Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente mía, queda prohibida cualquier adaptación. Todos los medios de contacto se encuentran en mi perfil.


TS: Una princesa sin príncipe

Summary: La tradición lo dictaba, había llegado la hora de que Isabella Swan, princesa de Forks, se comprometiera en matrimonio. A pesar de que creía poder gobernar el solitario, necesitaba un marido para su reino. Cuando se promete con Edward Cullen, idea un plan para arruinar el compromiso, pero no todo es lo que parece. El amor que nunca deseo esta frente a ella, ¿estará dispuesta a vencer sus miedos y aceptarlo?

Pareja: Bella/Edward

Rated: K

Número de palabras: 8, 854

Música: Evirything Black – Unlike Pluto, Angel on fire – Halsey, For You – Rita Ora


Pisoteé sobre el piso de madera. Mi largo vestido se enredó entre mis piernas, el tul pico contra la sensible piel de mis pantorrillas.

No me importo.

Seguí fulminado a mi padre con la mirada.

Charlie Swan era un hombre alto e imponente. Mi padre era castaño de tez pálida y ojos grandes color chocolate, igual que los míos. Todo sobre mi viene directamente de su genética, excepto los reflejos rojizos que se entremezclaban con el castaño de mi cabello.

Ese color era de mamá. Una impactante mujer de hermosos ojos azules con el pelo rubio fresa, casi pelirrojo.

—No me mires así. —advirtió mi padre.

Entrecerré los ojos.

—¿Y cómo se supone que lo haga cuando pretendes venderme como vil ganado?

Padre se dejó caer sobre su asiento de roble macizo. Mirándome entre sus ojos con una expresión menos severa. Ahora se veía francamente débil, como si necesitara que entendiera lo que trataba de explicarme.

Lo hago. Lo que no entiendo es porque va contra lo que me enseñó durante toda mi vida.

—Tienes veinticinco años, palomita. —algo en mi aflojó cuando lo escuche llamarme por aquel apodo cariñoso. Mamá me había llamado así todos los días de su vida, hasta hace diez años, cuando murió dando a luz a mi hermano menor, Emmett. Odie que padre usará eso para ablandarme— La mayoría de las señoritas de la realeza se casan al cumplir la mayoría de edad. Como máximo, antes de los veinte. Me estoy haciendo viejo, y aunque he tratado de hacer todo por convencer al concejo, no quieren una reina solitaria. Puedes ser reina, al lado de tu marido.

¿Un marido? Dios. Estábamos en el siglo veintiuno, eran otros tiempos. No necesitaba un marido para gobernar. Al contrario, él sería quien pretendería gobernarme. Quería ser exactamente a lo que el concejo se negaba. Una reina solitaria. Padre y madre me prepararon toda mi vida para ser una buena gobernante.

No necesito un hombre para gobernar a mi lado.

—No necesito un marido. —contrarreste.

Papá suspiro, sus hombros hundiéndose.

—Sí no te casas, el concejo no permitirá que gobiernes.

—Soy tu sucesora. Tu hija mayor. —reclame molesta.

Padre se inclinó sobre su escritorio. Sostuvo su barbilla sobre sus manos entrelazadas.

—Están dispuestos a esperar a que Emmett sea mayor. Ante mi muerte, dejarían un protector para Emmett.

Con sus palabras, un escalofrió me recorrió.

Sabía lo que significaba eso.

Al prepararme toda mi vida para ser una buena gobernante, aprendí el protocolo de memoria, la etiqueta, sé cada uno de los nombres de los hombres y mujeres del parlamento, los del consejo. Nuestras leyes y demandas también.

Había escuchado del derrocamiento hacia un primogénito.

Si algo impedía que este se convirtiera en rey, y el concejo estaba de acuerdo, la responsabilidad se recorría al próximo en la línea de sucesión, pero... si este no era mayor de edad, se le ponía un protector, el familiar más cercano vivo en la línea de padre.

Podría ser yo, si no fuera yo a quien planeaban derrocar.

Sería estúpido darme el poder cuando me lo querían quitar Mamá no tenía hermanos, excepto sus viejos padres que murieron no mucho después de ella. Y padre no tenía familia, excepto…

—¡No pueden estar hablando en serio! —pegue un puntapié furioso contra el suelo.

Padre me miro a través de sus ojos chocolates, impotentes y tristes.

—Aro sería el protector de Emmett.

Más allá de la historia de los derrocados y los protectores, hay más. Un sin fin de historias hablando de reinos tomados por los protectores. Hombres y mujeres llenos de avaricia que mataban a sus protegidos para tomar sus reinos.

Aro no era cercano al reino, mucho menos a nosotros. Padre nos había hablado de él. Un hombre casado con una duquesa de lejanas tierras, expulsado de Forks por haber querido derrocar a padre para quedarse con el reino, el hijo bastardo del abuelo Marcus.

El concejo estaba siendo duro si hablaban de dejar a Aro a cargo de Emmett. No tendría piedad con mi pequeño hermano.

¿En serio preferían al egoísta hermano bastardo de mi padre que a mí?

Solo por ser una princesa sin príncipe.

Y próximamente una reina sin rey.

Padre me sacó de mis pensamientos.

—No te pediría que te casaras si no fuera importante, palomita. Sabes que tengo problemas del corazón. Si me llega a pasar algo... necesito que tu hermano y tú estén protegidos.

Soporte la incómoda sensación que lleno mi pecho. Padre tenía razón. Aunque tratara de negarlo, su salud cada día era peor.

De solo pensar en perderlo a él también, mi alma amenazaba con romperse en mil pedazos.

Quería ser una buena reina para él. Que estuviera orgulloso de mí y de su pueblo. Y que sepa que por lo que sea que pase, Forks siempre seria protegido de manos avariciosas.

Padre se puso de pie, las patas de su silla hicieron un ruido chirriante en el piso de madera.

Se acercó a mí poco a poco, hasta enfrentarme y tomar mis mejillas entre sus manos.

Reconocí la angustia en el fondo de sus ojos chocolates.

—Quisiera ofrecerte el reino que te pertenece por derecho sin condiciones, pero no puedo, Bella. Trate de ser el mejor padre y la mejor madre para tu hermano y para ti cuando mi Renne murió, prometí protegerlos a cualquier costo… —sus pulgares acariciaron mis mejillas— pero es hora de crecer. Te he protegido durante mucho tiempo.

Una lagrima bajo por mi mejilla.

Él la atrapo con su dedo, sin mencionarla.

Se supone que una princesa no debe llorar en público.

Pero también se suponía que sería solo yo en el trono y ahora mis sueños se han visto rotos.

Nunca quise ser una princesa, pero me sobrepuse a la idea. Nunca quise usar vestidos pomposos o maquillaje, pero lo hice. Siempre ame escribir, pero tuve que renunciar a esos sueños. Amaba a mamá, pero la perdí.

Constantemente me había tenido que sobreponer a perder las cosas que quería.

Y ahora me perdería a mí misma.

Amaba a padre, pero no pude evitar sentirme traicionada. Era un buen rey. Y ahora tenía que asegurar el futuro de su pueblo.

Si quiero ser una buena reina, también tenía que entender ese hecho. Los sacrificios eran necesarios.

Di un paso atrás, tragándome el nudo que apretaba mi garganta.

—Me casaré.

Sin esperar respuesta, salí del despacho de padre.

