Manzana de la Discordia
Había olvidado lo mucho que dolía al ser apuñalado en el corazón con plata. La mayoría de los yokais sólo sentían eso una vez; afortunadamente para mí, esta era mi tercera vez. Tan horrible como el dolor era, no me asustaba tanto como la debilidad que volvía cada músculo flácido con parálisis instantánea. Luego venía la visión borrosa y la audición embotada que causaba que todo pareciera muy lejano. Sólo el dolor estaba cerca, enterrando al resto de mis sentidos bajo una cascada inmisericorde de agonía. Eso crecía con ferocidad insoportable mientras el cuchillo en mi pecho se movía.
Alguien gritó, un estridente y angustiado sonido. Habría huido en cualquier dirección para escapar del terrible dolor, excepto que mis miembros no funcionaban. Peor aún, un gran y opresivo peso se abalanzó sobre mí, aplastándome. Tal vez el edificio se derrumbó, razonó una parte aún funcionando de mi mente. Eso explicaría la sensación de ser aplastada y sentir que el cuchillo se sacudía con brutales movimientos de tijera. Si es así, debería estar muerta ya, así que, ¿por qué todavía dolía tanto…? Otro grito salió de mí, y convulsioné mientras las terminaciones nerviosas surgieron con repentino y espasmódico movimiento. Entonces vi el destello de la luz de la luna en una hoja manchada de rojo, antes de que se arrugara como si fuera aplastada por un puño invisible.
- ¿Gatita? - El dolor se desvaneció con su voz, y me dejó mareada por el alivio. La debilidad fue más lenta al liberar su agarre, sin embargo, me llevó dos intentos para sentarme.
- ¿Dónde está Moroha? - Fueron mis primeras palabras. Un músculo se flexionó en la mandíbula de Inuyasha.
- No lo sé. Corrió después de que lanzó los cuchillos. - Salté levantándome, y rápidamente comencé a caer porque mis piernas se negaban a sostenerme. Inuyasha me atrapó antes de que aterrizara en la pila de libros sobre la que me había puesto.
- ¿Por qué no la detuviste? ¡Podrías haberla congelado en el lugar con tu poder! - gemí. Su agarre se apretó, la luz de su mirada brillando hasta que coloreó todo lo que nos rodeaba de rojo.
- Esa hoja aterrizó directamente en tu corazón. Concentré todo mi poder en inmovilizarlo y a los tejidos a su alrededor, así tú no morirías justo en frente de mí. - respondió con los dientes apretados. Su aura se quebró mientras hablaba, devastando mis emociones con un géiser de rabia, alivio y miedo. Tal vez fue bueno que él no hubiera usado su poder en Moroha. Si la hubiera tocado con este mientras estaba así de molesto, podría haberla matado accidentalmente.
- Ella no conoce nada más, Inuyasha. Depende de nosotros enseñarle. - Agarré su chaqueta, tanto para no perder el equilibrio como para acercarlo más.
- No, si ella sigue tratando de matarte - fue su respuesta inmediata. Nuestra primera pelea sobre crianza. Sin imaginar que sería sobre alguna amenaza de vida en lugar de cuán tarde ella podía quedarse viendo televisión.
- Debería haberlo sabido mejor, en lugar de acercarme a ella cuando no sabía quién era yo o si estaba allí para lastimarla. Esto no va a suceder de nuevo. - Luego descansé mi cabeza contra su pecho, dejando escapar un resoplido.
- Como si no lo supiéramos ya, esto demuestra que ella es mi hija. Yo acostumbraba a apuñalar yokais primero y presentarme después, también. - Un sonido oscuro se escapó de él, pero parte de la rabia se aplacó de su aura.
- Lo recuerdo perfectamente, Gatita. - Estruendos llegando desde abajo me tenían girando fuera de sus brazos. Sólo avancé un par de metros antes de que sintiera como que había corrido directo hacia una pared invisible.
- Acababas de prometer que serías más cuidadosa ¡Correr con un desgarro apenas curado en tu corazón es lo contrario de cuidadoso, Gatita! - dijo Inuyasha con voz exasperada.
