"Porque no soy buen mentiroso".

Sanemi vio el tablón de opciones que tenía la carta de aquella tienda.

Eran en general dulces, la mayoría nunca los había probado en su vida. Repasó y repasó los nombres tratando de adivinar qué ingredientes conformaban cada uno, pero ninguno por el nombre lo convencía.

Se sujetó el mentón en un gesto pensativo, mientras la fila tras él comenzaba a hacerse más y más larga.

—¡Hey!, ¿te vas a comprar toda la tienda?—preguntó Masachika, quien era el siguiente a sus espaldas.

—Andas más hablador que de costumbre, ¿eh?—replicó Sanemi sin apartar la vista de la carta, sin embargo, tenía que admitir que la sensación de presión que la multitud ejercía sobre él le llegó bien alto y claro, a pesar de que solo fue Masachika quien le habló.

Sanemi señaló su orden y pidió una docena.

—Un momento, por favor—dijo la dependienta con una reverencia.

La mujer sacó unas pinzas metálicas y las acercó a una pila de dulces color morado y, contando hasta doce, comenzó a llenar una bolsa de papel color café.

—¿Ohagi? ¿Otra vez? ¿Así te vas a gastar tu primer sueldo de Kione?—preguntó Masachika asombrado.

—¿Los vas a comer tú o qué? —le ladró Sanemi girando un poco la cabeza hacia él—. Además, no es como si me fuera a gastar el sueldo solo en eso.

La dependienta le entregó la orden en una cajita amarrada con un hilo fino.

—Muchas gracias por venir—lo despidió la dependienta con una grácil reverencia.

Sanemi hizo una reverencia también, pero el gesto fue más vulgar y simple, luego salió por la entrada de la que salía hasta afuera una larga fila de personas de todas las edades.

Sanemi esperó fuera a que su compañero saliera. Espero dos, tres, cuatro minutos y a medida que pasaban los segundos su ceño se iba frunciendo cada vez más.

Le echó una mirada al interior de la tienda y abrió los ojos con sorpresa cuando una torre de paquetes apilados uno sobre otro comenzaba a caminar en su dirección.

Sanemi hizo un paso para atrás hasta que identificó el uniforme de la parte inferior.

—¡Ya… estamos… listos…!—la voz forzosa de Masachika tras la torre de paquetes—. ¡Vayamos a sentarnos a algún lado!

—¿Te compraste toda la tienda o qué?—preguntó Sanemi con una sonrisa de suficiencia.

—¡Por favor…!—rogó Masachika tras la torre.

Sanemi y Masachika se sentaron en un pequeño restaurante en el que pidieron un té luego de seleccionar una mesa. En lo que llegaba el pedido, Sanemi comenzó a dar mordiscos a sus dulces mientras le echaba miradas furtivas a lo que hacía sobre la mesa.

Masachika garabateaba algo sobre un papel con una sonrisa luego miró el papelito con satisfacción, lo dobló con delicadeza y lo enganchó a una de las cajas que guardaban postres.

Masachika escribía en un inusitado silencio en el que Sanemi sintió una paz que no había experimentado en meses. Sin embargo, muy pronto el silencio lo aburrió y comenzó a mirar a Masachika ya sin discreción, esperando que se diera cuenta de eso y preguntara la razón, de modo que su voz apagara el silencio.

Sanemi se percató de su propio comportamiento con mucha sorpresa.

Cuando abandonó su casa, Sanemi pasó un tiempo en silencio y lo único que oía era los pasos del demonio, los berridos y gruñidos de los demonios, sus posteriores chillidos de dolor y la quietud del bosque cuando todo acababa. Nada más. Él mismo se asombró de su propia voz cuando habló con Masachika por primera vez, pues era grave y rasposa, a diferencia de su agudeza y suavidad infantil que recordaba de sí mismo.

"Cómo cambian las cosas…", pensó Sanemi negando con la cabeza, aunque con una leve sonrisa.

