Se había convertido en el objeto de la ira de los dioses o más bien, los demonios en los últimos años. Era un Nornir, un ser celestial, el peor rey que Dragma hubiera tenido nunca y merecía ser castigado. Su mente era un caos, no podía sentir, no podía pensar y la herida en su pecho no dejaba de sangrar, al igual que su alma. Se la habían llevado y solo fue testigo de todo aquello al no poder impedirlo. Desconocía donde estaba o cual sería su suerte, solo esperaba que estuviera bien y a salvo.

-¿Seguirás lamentándote como en tres últimos dos días?-

Era mucho tiempo sin su presencia en el castillo. Levantó la mirada y lo vió allí, junto al umbral de la puerta, de brazos cruzados, mirada gélida y semblante oscuro, al igual que sus ropas, en el momento en que la criada le cambiaba las vendas con cuidado.

-¿Cómo está Gaia?-

Preguntó, después de que la muchacha se marchó al terminar su labor y le diera las gracias.

-Sin abrir los ojos- respondió, conteniendo la rabia que hervía por dentro -No sé que le hizo ese desgraciado, pero cuando le ponga las manos encima, lo mataré- ingresó a la habitación a paso rápido -Ponte tu armadura- ordenó, quitándola del armario -Tenemos que ir a buscarlo- él seguía inerte en su sitio mirando sus propios pies -¡Lai! ¿¡Estás escuchándome!?- hiperventilaba de amargura al acercarse -¡Nos vamos ya!- le gritó a la cara.

-No puedo irme y dejar a Dragma desprotegida- respondió con voz pétrea y carente de emoción.

-¿¡Estás bromeando!?- apretó los puños para no darle un golpe -¡Dragma siempre será un blanco, con o sin ti!- intentó levantarlo a la fuerza, pero recordó que se encontraba herido y prefirió no hacerlo -¿¡Qué diablos ocurre contigo!?- lo apuntó con una mano extendida -¿¡Desde cuándo eres un cobarde!?- quiso saber -¡Tantos años lejos del campo de batalla te han hecho blando!-

No pudo soporta su improperio tan cruel y cansado de su propia desgracia, lo aferró de su túnica con ambas manos. Era un miserable cuando se lo proponía.

-¿Qué no entiendes?-

No levantó la voz en lo absoluto, se estaba conteniendo para no matarlo a golpes y descargar su furia sobre la persona equivocada.

-Él es más poderoso que todos nosotros juntos- sus ojos azules eran fríos como témpanos, le habían destrozado el ego en mil pedazos -Nos dio una paliza cuando se la llevó y por suerte, pudimos recuperar a Gaia, pero no fue fácil, lo sabés bien- el estado de los dos era deplorable -Casi nos mata, Keilot- lo soltó, lentamente -No puedo irme, Dragma sin su rey se destruiría, se haría añicos, no puedo- bajó los brazos, rindiéndose -Mi reino es más importante que cualquier cosa- decirlo le dolía, le dolía mucho, pero su tierra necesitaba un rey -No puedo ir contigo, lo siento, tengo que quedarme aquí-

-Tienes razón- aferró su hombro llenó orgullo, jamás dejaría de ser un buen hombre con grandes valores y responsabilidades -Dragma no sería nada sin ti- inclinó la cabeza a un lado para mirarlo con lástima y misericordia, era tristísimo verlo tan desolado -Pero tú eres nada sin ella- inhaló profundo para soportar el impacto de sus palabras -Si prefieres quedarte, lo respetaré- apartó su mano despacio -Pero no serías el Lai que conozco-

No dijo nada, solo lo observó a los ojos sin decir más, no era necesario, todo lo dicho ya fue nombrado y no dejó rastro. No podía retractarse o volver atrás, pero ese bastardo a quién llamaba su primo, tenía razón.

-¡Sir Helsing!- una criada llegó sofocada e histérica a la habitación, se veía desencajada -¡Sir Helsing!- la aferró de los brazos al verla tropezar.

-¿¡Qué!?- la sacudió un poco -¡Habla, Hertie!- exigió con el mismo semblante.

-¡Es su esposa!-

No escuchó razones, salió disparado rumbo a la habitación donde ella estaba y con Lai pisándole los talones.

-¿¡Qué ocurre!?- abrió la puerta de golpe y perdió el aire por la imagen que invadió sus ojos -Gaia- murmuró en un suspiro, recuperando el aliento.

-Hola-

Saludó sonriendo a penas, sentada en la cama con su largo cabello trenzado y acariciando la cabeza de su inseparable lobo, que seguía dormitando por el cariño que le brindaba. Las criadas salían una a una, luego de la entrada de los señores.

-Bonita- caminó hacia ella como si fuera un espejismo -Hola- se hincó junto a la cama y la contempló atónito -¿Puedo tocarte?- inclinó la cabeza y levantó una mano para acercarla a su piel -Mi amor... Mi vida... Mi bien- sus ojos verdes se opacaron por las lágrimas que jamás iba a soltar -Despertaste- pronunció ido y acariciándole la mejilla con los dedos -Pensé que nunca más lo harías-

Una lágrima escapó al escucharlo. Esl amor que sentía por ella era poderoso, fuerte e incondicional, pero lo hacía pedazos cada vez que flaqueaba su existencia.

-Se llevó a Dea, ¿Verdad?- su voz vibró, como también sus labios.

