FIC
Tetralogía
Highlands
Por Mayra Exitosa
Escocés en el otoño
Capítulo II
Estrechada a mi
Meter sus manos en caricias sintiendo por completo su cuerpo, fue como irla viendo a ciegas, ansioso y hasta jadeante por lo que sentía, su suave y tersa piel lo seducía, provocaba y enardecía a cotas jamás sentidas. Debía reconocer que era la primera vez que más que ver sentía y es que siempre estaban encendidas las antorchas, la iluminación de los candiles y los aceites listos para no apagarse, pero no podía imaginar tan hermoso regalo, viendo y sintiendo hasta lo más profundo y estrecho que le advertía lo muy nuevo que estaba la preciosidad de esa noche, para ser tan desinhibida, quedándose sin prendas, era hacer que se endureciera como si más pudiera.
Por lo que juguetear con sus dedos lo hizo gemir al ser absorbido fue sorpresivo se preciaba de conocedor el Laird Cornwell, pero a la sensibilidad se notaba la estrechez de una virgen en su lecho, eso si que era sacar provecho, por lo que seducía con maestría y escuchaba su respiración profunda al dormir tan confiada, en la espera de su llegada, tan tranquila quitándole la ropa, que al hacerlo, se daba cuenta que no era una bata de dama, sino una camisola abierta al frente, era toda una mujer seductora, por supuesto que lo esperaba, ni prenda interior portada, fue prepararla más de tres veces y las tres sus gemidos suspiraba en un sueño más profundo, al parecer ella estaba dejándole hacer todo lo que quisiera por lo que besar sus bustos, succionarlos y entretenerse mientras sus dedos continuaban una mejor tarea, fue un placer que jamás había sentido hasta adaptarse a ella fue como embonar en todos los sentidos, el grito de presión y saberla en su primera vez, fue callarla con su boca para introducirse lenta de manera que no le lastimara y luego con velocidad cuando notaba que la tensión se desaparecía, definitivamente esa noche no dormiría, necesitaba amoldar a su nueva amante, era tan estrecha que de su habitación no saldría si él podía enseñarle como se hace el amor y el placer un festín inolvidable, le daba pequeños mordiscos y jaloncitos en sus pezones priscos, bien podían esos pechos al no abarcarlos con la mano deducirse de muy buen tamaño, cuando por fin la viera en el amanecer no la dejaría irse ni desaparecer, su redondez voluminosa, el intento de parar se lo cambio por el placer de continuar, sus jadeos, deseos y todo cuanto ella le daba era algo que jamás se imaginaba esperar.
Para Patricia montar a caballo tantas horas siempre le dormía adolorida la cadera y ahora sentía la flacidez de las terminales interiores de su cuerpo, descansadas y agitadas, más en sueños se sentía tan feliz que sonreía al pensar que un gran hombre la amaría y sería su mujer más amada, se imaginaba como la poseía y como ella lo agradecía, al explotar en el interior una efusividad inaudita, sonrisas escondiditas, de tener por fin a quien la protegería y cuidaría, que falta le hacía al no poder verlo y solo imaginarlo como una sombra a la que abrazaba y sentía que las cobijas tomaban forma, que su lecho la estrechaba un verdadero hombre y que le daba un masaje mejor que relajante, ya su cuerpo no podía más al sentir tanta alegría una tras otra, irrigadas de humedad en su interior que debía ser por lo que había montado tantas horas para llegar al castillo Mackenna, lo importante era lo feliz que se hallaba, no deseaba despertar, pero su cuerpo anhelaba mucho más y al sentir internamente un dolor punzante, abrió los ojos de pronto se le fue el aliento, con otra boca la suya era acallada y por fin se dio cuenta que alguien estaba yaciendo con ella acostada en su cama, se le había metido un guerrero Mackenna que de ella se anclaba y no la soltaba, que sabor, que delicia, no podía detenerse, era algo que deseaba y su cuerpo no podía contener, ya no era virgen y su virtud había sido tomada, pero no se podía quejar, pues algo de todo eso disfrutaba, el dolor fue tan pasajero como de rico era el sabor de su boca y su lengua que la sometieron, simplemente no tuvo más que seguir el ritmo cabalgado y dejarse sucumbir por algo que no pudo negar, su padre tendría que aceptarlo.