Sue estaba detrás de la puerta, esperándome en el pasillo. Nana me había cuidado desde el primer día en que nací. Ella y mamá fueron las mejores amigas desde niñas a pesar de la diferencia social.

Su mirada me lo dijo todo.

—Mi niña...

Negué, sin querer escuchar sus palabras de consuelo. Nada curaría la herida que padre acababa de abrir en mi corazón.

Al pasar a su lado, bese su cabeza, queriendo hacerle saber que el problema era mio y solo mio.

Padre tenía razón, era hora de comenzar a crecer.

Me separe de ella, caminando por los pasillos del castillo, evitando las miradas de todo aquel con el que me encontraba. Estaba segura que todos ya lo sabían. Y festejaban, porque aunque nadie lo dijera en voz alta, todos habían dudado de mi capacidad para gobernar.

Al entrar a mi habitación, me deje caer sobre el suelo, mi vestido creo una nube esponjosa a mí alrededor.

Entonces ya no pude retener las lágrimas por mucho más tiempo.

.

.

Mi habitación estaba repleta de personas.

Personal del castillo que correteaba uno atrás de otro, en su mayoría mujeres. Porque se supone que ahora que estaba en mi etapa casadera, no era correcto que ningún hombre se acercara a mí.

Moví mis pies sobre la cama, observando los dedos moverse.

Desearía romperme una pierna, solo para posponer un poco más mi compromiso.

No me había metido a bañar, no había comenzado a peinar mi cabello y tampoco deseaba dejar la cama.

Se sentía como el día más miserable de mi vida.

El ruido de la puerta obtuvo mi atención al abrirse.

Una mujer alta y estilizada entró, mirando a su alrededor con altanería.

Llevaba el pelo rojizo en una coleta alta, los hombros descubiertos cubiertos por una camisa blanca suelta y una falda plegable de color café.

—¿Quién es la princesa? —hablo sobre las doncellas.

Una de ellas se giró hacia mí, mirándome con la pregunta en los ojos.

Claramente ellas tampoco la conocían. Y claramente, esta mujer estaba unos pocos años adelantada. No sé sabia quien era, pero más valía que modulara su tono hacia el personal del castillo.

Éramos diferentes a otros reinos. Tratábamos al nuestros empleados con dignidad y respeto. Nada de groserías, palabras duras o castigos.

Me encogí de hombros.

Todas entendieron el mensaje.

—¿Están. Sordas? —pregunto de nuevo, esta vez entre dientes y con las mejillas rojas.

Baje de mi lugar en la cama, sintiendo el frio del piso bajo mis pies descalzos.

La mujer pelirroja noto mi presencia entonces, arrugado la nariz hacia mí.

—Corre a buscar a la princesa. —me demando— Necesito hablar con ella. —me vio de pies a cabeza— Por Dios, niña, ponte algo decente. Pareces una fulana.

Fruncí el ceño.

No era una persona muy dada a enojarme, pero esta mujer realmente me estaba cabreando.

Sue entró entonces a la habitación, casi chocando con la mujer estorbando en mi puerta.

—Disculpe. —la rodeo, dándome una sonrisa cariñosa.

—No te disculpes, nana. —camine hacia ella, agarrando de sus manos la bandeja de mi desayuno. No se supone que siguiera trabajando a su edad. Sé que lo hace solo por estar a mi lado. Nunca tuvo hijos. Emmett y yo somos lo más parecido que tiene a una familia— Gracias.

Avance hasta uno de mis buros de noche, dejando el desayuno sobre el.

Oí a la mujer pelirroja a mis espaldas decir algo entre dientes, pero la seguí ignorando. Tomé una de las uvas de un bowl, metiéndola en mi boca.

Espere a tragármela para girarme de nuevo. Sue ya estaba ocupada con una de las chicas encargada de mi ropa, hablando con ella.

—¿Quién eres? —pregunté a la mujer pelirroja, usando mi tono menos educado.

La mujer finalmente tuvo la decencia de verse avergonzada. Obviamente se había dado cuenta de quién era yo a estas alturas.

Hizo una inclinación ridícula.

Algo que pretendía ser una reverencia.

Ni siquiera el pueblo reverenciaba a mi padre.

—Me presento. Soy Victoria Hale. Me disculpo por la confusión de... —miró a su alrededor— hace un momento. Soy parte del cortejo de la princesa Alice. El rey Carlisle me mando para ver si mis servicios eran requeridos.

Me subí de nuevo a mi cama. Olvidando todos mis modales. Si ella había sido mala con mis chicas, yo podía ser mala con ella.

—¿Tus servicios? ¿Para qué? —cuestione, tomando otra uva y metiéndola a mi boca. Mastique lentamente— ¿Limpiando mi baño?

Vi a Sue abrir los ojos como platos.

Las demás chicas se quedaron estáticas un segundo. Nana les dio una mirada y siguieron con sus tareas.

Victoria se sonrojo profundamente. Sin embargo, sus azules ojos llamearon en lo profundo con algo que identifique como furia.

—No soy una de ellas. —y ahí vamos de nuevo, hizo una seña despectiva con la mano a las chicas de la habitación— Soy modista.

Hice un gesto con la mano, sacudiéndola hacia ella.

Arrugue la nariz.

—No necesito una modista. Dile eso a tu rey.

Si padre estuviera aquí, seguro me daría una reprimenda.

—Pero...

Suspire frustrada.

Su visita no había hecho más que empeorar mi mal humor.

—Largo.

—Señorita...

Me puse de pie de nuevo.

—Princesa. —remarque cada una de las letras.

Retrocedió dos pasos. Abriendo los ojos hasta que casi se salieron de las cuencas en su rostro.

Asintió rápidamente, saliendo de mi habitación.

Nana se puso de nuevo a mi lado, esta vez abriendo sus brazos hacia mí. Era lo más parecido, aparte de padre, a una mamá que tuve después de la pérdida de mi madre.

Me refugie en sus brazos, oliendo su suave aroma a jazmín.

—Mi niña... —acaricio mi cabello— Tan hermosa como defensora. —se alejó de mí, palmando mis hombros— Serás una gran reina. Tu marido será afortunado al casarse contigo.

Casarme.

Matrimonio.

Un marido.

Padre me había informado de este reino en la frontera de Port Ángeles. Los Cullen eran una monarquía muy parecida a nosotros. Un rey con una reina. Y con cuatro hijos. Edward, el mayor. Alice, Rennesme y James.

Se supone que el rey Carlisle le ofreció a padre una alianza a través de mi matrimonio con su hijo mayor. Edward. Pronto él también sería rey, y tal como dicta la tradición, debía casarse.

Estaba segura de que mucho antes de que padre me dijera que tenía que casarme, Carlisle y él ya habían hablado sobre el tema.

Ni siquiera había pasado una semana desde nuestra última conversación.

Y en el fondo me sentía traicionada.

—Protejo a los míos. —le respondí con una sonrisa triste a nana.

Su expresión se llenó preocupación. Sabía muy bien cómo seguir la línea de mis pensamientos.

—Y los tuyos te protegen a ti. Tu padre ha elegido un buen marido, estoy segura. No dejaría que nadie le cortara las alas a su palomita.

Me aleje de su toque.

—Fue demasiado rápido, pensé que tardaría más.

—El concejo lo estaba presionando. —intento disculparlo.

Sabía que eso era verdad, pero de alguna manera… había esperado por más tiempo.