-Sí- respondió el monarca detrás de su esposo -Lo siento, no pudimos hacer nada- la miró a la cara tratando de no desmoronarse, no necesitan un rey débil en ese momento -No tengo excusas para justificar lo que pasó, Gaia- se moría de impotencia por dentro -Pero haremos todo lo posible por encontrarla- era una promesa.

-Leticia la entregó- fue lo único que dijo lanzándole una mirada hostil -¡Esa maldita, la entregó!- salió de la cama presa de la furia -¡La entregó!- temblaba de pies a cabeza para intentar contenerse.

-¿Cómo lo sabés?- su voz bajó tanto al preguntar que parecía ajena.

-¡Porque lo escuché!- levantó un dedo cerca de su cara -¡Lo escuché de la propia boca de ese desgraciado antes de atacarlo!- rechinaba los dientes para no llorar -¡La reina Leticia tenía razón, eres preciosa y serás una buena compañía para mí!- citó las mismas asquerosas palabras que dijo -¡Ella la entregó, Lai! ¡Y tú no hiciste nada para impedirlo!-

Aseguró sin bajar la guardia, siendo rodeada por los fuertes brazos de su esposo al verla decaer y evitando que golpeara al rey en la cara, era capaz de todo en ese estado.

-Alpha, quedate ahí- advirtió con voz gélida, se había puesto muy inquieto a causa de sus gritos y podía atacar a cualquiera con tal de protegerla -Gaia no mentiría en algo como eso, Lai- llegó su turno de presentar argumentos -El portador del Hakari es un secreto de estado y que solo compete a los miembros de la conorna, como a la Torre de Magos- continuó -¿Cómo él podría saberlo?- su retórica lo atravesó como una espada.

-La mataré-

Habló estoico y saliendo en su búsqueda para sacarle la verdad a su corrupta esposa, así sea a golpes. El tiempo era tirano y tenían que encontrar a Dea lo antes posible, ser rápidos, para que regresara con bien a casa. Eso era algo de todo lo que había aprendido, luchando junto a caballeros y mercenarios durante tres largos años.

-¿Estás bien?- la volteó entre sus brazos para admirar su preocupado rostro.

-No- sus ojos viajaban en todas direcciones para evitar los suyos -Solo quiero saber dónde está mi hermana- rascó su nariz al sentir escozor -¿Cuánto tiempo llevo dormida?-

Cambió de tema cuando la levantó al comprobar que no lloraría. Estaba orgulloso, era una mujer fuerte y hacía todo lo posible para mantenerse compuesta a pesar de la adversidad.

-Tres días- la depósito en la cama con cuidado -Tres eternos y largos días- sopló todo el aire alojado en sus pulmones -Pero al fin abriste los ojos- rodeó su cintura con ambos brazos y descansó la cabeza sobre su regazo -Estuve en el infierno- murmuró sin dejar verla -No me aparté de ti ni un segundo- había vivido una pesadilla -Jamás tuve tanto miedo en mi vida-

Desde el momento que formalizaron su unión como esposos, había jurado a través de sus votos, ante Dios y el mundo, que la protegería de todo mal y peligro, pero le había fallado.

-¿Sabes lo que soñé?- habló ella acariciando su cabello con la punta de los dedos -El día que me propusiste matrimonió- sonrió al recordarlo.

Ingresó a aquella sala donde se encontraba su padre, esperándola. La tunda que de daría al entrar, no tendría nombre y por desgracia del destino, su madre no estaría para defenderla esta vez, se había ido hace unos meses atrás.

-Al fin das la cara- su voz la detuvo, quería huir de allí, su instinto se lo decía -Siéntate-

Señaló la silla delante de él, ya que se encontraba detrás de un enorme escritorio y conteniendo las ganas de retorcerle el cuello.

-Padre...- bajó la mirada, inmediatamente, no había excusas para su falta.

-¡Silencio!- golpeó la madera con su bastón y enmudeció dando un pequeño brinco en su lugar -¡Aquí hablo yo!- la apuñaló con sus ojos claros -¡Estoy cansado de ti, engendro!- siempre decía lo mismo -¡Desde el primer momento que abriste los ojos, supe que serías como un grano de arena en el ojo y que arruinarías mi existencia en la primera oportunidad que tuvieras!- abrió la boca para defenderse, no era justo que la tratara así, ella no eligió nacer en este mundo -¡Te dije silencio!-

La golpeó con su bastón en uno de los brazos y se retorció de dolor, soportado la agonía como siempre lo hacía, pero esta vez, sería la última.

-Yo no tuve la culpa- murmuró a penas y sosteniéndole una mirada llena de rencor -¡No tuve la culpa de haber nacido con esto en mi mano!- no lo soportó más y liberó su rabia en un solo grito, enseñando su palma derecha al mundo -¡El único culpable de todo esto...!- se incorporó de golpe, no permitiría ser humillada, nunca más -¡Es usted, padre!- soltó un par de lágrimas al decirlo -¡Yo soy su castigo por el pecado que cometieron con mi madre! ¡Soy su castigo!- lo apuntó con un dedo que dejaba de temblar - ¡Y tendrá que vivir con eso, al igual que yo!-

-¡Insolente!-

Levantó su bastón al aire y cerró los ojos para recibir el siguiente golpe, pero jamás llegó.

-¿Qué le dije?-

Aquella oscura y ronca voz, la despertó del abismo donde había caído por los maltratos de su padre.