Correcto. Puede ser que me tome días para estar de regreso con toda mi fuerza, y Moroha era más rápida y hábil de lo que me di cuenta. Si sólo la parte lógica de mi cerebro no fuera tres pasos detrás de mis recién despertados instintos maternales, yo actuaría con mucha más prudencia.
- Ve tú primero. ¿Ves? Muy cautelosa. - le dije. Inuyasha me dio un corto y feroz beso, luego pasó por delante de mí, haciendo crujir sus nudillos, como si se anticipara.
- Recuerda, no hay castigo por lo que ella hizo. Es solo una niña. - le advertí.
- También recuerdo que tú solo aprendiste después de que te deje K.O. un par de veces y aun así seguías queriendo apuñalarme, cariño. Si ella está mostrando tus tendencias, entonces, sólo hay una manera de manejarla. - Su sonrisa depredadora no alivió mi preocupación.
El estrépito había llegado desde el sótano, donde una de las muchas y desvencijadas escaleras de caracol llevaba a una húmeda y desprotegida área del edificio. Seguí el camino de Inuyasha y salté hacia abajo, ya que ellas no parecían como que podían soportar el peso de Moroha, mucho menos el de un adulto. Esta parte del antiguo almacén tenía más suciedad que libros, y si la conmoción adelante no señalaba el camino, varios conjuntos de nuevas huellas lo hacían.
- ¡Está dirigiéndose a los túneles! - Escuché decir a Fabian.
Mi paso se aceleró, pero mis piernas todavía se sentían tambaleantes. Malditos efectos persistentes por perforar mi corazón con plata. No había estado tan debilitada después de tener todo mi cuerpo bombeado por completo de esto.
- ¿Dijiste que este edificio se conecta a la estación de tren por debajo de la calle? - Inuyasha asintió, reduciendo la velocidad para envolver un duro brazo a mi alrededor, soportándome. Debió haber captado mi ligero bamboleo.
- La estación de tren tendrá aún más túneles. Podríamos perderla en el laberinto subterráneo, lo cual debe ser el por qué está corriendo hacia allí. - dije con una preocupación creciente.
- Tú eres más rápido. Déjame y ve a buscarla. Voy a estar justo detrás de ti. - Chica inteligente, pensé, y sentí una oleada de orgullo incluso cuando aparté el brazo de Inuyasha.
- ¡Moroha! ¡Detente! - gritó Tate, su voz comenzando a hacer eco. Inuyasha me recorrió con la mirada, como si juzgara mis capacidades, luego se volvió y voló, dirigiéndose hacia la oscuridad por delante. Traté de volar también, y rápidamente planté la cara en el suelo.
- Puaj… - gemí antes de escupir lo que esperaba fuera suciedad. Luego, con un ligero tambaleo, me levanté y comencé a correr en la dirección en que Inuyasha había desaparecido.
- Si hubieras escuchado razones, muñequita… - La voz de Koga rebotó en las paredes antes de que escuchara un duro sonido de golpe seguido de un crujido.
- ¡Pequeña demonio granuja! – un grito indignado estallo en el túnel, su voz había contenido distintos matices de dolor y sorpresa. A pesar de sentirme horrible, sonreí. Parece que no era la única a la que Moroha había logrado tumbar.
- Suficiente. - La voz de Inuyasha se acompañó de un crujido de poder que sentí, aunque estaba a un par de cientos de metros detrás de él.
Corrí más rápido, casi tropezando sobre basura y escombros en mi prisa. Cuando doblé una esquina que se abría a una sala de calderas, me detuve al ver lo que me saludó. La camisa de Koga tenía un gran corte, revelando una cortada carmesí en su pálido abdomen que todavía estaba sanando. Comparado con Tate que había salido mucho mejor. Sólo tenía un corte manchado de rojo en su hombro y más sangre fresca recubriendo su frente. Inuyasha no tenía ni una marca en todo su conjunto negro. Estaba parado en la esquina de la habitación, su mano extendiéndose como si llamara un taxi.