Lo dejó en paz haciendo sus cartas, pues eso eran. Eran cartas a su familia. Pudo leer por encima de su hombro la palabra "mamá" y también "hermano" y "hermana" en la parte superior

Después no quiso husmear más.

Comenzó a concentrarse en comer sus dulces y beber su té, tratando de apartar esa amargura que se alojó en la boca de su estómago, esa desagradable bilis de envidia.

"Genya…".

—¡Ya está!—concluyó Masachika sobresaltando a Sanemi—. He terminado. ¿Me acompañas a la estación de correos?

Sanemi se encogió de hombros.

—Lo que sea.

Masachika comenzó a apilar uno a uno los paquetes en sus brazos y Sanemi le ayudó a apilarlos, pero no a llevarlos, por lo que cuando el rostro de Masachika desapareció tras la torre Sanemi puso sus manos en los bolsillos y comenzó a caminar al centro de la calle.

Masachika lo siguió con pasos lentos y concienzudos. Al menos esa era su intención, pues una desafortunada pisada lo hizo resbalar, haciendo que las cajas comenzaban a caer de sus brazos hacia adelante, justo sobre un pequeño niño.

El niño con un haori blanco quedó helado, y en lugar de apartarse, colocó sus brazos sobre su cabeza.

Sanemi reaccionó de inmediato, se apresuró al lugar donde iban a caer las cajas y las tomó una a una sin que el contenido de derramase y, como comprobaron después, tampoco se habían arruinado.

Parecía un árbol de navidad de cajas, pues sus pies, brazos, manos y cabeza sostenían al menos una de ellas.

El mentón de Masachika fue a parar al suelo con fuerza.

Su aturdimiento duró poco cuando identificó al jovencito de haori blanco.

—¡Ah! ¿Estás bien?—preguntó Masachika levantándose—.

—¡Sí, solo ayúdame con-!

—¡Tú no, el niño!

Masachika se acercó al pequeño de haori blanco.

—¿Estás bien?—preguntó Masachika con suavidad, aunque algo alterado por su preocupación—. ¡Lo lamento, lo lamento! ¡Debí fijarme donde-!

El pequeño bajó los brazos y entonces pudo verle la cara. En realidad, de no ser por el hermoso broche de mariposa tras su cabeza y por el consecuente sonido de su voz, no habría adivinado que era una niña.

—¡Fíjate por donde pisas!—exclamó la niña de ojitos púrpura—. ¡¿Cómo se te ocurre caminar con tu visión obstruida?!

—¡Lo lamento, lo lamento!—Masachika juntó las manos frente a ella con expresión compungida—. ¿Te has lastimado? ¿Te ha caído algo?

La chica se cruzó de brazos y resopló con la nariz, resuelta y severa.

—No, no me ha pasado nada.

—¡Qué alegría!—Masachika puso su sonrisa radiante frente a ella—. Nadie ha salido herido…

—¡Sí… Qué bueno!—masculló Sanemi tras ellos con un rostro torcido por el esfuerzo, todavía cargando los paquetes de Masachika en una postura circense.

—¡Sanemi!

Masachika salió en su ayuda, mientras Shinobu, la pequeña se quedaba en su sitio analizando al par.

Eran de su misma calaña, por supuesto, un par de cazadores de demonios.

Uno tenía un aspecto terrible y el otro agradable.

Masachika volvió a apilar las cajas una a una sobre sus brazos, hasta que quedó en la misma postura de antes, sin poder ver qué había delante de él.

Shinobu miró a Sanemi y lo apuntó con un dedo.

—¿No vas a ayudarlo? ¡Mira cómo va! ¡Va a tropezarse otra vez!

—¿Ya y?—preguntó Sanemi rascándose una oreja.

—¡Va a volver a ocurrir y esta vez sí que va a caer!

—No es mi problema—Sanemi se encogió de hombros y volvió a guardar las manos en sus bolsillos.

—¡Ayúdalo! ¡Va a ocurrir otro accidente!—ordenó la chica apuntándolo.

—¡Oblígame! Además, ¿por qué no lo ayudas tú?