—El concejo se puede ir a la mierda.

Sonaron algunos jadeos a mis espaldas. Los ignore. Tenía derecho a sentirme enojada. Y traicionada. Y tenía derecho a maldecir si eso me hacía sentir mejor.

—Isabella. —nana me reprendió.

Deje el bowl de uvas en una mesita.

—Voy al baño.

No dije nada más, avance a la puerta a mi closet, la abrí y entre.

Nadie dijo nada de que este no era el baño. Escanee mi pequeña biblioteca personal, hasta dar con mi libro favorito en los últimos días. Lo había encontrado en los libros perdidos del último piso del castillo.

Lo saque y me mordí el labio.

Hablaba de esta chica que saboteaba su propia boda. Pero al ser una comedia romántica, al final los protagonistas se terminaban enamorando perdidamente y finalmente, si se casaban.

Tonterías.

Como si eso realmente pasara.

La cosa es que me hizo recordar algo que una vez leí dentro del parlamento. Para algo me había servido aprenderme todo sobre mi reino. Había una laguna dentro de esta pesadilla.

La ley dictaba que si Edward era quien cancelaba nuestro compromiso, yo tenía derecho a proclamar mi corona sin la necesidad de casarme. Una ley que no había sido modificado porque nunca había sido utilizada.

Entonces, tenía que buscar la forma de que el príncipe cancelara nuestra boda.

La pregunta del millón era: ¿Cómo?

.

.

Emmett parloteo, mientras nana intentaba peinarme. Mis risos caoba rojizos eran rebeldes, escapándose entre sus dedos cada vez que trataba de mantenerlos quietos.

—Quiero un peinado alto. —le dije.

Sus dedos se pausaron sobre mi cabeza.

Estaba segura que se preguntaba a si misma si había escuchado bien. Ella sabía que odiaba los peinados altos. Me hacían ver demasiado alta y ruda, añadido a mi altura mayor al promedio de las chicas del reino.

No me importo, esto era parte de mi plan. Un plan que todavía no tenía lo suficientemente configurado, pero que necesitaba poner en marcha.

—¿Estas segura? —me pregunto dudosa.

Me encogí de hombros.

—Escuche que en PA lo llevan así. Quiero agradarle a mi prometido. —mentí descaradamente.

Nana refunfuño a mis espaldas, pero no puso más objeciones.

Las trenzas fueron tomando forma por arriba de mi cabeza, haciendo que esta se sintiera cada vez más pesada.

Emmett frunció el ceño, dejando de lado su celular. Se sentó en el diván al final de mi cama, cruzando las piernas estilo indio de bajo de su aún pequeño cuerpo.

Era muy parecido a mamá en el rostro, pero igual a padre en su personalidad.

Demasiado alto para su edad, con ojos azules como los de mamá y cabello rojizo que caía a los lados de su rostro en rizos.

Llevaba un traje verde oscuro de terciopelo.

—No creo que ese sea un peinado fácil de llevar. —apunto a mi cabeza.

Nana hizo un ruidito a mis espaldas.

Mordí mi labio inferior.

—Quiero verme bonita para Edward. —volví a mentir.

Emmett mi miró sospechosamente, volviendo a su celular, pero sin mencionar nada más.

Se lo agradecí en silencio.

En el mismo momento, Ángela, una de mis chicas entró con un vestido azul. Era de escote a los hombros con un corpiño adornado con flores rosas, la falta de tul caía en una cascada hermosa hasta el suelo.

"—Oh, chica, eso no hará que nuestro príncipe te odie."

La voz en mi cabeza dijo, burlándose de mí.

Lo sé, es extraño, pero era algún tipo de alter ego en mi mente que aparecía en los momentos menos idóneos. Nunca le había contado a nadie sobre ella, porque la mayoría del tiempo soy capaz de callarla.

Últimamente no lo hago.

"—¿Qué se supone que haga entonces?"

"—Elegir un vestido apropiado, listilla."

Trate rebuscar en mi mente una forma de deshacerme del vestido bonito.

—No quiero el vestido azul. —declare.

Nana volvió a parar sobre mi cabeza.

—Es tu favorito.

—Ya no. —rebatí.

Ángela tomó el vestido entre sus manos, mirándolo incrédula.

—¿Qué hay de malo con el?

Busca, Bella.

"—Estás gorda."

—Estoy gorda. —tape mi boca.

Nana se rio ligeramente.

—No seas tonta, Bella. Si estas perfecta.

Emmett hablo, aun sobre su celular.

—La vi comerse tres panecillos de chocolate anoche.

"—Te lo dije." Canturreo la voz en mi cabeza.

—¡Cállate!

Eso me pasa por hacerle caso a mi yo loca.

Emmett creyó que lo estaba riñendo, asi que me sonrió altivamente como el hermano molesto menor que era y me saco a lengua.

Ángela miró de nana a mí.

—Traigo otro vestido, ¿entonces?

Algo brillo en el fondo de mi mente. Si movía mis fichas de la manera correcta, podría salirme con la mía.

—Tráiganme a la modista de los Cullen. Ella debe saber lo que les gusta. La quiero. —demande.

Ángela se vio perdida.

—Vamos. —nana la urgió.

Ángela se llevó consigo el vestido. Unos minutos después, con mi peinado terminado, Victoria entró con tres hombres más. Todos ellos carcajeando cajas y cajas sobre sus brazos.

Victoria sonrió creída, apuntando a las cajas mientras los hombres las dejaban en mi cama y salían de la habitación.

—Vestido hechos por mí. Cada uno más hermosos que el otro.

Asentí.

Sin saberlo, me estaba ayudando a ir en contra de su rey. Si padre supiera lo que estaba planeando, terminaría castigada en la torre más alta del castillo.

Olvidándome de eso, comencé a abrir las cajas. Una tras otra, todos eran en verdad especiales, aunque con un toque más sexy. Yo quería algo totalmente fuera de nuestras tradiciones. Algo oscuro, brilloso e incómodo.

Algo que hiciera rabiar al príncipe Edward.

Al abrir la última caja, parecía que alguien en el cielo había escuchado mis deseos.

Levante por el corpiño el vestido y lo peque a mi pecho.

—¡Bingo! Es perfecto. —susurre.

Saque el vestido de la caja.

—Este es. —dije, con una sonrisa del gato que se comió al canario.

Nana se acercó, mirando escandalizada el vestido.

—No es lo que tu padre espera...

—Es lo que quiero. —respondí yo.

Victoria agarro el vestido del otro lado, jalando un poco hacia ella.

—Creo que lo mejor sería que eligieras otro vestido, Isabella.

"—Demuéstrale quien manda."

Retrocedí un paso, mirándola desafiante.

—Oblígame.

Corrí al baño, esta vez sí era el baño, y cerré la puerta a mis espaldas. Me quite la bata y la deje caer el piso.

No podía esperar a ver la cara de Edward cuando viera mi vestido, y si eso no funcionaba, el infierno que le haría pasar durante el baile lo haría. Y si tenía suerte, esta misma noche sería una mujer desprometida.

.

.

Nana estaba nerviosa, dando uno, dos, tres, cuatro... e infinitos toquecitos sobre la escalera. Se suponía que dentro de pocos minutos sería hora de hacer mi presentación oficial.

Con el vestido negro con plateado, tacones de veinte centímetros, maquillaje en colores oscuros y un peinado que tenía mi cabeza palpitando, mis manos temblaron.