Moroha estaba suspendida en mitad del aire a unos quince metros de él, sus piernas pateando la nada ya que el suelo no estaba en ninguna parte cerca de sus pies. Me acerqué, saboreando mi primera vista completa de ella que no implicara un video granulado. Su cabello negro ahora parecía casi petróleo crudo de la suciedad, el viejo hollín, o ambos. Lo había atado en una cola de caballo con una tira de tela roja que debía haber cortado de la parte inferior de su camisa demasiado grande. Un igualmente grande pantalón estaba enrollado en los tobillos y amarrado a su delgado cuerpo con más material rojo. Sus zapatos también parecían varias tallas más grandes, pero había envuelto cuerda con fuerza alrededor de sus pies para evitar que se cayeran.
Si se había puesto creativa con sus ropas prestadas, eso no era nada en comparación a los cuchillos que apretaba en esas manos pequeñas y pálidas. Las cuchillas consistían en vidrio roto limado en precisas puntas, con portadas de libros de cuero y cinta formando los mangos. Plata brillaba a lo largo del borde de las cuchillas, provocando otra retorcida oleada de orgullo maternal. Casi me había matado con uno de sus cuchillos caseros, pero maldita sea si ella no tenía habilidades. Le habría tomado horas fundir suficiente plata para cubrir esas hojas, y a pesar de que su peso estaba desequilibrado con respecto a los mangos, aún se las había arreglado para tirar uno justo en el blanco. Llegué más cerca, deseando saber de qué color eran sus ojos.
Por el momento, estaban iluminados con el rojo yokai, su brillo aterrizando en mi cara mientras me acercaba. Tantas emociones se dispararon mientras miraba hacia ella. Proteccionismo y la preocupación que esperaba; había pasado por tantas cosas a una edad en que su mayor preocupación debería haber sido perder sus dientes de leche. Miedo y timidez como había predicho; quería tanto gustarle, y, por supuesto, no tenía ni idea de cómo empezar a construir nuestra relación. Hola, soy tu mami, era demasiado pronto, y si trataba de abrazarla, ella probablemente me apuñalaría de nuevo. Lo que no había tenido en cuenta fue el amor que me golpeó justo en el corazón. Ella podría también haberme golpeado con la flecha de Cupido antes, fue tan repentino y fuerte.
Yo, que tenía problemas de confianza de más de un kilómetro de largo y había rehusado admitir que amaba a Inuyasha hasta varios meses después de nuestra relación, ahora sabía con absoluta certeza que amaba al pequeño demonio homicida mirándome. Con ese conocimiento, una gran y estúpida sonrisa estalló en mi cara. Estábamos juntas ahora. Arreglaríamos el resto después. La cautela reemplazó su expresión extrañamente estoica, recordándome frenar los signos de mi recién descubierta alegría. Sonreírle mientras ella estaba atada en una red telequinética probablemente me hacía parecer como una loca villana.
- Hola - dije, en lo que esperaba fuera una voz neutral.
- Mi nombre es Kagome. No te preocupes, nadie va a lastimarte. - Ella miró a su cuerpo suspendido, luego a mí. Mentirosa, declaró su mirada claramente.
- Vamos a bajarla - le pedí a Inuyasha. Salió de la esquina, y su corazón se aceleró. Con su ropa negra, abrigo largo, cabello plateado y la mirada de nuevo a su color dorado natural, debía haberse casi mezclado en las sombras para ella.
- Soy Inuyasha. Es mi poder el que te detiene allí, y podría hacerlo mucho peor si lo decido. - afirmó en un tono firme.
- ¡Inuyasha! ¡Deja de asustar a la niña! - le regañé, mis manos hormigueando para darle un coscorrón.
- No estoy asustándola, Gatita salvaje. Estoy hablando con ella en términos que entiende. - respondió de manera uniforme. Su mirada fría nunca se apartó de Moroha mientras lentamente la bajó con cada paso que daba.
- Sé un poco sobre crecer en circunstancias difíciles. Hace que entiendas dos cosas inmediatamente, quién tiene el poder y quién no. Yo lo tengo, tu no, y tú lo sientes tan bien como lo ves, ¿verdad? - le dijo. Moroha asintió, su expresión todavía sin revelar nada.
