El sol rayaba al alba, el horizonte comenzaba aclarar y él, con su mirada azul cielo, opacada por un pálido verde en su interior, no dejaba de contemplarla desde que la luna dejó su lugar en el firmamento, pero había llegado el momento de abandonar el reino de Morfeo y despertarla.

-Dea- escuchó en la lejanía de su conciencia -Dea... Mi amor...- podía sentir como acariciaba el punte de su nariz -Preciosa...Abre los ojos- se encontraba sobre la cama boca abajo y muerta de sueño, la noche había sido intensa y muy placentera -Por favor, dulzura- se posiciono sobre ella -Tenemos que tomar un baño, así te acompaño a tu alcoba antes del amanecer- besó su mejilla y como no hubo respuesta, la destapó completa -¡Maldición! ¡No es cierto!- abrió los ojos de golpe al escuchar su improperio.

-¿¡Qué!? ¿¡Qué!?- gritó sin entender nada -¿¡Qué ocurre!?-

Cubrió su cuerpo desnudo y miró alrededor, buscando a cualquier intruso posible.

-¡Eras doncella!- señaló las sabanas manchadas de rojo carmín -¿¡Por qué no me dijiste que eras doncella!?- se veía pálido y perturbado.

-Es que, no lo sé, no creí que fuera importante-

Su reacción la descolocó, jamás imaginó que él desconocía su estado de castidad y se sintió por demás ultrajada, cubriéndose hasta el cuello para ocultar la vergüenza. Llegó al castillo junto con su hermana hace tres años y nunca tuvo pretendientes o propuestas de matrimonio, era obvio que jamás había compartido intimidad con un hombre.

-Por todos los dioses, Dea- se dejó caer a plomo sobre la cama -Me siento muy mal, eras doncella y yo fui muy duro contigo anoche, tendría que haberlo sabido- cubrió su rostro al sentirse un patán -Te hice cosas que no tendría que haber hecho, ni siquiera, en el mundo civilizado- no podía mirarla a la cara -Soy un miserable y lamento haberte lastimado tanto- la abrazó por impulso y la sentó en sus piernas para darle consuelo, meciendola de un lado a otro -Lo lamento-

Besó su sien aferrando su cabello con una mano. La amó como había prometido, hasta la muerte, pero había cruzado un enorme límite.

-No estoy quejándome- lo palmeó con una mano sin saber que más hacer, no era asidua a los abrazos -Sinceramente, aunque fue doloroso, lo disfrute y mucho- guardaron silencio y ella divagó en su mente por un largo tiempo -¿En serio pensaste que aún no era virgen?-

Lo miró a la cara buscando una respuesta. Era algo inadmisible, pero quería saberlo.

-Es que...- la apartó un poco para admirarla -Eres preciosa, con más de veinte años, soltera y puedes tener a cualquier hombre que desees con solo chasquear los dedos- no dijo nada, se veía molesta, su ceño fruncido lo decía -¿Te sientes ofendida por lo que dije?- le aterraba su rechazo o un posible enfado.

-No, estoy consternada, en realidad- le dió un manotazo cuando quiso mirarle los senos -Según mi padre, Gaia era promiscua y descara de las dos, como cambian las cosas a lo largo de los años- hizo un gesto raro con el rostro -De hecho, la denigró hasta el día de su boda-

-¿Por qué tu padre nunca la quiso?-

La cargó en sus brazos, abrió con el pie la puerta del sanitario y la depósito con delicadeza sobre la enorme tina que los esperaba.

-Porque no tiene maná, como mi madre, Aslan o yo, es una simple mortal- su oasre dijo esas mismas palabras tantas veces, que las sabía de memoria -Como cualquier pueblerino de este imperio y no puede ser inmune a la magia o hechicería, como nosotros- abrió el grifo de agua tibia para relajar todos los músculos entumidos de su cuerpo -Por esa razón, jamás la quiso, además de que mi padre es alguien muy difícil con quién vivir-

-Comprendo, a ti te adora, eso lo veo- se colocó detrás para lavar su largo cabello -Y te admira, es tu hermana y aunque son prácticamente idénticas, te quiere mucho, a pesar de las diferencias que hace tu padre con ustedes dos- enjugó su cabeza y ella chilló.

-¡Mis ojos! ¡Mis ojos!- movía las manos delante de su cara como si eso mitigara el dolor -¡Me arden!-

-¡Lo siento, preciosa! ¡Lo siento!- le arrojó agua de sopetón para poder ayudarla -Lo siento- mordió sus labios y no pudo contenerlo, estalló a carcajadas -¡Pareces un perrito mojado!- limpió su rostro con una bata de fino lienso -Lo lamento- besó sus labios cuando hizo un tierno mohín -Pero eres adorable, jamás imaginé que sin ropa, serías tan pequeña y frágil-

La adoró con la mirada y enjabonandola de la cabeza a los pies, no pudo apreciar eso de ella la noche anterior.

-Lo sé, soy una escuálida- cubrió sus pequeños pechos, avergonzada -Gaia no tendrá potencial mágico, pero al menos, tiene buenas curvas-

Renegó. No estaba disgustada con su cuerpo, pero le gustaría tener un poco más que ofrecer.

-Eso a Keilot lo vuelve loco- la incitó a que le levara el cabello -En los últimos tres años, alardeó con todo el mundo, lo esbelta y agraciada que era su bonita esposa- apartó la espuma de sus ojos -Textuales palabras- rió por lo bajo y negando de un lado a otro -Y a partir de hoy, le diré al mundo lo preciosa que será la mía- la acercó a él con un brazo -Serás la princesa de Dragma- besó su cuello, sediento por cada gota que cubría su piel -Y nadie, nunca, jamás, me alejará de ti-

La besó, tan profundamente, que la quemó por dentro y la encendió completa. Él la hacía volar, enseñándole un nuevo mundo que desconocía, hasta que golpearon la puerta, interrumpiendolos.

