-Mira esto, hermanita- tecleó en la pantalla de su celular -Mi novio es Riftan Calypse-
Sonrió cual psicópata altamente funcional, enviando un mensaje de texto y acompañado de una captura de pantalla de una red social. El encuentro de esa tarde se estaba haciendo viral. Lo guardó en el bolsillo de sus shorts esperando la respuesta y también a él, que se encontraba a unos metros comprado palomitas. Ahora que lo observaba mejor y con detenimiento, sentada sobre el barandal de ese punte, podía decir que era cierto. Ese porte entrenado, musculoso y tonificado, oculto parcialmente bajo una camiseta color oliva y estampado de un dragón rampante, bermudas oscuras y simples vans, lo convertían en el ser literario que emulaba, con su cabello café despeinado, tez trigueña por el sol y ojos de un sorprendente tono esmeralda. Era fuerte y poderoso con solo estar de pie.
-¿Gaia?- una voz familiar la distrajo de esa espectacular vista.
-¿Gabriel?- cuando reaccionó, él se encontraba sobre ella, dándole un enorme abrazo -¿Cómo estás?- ni siquiera correspondió, solo lo apartó con disimulo.
-Muy bien y ahora que te veo, mucho mejor- llevaba una guitarra colgando en su espalda y aferrando sus manos con suma emoción -¿Hace cuánto que estás aquí?-
-Un par de semanas- soltó su agarre, despacio -Pero no he tenido la oportunidad de salir mucho-
Excusó nerviosa y rogando que Keilot la sacara de esa incomodidad.
-Tendrías que haberme avisado de tu regreso- intentó tocarle el rostro, pero no se lo permitió -Quería hablar contigo de lo que pasó entre nosotros, pero luego...- no sabía como justificar lo sucedido entre ellos -Tuviste ese accidente automovilístico, tu padre no me permitió verte y al salir del hospital, te envió a Dragma con tu hermana- se removió, notablemente, incómodo -Solo quería decirte que, lo siento, fue un malentendido y yo...- levantó una mano para hacerlo callar.
-No siento nada de lo que hice esa noche y tampoco voy a disculparme por destrozar tu auto- la cara de él, se transformó -Si era eso lo que querías oír, entonces...- levantó sus hombros, sin excusas u omisiones, no tenían más que hablar -Adiós- bajó de su sitio y emprendió su andar -¡Suéltame!- giró furiosa sobre sus talones para mandarlo al diablo, al tener el descaro de detenerla de un brazo -¿¡Qué quieres!?- no dijo nada, pero afianzó su agarre.
-Dijo que la sueltes-
Esa voz cargada de peligro y la mano grande rodeando su muñeca, los paralizó.
-¿No la oíste?- repitió con los ojos fijos en él -Suéltala- lo hizo y la acercó a su cuerpo rodeándola por los hombros -¿Estás bien, bonita?- besó su sien murmurado por lo bajo.
-Sí, lo estoy- tomó el paquete de palomitas para disimular su enfado -Él es Gabriel y salimos un par de veces antes de irme a Dragma- respondió a su pregunta silenciosa e introduciendo un puñado de palomitas a su boca -¿No recuerdo si alguna vez te hablé de él?-
-Sí, lo hiciste, pero no me interesa- la acercó, como si que eso era posible -Guarda esa mano, porque juro que la cortaré- advirtió, llevando la suya al colmillo en su cuello y cuando él, la extendió al presentarlos -Vuelves a ponerle un solo dedo encima y verás de lo que soy capaz-
Sonrió incrédulo, era músico y un indulgente rockero, no sería la primera vez que lo amenazaran de esa manera.
-Te quiero aclarar que...- relamió sus propios labios al recordar el momento -Ya lo hice-
Dio por sentado lo obvio, pero el golpe que recibió en el rostro, fue tan brutal que, lo noqueó en un segundo.
-¡Keilot! ¿¡Que hiciste!?- gritó al verlo caer de espaldas y mirando alrededor, en estado de alerta -¡La policía!- pasó de un salto sobre él, que sangraba por cada centímetro de sus repugnantes facciones -¡Vámanos!- comenzaron a correr como sino hubiera un mañana.
