Alberto abrió los ojos, dándose cuenta de que había estado recordando otra vez, el momento en que encontró a su familia, hacía ya diez años…
Era increíble como pasaba el tiempo.
Lentamente se fue levantando, el cuerpo aún le dolía pero ya mucho menos que el día anterior, se llevó una mano a sus heridas, la mezcla se estaba empezando a deshacer, sería mejor que se pusiera una nueva capa; miró a su derecha y encontró a Luca durmiendo plácidamente. Alberto sonrió, aunque el sentimiento de culpa aún no lo dejaba, ver a su hermanito descansando con tanta calma solo lo reanimaba, él los había metido en ese problema, y al parecer no tenía forma de sacarlos, sus dientes y garras eran inútiles ante las cadenas, y aún si lograban sobrevivir hasta que el gran pez ascendiera, no había garantía que los humanos los perdonaran.
Suspiró sintiéndose derrotado y nadó hasta la superficie, una vez que salió buscó el frasco, y al encontrarlo se quitó las capas que ya tenía para ponerse unas nuevas, sus heridas ardían al contacto, pero no tanto como el día anterior, y después del ardor había una sensación de frescura, así que valía la pena los minutos de incomodidad.
Al terminar apoyó su espalda en la pared y miró al techo.
«Silencio Bruno, Silencio Bruno» se repetía, Bruno quería que tirase la toalla, pero él se negaba, debía haber una manera en que pudieran escapar de ahí, siempre la había.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido del agua salpicando, abrió los ojos y se encontró a Luca, quien también nadó hasta la pared.
—Buenos días —lo saludó.
Alberto entrecerró una ceja, ¿Cómo podía sonar tan casual tomando en cuenta su situación? Luca solo se encogió de hombros, como dándose cuenta de los pensamientos de Alberto.
—Bruno quiere que me deprima y me rinda… hay que callarlo.
Alberto asintió con la cabeza, vaya que sabía de lo que estaba hablando.
Luca se acercó a la orilla y se puso una nueva capa sobre las heridas, al igual que Alberto le dolió al principio, pero luego se fue apaciguando poco a poco, al terminar ambos descansaron sobre la orilla, era increíble que hubieran dormido tanto y aun así estuvieran cansados.
—¿Tienes algún plan? —le preguntó, él solía ser el que tenía la iniciativa, pero Luca era el más listo de los dos.
Luca suspiró, algo que a Alberto no le gusto, se oía a resignación y derrota.
—He estado pensando… que lo primero que necesitamos es liberarnos de estas cadenas, luego tal vez podamos escabullirnos… pero no sabemos cuánto tiempo ha pasado, no podemos estar seguros cuando ascenderá el gran pez.
A Alberto no le gustaba el tono con el que lo decía.
—Y aún si escapáramos, y el gran pez estuviera en el cielo, he notado que Giulia pasa algo por la pared para poder abrir la puerta, sin una de esas no podremos salir.
Alberto pasó sus garras por el muro, dejando cuatro finos cortes, por un momento pensó que lo hacía en el cuello de Ercole, y odio admitir lo mucho que lo disfrutaría.
—Entonces… me dices que no tenemos esperanza.
«No dejes a Bruno ganar, no dejes a Bruno ganar».
—No —volteó a verlo con una mirada decidida, eso le subió un poco los ánimos—, nosotros solos no podremos escapar, eso me queda claro, pero si G…
Las puertas se abrieron.
Sin perder ni un instante ambos se sumergieron, regresando al fondo para fingir estar dormidos, así quizás los dejarían en paz, por suerte la voz que escucharon los reconfortó.
—¡Luca, Alberto!
Los dos chicos se miraron, sintiéndose felices por saber de quien se trataba; ignorando el dolor salieron a flote sonriendo.
—¡Giulia!
La chica estaba parada en la entrada, sabía por Guido que sus amigos estaban vivos, pero al verlos estar sanos y salvos… dentro de lo que cabía, no pudo evitar sentirse aliviada y contenta, sus ojos se le pusieron llorosos mientras corría hacia ellos.
Abrazó a ambos al mismo tiempo y los atrajo hacia ella, quedando sus mejillas una contra la otra.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! —Se disculpó mientras lloraba, y restregaba su cara contra las de ellos, no le importó mojarse ni la textura escamosa de los muchachos—. ¡Todo lo que Ercole les hizo! ¡Y yo no hice nada!
