber que Madigan no podría hacerle daño nunca más, y que había más… ¡mucho más! en este mundo aparte de la fealdad que le habían mostrado. O decirle que mientras que pudiera estar sola ahora, no había sido abandonada, y aunque era diferente de todos los demás, para mis ojos, era perfecta en todos los sentidos… Ese dolor todo incluido se detuvo. Su ausencia aclaró mi mente lo suficiente para ver el cristal roto al pie de la escalera. Por un segundo, me sentí confundida. Había entrado por la puerta, no por la ventana… Inuyasha. Sentí su dolor antes de verlo rodando por el suelo cubierto por los mismos Remnants que habían entrado en mí. Con un gruñido, traté de quitarme a Midoriko de encima, pero un nuevo lote de Remnants apareció, asolándome con un nuevo asalto.
- ¡No! - traté de gritar, aunque con el brazo de Midoriko todavía metido en mi boca, solo un gorgoteo salió.
De repente, los movimientos de Midoriko se vieron lentos, como si hubiera sido encerrada en cemento y estuviera tratando de abrirse paso. El entendimiento se elevó, y con él, la esperanza. Inuyasha estaba utilizando su poder en ella. A pesar del dolor que amenazaba con romper mi mente, así como mi cuerpo, aproveché la oportunidad, enviándome lejos de la maligna reina. El brazo de Midoriko fue arrancado de mi boca, dejando trozos entre mis colmillos, los cuales escupí. Sin embargo, antes de que pudiera morder mi propia carne, ella metió su otro brazo entre mis dientes, moviéndose tan rápido que debió de haberse sacudido del poder de Inuyasha.
- Mátenlo - rugió, con su brazo libre aún sangrando por causa de mis colmillos.
Los Remnants comenzaron a meterse en Inuyasha con mayor fervor, aumentando en número hasta que no pude ver más. Tampoco lo podía oír. Los aullidos que emitían eran demasiado fuertes. La determinación se levantó con tanta fuerza que me adormeció al dolor. No le fallaría a mi hija, y no… ¡no!... vería a Inuyasha morir de nuevo. No traté de quitarme a Midoriko esta vez. En cambio, agarré el brazo que había metió entre mis colmillos y jalé de él con todas mis fuerzas. Se liberó, golpeando la escalera con la fuerza suficiente para cubrirla de rojo. No me detuve a saborear su grito, pero mordí mis labios con fuerza suficiente para abrirlos.
- ¡Retrocedan! - gruñí a través del instantáneo chorro de sangre.
El hielo se disparó a través de mis venas como si hubiera sido congelada. Al mismo tiempo, un rugido sobrenatural llenó mis oídos, ahogando los furiosos gritos de los Remnants y de Midoriko. El rugido aumentó como si tratara de explotar mi mente con voces demasiado numerosas para contar, pero a pesar de eso, sonreí. 188 Sabía de qué se trataba. Cuando hablé de nuevo, mi voz resonó junto con muchos otros que habían sido consignados a la tumba.
- Re-tro-ce-dan. - Los Remnants se alejaron como si Inuyasha y yo nos hubiéramos convertido en algo venenoso.
Luego se deslizaron a lo largo de las paredes como sombras sinuosas y plateadas. Midoriko arremetió, ya sea para agarrarme o para correr, pero no se pudo mover ni un centímetro antes de detenerse con lo inesperado de golpear una pared de ladrillo. Lentamente, dolorosamente, la levanté, entonces jalé de su brazo desprendido por la escalera. Rebotó en el último escalón, aterrizando con un golpe seco a pocos metros de Inuyasha.
- Como dije antes, Midoriko, tenemos que hablar. – rechiné.
Nuestra conversación quedó en espera porque aparecieron policías. Uno de los vecinos de Midoriko debió de haber llamado a la policía por el ruido. Cómo no, los oficiales que vinieron a investigar eran onis. Su dirección indicada había preocupado a alguien más que las autoridades normales. Midoriko pateó su extremidad amputada debajo de la silla más cercana y escondió su creciente reemplazo bajo una colcha antes de ir hacia la puerta. Por supuesto, Inuyasha había amenazado con matarla a menos que jugara limpio, pero creo que lo hizo por otra razón.