—Yo tengo que ir a un lugar importante—replicó la chica con altivez, luego frunció el ceño—. ¿¡No eres su amigo!?

—No te preocupes por mí—dijo Masachika con una sincera y tierna sonrisa, luego agregó con optimismo—. ¡Estaré bien! ¡Es un buen entrenamiento!

Shinobu arqueó sus cejas, un poco preocupada y se limitó a negar con la cabeza, como diciendo "qué-remedio".

Sanemi hizo una media sonrisa. Era una mocosa muy educada, muy bien hablada, pronunciaba muy bien las palabras y trataba de hacerlo con un tono que apelaba a la madurez, de modo que trataba de repeler las actitudes condescendientes, pero se esforzaba demasiado. Y eso se notaba.

"Qué recuerdos…", pensó Sanemi.

La niña tendría a los más once años.

Sanemi suspiró divertido, aunque la niña no llegó a notarlo.

—¡Shinobu!

La chiquilla se dio la vuelta hacia dónde provino el sonido.

La niña le echó una mirada de reproche a Sanemi y dio un par de pasos hasta que se encontró con la persona que poseía la melodiosa y dulce voz que la había llamado.

—¡Shinobu!—exclamó Kanae cuando la vio entre la multitud—. ¿Has encontrado esa pastelería tan famosa?

—Está unos metros más allá—apuntó la chica por encima de su hombro, luego agregó en una voz aniñada—. ¡No vas a creer lo que me pasó! Hoy por poco me aplasta una torre de pasteles.

—¡Ay, qué bueno!—exclamó Kanae enternecida y colocando una mano sobre su mejilla.

—¡Eso no es nada bueno!—repuso la pequeña con el rostro ruborizado.

—¿No lo es?—Kanae pareció desconcertada—. ¡Suena como un sueño para mí!

—¡No! ¡Quedas toda pegajosa y-!—Shinobu agitó su cabeza–. ¡Eso no importa! ¡Por poco muero!

—Lo lamento…-Masachika bajó la cabeza, un poco avergonzado.

—Venga, no creo que haya sido para tanto—gruñó Sanemi, al auxilio de su amigo.

—¡Pudo haberlo sido!—la chiquilla se dio la vuelta para enfrentarlo—. ¡Eran muchos!

Sanemi estuvo a punto de replicar con otro gruñido, pero se lo pensó mejor y sonrió de medio lado.

—Tienes razón, para alguien tan pequeña, sí pudo haber sido mortal.

Shinobu enrojeció todavía más, pero no alcanzó a separar sus labios antes de que alguien respondiera por ella:

—¡Mira quién habla!—dijeron Kanae y Masachika a la vez.

Sanemi comenzó paulatinamente a ponerse rojo y ante la conexión mental que tuvieron Kanae y Masachika, se miraron un instante, incrédulos el uno del otro y soltaron una sonora carcajada que atrajo las miradas de la gente a su alrededor.

—¡Ay!—Kanae se limpió uno de sus ojos del que se había escapado una lágrima traicionera—. ¡Ha pasado un rato desde que los veo! ¿Cómo han estado?

—¡Hemos estado bien!—Masachika palmeó la espalda del rubicundo Sanemi—. ¡Sanemi ya domina las nueve posturas del viento!

—¡Qué bien! ¡Has hecho un gran trabajo, seguro!—Kanae lo felicitó con su radiante sonrisa.

Sanemi chasqueó su lengua.

—Tampoco es para tanto.

—¡Qué modesto!—exclamó Kanae juntando sus manos en un aplauso.

—Qué soberbio….—bufó Shinobu arrugando la nariz, cruzándose de brazos.

Sanemi entornó los ojos y observó a la niña pequeña con aire molesto y ella, pequeña pero altiva, le devolvió la mirada sin temor.

—¿Conoce a esta pequeña, Superiora Kocho?—intervino Masachika–.

Kanae asintió y puso una mano sobre el hombro de su hermana, con un aura maternal y protectora.