—Tu padre va a estar muy enojado. —nana murmuro.

Padre nunca se enojaba conmigo.

—Si yo tengo que vivir con un matrimonio que no quiero, estoy segura que él puede vivir con este vestido.

Sue suspiro.

—Me temo que estás poniendo mucho en riesgo, Bella.

—No me estoy negando a casarme. —susurre.

Solamente quiero arruinar mi boda, pero eso no lo sabe nana.

Ambas escuchamos la presentación de la monarquía Cullen.

Edward Anthony Cullen.

Un nudo se apretó en el fondo de mi estómago.

Después, el silencio reino en el salón.

Mi padre hablo con soltura y orgullo.

El corsé de mi vestido me pico. De pronto, me estaba sintiendo tonta. No solo me ponía en peligro con esto, también a nuestro reino. Mi reino. Si los Cullen descubrirán lo que estaba tratando de hacer, las cosas podían ir demasiado mal.

"—¿Qué es la vida sin un poco de aventura?" Intento convencerme la voz de mi cabeza.

"—No es una aventura si pongo en peligro a mi familia."

"—Tú lo hiciste, no yo."

Salió corriendo.

—Cobarde.

Me tambaleé sobre mis pies, sin fuerzas para bajar las escaleras.

—¿Niña? —nana me tomó del brazo.

Lloriqueé.

—Sácame de aquí. —pase mis manos por la faldilla de mi vestido— Lo voy a arruinar, nana. Lo quería arruinar. —confesé— Perdón.

Nana me abrazo por los hombros.

—Sabía que algo estabas tramando. —sonrió.

—Está no soy yo. —las lágrimas se amontonaron en mis ojos— Voy a decepcionar a padre. Soy una egoísta.

Nana limpio bajo mis ojos cuidadosamente. De manera que mi maquillaje no se arruinara.

—Solo estabas molesta.

Trate de respirar. Pero se sentía como si el aire no pudiera entrar en mis pulmones.

... es para mí un honor presentarles a Isabella Swan. Princesa de Forks y mi preciosa hija.

No.

No.

Esto no está pasando.

Nana me dio una mirada evaluativa.

—Ni una palabra a tu padre de esto. A nadie. Ya se nos ocurrirá algo para tu vestido. Te ves hermosa. Algo imponente... —me dio una sonrisita— pero hermosa. Tienes que bajar, Bella. Tu prometido te está esperando.

En el fondo, ahora era capaz de reconocer que estaba más asustada que molesta.

Asustada del matrimonio.

Asustada de conocer al hombre que será mi marido.

Asustada de enamorarme.

Asustada de sufrir.

Mi cuerpo se agito.

Nunca quise casarme, porque nunca quise enamorarme. Vi a padre marchitarse día a día después de la muerte de mamá. Siempre fue un excelente padre, pero algo murió el día que la perdió.

El amor no solo trae felicidad, también es capaz de traer dolor, perdida y tristeza.

Tampoco quiero que alguien más salga lastimado. Si mi esposo se enamora de mí, no estoy segura de poder corresponderle.

—Tengo miedo, nana. —susurre con la voz rota.

Acaricio mi mejilla.

—Lo sé, mi niña. Lo he sabido todo el tiempo. Cuando estabas pequeña solías enojarte cuando tus dientes se caían. Gritabas y maldecías, y tu madre siempre te tomaba entre sus brazos y te arrullaba. Eras demasiado testaruda para admitir que estabas asustada.

Tomé su mano.

—Estoy asustada.

Padre volvió a decir mi nombre, esta vez con un tinte de preocupación en su voz.

—Será mejor que baje. —dije.

Poniendo la cabeza en alto, me aferre al pasamanos y comencé a bajar.

Escalón a escalón.

El salón estaba bellamente adornado.

En una suave luz cálida y grandes mesas de mantel. Las personas estaban todas esperando a por mí, aglomeradas alrededor de la escalera.

En el último escalón, un chico esperaba.

Mi aliento se atoro en mi garganta.

La vista de este... hombre era... Dios.

No hay otra palabra para describirlo.

Era alto, mucho más alto que yo. Todavía no estaba a su lado, pero sabía que con tacones, probablemente apenas le llegaría al pecho. Tenía el cabello de un color entre cobrizo y dorado. Era un color que nunca había visto en mi vida. Su rostro era anguloso. Tenía una nariz, pómulos y barbilla perfectos. Sus labios eran regordetes, hechos para besar.

Mi pie trastabillo en el último minuto.

Una mano me tomó del codo.

—Te tengo. —su voz era...

"—Joder. Nos tiene."

"—Necesitas callarte."

Sus ojos eran verdes. Del verde de las esmeraldas.

Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.

—¿Dijiste algo?

Oh, mierda. No dije eso en voz alta, ¿verdad?

De pronto, todo a mí alrededor volvió a cobrar sentido. La burbuja en la que me había metido explotó, dejándome expuesta.

Todos a nuestro alrededor nos miraban.

A nosotros. A su mano en mi codo. A mí vestido. Quise enterrar la cabeza en la tierra como un avestruz, yo sólita logre ponerme en vergüenza.

Él iba vestido pulcramente con un traje simple a dos piezas. Su traje era de un profundo negro con detalles en dorado.

Era muy elegante.

Y curiosamente, combinaba con mi vestido.

Le di una sonrisa avergonzada al darme cuenta que llevaba demasiado tiempo perdida en mis pensamientos.

—Lo siento. —sentí el picor de mis mejillas al sonrojarse.

Se inclinó, mirándome entre sus pestañas.

—No hay porque disculparse, princesa. Te ves hermosa.

Me llamó princesa.

"—Adiós, bragas."

"—¿Por qué eres tan vulgar?"

"—Somos. S.o.m.o.s."

Rodé los ojos.

Él parpadeo, viéndose perdido.

—¿Dije algo que te molestara? —bajo su mano de mi codo hasta mi mano, entrelazados nuestros dedos— Lo siento.

"—Habla rápido. Maldita sea."

Esta vez le hice caso.

—No es nada. Soy... —reí— Soy yo. Estoy nerviosa, lo lamento.

Su expresión se suavizó, hasta parecer casi llena de ternura.

Todo sobre él me sorprendió. No encuentras personas amables muy a menudo dentro de nuestro mundo.

Él es todo lo que nunca soñé.

Mi corazón canto por su tacto en mi mano.

Sacudí la cabeza, intentando difuminar la nube alrededor de mis pensamientos.

Una chica bajita de aspecto adorable se acercó a nosotros, rompiendo completamente con el momento.

Tenía el aspecto de un hada, su rostro estaba cincelado en rasgos finos. Sus ojos son de un increíble azul a diferencia de Edward.

—Basta de acaparar a nuestra princesa. —le dio un empujoncito juguetón, luego puso toda su atención en mí, extendiendo su mano— Soy Alice Cullen.

Así que ella es Alice.

—Melliza del chico que te mira babeando. —apunto con la cabeza a Edward.

Pude ver que esta chica no tenía filtro, así que simplemente le di una sonrisita. De alguna manera, su presencia había logrado calmar mis amontonados nervios.

—Mucho gusto. —tuve que dejar el agarré de Edward para tomar la mano de Alice.

Ella me jalo, hasta que me tuvo en un abrazo apretado.

