Tetralogía

Highlanders

Por Mayra Exitosa

Un escocés en primavera

Capítulo 3

El robo a los Mc Brown

Los hombres regresaban a sus clanes, todos se habían devuelto por sus respectivos caminos y en el trayecto del regreso al castillo Mc Brown, se encontraban los hombres que habían ido por su cuenta a la puesta de venta acompañando a los que traían compras y uno de ellos llevaba la carreta de donde se cargaba lo que habían adquirido, por suerte a su regreso el hijo del Laird venía con ellos, cuando veían fuego a lo lejos en una de las villas, al observar el humo todos dejaron a tres cuidando de la carreta para ir a ver a quienes habían atacado, que debían ser de los suyos, puesto que se encontraban en el camino al castillo, era una villa de los guerreros del Clan Mc Brown, por lo que parecía que el humo los llamaba ya que ingresaban por todos lados, notando que ya habían atacado y huido, había algunos muertos Mc Brown y también cuerpos de quienes los habían atacado, por lo que era del Clan Mc Tonel. - ¿Que querían? ¿Por qué atacaron? - Intentaron llevarse a unas mujeres y el Clan ha caído son los hombres que ya no tienen clan, les quitaron a sus mujeres, parecían desesperados. Atacaron y ninguno se ve que haya sobrevivido, era como si desearan morirse.

Los hombres ayudaron a apagar el fuego y las mujeres volvían a sus casas luego de haberse escondido en las murallas del castillo, a lo que el Laird, les ordenaba que se quedaran en los interiores por si regresaban, era mejor estar prevenidos y preparados.

Andreas llegaba desesperado, no encontraba a su nieta, había salido de temprano a caminar y no la había visto regresar, de ahí entraban las carretas de víveres y los hombres se iban a buscar a una mujer del Clan Mc Brown de cabello pelirrojo y de nombre Elizabeth. Como si fuera la descripción de la mujer soñada, al ser la nieta de Andreas todos se apuntaban y era una fila enorme de caballos y de hombres que salían adelantándose a encontrar a la mujer que les hacía falta, pero para muchos el encontrarla sería para quien lo lograra, por lo que más hombres de los que creían se apuntaban y se iban cerca de donde había sido el ataque.

Anthony preguntaba al guardia mayor que custodiaba la puerta ese día que, si la conocía y este le informaba, - llego hace muy poco salía temerosa y regresaba pronto, no se iba lejos estaba por los lagos o por las zonas cercanas, pero ya ve que caminando aquí se pierde quien sea. - Gracias, ya sé por donde iré, no le digas a nadie lo que me has dicho. - ¡hecho! Si la encuentras me debes una jarra en la taberna. - ¡hecho!

Sin que nadie lo siguiera se iba a buscar por el lado contrario y miraba por todos lados, notando huellas y viendo que eran pies delgados, así seguía bajando de su caballo, para ver que las huellas terminaban y alguien la había elevado, molesto se iba a caballo siguiendo el camino, hasta escuchar un grito y varios golpes le dijeron donde se encontraba - ¡Suéltame! ¡maldita bestia!

Elizabeth le había hecho un zarpazo con sus uñas en el rostro y el macho grotesco se había enfurecido y la había aventado, de inmediato se atravesaba una flecha y este se alejaba, para luego con espadas darse ruidos de metales al choque de cada embiste. - ¡Maldito! Estas nos son tus tierras. - ¡Pero si es mi mujer! - Pues ella lo niega, así que no te la llevas, es una Mc Brown y no se roban a las mujeres de mi Clan.

Los choques siguieron hasta que enfurecido el hombre empujaba con el cuerpo y el listo de Anthony colocaba su espada y se iba de lado, dejando que solo se ensartara directo en ella. Limpiaba cuidadoso su espada y la enfundaba en el corcel, para luego ayudarle y veía que le había quitado las sandalias y el vestido estaba roto, su cabello despeinado. El rubio sacaba una manta de la alforja atada en la silla de su caballo, - ¿Te llamas Elizabeth? - ¡Si! - Te estaba buscando. - ¿A mí? -Ya es tarde para que regreses, siempre llegas temprano. - ¿Me habías visto? - No, pero pregunté y sales muy poco, por eso no te había visto. - ¿Cuál es tu nombre? - Anthony Mc Brown. - Gracias, Anthony Mc Brown, si no llegabas ese hombre me iba llevar y no quería irme con él. - Lo sé, tu grito me alertó.

Con facilidad le cubría con su tartán y la tomaba de su cintura subiéndola en el caballo, mientras que él caminaba al ver que estaba un poco lastimada, la lluvia primaveral los sorprendía para luego buscaban donde cubrirse, a lo que había un techo de piedras acomodadas, se replegaban y esperaban. El tomaba leños antes de que estos se mojaran y los juntaba metiendo a su caballo en un costado, - El agua se está arreciando, lo mejor será que te cubras, encenderé el fuego. - Gracias. Veía como usaba su vestido roto para enjuagar trozos y limpiarse las heridas de sus pies y sus tobillos eran delgados y finos. Luego limpiaba su rostro y se acomodaba su cabello soltándolo y acicalándolo con sus delgados dedos. El olor de su cabello llegaba a las fosas nasales y por fin encendía los leños, para sacar una base de cuero y ofrecerle agua de beber, ella se cubría con el tartán y se recargaba viendo el agua caer.