En eso sintió dos manos sobre su espalda, y las mejillas de los chicos se sintieron más cercanas a la suya.
—Oye, tranquila, todo está bien —la reconfortó Alberto—, hiciste lo correcto, Luca y yo somos fuertes, podemos aguantar lo que sea, pero dudo que una humana como tú pudiera soportar semejante castigo.
Lo dijo con un tono burlesco pero amigable, Giulia se separó de ellos y se limpió la nariz con la manga de su suéter, por un lado quería golpearlo por no tomarse las cosas con la seriedad que se merecían, por el otro…
Solo estaba feliz de verlos con vida, así que se rió de su pésima broma.
—Alberto tiene razón… casi —respondió Luca—, de nada servía que tú también te metieras en problemas.
—Y estamos felices de que estés bien —agregó Alberto, ahora con completa seriedad.
A ninguno de los dos le haría bien verla lastimada, y menos con la severidad que les tocó, así que le sonrieron, verla a salvo era un incentivo que los ayudaba a sanar.
—Además, el ungüento que el otro sujeto nos dio nos ayudó con las heridas —continuó Alberto.
—Oh sí, su nombre es Guido, es un amigo que… también se preocupa por ustedes.
—Es bueno saberlo —dijo Alberto tocándose la herida, Giulia frunció el ceño al verlo hacerlo—, lo siento mamá.
—La mezcla que preparó es la misma que hacemos en casa para tratar cortes y heridas, ¿cómo lo supo?
—Me contó que estuvo investigando sobre la flora de la región donde…
—Nos capturaron —terminó Alberto por ella.
—Sí —continuó, sintiéndose un poco mal—, estaba buscando que plantas tendrían uso medicinal, encontró una que florecía bajo el agua, resulta que solo había que machacarla y mezclarla con un poco de agua para que surtiera efecto.
Los ojos de Luca estaban maravillados.
—Que listo.
—No por nada es científico —agregó mientras sacaba de su bolsa dos grandes platos de Trenette al pesto—, y quizás no sea algo de su hogar, pero también les traje algo.
A los chicos les salieron chispas en los ojos, hasta ese entonces no se habían dado cuenta de lo hambrientos que estaban, se abalanzaron sobre la pasta llevándosela a la boca con las manos, sus estómagos rugieron de felicidad, incluso el cuerpo dejó de molestarles, las fuerzas estaban regresando a su sistema.
Giulia solo sonrió, a estas alturas ya estaba acostumbrada a su peculiar forma de comer, además de que no los juzgaba, no debían haber comido nada desde ayer.
—Coman bien chicos, van a necesitar todas sus fuerzas.
Alberto había terminado y estaba lamiendo el plato, mientras que Luca seguía devorando su platillo, ambos se detuvieron y la miraron, no sabían a qué se refería.
—Porque vamos a sacarlos de aquí.
…
Tres días, era el tiempo que tenían antes de que se realizara la disección, sería un miércoles por la mañana, así que tendrían que realizar la extracción el martes por la noche.
Giulia se aseguró de no perder el tiempo, y ese día tras salir del trabajo fue con Bernardi para pedirle prestada su camioneta, con la excusa que tenía que sacar de su trabajo un paquete muy grande, si hubiera sido con otra persona, sin duda le habría hecho muchas preguntas, y le pediría explicaciones, por suerte Bernardi era un viejo amigo de la familia, que la conocía desde niña, así que se la prestó sin ningún problema.
Una vez que la tuvo se puso a modificarla, papá sacó las viejas pinturas de mamá, y no pudo evitar sentir una punzada de dolor al recordarla, por suerte recordó que su misión era contrarreloj, y eso la hizo regresar al presente. Empezó a pintar sobre el vehículo el nombre de la lavandería, con la misma tipografía, era un trabajo un tanto difícil, porque tenía que esforzarse que los trazos se vieran lo más profesionales que se pudieran.
«Sí mamá estuviera aquí no sería un problema para ella» pensó, y esta vez se sintió feliz, hacer algo que le gustaba… hizo sentir que tenía una parte de ella.