Hacer un gesto en busca de ayuda o mostrar cómo había sido herida habría estado cerca de admitir que dos yokais habían podido con ella en su propia casa (algo que la reina oni nunca hubiera admitido). Aun así, Inuyasha mantuvo su poder alrededor de su cuello mientras hablaba con los oficiales. Después de unos minutos, ella los envió fuera y cubrió la entrada con la puerta rota.
- ¿Qué quieren de mí? - preguntó cuando nos encaró de nuevo.
- Antes de contestar, ¿hay alguien más aquí? - Inuyasha arqueó una ceja.
- No. Cuando estoy en casa, valoro mi privacidad. - La mirada que le dirigió estaba llena de hostilidad. No habíamos esperado que fuera una buena perdedora, así que no hice comentarios sobre su mirada. O su tono venenoso.
- Queremos que dejes tranquila a la niña - le dije, temblando por mi nueva conexión con la tumba. La muerte era fría, y como los Remnants evidenciaban, siempre hambrienta.
- Eso significa no enviar fantasmas, onis o secuaces en su busca. Y, naturalmente, tu promesa de no matarla nunca. Lo mismo que a nosotros. -
- Si esa es su demanda, vinieron para nada. Ya he dado la orden. Mi gente la busca mientras hablamos. - Midoriko comenzó a reír, un sonido bajo y burlón que incluso contenía rasgos de verdadera diversión.
- Dejemos una cosa clara, majestic. - Inuyasha caminó hacia ella, su aura chispeando con mal controlada rabia.
- Cuando azuzaste a tus pequeños demonios fantasmales contra mí la primera vez, quería arrancarte la cabeza. Hacerlo otra vez esta noche me hace querer hacerlo de verdad, ¿pero ser forzado a mirar mientras rasgaban a mi esposa? - Extendió la mano, acarició su cuello con un toque engañosamente suave.
- Eso me hace querer matarte tanto, que apenas puedo pensar en nada más - acabó con un susurro letal. Entonces su mano se cerró sobre su garganta. Apretando hasta que los crujidos eran el único sonido de la habitación. Los ojos avellana de Midoriko comenzaron a llenarse de rojo, y los Remnants empezaron a cambiar sin descanso.
- Inuyasha. No. - dije bruscamente.
Si quería salvar a Moroha, necesitaríamos a Midoriko. Si la matábamos, nos apresuraríamos a una potencial guerra con los onis, y mientras que nos las podríamos arreglar para evadir a los Guardianes de la Ley, con la red de Midoriko de fantasmas de cualquier que ella quisiera encontrar, lo haría, y más pronto que más tarde.
- Hemos venido a hacerte una oferta. Una que será mutuamente beneficiosa. - continué. Con los puños de Inuyasha tan apretados que sus dedos se tocaban, ella no podía reír, pero su boca se estrechó con una sonrisa dolorida.
- No puede hablar a menos que la sueltes - dije con voz severa. La liberó con obvia reticencia aunque su poder permaneció enrollado alrededor de su cuello. No apretado; holgado, como una serpiente decidiendo si estaba o no hambrienta.
- ¿Cuál es su oferta? – Midoriko esperó hasta que su cuello sanara de vuelta a su forma normal antes de hablar.
- Te daremos a la gente responsable de crear niños de especies cruzadas: Richard Toreve y Jason Madigan. Puedes ejecutarles para solidificar tu posición como reina de los onis. A cambio, queremos que prometas por tu sangre que llamarás de vuelta a tu gente y cumplirás todas nuestras demandas previas sobre la niña pequeña y sobre nosotros mismos. - Algo de la hostilidad desapareció de su cara.
- Sé que es solo una niña, Parca Negra, pero debes de entender que nada excepto la muerte detendrá la guerra entre nuestras razas. - Las palabras no fueron una sorpresa; las emociones que agitaron sí. Los colmillos que habían retrocedido saltaron mientras luchaba contra la fuerte urgencia de desgarrar su garganta por atreverse a decir tal cosa.