He visto a personas con siglos de edad que no tienen tan buena cara de póquer. Que ella pudiera reprimir manifestaciones de emoción a una edad tan asombrosamente joven era una prueba más de la forma retorcida en que había sido criada. La mayoría de los niños mostraban sus sentimientos abiertamente, pero cualesquiera fueran los de Moroha, los había encerrado detrás de esa máscara de desapego. Fue entonces cuando se me ocurrió que no podía oír sus pensamientos. Tal vez era porque todavía estaba bajo el efecto del reciente estancamiento con plata que me había hecho.
Me concentré más fuerte, pero no conseguí nada más que un sólido muro de negrura. Increíble. Aparte de sus ojos brillando, parecía totalmente humana. Su piel estaba demasiado sucia para ver si tenía la misma luminiscencia que la mía tenía cuando era una mestiza, pero su respiración, los latidos del corazón y el olor, todo gritaba mortal. No es de extrañar que fuera tan fácil olvidar que ella no lo era.
- Ya que tengo este poder, puedes confiar en que nosotros no te haremos daño, por la simple razón de que, si te quisiéramos muerta, ya lo estarías. - continuó Inuyasha.
- ¡Inuyasha! - le espeté.
- En camino a ganar el trofeo de papaíto del año - murmuró Tate.
Moroha, sin embargo, apretó los labios en el primer despliegue de emoción que había visto: contemplación. Entonces sus pies tocaron el suelo mientras Inuyasha terminaba de bajarla. Una vez que ella probó su peso y descubrió que estaba parada por sus propios medios, sus ojos perdieron su resplandor sobrenatural y comenzaron a oscurecerse. Cuando volvieron al café chocolatada, casi dejé escapar un sollozo. Tenía mis ojos. Mi nariz, también, y aquí estaba la esperanza de que el borde de su barbilla fuera sucio en lugar de señales de la marca de terquedad Higurashi. Sin darme cuenta, me agaché hasta que estuvimos a la altura de los ojos. Y luego ella habló.
- Tú sanas como ellos, pero no eres uno de ellos, porque tu corazón aún late a veces. ¿Por qué? - Dejo que su voz fluyera por encima de mí, almacenándola en partes que no había sabido que existían hasta ahora. Su vocabulario estaba a años por encima de su edad, al igual que el resto de sus rasgos, pero su voz mantenía el alto tenor y juvenil tono agudo de un niño.
- Porque una vez, yo fui como tú: parte humana y parte algo más. Especial. - dije con voz ronca.
- Moroha. Sé que me veo diferente ya que me afeité y corté mi cabello, pero me recuerdas, ¿no es así? Aplastaste mi cuello cinco segundos después de que nos conocimos. - Tate se agachó junto a mí, sonriéndole con un brillo en sus ojos que no trató de ocultar.
- Seis - corrigió con un solemne y pequeño parpadeo. Él sonrió.
- Muy bien, seis. La única otra chica capaz de patear mi culo así de rápido es Kagome. Ella me entrenó para pelear, ya sabes. - Ojos cafés oscuros se encontraron con los míos, haciéndome que tomara aliento. ¿Conseguiría acostumbrarme a ver mis propios ojos mirarme desde esa carita?
- Me acuerdo de ti de la base. Tú intentaste hacerme ir contigo. Eres muy difícil de neutralizar. - declaró. Por su tono, esa última parte fue un cumplido, aunque no estaba segura de cómo responder. La persona que ella recordaba tratando de "neutralizar" en ese entonces había sido Sango, cambio de forma para parecerse a mí. En realidad, Moroha sólo había intentado matarme una vez, y había estado malditamente cerca de lograrlo.
- Gracias. Tú eres muy dura, también, pero no tienes que serlo ya. Vamos a cuidar de ti - Estuve de acuerdo.