-Suéltame, lacra- exigió, apretando los dientes -Esto no le compete a un caballero de poca monta como tú-

Sus palabras eran ciertas. Él era el único sobrino del rey por línea directa y aún así, no llegaba a ser un caballero de renombre, aunque sea el señor de Unrha, se lo consideraba un nadie entre la nobleza.

-Todo lo que tenga que ver con la mujer a la cual estoy dispuesto a desposar, me compete- no le temía en lo absoluto y podía derribarlo de un puñetazo si tenía la osadía de hacerlo -Quiero hablar a solas con ella, así que...- cabeceó a la puerta -Lárguese-

-No voy a permitir que mi hija se quede a solas contigo- soltó su agarre -Aunque sea una cualquiera, merece ser tratada como una dama- exhaló aire vaporizando su enojo al escucharlo -Tengo que mantener las apariencias ante la corona-

-No lo diré otra vez- su advertencia estremecía hasta al más valiente -Lárguese o lo sacaré de aquí-

Sus ojos verdes tenían un destello desconocido, eran como los de una bestia a punto de atacar.

-Olvídate de la dote que te daré por ella a causa de esta falta de respeto- acomodó las solapas de su traje haciéndose el digno -No lo vale- se dirigió a paso firme a la salida.

-Guárdese su inmunda fortuna y alejesé de mi vista- una palabra más y no se contendría.

-Desgraciado- cerró de un portazo.

-¿Te encuentras bien?-

Se precipitó hasta ella, cuando cayó por inercia sobre el asiento y cubriendo su rostro con ambas manos para aplacar la tristeza en su alma.

-No y nunca lo estaré cerca de él- descubrió su rostro y lo observó a la cara al encontrarlo de rodillas a su lado -Me desprecia, soy su castigo y no puede soportarlo-

Le apartó el cabello del rostro para colocarlo detrás de su oreja con delicadeza. Era tan bonita y no había cambiado nada desde la primera vez que la vio.

-Nadie podría odiarte, eres...-

Se le cortó la respiración, no podía decirlo en voz alta, era un sacrilegio proclamarlo a los cuatro vientos.

-Solo...- tragó con dificultad para poder continuar -Solo quiero saber si...- inclinó la cabeza al contemplarla -¿Aceptarías mi mano en matrimonio?- extendió los dedos con una pequeña sonrisa en su rostro -No te obligaré a hacer nada que no quieras y respetaré tu decisión, te doy mi palabra-

-Eres un caballero- colocó su mano sobre la palma que le ofrecía -Y serás el que me salve de este infierno-

Una lágrima de felicidad rodó por mejilla, él era el hombre de brillante armadura que Flora predijo que llegaría a su vida, aunque ella, ya lo suponía.

La feroz patada que le dio a la puerta al abrirla, fue colosal. Nadie, en toda su existencia en en castillo de Dragma lo había visto así, tan destructivo y letal.

-¿Dónde está la reina?- habló a la doncella congelada delante de él -¿Dónde está?- repitió sin perder la paciencia.

-En su alcoba, su majestad-

Respondió tiritando, al verlo continuar camino en completo silencio y el torso cubierto de vendas. No se había tomado la delicadeza de cubrirse con algo decente, no tenía tiempo.

-Salgan de aquí-

Ordenó a las demás criadas que acompañaban a su perversa esposa.

-Mezclarte con la servidumbre te ha convertido en un bárbaro, querido- habló desde su sitio al quedarse solos y bebiendo una taza de té como si nada -¿Qué puedo hacer por ti?- sonrió y la dejó sobre la mesa con delicadeza.

-¿Dónde está?-

Apretó los puños al igual que los dientes para no abofetearla por su cinismo.

-¿Quién?- fingió demencia y continuando su té.

-¡No te hagas la estúpida!- la apuntó con un dedo, furico -¡Sabés bien de quién te hablo! ¿¡Dónde está!?-

Ya no sería para nada cortes, el hombre paciente y compasivo, se esfumó en ese instante.

-¿Te refieres a la hechicera?- volvió a tomar su taza como para apuntarlo con la misma -¿Tu amante?-

El golpe que le dio en las manos, arrojó todo por los aires y la paralizó de miedo.

-¡No juegues conmino, Leticia!- aferró su cuello con una mano y presionó con fuerza -¡Dime dónde está Dea o te mataré!- sus ojos azules se convirtieron en los de un dragón -¡Dímelo! ¡Ahora!- presionó un poco más.

-Gilbert, mi hermano...- respondió ahogada -Vino por ella...- golpeó su pecho con ambas manos para poder apartarlo y no pudo hacerlo -Recuerda que hace unos años fue su prometida- aflojó su agarre -Le dije que estaba aquí y vino a buscarla al verla liberada de la Torre de Nívea, junto con el Hakari- la soltó al fin y tocó su cuello para mitigar el dolor -No voy a permitir que te revuelques con ella bajo mi propia techo, suficiente tengo con soportar tus amoríos con la prostituta del reino, como para ahora, sobrellevar esto-

No escuchó su patético despecho, producto de años de humillación y desprecio. Lo hecho era traición a la corona, al revelar uno de los secretos de estado por fuera de la misma.

-¿A dónde la llevó?- había recuperado un poco la cordura después de eso.

-No lo sé- lo miró a los ojos y fue atravesada por su mirar, era aterrador.