- Por eso es por lo que vas a decirle a todos que ya la mataste - respondí en una voz mucho más calmada de lo que me sentía. La incredulidad arrugó su suave piel café con leche.
- ¡Si la verdad fuera descubierta, mi gente me destrozaría! - La sonrisa de Inuyasha fue una mezcla de hielo y acero.
- He ahí una excelente motivación para mantener tu palabra, ya que tu honor se prueba vulnerable. - Midoriko le fulminó con la mirada un momento. Entonces dejó escapar un suspiro profundo.
- Incluso si lo quisiera, lo que piden es imposible. - Su cuello sujeto por el poder de Inuyasha se enroscó un instante.
- Si eso es verdad, entonces no nos eres de utilidad. - Sujeté su brazo, urgiéndole a no aumentar ese castigo sostenido. Es cuando noté lo caliente que estaba. Debía de haberse alimentado justo antes de atravesar la ventana.
- Dale una oportunidad - dije, tan bajo que ella no era capaz de oírme. Entonces miré a Midoriko.
- Tu gente pasó cientos de años en cautividad por su raza. Incluso después de todo ese tiempo, el recuerdo de eso aún debe de quemar. - La cabeza de Midoriko se sacudió cuando Inuyasha la liberó para que contestara. La conexión que compartíamos ahora me permitía sentir su ira como si palpitara a través del aire.
- No. No tienes derecho, chica blanca. - soltó.
- Yo no, pero Moroha lo tiene. Hasta que huyó, la cautividad era todo lo que conocía, también, y ahora ha sido marcada de muerte por su raza. - Mi voz se puso áspera.
- O crees que eso está mal, o no eres más que una hipocrita. - Midoriko continuó mirándome, pero no dijo nada.
De repente, se sintió como si la temperatura cayera setenta grados. Al mismo tiempo, el hambre aumentó con un picor que me recordaba a despertar como un yokai nuevo. Los Remnants empezaron a balancearse como si escucharan una música que nadie más podía oír. Habían sido reactivados.
- Páralo. Si intentas usarlos otra vez contra nosotros, Inuyasha te cortará la cabeza. - dije cortante.
- No soy yo la que los está canalizando, eres tú. - Midoriko me lanzó una mirada irritada.
- Gatita. - La voz de Inuyasha era suave pero urgente.
- Mírame. - Cogió mis hombros y casi salto para alejarme.
Sus dedos se sentían ardiendo. Fue sólo cuando su agarre se apretó, sosteniéndome, que me di cuenta de que había estado balanceándome como los Remnants. Midoriko tenía razón. Aunque no estaba teniendo la misma respuesta loca que la primera vez que bebí su sangre, estaba siendo arrastrada hacia el voraz y helado abrazo de la tumba. Lo forcé a retroceder, intentando olvidar lo bien que empezaba a sentirse el frío. Entonces sacudí la cabeza para aclarar los susurros que no venían de los pensamientos de los vecinos cercanos. Si me perdía a mí misma, podría llevarme días recuperarme, y no teníamos ese tiempo. ¡Déjalo salir!, me ordené a mí misma. Enfócate en Inuyasha. Él es real, no este poder hambriento y frío, y...
- ¿Por qué estás aquí? - le solté de repente.
- Acordamos que vendrías sólo cuando te llamara y te diera el visto bueno. De esa manera, si las cosas salían mal, aún estarías vivo para ayudar a Moroha. - Una sardónica sonrisa curvó sus labios.
- Olí tu miedo cuando Ayame preguntó si queríamos cambiar nuestro acuerdo. Nunca tienes miedo por ti, así que sabía que era miedo por mí. - Luego me acercó, sus labios rozando mi frente mientras sus manos recorrían mi espalda de una forma que era relajante y a la vez posesiva.
- Por eso no cumplí nuestro acuerdo, Gatita. Si no podías convencer a Midoriko de salvarte, sabía que no me dejarías morir. - Qué arrogante presunción temeraria, y qué humillante que hubiera tenido razón.