Anthony notaba que no era como las mujeres de su Clan que todas se le iban encima, ella al contrario se mantenía serena y casi ni alzaba la vista, sus cabellos le formaban una capa y la miraba a detalle sin que ella lo notara, los rayos empeoraban la tormenta, alterando al corcel a lo que este lo tranquilizaba y lo acomodaba más dentro para que se mantuviera quieto. - Parece que la lluvia no parara en un buen rato y esta anocheciendo. - Si, mi abuelo debe estar preocupado. - ¡Andreas! - Si, ¿lo conoces? -Todos conocemos a Andreas, es un gran hombre.

Anthony por fin lo notaba, no sabía quien era él, ni con su nombre lo relacionaba con el hijo del Laird, se sentaba para que el fuego les tibiara, ella apenada al escuchar el ruido de los animales por la noche se iba temerosa a su lado. - Nunca he estado fuera de casa. - No te preocupes, traje leños para toda la noche, quédate junto a mí, no temas. - Gracias.

Elizabeth notaba que el tartán era para él cubrirse y no había otro a lo que ella se lo quitaba y los cubría a ambos, eso fue suficiente para que él la atrajera y la besara luego de tenerla todo el tiempo y soportando la atracción, cubrirlo era lo mejor que podía hacer y ponérselo más fácil, no podía evitar lo que ya tenía entre sus piernas. Sin aviso le tomo la boca y la atrajo con facilidad a lo que ella sorprendida no rechazaba lo que también estaba anhelando, un hombre que era del Clan de su abuelo y la tomaba con desesperación, los dos no se dieron tregua, el tartán termino siendo alfombrilla y del vestido en harapos terminaba desnudándola, la besaba y acariciaba tormentosamente a lo que ella no podía negarse, su instinto de furcia no se podía contener al ver a tal hombre tratándola tan bien.

Las caricias calentaban más que los leños que yacían en un costado, la lluvia no se detenía y ambos se encontraban acelerados, probar sus pechos, sentir su suavidad, hizo que ya no pensaran solo sintieran, parecían estar habidos de tenerse, porque sus fuertes manos, la tomaban con caricias y besos desesperados. Mismos besos que la hicieron preocuparse, cuando su cabeza bajaba hasta colocarse entre sus piernas y mostraba detalles que jamás se había imaginado que se podían hacer, la tenía enloquecida y su cuerpo reaccionaba de tal manera a su toque, hasta que levantaba el kilt haciendo que sintiera su endurecimiento y con el acariciaba provocando más si eso se pudiera, ella se mordía la mano para no gritar, hasta que el se posicionaba y sus uñas se enterraron en su espalda anhelantes y exigentes porque no se despegara, el yacía sonriendo porque su mujer estaba enardecida y sucumbía a sus deseos sin ponerle pegas, al querer poseerla se daba cuenta que era el primero en hacerlo y ella todavía con el dolor continuaba deseosa de que no se detuviera y le exigía sus movimientos, el gustoso por tener a una hembra tan apasionada se daba lujo de embravecer sus embestidas y la tomaba ensartándola cómodamente a su cuerpo, y ella se curvaba dándole sus pechos en su rostro, a lo que habidos de besos, se adaptaron a sus movimientos y yacían en su boca suculentos botones que se enlistaban presurosos a ser probados en varias ocasiones.

La velocidad se incrementó, de ambas partes fue el anhelo, los dos por fin culminaban y parecían desear volver a hacerlo, ella no quería que viera su rostro, apenada por cómo se había comportado y él le susurraba ajustándola todavía mientras yacía dentro de ella, - Ahora serás solo mía, de nadie más. Le diré a tu abuelo que ya no te puede entregar a otro. - Realmente me darás el honor de ser tomada como tu mujer. - ¡Por supuesto! No voy a dejar que otro encuentre la pasión que nosotros tenemos, esto no se da en cualquier pareja, son muy pocos quienes realmente lo hacen a uno estar así, con ganas de continuar ¿no lo sientes? Quiero volver a hacerlo… - ¿De verdad? - ¡Oh si!

Ella sonrió radiante y como si cabalgara, se desinhibía confiada de que ese hombre no la tachaba como furcia sino como una mujer para él, estaba tan feliz que no podía creer que un atractivo hombre, grande, fuerte que la había rescatado, ahora le asegurara que ya no sería de nadie más.

La lluvia se detenía, pero la pareja parecía no querer finalizar su idilio, se hallaban tan compenetrados en la tarea de atenderse, que no podía creer su buena suerte, Anthony al tener a su diosa encima, aun deseosa y sin agotarse, completamente desnuda encima de su tartán yaciendo apasionados y sin agotarse en sus reservas, parecía no querer terminar, ella obtenía más brío entre más veces lo hacían y eso lo enloquecía, pues parecía haber encontrado a la diosa del placer, al tenerla en varias posiciones sin quejarse, aun siendo su primera vez, ella no paraba de recibirlo y de gustosa chocar al desear conservarlo dentro de ella, tan estrecha y tan ardiente, ni en su mas locos sueños se imaginaba que iba a encontrar a su mujer defendiéndose de un hombre y que para cuando el llegara, solo lo rematara, era una fierecilla decidida y al hacerlo se lo demostraba todavía más, porque ambos se complementaban tan perfectamente como ninguna de las ocasiones que había yacido con tantas mujeres, ahora llegaba la que lo tenía bien medido y todavía con las tres veces que ya lo habían hecho permanecía tan enfundada a su cuerpo que no deseaba parar hasta haberla complacido y satisfecho como se merecía una hembra de ese nivel. El grito de satisfacción de ambos hizo que se abrazaran agotados y se la cubriera sin querer separarse, por si le quedaban ganas, no dudara en volver a montarse.

CONTINUARA...


Gracias por comentar deseando sea de su agrado, continuaremos

subiendo más capítulos y esperando culminar antes del tiempo estimado

Un abrazo a la Distancia

Mayra Exitosa