-¡No es cierto!- su risa invadió sus oídos como una hermosa melodía -¡Mira esto, Lai!- le enseñó la pantalla de su teléfono celular con una enorme sonrisa -No me importa...- respondió a una velocidad increíble -El mío se parece a Black Tiwakan-
Le tomó una fotografía junto a la portada de la novela en cuestión y el parecido era sorprendente. Era un hombre hermoso y cualquier mujer con todos los sentidos presentes, lo categorizaría como atractivo y celestial, sus ojos azules eran impactantes, su cabello negro era brillante y su cutis blanco resaltaba todo lo demás. Además, sabía como lucir bien y explotar sus atributos con poco esfuerzo, como en ese momento, por ejemplo. Vestía una franela azul celeste que combinaba con su mirar, unos jens gastados sobre sus largas piernas y tennis negros carentes de cordones. Era bellísimo por donde se lo mirase.
-Y enviar- dejó su teléfono a un lado.
-Tienes chocolate aquí- le quitó con el pulgar una mancha cercana a la comisura de los labios -¿Qué?- preguntó con ojos traviesos al llevarlo a su boca y chuparlo con gusto -Tienes suerte de que no usara la lengua para hacerlo- bebió de su café helado, suprimiendo la diversión que asomaba por cada poro de su ser -Estamos en un lugar público, no seas descarada- la conversación cambio de sentido y dirección.
-¿Descarada yo?- reclamó al mundo con la boca llena de helado -Déjame decirte que, el único descarado aquí...- lo apuntó con una mano para dar a entender la situación -Eres tú-
-No me culpes, soy solo un hombre- estiró uno de sus rizos con adoración -Y tengo necesidades como cualquier otro-
-Eso lo entiendo- la cafetería donde se encontraban, era muy hermosa y resguardaba parte de la historia de Hara -Pero, ¿Por qué yo?, Tú me odiabas-
Ese era el punto que no lograba entender de su relación.
-Me enamoré de ti, no es muy difícil de entender- llamó a la mesera para una nueva orden -¿Me podría traer un poco más de esto, señorita?- le acercó un vaso de cuello largo que fue tomado por ella y demasiado encantada como para no notarlo -¿Tú quieres algo más, preciosa?-
-No, gracias- abrió el libro entre sus manos -Estoy bien- lo ojeó un poco con una tenue mueca en los labios -Me gustaría saber algo...- acotó, cuando la joven se marchó por lo pedido -¿Cuándo fue?-
-No comprendo- respondió con las cejas fruncidas e intentando interpretar lo que dijo -¿Te refieres a cuándo me di cuenta que me enamoré de ti?- hizo espacio en la mesa para recibir su orden -Gracias-
Volvió a irse y dejando un pequeño papelito con un número telefónico.
-Exacto- le robó la cereza en la punta y negó con la cabeza al verlo arrugar la nota en su mano -¿Cuándo fue?- la metió a su boca y la aplastó con los dientes.
-Cuando me volví loco-
Limpió con su pulgar el liquido almibarado que descendía por su boca y comenzó a narrar los hechos.
La clase de semiología cambió todo en su cabeza y ahora entendía, el porque ella había llegado allí al perder el rumbo en su vida. Tenían que alejarla de ese sujeto o sus padres la perderían para siempre, esa era la tangente en la cuestión y como también, sus enormes ansias de salir de allí para estar con él o eso quería creer. Ahora la comprendía y la entendía un poco más, aunque seguía odiándola con toda el alma, por su constante mal humor e impertinencia.
-Buenos días, alumnos- saludó la maestra Clara, encargada de la clase de música a los integrantes de la banda presentes -Hoy tenemos una nueva estudiante- volteó hacia la puerta -Entra, querida-
Ahí estaba ella, la causante de esos raros pensamientos y desde el día en que la conoció, en aquél fuerte altercado en el comedor.
-Ella es Dea Fleming, alumna de segundo año en la casa Nornir, para los que no la conocen- su vista estaba fija en el suelo al no gustarle ser el centro de atención, como pasó en la clase de semiología -Y será parte de las cuerdas a partir de hoy- una chica alzó la mano -¿Si, Íngrid?-
-¿Qué instrumento tocas?- preguntó y levantó la mirada a penas.
-El violín- apartó un rizo del rostro y estiró sus mangas, avergonzada.
-Eso es excelente- volvió a decir -Nos hacía falta un nuevo violinista desde que Ferdinan se graduó- se acercó a ella -Eres bienvenida- apoyó una mano en su hombro.
-Gracias- levantó completamente la mirada y los observó a todos, hasta que sus ojos se fijaron en él con acidez -Tú- murmuró con amargura -Los dioses me odian, otra vez él-
Lamentó, en un susurro casi inaudible y ocultando el rostro bajo la palma de su mano. El sonrió satisfecho y de brazos cruzados frente al piano de cola, como cada vez que lo hacía cuando se encontraba con ella. No solo era la dueña de sus pensamientos, sino también, de su voluntad.
