El pueblo de Unrha, se encontraba más allá de las tierras del norte y ubicado entre las montañas de Allaha. Un terreno infértil, pero sumamente productivo para la cría de ganado y la minería del carbón, las principales fuentes económicas de la zona. Asechado desde hace eones por monstruos y espíritus malignos, esperaba con ansias la llegada de su señor, el héroe del pueblo y asesino de dragones, Keilot Helsing.
-Y así es Unrha, bonita- lo escuchaba atenta sentada frente a él alrededor de una hoguera -¿Hay algo más que quieras saber?-
Metió una porción de carne seca a su boca, mientras cenaban junto a los demás caballeros de su escuadrón. Los caballeros de Eragon, era un pequeño grupo de seis, constituido por cuatro hombres, una mujer y su líder. Megan Lavey, la mejor guerrera en todo el continente de Dragma, temible y tenaz, como ninguna otra. Seguida muy de cerca por Logan Lovehood, un hábil espadachín de Unrha. Por otro lado, se encontraban Seth Finrandi, un letal arquero y oriundo de las tierras húmedas de Eurugo y Valiant Brener, excelente en combate cuerpo a cuerpo y el uso de navajas, como todo antiguo habitante de Nívea. Por último y no menos importante, Dylan Bradley, un joven divertido, alcohólico, amante de las siestas y altamente funcional con la lanza. Un grupo extraño, extravagante, poco práctico y fuera de contexto, pero sumamente respetado por nobles, criados y vasallos por igual.
-No- olfateó el cuenco entre sus manos -¿Qué es esto?-
Se veía extraño y olía aún peor, pero le dio un pequeño sorbo, estaba hambrienta.
-Gulash de erizo- respondió la otra mujer presente, chupándose los dedos -Es delicioso, yo misma lo hice- sonrió satisfecha.
-¿¡Qué!?- se levantó tan rápido, que su comida derrapó por los suelos -¡Enrique!- corrió hacía el carro, desespera -¡Enrique! ¿¡Dónde estás!?-
El líder si incorporó con cara descompuesta, ¿Cuántas más penurias iban a pasar? Desde que emprendieron viaje, no habían podido tener una cena en paz o al menos, descansar. Después del suceso con los goblins y al llegar a la ciudad de Cebeck, una horda de hombres topo intentó raptar a su esposa para chantajearlo, matándolos uno a uno y recibiendo una enorme recompensa por parte del pueblo. Lo veía venir, comenzó siendo un caballero de bajo rango y ahora, después de esa larga expedición, era considerado el hombre más fuerte del imperio, su nombre atravesaba fronteras, convirtiendo a su esposa en un blanco fácil para sus enemigos y como una de las tantas consecuencias al contraer matrimonio.
En Zenin, los atacaron las arañas y ella casi muere de la desesperación al tenerles terror, como a todos los seres vivos invertebrados en su vida. Por último y como si no fuera más que suficiente, casi se ahoga en el río, cuando un enorme pez la arrastró aguas adentro al quedar prendado de su caña. Era una calamidad, una calamidad andante y que adoraba incondicionalmente, pero estaba a punto de trastornar su mente.
-¡Megan! ¿¡Mataste a su erizo y lo usaste para la cena!?- miró alrededor y todo el mundo estaba inerte, eso era muy probable -¡Ahí viene! ¡Finjan demencia!-
Ordenó a sus subordinados que siguieron comiendo como si nada. El panorama iba de mal en peor y no estaba preparado para una crisis de llanto esa noche.
-¡Keilot! ¿¡Dónde está Enrique!?-
Estaba a punto de romper en lágrimas. En una de las tantas paradas que hicieron en ese largo y caótico viaje, encontró a un pequeño erizo convaleciente junto al camino y como no iba a dejarlo a su suerte, lo llevó con ella para curarle las heridas y adoptarlo en el proceso.
-Gaia, amor- la sostuvo de los hombros, no sabía como decirlo sin que sonara a un desalmado -Lo siento, bonita- rogó internamente a que no llorara -Pero él está...-
-¿Qué pasa aquí?-
Preguntó Logan Lovehood, un joven caballero oriundo de la misma tierra que su líder y con una pequeña esfera espinosa entre sus manos.
-¡Enrique!- gritó eufórica, ya que pudo reconocerlo por la venda que lo rodeaba -Gracias, Sir Lovehood- lo recibió entre sus manos -¿A dónde estaba?- le tocó en la cabecita para que dejara de esconderse.
-Lo encontré comiendo sobre un tronco al ir por agua- lo picó en la nariz entregándole un gusano -Estos animalitos son nocturnos, tendría que encerrarlo por la noche, señora Helsing-
-Gaia- rectificó -Mi nombre es Gaia y otra vez, gracias- sonrió y caminó hacia el carro -¿Qué voy a hacer contigo?- preguntó a su pequeño erizo levantándolo delante de su rostro -Tengo que cuidarte bien, aquí corres peligro, pueden comerte y eso no sería bueno para nadie-
Tenía la rara costumbre de hablar con los animales, es más, con los caballos que tiraban de su carro, podía tener largas conversaciones por horas y sin perder el hilo de la misma.
-Me convertiría en alguien insufrible si eso ocurre- aseguró, buscando un lugar donde dejarlo a salvo.
-Nos salvaste la vida a todos aquí, Logan- tenía ganas de darle un enorme abrazo -No hubiera sabido que hacer si ese erizo desaparecía- un grito aterrador lo hizo correr hacia el carro, al igual que todos -¡Gaia!- abrió la puerta y quedó atónito -¿Qué está pasando aquí?-
-No lo sé, pero me asuste al verlo, casi me siento encima- ella estaba igual que él -¿Qué es esa cosa?-
Estiró los dedos a esa bola peluda, carente de extremidades y blanquecina, que antes de buscar a su erizo no estaba. Era evidente que había ingresado al lugar cuando dejó la puerta abierta.
-No lo toques- advirtió con cuidado -Toma a tu erizo y ven aquí- aspiró el aire para reconocer lo que era -Es un Lobo de Grym- afirmó, cuando llegó a su lado -Quédata atrás de mí-
Indicó, despertando a su espada. Los Lobos de Grym, animales mágicos y míticos de la tierra de Dragma, extremadamente peligrosos, territoriales y con un temperamento indomable, igual que su caótica esposa. Tenía que ser una horrible broma del destino.
-¿¡Qué vas a hacer!?- lo detuvo, bajando su espada de un golpe -¡Es un cachorro indefenso! ¿¡Qué no ves!?- puntualizó, obvia -¡Es inofensivo y está durmiendo!-
-¡No me importa! ¡Crecerá y se convertirá en un monstruo!- iba a aniquilarlo -¡Hay que acabar con el mal antes de que sea tarde!- dio un paso al frente, sería pan comido.