Tras terminar de dibujar la primera letra suspiró, desde su perspectiva se veía bien, solo esperaba que los de seguridad no se fijaran tanto, hundió el pincel en la pintura blanca y luego lo llevó hasta el trazo, con mucho cuidado empezó a colorearla, siendo la chica energética que siempre había sido, siempre se le dificultó no salirse de las líneas en los dibujos de sus libros para colorear, a ella le gustaba pintar toda la hoja, pero ahora debía esforzarse para no salirse de la raya.
Le costó bastantes intentos, por suerte llevó un paño mojad, con el que limpiaba el exceso de pintura de los bordes, al terminar se sintió exhausta, y decidió ir por un poco de expreso antes de continuar, al darse la vuelta se encontró con que papá la estaba mirando, tenía su brazo recargado en el marco de la puerta.
—Oh lo siento, no quería asustarte —dijo—, es solo que… verte ahí, eres la viva imagen de tu madre.
Giulia sonrió, sintiendo que las lágrimas empezaban a formársele en los ojos, se las limpió rápidamente.
—No soy tan buena como ella.
—Pintando no, pero ya tienes más estudios que ella y yo juntos, y ninguno de nosotros intentó asaltar una instalación gubernamental, así que no te menosprecies hija, tú también tienes lo tuyo.
—Gracias papá —respondió mientras pasaba a su lado, lo abrazó antes de entrar a la cocina—, por cierto, ¿Cómo te estás preparando?
Massimo solo sonrió.
…
Fueron al baño, donde su padre tenía pegadas en la pared fotografías de una persona que había sufrido una quemadura de tercer grado bastante fea, la herida le cubría la mitad del rostro, y perdido un ojo.
Giulia hizo una mueca al verla, era bastante gráfica.
—Papá… ¿Por qué tienes eso?
Entonces se fijó que también había varias botellas con una etiqueta que decía látex, así como que había sacado la secadora, algunas brochas y pinceles, y una caja de cosméticos.
—Cuando una persona tiene una característica así de sobresaliente, es todo lo que la gente que lo ve recordará, no se fijarán en el cabello, ni en los ojos ni en su complexión, solo en ese detalle tan particular, puede ser una cicatriz, o una deformidad —le respondió mientras examinaba la foto—, así que por si alguna razón logran verme, solo recordarán la horrible quemadura de mi cara.
Giulia miró la fotografía y luego el rostro de su padre.
—Wow… bien pensado papá, pero… ¿Cómo se te ocurrió?
Massimo solo sonrió y volvió a dejar la imagen en su lugar.
—Una vida entera en el mar, conoces a muchas personas que no quieren ser encontradas, que buscan empezar de nuevo, o que se están ocultando, hay muchos marineros con historias que contar, algunas veces traen buenos consejos.
Giulia asintió con la cabeza, su papá debía haber oído miles de historias de viajeros que pararon en la costa de Portorosso, se preguntaba si algún día, su historia sería una que su padre podría contar a aquellos nómadas, claro, si lograban sobrevivir.
—Y también tengo esto —dijo sacando de la bañera una prótesis de un brazo.
—Nunca la has necesitado.
—No, pero Portorosso es un pueblo pequeño, y yo soy el único de por aquí con mi peculiaridad, si se llegan a percatar de este detalle dará lo mismo el maquillaje, y no les será difícil dar con nosotros.
Giulia asintió con la cabeza, tenía que reconocer que su papá jamás dejaba de sorprenderla, cuando creía que ya había mostrado todo su arsenal siempre tenía un as bajo la manga.
—Muy bien, tú saldrás a las ocho.
—Y debería verme con Guido a las ocho quince, planea que el apagón sea a las ocho y media.
—Lo que te dará diez minutos para sacar a los chicos de ahí.
—Y correr hasta el estacionamiento para encontrarme contigo, así que en teoría debería estar ahí a las ocho cuarenta.
—Creo que lo conveniente entonces es salir de aquí a las seis, solo para estar seguros.
Mientras hablaban habían sincronizado una alarma en sus relojes de muñeca, una para cada hora marcada, así esperaban poder tener cierta noción del tiempo mientras realizaban su atraco, y también ser más organizados, solo esperaban no retrasarse ni por un minuto.
Massimo sonrió y miró a su hija.
—Estoy muy orgulloso de ti Giulietta, lo que quieres hacer es muy noble.
—Gracias papá, solo… lo único que quiero es salvar a mis amigos.