—Esta es mi hermana pequeña, Shinobu; Shinobu, estos son Masachika Kumeno y Sanemi Shinazugawa, son rango…. Ahm… ¿Qué rangos son ahora, chicos?

—Kione–se adelantó Sanemi, con el pecho imperceptiblemente hinchado de orgullo.

—¿¡Kione!? ¿Tan pronto? Si hace tan solo unos meses que habías empezado en el cuerpo.

—Si te encuentras con demonios tan débiles tan seguido, tampoco es que sea difícil juntar demonios eliminados.

"Tampoco si vas acompañado", pensó Shinobu escéptica, mientras le echaba una mirada a Kumeno. "Así cualquiera…".

—¿Has usado tu sangre?—preguntó Kanae con cautela y preocupación.

—Llevo doscientos quince días sin usarla—contestó Sanemi al instante, como si estuviera esperando la pregunta, luego alargó una sonrisa de suficiencia dirigida a ella— No ha sido necesario.

—¡Qué gusto! ¡Espero que sea así muchos días más!

Kanae se acercó y le palpó uno de sus hombros un par de veces, con un aire amistoso.

Pero para Sanemi seguía siendo condescendiente, por lo que una vena en la sien se hinchó sin que pudiera evitarlo.

—¡Oh, claro que lo serán!—le soltó desafiante.

—¡Así se habla! ¡Ese es el espíritu!—Kanae levantó su puño dando ánimo.

Sanemi se puso rojo de furia y varias venas se hincharon a lo largo de su cuerpo.

"¡Esta mujer es imposible!", pensó con los dientes bien apretados.

Se dio la vuelta y agarró a Masachika del cuello del uniforme.

—Nosotros tenemos que ir a la estación de correspondencia. Adiós.

—¿Los ayudamos con eso?

Kanae se acercó para tomar una de las cajas que Masachika, pero Sanemi se le adelantó y se la echó al hombro.

—¡No será necesario! ¡Ustedes seguro tendrán algo más importante que hacer!—dijo Sanemi con una mueca en la que mostraba todos sus dientes.

Shinobu tiró del haori de su hermana y atrajo su atención.

—Es cierto, hermana. Tenemos cosas más importantes.

—¡Oh! No demoraremos más de cinco minutos.

Kanae tomó cuatro cajas de la pila de Masachika y las sostuvo en sus lánguidos brazos.

—¿Saben dónde está la estación de correos?—preguntó Kanae mirando a Sanemi y a Masachika, que batallaban con el montón de cajas sobre sus brazos.

—La verdad, no lo sé—confesó Masachika—. Esperaba preguntarle cuando nos acercamos a usted…

—¡Claro que lo sé! ¡Sígannos! —Kanae lideró la marcha con una entusiasta sonrisa en su rostro.

Shinobu resopló con hastío, sin embargo, ayudó con los paquetes que llevaba su hermana y apenas les dirigió la mirada al par de muchachos cuando emprendió marcha junto a Kanae.

Sanemi le echó una mirada asesina a Masachika, parecía un león a punto de atacar.

—¿¡Qué pasa!?—se exaltó Masachika ante la repentina mueca.

—¡Por qué le dijiste que no sabías dónde estaba la estación!—rezongó Sanemi ocultándose tras la pila de pasteles.

—¡Es que no sabía dónde estaba!—musitó Masachika en el mismo tono, aunque sin saber por qué–. ¿No querías que nos acompañaran?

—¡NO! ¡Mientras más lejos esté esa pilarucha presumida, mejor!

Masachika se turbó y ahogó una exclamación, dramáticamente. No creía lo que oía.

Aun con sus brazos ocupados, Masachika logró levantar una de sus piernas a la altura de Sanemi y con el talón le propició lo que en momentos normales sería un coscorrón.

—¡Qué es ese modo de referirte a un superior!—le reprochó Masachika.

—¡Es la verdad! ¡Eso es lo que es!—desafió Sanemi.

—¡Cómo te atreves…! ¡Le debes respeto! ¡Incluso más tratándose de una mujer tan excepcional como ella!

