La ira de Dios, así definió su vida desde que ella se marchó hace más de tres años atrás y no tuvo razones después de su partida al romper el compromiso. Todo se volvió sombrío y sin luz, sumergiendo su mundana existencia en una triste oscuridad y de la cual, no podía salir. Era un ente, un desafortunado ente que ya no sonreía y que buscaba consuelo en mujeres similares a ella. No mintió aquella vez, fue totalmente cierto, no lo esperaría y mucho menos, regresaría.
-¿En que piensas, mi rey?-
Preguntó aquella bella y dulce cortesana a su lado, de largo cabello rojizo e hipnóticos ojos azul celeste, que no lo hacía sentir tan solo.
-En nada, Irene- su vista no se apartaba del techo -En que en poco tiempo no podre verte como antes-
Lo coronarían en unos cuantos días y se convertiría en el nuevo emperador de ese basto reino, pero ya no importa, nada importa si no la tenía a ella.
-Puedes convertirme en parte de tu consorte, si lo deseas- acarició su escultural pecho con un dedo -No tendría problemas en compartirte con tu esposa- se levantó para cubrir su desnudez con una bata y beber algo fresco -¿Te apetece un jerez?-
Revolvió la copa en mano para captar su aroma y llevarla a sus labios para darle un pequeño trago.
-No, gracias- hizo lo mismo que ella colocándose los pantalones -Leticia debe estar histérica, esperándome- seguía manteniendo su atractivo a pesar del tiempo -Ser mi esposa no es fácil para ella- pasó su túnica por la cabeza, estaba casi listo -Y para nadie- acordonó sus botas sin prisa.
-No te vayas- rogó, colgándose de su cuello -Quédate esta noche- la apartó, lentamente.
-Me encantaría- besó sus labios sin sentir nada -Pero mañana empiezan a llegar los invitados para la coronación y debo estar fresco al recibirlos-
Hizo un triste mohín con sus carnosos labios, detestaba tenerlo lejos, pero entendía sus responsabilidades.
-Lo sé- lo besó con pasión y urgencia antes de verlo marchar -Estaré esperándote para celebrarlo-
Era su cliente asiduo y el que mejor pagaba por ella. No podía negarle nada a su Rey cada vez que la visitaba y sería una estúpida al negar que no se había enamorado de él, pero era consciente que jamás la correspondería, su corazón y alma pertenecíamos a otra.
-Lo veremos- abrió la puerta -Por cierto, aquí está mi paga- dejó una pequeña bolsita sobre la mesa de junto -Gracias por todo y buenas noches, Irene- salió después de una sonrisa.
-Adiós, mi rey- lanzó un beso a la nada, ya se había ido.
El bosque era su lugar favorito desde que llegó allí, era lo mejor que tenía Unrha para ofrecerle y lo disfrutaba al máximo, pero esa tarde, debía huir de él.
-Dioses- corría como nunca antes para esconderse del monstruo que la perseguía -Por favor...- suplicó volteando, podía oír su trote a unos metros -Que no me encuentre, por favor- rogó a cualquier deidad que pudiera oírla -Ayudenme- se ocultó detrás de un enorme árbol haciéndose pequeña -Por favor-
Cubrió su boca al escuchar sus fuertes pisadas y rugidos hambrientos. Cerró los ojos al tenerlo cerca y sentir su fétido aliento frente a su rostro, la había encontrado. Sus enormes fauces se abrieron completamente para dar el golpe de gracia. Sería su fin.
-¡Alpha!- gritó asqueada cuando su áspera lengua dejó un rastro de saliva por toda su cara -¡Sabes que esto no se quita!- intentó apartarlo, pero era enorme -¡Eres un asqueroso!- dejó de reír y se incorporó -¿Jugamos cinco de diez?- apartó su largo cabello del rostro y él negó al bajar las orejas -Bien y entonces, ¿Qué quieres hacer?- movió sus patas inquieto y ella rodó los ojos, no había remedio -Vamos, yo también tengo hambre- subió a él de un salto y regresaron a todo galope al castillo -No, no le diremos a Keilot sobre eso-
Podía escucharlo en su mente hablando claramente. Según Kylar y desde el primer día que ambos llegaron allí, ella se convirtió en su guía y él en su familiar animal. En otras palabras, ella era una guía de Grym, algo muy poco común entre las personas con cualidades especiales.