—Y lo harás —Massimo bajó la mirada hacia la pequeña piscina de plástico que habían comprado—, aunque estoy pensando que uno de ellos no estará tan contento.
Giulia ahogó una risa, después de todo, ya tenía planeado dejar a Luca en la bañera, y a Alberto en ese juguete, y no podía evitar reírse con la idea de ver al muchacho en un espacio tan reducido, una pequeña venganza por rugirle el día que se conocieron.
Massimo sonrió.
—Será interesante tener a dos chicos en esta casa —dijo sinceramente, sería la primera vez que pasaba desde que él era un niño con su padre.
—Estoy segura de que los vas a amar.
—Después de ver lo feliz que te hacen, no me queda duda.
Giulia sonrió y volvió a abrazarlo.
—Gracias papá, gracias por todo.
Massimo la rodeó con su brazo.
—Por ti hija, lo que sea.
…
Los dos días que siguieron fueron agotadores para Giulia, entre el trabajo, terminar de pintar la camioneta, y sacar la identificación falsa, estaba ocupada a tiempo completo, el cansancio casi podía con ella, pero solo tenía que recordarse que las vidas de sus amigos estaban en juego para recobrar las fuerzas, eso y que no quería parecer sospechosa antes del gran golpe, razón misma por las que sus interacciones con Guido se limitaban a intercambiar miradas, asintiendo con la cabeza si todo marchaba bien, y negando si era lo contrario.
Guido se había arriesgado mucho al ir a casa de Giulia, así que debía mantener su distancia antes del día establecido, ambos debían confiar en que cada uno hiciera su parte.
Así que estuvo ocupada, y a pesar de eso, no perdió oportunidad para ir a la pastelería el domingo por la noche, compró un pastel de chocolate que guardó hasta la tarde del lunes, y se lo llevó a los chicos, junto con un pequeño cuchillo de la cocina, y tres platos de plástico.
Como ya era costumbre, los chicos estaban maravillados con el nuevo platillo.
—Esto es un pastel, es un postre, algo que los humanos comemos después de una comida principal, es algo dulce que ayuda a aligerar el estómago, ¿tienen algo así en casa?
—Bueno, los caracoles son suaves y viscosos —menciono Alberto mirando al techo con una mirada nostálgica.
Pero el cuerpo de Giulia tembló al pensar en esa viscosidad, y más ante la imagen de sus amigos comiéndoselos, una cosa era el pescado crudo, ella misma había probado el sushi, pero con los insectos marcaba la raya.
—Okay… espero que encuentren esto mejor.
Le sirvió una gran porción a cada uno y luego se los entregó, los chicos ya estaban acostumbrados a confiar en el buen gusto de su amiga, así que no dudaron en tomar con la punta de sus garras el betún, lo probaron e inmediatamente salieron estrellas en sus ojos, eso no era como nada que hubieran probado antes, hacía que sus paladares… bailaran de la felicidad.
Y cuando probaron el chocolate, la sensación solo incrementó, inmediatamente olvidaron todos sus problemas, las fuerzas y las ganas regresaron a sus sistemas, era como si el chocolate fuera una especie de elixir mágico que arreglaba todo.
Giulia sonrió mientras partía un pedazo con su tenedor.
—Sí, así es como se siente —dijo mientras comía.
Siguieron disfrutando el postre hasta que los platos estuvieron vacíos, Luca y Alberto no aguantaron las ganas y también lamieron el plato, Giulia solo rió, dándose cuenta de que esos podrían ser sus últimos momentos juntos.
—Chicos.
Su tono les indicó que hablaba en serio, ambos dejaron de comer y la miraron a los ojos.
—Mañana es el día, ¿recuerdan lo que les dije?
Ambos asintieron con la cabeza, ya les había contado el plan, y lo que tenían que hacer, estaban felices por la oportunidad de salir de ahí, pero también asustados porque estaban conscientes del riesgo.
—Tranquila, esto será pez comido —mencionó Alberto recargándose contra la pared.
Giulia no sabía si en verdad no estaba tomando la situación con la seriedad necesaria, o si estaba realmente asustado, y no quería decirles, miró a Luca y comprobó que con él era todo lo contrario, no solo evitaba contacto visual, con los ojos puestos en el agua, sino que ahora sujetaba su cola con ambas manos.
