Tetralogía
Highlanders
Por Mayra Exitosa
Un escocés en primavera
Capítulo 2
La Nieta del Guerrero
Para Elizabeth haber dejado a su madre significaba estar a la intemperie, su abuelo era un hombre muy agresivo, aunque sabía que era su única nieta, sentía que le daría más gusto tener ahí a su hermano y no a ella, pero su madre la había enviado porque ya no deseaba salir a ningún lado, estaba siendo sitiada por hombres que la consideraban una furcia, provocando que su hermano tuviera peleas continuas por solo su presencia. Por lo que estar en Escocia había sido un descanso, pues al parecer ahí ser pelirroja no implicaba dedicarse a darle atenciones a los hombres, lo cual siendo sincera consigo mismo, deseaba hacerlo y eso le daba mucho miedo, porque realmente tenía dentro de sí misma una furcia escondida, pero no podía dejarla salir, tal vez las hechiceras enviaron con ese talento oculto a todas las pelirrojas, solo que ahí en el Clan de su abuelo, si había varias con su cabellera más alborotada algunas con hijos y se veían felices, mientras ella no había encontrado en Gran Bretaña su tranquilidad y un hombre que la amara de verdad. Sus cabellos eran estilizados y peinados, su color naranja radiante era lo que la hacía notar más y aunque no poseía una mirada azul como muchas de las pelirrojas que estaba en el castillo al que su abuelo pertenecía, tenía la mirada fuerte y enérgica de su padre, eso él se lo había dicho, que no dudara nunca en soltar un buen golpe a quien le faltara al respeto, porque a través de sus ojos, el estaría junto a ella.
El parecido de Elizabeth era irrefutable a su hermosa madre y ella deseaba encontrar en su vida un buen hombre como lo era su padre, trabajador y orgulloso, con riquezas para todos sus descendientes y que no tuviera ningún problema económico, mientras que ahí en la casa de su abuelo, todos dependían del Clan Mc Brown, era cierto su abuelo tenía una casa hermosa dentro de la protección del castillo y sus alrededores, se le consideraba un hacendado o terrateniente, ahí todos vivían en comunidad y no lo veía mal, con tantos ataques era lógico cuidarse unos a otros para sentirse protegidos dentro de las murallas del castillo al que su Laird garantizaba su seguridad y que no les faltara alimentos, atenciones y todo cuanto necesitaban, el buen Laird Mc Brown, le había aceptado su visita luego de que su abuelo la presentara con él y que le dijera que estaría un tiempo en su Clan, mientras se aseguraba de sentirse mejor que en su hogar junto a su familia, los cuales sin ella creía que estarían bien, ya que su familia tenía más problemas en cuidarla que en presentarla con personas atentas a una negociación familiar.
- Abuelo te hice un guisado que solo hace mi madre, - ¿De verdad? ¿Para mí? Ella le sonreía y servía copiosamente habiendo probado todo para que su abuelo no se fuera a quemar por el exceso de calor. El buen hombre se le brotaban las lágrimas, a lo que de manera de polvo ocultaba sabiamente, al ver que su nieta podía mantener a su propia familia y tenía un toque delicioso al realizar ese potaje tan sabroso que le había servido, orgulloso deseaba llevarle a probar a su Laird para que supiera que no solo era bella por fuera, sino que ya estaba lista para ser una mujer amada por un escoces, pero lo mejor era disfrutarla mientras le duraba el gusto, porque su nieta por fin estaba saliendo sin miedo a pasear dentro de las murallas, cuando en su casa no podía hacerlo, curiosamente la trataban de robar los hombres ingleses, como lo habían hecho con su preciosa hija ese mal encarado hijo de kelpie, que había conquistado el corazoncito de su Sara y era el mal nacido que lo había hecho abuelo.
- ¡es delicioso, hija! Por favor no te cases tan pronto, deja que este viejo disfrute a su nieta. - ¡Gracias abuelito! Qué bueno que te gusto, temó que no me salió como lo hace mi madre. - Pues creo que lo mejoraste hija, anda sírveme otro plato que yo de esa vasija veré el fondo si te sientas y me acompañas a comer. - Si, abuelito. Elizabeth no era una mujer de un genio tranquilo y se lo había dicho al llegar a su hogar, se sabía defender y según su padre el carácter de ella era igual que el de su abuelo, testarudo y desconfiado, pero lista para encajar una daga si la obligaban a algo que ella no quisiera.
El viejo Andreas estaba contento, que si le salía mejor que su madre la comida que le daba, quien sabe, hacía años que no probaba un plato de su hija, pero definitivamente estaba rico el plato que le había ofrecido y ese era el mejor, porque ella lo había hecho para su abuelo, que si conseguía un marido, lo que deseaba es que no se fuera de ahí, que se la dejaran a su lado y el vería que aquel que le faltara al respeto, lo dejaba sin cabeza, qué más quisiera que su nieta no se fuera nunca.