-¡Ni se que ocurra!- se interpuso entre él y el cachorro -¡Ni se te ocurra hacerle daño, Keilot!-
Volteó a verlo y el pequeño estaba despertando, sus ojos eran grises y muy bellos, a decir verdad.
-Sostén a Enrique- lo dejó en su mano con cuidado -Hola, amiguito- ingresó al carro, arrastrándose -Ven-
Levantó una mano sin siquiera tocarlo, para que captara su aroma y ausencia de temor. Era adorable y juguetón, su comportamiento amistoso lo confirmaba.
-¡Gaia!- pidió por ella, pero lo ignoró -¡Si te ataca, lo mataré! ¡Tenlo por seguro!- mordió sus labios aburrida de todo, era un paranoico -¡Y no me hagas gestos!- le enseñó la lengua y volvió a interactuar con el cachorro.
-Si, yo también tengo sueño- inclinó la cabeza y él también -¿Qué sucede?- volvió a hacer lo mismo y lo repitió -¿Estás imitándome?- gruñó en respuesta, moviendo la colita y patitas nervioso -¿Puedes entenderme?- otra vez sucedió -Keilot, ven a ver esto- tiró de él sin siquiera mirarlo -Es extraño, parece que le agrado- todo lo que ella hacía, él también, era su sombra.
-Sí que lo es-
Bajó la guardia y se tranquilizó. Era evidente que eso iba a pasar, ella tenía una conexión única con los animales y podía entenderles a la perfección, hablaban el mismo idioma.
-Creo que tienes un guía espiritual-
Todos los demás estaban expectantes, los Lobos de Grym eran hostiles e incluso, cuando bebés, pero esto era un caso especial. Ella era especial.
-Muy bien- lo cargó entre sus manos para verlo a los ojos -Tú te llamarás...- pensó en todos los posibles nombres que le quedarían bien -Alpha- besó su rosada nariz y lo abrazó con fuerza -Mira esto Enrique, ahora tienes un hermano- los presentó al acercarse a su esposo.
-Muy bien, ahora somos, un erizo, un lobo, tú y yo- se inclinó a su altura -Y aún faltan tres días más de viaje, ¿Qué sigue? ¿Un pony?- ella sonrió de oreja a oreja -No, Gaia, no tendrás un pony-
Odiaba decirle que no, pero un pony, era demasiado. Ella amaba a los animales más que a su propio esposo y era algo exagerado para alguien de su tamaño, su castillo se convertiría en un zoológico si permitía ese descaro.
-¡Oooohhh! ¿Por qué?- entristeció al igual que su cachorro -¿Y un gato?- negó de nuevo -Piénsalo, nos ayudaría con las ratas en casa y si es niña, podríamos llamarla Rita-
Iba a convencerlo y aunque le rogara hasta la humillación o el hartazgo, tendría un gato.
-Basta- sostuvo la puerta del carruaje -Estás divagando, los tres a dormir- le entregó su erizo y los introdujo dentro sin decir más -Descansen- cerró la puerta y volvió con su tropa a su lugar inicial -No me miren así- frotó su rostro y tomó asiento donde estaba -Ahora tenemos un lobo- levantó sus hombros y siguió comiendo.
Un nuevo día había comenzado en la capital de Dragma y aún, seguía sin poder comprender todo lo acontecido desde que el heredero regresó. Existió intimidad de una sola noche entre ellos y él casi colapsa de nervios a la mañana siguiente, al ser conocedor de su compromiso con alguien más. Ahora, después de una larga reunión con ambos reyes para dar su versión de los hechos, era su flamante prometida y pronto, muy pronto, contraerían nupcias.
-Hoy la luna volverá- tarareó, ordenando cada libro de esa vieja biblioteca que se encontraba en la torre -A buscarte una vez más...- alargó la última sílaba, tenía un enorme talento para el canto, algo que compartía con su hermana -Celosa de amor entra por tu ventana- siguió con el otro estante quitando el polvo con un trapo viejo -Te arropa y se va, pensando en volver mañana-
Un par de aplausos la sobresaltaron, provocando que todos los libros cayeran cuando los soltó del susto.
-Perdón, mi amor- la ayudó a levantarlos -No quise asustarte, pero cantas hermoso y tenía que hacerlo-
Estaba enamorado, no había otra justificación para ese absurdo comentario y su incondicional devoción hacia ella.
-Está bien- se apartó un rizo del rostro, avergonzada -¿Qué haces aquí?-
Dejó todos los libros que cargaba en sus brazos, él era increíblemente fuerte y podía con todos ellos sin el mayor esfuerzo.
-Nada, solo quería verte y si no estás muy ocupada...- los dejó en su sitio después de darle un beso, ese día se veía hermosa -Me encantaría ir al pueblo contigo, ¿Qué dices? ¿Quieres ir?- lo pensó un momento.
-En realidad...- buscó una pequeña lista en el bolsillo de su capa -Tengo que ir por el pedido que Madame Symza le hizo al alquimista- volteó la nota, el recado era bastante largo -¿No sé cómo imagina que podré cargar con todo esto?- bufó irónica y rodando los ojos -A veces creo que soy su esclava, en vez de su aprendiz-
Soltó todo el aire de sus pulmones, abrumada. Era lógico que su maestra estaba castigándola por su inapropiado comportamiento con el príncipe del reino, pero ya tenía suficiente, no quería sufrir más a su causa.
-A ver- le quitó la lista para poder leerla -Vaya, la tía se ha quedado sin insumos demasiado rápido, ¿Qué extraño?-
Se la devolvió, incrédulo y sorprendido, eso nunca había pasado cuando era su aprendiz.
-Si, hemos estado experimentando con el potencial mágico de ciertas rocas y minerales- levantó su Hakari para verlo a contra luz -Pero ninguno es tán especial, como la piedra divina que constituye esto-
Era un artefacto muy poderoso en que sostenía entre sus manos, su mayor tesoro y el legado de su madre, no se perdonaría jamás el perderlo.
-¿Tú sabes por qué es tan espacial?- lo tomó entre sus dedos y lo inspeccionó, meticulosamente -Porque es el corazón de un dragón- abrió su boca sin saber que decir, desconocía eso -El rey de los dragones rojos, Unrha, se enamoró perdidamente de una humana y como no podían estar juntos, se arrancó el corazón para crear este Hakari- lo dejó donde estaba, sobre el pecho de su dueña -Y el cuál siempre estaría con ella como prueba de su eterno amor-
Asió su nuca para acercarla a él, la amaba tanto, que no deseaba estar lejos de ella, nunca más. Era como Unrha, le entregó su corazón y no existía forma de recuperarlo.