-¡Hola!- la voz de su hermana la sobresaltó -¡Al fin la encuentro, maestra Clara!- sus ojos se hicieron enormes -¡Dea! ¡Viniste!-
La abrazó con demasiada efusividad para su gusto.
-Sí, me convenciste- palmeó sus brazos al sentirse incomoda -¿Tú qué haces aquí?- tenía las mejillas pálidas, la nariz congestionada y los ojos llorosos -Aún estás enferma, ve a tu cuarto- ordenó sin tregua y señalando a la puerta.
-Lo sé- limpió su nariz de manera exagerada -Solo vine a traerle esto, maestra- le extendió un pequeño certificado de inasistencia -No voy a poder ensayar esta tarde con el coro, pero...- movió sus brazos vaivén, después de toser un poco -Aquí está mi reemplazo- señaló a su hermana con una mano.
-¿También cantas, preciosa?-
Preguntó interesada y esa última palabra, hizo eco en su mente. La maestra tenía razón, ella era preciosa y hacía muy poco tiempo que él se había percatado de ello.
-Sí, pero no tan bien como Gaia- indicó de nuevo, pero esta vez, muy avergonzada -¿No es así, hermanita?- volteó y se había ido -Traidora- murmuró con los dientes apretados.
-Muy bien- aplaudió entusiasta -Luego de esta clase, te quedarás conmigo y Lai, a ensayar la parte de solista con el coro-
Ella asintió y caminó a la silla disponible en la sección de cuerdas, al levantar un violín al paso. No podía negarse, era una falta de respeto no obedecer a sus profesores.
Después de dos horas de ensayo, sus compañeros se marcharon y quedaron completamente solos dentro del salón de música, ya que la maestra salió por unos pequeños recados antes del ensayo con el coro y el cual comenzaría en media hora.
-Eres buena-
Acotó sin soportar, ni un minuto más, la atmósfera tensa y cortante en el ambiente.
-¿Eh?- tan sumergida se encontraba en entender la partitura delante, que no lo escuchó -Disculpa, ¿Me hablaste?- parpadeó un par de veces al sentir los ojos cansados.
-Sí- volteó a verla, tan relajado e indómito como siempre, sobre el asiento de ese piano -Dije que eras buena-
-Si esas palabras vinieran de otra persona que no seas tú...- guardó el violín y habló más que sarcástica -Te juro que daría las gracias, pero...- cerró el estuche con sus respectivas trabas -¡Nah!-
Arrugó la nariz en un gesto que le resultó adorable y apartándose el cabello del rostro. Cada minuto que pasaba a su lado, era mejor que el anterior.
-¿Puedes hacer eso de nuevo?- pidió inconsciente y observando a un lado con una mueca extraña -¿Por qué dije eso?- se preguntó así mismo al sentirse raro.
-No lo sé- se acercó a él y se inclinó un poco para verlo a la cara -Row- le quitó el cabello de la frente para que la mirara -¿Te encuentras bien?- aferró su mano cuando intentó volver a tocarlo -Lo siento- tragó pesado al sentirse intimidada por su azul mirada -No quise molestarte-
-Está bien- soltó su mano despacio, entre la suya, era pequeña y cálida -Esto me está pasando muy seguido cada vez que estamos juntos y no sé porque- confesó perdido en sus ojos.
-Ojalá tuviera una respuesta para ti- tomó asiento a su lado al pedirle espacio -¿Cuál es la canción en la que tengo que fingir que soy Gaia?- cambió de tema, al formarse esa atmósfera densa, otra vez.
-Esta- señaló la partitura sobre el atril del piano y ella la observó confusa -Tú no sabes leer música, ¿Verdad?-
La miró de reojo esperando que lo insultara o negara ese hecho, pero no ocurrió, todo lo contrario, parecía divertida al ser descubierta.
-Adivinaste mi profundo secreto- soportó la risa con los ojos brillosos y los labios en una pequeña línea -No entiendo nada de lo que dice ahí- señaló sin ganas -Pero puedo tocar de oído y como muy pocos lo hacen, yo vivo la musica, según me dijeron una vez-
Estiró su cuerpo y su fragancia a flores silvestres inundando todos sus sentidos, anulandolos por completo.