-¡Ahora no!-

Gritó sofocado contra su pecho, no quería dejar de besarla y otro golpe, pero mucho más insistente que el anterior, lo enfureció.

-¡Maldita sea! ¡Alguien quiere morir hoy!- se incorporó y cubrió su cuerpo mojado con una bata -¿¡Quién es!?- preguntó hosco y sin abrir.

-¡Abran la puerta ahora mismo!- golpeó con fuerza una vez más -¡Abran o les juro que despertaré a todo este maldito castillo!- advirtió, perdiendo la poca paciencia que tenía.

-Es Madame Symza-

Susurró aterrada, escondida detrás de él y envuelta en una simple toalla que no ocultaba nada, rogándole a todos los dioses que su tirana maestra, no la matara después de abrir esa puerta.

-Madame Symza...-

Le tenía terror, fue su antiguo aprendiz antes que ella y sabía lo cruel que podía llegar a ser.

-No estoy en condiciones de atenderla en este momento, regrese más tarde-

El silencio era aterrador y eso no era nada bueno cuando se trataba de ella.

-¡Soy consciente de lo que han hecho! ¡Así que, abre esa maldita puerta, Lai Aren Row! ¡Ahora!-

Movió el pistilo y retorció asustado, sin dejar de ocultarla detrás. No permitiría que le hiciera daño y recibiría cualquier castigo por ella.

-Madame Symza, podemos explicarlo-

Levantó ambas manos en señal de paz, pero solo recibió un duro golpe en la mejilla que giró su rostro, mientras su discípula, se cubría la boca horrorizada para no gritar. El vil y cruel demonio que habían despertado, no los iba a dejar en paz.

-¿Por qué te casaste conmigo?-

Preguntó con curiosidad descansando sobre su pecho, había olvidado lo musculoso y tonificado que era su esposo.

-¿De verdad quieres saberlo?- asintió impaciente -Bien, soy un caballero, mi deber es cuidar a los más débiles y cuando te conocí a ti, eras el ser vivo más débil e indefenso que había visto nunca- besó su frente con ternura al lavantar su barbilla con dos dedos -Sentí que era mi deber protegerte-

-O sea que...- se apartó, ya que se veía un poco impactada -¿Te casaste conmigo para salvarme del infierno que era mi vida en Hara?-

-Así es...- se acercó a ella -¿Está mal?-

-No, bueno, sí...- respondió -Lo supuse, de hecho, nuestro matrimonio se basa en eso- rascó su frente, abrumada -Es solo que, jamás imaginé que te casaste conmigo por lástima-

Dijo sin pensar. Él aferró su nuca y la acercó con fuerza, la había enfurecido, otra vez. Sus ojos verdes permanecieron estoicos en todo momento, mientras la apuñalaban por dentro, era muy intimidante y provocaba pavor.

-Retractaté por lo dicho- ahora apretó sus mejillas con una mano -Retractaté, Gaia-

Pidió de nuevo, pero con mayor severidad y los dientes apretados.

-Me haces daño- quiso apartarlo y no pudo.

-Y tú a mí- la apartó de un empujón -Empaca tus cosas- se incorporó y comenzó a vestirse -Nos vamos a Unrha en una hora- era una orden -Y espero que estés lista para entonces o dejaremos todo atrás-

-Keilot...- lo siguió aturdida -No puedo irme, aquí están mi hermana y Madame Symza, primero tendría que...-

Volteó tan rápido que pensó que iba a golpearla, pero solo tomó su brazo ejerciendo presión y haciéndola temblar.

-¡Soy tu esposo y te irás conmigo a casa!- la apuntó con un dedo -¿¡El permiso de quién necesito para hacerlo!?- habló retórico -Empaca tus cosas, en una hora nos vamos y no volveré a repetirlo-

Salió de allí con un fuerte portazo y ella se hizo pequeña ante el sonido, lo había arruinado, una vez más.

-¡No puedo creerlo!- caminaba de un lado a otro dentro de esa enorme habitación -¡No puedo creerlo!- ellos no le quitaban la vista de encima sentados en la cama -¡Te aprovechaste de la inocencia de esta niña! ¡Mi niña!- aseguró, señalándolo como si fuera un criminal -¿¡No te alcanzó con acostarte con cada criada que tenías en frente, que ahora lo hiciste con mi nueva discípula!?- no dijo nada, la evidencia era mucha como para refutar -¡Contéstame, Lai y espero que seas sincero!- levantó un dedo al aire y el dio un pequeño brinco del susto -¡Eres un hombre, tienes casi veintiocho años y es lo único que quiero!-

-Madame Symza- tomó la palabra y el valor de solo los dioses saben donde -Yo...Yo quise que esto pasara, yo lo seduje, me metí en su cama y estoy dispuesta a enfrentar las consecuencias-

-¡Dea! ¿¡Qué estás diciendo?- exclamó, interrumpiéndola -¡Eso no es cierto, Madame Symza!- se incorporó para eximir la culpa -Ella me encanta, me vuelve loco y la tengo aquí desde que la conocí- llevó ambas manos al centro del pecho, su corazón latía errático -Le dije estas mismas palabras ayer, me puse de rodillas ante ella y le supliqué que no me rechazara, porque jamás la iba a dejar ir- estaba desesperado -Si hay alguien culpable aquí, ese soy yo-

-¿Es cierto, mi niña?-

Dirigió la mirada a la muchacha en la cama, que solo asintió con la cabeza gacha y apartándose un rizo del rostro. Era cierto, muy cierto y no existía nada más que decir.

-Tú eres muchas cosas, Lai Row- acarició la mejilla amoratada por el golpe que le dio -Pero jamás fuiste un mentiroso- le apartó el mechón de cabello que siempre le cubría el rostro -Esa es tu gran virtud- depósito un beso en él -Pero ustedes dos...- miró de uno a otro -Jamás podrán estar juntos- los aniquiló.