-Escúchame, si se lo decimos, se terminarán las visitas al bosque, ¿Eso es lo que quieres?- gruñó en respuesta -Ves, yo tampoco- bajó de un salto al divisarlo en el campo de entrenamiento y tomó un arco que siempre cargaba con ella -¿Puedo entrenar con ustedes?-
Se detuvo de golpe al verla, su vestido estaba sucio, agujerado y su cabello era un enorme desastre, ni hablar de su rostro.
-¿¡A ti que diablos te pasó!?-
La inspeccionó de arriba a abajo buscando heridas, mientras los demás siguieron con lo suyo. No era nada nuevo verla en esas deplorables fachas.
Él no había cambiado nada, solo en algunos aspectos, ahora llevaba el cabello más largo y una recortada barba candado que ocultaba algunos rasgos bienaventurados de su rostro, aún así, seguía siendo muy atractivo.
-Estuvimos jugando con Alpha en el bosque- se apartó y cargó su arco para apuntar a la diana -Tú sabes como es eso, una vez que empezamos con nuestros juegos, siempre termino así- dio justo en el blanco -Es mi bebé, no puedo negarle nada- sonrió al partir la primera flecha es dos -¿Cuándo nos vamos?-
Colgó el arco en su cuello para poder mirarlo y escucharlo con total atención.
-Cuando nos demos un baño- levantó ambas cejas sugerente -Por cierto...- Abrazo su cintura para acercarla a él -¿No tienes algo que decirme?- arrugó el entrecejo sin comprender.
-¿Cómo qué?-
-Pues...- llevó una mano a su vientre presentando el punto.
-¿Qué?- asintió iluminado -¿Tú crees que yo?- sus ojos estaban pasmados -¡Oh! ¡No!- negó, inmediatamente -¡No lo estoy!-
-¿No?-
Hace más de cinco años que estaban casados y los hijos no llegaban, pero no por falta de méritos o intentos.
-Te aseguro que no- lo miró confusa -¿Por qué lo preguntas?-
Se alejó desilusionado y con sus ojos empañados por la pena, deseaba tener un hijo con ella, pero desconocía que se lo impedía.
-Keilot- lo siguió por detrás cuando emprendió su andar -Keilot, ¿Qué ocurre?- lo detuvo de un hombro.
-Es que, escuché la conversación de Ivi y Megan sobre la llegada de un bebé y yo pensé que...- se interrumpió al sentirse un estúpido.
-¿Ya lo sabes?- estaba impactada -¡No puedo creer que estés tan entero!- ahora el confundido era él -¡Te juro que pensé que matarías a Seth por embarazar a Ivi!- cubrió su boca al darse cuenta de su error al verlo palidecer -¿Dime qué eras consciente de esa parte?- suplicó cerrando un ojo -¡Keilot!- gritó como una loca al observarlo correr a los establos -¡Kylar! ¡Se despertó el demonio!-
Le hizo saber al pasar junto a él y seguir a su esposo para intentar detenerlo al subir a su espalda.
-¡Lo voy a matar!- corría con ella a cuestas como si pesara nada -¡Los voy a matar a todos!- era una bestia, un animal -¡Suéltame, Kylar!- lo arrojó lejos con un simple movimiento de su brazo.
-¡Cálmate, por dios!- rogó colgada de él con brazos y piernas, sabía que jamás la lastimaría -¡Son dos adultos! ¡Controlate!-
-¡Él insultó su honor y tendrá que responder por ello!- lo encontró cepillando a su caballo -¡Maldito hijo de...!-
Lo aferró de las solapas de su camisa dispuesto a darle la tunda de su vida, mientras que él, preso del pavor, no entendía nada.
-¡Alpha!- una explosión y todo se volvió confuso cuando ambos cayeron al suelo -¡Quítate!- lo apartó como pudo, se interpuso entre él y su siguiente víctima -¡Cálmate!- marcó distancia entre ellos.
-¡Apartate, Gaia!- era un toro embravecido.
-¡Tendrás que golpearme primero si quieres llegar a Seth!- lo desafío -¡No te tengo miedo, Keilot!-
Todos los caballeros de su escuadrón lo sometieron por los brazos y piernas, era fuerte e indómito, pero juntos podían con él.