Entonces no pude evitarlo; tomé su mano. Ella se estremeció, sus dedos apretando su cuchillo. Después de una mirada a Inuyasha, su agarre se aflojó. La dejé ir. Si su primer instinto fue todavía apuñalarme, obviamente era demasiado pronto para las muestras táctiles de afecto. La mirada de Tate captó lo que pasó, también. Él puso su brazo alrededor de mis hombros, dándome un firme apretón.
- Kagome es mi amiga - dijo cuidadosamente.
- Abrazo a mis amigos a veces para mostrar que estoy feliz de que ellos estén aquí. O tomo su mano así. - Sus dedos se entrelazaron con los míos, y sostuvo nuestras manos en alto.
Ella miró como si él mágicamente hubiera sacado un conejo de un sombrero. Lo comprendí entonces, y no pude detener las lágrimas. A Moroha nunca le había sido enseñado tocar a nadie, excepto con violencia. No es de extrañar que ella se hubiera estremecido cuando tomé su mano. Pensó que estaba a punto de lastimarla.
- Pobre niña. Está bien ahora, lo prometo. - le susurré.
- ¿No es esto asquerosamente dulce? - El ronroneo burlón sorprendentemente no vino de Koga, aunque por su expresión, había estado pensando en algo similar. La tensión se disparó a través de mis emociones mientras el poder de Inuyasha hacía erupción, disparándose hacia esa voz, sólo para tenerlo disipado como si lo hubiera canalizado al vacío.
- Ooh, haz eso de nuevo - instó nuestro intruso invisible.
Lo reconocí ahora, y todo en mí se puso rígido. Trove. Sonriendo, el demonio entró en la sala de calderas, su mirada teñida de rojo saltando entre Moroha y yo. Estaba vestido con un traje y corbata, su cabello color acero peinado a la perfección y los característicos rasgos guapos colocados en una máscara agradable. Él podría haber estado yendo a otro evento de recaudación de fondos, parecía tan planchado y pulido, y ya que no le habíamos oído acercarse, debía haber utilizado su truco de teletransportarse para llegar hasta aquí, maldita sea su malvado ocultamiento. Inuyasha bajó su mano. El demonio sólo se volvería más fuerte con otra explosión telequinética.
- Kagome ¿No vas a presentarme a tu hija? - dijo Trove con un ronroneo satisfecho.
Me levanté de un salto, parándome entre Moroha y Trové sin la menor preocupación de que ella tuviera dos cuchillos de plata, y le había dado la espalda. Tate gruñó, flanqueándome. Koga sacó sus armas, su boca curvándose en una sonrisa desagradable. Si éramos la imagen de la hostilidad, Inuyasha parecía como en estado Zen. Prácticamente se encaminó hacia el demonio, ambas manos en sus bolsillos como si no pudiera preocuparse en levantar su peso por sí mismo.
- ¿Qué te trae por aquí, compañero? - preguntó con notable indiferencia. Trove sonrió. La visión de esos costosos dientes blancos me hizo fantasear con metérselos por su garganta hasta que se atragantara con ellos.
- Un gusto por el caos, por supuesto. - No quería quitar mis ojos de nuestro visitante no deseado.
- ¿Realmente tú eres mi madre? El anciano dijo que estaba muerta. - Entonces una voz pequeña y clara preguntó.
No pude evitarlo; miré detrás de mí. Inmediatamente, deseé no haberlo hecho. La cautelosa esperanza en la mirada de Moroha casi me puso de rodillas. Quería cubrirla con garantías de que nunca, nunca estaría sola otra vez, luego quería abrazarla hasta que olvidara lo que era sentir miedo. El único impulso más fuerte era mi necesidad de matar a la sucia criatura que la amenazó. Ya que tenía que hacer eso antes que lo otro, esto me dio la fuerza para dar la vuelta, enfrentar a mi enemigo en lugar de a mi hija.
- El anciano mintió. Yo soy tu mamá, y no voy a dejarte otra vez - le dije, mi voz fuerte a pesar de las paredes emocionales rompiéndose por todas partes dentro de mí.