-Sube, como puedes ver, tengo prisa-

Ordenó, abriendo la puerta del carruaje mientras ella estaba inerte, con una pequeña maleta en mano y un laúd colgando en su espalda. No quería irse sin despedirse de su hermana o al menos, decirle adiós, pero sobre todo, no deseaba marchar a su nueva vida en Unrha, porque le aterraba hasta la médula el carácter cambiante de su esposo.

-¡Maldita sea!- la cargó en vilo y la sentó de golpe sobre el asiento -¡Vámonos!-

Exclamó al cochero colgado de la puerta e ingresó dentro, tomando el asiento libre frente a ella y con la peor cara malhumorada que podía tener un hombre a esa hora de la mañana. El silencio se hizo eterno y ensordecedor, solo esperaba el momento de recibir un grito o quizás un golpe de la persona que la acompañaba en ese tormento. No sería la primera vez, desde hace más de veinte y hasta el día que contrajo nupcias, recibió el descargo de las miserias de su padre desde el momento en que abrió los ojos, sus abusos eran constantes y también sus insultos. No existía ningún indicio en ese mundo, que le diera la certeza de que eso iba a cambiar.

-¿Te encuentras bien?-

Sus palabras la sobresaltaron, se encontraba demasiado hundida en su mente como para prestarle atención al entorno.

-¿Mm?- lo miró de reojo, ya que se encontraba mirando al exterior -Sí, estoy bien, solo pensaba en como es tu tierra natal-

Mentía, no le revelaría la realidad de sus pensamientos, seguro le gritaría hasta el hartazgo.

-¿Por qué será que no te creo nada?- cruzó los brazos, mirándola escéptico -Suéltalo, sé que algo te molesta-

-Te juro que no- se sentó derecha dejando el laúd a un lado -Quizás me molesta el hecho de no despedirme de Dea y Madame Symza, pero estoy bien-

Sus ojos miraban sus pies, no se atrevía a dirigirle la mirada. Ellas habían sido su compañía en los últimos tres años y no pudo despedirse como corresponde, pero al menos, logró dejar una nota dando razones de su partida a una de las criadas del castillo.

-Es solo eso-

Apretó sus labios en una pequeña línea y no dijo una palabra más, esperando la reprimenda inmediata.

-Entiendo, pero en serio, tengo prisa de llegar a casa- su voz era pacífica y serena, algo nada común en él -Hace tres años que mi finca se encuentra sin atención y seguramente, se está cayendo a pedazos- su tono comenzó a elevarse -¡Ya que mi esposa, se negó a viajar hasta allí para tomar las riendas del lugar y ser responsable de su manutención, como corresponde!- sus ojos querían asesinarla cada vez que tocaban el tema.

-¿Querías una esposa o una esclava?- refutó, cansada de su demandante actitud -¡Te recuerdo que, yo no fuí la que se marchó por tres años a luchar contra un ejercito de dragones y sin decir adiós!-

-¿¡Y eso es mi culpa!?- se señaló a sí mismo con ambas manos.

-¡Claro que es tu culpa!- se incorporó para plantarle cara -¡Es tu maldita culpa! ¡Te fuiste y solo dejaste órdenes que debía cumplir, sin tener en cuenta mis necesidades!- hiperventilaba, la rabia le quemaba el pecho -¡Eres igual a él!- se refería a su padre -¡Y no voy a permitir que ningún hombre, nunca más, me trate como si fuera una escoria a la cual aplastar!- su voz vibró al decirlo, mientras él se encontraba indemne -¡Mátame a golpes, si quieres! ¡No me importa! ¡Pero esto es lo que tendrás de mí y nada más!-

Una lágrima rodó por su mejilla y la apartó de un rápido movimiento, no quería que la viera destrozada, era un privilegio que no le iba a brindar. No doblegaría su indomable espíritu nunca más.

-Ven aquí- tiró de ella para sentarla en sus piernas -No llores- le apartó otra lágrima con su pulgar -Me destruyes cada vez que lloras, no lo soporto- besó su mejilla por un largo tiempo -Me recuerda al día en el que te conocí- era un recuerdo terrible -Lo único que hacías era llorar y suplicar, para que no te llevara con tu padre- la sangre la hervía cada vez que hablaba de eso hombre -Yo sé que soy muy poco para ti, no sé tratar con mujeres, soy un pobre caballero de orígenes humildes, de mal carácter, que le encanta dar órdenes y con poco que perder, aparte de ti-- besó su pequeña mano con ternura -Pero te prometo, te juro, que jamás descargaré mi furia contigo- entrelazó sus dedos -Lo juro- la miró a los ojos para que creyera en sus palabras -Yo no soy tu padre, bonita- asió su rostro para sentir su piel -Y jamás lo seré, puedes bajar la guardia conmigo-

El beso en sus labios fue tan tenue, que apenas y lo notó. Siguieron rodando en el camino, el bosque de Ingual era imenso, lleno de peligros e inundado de criaturas míticas. Se hundieron en un cómodo silencio por horas, ya que ella dormitaba sobre su regazo, pero de repente, él se tensó, incorporándose y saliendo disparado del carruaje.

-¡Lider! ¡Un grupo de goblins se aproxima por el este!- dijo uno de ellos, desenfundando.

-¡Lo sé! ¡Abran el escudo!-

Ordenó, tirando del colmillo de su cuello y despertando a su espada.

-¿Qué ocurre?-

Preguntó adormilada, fregando uno de sus ojos y asomando su cuerpo por la puerta del carruaje.

-¡No salgas de aquí! ¡Y no abras esta puerta!-

La cerró de golpe encerrándola dentro y preparándose para la batalla, sería difícil.