Lo que no sabía era que la otra razón por la que había peleado tan duro para vivir. Moroha. No podía dejarla morir tampoco. Pensar en ella, ahí afuera sola, me dio la fuerza para sofocar el canto de sirena de la tumba. Preparada o no, era madre ahora, y mi hija me necesitaba. No podía decepcionarla. Demasiadas personas lo habían hecho ya. No estaba por añadir mi nombre a esa lista. Animada por ese conocimiento, cogí las manos de Inuyasha, contenta de que ya no se sintieran como si quemaran. Las voces se había ido también y, aunque aún estaba hambrienta, el agujero sin fondo dentro de mí había disminuido. Satisfecha de que no me iba a perder, volví mi atención hacia Midoriko.
- Si no quieres hacer esto por las razones correctas, hazlo por las egoístas. Necesitamos que participes en esto tanto como nosotros, así que o llamas a tu gente y les dices a todos que has matado a Moroha o te matamos a ti. - Ella dejó escapar un suspiro que parecía contener todo el cansancio del mundo, y cuando su oscura mirada encontró la mía, fue con resignación.
- Sí, recuerdo el cautiverio de mi pueblo, Parca Negra, por lo que si fuera tan simple como decir que la niña está muerta, lo haría. No sólo para salvar mi propia vida, sino porque soy mejor que esos que una vez esclavizaron a mi raza. Pero a menos de que haya una ejecución pública, seguirán cazándola. Incluso si juro que la maté, no estarán satisfechos, y nuestras razas irán a la guerra finalmente. No puedo permitir eso, así que haz lo que debas. - Luego su voz se volvió frágil por amargura.
En ese momento, esperaba que Inuyasha le cortara la cabeza. Una gran parte de mí quería que lo hiciera. Lo que había esbozado era un futuro con nada más que la muerte de Moroha, y eso no podía aceptarlo. Por la sombría mirada en el rostro de Midoriko, esperaba que Inuyasha la matara también. Por eso las dos nos sorprendimos cuando lo único que hizo fue tocarse la barbilla de forma reflexiva.
- Ejecución pública, ¿no? Si te prometemos eso, ¿estarás de acuerdo con el resto de nuestros términos? –
- ¿Has perdido la cabeza? - le pregunté horrorizada.
- ¿Lo harás o no? - presionó, ignorándome.
- Viniste a negociar por la vida de la niña. ¿Ahora estás dispuesto a ejecutarla públicamente? - La sospecha convirtió las cejas de Midoriko en una sola línea oscura.
- Públicamente. - Los dientes de Inuyasha brillaron con una salvaje sonrisa.
- Un demonio que lo estamos - gruñí, golpeándolo con la suficiente fuerza como para hacerlo retroceder. Su poder destelló, abrazándome con lo que es el equivalente a una camisa de fuerza sobrenatural.
- Gatita… Confía en mí. - dijo muy bajo. Midoriko nos miraba con el mismo grado de cautela, pero la curiosidad teñía su mirada, también.
- De acuerdo. Lo juro por mi sangre. - dijo. Entonces aceptó el cuchillo que Inuyasha le extendía, cortando su mano con una sola dura tajada. El agarre invisible soltó su cuello.
- Entonces llama de vuelta a tu gente. Nosotros haremos el resto. - dijo Inuyasha, dando a mi mano un ligero apretón.
Esta sección del lado este de Detroit me recordaba a las fotos que había visto de Alemania después de la invasión de los Aliados. Los edificios abandonados se erguían maltratados, gigantes de concreto sobre las calles que parecían vacías, hasta que los montículos de ropa a lo largo de ellas se movían. La mayor parte de las farolas estaban apagadas, lo cual podría explicar los cubos de basura en llamas, dado que la noche de verano no estaba fría. De vez en cuando, una sirena lejana se escuchaba por encima de los otros sonidos, pero a pesar de las peleas, cristales rotos, y un disparo ocasional, no había visto ni un sólo coche de la policía. Bien por nosotros. Malo para aquel que llamaba hogar a este lugar abandonado de América.