—¡Las pelotas!—maldijo Sanemi lo suficientemente alto como para que ellas oyeran.

Masachika volvió a ahogar una exclamación con indignación.

Shinobu lo miró de reojo y puso su mejor cara de disgusto ante el vulgar vocabulario.

—¿Ellos siempre se hablan así?—preguntó Shinobu a su hermana.

—Sí…–admitió Kanae también dirigiendo una mirada a la pareja, aunque más humanitaria que la menor—. Es su modo de quererse.

Shinobu volvió a mirarlos justo para atestiguar otra magnífica patada de parte de Masachika en la mollera de Sanemi.

"Bueno…", pensó la muchacha volviendo la vista al frente. "Terminemos con esto…".

Masachika indicó la dirección, el nombre y colocó la estampilla en cada paquete que correspondía a cada miembro de su familia.

—Este es para mi mamá; éste para mi tía, este otro para mi hermano y para los mellizos, ¡ah!, y para mis hermanas…

Y así, la enorme familia de Masachika salió a relucir ante los tres otros cazadores.

Shinobu observó la cantidad de paquetes con los ojos llenos de asombro, hasta ahora pensaba que una familia grande era como la de ella.

—¡Y este…! ¿Uh?

Masachika levantó en sus brazos con un paquete sin remitente ni mensaje.

Masachika volvió a repasar mentalmente a cada miembro de su familia, pero no le faltó ninguno.

—¡Vaya, compré uno de más!—concluyó, luego husmeó el contenido—. ¡Ah, mira! ¡Es pastel de queso!

Los ojos de Kanae brillaron con emoción.

—¿Es rico?—preguntó con ilusión.

—No lo sé, nunca lo he probado.

Shinobu arrugó un poco la nariz. La idea de "queso" y "pastel" en el mismo plato no se le hacía apetecible en lo absoluto.

Masachika comenzó a examinar su alrededor y soltó una exclamación cuando encontró el sitio perfecto.

Masachika se sentó al lado de Kanae y de Sanemi, y al lado de Kanae, se sentó al pequeña Shinobu con una expresión irritada.

Masachika comenzó a repartir los trozos de pastel amarillo a cada uno.

—Yo estoy bien, gracias—lo detuvo Sanemi, llevándose sus propios dulces a la boca.

—¿No quieres, pequeña Shinobu?—preguntó Masachika.

Shinobu frunció el ceño ante las libertades que se tomó el chico con ella, solo porque se trataba de alguien menor que él.

—Estoy bien, no quiero.

—¿De verdad no quieres, Shinobu? ¡Este pastel es muy popular!—insistió su hermana—.

—No—contestó Shinobu con rotundidad—. La verdad es que "queso" y "pastel" no suena delicioso.

—¿No quieres probar? ¿Ni siquiera un poquito?—preguntó Masachika con una sonrisa.

—No.

—¿La mitad de un poquito?

—No.

—¿Un cuarto de un poquito?

—No…—Shinobu comenzaba a molestarse.

—¿Un octavo de-?

—¡Ya! ¡Voy a probar, qué molesto!

Kanae y Masachika celebraron con una exclamación y cortaron tres pedacitos.

Kanae tomó un pequeño trozo y se lo llevó inmediatamente a la boca.

—¡Delicioso!—sentenció la chica para luego continuar.

Masachika le siguió y Shinobu no se animó por las reacciones de los anteriores.

Con desgana se llevó un trozo de pastel a la boca igual que hizo su hermana y al saborearlo, sus ojos se abrieron desmesuradamente. La textura era esponjosa y el sabor hizo que su mandíbula entera temblara de gusto. Era fresco y con gusto a muchas frutas.

Miró el pedazo que le tocó con una adorable sonrisa, un poco ruborizada.

—¿Está rico?—preguntó Masachika.

Shinobu asintió con su orgullosa timidez y continuó comiendo.

Kanae se enterneció al ver el rostro de su hermanita y tuvo que contener las ganas de morderle las rubicundas y abultadas mejillas de Shinobu.