-¡Keilot!- golpeaba la puerta con la palma de su mano, era inútil, no logró abrirla -¿¡Qué ocurre allá afuera!?-

Rugidos espantosos y aterradores la asustaron, provocando que cubriera sus oídos y se arrojara al suelo, cuando unos irises verduscos la observaron nictitantes desde el exterior, antes de arremeter contra el carro. Dió uno, dos, tres tumbos y salió expulsada por la puerta al rodar colina abajo, quedando tendida en el suelo cuando aterrizó de un golpe seco.

-Levántate- murmuró a si misma y observando a un enorme goblins acercándose -Levántate, Gaia-

Se arrastró para escapar de él, la tierra temblaba a su alrededor, era verde, enorme y repulsivo.

-Maldita sea- se incorporó con ayuda de los brazos, muy aturdida, no había a donde huír -¡No! ¡No, por favor!-

Volvió a caer al suelo y se arrastró hasta chocar contra un árbol, ese asqueroso monstruo se encontraba a unos pocos metros, iba a matarla o algo mucho peor, secuestrarla.

-¡Por favor, aléjate!-

Cubrió su rostro con ambos brazos cuando se abalanzó en su dirección, pero jamás llegó a tocarla, solo un desgarrador alarido, el ruido de huesos rompiéndose y la carne desgarrándose, la congeló, además de ser bañada por su inmunda sangre.

-Gaia- susurró la voz de su esposo y apartando los brazos que la ocultaban -Gaia, amor- tocó su rostro, se veía en shock y alejada del mundo -Bonita-

Parpadeó un par de veces y lo reconoció, regresando de aquel letargo. Él también se encontraba cubierto de sangre, pero no era suya, era de todos los goblins que aniquiló.

-Háblame-

Suplicó como un niño. Respiraba agitado con pupilas contraídas, su masa muscular había aumentado considerablemente y llevaba su espada en mano con rastros de sangre, pero se veía ileso.

-Tengo náuseas- volteó el rostro y vómito todo el contenido de su estómago -Mi cabeza-

No paraba de brotar sangre de ella, tenía un enorme corte producto de la caída y el cuerpo cubierto de laceraciones.

-Me duele aquí- presionó la herida para detener la hemorragia.

-Estarás bien, lo prometo- la incorporó despacio -Arriba, hermosa-

La cargó en sus brazos y cuando se sintió segura, se desmayó.

-¡Tiene que ser una maldita broma!-

Caminaba con ella arrastrándola por ese largo pasillo hacia el salón real.

-¡Lai, por favor!- no podía seguirle el paso, ya que intentaba no perder la toalla que cubría su desnudez -¡Estás haciendo un escándalo por nada! ¡No seas tan drástico, eres el príncipe, manten el decoro y la compostura, por favor!-

No quería oír nada, las palabras de Madame Symza aún hacían eco en su mente.

-¡Estoy desnuda!- gritó a todo pulmón y él, se detuvo, abruptamente -Estoy desnuda y me estás arrastrando así ante el Rey-

Repitió en un tono más bajo. Era cierto, se encontraba como dios la trajo al mundo y no podía permitir que ningún otro ser humano la viera así, además de él.

-¡Lo siento!- la levantó del suelo en un enorme abrazo -¡Lo lamento, mi vida!-

Besó todo su rostro y se perdieron en una de las tantas habitaciones vacías de ese enorme lugar.

-¡Me voy a volver loco!- la depósito con cuidado en el suelo -¡No puede ser!- no dejaba de moverse de un lado a otro -¡No puede ser cierto!- se hincó a sus pies y abrazó su cintura para no soltarla nunca -¡Te comprometieron con un mago de Eurugo y yo moriré cuando te alejen de mí! ¡Moriré!-

Cerró sus ojos con fuerza, no podía pasarle eso, a él, no. Después de tres años de anhelarla, de no tenerle, de soñarla y no poder amarla, para al fin complacerla al tenerla entre sus brazos, se la arrebataban.

-Cálmate, por favor- acarició su cabello con ternura -Cálmate, tu padre es el Rey y si hablas con él, seguramente, podrá solucionarlo- se levantó y aferró sus antebrazos, lleno de ilusión, su padre era un buen hombre y lo ayudaría -Prometeme que no perderás la cabeza, ¿Sí?-

-Seré bueno- le regaló un tierno beso en los labios y ella emitió un gemido de dolor, algo le estaba pasando -¿Qué su sucede?- se alarmó, ya que cubrió uno de sus pequeños ojos con la mano -¡Dea!- había perdido el color y su nariz, comenzó a sangrar.

-Es Gaia- el dolor en su cuerpo era insoportable -Está en peligro, los atacaron- aseguró entre jadeos, mientras extrañas heridas invadían su cuerpo -Maldita sea- tragó con dificultad -Levántate- estaba teniendo una horrible visión -Levántate, Gaia- una gema rosada brilló sobre su pecho, era un Hakari, lo supo cuando se lo arrancó de un tirón -¡No! ¡No, por favor!- ocultó su rostro con ambos brazos, como protegiéndose de un ser invisible -¡Por favor, aléjate!- temblaba como un diapasón.

-¡Madame Symza!- gritó aterrado, ella comenzó a sangrar por todas lados, era horrible -¡Dioses!- la recostó en la cama evitando que cayera, ya que colapsaría en cualquier momento -¡Madame Symza!- salió como un loco en su búsqueda -¡Madame Symza!- la encontró al final del pasillo -¡Ayúdeme! ¡Es Dea, no se que le pasa!- lo siguió sin preguntar nada.

-¡Mi niña!- la encontraron inconsciente junto la cama, había caído -¡Ayúdame, Lai!- la levantó en sus brazos como si fuera una pluma y volvió a recostarla -¿Qué fue lo que sucedió?- no respondió, estaba aterrado y sin quitarle la vista de encima -Lai, mírame, ¿Qué sucedió?- dirigió sus ojos a ella.

-No lo sé, estábamos aquí conversando y de repente, habló de Gaia, su nariz comenzó a sangrar y parecía como si se protegiera de algo- su mirada viajaba de una a la otra -Era como si compartieran el mismo cuerpo a través de una visión- no podía decir más que eso.