-¡Tengo a Alpha para ayudarme!- su lobo enseñaba los dientes dispuesto a atacar a la primera orden -¡O te calmas o peleáremos contigo!-
Era tan terca como él y decía la verdad, de todas las personas presentes, era la única que no le temía en lo absoluto.
-¡Bien!- se rindió en un bufido siendo liberado -¡Tú!- señaló a su prima que acababa de llegar con su espada en mano -¡Tú!- hizo lo mismo con su subordinado -¡Y tú! ¡Mi estimadísima esposa!- agregó, sarcástico -¡Vienen conmigo!- giró sobre sus talones para dirigirse rumbo al castillo.
Regresó. Después de años de ausencia, regresó a aquel enorme reino que se alzaba a la vista. La heredera del Hakari, la ninfa negra de la hechicería y del poder de la luna, había regresado a Dragma. Dea Fleming había regresado a aquel lugar que, alguna vez, llamó su hogar.
-¿Nerviosa?-
Preguntó el hombre frente a ella, Dustan Azoth, el director de la Torre de Magos en Nívea.
-No tiene idea- respondió, moviendo los pies y mirando por la ventanilla de ese carruaje -¿Madame Symza estará esperándonos?-
Las calles y los senderos no habían cambiado nada, solo ella, que llevaba el cabello más corto de la última vez que estuvo allí, junto con un pequeño dragón que dormitaba en su hombro.
-Eso dijo en su última carta- volvió a leerla después de extraerla de su bolsillo -Nos espera en la entrada norte del castillo para no ser visto- aseguró sin más.
-¿Ella dijo eso?-
Entrecerro los ojos con duda, su antigua maestra, no se jactaba por ser una persona discreta, en lo absoluto.
-Sí, lo dijo-
Guardó la nota de nuevo en su lugar. Era un hombre de pocas palabras, podía estar largas horas en silencio y eso a ella, le encantaba.
-Ver para creer- levantó ambos hombros en respuesta -¿A qué se debe nuestra presencia ante el rey?- acarició la cabeza de su dragón que estaba despertando.
-¿Crees que el rey me dará explicaciones al respecto a mí?- acotó retórico.
-Quizás sí, mientras juegan a las cartas y toman el té- sofocó una risa -Ya, en serio...- se relajo en su sitio -¿A qué venimos?-
-Lo sabrás al llegar-
Fue lo único que dijo y volvieron a guardar silencio. El castillo podía verse a la lejanía y ella moría por dentro, pero lo soportaría o fingiría demencia si era oportuno hacerlo.
-¡Explícate ya, Ivette! ¡Porque te juro, que sino dices una sola palabra!- levantó un dedo al aire en amenaza -¡Le arrancaré la cabeza a alguien!-
Gritó al mundo y sobre todo, a la mujer sentada frente a él que lo observaba aterrada.
-¡Esa no es la forma!- refutó su esposa en el mismo tono -¡No es la forma!- lo interrumpió antes de que dijera nada -Ivi...- apretó los labios en una pequeña línea dispuesta a zanjar la paz -Nosotros los ayudaremos en todo lo que podamos y más, con respecto a ese bebé que esperas-
-¿Bebé?- repitió catatónico el otro implicado en la cuestión -¿Estás embarazada, Ivette?- volteó a verla con sus enormes ojos azules, incrédulos.
-¡Sí! ¡Está embarazada, estúpido!- respondió su líder por ella -¡Y tú eres el padre!- quería estrangularlo hasta que perdiera la conciencia -¡No finjas que no lo sabes haciéndote el shockeado!- se acercó a él para enfrentar sus miradas -¡Te harás cargo de esta criatura quieras o no!- tragó pesado, no entendía nada, el pobre hombre.
-¡Keilot!- su prima lo apartó de un empujón -¡Él no es el padre! ¿¡De dónde sacaste tal barbaridad!?- apuntó a su esposa que quería que la tierra la tragara -¿Gaia?- pidió una explicación.
-Es que...- juntó sus dedos índices, avergonzada -Ustedes, últimamente, pasan mucho tiempo juntos y supuse que era él- miró de uno a otro -Lo siento, metí la pata, ¿Verdad?- escarbó el suelo con el pie, mientras todos asentían a la vez -Y si no es él, ¿Entonces?- abrió los ojos gigantes al tener una revelación -¡No es cierto!- ocultó la mirada bajo su mano.