- ¡Kagome! - Fabian se me acercó con el rostro iluminado por una hermosa sonrisa. Entonces un movimiento en el techo de uno de los edificios más bajos atrapó mi atención. Me tensé hasta que reconocí al yokai caminando hacia el borde.
- Bienvenidos - dijo Koga, dijo sonando menos cordial.
- Espero que disfruten del olor. Un poco más de aguas negras, y sería igual al lugar en el cual crecí. - Otra forma apareció detrás de él. En algún momento desde que había visto a Tate por última vez, se había afeitado la cara y se había rapado el cabello a su corte habitual a ras.
- El Sr. Pantalones Caros no ha dejado de joder desde que ha llegado - murmuró. Entonces Tate frunció el ceño, mirando más allá hacia la vacía calle.
- ¿Por qué tienes un montón de fantasmas siguiéndote? - Me volví para ver al menos dos docenas de fantasmas arrastrándose a unos cincuenta metros detrás de nosotros.
Bien. Habíamos estado seguros que el poder prestado de Midoriko atrajera a los fantasmas como si fueran mariposas y yo una brillante llama. Detroit era una ciudad grande, y aunque Koga y Tate habían olido a Moroha en varios puntos, no habían logrado poner sus ojos sobre ella. Ahora teníamos refuerzos, y gracias al poder de la tumba corriendo por mis venas, los fantasmas se verían obligados a obedecer mis órdenes.
- ¿Hacia dónde crees que se haya reducido la ubicación de Moroha? - pregunté evadiendo la pregunta de Tate. Su ceño me dijo que notó mi omisión, pero respondió sin más comentarios.
- Por lo que hemos reunido, se mueve alrededor, pero su olor ha sido más fuerte en el antiguo depósito de libros, la antigua planta de coches Packard, la antigua Estación Central, y la antigua iglesia en el bulevar East Grand. – Gracias a Dios. Pensé. Entonces enfrenté a los fantasmas, quienes se habían aproximado más debido a mis señales de acercarse.
- Necesito que encuentren a una niña por mí - les dije.
- Mide cerca de metro y medio, cabello negro, y sus ojos podrían brillar. Probablemente se está escondiendo en uno de los lugares que mi amigo acaba de mencionar. Si la ven, sólo díganmelo a mí o a este fantasma. - Asentí hacia Fabian. Mi séquito se dispersó tan pronto como terminé de hablar. Fabian se fue con ellos antes de que pudiera especificar que él no estaba incluido en la orden.
- Estás de vuelta en la salsa de Midoriko. - Tate negó con incredulidad, pero una mirada de complicidad cruzó el rostro de Koga. Inuyasha voló hasta el techo. Lo seguí, aterrizando con sólo un paso adicional para equilibrarme.
- Sí - dije brevemente.
- ¿Qué salsa? ¿Y quién es Midoriko? - preguntó Tate, recordándome que él se había perdido mucho mientras trabajaba para Don estos últimos años.
- No es relevante en este momento. Estos nuevos acontecimientos lo son. - declaró Inuyasha.
No dije nada mientras le informaba rápidamente acerca de Richard Trove siendo un demonio, y por qué él había respaldado a Madigan durante casi una década. Aún no hablé cuando Inuyasha reveló que Moroha era mi hija biológica, y cómo eso era posible. Sólo después de que Koga preguntó. "Si ella era la madre, ¿quién es el padre?", rompí mi silencio.
- Los registros que Trove publicó nunca dieron un nombre. Dado que el donante de esperma era cien por ciento humano, fue considerado… sin importancia. - Entonces me detuve. Había estado dándole vueltas a si revelaba o no la siguiente parte, pero mucho me había sido ocultado, por lo tanto no podía hacerle lo mismo a otra persona. Especialmente a un amigo.
- Le pregunté a Madigan, pero todo lo que conseguimos de él es que era uno de los soldados con los que estaba trabajando en ese tiempo - terminé. Tate dejó escapar un bufido de disgusto.
- Es por eso que seguían obteniendo muestras de cada líquido de nuestro cuerpo. Don dijo que era para asegurarse de que nadie estuviera bebiendo para lo que realmente era... - Su voz se apagó mientras los puntos se conectaban.