-Maldición, lo hizo de nuevo- suspiró agotada -Iré por uno de los sirvientes para que la lleve a la Torre-

La apuntó con su mano, para ocultar su desnudez con un bello vestido blanco con ayuda de su poder. Parecía un ángel durmiente curado de todo mal, ya que también había tratado sus heridas y se veía intacta.

-No en necesario, yo puedo hacerlo- se inclinó para tomarla en brazos una vez más.

-No, tú ve a ponerte algo de ropa y reunute con tu padre- sostuvo una mano en su hombro -Te prometo que estará bien- le apartó el cabello del rostro -En la tarde podrás ir a verla-

-No puedo, Madame Symza- aferró la mano que aún seguía en él -Quiero quedarme con ella y saber que estará bien- verla en ese estado lo mataba.

-Cariño- se inclinó para levantar la gema bajo sus pies y guardarla en el bolsillo de su túnica -Obedece esta vez, ¿Sí?- le regaló un tierno beso en la mejilla para intentar tranquilizarlo -Fuiste mi mejor aprendiz y además, como si eso no fuera suficiente, eres mi dulce sobrino- lla era hermana de su madre -Cree en mí-

Sonrió enternecida al perderse en sus ojos y admirar su indecisión, nunca lo había visto así, tan entregado a alguien.

-Cuando la tía Symza dice que todo estará bien, así será- asintió rendido -Despídete y habla con tu padre-

Fue lo último que dijo, dándole el espacio que necesitaba para hacerlo.

-Sí, gracias, tía- juntó sus labios con esos violáceos y fríos que su amada ahora tenía -Estás helada, preciosa- le apartó un rizo ensangrentado del rostro, muerto de adoración -Todo estará bien, mi amor- apretó su diminuta mano entre la suya para darle un poco de calor -Avísame cuando despierte, por favor-

Salió de esa enorme habitación totalmente roto, vacío y con un agujero en el pecho al dejarla atrás, pero debía hacerlo. Era un hombre y tenía muchas cosas que arreglar antes de forjar un futuro juntos.

No despertó. Después de limpiar su lastimado cuerpo cubierto de vomito y sangre, no despertó. Las horas se hicieron etéreas y sobre todo, tan inconmensurables como ese bastó cielo que anunciaba el atardecer. Habían encontrado un pequeño poblado entre el bosque después del ataque y por suerte, su inconsciente esposa podía descansar, tranquilamente, en una pequeña cabaña del lugar.

-Líder- la única mujer de sus filas ingresó sin golpear -Los idiotas preguntan por usted- señaló hacia afuera -Dicen que las provisiones no son suficientes después del ataque y necesitan comprar más-

-Bien- le lanzó una pequeña bolsa con monedas que atrapó al vuelo -Diles que hasta que Gaia no despierte, no nos moveremos de aquí, Megan-

-Así será, señor- sonrió encantada -¿Quieres que me quede con ella unas horas?- señaló a la joven en la cama y rompiendo todo formalismo entre ellos -Te ves agotado y te haría bien descansar-

-No seas absurda- bufó sarcástico, eran amigos desde niños -Esos globlins fueron un juego para mí- su esposa se removió entre sueños -Pero no para ella- la arropó mejor, después de comprobar un posible estado febril -Es tan pequeña y débil- depósito un cálido beso en su frente.

-Te tiene loco, ¿Verdad?- lo empujó en broma, era muy fuerte -Desde el primer momento en que la viste, te robó el alma- saltaba a su alrededor como una ninfa caótica -Y eso que la hechicera es su hermana- se burló de nuevo.

-¡Lárgate de aquí, Megan!- lo sacaba de quicio su comportamiento tan infantil -¡La despiertas y te mato!- amenazó sin importarle nada.

-Si sigues gritando así- lo golpeó en la nariz con un dedo -El que la despertará, serás tú-

Huyó como una rata cobarde, cuando dio un paso hasta ella y después de enseñarle la lengua. Eran como hermanos, siempre peleaban así el uno con el otro y les encantaba.

-Loca- rió por lo bajo y empujó una silla junto a la cama -Pero tiene razón, me tienes loco-

La primara vez que la vio, fue magia, como un regalo de los dioses que habían depositado en la tierra para que él la encontrara.

-Caballeros de Eragon- habló el Rey a la fila de hombres delante -Él es Hanibal Fleming y necesita de su colaboración para encontrar a una de sus hijas- les enseñó un pequeño retrato a todos -Huyó hace un mes con un grupo de juglares en Hara y según testigos, llegaron aquí hace unos días-

Le entregó la imagen al líder de ellos que no dejaba de mirarla, tenía la belleza de un hada y los ojos de una gitana. Era una chica muy bonita y no aparentaba más de veinte años.

-La encontraremos, su majestad- aseguró, guardando el retrato en su peto -Dragma es enorme, pero en cuestión de horas, la encontraremos- miró a sus subordinados -Nos vamos- rompieron filas para emprender la búsqueda.

-Tú también ve con ellos, Lai- ordenó a su primogénito junto a él -Tu don les será muy útil para hallarla-

-Sí, padre- inclinó la cabeza -La encontráremos, Lord Hanibal- afirmó, tan digno como el príncipe que era.

-Gracias- él era la seriedad personificada.

-¡Padre!-

La voz de una joven y su pequeña figura al trote con su largo cabello rizado al viento, no le permitió dar un solo paso más. Sintió que el tiempo se detuvo y el universo se paralizó cuando pasó a su lado, ignorándolo, completamente. Era preciosa, como un ángel oriundo del mismo Hara, enfundada en un largo vestido rojo de fina seda y carente de alas. Era una imagen digna e inmaculada.