-¿¡Qué!? ¿¡Qué!?- quería respuestas, estaba a punto de sucumbir ante un ataque de ira, otra vez -¿¡Alguien que me diga que está pasando!?- abrió los brazos, exasperado.
-¡Yo soy el padre!-
Irrumpió otra voz y él cayó rendido sobre una silla, sin poder creerlo y sin fuerzas para pelear.
-Cualquiera menos tú, Kylar- frotó sus ojos, agotado y después de un largo tiempo callado -¿Sí, Seth?- habló a su subordinado que tenía la mano en alto.
-¿Puedo retirarme, capitán?- ya no tenía nada que hacer allí.
-Adelante- hizo un ademán indiferente y se marchó.
-¡Felicitaciones!- la señora de la casa los abrazó a ambos sin reparo -¡Estoy tan feliz! ¡Tendremos un bebé en el castillo!- volteó a ver a su esposo que quería morirse -Keilot también lo está, solo que no lo dice-
Sonrió al oírla, ella era la luz de su vida y no podía decir lo contrario.
-Siganme por aquí-
La criada les guió el camino dentro del castillo. Madame Symza mintió, los habían recibido con bombos y platillos, por suerte, ningún miembro de la familia real estuvo presente para apreciar ese bochornoso espectáculo.
-Pase, señorita- se ubicó junto a la puerta invitándola a entrar -El rey la espera-
-¿A mí?- parpadeó perpleja, volteó y se encontraba sola -¿El señor Dustan?- habló al soldado que la escoltaba.
-Tomó otro rumbo con Madame Symza- respondió serio.
-Entiendo-
Apartó su cabello del rostro y maldijo internamente a todos a allí, ¿Qué demonios traían esos dos entre manos?
-Pase, por favor- la criada insistió una vez más extendiendo una mano a la puerta.
-Sí, gracias-
Inhaló profundo, enderezó su cuerpo lo más que pudo y caminó tan digna como la hechicera que era. Solo esperaba que el encuentro sea breve.
-¿Majestad?- apartó la cortina de terciopelo que le impedía el paso.
-Buenas tardes, señorita Fleming- su voz la hizo temblar, como olvidarla, si la abrigaba cada noche en sus sueños -¿Su viaje fue placentero?-
La invitó a sentarse en la silla libre frente a él con una cálida sonrisa y bebiendo una copa de vino. Era tal cual lo recordaba, no había cambiado nada, incluso de vestimenta casual e informal, lo hacía ver como un pirata.
-Mucho, su majestad- miró alrededor y estaban solos -¿Puedo preguntarle algo?- asintió, dejando la copa a un lado -¿Por qué estoy aquí?-
-Eso es lo que más recuerdo de ti- cruzó las manos frente a su rostro, maravillado por la diosa que admiraba -Siempre vas directo al punto- apartó su cabello del rostro y bajó la mirada, incómoda -Y ese gesto tan propio, también- su mirada cambió por completo al decirlo, la había extrañado y mucho -Bien, como sabrás, soy el nuevo al mando en este lugar y no solo eso, también soy un mago como tú- llevó una uva a su boca para explotarla entre los dientes -Y tengo una maravillosa propuesta para ti-
Se estremeció al encontrar sus miradas, intentaba seducirla, no tenía dudas al respecto.
-Lo escucho-
Juntó las manos en puño, esperando la peor propuesta de todas y mandarlo directo al diablo, así la condenaran a la hoguera.
-Fundaré una escuela de magia aquí en Dragma y quiero que tú te encargues de todo-
Su sonrisa triunfal la dejó sin habla, no supo que responder o como huir de él, no había excusas, era el emperador, el nuevo rey y debía obedecer.
-Vaya, no sé que decirte, hermanita- sus ojos se movían inquietos buscando alguna razón a todo aquello -Es increíble...-
Bebía té sobre el alféizar de la ventana, mientras ella, asimilaba la hilarante historia que acababa de narrar, sentada en el suelo como una vulgar vagabunda y degustando una manzana. Su esposo y ella, habían arribado al castillo dos días antes de la coronación, al ser parientes cercanos del príncipe. En cambio, su persona, llegó a destino dos semanas después de la ceremonia eclesiástica, al no ser invitada.
-Serás la fundadora de la escuela de Dragma- hizo un gesto raro -Tendrías que sentirte orgullosa, es un gran honor el que acabas de recibir-
No era ningún honor, nada por lo que sentirse orgullosa, el rey había movido los hilos a su antojo para que eso pasara y realmente, era exasperante e injusto el no poder negarse.