-Es muy triste- volvió a mirarlo cuando la soltó, parecía un pequeño caleidoscopio -¿Es cierto que los países de Dragma, tienen el mismo nombre de las siete especies de dragones que habitaron este continente antes del Ragnarok?-
Como príncipe, él era conocedor de principio a fin, de la historia de su tierra natal y eso que ese día, parecía un simple pueblerino vistiendo una sencilla túnica blanca, pantalones oscuros y botas altas. Era perfecto y asombroso al mismo tiempo.
-Sí, así es y por esa razón, le dieron ese apelativo al imperio, Dragma o Tierra de los Dragones- la rodeó por los hombros y salieron del lugar -Como dije, Urha, el rey de los dragones rojos y conocidos como Berserker- esas escaleras eran eternas y podían charlar a gusto -Habitaron los territorios del norte y las montañas Allaha-
Podía imaginarlos en su mente, poblando ese basto lugar junto a los cielos. Le hubiera encantado presenciar aquello con sus propios ojos.
-Nívea, era la reina de los dragones blancos y gobernantes de los bosques fríos de sur-
Movió su mano, materializando con su magia una pequeña figura translúcida de esa clase de dragón. Parecía de hielo, ya que sus alas eran impolutas con pequeños destellos azules.
-Erugo, fue el príncipe heredero de los dragones cambiantes, habitantes de la costa y los mares del oeste- otra figura se formó delante de ellos en color verde musgo -Hara, era la primogénita y protectora de los dragones durmientes o Valkyrie, que se asentaron en las llanuras del este- una tercera silueta apareció, era muy bella y rosada -Cirse, fue la guerrera y emperadora de los Nornir o dragones raros, ellos se parecían a nosotros, los humanos-
Era cierto, tenían forma antropomórfica. La imagen que apreciaban lo detallaba, sólo que sus ojos y cabellos, eran color esmeralda.
-Lo recuerdo, las hembras de esta especie se aparearon con hombres y de ellos, nacieron los humanos capaces de utilizar la magia- apuntó a ambos -Así como nosotros-
-Exactamente y vivían bajo tierra construyendo armas mágicas- besó su mejilla al llegar al exterior -Y por último, Acadia, la bella sacerdotisa de los Fenrir y antiguos moradores de los bosques de Ingual- encaminaron sus pies a las caballerizas -Y Rigveda, el monje residente las tierras áridas centrales, perteneciente a los dragones oscuros y enemigos naturales de su contra parte, los rojos-
-Es una linda historia y me encantó escucharla, gracias-
Habían llegado y de un rápido movimiento, montó el caballo que el jefe de cuadra había preparado para él. Hizo lo mismo con ella, la cargó delante de su silla como si pesara nada y al tirar de su cuerpo con un brazo libre.
-¿Qué?- preguntó sonriente al ver su desconcierto.
-Nada- apartó sus rizos del rostro, su cabello perdía el control de inmediato -Me sorprende que seas tan fuerte-
Aferró las riendas y espoleó el caballo para emprender camino, después de reír con una sonora carcajada.
-Keilot también lo es- aseguró, mientras los sirvientes le hacían reverencias al pasar -Mi padre nos hacia entrenar nuestra fuerza hasta que se nos rompieran los huesos- comentó con el pecho hinchado -Y estos son los resultados, dos hombres ridículamente fuertes-
Divagó un poco en su mente y miró su perfil con curiosidad, era anormal esa cualidad para un simple humano mortal.
-Él y tú pertenecen a la raza dragón, ¿No?- no respondió, solo sonrió como un psicópata -¡Dímelo! ¡Dímelo!-
Suplicó dando brincos frente a él. Era una persona muy insistente cuando se lo proponía.
-¡Dímelo, Lai!-
El camino era extenso y sombrío dentro de ese bosque atravesado por un tañido río cristalino. El trote pasó a un rápido galope en cuestión de segundos y después de un enérgico botet de esa indómita bestia.
-¿¡Qué haces!?- se aferró a la grupa, aterrada -¿¡Te volviste loco!? ¡Detenlo!-
Se detuvieron abruptamente y él desmontó de un salto. Ella conocía esa mirada y le causaba pánico, pero si oponía resistencia, sería mucho peor.
-Estás muy quejumbrosa el día de hoy- la cargó sobre su cabeza con ambos brazos en alto -Creo que la princesa necesita una sesión de besos y caricias para sosegar su mal humor- la dejó sobre su hombro en un delicado movimiento.
-¡Bájame! ¡Bájame!- golpeó su espalda una y otra vez -¡Bájame!- la depósito en el suelo con cuidado y bajo un inmenso roble -¡Eres un...!- la acalló con un febril beso que la derritió completa.
-Extrañaba tanto esto- llevó una mano a su pequeño, pero turgente pecho -Cada noche sueño con tenerte entre mis brazos una vez más- desató el lazo que ocultaba su piel bajo ese vestido color vino -Eres como un elixir para mí-
Llevó los labios a uno de sus pezones expuestos y sopló sobre él congelándolo con su aliento, haciéndola temblar.
-Pídeme lo que quieras y lo haré realidad, preciosa- ocupó toda su boca con su sensible tes y succionó de ella como un niño hambriento de deseo -Mi diosa- su lengua recorrió todo su pecho hasta llegar a su boca -Mi reina-
Separó sus piernas con cuidado y suavidad, después de quitarse su túnica por la cabeza para seguir con los pantalones. Era un hombre increíble, sus músculos se encontraba tensos, enormes y tonificados, su piel clara resplandecía por el sol y su cabello relucía de un azabache muy intenso. Pero sus ojos eran su mayor atributo, su magnificencia y en ese momento lo supo, eran los ojos de un dragón. Él era un dragón. El príncipe de Dragma era un dragón.
-Levanta los brazos, mi amor- pidió con cautela y mordiendo levemente su hombro -Perfecto- la desnudó con premura y disfrutando lo que la vista le brindaba -No te escondas de mí- apartó las manos de su cuerpo cuando quiso ocultar su decencia -Nunca te escondas, porque puedo verlo todo-
Se hundió en ella como hace tiempo no lo hacía, la hizo suya y parte de él bajo ese roble.
-Pata- se encontraba en el piso jugando con su cachorro -La otra pata- jugaban a mano y garrita al chocarlas -La otra- rió como una niña -Eres muy listo-
Su gris mirada era impresionante y no paraba de menear su colita, estaba feliz.
-Muy bien, ahora...- aplaudió tres veces -¡Rueda!-
Rodó sobre su lomo, pero sus patitas quedaron al aire, no logró dar una vuelta completa.