-¡Padre! ¡Estuve con ella, con Madame Symza!- aferró sus manos entre las suyas -¡Y dijo que pasé la prueba!- saltaba de la emoción -¡Seré su nueva aprendiz y podré controlar el Hakari que era de mi madre!-

-Dea, cariño- una pequeña sonrisa se formó en su rostro, aunque su tono fue muy duro -El Rey y su hijo están aquí, no estás comportándote como una señorita- ella abrió los ojos enormes y volteó inmediatamente.

-Lo siento- inclinó la cabeza muerta de vergüenza -Es solo que, estoy muy emocionada, disculpenme-

-Tranquila, niña- levantó a penas los ojos cuando el Rey habló -Me recuerdas a mi hija Eyra, tienen el mismo ímpetu- su hijo carraspeó, incómodo -Y él es mi primogénito, Lai- lo apuntó con una mano.

-Un placer en conocerlo, príncipe-

Hizo una cordial reverencia y él abrió la boca para responder el saludo, pero no emitió nada coherente, solo un balbuceo agónico y nervioso brotó de sus labios.

-Él ayudará en la búsqueda de tu hermana, Dea-

-¿De verdad?- sus ojos brillaron de ilusión y él asintió de un movimiento mecánico, ella lo ponía nervioso -¿Puedo ir con él, padre? Te lo suplicó, quiero ver a Gaia- juntó sus manos en una triste plegaria.

-No- negó de inmediato -¿¡Cómo se te ocurre pedirme algo tan fuera de lugar!?- la regañó, severamente -¡Es una falta de respeto tu descaro para con el príncipe!-

Tenía muy poca paciencia en nada, la perdía en cuestión de segundos y era algo insufrible de ver para los demás.

-Hanibal, es suficiente- lo acalló el monarca -Lai, cuídala bien y regresen pronto con Gaia- sin decir más, ambos partieron de ese gran recinto.

-Usted no habla mucho, ¿Verdad?-

Preguntó con una linda sonrisa y él solo respondió con un torpe movimiento de cabeza.

-Genial, yo tampoco-

Fue lo último que oyeron de ella, antes de perderlos de vista.

-Eres muy duro con tus hijas, amigo mío-

-Tengo que hacerlo- su mirada entristeció -Dea es la viva imagen de Selva y no puedo perderla- su esposa había muerto el invierno anterior de una rara enfermedad.

-Sí, pero Gaia también lo es y aún así, la desprecias-

-Ella es la falla que nunca debió nacer, una mancha en la familia y la maldición que traerá miserias a la casa-

El rechazo que sentía por ella, era inevitable, su triste destino había sido marcado antes nacer y su padre, impotente, no podía evitarlo.

-Lamento escuchar eso- le apretó un hombro en confianza -Pero no tiene la culpa de que al nacer, fuera maldecida por el pueblo gitano de tu difunta esposa, era una bebé inocente y esa desgracia, podría haber afectado a Dea al ser tu primogénita, pero su poder la protegió- negó con la cabeza, abrumado -Tienes que aprender a perdonar y hacerla feliz, porque creeme, si sigues así, nunca más volverás a verla-

Las calles de Dragma eran transitadas por viajantes, guardias, comerciantes y turistas de otros reinos. Era increíble como la urbe disfrutaba de todo lo que la ciudad ofrecía y en especial, de los espectáculos callejeros que eran algo asiduo de todos los días.

-¡Lider!- uno de los subordinados se acercó a toda carrera hasta él -¡Creo que la encontramos!- se dirigieron allí a paso rápido y sin llamar la atención -¿Es ella?-

Señaló a una muchacha junto a un juglar que entonaba la travesía de los caballeros de Eragon, acompañado de un hábil flautista y un versado violinista.

-Dispersense y mantengan la calma, no queremos que huya al sentirse rodeada-

Ordenó sin apartar la miraba. Era más bonita de lo que el retrato representaba y ese horrible garabato, no le hacía justicia en nada. Sus ojos eran brillantes, enormes y de color avellana, su cabello era largo, rizado y salvaje, que caía sobre su espalda como una cortina color ébano, acompañando su bella figura por un sencillo vestido verde oliva y una delicada diadema de finas cadenas que colgaba sobre su frente, dándole un toque único a su persona.

-¡Gracias! ¡Gracias!- el juglar levantaba cada moneda que el público le arrojaba -¡Gracias!- recogió hasta la última lira -¡Ahora, nuestro querido público! ¡La bella hada que nos acompaña, les dará una muestra de su enorme talento!-

Señaló a la chica detrás con una mano extendida, mientras la melodía de violín, la incitaba a cantar sobre un pequeño cajón de madera a sus pies.

-Blanca tes luminosa piel arribó de las estrellas-

Movió las manos sobre sus propias mejillas y señaló al firmamento, su voz era increíble, hipnotizaba.

-Dama fiel que un deseo de amor a la tierra le condena- la música aceleró el ritmo -Un desliz de su corazón suspiraba por un hombre, que jamás la debía mirar, ni saber cual es su nombre-

Bajó de su sitio y se encaminó a un pequeño niño que le tendía una flor.

-Pero ilusa cada noche cuida al joven...- estaba junto a él y sin tomar reparo de su presencia, ya que le regaló un beso a su pequeño pretendiente -Que entre sueños la descubre- continuó -El cielo llora, se fue el lucero...- apuntó aquella estrella que asomaba al atarcer -Sin decir adiós, la luna llena curiosa piensa...- agudizó la mirada, había reconocido a alguien entre el público y palideció -De quién se enamoró...- le hizo una señas a sus compañeros con disimulo -La hija de las estrellas- dejaron de tocar después de esa estrofa y ella recolectó lo ganado -¡Corran!-

Gritó desesperada e intentó huir junto a ellos, pero una mano en su muñeca la detuvo y sin aplicar fuerza alguna. Fue muy rápido, ni siquiera se percató de cuando llegó a su lado y eso que su contextura física era enorme. Era un caballero, pero no cualquier caballero, era un súbdito del Rey de Dragma, un caballero de Eragon.