-¡No puedo creerlo, Gaia!- su enojo era tangible -¡Sabía que iba a pasar! ¡Lo sabía!- exclamó desde su lugar, podía verlo ingresando a las caballerizas con Keilot -¡Era consciente que iba a tomar el mando de mi vida al convertirse en emperador!-
Su pequeño dragón volaba a unos metros y sin ser perdido de vista. Era un dragón de Acadia, una raza muy rara y cotizada entre los cazadores o mercenarios por su piel, debía protegerlo.
-Él nunca te dejará en paz- se acercó a la ventana para arrojar el corazón de manzana lejos -Es Lai, te ama a pesar de todo y según Keilot, lloró como un niño cuando te marchaste de aquí- tomó asiento frente a ella.
-Si tanto me ama, no se hubiera casado con otra- acotó sarcástica, pero sobre todo, llena de dolor -El amor que había entre nosotros o lo que sea que existió, murió desde el primer momento que él me obligó a subir a ese barco-
Apuntó a la nada y como si fuera el muelle en donde la dejó hace tres años atrás.
-Sabes bien que lo obligaron, Dea- excusó cansada de discutir siempre lo mismo -Rompiste tu compromiso con el hermano de Leticia para estar con él y todo se hubiera ido al diablo, si alguno de los dos no remendaba el daño- la apuntó a la cara -O se casaba con ella para evitar la guerra o tu cabeza rodaría, ¿Qué crees que iba a elegir?- no respondió -Él lo hizo por ti y aún así, te haces la digna-
-Basta, Gaia- se incorporó -No lo entiendes, se supone que nada de esto tenía que ser así- señaló el entorno con amargura -Solo quería experimentar con la magia del Hakari y todo terminó mal- miró el objeto mágico en su cuello con culpa -Papá es un machista y misógino, que no piensa más allá de si mismo- suspiró fuerte -Mamá murió producto de una enfermedad o se suicidó lentamente después de tantos años de infelicidad, aún eso no lo sabemos- era una teoría que siempre rondaba por su mente -Nuestro hermano huyó con una horda de mercenarios bárbaros, porque no quería seguir viviendo bajo su yugo- negó de un lado a otro, nada podía ser peor -Y por último, tú estás condenada a una vida miserable, producto de una maldición que quise romper y no pude, ¿Algo más podría pasar?- no había repuestas para su lógica.
-Lo sé, el destino nos odia-
Rascó su frente buscando una posible solución, pero falló horriblemente, debía cambiar de tema.
-No puedo creer que, Ivi y Kylar vayan a tener un hijo, es completamente absurdo, ni siquiera era consciente que ellos tenían una relación- rió con gracia y con todas sus fuerzas para tratar de sosegar el ambiente -Es tan cómico, ella es la prima de Keilot y que nunca llegué a conocer el día de nuestra boda, porque su viaje se truncó por una subyugación- saludó a su esposo que levantó una mano cuando la divisó a lo lejos -Hubiera sido algo inolvidable e inmemorable, si nos encontrábamos esa noche, es grandiosa-
Su imaginación era eterna, las tres juntas, se hubieran emborrachado hasta el amanecer.
-¿Esa mujer es Leticia?-
Cuestionó precavida, ignorándola y apuntando discretamente a una alegante mujer de cabello negro azulado, ojos del mismo color y tez blanca, acompañada de tres doncellas que procuraban sombra con un parasol.
-Sí, es ella- respondió con desagrado -Es tan estirada, engreída y poco divertida- imitó su paso torpemente -Tienes que verla comer, es pulcra e impoluta de la cabeza a los pies-
Se burló sin pena ni gloria. Ella parecía una criada venida a menos, con un sencillo vestido verde oliva muy simple, botas hasta las rodillas y un arco colgado en su espalda, sin mencionar, la daga oculta en la liga de su muslo derecho. Algo positivo que podía rescatar de su vida matrimonial en Unrha, era el duro entrenamiento en el que Ivi y Megan la sometían tres veces por semana, el cual estaba dando frutos a pasos agigantados.
-Es bellísima- lo era y mucho más que ella -¿Será muy delirante si intento esto?-
Preguntó después de observarla, podía verla acercarse a las caballerizas, mientras ella abría el escote de su vestido, quitaba la larga capa que la cubría y despeinaba su indomable cabello.