-¡Estás tan gordo que no puedes rodar!- lo cargó en sus brazos riendo como una loca y el carro se detuvo -No despertemos a Enrique- su erizo dormía sobre uno de los asientos -Estuvo despierto toda la noche y tú sabes, se pone de mal humor si lo molestamos- lo observó pensante -Creo que lo tendría que haber llamado Keilot-
Era un gran nombre y tendría que habérselo dado, le quedaba a la perfección.
-¡Te escuché!- abrió la puerta de golpe y le tendió los brazos para poder bajarla -A partir de aquí, montaremos- subió de un pequeño salto a él -El terreno es muy estrecho para el carro-
La llevaba sentada sobre uno de los antebrazos y en su otra mano cargaba con Enrique el erizo.
-No te muevas de aquí- la depositó despacio sobre su inmenso caballo cimarrón -Voy a dejarlo con Logan- lo acercó a ella para que lo tomara, había despertado -No podrás cargar con los dos si algo ocurre y no quiero arriesgarme a perder alguno-
-Bien- no había soltado a su lobito en ningún momento y tenía razón, le era difícil cargar con ambos -Dile que cuando despierte, le de su manzana del día- asintió -Y agua, siempre despierta con mucha sed- lo picó un poco, pero volvió a dormir.
-¿Algo más?-
Ese animalito era muy malhumorado y no quería pasar mucho más tiempo con él, no eran compatibles.
-No, pueden retirarse- realizó un gesto desinteresado con la mano, corriéndolo -Gracias por sus servicios, mi buen esclavo-
Se burló, soportando una estridente risotad. La aniquiló con sus ojos e inició camino hacia su subordinado murmurando entre dientes. No había forma de objetar, ya que no estaba equivocada, lo había convertido en su esclavo
-Me encanta como lo tienes, Gaia-
Era increíble como su amigo y líder, había perdido la cabeza por ella.
-¿Cómo, Meg?- giró a verla haciéndose la tonta.
-Loco y a tu merced- chocaron cinco como si fueran amigas de toda la vida -Jamás lo había visto así-
Negó con la cabeza, mientras él se acercaba a paso gallardo y firme, pero se detuvo a conversar con uno de los suyos.
-Es completamente ignorante de su atractivo y se ve a sí mismo como un enorme ogro- lo señaló con disimulo -Pero ha pasado la noche con tantas mujeres, que no me alcanzan los dedos para poder contarlo- intentó hacerlo, pero fue en vano -Se volvían locas por él a la mañana siguiente, cuando fingía demencia o no recordarlas- rió con toda el alma -Pero ahora es al revés y me alegro por él- su sinceridad la atravesó -Es como mi hermano, ¿Sabes?- sus ojos azules brillaron al decirlo -Y tú eras lo que tanto le hacía falta, te lo agradezco- aferró una de sus manos con fuerza -Gracias, Gaia-
Un sollozo ahogado salió de ella, todo lo que dijo fue hermoso y la conmovió de sobremanera. Nunca imaginó que su esposo estuviera tan roto como ella.
-¿Qué pasa aquí?- observó a ambas con ojo crítico -¿Por qué lloras?-
Llegó a ella y la aferró de la cintura para secar sus lágrimas con uno de sus pulgares.
-Es que...- limpió su rostro con el dorso de su mano y sosteniendo a su cachorro que lamía sus lágrimas -Megan me contó una historia muy bonita que me hizo llorar- la nombrada le guiñó un ojo en complicidad.
-¿Es cierto?- cuestionó a su amiga y en un tono por demás cortante.
-Tu esposa nunca miente y esa es la pura verdad- respondió igual -¿Por quién me tomas?, ni que la hiciera llorar por gusto- observó la posición del sol con una mano sobre sus ojos -Creo que debemos irnos antes de que salgan los licántropos-
-¿Licántropos?- repitió aterrada y él tomó posición en la montura.
-Si, el bosque de Unrha está lleno de ellos-
Suspiró agotado, el viaje a casa se hizo eterno, solo quería llegar, tomar un baño y retozar con su hermosa esposa hasta morir.
-¡Escuchenme todos!- su grito aplacó hasta los caballos -¡Nuestro hogar se encuentra del otro lado de este bosque!- inhaló profundo -¡Sean listos, rápidos, fuertes y tenaces!- acercó a su esposa a él y murmuro que se aferrara con fuerza -¡No dejen que los Lycans los atrapen!-
Emprendió carrera a todo galope, cuando los aullidos de esos monstruos advirtieron de su presencia.
-¡Lider! ¡Ahí vienen!-
-Cierra los ojos- pronunció con su voz cargada de peligro al despertar su espada -Y esconde a Alpha-
Obedeció como nunca antes lo había hecho, siendo invadida por rugidos y alaridos que le calaron hasta lo más recóndito de su ser, la sensación era espeluznante. El pequeño lobo en sus brazos aulló con fuerza y abrió los ojos de golpe, era una advertencia. No sabía como, pero podía ver al enemigo acercándose por la retaguardia y sin voltear ni un instante.
-¡Keilot! ¡Detrás de tí!-
Blindó su espada y lo atravesó, partiendo su enorme cuerpo en dos a pleno vuelo.
-Lider- la huida se detuvo -Era el último- aseguró, mirando alrededor.
-Lo sé, Seth- su espada volvió a dormir y siguieron camino, Unrha podía verse en el horizonte -¿Estás bien?-
Preguntó a su acompañante que seguía con la vista fija al frente, parecía pasmada del susto.
-¿Gaia?- movió su rostro con una mano para mirarla a la cara y su aliento se detuvo -Tus ojos- se aceró con cuidado de no sobresaltarla -¿Qué le sucedió a tus ojos?- preguntó con un hilo de voz.
-¿Qué?- volvió en sí al escucharlo, parpadeó un par de veces y regresaron a la normalidad -¿Qué tienen?-
Tanteó sus pómulos con los dedos buscando heridas o algo, se sentía asqueada por la cantidad de sangre y los restos humanoides tendidos alrededor, además de eso, no percibía nada extraño en si misma.
-Eran grises hace un momento- respondió catatónico.
-¿Grises?- repitió aturdida -¿Cómo?- no había lógica en lo dicho -Mis ojos son avellanas, no grises-
-Olvídalo- decidió cambiar de tema, al llegar, hablaría con el mago de su castillo sobre ese asunto -Eso que ves entre las montañas y detrás de las murallas- sonrió e inhaló, profundamente -Es Unrha, mi hogar-
-Nuestro hogar-
Corrigió con la misma sonrisa en su rostro, al fin, su nueva vida iba a comenzar.