Kanae se volteó para ver a Shinazugawa.

—¿No quieres un poquito, Shinazugawa?—preguntó la chica.

—No—respondió mascando su dulce.

—¿Ni la mitad de un poqui-?

—Eso no va a funcionar conmigo—la cortó Sanemi sin mirarla.

—¿Y qué funciona contigo?—preguntó Kanae con interés—.

Sanemi se volteó para verla con recelo. Entre Kanae y él estaba Masachika, que también estaba atento a la respuesta.

Sanemi estaba más preocupado por Masachika que de Kanae por momentos, pero la mirada fija de dos pares de ojos brillantes y radiantes ponían nervioso a cualquiera.

Masachika levantó uno de sus pies y lo dejó caer con fuerza sobre el pie de Shinazugawa, haciéndolo gritar. En lo que su boca estaba abierta, Kanae aprovechó y metió su tenedor en la boca de Sanemi.

Kanae lo sacó con la punta vacía y el contenido se quedó dentro de la boca de Sanemi.

La textura esponjosa estaba deliciosa y fue un sabor fresco en su boca caliente por el té y los dulces ohagi.

—¿Cómo estaba?—preguntó ella.

—Terrible—mintió él mostrando los dientes, ligeramente ruborizado.

—Ow…—Kanae arqueó sus cejas con tristeza.

—¡Mentiroso!—Masachika le dio un palmetazo en la cabeza y luego lo agarró de las mejillas con una mano—. ¡A ver, escúpelo si te atreves!

Shinobu se estaba desternillando de la risa en su sitio y apenas podía tragar.

Sanemi no quería escupirlo. Además de estar delicioso, sería un desperdicio de comida.

Masachika apretó con más fuerza.

—¡Escúpelo!

Sanemi tragó, luego resopló como los caballos en la cara de Masachika tirando un poco de saliva.

Masachika se apartó con asco cerrando los ojos.

Kanae y Shinobu no podían dejar de reír. Tuvieron que apartar sus platos para poder sostenerse sus propios estómagos.

Sanemi se ruborizó y quedó rojo como un tomate, Masachika también enrojeció, pero no se notó tanto como a su compañero.

—Ay… ¡Son chicos muy divertidos!—dijo Kanae limpiándose una lagrimita traicionera.

"Lo que faltaba… Que esta pava se ría de mí", pensó Sanemi con los dientes apretados del disgusto.

Sanemi se quedó mirando en silencio en lo que terminaban de comer sus pasteles y dejó que Masachika llevara la conversación.

Él era un tipo que podía sacar conversación de casi cualquier cosa y hacerla interesante, una cualidad de la que a veces se sentía envidioso, pero ahí, en esas circunstancias, agradecía que él fuera capaz de hablar por diez personas y que no echaran de menos la presencia de Shinazugawa.

Se levantaron y limpiaron sus platos, pues ya era momento de despedirse.

Al parecer ambas partes debían partir en direcciones opuestas.

—¡Fue un placer compartir la tarde con usted, Superiora Kocho! ¡Y contigo, Shinobu!—dijo Masachika con una reverencia.

Shinobu asintió con la cabeza y Kanae se inclinó, así como su subalterno.

—¡Gracias por compartir su comida con nosotras! ¡Estaba delicioso!—agradeció Kanae.

Sanemi no dijo nada. Se quedó en su sitio con los brazos cruzados mientras miraba a otro lado.

—¡Oye!—lo llamó Shinobu repentinamente.

Sanemi la miró.

—¡Despídete!—le ordenó la menor apuntando a su hermana.

Una vena se hinchó en la sien de Sanemi.

—Adiós—dijo, luego se dio la vuelta.

Shinobu arrugó la nariz con disgusto, pero Kanae trató de tomarlo con optimismo.

—Me alegro de que hayan crecido y que hayan desarrollado sus técnicas. ¡Sigan haciéndose más fuertes!

—A lo mejor hasta se hacen pilares—Shinobu sonrió con astucia.