En el salón principal del castillo, Anthony tenía su atención en una disputa, al parecer había una pelea de que ambos eran los padres del bebe de la mujer y ella estaba avergonzada, su padre lo había dejado opinar y resolver la situación, más al ver como los hombres se disputaban al vientre de la dama, este la miraba y comentaba, - aquí usted decide, cual es el padre de su hijo. Ella lo vio y ruborizada indicaba al más corpulento y agregaba, - Yo… no pude rechazarlo y mi hijo es de él. - Lo ves Alec ella no puede mentir, tendrá que aguantar toda su vida a un hijo que no se parece a ti, así que no hay discusión, en esto es ella la que toma la decisión. La mujer se movía y el corpulento de Petro, le tomaba las sentaderas ajustándolas y ella se iba apenada porque lo había hecho frente a todos los hombres que ahí se encontraban, la discusión se había terminado y pidiendo permiso a su padre se llevaba a Alec a la taberna para que lo atendiera la viuda y lo consolara, al final había más mujeres y en uno de los puertos estaban llegado muchas esclavas, hasta podía comprarse una si él quisiera.
A caballo salía luego de dejar a Alec con tan alegre compañía, miraba a los lejos y montaba a su corcel, para tomar el fresco de esa primavera que anunciaban su llegada, todos continuaban tomando mujeres y la de él no aparecía, así que saldría al puerto para al menos así vería a las nuevas esclavas. Parecía que muchos clanes les hacían falta mujeres, porque se habían dado cita y muchas de otros lugares eran dejadas a la vista, habían perdido a sus familias en la guerra y sus clanes al parecer ya no las podía proteger, a lo que muchas llamaban la atención y algunos hombres ofrecían para tener a las más anchas y de bustos enormes, todos dejándose llevar por los atributos vistos de esas mujeres.
Los Cornwell bajaban de sus caballos saludando al Laird William Andrew, quien llegaba con un sequito de hombres y carretas a intercambiar mercancías para su gente, todos traían suficiente y saludaban entre ellos cuando Anthony les sorprendía con su visita y comentaba que había llegado una remesa de mujeres y solo venía a verlas, a lo que nadie aceptaba, pero todos disfrutaban de las nuevas damas que habían llegado a tierras escocesas y apostaban por llevarse a las mejores a sus clanes.
William ya tenía tiempo de ir, más nunca había comprado a ninguna mujer para su placer, solo las había visto de lejos, algunas gritaban y otras lloraban, al final ellas no elegían, sino que las compraban, eso no le gustaba, una niña con un vestido que en vez de tela era un costal y toda sucia de barro era vendida y colocada encima de un barril, los cabellos estaban enlodados y se había ensuciado al parecer de más como bien se notaba que no deseaba ser vendida y su rostro mostraba una tristeza inigualable, algunos hombres elegían y a ella nadie le daba más de lo que pedían, por lo que el vendedor bajaba su precio y al ver que no surgía quien la comprara, notaba una sonrisa en la niña, al parecer eso le gustaba, estaba sonriendo la endemoniada kelpie como la nombraban, que con tal de hacer perder a sus captores se apostaba que se había ensuciado, salía un hombre enorme, grotesco y ofrecía una mísera cantidad a lo que el captor molesto aceptaba, preguntando si alguien ofrecía más y por solo salvarla de ese mal nacido de Mc Claude, ofrecía tres tantos que seguía siendo insignificante la cantidad y eso lo hizo enojar a lo que el vendedor aceptaba gustoso de inmediato al tener suerte y que el Laird se fijara en salvar al demonio que no se dejaba tocar, le había mordido, le habían atado y hasta azotes le habían dado, más ella tenía una agilidad increíble y los captores con tal de deshacerse de la malvada, aceptaban y le daban el cordón con el que la tenían atada.
Ahora Mc Claude le reclamaba y este solo le sonreía de lado, porque a la niña se la entregaron atada del cuello y al irla recibiendo daba un saco de moneditas, frente al gran hombre la desataba y le decía, - ¡Eres libre! La boca de la niña que tenía tal asombro sonrió, se soltaba y le sacaba la lengua y les hacía enfadar a los vendedores respondiendo, - ¡Lo ven! ¡Soy libre! ¡Cerdos! Tendrán que buscarse a otra, a ver donde meten sus mini palitos de entre sus piernas ¡Bestias!
Los hombres la iban a perseguir, mientras que las burlas arreciaban a lo que la sincera niña había declarado, todos estaban con tremendas carcajadas, William la jalaba y la colocaba encima de una de las carretas de mercancía de su Clan, - Mejor te vas con mi gente, no bajes de ahí, luego no te dejaran libre y te atraparan de nuevo.
Los hombres que eran familiares de él se burlaban por como le había comprado en una oportunidad a una niña sucia y desalineada solo para vencer a Mc Claude. - Se lo merece, saben lo que hace ese mal nacido, lo mejor es que esa niña este con los míos allá en mi clan, ayudara en el castillo y quisiera ver como hace enfadar a todos los hombres si se ensucia tanto para no darles a ganar nada a sus vendedores. Los cuatro saltaban a carcajadas, pues había comprado a una niña con lo que valía un manojo de hierbas.
CONTINUARA...
Gracias por leer, comentar deseando sea de su agrado, continuaremos subiendo más capítulos
Un abrazo a la Distancia
Mayra Exitosa