Tate me dio un codazo, lanzando un vistazo a un lado. Seguí su mirada, viendo una pequeña puerta en la esquina más lejana de la habitación. Trove bloqueó el camino por el que habíamos entrado a la sala de calderas, pero no estábamos atrapados. Esta debía conducir a los túneles que Inuyasha había mencionado. No creía que fuera un accidente que su acercamiento hubiera colocado a Inuyasha justo en el camino de Trove. En caso de que el renombrado político intentara detenernos, tendría que pasar través de Inuyasha primero. Incluso si la telequinesis de Inuyasha era ineficaz contra él, eso aún le tomaría algún trabajo.
Trove miró detrás de nosotros, como si adivinara nuestra intención. Y luego sonrió. Sentí el zumbido antes de que el familiar olor terroso llenara la habitación. Moroha dejó escapar un pequeño jadeo. Cuando me di la vuelta, más de dos docenas de onis bloqueaban la otra puerta. De sus niveles de poder, ellos no eran chicos al azar que Trove había 210 teletransportado desde algún bar local de muertos vivientes. Eran combatientes entrenados, y su musculosa construcción sólo añadía amenaza a su aire.
- ¿Olvidé mencionarlo? Decidí traer a algunos amigos conmigo. - preguntó Trove con falsa inocencia.
Esto se sigue poniendo mejor y mejor, pensé cansadamente. No habíamos traído a nadie con nosotros porque no quería llamar la atención de los Guardianes de la Ley, y ahora éramos superados en número por mucho. El líder del grupo, un hombre alto afroamericano con los bíceps más gruesos que mi muslo, dio un paso adelante.
- Danos a la mestiza – ordenó.
- Jódete - salió de mi boca antes de que me diera cuenta de que (a) en serio necesitaba cuidar mi lenguaje ahora, y (b) la diplomacia sería la mejor táctica. Yo podría ser capaz de limpiar el suelo con ellos si utilizaba mis poderes prestados, pero estábamos tratando de evitar una guerra, no de iniciar una.
- Um, me refería a palitos de caramelo blando - me retracté rápidamente.
- Y ustedes no necesitan llevarse a la niña. Su reina acordó llamar una tregua. - Trove parecía más sorprendido que los necrófagos.
- ¿Ella qué? - No pude resistir una sonrisa de suficiencia.
- Oh, ¿así que no nos seguiste cuando fuimos a ver a Midoriko? Nosotros llegamos a un acuerdo. Todo lo que tenemos que hacer es mantener nuestra parte del trato, y ella y los onis nos dejan solos. - Nuestro fin era lanzar un video de Moroha siendo supuestamente asesinada, Midoriko había dicho que nada más que una ejecución pública serviría, y el Internet era público, pero yo no estaba a punto de decirle eso a Trove. O la otra sorpresa que teníamos reservada para él. El oni corpulento sacó su teléfono celular, marcando.
- Mi reina, es Barnabus - dijo momentos después.
- Estoy con los yokais, y tienen a la niña. Ellos afirman que… - Pausa.
- Sí, lo entiendo… si esa es su orden, Majestic. Colgó. - Los otros necrófagos lo miraron expectantes. Trove casi saltó arriba y abajo de impaciencia. Mis colmillos se deslizaron fuera, lista para extraer sangre, si era necesario.
- ¿Y bien? - preguntó el demonio. Barnabus se quedó mirándome, la frustración impresa por todas partes en sus rasgos.
- La Parca Negra dice la verdad - dijo, casi escupiendo las palabras. No me moví, pero por dentro, estaba dejando escapar un grito y golpeando los puños en el aire. ¡Midoriko había cumplido! Era conocida por mantener su palabra, pero decir que estaba preocupada de que haría una excepción en este caso era decirlo suavemente.
- Hemos recibido la orden de irnos - continuó Barnabus. ¿Puedo decir Demonios…Sí?, sonó en mi mente, aunque una vez más, me quedé perfectamente tranquila. Ni siquiera mostré una sonrisa: Me voy. Trove, sin embargo, reaccionó como si hubiera tenido la cara llena de sal.
- ¡Tienes que estar bromeando! - El demonio hervía.