-¿Cómo me veo?- preguntó insegura -El vestido es un poco soso, ¿Verdad?-
-Para nada- se acercó a ella y la examinó de arriba a abajo -Los tonos rojizos y cobres siempre fueron propios de ti, te favorecen mucho- el vestido era perfecto, delicado y le quedaba como un guante -Pero no vendría mal enseñar algo de piel-
Con un simple movimiento de su daga, realizó una enorme abertura en su pierna izquierda y revelando más de la cuenta.
-Ahora, sí- la volteó hacia la puerta -Vete, yo miraré desde aquí, si es que puedo- obedeció, sintiéndose una idiota, pero debía demostrar su valía ante el rey -Alpha, ven- palmeó el lugar vacío sobre el alféizar -Veamos como se las arregla la tía Dea en esta-
Era una novela juvenil lo que estaba a punto de presenciar frente a sus ojos.
-¿Qué haces, bonita?-
Su esposo ingresó a la Torre y la abrazó por detrás después de regalarle un beso.
-Espera y verás- sonrió perversamente al igual que él, admirando el panorama -Vendería mi alma con tal de tener buena vista-
Sus ojos no podían hacerse más pequeños a causa de la miopía.
-Nadie querría tu alma, Gaia- aguantó una risa -No vale nada, está llena de pecados y la devolverían-
Le dio un golpe de revés en el pecho y explotó a carcajadas, para llenarla de besos después de esa horrible broma. Los dos eran impíos y se quemarían juntos en el averno cuando los dioses dispongan.
Caminó un poco cohibida y avergonzada, frotando su brazo izquierdo para mitigar el frío y soportar las miradas descaradas que recibía a su paso de los caballeros que le ofrecían respetos.
-Buenas tardes, mis señores-
Saludó a los reyes inclinando la cabeza y siguiendo camino hasta el jefe de cuadra en el interior del lugar.
-Señor Fredicksen, no sabía que aún seguía aquí- dirigió la palabra a un hombre mayor, jorobado y de cabello blanco que apilaba heno -Pensé que se había retirado para disfrutar sus años de vejez, como me lo había comentado hace unos años-
-Me iba a retirar con la condición de que te casaras conmigo, cariño- rió enternecida y le regaló un enorme abrazo -Estás tan hermosa como siempre, mi niña- le apartó el cabello tras la oreja y admiró su agraciado rostro -Muy bonita- se alejó para seguir con su labor.
-Gracias y usted sigue igual de guapo- se dirigió hasta él a paso rápido -Déjeme ayudarlo-
Lo ayudó a cargar con un enorme heno por los hilos, pero otro par de enormes manos, le facilitaron el trabajo.
-¿Qué creen que hacen?- habló autoritario a ambos -Esto pesa más que ustedes dos juntos, ¿Quieren lastimarse la espalda o hacerse daño?- el anciano bajó la cabeza ante él -Vaya a descansar, señor Fredicksen- cambió su tono cuando advirtió lo insignificante que lo hizo sentir -Yo me ocuparé de esto, su trabajo aquí terminó y merece un descanso- palmeó su hombro lleno de orgullo -Hertie ha preparado la tarta de moras que tanto le gusta, vaya a disfrutarla-
-No lo diga dos veces, su majestad- limpió el sudor de su frente con un pañuelo -Nos vemos luego, cariño- su sonrisa se hizo gigante al verlo partir.
-Que disfrute de su tarta, señor Fredicksen- movió su mano como despedida -Lo adoro- suspiró, endulzada por la ternura -¿A qué venía?- habló consigo misma llevando un dedo a sus labios -¡Ah! ¡Sí!- chasqueó los dedos al recordarlo -¡Oye, Lai!-
Giró sobre si misma para buscarlo y encontrarlo descansando su lánguido cuerpo contra la verja, observándola fijamente, como si fuera lo más maravillosa del mundo.
-¿Sí, preciosa?-
Se había quitado la capa y arremangado su túnica. Había olvidado lo fuerte, poderoso y viril que era.
-¿Tú sabes dónde puedo conseguir pescado para Amador?- señaló a su dragoncito que se balanceaba de cabeza sobre ellos -Es lo único que come y la ración ridícula que traje, no le alcanzó ni para dos días-
Devolvió sus ojos a él y había invadido su espacio personal en un instante. No se percató de cuando se acercó, era tan silencioso como un gato a pesar de su tamaño.