La voz de mi padre hablo de nuevo en los altavoces.

—Ya qué mi hija está aquí, podemos iniciar el primer baile de la noche.

Las personas se alborotaron emocionadas, luego de que la música comenzará a llenar el salón.

Alice fue acaparada inmediatamente por un chico rubio. Nos dio una sonrisita de disculpa y acepto su invitación a bailar.

Baje el último escalón.

Como pensaba, apenas le llegaba al pecho a Edward.

—¿Quién es? —pregunté con curiosidad.

Vi a Alice levantarse de puntitas sobre sus pies para besar la barbilla del hombre.

—Su esposo. Alice se casó la primavera pasada con Jasper.

—Oh...

Así que la chica se casó antes que Edward, aun cuando la tradición indicaba que el primero en casarse debía ser el sucesor a la corona.

Edward se inclinó sobre sí mismo cuando la mayoría de las personas ya estaban bailando.

Desde la distancia, pude observar a mi padre hablando con un hombre rubio.

Dada la corona en la cima de su cabeza, ese debía ser el rey Carlisle.

—¿Qué tal un baile? —me ofreció Edward, guiñándome un ojo juguetonamente.

Supongo que podía sentir la tensión emanando desde cada poro de mi piel.

Acepte.

Y cuando sus dedos estuvieron en contacto de nuevo con los míos, una corriente eléctrica nos barrió de pies a cabeza. Lo vi a través de él, porque se quedó igual de estático que yo, aguardando la respiración.

Intente ignorar la sensación.

La gente nos abrió camino, sabiendo que esta es básicamente la presentación de nuestro compromiso.

Se supone que después de esta noche, seguía el baile de compromiso, donde él pediría mi mano formalmente a padre y por último, la gran boda.

Sentí un vacío en el estómago.

Levanto nuestras manos, uniéndolas en las palmas, me tomó de la cintura y pego nuestros pechos.

Su cercanía disparó millones de mariposas por mi estómago, la corriente eléctrica qué sentí al principio se intensificó por todo mi cuerpo, la calidez fluyo por todas partes, calentando mi corazón.

Yo...

Demonios.

Este chico me gustaba.

¿Pero cómo es posible cuando tenía minutos de conocerle?

"—Es un pedazo de chico, cariño."

"—Un chico con el que me están obligando a casarme."

"—No pareces muy obligada."

"—¡Oh, por todos los santos! ¡Sal de mi maldita cabeza!"

Edward frunció el ceño.

—¿Te sientes bien, princesa? —quito la mano de mi cintura, para ponerla en mi frente. Como si estuviera comprobando mi temperatura.

—Lo estoy. —dije con voz apenas audible.

¿Por qué a mí en todo el mundo me tiene que pasar esto? ¿Es atracción? ¿O...?

Ni siquiera me atreví a pensarlo.

—Te ves algo enferma, ¿comiste antes del baile?

Eso me dejo más descolocada.

—¿Qué?

—¿Qué si le alimentaste bien, princesa?

Solo las uvas, pero no quise revelarle aquello.

—Bella.

Ahora el descolocado pareció él.

—¿Qué?

—No me gusta que me llamen princesa. Me gusta solo Bella, o en algunas ocasiones Isabella.

—Bella. —acaricio las palabras entre sus labios— Me gusta.

A mí me gustaba más como sonaba entre sus labios.

—Así que Edward...

Me dio una sonrisa torcida. De esas capaz de robarle el corazón a una chica. No fui la excepción.

—Me gusta Edward. —bromeo.

—A mí también. Es un nombre original. —respondí.

Sus ojos brillaron.

—Supongo que eso está más que bien.

Reí, mis mejillas sonrojándose de nuevo furiosamente. ¿Por qué no podía dejar de sonrojarme?

Claro que estaba más que bien, viendo que pasaríamos el resto de nuestra vida justos.

—No te avergüences. —adivino mis pensamientos— Esto no fue... menos apresurado por mí. Y quieto que te sientas cómoda, nuestro compromiso... —titubeo un poco, bastante tenso. Lo que me hizo sonreír— Y yo... estoy comprometido contigo. Quiero decir... —su cuello se llenó de un suave rubor— Creo que solo me estoy avergonzado.

No sé de dónde vino, pero puse mis manos sobre sus hombros. Mis dedos, inconscientemente buscaron su nuca. La tensión se fue poco a poco de sus hombros.

—Está bien, yo también estoy nerviosa. —finalmente deje ir la tensión yo también.

La textura de su cabello sobre mis dedos se sentía taaaann bien.

"—Imagínate como se sentirían otras partes."

"—Déjame bailar con mi prom..."

"—Prometido."

"—Prometido. Sí. Es mi prometido."

Sentí los dedos de Edward sobre mi mejilla.

—Estás poniendo esas expresiones otra vez.

No sabía si hacerlo o no, pero las palabras pugnaban por salir de mi boca.

—Nunca quise casarme.

Edward dejó caer su mano. Y aunque no llevara mucho de conocerle, sí que pude leer la tristeza en sus ojos.

—Lo siento, lo tenía que decir. —me obligué a disculparme.

De alguna manera, había logrado usar mis palabras para alejarlo.

—Está bien. Supongo que es difícil en nuestro mundo primero enamorarse y luego casarse. Hacemos las cosas al revés, llevados por la necesidad de asegurar nuestros reinos e imperios. Seré sincero, no te puedo ofrecer una salida. Si realmente no quisieras casarte, prometo respetar tus decisiones dentro de nuestro matrimonio si quieres mantenerlo platónico, pero si eliges esa opción, creo que nos estarías quitando una oportunidad.

Más palabras por salir.

—Quería arruinar nuestro compromiso. —¿por qué no puedo parar?

Arrugó su nariz en un extraño gesto.

—Alice prometió que te desaparecería discretamente si resultabas ser una bruja.

Mi estómago burbujeo cuando me reí.

—¿Y no lo soy?

Me miró con esa expresión otra vez. Esa... donde sus ojos se suavizaban hasta mi corazón revoloteaba queriendo saliese de mi pecho.

—Definitivamente no lo eres.

Sonreí, mis mejillas ya se sentían adoloridas de tanto sonreír. Dios, esta chico, le acababa de decir que había planeado arruinar nuestro compromiso, y en vez de molestarse, se vuelve aún más dulce.

Las canciones siguieron y siguieron. Los segundos se volvieron minutos y los minutos horas.

Hablamos.

Me conto sobre él, sobre sus estudios en ingeniería y administración, sobre las cosas que quería cambiar cuando fuera rey, entre ellas, el parlamento. Quería cambiar las cosas, y aunque supe que le costaría un infierno lograrlo, la sola idea de estar a su lado como su reina me resulto emocionante.

Le hable de mis sueños. Le dije lo mucho que amaba leer y que a pesar de que iba contra las reglas, a veces aprovechaba cualquier oportunidad para escribir. Le dije que en casa llevaba pantalones o faldas largas, lo mucho que odiaba los vestidos pomposos y estorbosos.

Me escucho.

No había sentido esa atención de otro hombre, excepto de mi padre.

Los hombres en la monarquía solían usar a las mujeres. No las escuchaban mucho. Las veían como esposas o madres, pero no como verdaderos seres individuales.

Este chico era perfecto. Y aunque me negara a admitirlo, podía verme enamorándome de él.

Podía verme siendo su esposa.