-¡Suéltame!-

Lo golpeó con fuerza e insistencia, para quitar su agarre en un intento inútil, pero era muy fuerte.

-¡Por favor!-

El público comenzó a disiparse, ya que no deseaban quedar involucrados con los caballeros del reino.

-¡Por favor, te lo imploro!- rogó a esos tiranos ojos verdes que la juzgaban -¡No me lleves con él!- su labio tembló y miles de lágrimas rodaron por sus mejillas sin control -¡Me matará! ¡Te lo suplico!- le tenía terror a su padre -¡Por favor!-

Gritó desesperada cuando se vio rodeada por todos ellos, dejando de forcejear y arrojándose de rodillas al suelo, para implorar clemencia. Era inutil seguir luchando.

-¡Por favor! ¡No me lleven con él!- se abrazó así misma y rompiéndose en un millón de pedazos al llorar sin consuelo -¡Por favor!-

Solo ella era consciente de la clase de tormentos que la esperaban en las garras de su padre.

-¡Es un monstruo! ¡No me lleves con él!-

Lo miró a la cara y se le rompió el alma, estaba muy rota, sus bellos ojos se lo decían.

-Levántate-

Ordenó, evitando desmoronarse y fingiendo indiferencia, para no tomarla entre sus brazos y quitar toda la tristeza que le hacía tanto daño.

-Tengo que llevarte con él, es una orden del Rey- negó rápidamente y entre ahogos.

-No- se incorporó como pudo -Me matará-

Un abrigo cubrió sus hombros y miró a quien lo hizo, era su hermana que sonreía entre lágrimas, para darle ese enorme abrazo que tanto necesitaba.

-No lo hará- aseguró, con esa voz tan ronca que hacía al mundo temblar -Yo hablaré con él antes de que algo malo te ocurra- le tendió una mano -Vámonos, estarás bien- sonrió cuando dejó de llorar.

-¡No me toques!- le dio un manotazo que lo desubicó, su actitud cambió en cuestión de segundos -¡Me siento tan humillada, Dea!- pisó el suelo bajo sus pies con fuerza -¡Rogué como una idiota y no sirvió de nada!-

Habló con su hermana que no la había soltado en ningún momento y dirigiéndose a paso tranquilo hacia el carruaje del príncipe del reino.

-Lo sé, lo sé, hermanita- acotó, acariciando su espalda con ternura -Estás perdiendo el toque- lamentó -Ya ni tus fingidas lágrimas convencen a nadie- rieron como locas -Fue conmovedor e incluso, hasta me lo creí en momentos, pero se veía a kilómetros que era una vil mentira-

Cerraron la puerta para conversar tranquilas, ya todo estaba hecho, regresaría a las manos del verdugo y enfrentaría las consecuencias.

-Hola- escuchó su dulce voz mientras le picaba la mejilla con un dedo, se había quedado dormido -Keilot- aferró su mano con los ojos cerrados y una pequeña sonrisa en su labios -¿Qué estás soñando?- se sentó en sus piernas -¿Me cuentas?-

Abrió los párpados y la encontró con una enorme camisa suya, llena de raspones y heridas, pero despierta y lúcida.

-En lo manipuladora que eres- se arrojó a la cama de un simple movimiento y llevándola con él -Ahora veras de lo que soy capaz por haberme robado el alma- acarició cada centímetro de su piel que tenía al alcance -Te amaré hasta que la noche llegue al fin-

Juró, besando el lóbulo de su oreja. Compartirían otro grato y hermoso momento entre los dos, olvidando todo lo demás, solo ellos y la oscuridad serían testigos de todo lo vivido allí dentro.

La boda de su hermana fue ridícula, improvisada y muy fuera de contexto. No existía lógica en ese mundo, para realizar semejante disparate en cuestión de días, ¿Qué demonios atravesó la mente de Gaia que no pegó el grito en el cielo cuando su padre la comprometió con ese hombre? Tal vez y solo tal vez, estaba cansada de luchar por su libertad, dándose por vencida. Esa era la única respuesta que llegó a su mente en ese momento y no le gustó en lo absoluto, debía hacer algo y de inmediato.

-¿Puedes cambiar esa cara, Dea?- su hermano Aslan murmuró por lo bajo y dándole un pequeño puntapié -El príncipe no deja mirarte, es consciente de tu mal humor, como todos los demás-

Miró alrededor y era verdad, todos eran hostiles a su cara malhumorada.

-¡Me importa un rábano lo que los demás piensen de mí!- se incorporó de esa mesa, furica -¡Esta boda es un absurdo!- su hermana no había sonreído en toda la velada, no estaba feliz y ella tampoco -¡Y voy a soluciarlo!-

Intentó aferrarla de un brazo para que no se fuera, estaba realizando una espantosa escena y quería evitarlo.

-¡Déjame, Aslan!- apartó su brazo de golpe y caminó hasta los novios a paso firme -¡Mamá no hubiera estado feliz con esto, Gaia!- la apartó a un lugar privado -¿¡Qué estás haciendo!?-

-Huyendo de casa- le apartó un rizo del rostro con delicadeza y ternura -Keilot es la puerta que me sacará del infierno en donde estaba-

-¡Pero eras libre!- tenía ganas de llorar, la angustia la desesperaba -¡Eras libre, Gaia!-

-No- tomó sus manos entre las suyas -La libre eres tú, yo soy la indomable- dejó un beso en su frente -No quiero que me entiendas, sé que no lo harás- acarició sus brazos después de soltar sus manos -Pero prométeme, que no permitirás que te corten las alas, hermanita- le dio un enorme abrazo -Ahora, como está todo dicho, me iré con mi "esposo"- realizó las señas de comillas al decirlo -Y procuraré ser feliz-

-¡Que horror!- su cara de asco no se comparaba con nada -¡Eres la señora Helsing ahora!- sofocó una risa y compartieron un último abrazo -Te quiero y seré feliz al tú lo eres- susurró y la dejó ir -Ni modo-

Miró a cada uno de los pocos invitados presentes, entre ellos, los caballeros de Eragon que bebían como vikingos y compartían su alegría con el líder.