Luego cayó de rodillas cediendo al peso del descubrimiento. No estaba tan afectada porque ya había sacado cuentas. Alrededor de dos docenas de soldados habían estado trabajando conmigo durante mi primer año. Algunos habían sido asesinados en la misión, otros más desertaron debido al estrés, y algunos habían sido transferidos a otras divisiones, pero sólo uno había estado allí todo el tiempo.
- Dios mío - exclamó Tate.
- No es definitivo. Podría haber sido uno de los otros chicos, pero Tate… pero incluso si hiciéramos pruebas en ustedes dos, no hay manera de estar seguros. Desde que te convertiste en yokai, cada célula de tu cuerpo cambió. También el de Moroha una vez que añadieron ADN demoníaco a su composición genética. - dije en voz baja. Tate todavía lucía conmocionado ante la posibilidad de que la niña que había estado tratando de encontrar podría ser su hija biológica.
- Si las pruebas son inútiles, ella nunca sabrá quién es su padre. - Finalmente, pasó una mano por su cabello y me miró.
- Ella siempre sabrá quién es su padre. - Inuyasha deslizó su mano sobre la mía, su agarre fue fuerte y seguro. Eso puso a Tate de pie en un instante. Koga lo regresó cuando se abalanzó sobre Inuyasha.
- Tú no... - comenzó a decir Tate antes de que su boca se congelara junto con el resto de su cuerpo.
- Así está mejor - dijo Inuyasha satisfecho. No me gustó su método para frenar el argumento de Tate, pero para ser justos, estábamos cortos de tiempo. Atravesé la distancia entre ellos y toqué el puño cerrado de Tate, el cual se había congelado a medio lanzamiento.
- Tienes la posibilidad de uno entre veinte de ser el padre biológico, así que si quieres ser parte de la vida de Moroha, por supuesto que puedes. Inuyasha no se interpondrá en tu camino, pero él estará allí para ella, también. Como es mi deseo. - Entonces me incliné para que así Tate no pudiera evitar mi mirada.
- Pero primero, tenemos que sacarla de aquí con vida. Eso tiene prioridad por sobre todo lo demás, ¿no es así? - Tate parpadeó, lo cual me tomé como un sí.
Inuyasha lo liberó. Los dos hombres se miraron el uno al otro mientras Tate sacudía sus miembros como para asegurarse de que estaban de nuevo bajo su control. Luego, sus manos se apretaron, y una mirada de pura determinación cruzó sus rasgos. No otra vez, pensé, esperando que le lanzara un golpe a Inuyasha otra vez. El alivio me llenó cuando lo único que Tate hizo fue extender la mano.
- No me gustas, y probablemente nunca lo harás, pero a partir de este día, estoy dispuesto a hacer una tregua por Moroha. - Inuyasha estrechó su mano con una breve y sardónica sonrisa.
- Tregua aceptada, y ya que siento lo mismo, al igual que Sonomi, al parecer ahora tampoco podré librarme de ti nunca. - Tate dejó escapar una carcajada.
- Olvidé que esta tregua incluye a su madre. Eso es algo feo del karma que los dos estamos pagando. - Fabian voló sobre el techo, deteniendo a Inuyasha de cualquier que fuera a ser su respuesta.
- ¡La han encontrado! - anunció el fantasma.
- Eso fue malditamente rápido - murmuró Koga.
Lo fue, pero de nuevo, nadie podía esconderse de los muertos. Especialmente cuando te tenían cercado en una pequeña área. Fue por eso que habíamos lidiados con Midoriko primero antes de apurarnos a venir aquí. Ella no había sabido que Moroha estaba en Detroit, pero con un poco de tiempo, la hubiera encontrado. Lancé una tensa sonrisa a los cuatro hombres, sintiendo la versión del yokai de adrenalina recorriendo a través de mi cuerpo.
- Muy bien muchachos. Vamos por nuestra niña. -
Aterrizamos en el tejado de un edificio grande y cuadrado de grafitis cubriendo cada centímetro de la cornisa. Al otro lado de la calle, un edificio mucho más alto bloqueaba la luz de la luna, su hermosa arquitectura contrastaba con la podredumbre que podía oler dentro.