-Puedo comprarte todo el mar de Eurugo, si quieres- susurró en su oído al inclinarse un poco -¿Cómo osas torturar a tu rey así, hechicera?- introdujo una mano por la abertura de su pierna -Me vuelve loco tu simple presencia- aspiró el aire a su alrededor -Y tu aroma me fascina- llevó los labios a su cuello -Tu piel es tan dulce como la recordaba- devoró cada centímetro de ella con su boca.
-Lai- susurró, alejándose un poco -Esto no está bien- llevó las manos a sus pectorales para que no la tocara -Yo no seré parte de tú consorte, no soy esa clase de mujer- aferró su cintura con posesión y lo mismo hizo con su rostro.
-Yo sé que clase de mujer eres- besó sus labios con tanto fervor que los hizo sangrar -Eres de las que te roban el corazón y difíciles de olvidar- la arrojó sobre una pila de heno de un fuerte empujón -Eres mía, ¿Comprendes?- quitó los rastros de sangre con su lengua al posicionarse sobre ella -Y te guste o no, soy el rey de este lugar, tendrás que seguir mis órdenes-
Lo miró a los ojos y no eran los mismos de antes, estos eran fríos y llenos de un suave rencor que no daba tregua. Ella era la causante de todo mal en su vida y lo sabía.
-Lejos-
Pronunció y desapareció de su agarre. Se materializó en la Torre y estaba sola, muy sola, Madame Symza se marchó a Nívea con el director Dustan dejándola a cargo de ese vacío lugar. No regresaría, se había retirado como chamana del castillo y ella ocuparía su puesto. Escondió su cuerpo en la esquina más recóndita, aferró sus piernas con fuerza y liberó todo el dolor que gritaba dentro en un torrente de lágrimas. Era inhumano sufrir tanto, era irreal que él la odiara de esa manera y era una tortura el no poder escapar.
-Lo siento- su voz la sobresaltó -Lo siento mucho, mi amor- la había tratado como a una cualquiera -Perdóname- la rodeó con sus brazos al verla deshecha -No te odio, te juro que no- besó su cabello con dolor -Te lo juro- cerró los ojos al tenerla tan cerca después de tanto tiempo -Lo hice todo por ti, todo- la meció de un lado a otro cuando aferró sus brazos mirando hacia la nada -Pero no funcionó y moriré si algo malo te ocurre- escondió el rostro en su cuello -Moriré- repitió abrumado -Pero ya no soporto el tenerte lejos, no más- dejó un pequeño beso allí -No puedo estar sin ti-
Descansó su cuerpo en la pared y sintiendo como el malestar diluía, al aferrarse a ella como si fuera lo más valioso en su vida.
-Nadie me hará daño, Lai- susurró -Soy más fuerte- cerró lo ojos y se dejó acunar por él.
Los horas transcurrieron eternas y muy lentas, acompañadas de un gran silencio, dentro del salón comedor que los reyes compartían con sus invitados.
-¿Dónde está Dea?- lo rompió al no ver a su hermana entre ellos.
-Gaia, querida...- acotó la reina a la diestra del monarca que le lanzó una de sus típicas miradas reticentes -Ella es parte de la servidumbre, no puede acompañarnos-
-¿Disculpa?- se incorporó impacta para ponerla en su lugar, pero su esposo, intentó sentarla de un tirón -¡Dejame, Keilot!- apartó su brazo de golpe -¡Ella es la hija de mi padre y una de las mejores hechiceras de este continente, se merece más que cualquiera estar aquí!-
La apuntó dando a entender que, a pesar de su puesto dentro de la corte real, no era agraciada y respetada entre ellos.
-No voy a permitir que una mujer como tú...- refutó desde su lugar manteniendo la compostura -Me falte el respeto, soy la reina- le haría pagar por su insolencia.
-Leticia- golpeó los cubiertos contra la mesa para hacerla callar -No insultes a mis invitados y muchos menos, a mis vasallos o nobles- abrió la boca para contestar -Ahorraré los comentarios, no quiero escucharlos- el jamás estaría de su lado y es más, la denigraría cuanto pudiera -Y Gaia, vuelve a tomar asiento, por favor-
-No, gracias- dejó la servilleta sobre la mesa -Me voy de aquí, compartiré la cena con mi hermana- se estremeció al ser atravesada por un repentino escalofrío -Dea- susurró y sus ojos cambiaron a un gris muy claro, al escuchar un aullido a lo lejos -¡Algo está pasando con Dea!- volvió del transe y silbó al aire -¡Alpha!- gritó desesperada y salió a su encuentro.
