El imperio de Dragma, un enorme y bastó territorio emergiendo desde las sombras, después del Ragnarok, la guerra de los cien años que casi acabó y devastó a la humanidad. Constituido por ocho países distribuidos armoniosamente por aquella basta tierra y bajo los nombres de Hara, Cirse, Eurugo, Acadia, Rigveda, Nívea, Unrha y la capital con el mismo nombre, Dragma, la Tierra de los Dragones. El emperador era un hombre justo, noble y generoso, por otro lado, sus nobles, vasallos y criados, dejaban mucho que desear. Un imperio tan grande, era difícil de controlar por las constantes guerras territoriales que se producían. Por suerte y gracias a la procedencia divina, contaba con un enorme ejército para sosegar aquello.

-¿Esto es Dragma, líder?-

Cuestionó uno de sus soldados a paso de hombre junto a él. Era un hombre imponente y enorme, de gran contextura física, producto de un duro entrenamiento en batalla. Poseía ojos de un color impresionante, verde esmeralda, agudos y peligrosos, como los de un animal. Cabello indomable y tan oscuro como el grano de café más puro, cosechado en las tierras de Unrha, al igual que él. Era el héroe del pueblo, "El asesino de Dragones".

-¡Tu pregunta es tan estúpida que ofende, tarado!-

Otro de ellos lo golpeó en la cabeza con fuerza, ya que su líder, no tuvo ánimos de responder a tal obviedad.

-¡Yo nunca estuve aquí, Dylan!- le devolvió el golpe -¡Soy de Unrha, al igual que él!- no paraban de empujarse el uno al otro -¡Deja de joderme como siempre lo haces!-

Entre ellos existía una extraña maldición gitana, que sino discutían una vez al día, ambos morirían de una extraña enfermedad al día siguiente o al menos, eso les había dicho el mago más virtuoso de esas tierras, el príncipe de Dragma.

-¡Ya basta los dos!- habló al fin el hombre sobre el caballo, su voz era pétrea y ronca, incitaba al temor -¡Y no se atrevan a responder porque los destriparé!- se paralizaron en su sitio cuando intentaron desenfundar espadas -¡Y tampoco rebuznen porque los mataré, maldita sea!- devolvió sus ojos al frente -¿¡Quedó claro!?- no tuvieron la osadía de contestar -¡Muy bien, sigamos!- siguieron camino.

-Puedes calmarte, Keilot- habló sarcástico el mago a su lado, que llevaba un enorme cayado en mano y que también iba sobre una montura -Hace tres años que no regreso a casa y quiero pasarla bien-

-Te juro que la mataré cuando la tenga en frente- murmuró y espoleó a su caballo para acelerar el paso -Es mi esposa, nuestro matrimonio fue consumado en la primera noche y no fue mi culpa irme en batalla a la mañana siguiente- suspiró fuerte -Yo no lo elegí, Lai y ella tampoco, pero ya está hecho- no sabía que hacer con su furia -Así no nos guste a ninguno de los dos, es un voto sagrado e irrompible, ante todos los mortales y los dioses-

Las únicas razones que tenía de su esposa en los últimos tres años, es que había rechazado la orden de viajar a su tierra natal para vivir en su finca, como la señora de la casa.

-Lo repito, cálmate y aplaca tu ímpetu-

Los pobladores hacían reverencias a su paso y arrojaban flores al camino. El heredero había regresado y los caballeros de Eragon le seguían el paso. Era un hombre justo, con enormes valores al igual que su padre, un ser celestial, versado en la magia y la hechicería, con enormes ojos azul cielo y el cabello negro distribuido en largos mechones, que cubrían parcialmente su rostro del lado derecho. Musculoso, ágil y vivas, extremadamente viril y poderoso, pero con una enorme dificultad para entablar conversación con las mujeres y en especial, con la aprendiz de chamán que albergaba el castillo de su padre y que desde que la conoció, hace tres años atrás, no pudo apartar de su mente.

-Gaia es una rebelde sin causa, le encanta ser libre y obligarla al casarse contigo, fue el peor error que pudieron haber hecho sus padres para enderezar su camino- atravesaron el puente levadizo después de que dieron aviso de su presencia -Pero como dices tú, es irrevocable y solo me queda decir, buena suerte, hermano- una enorme carcajada brotó de su garganta -Lo único que espero, es que su hermana me recuerde y nada más- miró la torre en donde suponía ella estaba.