Shinazugawa puso los ojos en blanco.

—No quedara mucho para eso—dijo Masachika con una gran sonrisa—. Yo me convertiré en pilar y pelearé a su lado, Superiora Kocho. ¡Y el resto de los pilares también!—se apresuró a decir un poco ruborizado—. Así seré un cazador más fuerte y más útil para la organización.

—Lo importante es que mates demonios, el resto da igual—repuso Shinazugawa con seriedad.

—Eso es cierto—concedió Kanae, para sorpresa del mismo Sanemi—. Cada demonio que extermines es una ayuda. No desprecies el esfuerzo ni el trabajo que haces, Masachika. Los pilares y el patrón lo valoramos de todo corazón-

Los ojos de Kanae se abrieron desmesuradamente y se llevó ambas manos a la cabeza.

—¡LA REUNIÓN CON EL PATRÓN!—gritó escandalizada—. ¡VOY A LLEGAR TARDE!

—¡Hermana!—exclamó Shinobu con tono de reproche.

Kanae se inclinó una última vez y comenzó a correr. A medida que se alejaba les gritaba:

—¡Lamento mis modales, pero debo irme! ¡Adiós! ¡Cuídense! ¡No uses tu sangre, Shinazugawa! ¡Esfuérzate mucho, Masachika!

La chica levantó polvo mientras se iba y el viento no dejó rastro de ella cuando se fue.

Shinobu suspiró negando con la cabeza.

—Yo voy a seguirla—Shinobu hizo una reverencia hacia Masachika—. Gracias por la comida. Estuvo deliciosa.

—¿No quieres que te acompañemos, Shinobu?—preguntó Masachika—.

—No hará falta, sé cómo llegar.

Masachika no pudo evitar preocuparse y Shinazugawa le echó un vistazo hacia donde Kanae había emprendido carrera y se cercioró de que fuera, al menos, un sendero seguro para la chiquilla.

—Nos vemos—Shinobu se despidió con la mano.

—¡Ah, espera, Shinobu!—Masachika se apresuró a atajarla—. ¿No quieres el pastel?

—¡Oh, no, no!—Shinobu negó con la cabeza, en un signo de modestia y educación.

—¿En serio? De verdad, no me molesta que te lo quedes. ¡Pareció que te gustó mucho!

Shinobu vio la gran y radiante sonrisa de Masachika y pensó que era hermosa.

Shinobu desvió la mirada con un cosquilleo en la boca de su estómago y con un repentino corazón acelerado.

Shinobu lo vio de reojo, él la veía con paciencia y le extendió el pastel todavía en la caja.

La chica se sostuvo un brazo y preguntó con timidez:

—¿De verdad puedo quedármelo?

Masachika asintió alargando todavía más su sonrisa.

Shinobu le sonrió tal que una niña consentida y tomó el pastel sin esperar que él insistiera.

—¡Gracias!—cantó ella y se despidió con una mano de él.

Se fue canturreando por el mismo sendero que su hermana había salido corriendo.

Sanemi y Masachika se quedaron en silencio.

—No necesitas ser pilar—dijo Sanemi de repente—. Tú ya eres fuerte.

—¿Ah?—Masachika lo miró con los ojos bien abiertos.

—Nada. Vámonos.

Sanemi comenzó a caminar y dejó atrás a Masachika.

El superior vio la cabellera plateada que lo dejó atrás y sonrió, luego se apresuró a alcanzarlo.

Sanemi pensaba a veces cómo su orgullo le jugó en contra más veces de las que lo benefició.

Pero el orgullo tiene un efecto retroactivo. Cuando se es orgulloso, en el momento parece una buena idea. Parece buena idea e incluso innecesario guardarte cumplidos, guardarte abrazos, guárdate disculpas, entonces, solo cuando no hay nadie a quien hacerle cumplidos, darle abrazos y dedicarle unas disculpas, es cuando el orgullo pesa en el corazón.

Y lo que pudo costar el instante, duele para toda la vida.