-¡Gaia!- intentó detenerla aferrando su brazo, pero se había ido -¡Gaia! ¡Regresa!- su escuadrón lo interceptó después de eso.
-¡Capitán!- era Seth un tanto agitado, seguido por Dylan y Logan unos metros detrás -¡Esperamos ordenes!-
-¡Encuentren y protejan a mi esposa!- despertó su espada -¡Y cuando lo hagan, la traen ante mí para gritarle hasta quedarme sin habla!-
Iba a matarla por exponerse al peligro y al enemigo de esa manera.
-¡Si, capitán!- respondieron al unísono y salieron en su búsqueda.
Una explosión remeció hasta los simientes y un brillo procedente de la Torre los cegó por completo.
-¡Keilot!- abrió el ventanal del salón de par en par -¡Nos están atacando!- volteó al grupo de caballeros reales que ingresaron en ese momento para seguir sus ordenes -¡Protejan a la reina, los niños y las mujeres!- invocó su cayado con un simple movimiento de mano -¡Keilot y yo nos ocuparemos de esto!- el nombrado llegó a su lado -¿Quién nos ataca?-
Sus ojos se convirtieron en los de un dragón al hablar en Nornir, ahora podía verlo todo.
-¡Saurom!- aseguró, al afilar todos los sentidos -¡Esos malditos! ¡Me tienen harto!-
Se lanzó al vacío después de eso, ya que divisó a su esposa montada sobre Alpha dirigiéndose a la Torre, tenía que alcanzarla.
-Maldita sea- murmuró entre dientes -Bailo en ti castillo del cielo- desapareció por completo.
Saurom, el grupo de mercenarios y hechiceros más temido en todo Dragma. No solo se dedicaban al vandalismo, la subyugación y el pillaje, su objetivo principal, era destruir y destituir a la corona a la primera oportunidad que tuvieran. Su líder, apodado Black Dryden y cuyo verdadero nombre jamás fue revelado, era un ser despiadado, cruel y vil. Un hábil domador de dragones y un ser hambriento de poder, sin importarle en lo absoluto, aniquilar inocentes para conseguirlo.
-Dame el Hakari, hechicera-
Aprisionó su cuello con una mano y elevando su cuerpo del suelo como si fuera nada. La había atacado y sin siquiera preverlo, cuando dormitaba en su lecho después de cena. Era un hechicero negro igual que ella, sus ojos pétreos lo decían, su maná era infinito, lo rodeaba y podía sentirlo. En simples palabras, un hombre poderoso.
-Vete al demonio- respondió ahogada y aferrando su muñeca con ambas manos -¿Quién eres?- la acercó a él para enfrentar sus miradas.
-Tu peor pesadilla, cariño- pasó su asquerosa lengua por una de sus mejillas -La reina Leticia tenía razón- abrió los ojos enormes al oírlo, esa mujer la había entregado -Eres preciosa- aflojó su agarre -Serás una gran compañía para mí- no podía pasarle eso, iba a llevarse -Solo tienes que ser buena y...- se vio libre y cayó al suelo de un golpe sordo.
-¡No toques a mi hermana!- amenazó desde la puerta con su arco cargado, lo había atacado al llegar -¡Alpha! ¡Quieto!-
Rió como un maniático y extrajo la flecha en su hombro de un tirón.
-¡Que excitante!- sus ojos viajaron de una a la otra -¡Son dos!- saboreó sus labios, encantado -¡Tú también vendrás conmigo!-
Su lobo se abalanzó sobre él al dar un simple y lo derribó de un golpe.
-¡Alpha!- gritó desesperada y la noqueó con un hechizo al volver a disparar.
-¡Amador! ¡Huye!- muy tarde, lo aprisionó con un red cuando intentó volar -¡Suéltalo!- suplicó desde el suelo -¡Llévame a mí, pero a ellos, déjalos en paz!-
La batalla afuera era atroz, podía oírla e imaginarla, tenía que terminar con todo eso.
-No- abrió la palma de su mano -Buenas noches, preciosa- no supo más.