-Hemos profanado a este pulcro lugar, Lai- cubría su desnudo cuerpo, mientras él besaba su cuello -No es propio y digno de un príncipe este comportamiento-
Se sentía incómoda y muy culpable al llevarlo a ese estado de éxtasis que no podía suprimir. Era un aminal en celo e insaciable.
-Soy un hombre con necesidades, Dea- apartó su cabello a un lado para seguir con sus caricias -Y no existe ningún título nobiliario que borre eso-
Se dejó caer de espaldas para levantarla sobre su cabeza como si se tratase de un pequeño gatito.
-Ademas, tú eres mi prometida y por ende, mi futura esposa, debes complacerme- su mueca lasciva la estremeció.
-No seas ridículo- se removió inquieta para que la bajara -Desde que llegué aquí, todo el mundo trata de complacerte- la acercó para darle un enorme beso en la mejilla -Sin mencionar, como las criadas corren detrás de ti todo el tiempo- rodó los ojos, fastidiada.
-¿Acaso estás celosa?- se burló con una enorme sonrisa en los labios.
-Claro que no- la abrazó contra su pecho, no iba a soltarla nunca -De hecho, me resulta inquietante...- dirigió la mirada a él y sonrió diabólica -¿Con cuántas de ellas te habrás acostado?-
-No te lo diré-
Dejó un pequeño beso en su nariz, sus hazañas con mujeres no eran dignas de ser contadas y jamás las revelaría ante ella.
-Un hombre puede amar a mil mujeres, pero un caballero, ama a una mujer de mil maneras- acarició sus largos rizos -Y yo te amo a ti- inclinó la cabeza al oírlo.
-¿Me amas?- parpadeó impactada.
-Profundamente- declaró en un suspiro -Y desde la primera vez que te vi- lo recordaba como si hubiera sido ayer.
-O sea que...- contó con los dedos -Desde hace tres años-
-No precisamente-
Comenzó a narrar los hechos de un descabellado encuentro de sociedad hace más de seis años atrás.
Desde tiempos inmemoriales, las hijas de los nobles y aristócratas eran presentadas a la corte real, en una elaborada y elegante ceremonia en donde solo podían acceder a este gran honor, determinado grupo de doncellas con edad venidera para recibir pretendientes. Ese año, le tocaba a las hermanas Fleming de diecisiete primaveras presentarse en sociedad pero, una de ellas, se negó rotundamente a realizar ese espectáculo para fingir algo que no era y jamás sería.
-¡No puedo creer que seas tan estúpida!- caminaba de un lado a otro convertida en un terrible monstruo de cabello indomable -¡Que te hayas dejado convencer por nuestros padres, para hacer este ridículo, Dea!- se detuvo para ayudarla con su vestido -¡Te desconozco! ¡Te juro que te desconozco!- se apartó un poco después de acomodarle el vuelo -¡Este peinado te queda horrendo!-
Le desarmó el moño perfectamente arreglado que sometía sus rizos.
-¡Gaia!- reclamó abrumada y mirándose al espejo para intentar arreglarlo -¡Mi cabello! ¡No puedo salir así!- golpearon la puerta.
-¿Niñas?- pronunció la dulce voz de su madre -¿Están listas?- abrió la puerta y se congeló -Gaia, ¿Y tu vestido?-
La miró de pies a cabeza, llevaba un sencillo vestido verde oliva con detalles dorados. Era simple y sobrio, al igual que su persona, pero no era lo que debía llevar en esa ocasión. Negó impaciente e intentando volver a peinar a su otra hija, pero fue una labor inútil y atusó un sutil recogido que le quedaba perfecto. A diferencia de su hermana, ella era angelada y preciosa, una blanca flor de Hara muy delicada.
-¿Te refieres a esa cosa espantosa color blanco?- lo señaló con asco -¡Olvídalo, madre!- acomodó el laúd colgado en su espalda y tomó una manzana de un frutero antes de irse -¡Me niego a presentarme en sociedad hasta el año que entra!- le dio una enorme mordida y masticó como un pirata -Ahora, si me disculpan...- abrió la puerta detrás -Los caballos están en el establo, esperándome-
Giró sobre sus talones y salió de esa habitación a paso rimbombante.
-¡Gaia! ¡Ven inmediatamente aquí!-
Toda la familia real estaría allí, el rey, la reina y sus descendientes, era un enorme espectáculo sin precedentes y no debían cometer errores. La presentación de ese año, a diferencia de otras anteriores, se realizaría en el castillo de vacaciones que los monarcas poseían en las tierras de Hara, como centro de entretenimiento y entrenamiento para sus más fieles soldados.
-Madre, déjala- la detuvo cuando intentó ir tras ella -Padre le dio la posibilidad de elegir y está bien, no quiere que lo ponga en vergüenza, tú sabes como es- cerró la puerta y la invitó a acercarse a la ventana -Mira lo feliz que está, hace mucho tiempo - podían verla a lo lejos montando un caballo para perderse en el bosque -No sería la Gaia que conocemos si la obligamos a hacer esto- se señaló completa, para luego, mirarse al espejo.
-Lo sé- exhaló un tedioso lamento -Pero así nunca conseguirá un marido para alejarse de tu padre- la horrible relación que ellos tenían, enfermaban sus nervios -Ningún hombre la aceptará si sigue con ese comportamiento- caminó digna y a paso elegante hasta la puerta -Estará sola y es algo que no deseo para ninguna de las dos-
-Siempre hay un roto para un descosido-
Aseguró con una linda sonrisa, al devolver sus ojos fuera y ver como después de unos minutos, un enorme caballero sin su brillante armadura y rebelde cabello café, seguía el mismo sendero que su hermana.
-Bien, basta de charlas, madre- se arregló en su reflejo una última vez -Los reyes nos esperan-
Aferraron sus brazos y emprendieron andar hacia el salón real. Una a una fueron pasando y ella sería la última, se mantenía compuesta y serena, estaba allí por sus padres, no por sus propios anhelos y no tenía grandes expectativas al respecto. Abrieron la enorme puerta blanca de par en par y la revelaron por completo, era diferente, muy distinta a cualquier jovencita presentada aquel día. Era magia y a cada paso que daba, todos podían apreciar el enorme maná que de ella emanaba.
-Ven aquí, niña-
La reina estiró una de sus manos después de que hiciera una cordial reverencia, deseaba verla de cerca y buscar alguna inicua imperfección en ella.
-Eres preciosa- sonrió encantada -¿No, Lai?- habló a su hijo ubicado a su diestra, pero no dijo nada, solo se mantuvo en silencio, contemplándola -¿Rocks?- ahora cuestionó a su esposo.