-Solo te vio una vez, ¿Creés qué te recordará?- sonrió cínico -Eres tan patético como yo-

Desmontó de un salto sin darle tiempo a contestar e ingresó al recibidor a paso firme ignorando por completo a la servidumbre que les daba la bienvenida.

-¿Dónde está el Rey?- exigió saber al jefe de cuadra y evitando formalismo alguno.

-En el salón de trono esperándolos, Lord Helsing- caminó hasta allí con el mismo paso anterior.

-¡Tío Rocks!- abrió las enormes puertas de caoba labrada de par en par -¿¡Dónde está mi esposa!?-

Era el Rey, en otras palabras, el Emperador quién se encontraba frente a él, importándole un comino su falta de cortesía y tacto, exigiéndole una respuesta a su pregunta.

-A mí también me da un enorme gusto volver a verte, Keilot- se incorporó de su trono, para dirigirse hasta él a paso glacial -Hace tres años que salieron de expedición, para aniquilar el nido de los dragones de Erhan e ingresas al castillo como un vendaval embravecido y levantando así la voz- enfrentó sus ojos -¿¡Quién demonios te creés que eres!?- le gritó a la cara.

-Sabes bien quién soy y déjate de juegos-

Inclinó la cabeza hacia atrás para alejarse un poco. Era su tío por parte de madre y a pesar de su posición como el legítimo monarca de ese reino, no le tenía respeto alguno. Él lo había lo alejado de la humilde vida que su padre le ofrecía en las tierras del sur cuando su madre murió, junto con su pequeña hermana recién nacida después del parto. Lo crió como a un hijo, lo amó y educó, le dio todo lo que tenía y más, a los dieciocho años lo nombró caballero, pero jamás le perdonaría el haberlo alejado de los fuertes brazos de su padre, un triste herrero, que murió en la miseria y la desdicha cuando eso ocurrió.

-¿Dónde está Gaia?-

-No lo sé- dio unos pasos atrás -Según su hermana, salió al pueblo en la mañana y aún no ha regresado- volvió a su lugar -Después de la bienvenida a los caballeros, puedes ir a buscarla, si quieres-

-¿¡Dejaste que mi esposa saliera sola de aquí!?- señaló a la salida -¡Está anocheciendo y no puede vagabundear por ahí sin protección!-

-Esa mujer es indomable y una completa salvaje, nadie le hará daño- pronunció con tal desagrado, que le corroía las entrañas -Ningun ser humano puede lidiar con ella, ni siquiera tú, que apenas la conoces- lo señaló con una mano extendida -Prefiero tenerla lejos, antes de que destruya este lugar con uno de sus tantos arranques de furia y que nos vuelven locos a todos-

-¡No voy a permitir que le faltes el respeto en mi presencia!- advirtió con los dientes apretados y llevando una mano a la empuñadura de su espada -¡Es mi esposa y tú accediste a que contrajera nupcias conmigo! ¡No comprendo porque la odias!- no respondió, no iba a caer en una riña de palabras por ella.

-Sí tú quieres, como Rey y Emperador, puedo anularlo- no se dejó intimidar en lo más mínimo -Y quita tu mano de esa espada, Keilot- sonrió con tanta hipocresía que deseaba arrancarle la cabeza de cuajo -¿O sigues creyendo que te tengo miedo?- dio un paso al frente para cumplir con su amenaza.

-¡A penas acabamos de llegar y ya están peleando!- exclamó desde el umbral de la puerta -¡Por todos los dioses!- la furia en su mirada, los congeló -¡Han pasado tres años y aún siguen con la misma actitud!- tomó posición en medio de ellos -¡Les juro que le contaré a madre sobre esto y en ese momento, no habrá quién los salve! ¡Se los prometo!- los apuntó con su dedo de uno a otro -¡Así qué, sino se disculpan, lo haré!-

Mascullaron algo ininteligible entre dientes, frotaron sus ojos, sus cabellos, sus rastros y por último, estrecharon sus manos en signo de paz.

-Así me gusta-

Los felicitó palmeando sus hombros con muchísima burla, le tenían terror a su madre y esposa, más bien, a la señora Reina.

-Ahora sí, padre- se dieron un enorme abrazo -Regresé a casa-

Dragma era inmenso, una ciudad cosmopolita con todas las letras, una gran metrópolis y el centro de la misma, era alegre y muy colorido, gracias a los mandatos de su justo Rey que mostraba la elegiría de su pueblo al mundo.

-¿Le puedo leer la suerte, hermosa jovencita?-

Estiró una mano envuelta en baratijas y joyas extrañas a una pequeña joven de unos quince años.