«Hay tanto que puede salir mal… pero ya basta de desanimarlos, es mejor darles esperanza».
—Alberto tiene razón, vamos a lograrlo —dijo con su voz más confiada—, y… independientemente de lo que pasé mañana, quiero que sepan que estas últimas semanas han sido las mejores de mi vida.
Luca soltó su cola y se giró para verla, Alberto se despegó de la pared para quedar frente a ella, Giulia se sorbió un moco y se limpió una lágrima del ojo.
—Cuando los conocí… estaba atrapada en este… hoyo, y ustedes me han ayudado a salir de el —volvió a sorberse la nariz—, así que pase lo que pase… solo quería decirles que gracias.
Y volvió a abrazarlos.
—Gracias a ti… este lugar no es tan horrible —dijo Alberto mientras la abrazaba, recargó su cabeza sobre su hombro y cerró los ojos.
—A pesar de todo… estoy feliz de que nos hayamos conocido —Luca fue el último en unirse, pero su agarre fue el más fuerte de todos.
Ninguno de los tres supo cuánto duraron así, ni les importaba, ninguno quería dejar al otro ir, más que nada por la inseguridad del día que les esperaba.
—¿Saben? Sería bueno que tuviéramos un nombre —propuso Alberto.
Se separaron, Luca y Giulia miraron al morado.
—¿Un nombre? —preguntó Luca.
—Sí, como ese libro que trajiste el otro día, donde eran tres mosqueteros.
—Así que sí estabas escuchando.
—De vez en cuando alcanzó a escuchar —confesó—, además el dibujo de la portada estaba interesante.
Giulia sonrió.
—Ellos eran mosqueteros y eran tres, por eso su nombre, entonces nosotros seríamos… ¿Dos monstruos marinos y una chica?
Giulia se rió.
—Demasiado largo, ¿no te parece?
Alberto puso su cara de enojado.
—Muy bien, propongan algo entonces.
—¿Qué tal los tres del laboratorio E-3? —preguntó Luca, las miradas de sus amigos rápidamente lo desacreditaron—, solo era una sugerencia.
Giulia rodó los ojos, debía de haber un buen nombre para su organización, ¿pero cuál sería? Algo que enmarcará su relación con la tierra y el mar quizás, ¿los chicos mojados? No, no le daba el toque.
—Debe ser algo bueno, después de todo somos un montón de raros —mencionó Luca.
Y eso le abrió los ojos a Giulia, miró a su alrededor dándose cuenta de algo.
«Somos tres raros a los que nadie les hace caso, de los que nadie espera nada ni se preocupan, todos aquí nos tratan como si no existiéramos, o como si nuestras vidas no valieran, y todo está en nuestra contra, pero nos tenemos a nosotros, estamos juntos, y eso nos convierte en…»
—Relegados.
Luca y Albero dejaron su discusión y voltearon a mirarla.
—¿Qué esta mojado? —preguntó Alberto.
Giulia soltó una risita.
—Relejados, significa chicos raros —miró a Luca y le guiñó un ojo.
Luca sonrió.
—Es corto, pegajoso, fácil de recordar, me gusta —dijo Alberto.
—A mí también me gusta, es más corto y menos redundante que tres mosqueteros.
—Y si alguien quiere unirse en el futuro no tendremos que modificar nuestro nombre, ¿te imaginas que se uniera un cuarto mosquetero?
—Creo que eso ya pasó, pero no pensemos en eso —dijo Giulia—, entonces es relejados.
Los chicos asintieron con la cabeza, Giulia sonrió y puso su mano al frente, Luca y Alberto pusieron las suyas encima de la de ella.
—¡Relejados por siempre!
…
Llegó el martes, era la hora de la verdad.
Ese día al bajar del autobús, Giulia se sintió más asustada que nunca, el gran cubo de concreto se imponía ante ella como un feroz dragón, y ella en vez de tener una espada, solo tenía una bolsa de mano.
«Tú puedes, tú puedes» se dijo a sí misma mientras inhalaba aire.
Cerró los ojos y exhaló, vio de nuevo al edificio y agarró con más fuerza las correas de su bolsa.
«No hay vuelta atrás» y aún si la hubiera, ella no la tomaría.
Empezó su caminata hacia las puertas, lista para enfrentarse a su destino.