Y eso me lleno de terror.

.

.

La cena, después de haber bailado la mayoría de las canciones. Los Cullen y los Swan estábamos sentados en la misma mesa, mientras que los invitados se repartían por si solos en las mesas sobrantes del salón.

La familia de Edward era muy bonita. Se amaban y se protegen entre ellos, era fácil verlo.

Alice y su esposo lucían muy enamorados, no muy lejos de cómo se ven también Carlisle y Esme Cullen.

La reina era una mujer bajita de cabello hermoso igual al de Edward, su melena cobriza caía más allá de su cintura, sostenida en muchas trenzas en la parte posterior de su cabeza. El rey por otro lado, no tenía ningún tinte suave en él. Era alto, muy alto al igual que Edward. De rasgos fuertes y cincelados. Daba sonrisas educadas, pero la mayoría de las veces se quedaba callado, observando a las personas.

Había recibido un par de miradas de su parte. Nada grosero, sino más bien curioso.

Los demás hermanos Cullen eran hermosos también.

Rennesme debía tener la edad de Emmett. Tenía el pelo rojizo fuego y los ojos azules, una sonrisa bonita y labios de flor. Parecía bastante tímida, pero muy educada también. James debía tener al menos ocho años, era alto para su edad, pero la suave redondez de la niñez aun no dejaba del todo su rostro. Era muy risueño y hablador, yendo para allá y para acá entre su madre y su padre.

Me gusta la familia Cullen.

Nana tenía razón, padre eligió un buen marido para mí. Sin embargo, una parte de mi cerebro, la menos convincente de mi cerebro, me seguía repitiendo una y otra vez la manera en la que mi próximo matrimonio se había pactado.

Edward me miro a través de la mesa, regalándole una pequeña sonrisa casi imperceptible.

Un carrasco rompió con nuestro momento.

Victoria también estaba en la mesa, no sabía exactamente porque, pero lo estaba.

—¿Qué tal llevas los nervios, Isabella? Esta mañana cuando te visite parecías bastante agitada.

Un sabor agrio inundo mi boca.

La forma en que lo dijo...

Me tomé mi tiempo para contestarle. Agarré mi copa de vino tinto y tomé un sorbo.

—No creo que sea necesario...

Interrumpí a Alice.

—Princesa. —fue lo que dije.

Los azules ojos de Victoria se entrecerraron.

—No me hiciste llamarte así cuando fui a llevarte el vestido que portas.

Mi agarré en la copa se apretó.

El rey Carlisle intervino entonces.

—Un vestido arriesgado si me lo preguntan. —nos hizo un gesto, invitándolos a comer.

No me moví de mi lugar.

Mi padre fue quien respondió.

—Isabella quería sorprenderlos.

Le dispare una mirada a nana, quien estaba en la mesa continúa.

Me guiño un ojo.

—Realmente lo hizo. —Edward alzo su copa, haciendo que me faltaba la respiración por su mirada. Sus ojos me observaban fijamente, como si no quisiera dejarme ir— Propongo un brindis por mi hermosa prometida. Bella. —volvió a hacer aquella cosa con mi nombre. Si estuviera de pie, seguro me hubiera caído de bruces al suelo— No puedo esperar a casarnos.

El vacío apareció de nuevo en mi estómago.

Todos levantaron sus copas, brindando con Edward. Yo no pude. No podía. El miedo me paralizó.

Los ojos de Edward se oscurecieron por una verdad no dicha. De pronto, una nube gris cayó sobre ambos.

No fui capaz de mirarlo por el resto de la noche.

.

.

Una semana después Alice saltaba por toda mi habitación. Su... energía era gigantesca. La chica era más baja que yo, pero seguro podía aplastar a alguien con uno de esos saltos.

Llevaba un vestido simple rosa palo que caía por abajo de sus rodillas con un escote V.

El pelo lo tenía igual que la noche de baile, apuntado a todas partes.

—Tenemos que encontrarte el vestido perfecto, Bella. —chilló, agarrando los bordes de su vestido y dando vueltas— Mi hermano tiene que quedar alucinado. ¡Es la fiesta de su compromiso! Te tienes que ver realmente hermosa.

La mención de Edward me hizo sentir deprimida.

No habíamos tenido ningún contacto después del baile, aun cuando la tradición dictaba que tenía que venir al castigo cada día hasta que finalmente nos casáramos. Se suponía que teníamos que pasear por los jardines al atardecer.

Yo lo hacía, solo para sentarme en uno de los jardines traseros, y rememorar una y otra vez lo que hice mal la noche del baile de presentación.

La lista era infinita.

Hice muchas cosas mal.

Y la estocada final fue cuando rechace su brindis.

"—Grosera es quedarse corta, hermana. Nos vamos a quedar solteronas. Adoptaremos gatos. Muchos. Muchos gatos."

"—Eres una dramática."

La cama se hundió cuando Alice se sentó a mi lado.

Me acaricio el brazo.

—¿Bella?

Algo en mi pecho dolió.

Mucho.

"—¿Ahora quién es la dramática?"

Idiota.

Mi voz tenía razón. Edward no tardaría en cancelar nuestro compromiso. Por eso no había tenido noticias suyas.

—Edward ya no quiere casarse, ¿cierto? —susurre.

Alice me regreso la mirada estupefacta.

—¿Qué? ¡Claro que quiere casarse! ¿Cómo puedes pensar que cancelaría el compromiso?

Miré las manos en mi regazo, retorciendo mis dedos.

—Durante el baile, le confesé que tenía el propósito de arruinar nuestro compromiso. Pareció entender mi miedo a casarme, pero después... en la cena. Él brindó por mí, y yo... —me obligué a continuar— Lo rechacé.

Alice se quedó pensativa.

—Edward es muy perceptivo, pero no ha mencionado nada sobre cancelar su boda. Mi hermano no quiere lastimarte o incomodarte, Bella. Esta dispuesto a ser un buen esposo.

Trate de evitar las lágrimas que se amontonaron en mis ojos.

—No es que no lo quiera como mi esposo. —explique— Y no lo hacía, hasta que lo conocí. Si alguien puede ser mi esposo es él, pero es cierto que el miedo no me deja actuar sobre lo que realmente deseo.

Dude sobre seguir contándole. Pero necesitaba a quien decírselo sin que me mirara como si estuviera rota. Nana era buena escuchando, pero necesitaba más que eso.

—Mamá murió al dar a luz a Emmett. —continué— Mi padre la amaba mucho. Eran el uno para el otro. Y sin embargo, la vida se la quitó. Padre se esforzó por ocupar su lugar, por ser padre y madre a pesar de que el concejo y parlamento le aconsejaron casarse de nuevo. Él fue inflexivo y se negó rotundamente. Tuve que crecer con ese hecho. Aceptar que el amor muchas veces no es suficiente.

Alice bajo la cabeza, sonriendo triste.

—Quizás no sea suficiente, Bella. Pero ambos se amaron, Emmett y tú son la viva imagen de ese amor. Estoy consciente de que el amor no muchas veces trae felicidad, y mi familia también, Bella.

Aquello alimento mi curiosidad.

—¿A qué te refieres?

Alice se puso de pie, caminando hasta que llego al balcón de mi habitación. Miró a través de la ventana, como si necesitara viajar hacia sus recuerdos.

—¿Recuerdas a Victoria en la cena?