-¿Puede, padre?- preguntó con ilusión al hombre que la acompañaba.

-¿Cuánto es, gitana?-

Extrajo una moneda de su bolsa, esperaba que fuera más que suficiente.

-Nada, señor- sonrió, encantándolo con sus hipnóticos ojos avellana y esbelta figura -Dame tu mano, niña- obedeció enseñando su palma -Hay algo muy hermoso en tu destino...- leía las líneas de su mano como le había enseñado su hermana -Estás enamorada, ¿Verdad?- enrojeció hasta las orejas -Pero no es un príncipe o un vasallo, no...- levantó la mirada -Es un caballero de Eragon-

-¿De qué estás hablando, mujer?- quiso saber el hombre con ellas.

-¡Padre!- reclamó su hija, avergonzada -¿Es Dylan? ¿Regresó a casa, gitana?- sus ojos brillaron de solo imagirlo.

-Silencio, cariño y mi nombre es Gaia- la mandó a callar, sutilmente, no la dejaba concentrarse -Ve a la bienvenida de los caballeros hoy, mi niña...- bajó su mano, despacio -En ese lugar, se reencontrarán- sonrió segura de si misma y de todo lo dicho -Gracias por prestarme su tiempo- hizo una reverencia y emprendió su andar.

-¡Señorita Gaia, espere!- la joven la detuvo -¡Por favor, acepte esto!-

Extendió una pequeña moneda de plata para que la tomara.

-Gracias, pero no la quiero, niña-

-Mi nombre es Valery y me encantaría que la acepte, por favor-

-No es necesario, en serio- acomodo su falda fingiendo indiferencia -Pero puedes dársela a él- apuntó a un juglar que se preparaba para cantar -Es mi amigo y la aceptará con gusto-

-Bien- caminó hasta el hombre y la dejó en su saco -Gracias- regresó hasta su padre tan feliz como una niña de seis años.

-Te he dicho que no hagas eso, Gaia- reclamó su amigo observando la moneda, impávido -¡Es una lira!- estaba frenético -¡Nunca había visto una lira!-

La guardó en su bolsillo para no perderla, era muy valiosa como para dejarla a la vista.

-De nada, Yue- tomó asiento en un pequeño cajón a su lado, se sentía tan mal -Él regresó- murmuró, molesta -Solo espero que me de el divorcio después de tres años y no volver a verlo jamás-

Era su más preciado anhelo, recuperar su libertad.

-Sería lo justo, ¿No?- afinó su laúd con destreza mientras conversaban -Los rumores deben ser ciertos, dicen que la hija del duque de Nívea es hermosa, muy hábil con la espada y una virtuosa maga, nada que ver a ti- la apuntó con asco y burla.

-Lo sé- su sonrisa era magnánima -Por esa razón, estoy segura de que me divorciaré- estiró su cuerpo y bajó de donde estaba -Bien- aplaudió con entusiasmo -Comencemos- él empezó a tocar.

Esa torre era infinita, tan eterna como el candor que sentía por ella y así le constara las últimas fuerzas que tenía, iba llegar hasta el final para poder verla. La bienvenida había terminado hace un par de horas y ahora, solo tenía el deseo de encontrarla. Jamás pudo olvidarla, su sonrisa lo iluminaba todo, era como un pequeño torbellino alegre y mágico que llenaba de ilusión a los que tenía cerca, como también los hechizaba con sus hermosos y brillantes ojos razgados. Era bella, muy bella, algo jamás visto por esos lares, una preciosa y exótica flor que solo el país de Hara podía cultivar. Ella era Dea Fleming.

Golpeó la puerta frente a su nariz, con un nervioso impropio de un príncipe, era algo palpable, pero igual esperó a que le dieran paso.

-¡Adelante!-

Indicó su tintineante voz desde el interior, para después exhalar una risa, ¿Qué estaba pasando allí dentro? ¿Estaría acompañada de alguien más? Iba a averiguarlo ni bien pusiera un pie dentro.

-¡Madame Symza!-

Reía con toda el alma, mirando un espejo en donde se proyectaban diversas imágenes confusas y sin voltear siquiera, era algo muy entretenido, según podía ver.