-Es la hija de Hanibal y Selva, no podía esperar más de ellos- sus ojos eran sabios y escrutinios -¿Acaso eres alguna clase de maga?- quiso saber -Tu padre es un brujo blanco y tu madre es una druida, ¿Tú que eres?-
-Pues, según el antiguo sabio del monte, su majestad- respondió cohibida -Soy una hechicera negra- se apartó un rizo del rostro al sentirse insegura -Pero aún no he tenido la propia instrucción, así que, el maná se encuentra cautivo en mi interior-
El silencio era absoluto y mortuorio. Desde hace décadas que no nace un hechicero negro en el imperio de Dragma después del Ragnarok y tener a una jovencita con esas cualidades frente a sus ojos, causaba conmoción y estupefacción en todos.
-Eso se termina hoy, cariño- la reina sonrió, emocionada -Mi hermana es Madame Symza, ¿Has oído de ella?-
Asintió estoica, era una poderosa chamana que podía asesinar monstruos y dragones de un solo chasquido. Era una mujer bella y anhelada por miles de hombres, pero con un espíritu tan libre, que nadie era digno de ella.
-Muy bien, entonces, después de esta temporada y sino consigues ningún pretendiente- el tiempo estipulado sería unos seis meses o quizás, un año, aproximadamente -Viajarás a Dragma y te convertirás en su aprendiz- era una orden.
-Si, su alteza- inclinó la cabeza en señal de respeto -Gracias por darme esta oportunidad-
Movió una mano para indicar que se acercara un poco más y compartir un enorme secreto.
-No, gracias a ti por dejar sin palabras a mi hijo-
Susurró en su oído y miró al susodicho que seguía en la misma posición anterior, solo que ahora, no le apartaba los ojos.
-Así fue como te robaste mi corazón y después de una visión que me lo enseñó todo- rozó su mejilla con los labios y detuvo el caballo -Todos piensan que me enamoré de ti desde el primer momento que llegaste aquí, pero fue mucho antes, yo lo sé- desmontó y la ayudó a hacerlo -Solo que ese día tú no te fijaste en mí, me ignoraste y como nunca nadie lo había hecho antes- la depósito en el suelo.
-Casarme no era uno de mis anhelos en esa época de mi vida, tú sabes- acomodó su túnica y vestido al estar en pie -Siempre tuve la opción de ser libre-
Abrió la puerta delante de su nariz y se perdieron dentro de la casa del alquimista, había un enorme recado que recoger.
-Esos monstruos...- tragó la repulsión que le quemaba la garganta -Eran o mejor dicho, fueron humanos, ¿No es así?-
Aún podía percibir el olor a sangre a la distancia, sus sentidos se encontraban agudizados y en alerta. Jamás había sido invadida por una sensación así, era extraño, como si una magia rara contaminara todo su cuerpo desde adentro.
-Sí, lo eran- un grupo de soldados desplegaba el puente levadizo para ingresar a Unrha -Pero hace mucho tiempo perdieron la humanidad y ya no queda nada de lo que alguna vez fueron-
-¿Qué les sucedió?- había leído sobre eso, pero no lo recordaba del todo.
-Los consumió la maldición de los Lycans-
Durante su vida como caballero y a veces mercenario, al participar de diversas subyugaciones de monstruos, había sido testigo de muchas cosas que era mejor no recordar.
-Los licántropos nacen de otros licántropos- agregó su esposa -Y entre ellos, con un mayor grado de humanidad, se encuentran los lycans- miró la palma de su mano con pesar -Los lobos casi humanos- dirigió la vista al frente -Las maldiciones son terribles, pueden destruír hasta al más benévolo de los hombres-
-Sí- aspiró el aroma de su cabello -Pero aquí estarás a salvo, lo prometo-
Negó con la cabeza, eso no era verdad, jamás lo estaría. La maldición que cargaba desde antes de nacer, la perseguiría hasta la muerte.
-Malditos sean tú y toda tu estirpe, Hanibal Fleming- rememoró el cántico que recordaba desde niña -Tu sangre será manchada por la desgracia y la calamidad-
Su padre se enamoró de una princesa gitana, rescatándola de su cruel y triste destino, sin tener en cuenta las consecuencias que ese hecho traería.
-Vivirán una vida de miseria, infelicidad y tormentos- contuvo las lágrimas que ardían en sus ojos -El amor errado marcará su destino y será su final-
Él abrió la boca para darle consuelo, para repetirle que todo estaría bien, que sería fuerte y no sucumbiría a la maldición, pero no pudo hacerlo.
-¡El señor de Unrha a regresado!-
Exclamó uno de los pobladores mientras vítores de euforia y felicidad los recibían. Niños con la cara cubierta de hollín, comerciantes, mineros, doncellas y vasallos, recibían a su señor como si se tratase de un Rey. Era un hombre justo y adorado por todos, que cuidaba de ellos detrás de las murallas que los protegían de todo mal.
-¡El héroe del pueblo! ¡El asesino de dragones!- los aplausos enardecían como una gran ola -¡El hombre más fuerte de este continente!-
Su gente lo amaba y ella soltó un par de lágrimas, su esposo era respetado por ser un buen hombre y velar por todos ellos. Muy dentro de su interior, lo admiraba y mucho.
-¡El heredero del poder de Ingual!-
Ingual, el señor de los bosques y destructor de monstruos. Todos los habitantes de Unrha y de ese basto continente, están seguros de que ese poderoso hombre reencarnó en él. Pétalos y flores caían a su paso, pero él siguió camino, ignorándolos. No era soberbia, era humildad, sin ellos no sería nada.
-Por todas las fuerzas de la naturaleza-
Susurró impactada al ver el castillo frente a ellos, era enorme e imponente, al igual que su dueño.
-Esto no es un castillo- la bajó con cuidado y muy lentamente -Es una fortaleza- habló con él y siendo dirigida al interior -¿Cómo voy a ocuparme de todo esto?- miró alrededor sintiéndose diminuta -¡Alto!- gritó al atravesar el jardín -¡Dios mío!- corrió hacia un enorme árbol casi marchito -¿Qué le hicieron?-
Tocó el tronco con la palma de su mano, seguía vivo, pero agonizante.
-Es un jacarandá y desde que llegue aquí, no hay forma de recuperarlo- señaló en todas las direcciones posibles -Por más que lo intentamos, no hay nada que pueda creer aquí-
-Entiendo- se alejó y observó todo con una gran culpa -Lo primero que arreglaré será el jardín-
-Me alegra oír eso- tomó su mano y la guió adentro -Este lugar te encarará, es...- enmudeció -Un desastre- susurró impávido y sus sirvientes lo esperaban en fila con la cabeza gacha -¿¡Qué pasó aquí!?- gritó a todo pulmón -¡Herbert!- se acercó a quién parecía ser el jefe de todos ellos -¡Envíe la orden y el dinero para que arreglaran este lugar antes de la llegada de mi esposa! ¿¡Qué fue lo que pasó!?-
-Lo hicimos, mi lord- respondió abrumado y entre temblores -Cambiamos las alfombras, compramos resina, aceite y velas- explicó avergonzado -Y acondicionamos la mejor habitación para la señora, pero no fue suficiente- bajó la cabeza, le había fallado a su amo.