-Estás mintiendo- aseguró, levantando una mano, pretendía abofetearla -Dime a donde está Dea- el tiempo pasó y ella no respondió, era obvio que no lo haría -Bien-

Bajó su brazo, frotó sus ojos al perder esa batalla silenciosa y tomó una decisión irrevocable que cambiaría el destino de su esposa para siempre.

-No me dejas otra opción- regresó hasta la puerta -¡Guardias!- un grupo de ellos acudió a su llamado -¡Arresten a la reina por traición a la corona y atentar contra el reino!- la apuntó desde su lugar.

-¿¡Qué!?- intentó escapar pero fue apresada de inmediato -¡Por favor, Lai! ¡Soy tu esposa!- luchaba contra ellos al ser arrastrada a las mazmorras -¡Por favor!- rogó un vez más, pero fue ignorada -¡Está en Egaña! ¡El castillo de Egaña!- gritó desesperada -¡Él la llevó allí!- volteó a verlo, ya que iba unos pasos detrás.

-Alto- ordenó a sus subordinados y así lo hicieron -¿Estás segura?- asintió en pánico -Bien- suspiró aliviada -Llévensela-

Giró sobre su propio eje siguiendo el camino contrario.

-¡Lai, por favor!- fue lo último que escuchó antes de perderse de vista.

El ataque fue inesperado, unos con otros cubrían espaldas y ellos, no eran la excepción. Defenderían Dragma ante todo y darían la vida si era necesario, su lealtad era más grande que cualquier cosa.

-¡Maldición!- derribó a uno de los enemigos de un golpe en la nuca -¡Él está aquí, Keilot!- un enorme y oscuro potencial mágico lo rodeaba todo -¡Al fin vino por ella!- golpeó con su cayado el suelo y se hizo la calma por un instante -¡Abrí el camino para ti! ¡Despierta al cazador y terminalo!-

-¡Demonios!- había perdido de vista a su esposa al descender por el balcón -¡Invoco al cazador!- fue poseído en una fracción de segundo y emprendió carrera hacia la Torre, su esencia lo guió hasta allí -¡Suéltala!-

Exclamó jadeante al verlo sobre el alféizar de la ventana con ella bajo su brazo y su cuñada en un hombro.

-¡Suelta a mi esposa!- lo apuntó con su espada y dando un paso al frente.

-No-

Sonrió cínico y se lanzó al vacío para montar al dragón que lo esperaba fuera.

-¡Hoy te mueres!-

Se acercó a la ventana a una velocidad sorprendente y lanzó su espada como si se tratase de una lanza que le atravesó la carne de lado a lado, provocando que soltara a su esposa en pleno vuelo.

-¡Gaia!-

Saltó tras ella, atrapándola en la caída y quedando los dos muy quietos en el suelo al recibir el impacto.

-Maldito-

Murmuró adolorido y quitando la espada de su hombro, al bajar a la otra muchacha al lomo del dragón.

-Los cazadores siempre me darán problemas- lanzó un hechizo a la persona a su lado que logró interceptar de milagro -Vaya, no sabía que el rey montara Acadianos-

Amador había liberado su prisión y despertado su poder para salvar a su ama.

-¿Qué quieres?- a pesar de ser un hombre de armas, por su estatus, era un diplomático -Te daré lo quieras si acabas con esto y dejas a Dragma en paz- sus soldados no daban a basto con la lucha -Y tampoco tomaré represalias cuando te marches de aquí, es la palabra del rey-

Sonrió sardónico y aplaudió sarcástico, sin importarle un comino su absurda propuesta.

-Lo que quiero...- se inclinó un poco -Está justo aquí- cargó a la inconsciente muchacha bajo sus pies como si fuera un tesoro -Es más hermosa de lo imaginé- aspiró su aroma al acercarla un poco más a él -O mejor dicho, recordaba- dirigió la mirada a su persona -Ella es lo que quiero y ni tú, ni nadie, me la va a arrebatar- sus ojos tomaron el color de la sangre, escarlata profundo -Buenas noches, mi rey- todo comenzó a temblar -Dragma Blade-

No recordó más después de ese oscuro destello que lo atravesó.

-Bueno...- llegó a destino, la Torre del castillo -Si mal no recuerdo- apartó un enorme libro de encuadernación derruida de la biblioteca -El Dragma Blade...- pasó los dedos por los renglones escritos allí -Está aquí- lo encontró dando un pequeño golpecito -El hechizo de los dragones oscuros...- releyó -Creado por Rigveda para destruir a sus enemigos, los dragones rojos encabezados por Unrha- tomó asiento en la silla más próxima -Es un hechizo de magia negra- acotó después de la lectura -Entonces...- se encaminó a buscar otro libro, pero esta vez, en mejores condiciones que el anterior -Su antagónico está aquí...- lo dejó con cuidado sobre la mesa -La biblia de los Nornir- parpadeó un par de veces al sentirse cansado -No es momento para esto, Lai- despeinó su cabello con una mano y suspiró fuerte -Tienes que salvar a Dea-

Tenía mucho que analizar, antes de juntar tropas y emprender camino hasta Egaña.

Despertó en una cochina y apestosa mazmorra de un lugar desconocido para ella, encadenada, con sus poderes mermados y envuelta en un sucio camisón blanco. No podía tener tanta mala suerte, ya no, pensó que ese psicópata al fin la dejaría tranquila, pero se equivocó. Solo esperaba y anhelaba con toda el alma, que Dragma hubiera resultado ilesa y con pocas víctimas, gracias a la magia protectora que colocó sobre ella. Pero sobre todo, suplicaba a todos los dioses, principalmente a Zaluster y la Dama del Caos, que sus seres queridos se mantuvieran con bien y a salvo.