-¡No sabe lo que acaba de suceder en el centro con Gaia!- su cuerpo se convulsionaba de tanto reír -¡Resulta que...!- volteó al fin y se petrificó -¡Principe!- gritó asustada, jamás esperó volver a verlo allí -¡Lo siento! ¡Lo siento!- hizo una absurda reverencia producto de los nervios -¡No quise faltarle el respeto, príncipe!- él levantó un dedo, abrió la boca, pero no salió nada de allí -¡Le juro que creí que era Madame Symza! ¡Lo lamento!-

Levantó la cabeza y lo miró por un largo tiempo en silencio, esperando a que hablara, pero seguía sin pronunciar palabra. No podía hacerlo, ella lo paralizaba.

-¿En qué puedo servirle después de tanto tiempo?-

Apartó un rizo del rostro un poco más recompuesta y después de ver su perplejidad.

-¿Busca a Madame Symza?- negó rápidamente y mudo como estaba -Entonces, ¿Me busca a mí?- asintió de la misma manera y con sus ojos enormes -Bien, lo escucho-

Esperó una vez más y él volvió a levantar un dedo pidiendo un minuto, para desatar la pequeña bolsa que llevaba en su cinturón y entregársela en un movimiento torpe.

-¿Es para mí?- la sostuvo con ambas manos mirándola con curiosidad -¿La puedo abrir?- volvió a afirmar -Bien- encaminó sus pies hacia una pequeña mesa para observar el contenido -Veamos que hay aquí- la volteó con cuidado y quedó impactada -Esto es...- no encontraba las palabras justas en su mente para describir aquello -Esto es... Maravilloso- pequeñas joyas, gemas extrañas, cadenas de oro y plata se dislumbraban frente sus ojos -Y demasiado, no puedo aceptarlo por nada el mundo-

Comenzó a recolectar ese pequeño tesoro para poder guardarlo y devolvérselo.

-Por... Por favor- sus palabras salieron ahogada y acomodó su voz para poder continuar -Por favor, conservalo- fue más fácil de lo que imaginó -Te lo suplico, es para ti-

La miraba a los ojos para que comprobara su sinceridad. No podía rechazarlo, cualquier persona en el mundo podía hacerlo, pero ella no, lo destruiría.

-¿Está suplicándome? ¿El príncipe de Dragma está suplicándome a mí? ¿A una simple chamana?- no dijo nada, volvió a enmudecer -¡Hábleme!-

Ordenó desafiante y de brazos cruzados con la pequeña bolsa en mano, convirtiéndolo en su esclavo.

-Te... Te... A...aaamm- tartamudeó como un idiota -Te aamm- tragó pesado -En... En... Te... Guustaa- su lengua y su mente, lo traicionaron vilmente.

-¡Basta!- levantó una mano y lo acalló -¡Miremé!- aferró su rostro con ambas manos acercándolo a ella -Respire hondo...- inhaló profundo e hinchando su enorme pecho cuando lo hizo -Ahora, exhale...- expulsó todo el aire que llevaba dentro -Muy bien- sonrió satisfecha -Otra vez- realizó una vez más el mismo procedimiento y se tranquilizó -¿Mejor?-

Le apartó un mechón de cabello que caía sobre su rostro. Era un hombre hermoso, pero inalcanzable.

-Sí, gracias- le aferró su mano para acercarla a su mejilla, era la primera vez que percibía el tacto de su cálida y tersa piel -Me es muy difícil hablar contigo, me paraliza-

-No es la primera vez que lo escucho- soltó una pequeña risa que lo embelesó por completo -Ahora, que ya podemos hablar con normalidad...- seguían en la misma posición de antes -Quiero decirle que, me siento halagada por tan hermoso regalo pero, no puedo aceptarlo, es demasiado-

-Casate conmigo- fue lo único que salió de su boca después de oírla.

-¿Qué?- la consternación en su ser no se comparaba con nada.

-Hace tres años que estoy pensando en ti y desde la primera vez que te ví, no puedo apartarte de aquí- señaló su propia cabeza con un dedo -Y mucho menos de aquí- llevó una mano a su corazón.

-Ni siquiera me conoce- refutó, apartándose.

-Eso a mí no me importa- unió sus manos con fuerza -Tendremos toda la vida para conocernos y me harías el hombre más feliz del mundo si me dices que sí- ahora la enmudecida, era ella -Te daré todo lo que me pidas, pondré el mundo a tus pies y jamás escucharás un no de mí, lo juro-

-Usted esta...- la puerta fue azotada con fuerza, irrumpiendo todo momento -Gracias dioses-

Susurró por lo bajo al separarse de golpe y mirar atónita a los recién llegados.

-¿¡Quieres dejarme en paz!?- lo apartó de un empujón sin lograr nada -¿¡Quién diablos te crees que eres!?- le gritó con toda el alma.