¿Cómo no recordar a esa petulante y grosera mujer? Esperaba encontrar alguna manera de evitarla.

—La recuerdo. —confirme.

Alice se abrazó a sí misma, rodeando su pequeña cintura hasta que las palmas de sus manos descansaron en la parte baja de su espalda.

—Fue la amante de padre.

Jadeé.

—¿Qué?

No podía ser cierto. Después de la manera en la que vi como el rey Carlisle miraba a su esposa...

—Cuando nacimos Edward y yo, mi madre quedo muy lastimada. Los médicos no creían que pudiera concebir de nuevo. Madre cayó en una depresión. Y padre se dejó llevar por su dolor. Victoria ya era parte de nuestro cortejo en ese entonces y... ellos dos...

—Entiendo. —no quería obligarla a decirlo en voz alta.

Se giró.

—Renesmee es su hija.

Fue entonces que note las similitudes entre la niña y la mujer. Cabello rojo fuego y ojos azules. Ahora entendía. Seguro esa debía ser la razón por la qué Victoria se sentó a la mesa con nosotros.

Lo que no podía creer es el cinismo del rey Carlisle.

Si yo fuera su esposa...

—Al quedar embarazada, padre tuvo que decirle a madre. Fue tanto su dolor que nos mudamos a vivir un tiempo a Londres. Hablan del divorcio, aun cuando eso no es permitido en la monarquía. —vi el dolor a través de sus ojos. Y me vi reflejada en ellos— Fueron meses muy duros. Hasta que la niña nació.

—¿Qué sucedió?

Alice se distrajo, acariciando las cortinas de mi ventana.

—Nessie es muda.

—¿Muda?

Había notado que no hablaba, pero creí que solo era por ser demasiado tímida. Nunca pensé que la hermosa niña de cabello rojo fuese muda. Aun así, mi percepción sobre ella no cambio en lo más mínimo.

—Sí. Cuando se dieron cuenta de que no lloraba, Victoria se volvió loca. Trajeron a los mejores médicos, pero todos daban el mismo diagnóstico. Nuestra media hermana era muda. Victoria la termino por rechazar, devastada por su discapacidad.

¿Cómo es posible que le fuera tan fácil rechazar a su hija?

—Padre pidió la ayuda de mi madre. Prácticamente le suplico. Madre acepto, con la única condición de que Victoria se alejara de nosotros. Se suponía que así seria, hasta que Nessie fue puesta en los brazos de mi madre. Fue amor a primera vista. Y Victoria se aprovechó de eso.

Esa mujer... Dios.

—Renesmee es legalmente de mi padre y mi madre. Victoria no tiene ningún derecho legal, pero a cambio tiene un lugar asegurado dentro de nuestro reino.

Un profundo sentimiento de admiración nació en mí. La reina Esme debía amar muchísimo a Renesmee como para soportar a la ex amante de su marido en su propia casa.

Alice siguió hablando.

—Sí alguna vez Renesmee sabe la verdad, Victoria lo perdería todo. Intentó seducir un par de veces a mi padre, pero las cosas son como son. Y él sabía que de ser asi, terminaría por perder a mi madre. Después vino James, y su relación se hizo más fuerte.

El amor. El centro de todo. Capaz de destruir como de hacer florecer todo a su alrededor.

—Edward conoce el dolor que el amor trae. Y está dispuesto a intentarlo.

Recordé su ofrecimiento.

—Me ofreció mantenerlo platónico.

Alice dejó las cortinas para mirarme curiosa.

—¿Y es lo que quieres?

Por primera vez fui sincera conmigo misma.

—Realmente no.

Una sonrisita se dibujó en sus labios.

—¿Entonces a que esperamos para elegirte un vestido?

Mordí mi labio inferior.

—Antes de eso tengo que perdiste un favor. —susurre por lo bajo.

Antes de continuar con cualquier búsqueda por el vestido perfecto, tenía que recuperar a mi prometido.

.

.

Retoque los últimos detalles de mi maquillaje.

Había elegido algo sencillo para la ocasión. A penas un poco de rubor, rímel y un pintalabios rosa claro.

Mi cabello estaba peinado en una larga trenza que caía hasta media espalda con mechones de cabello escapando a mis mejillas.

Asegure mi vestido una vez más en el amplio espejo de mi habitación.

Elegí un vestido a los hombros, azul, con corpiño ceñido y una falda que caía por debajo de mis rodillas. El vestido tenía adornos en flores del mismo color, entretejidas en el tul de la misma falta.

Mis hombros no estaban totalmente descubiertos gracias a una tela delgada trasparente qué los abrazaba.

Retoque una vez más mi lápiz labial.

Un suave toque en mi puerta me sacó de mi estupor.

—El príncipe ha llegado, señorita Bella. —dijo Ángela, regalándole una sonrisa educada. Sus ojos miraron maravillada mi vestido— Se ve usted muy hermosa. Su prometido estará encantado.

Pase las manos por mi falda una y otra vez.

—¿Realmente lo crees?

Después de cómo lo trate, debía recompensarlo de algún modo. Había pedido a Alice que le pidiera venir.

Es el día antes de nuestra fiesta de compromiso.

Mi última oportunidad para lograr que mi matrimonio no se convierta en un desastre.

—Por supuesto.

Le agradecí.

—Gracias, Ángela.

Agacho la cabeza, saliendo de mi habitación.

Espere unos minutos antes de seguir el mismo camino.

Edward me esperaba al pie de las escaleras, en el mismo lugar de la última vez.

Baje escalón con escalón, obligándome a mí misma a lucir segura.

Me ofreció una mano y la acepte.

Sentir su piel junto a la mía fue un bálsamo para los últimos días.

—Te ves hermosa.

—Dijiste lo mismo la última vez. Aquí mismo.

—No mentía.

Bajo su cabeza, besando mi mano tal como la tradición lo dictaba.

Llevaba un traje de chaqueta, chaleco y pantalón. En una totalidad azul marido con detalles en dorado. Muy parecido al de la última vez, pero mucho más formal.

Cuando sus ojos volvieron a hacer contacto con los míos, me pareció escuchar que mi corazón se saltó un latido.

—¿Lista para nuestro primer y último paseo al atardecer? —pregunto.

—Lo he estado esperando por la última semana.

Su sonrisa se volvió rígida ante mis palabras. Casi sentí la necesidad de ser yo misma quien cancelara la boda.

Mantuvo su agarré mientras nos guiaba a los jardines traseros.

No pude evitar que mi gran boca siguiera hablando. Necesitaba respuestas antes de tener nuestra fiesta de compromiso mañana.

—Se supone que tenías que venir todos los días para estos paseos. —no pretendía que sonara como un reclamo, pero exactamente así sonó.

Edward no me soltó en ningún momento. En cambio, guio mi mano de forma que quedara enganchada en su brazo izquierdo.

—No quería incomodarte.

—¿Esto es por el brindis?

—No comprendo.

Eso dijeron sus palabras, pero su cuerpo me grito otra cosa cuando se puso en evidente tensión.

—Brindaste por mí y no correspondí. Lo lamento.

No hizo ningún gesto, simplemente seguimos caminando. Lo único que fui capaz de captar fue un pequeño tic en su mandíbula.

—No comprendo porque te disculpas constantemente. Me molesta. —dijo.

Ahora fue mi turno de estar confundida.

—¿De qué hablas?