-Al fin despiertas, hechicera- habló un hombre detrás de la verja que llevaba la cara oculta detrás de una máscara -Hace más dos días que lo único que haces es dormir- su voz le resultó familiar, cuando comenzó a dar vuelta el cerrojo -El jefe dio la orden de llavarte ante él cuando despiertes- se acercó un poco estirando una mano, pero ella se alejó por instinto -Tranquila, no te haré daño- aseguró -Solo quiero sacarte esto, lo grilletes son muy pesados-

-Lo siento- extendió brazos y piernas para ser liberada -Te conozco, ¿Verdad?-

No respondió y no solo su voz, sus ojos también le eran muy familiares.

-¿Qué edad tienes?-

-Veintidós- se incorporó después de soltar las cadenas -Sígueme y no hagas más preguntas- era alto, casi tan alto como Lai o Keilot a pesar de su corta edad -El jefe tiene prohibido que te dirijamos la palabra- asintió muda, siguiéndolo.

El recorrido era largo y agotador. Ese lugar parecía indómito y se caía a pedazos en ciertos sectores, pero era evidente que fue magnánimo en su tiempo.

-Adelante- abrió la puerta delante de ella -Hablaré con la servidumbre para que te acondicionen un cuarto y puedas estar cómoda-

-Te lo agradezco-

Inclinó la cabeza e ingresó a ese enorme salón comedor, repleto de comida y platillos deliciosos sobre una larga mesa. Había tres personas presentes en ese lugar, una pareja de adultos mayores de no más de cincuenta años y él, su secuestrador, que se incorporó apresurado cuando ella ingresó.

-Hola, hermosa- indicó que se acercara con un ademán -Por favor, acompañanos-

Caminó desconfiada y mirándolo como si estuviera loco, se encontraba en un estado deplorable de suciedad e incomodidad, ¿Acaso no lo veía?

-Gracias-

Tomó asiento y miró al resto de los presentes con una extraña sonrisa en la cara. No era tonta, tenía que seguirle la corriente y no luchar contra él en ningún momento, para salir viva de esa situación tan atroz.

-Desconocía que era lo que podía gustarte y ordené que hicieron todo esto para ti- volvió a hablar extendiendo las dos manos sobre la mesa -Espero que sean de tu agrado-

-Lo son, gracias-

Se sirvió unas rodajas de pavo y ciruelas con las manos temblorosas, desconocía si era el hambre o el terror que la agobia.

-Eres preciosa, cariño-

Aseguró la señora de cabello castaño oscuro y ojos pardos delante, enfundada en un pomposo vestido purpura y adornada de joyas. Su secuestrador se parecía mucho a ella, pero sus ojos aran azul profundo y muy diferentes a los de Lai, que eran celestiales como el firmamento.

-No aludes quiénes somos, ¿No es así?-

Ahora tomó la palabra el hombre en la otra cabecera, de cabello oscuro, ojos azules y mirada arrogante con una copa en mano.

-Vagamente- metió un poco de comida a su boca y tragó, lentamente -Recuerdo haberlo visto en la casa de mi padre, hace muchos años atrás-

-Estás en lo correcto- le dio un sorbo a su vino -Tu padre y yo, hicimos un arreglo por tu mano con Gilbert, cuando ustedes eran apenas unos niños- dejó su copa en la mesa.

-El archiduque de Eurugo- reformuló, recordándolo -Son la familia de la reina Leticia-

Solo espera que Lai fuera consciente de lo que hizo y recibiera su castigo por traición.

-Lo era, hasta que el antiguo rey Rocks me destituyó del título- suspiró amargado -Ni siquiera el matrimonio de mi hija con el príncipe pudo remendar el daño-

Había sido destituido del mismo, por evadir impuestos al imperio y a su vez, dejar que su tierra cayera en decadencia, al permitir que sus habitantes murieran de hambre desde que accedió como señor de la misma. Era un tirano y desalmado que solo llenaba su bolsillo a costa de otros, como también, un auténtico descarado, al chantajear al antiguo rey para aceptar la mano de su hija o sino, declararía la guerra con ayuda de Saurom, los mercenarios que comandaba su hijo mayor. Sería sangre derramada en vano y no podían permitir aquello.

-Lamento escuchar eso- no era cierto, pero debía ser cortés -Seguro que su hija hizo todo lo posible para arreglarlo- dejó de comer en ese instante, la plática le había quitado el apetito -El rey Lai es muy justo, pero no creo que vaya en contra de los designios de su padre-

Llevó las manos a los muslos para apretar su camisón con fuerza al hablar de él y suplicando en silencio que halla mandado súbditos para su rescate.

-Tienes toda la razón- se incorporó -Vámonos, querida- dirigió la palabra a su esposa -Creo que los jóvenes necesitan un tiempo a solas-

Se posicionó detrás de ella para apartarle la silla como todo un caballero.

-Si, por supuesto- miró a ambos con una cálida sonrisa de madre -Buen provecho-

Salieron del salón aferrado de los brazos a solo los dioses saben donde.

-Comes como un gorrión- acercó la silla a su lado invadiendo su espacio personal, al cerrarse la puerta y quedar solos -Deberías alimentarte más- le rodeó una de sus muñecas con una mano, podía romperla con facilidad -Eres tan frágil y pequeña-

Le dio un besa manos y ella la apartó, asqueada.

