Los pasillos eran eternos, largos, oscuros y sombríos, tal cual los describieron sus padres. Era algo irreal y fuera de este mundo que en pleno siglo XXI existiera en lugar así, en donde la magia y la ilusión aún eran posibles. Solo sus pasos y el sonido del péndulo de un reloj distante se escuchaba alrededor, mientras seres espectrales de otra dimensión atravesaban sus muros, helándoles la sangre con su agonía al pasar.
-Muy bien, señoritas- habló el guía y conserje de ese enorme lugar -El director Bradley las espera-
Detuvieron su andar delante de una enorme puerta color caoba labrada que las separaba del interior.
-Gracias, señor y que tenga buenas noches- inclinó la cabeza y se marchó, siendo iluminado por la farola en su mano -Ay, dioses benditos- suplicó a la nada juntando sus manos en esa triste plegaria -Guíen y protejan nuestras almas dentro de este lugar- sus ojos no se apartaban de ese oscuro techo.
-No hagas eso, Gaia- reprendió su hermana golpeando la puerta delante de sí -No creo que nos escuchen aquí, estamos en Dragma, el último lugar maldecido por ellos todos ellos-
Estaban perdiendo tiempo valioso rezándo a aquellos entes que jamás iban a escucharlas.
-Dea, no seas flasfema, tú sabes que...-
-Adelante- pronunció la voz de un hombre desde el interior y así lo hicieron -Las estaba esperando- indicó desde su sitio y sin levantarse, si quiera -¿Papeles?-
Ordenó, estirando un brazo para recibirlos y ojearlos con su único ojo visible. Era un hombre imponente, moreno, alto y demasiado tonificado para su edad. El director Bradley, uno de los mejores amigos de su padre desde niño y militar de la cabeza a los pies, era la persona indicada para manejar ese caótico lugar.
-Muy bien- los dejó sobre su escritorio después de unos minutos -Sean bienvenidas a Dragma- presionó un botón en el intercomunicador junto a él -Constance, ellas están aquí, llévalas a su habitación, díctales las normas a seguir y entrégales sus uniformes, gracias- levantó la mirada -Pueden retirarse-
-Sí, señor- respondieron las dos al unísono como los mejores soldados que podía tener -Gracias y buenas noches- siguieron sus propias huellas al salir.
-Bueno, Hanibal- atendió el teléfono al timbrar, girando sobre su silla para contemplar la luna -Sí, están aquí, acaban de llegar...- silencio -No te preocupes, aprenderán cuál es su lugar en el mundo de ahora en adelante- rió perverso - Adiós, amigo-
Colgó, mirando a la nada con una pequeña sonrisa en sus labios. El placer de torturar y corregir a jóvenes rebeldes y calamitosos, era un regalo divino de los dioses entregado en sus propias manos.
-Todo el mundo se levanta con el sol a las seis de la mañana, sin excusas y omisiones, para asear y ordenar sus cuartos- pronunció la mujer, caminando delante de ellas con un enorme manojo de llaves -Las clases comienzan a las ocho, después del desayuno de las siete- solo la escuchaban, ya que no estaban de ánimos para pronunciar palabra -No se permiten teléfonos celulares, objetos personales o artilugios tecnológico del mundo exterior- en sus pequeños equipajes no cabían más que sus pijamas y un par de libros viejos -Tampoco se permite circular por los pasillos a deshoras de noche, ingresar a otras cosas o formar vínculos amorosos dentro de la institución- aclaró obvia, al detenerse y analizarlas de pies a cabeza, eran adolescentes muy mal vestidas y por demás reveladoras, no había duda de eso -¿Comprendieron?- asintieron mudas -Bien, aquí es su habitación- ingresó la llave de una pequeña puerta y giró el pomo para poder abrirla -Como estamos cortos de espacio, van a tener que compartir en este sector de la escuela, hasta que alguno alumnos deserte o muera- sonrió con toda la naturalidad del mundo al decir aquello -¿Preguntas?- negaron a la vez de manera mecánica y autómata -Bien, mañana después del desayuno pasen por mi oficina para sus respectivos horarios y ubicaciones de casas- les dio paso -Buenas noches-
La vieron marchar en la penumbra de aquella noche evitando respirar, si lo hacían, seguramente se enfadaría y no querían que sucediera.
-Escalofriante- cerró y exhaló aire, al fin -¿Qué quiso decir con eso de que algún alumno deserte o muera?-
-Bueno, esto es Dragma- se arrojó a la cama más cercana, para hundirse en ella si era posible -Es un territorio de guerra y muerte...- llevó una mano detrás de su nuca, completamente, desinteresada -Se supone que en este lugar nos entrenan para eso, ¿No?-
-Si, cierto...- hizo lo mismo que ella, estaba exhausta -Esto no es Hara-
Miró alrededor, era un lugar lúgubre y desconocido para su persona, todo parecía viajo y perteneciente a muchos siglos atrás.
-Esta vez, papá se pasó con su castigo, ¿No crees, Dea?-
Tenía ganas de llorar, pero no lo haría, no tenía caso hacerlo. Estaban muy lejos de casa y derramar lágrimas, no serviría de nada.
-Lo tenemos merecido después de lo que hicimos, Gaia o mejor dicho, por lo que hice- giró sobre si misma dándole la espalda, no quería mirarla porque también lloraría -Este lugar es de mata o muere, sólo piensa en eso- guardó silencio un momento -No permitas que nadie te haga daño y todo estará bien, ¿Sí?- movió su cabeza en afirmación sin que pudiera verla -Tenemos que sobrevivir hasta fin de año y regresaremos a Hara, lo prometo-
-Lo haré, no te preocupes- se cubrió hasta el cuello con una frazada para poder dormir, ya era muy tarde -Hasta mañana, hermanita-
-Duerme bien-
Cerraron sus ojos y se introdujeron al mundo de los sueños para poder descansar. Solo esperaban, muy en el fondo de sus almas, que los rayos de sol revelaran un nuevo amanecer en todos sus aspectos y horizontes.
Amaneció, el alba llegó muy pronto y el bullicio de la juventud podía oírse en cada pequeño rincón que las rodeaba.
-¿Quieres desayunar?-
Preguntó, antes de abrir la puerta que las sacaría de la habitación.
-No, mi estómago está repleto de mariposas vomitando, paso- tocó su estómago y se observó por última vez al espejo -¿Por qué mi uniforme es verde y el tuyo azúl, Gaia?-
-No lo sé, será algo de las casas o no sé, ya lo averiguáremos- ató un pañuelo como una cintillo al rededor de su cabeza -Pero me gusta, es bastante lindo- acomodó la falda plisada que le llegaba hasta los muslos.
-Si, es muy bonito- guardó el pendiente con forma de lágrima rosada debajo de la camisa que cubría con un pequeño chaleco alrededor de su torzo -Bien, vamos a ver a la secretaria y empecemos con esto- aplaudió para darse ánimos -¿Por qué hice eso?- preguntó extrañada y mirando sus manos -Este lugar ya está cambiándome, vámonos-
Caminaron rápidamente y sin ser vistas, hasta llegar con Constante. El peor castigo de su padre había comenzado y ya no podían hacer nada para regresar el tiempo atrás. La suerte estaba echada y sólo debían enfrentarla.