—Te has disculpado muchas veces desde que nos conocimos. No estoy seguro de cuentas. Al menos una docena.

Deje salir el aire de mi pecho de golpe.

—Será porque soy muy torpe.

Se rio de una manera que no me gusto.

Una forma vacía y seca.

Mi pecho se apretó.

—Eso es cierto. —me soltó, dejando caer mi brazo y enfrentándome.

Aquí viene.

Va a cancelar nuestro compromiso.

Lo que quise desde el principio.

Y sin embargo, siento como mi corazón se rompe de poco a poco.

No conozco completamente a este chico, pero lo quiero. Con cada célula de mi ser. Encontrar el amor entre monarquías es tan extraño, un regalo.

Un regalo que rechace y que ahora mismo se estaba yendo entre mis dedos como agua.

No quise escucharlo decir las razones por las que ya no nos podemos casar, pero de algún modo, me obligue a esperar. Le debía eso.

—Escucha, Isabella. —metió las manos a los bolsillos de sus pantalones, haciéndome sentir impotente— Sí lo que quieres es cancelar nuestro compromiso, solo debiste comunicárselo a tu padre. No había necesidad de meter a Alice en todo esto. Hable con mi padre. Le explique tus razones. El concejo tiene que comenzar a modernizarse. Esta dispuesto a hablar con tu padre para persuadirlo. Te daremos nuestro apoyo. Podrás gobernar en solitario.

Sola.

Sentí que las piernas me fallaron.

Las lágrimas se aglomeran en mis ojos. Antes de que tuviera oportunidad de retenerlas, ya estaban rodando por mis mejillas.

—No quieres casarte. —dije con voz rota.

Era mi culpa.

Mis miedos terminaron por romperme el corazón. No él amor. No mi prometido. Sino yo misma.

—Bella...

Asentí, incapaz de escuchar nada más.

Me gire sobre mis pies. Mi cuerpo me pedio a gritos que me alejara de él, para así poder drenar mi dolor. Se suponía que una princesa no lloraba en público, y aquí estaba yo, llorando frente a mi ex prometido.

Comencé a caminar hacia el castillo.

Un brazo me detuvo a medio camino.

Me atrajo hacia su pecho. Su cabeza por arriba de la mía. Su pecho se sintió como casa. Pero dolió con la misma intensidad.

—No llores, por favor. —suplico.

No podía detener las lágrimas.

—No quieres casarte. Es mi culpa. Te lastime. Lo siento, lo siento, lo siento... —sollocé entre palabras.

Se separó de mi cuerpo, solo para tomarme de las mejillas.

Su expresión fiera debió asustarme, pero no lo hizo, me sentí sobrecogida. Con todos los sentimientos a flor de piel.

—Oh, Bella. Lo deseo. Con cada gramo de mi cuerpo desde la primera vez que te vi bajar enfundada en ese vestido y con las mejillas sonrojadas. Te quería tanto. Y lo sigo haciendo. —algo parecido a la esperanza floreció en mi corazón— Y quería dártelo todo. No te amo, ni siquiera de cerca, pero esto que tenemos... —su aliento acaricio mi rostro, haciendo que cerrara los ojos— Podría enamorarme de ti. Bórralo. Ya lo estoy haciendo. Y no puedo vivir con tu sufrimiento. No puedo cortarte las alas.

Palomita.

Palomita de grandes alas.

Esa era la voz de mamá.

Un recuerdo.

Palomita de grandes alas. Grande por si misma. Tan hermosa y perfecta. Mi niña. Mi preciosa, niña. Sueña grande. Sueña alto. Vuela.

Sollocé, apretando su traje entre mis manos.

—Yo también te quiero. Te quiero tanto. —use las mismas palabras.

Abrí los ojos entonces.

Sus verdes ojos se mostraban ansiosos, hambrientos, necesitados.

Se inclinó sobre mí, tan alto como él mismo. Sus labios sobre los míos. Mis lágrimas mojaron sus mejillas.

Me reclamo poco a poco, lentamente. A través de sus labios. Sus lengua delineo mi labio inferior, pidiendo permiso.

No quería otra cosa.

Se lo concedí.

Me invadió por todos lados. Su olor, su toque, su beso.

Lo quería para siempre.

Sin miedo, sin dudas, sin planes secretos.

Cuando se alejó finalmente, cayó en una rodilla. Sus ojos húmedos por las lágrimas que trataba de retener.

Rebusco algo en la bolsa de su traje.

La caja de terciopelo hizo que mi boca se secara. No sé supone que fuera así hasta el día de nuestra fiesta de compromiso.

No me importaba.

—Isabella Swan. Princesa de Forks. Mi dulce chica. —dijo cada palabra con seguridad y reverencia— Prometo cuidarte, protegerte y amarte. Nuestro matrimonio será sobre la confianza, seguridad y amor. Sin miedos ni dudas. Nuestros reinos serán uno, al igual que nosotros. ¿Quieres ser mi esposa?

Abrió la caja.

Otro sollozo.

Era el anillo de mamá.

Un gigante diamante de tonalidad azul rodeado de una simple banda de oro. Tan azul como los ojos de mi madre alguna vez fueron.

El anillo que mi padre le dio al proponerle matrimonio.

Asentí entre lágrimas.

—Sí. Sí. Sí.

Edward se puso de pie, sacó del anillo de la caja aterciopelada, poniéndolo en mi dedo.

Me abracé a su cuello.

Su brazo me ayudo, así que mis pies quedaron volando del suelo.

—Gracias. Gracias.

Lo bese una y otra vez.

En las mejillas. La barbilla. Sus párpados. Su nariz. Sus labios.

Me bajo al suelo, mientras nos volvíamos a besar.

Al separarnos, su frente descanso en la mía.

—Nunca necesitaste un príncipe a tu lado, es un honor que me eligieras para ser tu compañero.

Las lágrimas siguieron cayendo, pero esta vez de felicidad. Me alegre de haber elegido maquillaje ligero.

—Si lo necesitaba. Las personas me llamaban la princesa sin príncipe. Hoy lo tengo. —aferre su cuello, besándolo de nuevo. Apenas me separe para hablar. Con cada palabra, roce sus labios— Te necesitaba a ti.

Continuara...


¡Hola, mis niñas! Estoy muy contenta de estar por aquí en otro dominguito de OS, ya quería que leyeran esta pequeñita historia. La verdad es que es muy diferente a todos los Os que había hecho con anterioridad, este va más sobre el amor. ¿Cómo vieron a nuestra Bella? Una joven princesa que en el fondo le gustaba la soledad por miedo a perder a alguien más que amaba. La muerte de uno de nuestros padres siempre es difícil de superar. Este Edward me encanto, y aunque vimos poco de él, toda y cada una de las cosas que dijo e hizo fueron perfectas. Es todo un príncipe. Los interrogantes en el fin tienen una misión, saber si quieren segunda parte sobre la fiesta de compromiso y boda de Edward y Bella. No olviden pasar por mi grupo de Facebook para que vean las imágenes referentes a cada Os (las imágenes de este Os son HERMOSAS), a todos les hago un álbum. PD: Actualmente estoy trabajando en una segunda parte. ¡Besos!

Las leo en sus reviews siempre y no lo olviden: #DejarUnReviewNoCuestaNada.

Ariam. R.


Link a mi Facebook: www . facebook ariam . roberts . 1

Link al grupo de Facebook: www . facebook groups / 801822144011109