-¡Tendrían que haber enviado por más!- estaba a punto de matar a alguien -¡Me voy por tres años y este lugar se cae a pedazos!- tiró de su cabello a punto de explotar de ira -¡No puedo meter a mi esposa esta enorme pocilga!- hiperventilaba de amargura -¿¡Y dónde está Kylar!?- él era el mago y su mayor confidente allí.
-¡Este lugar es grandioso!- exclamó extasiada, ignorando sus gritos y lamentos -¡Me encanta!- descorrió todas las cortinas de par en par -¡Este ventanal siempre tiene estar abierto!- parecía una niña feliz y entusiasta, lo arreglaría todo a su gusto -¡El día no es día sin el sol y siempre hay que dejarlo entrar!- sacudió las manos y levantó sus mangas, dispuesta a ordenar todo lo que hiciera falta -¿Qué?- preguntó a los presentes que la veían ir de acá para allá -¿No van a ayudarme?-
Empujó un enorme sillón de brocado para sacarlo afuera.
-Señora, usted no debería...- su amo levantó una mano haciéndolo callar.
-Déjenla, es su casa- la admiró con sus ojos lleno de idolatría -¿En que soy bueno, amor?- levantó sus mangas igual que ella para ofrecerle ayuda.
-Que bueno que preguntas- trenzó su cabello de forma desordenada -Esos muebles se van- señaló una juego completo de comedor a su derecha -Lo devoraron las termitas, así que, adiós- lo despidió con dos dedos en su frente -Chicas- dirigió su vista a las criadas -Traigan todo lo necesario para limpiar las ventanas- asintieron al unísono -Y ese hombre de allá me mira feo- apuntó a un enorme cuadro en la pared -También se irá, descuelguenlo-
-Gaia, ese hombre es mi padre- irrumpió él, cargando con dos sillas sobre sus hombros.
-Pues, que cambie de actitud o se irá-
Giró sobre si misma y siguió a las criadas a la cocina, dejándolo con la palabra en la boca.
-Herbert, quiten ese cuadro de aquí- dio un paso y retrocedió -También ocupense de su cachorro y su erizo- rió por lo bajo y siguió ayudando en el quehacer -Vivir con ella no será tan fácil como imaginé-
Murmuró para si mismo y hundiéndose en el recuerdo de cuando la vio por primera vez, hace mucho tiempo atrás.
El único lugar donde se sentía bienvenido eran los establos, ser un pariente ilegítimo de la corona y tener orígenes humildes, no causaba buenas miradas o impresión entre los vasallos. A él no le importaba, estaba muy orgullo de su ser, pero su primo Lai, perdía los cabales cada vez que alguien le dedicaba una mirada irónica u hostil y eso que ahora, era un caballero de poco renombre. Estaba allí de vacaciones junto a sus tíos y ningún noble iba a arruinar su existencia por pequeña que sea. En unos días más, volvería a Unrha para seguir con la obra de las murallas y no volvería a verlos jamás.
-Disculpe-
Picaron su hombro y bufo fastidiado al dejar de cepillar a su caballo. No le daban paz en ese lugar.
-¿Sí?-
Preguntó impaciente y se petrificó al voltear completamente. La joven frente a él era una muñeca, pequeña, frágil y delicada, como un botón en flor, ¿Quién era? ¿Alguna criada desconocida? ¿O una artista callejera por su laúd?
-¿Está disponible algún caballo que pueda montar para recorrer los alrededores?-
Arrojó el corazón de manzana que estaba comiendo sobre una pila de heno y se limpió la broca con el dorso de su mano. Era bastante vulgar, una extrajera, seguro.
-Lo siento, pero los sirvientes no pueden usar los caballos del rey- cruzó los brazos y lo miró, escéptica -Solo algunos nobles y los soldados pueden hacerlo-
-Bien, entonces...- observó alrededor con mucho interés -Me llevaré este-
Abrió la caballeriza de una potranca con pelaje blanco y comenzó a prepararla.
-¿Acaso no me escuchó?- la tomó de un brazo sin ningún tipo de delicadeza -¡No puede llevárselo!- presionó su agarre.
-Escúchame bien, soldadito- era evidente que era uno -¿Qué te hace pensar que soy una sirvienta?- la señaló de arriba abajo con un dedo, por sus ropas, no había dudas de que era una criada -Soy Gaia Fleming y te recomiendo que me sueltes-
Quitó su mano como si le quemara al escuchar su nombre. Era la hija de un noble caballero de alcurnia, Hanibal Flemimg.
-Lo siento, señorita- rascó su nuca, avergonzado -Pero se supone que, todas las jovencitas están presentándose ente la corte real y usted, teniendo en cuenta quién es su padre...- siguió preparando la montura y fingiendo no escucharlo -Debería estar ahí-
-No me interesa esa estúpida presentación y mucho menos, la corte real- respondió seria y pasando junto a él al tirar de las riendas a la salida -Como puede ver, no soy la hija de un noble normal- aspiró el aire frío de esa a tarde y subió de un salto al animal -Buen día- movió las bridas con fuerzas -¡Iiiiaaa!-
Galopó como una amazona en pleno campo de guerra y sin mirar atrás.
-Esto es irreal- regresó al establo preso de la adrenalina, tenía que alcanzarla -No te asustes, Tirano- habló con su fiel compañero de aventuras, alistándolo -Te prometo que esta será la última- movió la cabeza en un aburrido relincho y le golpeó el rostro con la cola -Sí, tienes razón- se detuvo un momento a pensar en todas las opciones probables -¿Qué posibilidades hay de que ella sea la joven intrépida e indomable de la predicción de Flora?- su caballo contó con uno de los cascos -Totalmente, esa gitana es una embustera y por esa razón, debemos averiguarlo-
Terminó su labor y salieron tras ella como un rayo. La encontró más rápido de lo esperado, sentada sobre una roca en el medio del río y tocando su laúd con los ojos cerrados.
-Triste mortal solamente su siervo- tenía una voz increíble -Loco de amor, es su amor lo que anhelo-
La escuchaba escondido detrás de un árbol y evitando ser visto.
-Mi bella flor ruego a Dios...-
Levantó la mirada al cielo y el sol la iluminó, pero su luz era fría y oscura. Era un hada herida, llena de nostalgia y secretos anhelos.
