Otra Golden Week y la pareja de ciclistas subió al auto rentado, las bicis iban en un portabicicletas y partieron rumbo al mar. Reservaron una habitación de hotel con mucho tiempo de anticipación, las playas estaban llenas, pero ellos lo más que querían era pasear cerca del mar.
Llegaron al hotel, desempacaron sus maletas y muy pronto se fueron a pasear en bicicleta como tenían planeado, llevaban ropa veraniega, mucho bloqueador encima, y un casco por temas de seguridad. El sol les quema, la brisa del mar huele a sal y, ese mismo viento, es fresco. Pedalearon muchos kilómetros hasta que pararon en un puesto de helados, compraron uno y comieron a la sombra de un árbol, hacía mucho calor a pesar de que era primavera. Midousuji miró a Onoda, parecía más feliz que nunca, y su vista se desvió al anillo con la luna grabada. «Kimo», pensó mientras sus mejillas se sonrojan recordando ese momento, sí, ese dónde Onoda le pidió matrimonio. Aún están comprometidos esperando la ocasión perfecta para casarse en el extranjero, seguramente será el próximo año, cuando haya otra Golden Week que aprovechar.
Terminaron de comer sus helados y subieron a sus bicicletas, buscaron un restaurant barato dónde almorzaron un ramen y luego volvieron al hotel. Se acostaron en la cama y se miraron unos minutos, como si no hubiera nada más interesante que observar en esa habitación, Onoda sonrió y le dio un pequeño beso, Midousuji le miró sonrojado y le sacó esas gafas para luego besarlo otra vez, dejó los lentes sobre el buró sin mirarlo realmente, así que estos se cayeron distrayendo a Onoda.
—E-Espera, Akira... mis lentes se cayeron —dijo entre besos.
—Kimo.
—Regreso rápido —dijo con una sonrisa incómoda levantándose de la cama, recogió los lentes y los dejó sobre el buró. Luego miró hacia afuera impresionado—. Akira.
—¿Mh?
—Mira, ven a ver el cielo —dijo emocionado recogiendo sus lentes y se los colocó.
A Midousuji no le quedó más alternativa que obedecer a su prometido y pudo observar la puesta de sol, el cielo se veía en tonos anaranjados y rosas, ahí fue cuando Onoda volteó un poco su cabeza sonriéndole entusiasmado. Todo era perfecto en ese momento, el tono amarillo en la sonrisa del de gafas le llena de paz y combina a la perfección con el color del cielo. Sonrió relajado, cautivando a Onoda, el todo terreno se puso a su lado y se tomaron de la mano observando como el sol se esconde.