-Puedo ser pequeña, sí- se removió en su sitio -Pero jamás frágil- se apartó un mechón de cabello del rostro.

-Lo sé- tomó uno de sus largos rizos para acercarlo a sus labios -Eres tan poderosa como yo- sonrió encantado -Incluso, puede que más, por el Hakari-

-No lo sé- alejó su rostro cuando intentó tocarla -Déjame ir- lo miró al fin, tenía que convencerlo -No conseguirás nada manteniéndome como prisionera aquí-

Él ensombreció y golpeó la mesa con furia, atormentándola.

-Nunca...- aferró sus mejillas con fuerza y apretando más de la cuenta -Escuchame bien- la apuntó con un dedo a la cara -Nunca te dejaré regresar con él, ¿Comprendes?- no respondió, no dijo nada, no era apropiado hacerlo -Tú serás mía- la soltó brusco.

-Te lo imploro- perdería la dignidad si era necesario -Mírame bien, estoy sola ante ti- lo siguió por detrás cuando regresó a su sitio -Dame un porque o una razón para mantenerme aquí en contra de mi voluntad- pidió saber -No tienes ese derecho, quiero vivir y regresar a Dragma en paz- solo la escuchó en silencio -¿Quieres esto?- llevó una mano a su cuello enseñando su Hakari.

-Piedra angular, limbo ancestral...- recitó, era un mantra -Agreste alud, ¡Rasgas mi fe!- lo liberó, ya no sería parte de ella, nunca más -¡Ahí lo tienes!- lo arrojó sobre la mesa a unos centímetros de él -¡Déjame ir!- juntó sus manos en suplica.

-No regresarás a Dragma- ni siquiera lo tomó, solo la contempló por un largo tiempo -Me encanta esa desatada virtud insana que tienes- estiró una mano para acariciar su mejilla, adorándola -¿Dónde escondes esa ilusa pasión que hilvanas, cariño?-

Era consciente que amaba al rey con toda su alma, pero ahora le pertenecía y no se permitiría perderla ante nada.

-¡No me toques!- golpeó su mano, apartándolo -¡Nunca jamás claudicaré ante ti!- dio unos pasos atrás cuando se levantó de golpe -¡Lucharé a muerte y me salvaré de la ira maldita que tienes contra este mundo!- la sometió de un brazo para que no huyera -¡Te dije que me sueltes!- se inquietó en su agarre, no era bueno.

-¡Óyeme bien! ¡Te hago saber, aquí y ahora!- levantó la voz -¡Pelearé por tu lealtad y verás quién manda en este asqueroso reino!- encontraría la manera de doblegarla -¡No me provoques!- advirtió -¡Si he de romper la devoción que tengo por ti! ¡Creéme que lo haré!- era capaz de todo, incluso, lastimarla -¡Quebrantaré la ley si es necesario!-

Rompió en llanto, no podía soportarlo, planeaba asesinar a Lai sino dejaba de luchar.

-Te ruego por el perdón de su alma y de todos los mortales en este reino- tragó sus lágrimas y todo pesar para poder continuar -Haz de mí ese preciado mártir que ansias- se entregó con tal de salvarlo a él a su reino.

-¡Mercenarios!- gritó después de soltarla -¡Llévensela de aquí!- la empujó hasta ellos -¡No quiero verla hasta que esté presentable!- sus ojos eran perversos y destructores.

-¡Esto no termina aquí!- proclamó, siendo arrastrada fuera por la fuerza -¡Me oyes!-

De un solo movimiento, arrojó toda la comida al suelo con su magia, lo había insultado de la peor manera que podría haberlo hecho y era insoportable.

-¡Esto no se quedará así, Gilbert Bradley!- se paralizó al oírla -¡Juro que te destruiré!-

-Así que, lo sabes- regresó a su asiento que parecía el trono de un rey -No pude tener la corona- descansó la mejilla sobre los nudillos de su mano mirando a la nada -Pero al menos, te tendré a ti-

Extendió los dedos y el Hakari se materializó en su palma. La guerra por su amor y por Dragma, estaba a punto de comenzar.

-¿En serio vas a dormirte justo ahora, Gaia?- le daba la espalda dentro de esa pequeña tina con su cuerpo dormitando sobre uno de los bordes -¿Amor?- tocó su espalda con una mano, estaba dormida -Eres un oso, bonita- una pequeña mueca se materializó en sus labios al verla en ese estado tan angelado -Ese golpe casi nos mata- un enorme cardenal adornaba su brazo derecho producto de la caída -Por suerte, pude atraparte a tiempo-

Su espalda estaba hecha trizas, el impacto fue duro, pero podía soportarlo. Lo soportaría por ella, como todo en su vida.

-Bien, ya es hora de salir-

Se irguió incólume y los músculos descansados, pero entumidos, ese baño le urgía horrores.

-¡Keilot!- el rey abrió la puerta de golpe, encontrándolo desnudo ante él.

-¡Lárgate de aquí!- ocultó el cuerpo de su esposa como pudo -¿¡Cómo te atreves!?- quería matarlo -¡Gaia está presente!- tapó sus ojos con una mano cuando se dio cuenta de su error -¡Le ves un mísero cabello y te juro que...!- la cubrió con una toalla procurando no despertarla.