-Dame el valor, pues sin ella nada soy ni tengo...-
Aceleró el ritmo de la melodía que antes era un melancólico arpegio.
-Hoy te busqué y te hallé en mis sueños- sus ojos se inundaron -Soy un ladrón pues robarte pretendo...-
Lo comprendió todo al ver caer sus lágrimas, esa letra fue compuesta para ella y le causaba un enorme daño.
-Mi bella flor ruego a Dios- no podía contenerlo, lloraba sola, sin consuelo y hecha trizas -Dame el valor, solamente quiero robarle un beso...- cerró sus ojos de nuevo -Y si con un beso sello mi fin, me da igual- su voz vibró, pero se recompuso -Puede ser que ese beso es para mí la razón de mi vida...-
Finalizó y guardó silencio por mucho tiempo, mirando hacia la nada. Se incorporó presa de una incontrolable furia y arrojó su laúd lejos, haciéndolo trizas cuando impacto contra el árbol donde él se encontraba.
-¿¡Por qué!?- gritó desgarrada, abrazándose así misma y cayendo de rodillas al agua -¿Por qué?- repitió, parecía muerta de dolor -¿Por qué me hiciste esto, Dios? ¿Por qué me castigas así? ¿Por qué?- el llanto la ahogaba -¿Por qué me abandonaste?- golpeó el agua con su mano hecha un puño -Yo era feliz, era único que tenía, pero él murió y lo alejaron de mí para siempre- miró la palma de su mano con rabia -Maldita- temblaba sin coltrol -Estoy maldita-
Se levantó como pudo, secó sus lágrimas y caminó hasta wl caballo para darle un enorme abrazo. En ese momento lo supo, ella estaba rota, triste y sola como él. Le había robado el alma y debía protegerla con su vida entera, aunque muriera en el intento, era una promesa.
-¿Keilot?- su voz lo trajo de vuelta -¡Vuelve!-
Chasqueo los dedos delante de su cara y él la abrazó con todas sus fuerzas, necesitaba hacerlo.
-¡No respiro!- se quejó estrangulada, sus abrazos eran de temer -¡Suéltame!- lo empujó un poco -¡Keilot, por favor!- imposible apartarlo -¡Dignidad!- alejó su rostro para que no la besara.
-Solamente quiero robarte un beso, mi bella flor-
Murmuró por lo bajo y ella perdió el aire. No podía pasarle eso, no podía hacerle recordar a él, no después de tanto tiempo.
-¿¡Cuánto!?- exclamó abrumada mirando todo lo pedido por su maestra -¿¡Acaso te volviste loco, Dante!?-
Dante Rockbell, el alquimista elemental de Dragma, un joven alto, atlético, cabello rubio y ojos dorados. Eran grandes amigos desde hacia un tiempo y desde que ella se convirtió en clienta asidua del lugar, ya no existían formalismos entre ellos. Todos sus productos eran de excelente calidad, pero a precios muy altos.
-Lo siento, Dea- hizo un gesto raro, no sabia que decir -¿Pero tienes idea de lo costoso y difícil que es conseguir polvo de conchillas blancas?- señaló un pequeño frasco sobre el mostrador -Y ni hablar, del elixir de mandrágora negra que sólo se encuentran en los acantilados de Eurugo- levantó un recipiente mucho más pequeño que el anterior.
-Te crees que no lo sé- contó el dinero de su monedero -Pero hicimos este mismo pedido hace un mes y ahora cuesta casi el doble de su valor- dejó tres monedas de oro delante de él.
-Subieron los impuestos y tuve que remarcar los precios- acotó con lastima -Eres una de mis mejores clientes y tú sabes lo difícil que es vivir el día a día aquí- introdujo todo en un saco de cuero desgastado -Tuve que hacerlo-
-Lo entiendo completamente y sé que tú no tienes la culpa de esto, pero...- miró con nostalgia un hermoso violín dentro de una vitrina -Estoy cada vez más lejos de tenerlo- lo señaló, sintiéndose muy mal -Madame Symza jamás me devuelve el dinero que gasto aquí y una vez que había ahorrado lo suficiente, sucede esto- junto sus manos en súplica -Guardamelo por un tiempo más, ¿Sí?- su gesto triste era conmovedor -Prometo venir a buscarlo cuando pueda-
Asintió gustoso, ese violín era algo muy costoso para que alguien más lo comprara, pero de repente, su cara se transformó.
-Disculpe, señor- se dirigió a la persona que había ingresado con ella y se ocultaba debajo de una enorme capa -Pero no puede tocar eso, ese violín es muy caro y si lo rompe, tendrá que pagarlo-
-No hay problema con eso- descubrió su rostro y él hizo una exagerada reverencia al reconocerlo -Me llevaré el violín, el estuche, si es que tiene uno y la resina para el arco- dejó todo sobre el mostrador -Y también pagaré el pedido de Madame Symza-
-Sí, su majestad- su nerviosismo era palpable -Enseguida regreso-
Fue a buscar lo pedido al cobertizo. Era un honor que el príncipe del imperio pisara su tienda como cualquier otro ciudadano del lugar. Nadie iba a creerle cuando lo contara, pero no importaba, no le quitarían la dicha.
-¿Qué?- preguntó a la defensiva al sentir su mirada -¿Por qué no me comentaste que la tía te explota de esta manera?-
Cuando regresaran al castillo tendría una larga charla con ella.
-No tengo porque decírtelo-
Se apartó un rizo del rostro, estaba muy molesta, había intervenido en sus asuntos y no tenía porque hacerlo. No tenía ninguna derecho en inmiscuirse en su vida, así sea el príncipe, su prometido o el mismísimo dios, nadie debía hacerlo.
-Es mi maestra y jamás hablaría mal de ella, ni siquiera a ti- estaba a punto de sacarla de quicio -Todo lo que suceda entre nosotras, no te compete, porque no es asunto tuyo-
Rió sarcástico, como si hubiera dicho una enorme estupidez y su cinismo, la enloqueció.
-Lo que ella hace, está mal y tú lo sabes- la apuntó con un dedo en el pecho -Eres mi prometida y serás la princesa de este reino cuando te cases conmigo-
El alquimista regresó, pero quedó petrificado al escucharlo, ese sí que era un rumor gigante.
-Y no voy a permitir, bajo ningún punto de vista, que te falten el respeto o te utilicen para su beneficio- dio por finalizado el asunto.
-Paga ya y vámonos-
Salió de allí a grandes zancadas al sentirse insultada y siendo seguida por él con las peores caras que podían tener. Eran igualmente tercos y malhumorados, esa discusión, no terminaría allí.