- ¿Después de décadas de planificación, lo mismo por lo que sus especies casi fueron a la guerra dos veces está justo aquí, y están de acuerdo en alejarse en vez de pelear? - Las murmuraciones de los onis estaban de acuerdo con su evaluación. Mi buen humor se desvaneció. Tal vez, a pesar de que Midoriko estaba manteniendo su palabra, esto no había terminado aún después de todo.
- Lo he dicho siempre, si quieres que algo se haga bien, tienes que hacerlo tú mismo -continuó Trove con disgusto.
- Incluso si su reina es demasiado ciega para verlo, esa niña es su perdición. Los yokais ya tienen más habilidades que los onis, pero ustedes han evitado que ellos los subyuguen porque ustedes son más difíciles de matar. ¡Ella cambia esa dinámica de poder! A través de ella, los yokais pueden crear una nueva raza. ¡Una leal a ellos, con toda su inmunidad a la plata y todos sus trucos de fantasía! Cuando eso suceda, ¿cuánto tiempo creen que pasará antes que su pueblo esté encadenado? ¿Un siglo? ¿Dos? - Entonces se acercó a los onis mientras su brazo se extendía en dirección de Moroha.
- Tonterías. Esta bestia podría dar una mierda por los de su clase. A él le gustaría que ustedes creyeran que está siendo tan cooperativo, pero todo lo que quiere es que nuestras razas se maten entre sí, comenzando con muchos de nosotros aquí. - La voz de Inuyasha resonó, cubriendo las murmuraciones más fuertes de los onis.
- Goryomaru trató de advertirte Él dijo que, si a ella se le permitía vivir, los onis sufrirían. ¿Y qué pasó? ¡El consejo de yokais lo asesinó, sin embargo, aquí parada está la prueba de que él tenía razón! ¡He aquí, a su hija, la primera de muchos en una nueva línea de sus conquistadores! - declaró Trove sombríamente.
A partir de sus expresiones endurecidas, Trove estaba golpeando un nervio. Goryomaru podría estar muerto, pero el daño que había hecho aún persistía. Si representara a un político sería un experto en el uso de la retórica distorsionada para su ventaja, sin importar cuán falsa o paranoica fuera.
- Midoriko dijo que se retiren ¿Quieren desobedecer a su reina? - les recordé.
- Oh, sí, obedezcan a su reinita - se burló Trove inmediatamente.
- Pero ¿a quién están ustedes realmente obedeciendo, si dejan ir a la niña con ellos? ¿Crees que es una coincidencia que sus órdenes cambiaron después de que ella le hizo una visita a Majestic? ¿No pueden ver? ¡Su sometimiento a los yokais ya ha comenzado! - Oh, mierda, pensé cuando varios cuchillos salieron de sus vainas ante eso. Parecía que Trove había logrado cambiar sus mentes.
- Y aquí vamos - murmuró Koga.
Tres cosas sucedieron al mismo tiempo: Me giré, empujando a Moroha hacia los brazos de Tate con una urgente súplica: "¡Sácala de aquí!", y el poder de Inuyasha se estrelló alrededor de los onis, congelándolos en su lugar. Trove desapareció, reapareciendo un instante después detrás de Inuyasha para envolverlo en un abrazo aplastante. Sentí el poder drenarse de Inuyasha, tan repentinamente como si hubiera sido estacado con plata. No lo había sido, sin embargo. Las manos de Trove estaban vacías, los dedos abiertos cuando se clavaron en el pecho de Inuyasha mientras que el demonio se estremeció con lo que parecía arrobamiento.
- No eres un aperitivo, tú eres un banquete - gimió. Con un chasquido, la red invisible que Inuyasha había echado sobre los onis se rompió. Sólo habían estado confinados por unos segundos, sin embargo, eso pareció ser suficiente para llevarlos de enojo decidido a rabia asesina.
- ¡Maten a los yokais! - aulló Bernabé, levantando su cuchillo de plata.
- ¡Corre! - insté a Tate, maldiciendo mentalmente cuando Moroha se retorció de su agarre.