-Muy tarde- confesó, había visto todo -Tú sabes que con estos ojos nada se me escapa- seguía inerte en su sitio -Lo lamento, pero tenemos que hablar- volteó para disimular el mal rato.

-Está bien, sal de aquí y dame unos minutos- renegó hastiado.

-Te espero en la sala de reuniones- salió tal cual llegó.

-El golpe que le daré al llegar...- la cargó en brazos, por suerte, no había despertado -Le acomodará todas las ideas- rodeó su cuello con los brazos entre sueños -Osita- la depósito en la cama y besó su nariz -Amor- ahora besó su mejilla -Bonita- le secó el cabello esperando que abriera los ojos.

-¿Mm?- pronunció a penas y mirándolo detrás de las pestañas.

-Tengo que ir a hablar con Lai- la cubrió con la frazada -Tú duerme bien, ¿Sí?- asintió, colocándose de lado -Volveré pronto- acarició su pequeño cuerpo dormido cuando volvió a cerrar los párpados -Te amo- susurró, antes de comenzar a vestirse.

-Está en Egaña- clavó una daga sobre un punto fijo en el mapa -Hace tres días que atacaron Dragma...- habló a todos los presentes, entre ellos, mercenarios y caballeros de Eragon a su mando -Supongamos cuatro, al mediar distancias-

-Su majestad...- llevó un puño al pecho en señal de lealtad -Los mercerios de Zenobia seguiremos sus órdenes- hizo una reverencia al igual que sus camaradas -Estaremos con usted hasta el fin-

-Lo sé, Roy- sostuvo ambas manos sobre el escritorio, mirándolo con gratitud -Y lamento demasiado que tengas que enfrentar a tu hermano, pero hay mucho en juego aquí- movió su cabeza en negativa.

-Eso no importa, mi señor- seguía con la cabeza gacha -Nos sacrificaremos por usted, nuestro Dios de la Guerra-

-Te he dicho que no me digas así- rascó su nuca, avergonzado, odiaba ese título que adquirió en el campo de batalla -Ahora bien, caballeros de Eragon- dirigió sus ojos al capitán del escuadrón -Los escucho-

-Tú sabes lo que pienso, Lai- fomentó de brazos cruzados junto a la chimenea -Nuestros caballos son rápidos, si salimos esta noche...- el lobo de su esposa se mantenía a su lado, él era una parte fundamental de su escolta -Quizás al amanecer, estaremos cerca unos cuantos kilometros- acarició la cabeza de su amigo de cuatro patas -Pero alguien tiene que quedarse aquí- miró a todos y cada uno de sus subordinados -Propongo que Ivi, Megan y Kylar protejan Dragma- asintieron de acuerdo -Y en especial, a Gaia, por si él regresa buscando venganza-

-Concuerdo contigo- un potente rugido se escuchó fuera -Amador regresó- abrió las ventanas al acercarse -¿Qué viste?- su enorme cabeza emergió dentro -Bien...- habló con él a través de su mente -¿Seguro?- asintió de un simple movimiento -Gracias, Amador- colocó una mano sobre su nariz -Ahora, puedes volver a dormir-

Se hizo pequeño e ingresó, para dirigirse al lobo delante de la hoguera.

-¿Qué te dijo, Lai?- sonrió al verlos interaccionar y jugar uno con otro.

-Esto es bueno- habló complacido -Tenemos un aliado dentro-

Acondicionaron un cuarto lleno de vestidos y libros raros. La asearon, perfumaron, le entregaron un nuevo camisón de fina seda y se metió a la cama. No volvió a verlo, gracias a la procedencia divina y su santa voluntad, pero los criados le comunicaron que se encontraba dentro de sus despacho y ordenó no ser molestado.

-Creo que aquí, no haré otra cosa que no sea dormir- miró alrededor y la noche estaba oscura, el sol había caído hace horas -Las ventanas están cerradas con magia y mi poder es inútil- movió las mano y nada pasó -Perdí mi Hakari y no hay nadie que me ayude o venga a buscarme- cerró los ojos y se introdujo más a fondo en las sábanas -Creo que la mejor opción es dejarme morir lentamente- inhaló profundo -Marchitarme como una flor hasta que llegue el fin- el sueño llegó al instante y no supo cuanto durmió, hasta que una mano en su boca la despertó -¿¡Mmm!? ¿¡Mmm!?-

Sus ojos eran enormes y admirando los de ese extraño enmascarado, llenos de pánico.

-No grites- habló por lo bajo -Todos están dormidos, solo sígueme y estarás bien- asintió convencida y la soltó -Ponte esto- le arrojó una capa al vuelo que tomó al levantarse -Saldremos por el sendero que conduce al bosque- aferró su mano y la condujo a la puerta -Cuando lleguemos allí, solo corre y no mires atrás- asomó la cabeza para comprobar que no había nadie cerca -Andando-

Emprendieron huida por esos largos pasillos e interminables escalares que los dirigían a la salida más cercana al bosque.

-¿Por qué estás ayudándome?-

Preguntó agitada después de tanto correr, atravesando un viaja puerta que daba a un pequeño jardín oculto y marchito.

-Digamos, que...- trepó con agilidad el murallón de viejos ladrillos que los rodeaba -Tú eres alguien muy importante para mí- la haló hacia arriba al ofrecerle su mano -Y además...- quitó la máscara revelando su juvenil rostro -Le prometí a mamá que cuidaría de Gaia y de ti- sonrió nostálgico.