Cando las horas pasaron, no pudo evitar perder la cuenta de las ocasiones que su cuerpo reaccionaba una y otra vez al hombre que la poseía, era la victima de un potente guerrero, que más daba, lo llevaría con su padre y le diría que ya en su vientre germinaba la semilla de ese ser, que había abusado tantas veces que debía yacer un pequeño listo para ser Laird algún día, un verdadero nieto de los McCormick, debía ser uno de sus hombres esos que la habían acompañado y no vio hasta como se había colado a su habitación y ahora la tomaba con semejante pasión, su cuerpo estaba languidecido, no tenía ni fuerza para mover las pestañas, se aferraba de la mejor manera como si de soltarse de un caballo brioso se callera, ese hombre lo ajustaría para siempre como si fuera suyo y que no se le escapara, si ya la había profanado, ahora le tenía que cumplir y a su clan tenía que llevarlo, para decirle a su padre que ya tenía un futuro Laird a quien mostrarle sus responsabilidades y que no saliera de su cama, de eso ella se encargaría si como lo hacía la volvía loca, que no dejara de hacerlo porque lo mataría, que cosas se sentía en el cielo, aun la obscuridad el placer de estar colmada de él, vaya que era enorme y que cosa tan bien que sabía manejarla con esa velocidad y esa fuerza, que intensa y que locura, no quería recuperar la cordura.
Abrir los ojos y verla tan cerca era una preciosidad, tenía todo tan bien proporcionado y sus brazos ajustados deseando que no la soltara eso es lo que más le gustaba, también que la había pasado por horas desfogándose en ella, que lo más seguro es que la había preñado, nunca lo había hecho así, siempre cuidando de no regar hijos, pero esa mujer era de su clan y no la dejaría escapar, sus piernas torneadas le sujetaba la cadera, estaba tan humedecida que podía poseerla de nuevo y no se quejaría, parecía que se estaba amoldando a él con tal facilidad, mientras su oído escuchaba el soplido que se colaba del aire por las ventanas anunciando el otoño que llegaba y pasaría entre esas preciosas piernas, de solo imaginarse cada día amaneciendo y anocheciendo irrigando su semilla en ese vientre escondido, donde pronto le daría muchos niños a su clan, imaginarse colmado de ella y mostrándose satisfecha con un vientre abultado orgullosa de ser la mujer del Laird, era música en su cabeza, eran sueños que jamás había pensado, todavía lo tenía tan estrecho en su funda que moverse le daba un placer tremendo y la haría suya mil veces si ella le concedía eso, se haría el dormido con tal de no salir y seguir, más de nuevo, en esos momentos mientras entraba y salía de su cuerpo por enésima vez, siendo estrecha por dentro y por fuera ajustadísima a él, ella gemía al solo sentirlo dentro de su vientre y parecía ansiarlo, porque al no soltarse solo se aferraba de esa manera que ya solita movía su cadera chocando una y otra y otra vez, que mujer tan ardiente y apasionada, gustosa de enterrarse y danzar con él en su lecho, la tenía ensartada a él con tal vehemencia que si el pudiera no la bajaría de su cuerpo el día entero y porque no, así la sentaría, encima dándole de comer, no tardaba en entrar la encargada de su habitación, por lo que su tela sujetada en uno de los bastones del costado de su lecho, la soltaba para que no lo vieran yaciendo con su mujer empotrado hasta el fondo sin poder culminar al haberlos hecho tantas veces y al despertar iniciar el día con su cuerpo deliciosamente como lo estaban haciendo, así no los interrumpirían cuando entrara a colocar de nuevo el agua tibia para su baño, comida y bebida que le daría a su preciosa compañera que debía estar muriendo por ingerir no solo su cuerpo sino su boca, sus generosos pechos y ese trasero hinchado de tanto elevarlo al someterlo a sus envistes y ahí en esos instantes se abría la puerta, más ella se aferraba fuerte y mordía su hombro, mientras él continuaba con el rechinido de las patas de su lecho que le avisaban a quienes llegaban salir pronto si no deseaban incomodar a su Laird cuando estaba a punto de encargar más de su estirpe, porque de esa vez, solo le estaba introduciendo más y más sin dejarle salir a todas esas semillas Cornwell que se daban cita de noche, de día y de lo que continuaría. - ¡Si! ¡Si! ¡Si! ¡Si! ¡Si! - ¡Ah! Por supuesto que sí, preciosa, ahora eres solo mía y lo serás por siempre, la señora del Laird Cornwell. - ¡Que!
Continuará...
Continuamos en ESCOCÉS EN EL OTOÑO, agradeciendo su lectura y sus comentarios tan amables
esperando completar este libro este mismo mes de Septiembre, por lo que les pido no dejen de comentar y así lo continuamos pronto
Un abrazo a la Distancia
Mayra Exitosa