-¡Soy tu esposo! ¡Tu esposo!- la tomó de un brazo y la sacudió -¡Y te irás conmigo a Unrha en este mismo instante!-

-¡Sueltame!- apartó su brazo de un tirón -¡Tú no me dices que hacer! ¡No eres mi dueño!- estaba histérica.

-¡Soy tu esposo desde hace tres años!- la aferró de los brazos con ambas manos -¡Soy tu maldito esposo! ¡Y debes respetarme!- repitió, quería estrangularla -¡Y no voy a permitir, que circules por el pueblo vestida como una cualquiera y pidas limosna como una vagabunda! ¿¡Comprendes!?- volvió a sacurdirla -¡Acabas de ponerme en vergüenza ante todos y de la peor manera que podrías haberlo hecho, Gaia!- cerró sus ojos esperando un próximo golpe, que jamás llegó -¡No lo voy a permitir! ¡Esto no volverá a pasar! ¡Se terminó!- ultimátum.

-Sueltame- suplicó en un sollozo y antes de romperse en lágrimas -Sueltame- dijo una vez más y se rompió, cubriendo sus ojos cuando la soltó -Te fuiste de aquí sin decirme adiós y ahora regresas después de tantos años.. - su llanto era agónico -Y lo primero que haces es gritarme- descubrió su mirada hecha un mar de lágrimas -¡Y yo no sé que hacer!-

La abrazó, fue lo primero que cruzó por su mente después de verla en ese estado que le destrozó el corazón, mientras las otras dos personas presentes en el lugar, los dejaban solos en completo silencio.

-No llores- besó su coronilla al tenerla entre sus brazos -No llores, por favor, bonita- la cargó en con cuidado para sentarla en su regazo sobre el alféizar de la ventana -Lo siento, me volví loco al encontrarte en el centro de la ciudad, mendigando como si lo necesitaras y perdí la cabeza- le apartó el cabello para encontrar su mirada -Te juro que quería quedarme contigo hace tres años...- besó su mejilla con fuerza, no podía creer que la tenía en frente -Te lo juro, fue muy difícil para mí levarme de esa cama y dejarte atrás, creeme- acarició su rostro como si fuera a romperse -Decirte adiós me hubiera destrozado-

-¿Por qué estás diciéndome eso?-

No entendía nada, se suponía que su situación iba en sentido contrario.

-Porque eres mi esposa y yo soy un caballero, es un voto muy importante el que nos une- llevó su pequeña mano hacia sus labios para regarle un pequeño beso -¿No crees?-

Descansó su mejilla en ella, adornándola con sus bellos ojos verde esmeralda.

-Pero...- agudizó la vista, se sentía tan perdida que no sabía que decir -Pero, ¿No se supone que te divorciarás de mí?- lo dijo al fin.

-¿¡Quieres divorciarte!?- la aferró de los hombros, cuando su furia, volvió a surgir.

-No, es solo que...- suspiró fuerte y tiró de su cabello sintiéndose una tonta -Tengo algo que contarte-

Comenzó a narrar todos los hechos, rumores y secretos que corrían por la calle de Dragma en estos últimos tres años.

-Lamento que haya presenciado algo tan horrible e impropio, principe- su vista estaba fija al frente -Me siento muy avergonzada con usted-

La vergüenza ajena que sentía en ese momento, era enorme y no se atrevía a mirarlo a la cara ni un mísero instante. Cuando tuviera la oportunidad, hablaría con su hermana y si el tiempo permitía, también la mataría, eso era seguro.

-Lai-

Dijo él y sin apartarle la mirada. Era preciosa y ese vestido carmesí con delicados bordados en diversos tonos dorados, la mostraba como una diosa ante el mundo de los mortales. Era increíble como podía ser tan perfecta y humilde sin esforzarse en nada.

-Mi nombre es Lai y me gustaría que pudieras llamarme así, Dea-

-No es propio, usted es el príncipe y yo...-

-Y tú...- la tomó de la cintura arrastrándola a la oscuridad -Serás mi futura esposa, mi preciosa chamana, te lo puedo asegurar-

La besó en los labios con tanto anhelo y pasión que ella se derritió ante su tacto, se hizo agua y casi intangible ante él. Nunca la habían besado así antes y nunca nadie jamás lo haría, se había entregado completamente a su irresistible presencia.

-Príncipe...- susurró mortificada al separarse -Yo... Yo...-

-Ven conmigo-

Miró a ambos lados de ese extenso jardín en donde el crepúsculo anunciaba las últimas horas del día y encontrándose completamente solos, antes de huir de allí.