-Aslan- cubrió su boca con ambas manos producto del impacto -Hermanito-

Lo abrazó con unas inmensas ganas de llorar, había pasado mucho tiempo, desde que él huyó de casa buscando su destino y no volvió a verlo, desde entonces.

-Lo siento, pero tenía que alejarme de las garras de nuestro padre- respondió a su abrazo, conmovido -Te extrañé mucho, Dea- confesó al refugiarla en sus brazos, pero de repente, se tensó -Dile a Gaia que la quiero y que estoy muy orgulloso de ella- volteó rápidamente y la empujó fuera del castillo -¡Olvidate de mí y corre!-

Exclamó con dolor, mientras ella contemplaba después de la caída, como su cuerpo era atravesado por un lluvia de flechas y caía de espaldas a la nada. Los habían descubierto.

-Aslan- murmuró catatónica, su hermano estaba muriendo frente a sus ojos, otra vez -Por favor- se incorporó a tras pies, envuelta en suciedad, heridas y lágrimas -Por favor, no maten a mi hermano- una flecha impactó en su hombro sacándola de ese estado -¡No lo maten! ¡Es mi único hermano!-

Otra flecha se incrustó en su muslo haciéndola flaquear, pero la arrancó de un tirón y al igual que la anterior, cumpliendo su última voluntad con el dolor que se instaló en su alma. Cuando llegues al bosque corre y no mires atrás.

-Tomaremos un descanso aquí- habían cabalgado toda la noche y los caballos debían descansar -La bruma nos ocultará- descendió de la montura y ató al animal a un árbol -Según el mapa, al otro extremo de este bosque se encuentra Egaña-

-Sí, así parece, Lai- observó el mapa que le fue entregado -Ese maldito, si que sabe esconderse- también desmontó y miró hacia atrás, bufando -Otra vez se durmió- se acercó al lobo que cargaba sobre su lomo a su esposa dormida -No sé que es lo que ocurre con ella- tocó su frente con una mano y no tenía fiebre -No lo entiendo- estaba preocupado, jamás dormía tanto.

-Aslan- susurró entre sueños y una lágrima rodó por su mejilla, soñaba algo muy triste -Hermanito- abrazó a su lobo con fuerza y siguió durmiendo.

-No tendrías que haberla traído, Keilot- movió su cuerpo adolorido, había perdido el hábito de usar su armadura -Es peligroso y lo sabes-

-No tenía elección- la recostó con cuidado sobre una manta -Era esto o darle el divorcio- sonrió enternecido al quitarle otra lágrima -¿Tú que hubieras hecho en mi posición?-

-Encerrarla en las mazmorras hasta que regresara- la bruma se hacía cada vez más espesa -Iré a inspeccionar el terreno, tú ya sabes a que hacer- cargó su espada y se perdió en el interior.

La caminata se hizo eterna y extraña, como si pequeñas voces procedentes del bosque le guiarán el camino. El crujido de las ramas y la soledad del lugar daban un ambiente desolador, pero prosiguió sin prisa, cuando los tenues rayos de sol comenzaron a aclarar. Llegó al centro, a un pequeño y brumoso lago, donde las ninfas de agua bailaban al compás del cantar de los pájaros, hasta que un extraño movimiento a su lado, las obligó a ocultarse. Una figura tambaleante se acercaba a él, poniéndolo en guardia y esperando su inminente ataque, pero bajo su arma al comprobar que era una mujer.

-Por favor...- su voz lo paralizó -Ayúdame- se inclinó un poco para soportar la agonía -No dejes que me encuentren-

No podía ver su rostro y se acercó con cuidado para no caer en la ilusión de algún vil demonio.

-Tranquila- levantó ambas manos para mostrarse desarmado -Te prometo que...-

Sus ojos se encontraron cuando levantó la mirada y él enmudeció con el corazón desbocado. Los reconocería en mil vidas y entre un montón de personas.

-Lai- se acercó como pudo sin importarle en lo absoluto sus heridas -Lai- se arrojó sus brazos y cayendo los dos al suelo al compartir ese eterno abrazo -¡Lai, viniste a buscarme!-

Se desarmó en lágrimas al sentir su calor, era un hábito en ella al encontrarse juntos.

-No llores, preciosa- aferró su cabeza con una mano y escondiendo el rostro en su cuello -No llores, mi amor- afirmó el agarre en su cintura, no iba a soltarla nunca -Eres real, estás aquí, conmigo- la apartó un poco para contemplar su rostro -Mi amor... Mi ángel- quitó las lágrimas con sus pulgares -Estás...- la examinó de arriba a abajo -Herida- su impoluto camisón se encontraba cubierto de sangre -Dime dónde...- hiperventilaba, estaba a punto de perder la conciencia -¿Dime dónde estás herida?- sustuvo su nuca para evitar que cerrara los ojos -Dea, mi amor- se incorporó con ella en brazos -No te duermas-

Miró en varias direcciones buscando ayuda y emprendió andar hasta su tropa. Había ido allí por ella, es cierto, pero no quería ver eso, no lo quería. No fue allí para encontrarla en ese estado y a punto de morir.

-Lai...- su conciencia estaba a dos luces, pronto se apagaría -Tenemos que volver...- lo aferró del cuello de su capa para acercarse a su rostro -Hay que salvar a...- temblaba de agotamiento -Hay que salvar a Aslan- sus brazos cayeron a plomo dejándose ir.