- ¿Dónde estamos? - susurré.
- En Roosevelt Warehouse - dijo Inuyasha, manteniendo también su voz muy baja.
- Más comúnmente conocido como el depósito de libros de Detroit. Los túneles lo conectan a la antigua estación de tren del otro lado de la calle. Tal vez es así cómo Moroha ha estado viajando de un lado a otro entre los dos. - Fabian asintió, luciendo triste mientras veía alrededor.
- Vine aquí antes, cuando era nuevo. Me encantan los libros, pero es muy difícil para mí leer. Tengo que flotar detrás de la gente a medida que dan vueltas a las páginas... –
- Fabian, ¿dónde dijeron los fantasmas que estaba Moroha? - interrumpí. Salió de su evocación.
- Síganme. - Fabian pasó a través de una de las puertas con barricadas de la estructura en forma de choza.
La impaciencia me hizo querer abrirla de una patada, pero eso sería demasiado ruido. Esperé mientras Inuyasha telequinéticamente retiraba las tablas, luego la abrió tan silenciosamente como lo permitieron las oxidadas bisagras. Todavía me estremecía ante el ruido que hacía, ese sonido de crujido como dos ollas golpeando mis crispados nervios. Una vez dentro, solo tomó una mirada a la deteriorada escalera metálica para hacerme gesticular la directriz "a volar". Inuyasha agarró a Tate, sujetándolo con una facilidad que desmentía la pesada constitución del otro yokai.
Sin hacer ruido, salimos disparados por la escalera, siguiendo a Fabian, quien entraba y salía por los estrechos espacios hasta que desapareció por otra puerta. Esta no estaba entablillada. Estaba abierta, dejando entrar un hediondo tufillo más allá. Me obligué a pasar con el mayor silencio posible, extendiendo mi mirada hasta la habitación contigua. El olor a humo antiguo estaba casi dominado por el olor del papel en descomposición, orina, muerte y desesperación. Libros, revistas, y manuales acolchonaban el suelo casi treinta centímetros de profundidad en algunos lugares, la tinta era casi ilegible por el tiempo y la exposición al agua.
Pequeñas criaturas habían hecho nidos en los escombros literarios, algunas de ellas seguían allí, aunque en diferentes estados de descomposición. Por el olor, no eran los únicos cuerpos en esa habitación, pero como Fabian me hizo señas de avanzar, no me detuve ante el zapato que sobresalía de una pila de pergaminos en ruinas. De todas maneras, esa persona estaba mucho más allá de mi capacidad de ayudar. El olor de humo reciente picó mi nariz cuanto más me acercaba al final de la habitación. Fabian hizo una pausa flotando cerca del techo, y señaló hacia abajo.
La luz de una vela proyectaba un débil resplandor ámbar en medio de un montón de libros apilados como un iglú parcial. Desde mi ángulo, no podía ver por encima de él, así que fui más arriba, rozando el decadente techo en mi entusiasmo. Alcancé a ver una niña en cuclillas sobre un libro medio podrido, cuando el derrumbe del yeso por mi cercanía la hizo levantar la cabeza. Nuestros ojos se encontraron, y mientras yo la observaba, los ojos de ella comenzaron a volverse brillantes, roja brillante. Mi dormido corazón comenzó a latir en un errático staccato por la emoción que se apoderó de no mí. Estaba viva, bien y (una vez que la sacáramos de aquí) segura.
- Moroha - exhalé, volando más rápido hacia ella.
Su mano se levantó como si me estuviera saludando. Entonces algo ardió en mi pecho. Inuyasha soltó a Tate y me cogió, girándome hacia él. Eso hizo que la sensación de ardor fuera peor, pero todavía me retorcía para ver a Moroha antes de que finalmente la intensidad del dolor me hiciera bajar la mirada. Un cuchillo sobresalía de entre mis pechos. El mango era de una extraña combinación de papel y cuero viejo, pero debido al incendio que se propagaba por todo mi cuerpo, podía decir que la cuchilla era de plata.
Continuara…