Al menos ella corrió en la dirección opuesta de los onis, Tate seguía de cerca detrás de ella. Entonces saqué uno de mis cuchillos de mi abrigo. Había usado este trapo en el calor del verano por una razón. En lugar de cargar contra los onis como Koga hizo, corté mi brazo con un largo y ancho corte.
- ¡Vengan! - Mi llamado retumbó a través de la sala de calderas, el eco regresando a mí con un nuevo y misterioso coro.
Hielo se disparó a través de mis venas, su efecto escalofriante bienvenido debido a lo que anunciaba. Justo cuando Koga chocaba cuchillos con Bernabé, los Remnants se alzaron del suelo y cayeron sobre los onis. Sus gritos se unieron a los aullidos que llenaron mi mente, así como mis oídos. A diferencia de antes, yo no tenía la fuerza suficiente para luchar contra el ser absorbida por el poder rodeándonos. La parte de mí que todavía podía pensar odiaba lo que estaba pasando porque los Remnants eran imbatibles. Hacía todo para detener a la gente que quería matarme, pero liberar a los Remnants era similar a presenciar una pelea de un cuchillo contra una bomba nuclear. El resto de mi cuerpo estaba demasiado en sintonía con los Remnants para preocuparme por la equidad.
Con la puerta al otro lado ahora abierto de par en par, su hambre me consumía. Eran las astillas de las emociones más primitivas que las personas arrojaban cuando cruzaban, agudizadas por el paso del tiempo y frenéticas por la negación sin fin. A medida que ellos atacaban a los onis, labios y dientes que se habían vuelto polvo hace milenios finalmente llegaban a alimentarse de nuevo, y por breves y brillantes momentos, su necesidad insoportable fue apaciguada. Entonces, al igual que los adictos persiguiendo su siguiente subidón, los Remnants desgarraron a los onis con más saña, buscando los fragmentos de alivio que su dolor traía.
Koga no estaba canalizando poder de tumba, sin embargo, mostró menos preocupación que yo por la injusticia de nuestra ventaja. Mientras los onis estaban enfocados en las sombras agitadas que los desgarraban, quitó cabezas a izquierda y derecha. Quería decirle que se detuviera, que tenía la intención de cancelar a los Remnants y dar a los onis otra oportunidad de reconsiderar, pero no podía hablar. Todo lo que salió de mi boca fue un largo y agudo gemido que se hizo más fuerte, cuanto más fuerte se volvían los Remnants. Luego, con el súbito cierre de golpe de una puerta, mi conexión a la tumba fue cortada. La gloriosa frialdad corriendo a través de mí se volvió cenizas frías, y las voces resonando en mi cabeza silenciadas. Uno por uno, los Remnants desaparecieron. Mientras el lazo infinito de necesidad dentro de mí se despejó, la confusión se levantó. ¿Qué había ocurrido?
- Libérala - gruñó alguien.
Ahí fue cuando me di cuenta de que estaba retenida en un fuerte abrazo desde atrás. No por Inuyasha, cuando echando un vistazo hacia abajo me mostró brazos más gruesos y peludos a través de mi abdomen en lugar de pálidos y tensos. Los de Richard Trove. El demonio se estremeció en forma enfermizamente parecida a la liberación.
- Eso es, de lejos, lo mejor que he sentido - murmuró él en mi oído.
La repugnancia despejó lo último de la esclavitud a la tumba. En algún momento, Trove me había agarrado y comenzó a alimentarse de mi poder. Juzgando por cuán débil me sentía y que el último de los Remnants se estaba deslizando de regreso hacia el suelo, había limpiado su plato. Una vez más, tres cosas parecieron suceder a la vez: Inuyasha se abalanzó sobre Trove, sus movimientos lentos y torpes. Mordí mi labio para llamar a los Remnants de regreso, pero no pasó nada excepto otro entusiasta estremecimiento detrás de mí. Y los onis que todavía tenían sus cabezas se levantaron tambaleándose, recogieron sus cuchillos de plata, y se dirigieron hacia nosotros.
- Cabrón - dijo Koga con profunda convicción.
Continuara…