-No voy a permitir que vuelvas a rechazarme nunca más- ingresaron por una puerta oculta y subieron peldaño tras peldaño de esa enorme escalera hasta su alcoba -Soy el príncipe, sí- cerró la puerta al entrar -El hijo del emperador...- besó sus labios de nuevo al empujarla contra una pared -Tengo todo lo que quiero, aunque jamás lo he pedido- arrojó por su cabeza la túnica que llevaba, para poder quitársela -Pero lo que más anhelo en este mundo, es a ti-

Depositó besos en su barbilla, cuello, clavícula, descendiendo lentamente hasta sus pechos y quedando de rodillas ante ella.

-Por favor...- la miró desde abajo con sus ojos glaciales -Solo mírame, estoy suplicándo a que seas mía y te entregues a mí- aferró una de sus manos y escondió su frente en ella al agachar la mirada -No voy a obligarte a hacer nada que no quieras, jamás lo haría, pero necesito de ti y quiero que lo entiendas-

Levantó el rostro para encontrarse con el suyo, ella temblaba sin control, estaba aterrada, pero el hombre a sus pies le ofrecía el mundo que jamás podía tener y sin pedirle nada, solo que lo amara.

-Príncipe...- no podía contenerlo, no podía dejar de temblar -Lai- escuchar su nombre salir de su boca, lo enardeció, todavía más -Yo...- pensó un largo tiempo en ello -Yo...- se incorporó para poder escucharla -Yo no sé que pensar o que decir, es muy...-

No pudo seguir, unió sus labios en otro beso que le hizo perder la compostura. No había marcha atrás, así los llevara a la muerte, sería suya esa noche.

-Te amaré hasta muerte- juró desvistiendola entre una lluvia de besos -Te amaré tanto, que pedirás clemencia al sol para que llegue el día- la contempló íntegra, ya que sus pechos estaban desnudos y solo la ropa interior en la parte baja cubría su decencia -Eres precisosa- ahuecó su mano sobre uno de ellos -Me vuelves loco- tomó el otro con sus labios y ella arqueó la espalda, disfrutándolo -Quiero entrar en ti y perderme en todo lo que eres- frotó la entrepierna en su abdomen -Eso que sientes- mordió su cuello como un animal hambriento y lo mismo hizo con toda la carne que podía tocar -Es lo que provocas en mí-

Era firme, grande y duro, ¿Cómo algo de ese tamaño iba a entrar en ella? La cargó en sus brazos, la arrojó a la cama y no supo más de sí, hasta el alba.

-Me encanta que seas tan estrecha, amor- la embestía con cuidado de no aplastarla -No lo recordaba- ella se estremeció debajo -Tranquila- dejó de moverse, ya que se veía incomoda y adolorida -Abre los ojos- obedeció al percibir una mano en su mejilla -Miranos- bajó la mirada a donde él indicó -Estamos unidos- volvió a embestirla y tembló de placer junto con una brutal agonía -¡Abre los ojos!- exigió, apretó sus mejillas con una mano y la obligó a mirarlos -¡Quiero que mires como estamos unidos y...Uuuufff!- su voz se rompió antes de perder el juicio -Tengo sed y hambre de ti, bonita- siguió embistiendola mientras ella no era consciente ni de su propio nombre -Abre los ojos...- suplicó, devorando sus labios y recorriendo toda su boca con la lengua -Abre los ojos y di mi nombre- ordenó.

-Kei...- hiperventilaba -Keilot- susurró bajito.

-Dilo de nuevo- pasó la lengua por uno sus endurecidos y carmín pezones -Di mi nombre-

-Keilot- pronunció un poco más audible.

-Otra vez- no dejaba de moverse.

-Keilot- llevó una mano a sus pectorales para tocar las gotas de sudor que había en ellos -Keilot, por favor...- suplicó cuando la sentó ahorcadas sobre él, por mero impulso -No puedo más- habían estado haciendo el amor por horas y horas, era un ser insaciable -No resisto- sentía que iba a desmayarse en cualquier momento -Por favor, para-

-Un poco más- la deslizó lentamente sobre su miembro -¡Mujer!- exclamó ronco y a voz en grito -¡Vas a matarme!- la movía con cuidado de arriba abajo -Di mi nombre una vez más y te prometo...- succionó uno de sus pechos, urgido -Que te dejaré en paz-

-Keilot-

Fue lo último que salió de sus labios, después de ser llenada por él y caer en la oscuridad.