-No tengo nada que hacer aquí- uno de ellos se acercaba galante y sonriendo como un idiota -Me voy a la torre- intentó huir, pero no pudo hacerlo.

-¡Señorita!- la detuvo antes de que cruzara el umbral -Mi nombre es Dylan Bradley y me preguntaba si, ¿Me haría el honor de acompañarla están noche?-

-¿Qué honor?- habló con desden y por demás sarcástica -Soy una aprendiz de chamán y la hermana de la novia, no hay ningún honor en eso-

Una figura se posó detrás de ella y él hizo una reverencia, consternandola. Eso si que era extraño, había muy pocas personas allí dignas de esa acción.

-Príncipe Lai- pronunció inclinado, giró el rostro y era él, con sus ojos azul cielo impolutos -Estoy encantado con la belleza de la señorita aquí presente- le dio un besamanos y provocándole náuseas -¿No cree usted que yo debería acompañarla esta noche?-

Afiló la mirada cuando lo escuchó decir semejante estupidez. Ella retrocedió asqueada y chocando contra el torso del príncipe, en un nuevo intento de escapar de ese incómodo momento. Él rodeó su cintura con un brazo para acercarla y si era posible, fundirse en un abrazo, para reclamarla como suya ante el mundo.

-Lárgate- sus palabras lo hicieron estremecer, era el príncipe y debía obedecer -¿Estás bien?-

Pronunció cuando se fue. Aspiró el aroma de su cabello al levantar uno de sus rizos con su mano libre y acercarlo a su nariz. Olía tan bien, era algo embriagador y anulaba todos sus sentidos.

-Sí, gracias- escapó de su agarré.

-¿Quieres bailar?-

Había bebido tanto, que la inhibición que ella le provocaba, había desaparecido por completo.

-Lo siento, príncipe- ese gesto que siempre hacia al apartarse el cabello del rostro, le encantaba -Pero mi noche terminó, estoy muy cansada y me iré a la Torre con Madame Symza-

-Te acompaño- abrió la puerta detrás de ellos -No permitiré que atravieses todo el castillo tú sola, es peligroso-

-No se preocupe, tengo a mi magia conmigo-

Él era un hombre celestial, perfecto de la cabeza a los pies y aunque lo disimulara bien, la tenía encantada con ese traje real que combinaba con sus magníficos ojos y su cincelado rostro.

-Lo sé, pero yo no te dejaré sola jamás- enrojeció al oírlo, era obvio que el alcohol hablaba por si mismo -Vámonos- asió su mano y se encaminaron a la torre en su cómodo silencio -Ahora que tu hermana contrajo nupcias, la próxima serás tú en hacerlo- aseguró con una enorme sonrisa -Ese hombre sera muy feliz y dichoso en tenerte, creeme-

Ella observaba el basto jardín, embelesada. Era bellísimo, cada hoja, flor y árbol, se encontraba en su lugar, increíblemente cuidado y sin falta de esmero.

-Una visión me lo dijo- él sería ese hombre.

-¿Qué?- no le había prestado ni la más mínima atención -Lo siento, no lo escuché- sus manos aún seguían juntas -Me perdí observando el jardín- rió como una tonta -Es mi lugar favorito del castillo y siempre quedo prendada cada vez que paso por aquí-

-Lo sé- detuvo el paso y arrancó una rosa en tonos azules, para dársela en una pose muy graciosa -Pasas horas y horas leyendo bajo el roble- señaló ese enorme árbol a unos metros de ellos -Puedo verte desde mi alcoba- señaló la ventana de la misma sobre ellos -Eres preciosa- acarició su rostro con el dorso de su mano -Me tienes eclipsado, eres la hechicera que me robó el corazón- se inclinó para besarla, pero se contuvo -Lo siento- descansó su frente en ella con los ojos cerrados -Mañana partiremos a una expedición, desconozco cuando volveré y no sería propio de mí robarte un beso- inhaló profundo -¿Me esperarás?- abrió los párpados para encontrarse con los de ella.

-Quizás- le apartó el mechón de cabello que siempre le cubría un ojo -Aunque, no te esperaré toda la vida- besó la palma de su mano que aún seguía en él -Siempre tendré la opción de ser libre-

Sonrió maravillada y juntó sus propios labios con los suyos. Robarle un beso al príncipe del reino no era un pecado, era algo increíble e inigualable, ignorando por completo que, selló su fin.

-Abre los ojos- susurró sobre ella y regalándole una lluvia de besos -Abre los ojos, mi amor- suplicó con ternura -Me estoy muriendo de desesperación, por favor, abrelos- sonrió adormecida -Tengo que hablar contigo- mordió sus labios para que despertara -Sé muy bien que no estás dormida, despierta- le acarició la nariz con la suya.

-¡Que molesto eres!- hizo un tierno mohín y despertó -¿Cuánto dormí?-

-Lo suficiente- su boca no se separaba de ella -¿Te sientes mejor?- asintió en silencio -No vuelvas a hacer ese hechizo jamás, porque te estragularé y es en serio-

Su seriedad, la mortificó, era la palabra del príncipe y jamás debía ser cuestionada. Levantó una mano en juramento y dibujó una cruz sobre su corazón, no necesitaba más que eso para cerrar el trato.

-Bien, me alegra el llegar a un acuerdo contigo- peinó su cabello que era un desastre -Aunque estés recompuesta, ahora volverás a sentirte fatal- se incorporó y la ayudo a sentarse con cuidado -¿Cómo te preparas para ser la próxima princesa de este imperio?-

Abrió los ojos al tope, él había perdido la razón, definitivamente.