-Hueles tan bien- acercó la nariz a su cuello, para captar más de ese embriagador aroma -No lo había notado...-
Rozó con sus labios esa zona, causándole escalofríos y erizándole la piel.
-¿Qué haces?- su voz lo sacó de ese transe.
-Nada- carraspeó para que la incomodidad, pasara -Lo siento, tu perfume es muy dulce y me gustaría regalárselo a mi madre-
Si en algún momento de su vida se sintió como un idiota, era justamente ese, ¿Así o más patético, Lai? Cubrió su rostro con ambas manos, al escuchar ese absurdo soliloquio en su mente.
-No uso perfume- el tono de diversión en su voz, era inigualable -Pero de todas maneras, gracias por el cumplido-
Volvió a quitarle el cabello del rostro y él se apartó de golpe, como si le hubiera hecho daño o lo hiriera su tenue tacto.
-¿Qué ocurre?-
Preguntó desde su sitio sin intentar levantarse y con los ojos gigantes de consternación. Eso era extraño y en especial, en alguien como él, que siempre era propio y fiel a su persona.
-¿Qué me hiciste?-
Su voz salió áspera, rasposa y lastimando su garganta con cada palabra.
-¿Perdón?-
Presionó el asiento debajo de ella con ambas manos, cuando se acercó en dos simples zancadas. No sabía que decir o hacer, al quedar cautivada por sus ojos azules.
-¿Qué me hiciste, Dea Fleming?- afianzó su nuca con una mano para acercarla a su rostro de un fuerte tirón -¿Qué me hiciste?-
Repitió con los dientes apretados y muy cerca de sus labios, pero el sonido de la puerta abriéndose, los separó. Eran los integrantes del coro y en compañía de la maestra Clara, que no dejaba de sonreír. La clase estaba a punto de comenzar.
-Hoy la luna volverá...- su voz era hermosa y muy potente, a pesar de ser tan pequeña -A buscarte una vez más- estiró la última sílaba, dándole más efecto e interpretación a la letra -Celosa de amor entra por tu ventana...- estiró una mano para intentar tocar algo invisible -Te arropa y se va, pensando en volver mañana-
La melodía continuó unas notas más, hasta que finalizó por completo e inundando todo con fuertes aplausos. Había sido una interpretación muy bonita de ambos.
-Muy bien, alumnos- habló sin dejar de aplaudir -Es todo por hoy- poco a poco, fueron abandonando el lugar -Lo hiciste muy bien, cariño- se acercó a ella que seguía junto al piano -Tendrías que unirte al coro-
-No, gracias- frotó sus brazos al sentir frío, ese tarde no había llevado abrigo -Me gusta más tocar el violín- excusó, tiritando -Y sería muy confuso para todos al estar Gaia aquí- una chaqueta cubrió sus hombros y era Lai -Gracias- gratificó extrañada, pensó que se había ido -Así que, me quedo en la banda- era una decisión tomada.
-Respeto eso- miró a los dos con una cálida sonrisa -Ya pueden retirarse-
-Gracias, maestra Clara- él se despidió, entrelazó sus manos y tiró de ella a la salida -Tienes una voz hermosa, preciosa-
Le seguía el paso mirando sus manos unidas y sin comprender que estaba pasando.
-Y tú tocas muy bien el piano- clavó los talones al suelo deteniendo su andar -¿A dónde vamos?- preguntó, cuando volteó a verla.
-A nuestra casa- no la había soltado en lo absoluto -Andamos los dos en la misma dirección y sería absurdo que fueras sola-
Apretó su mano con fuerza, pero con suma delicadeza, para no lastimarla.
-No tienes que hacerlo- soltó su agarre, lentamente -Te prometo que llegaré sana y salva a la casa Nornir-
No quería que la acompañara, es más, deseaba tenerlo lejos a causa de ese comportamiento tan errático.
-No quiero arriesgarme- colocó las manos sobre sus hombros y juntó sus frentes para enfrentar sus miradas -Podrías perderte o algún Beserker intentaría llamar tu atención y no sería bueno- alejó su rostro al sentirse invadida -Olvídate de los Beserker, cualquier chico podría acercarse a ti y faltarte el respesto- continuó iluminado y fuera de sí -Y yo le rompería el cuello al saberlo-
La soltó con un semblante tan oscuro que le aterró, ¿Acaso estaba celoso? Lai Row estaba celoso y no de cualquier persona, estaba celoso de ella, su enemiga jurada dentro de esos altos muros. Era absurdo de solo imaginarlo.
-De verdad, no quiero molestarte- quitó la chaqueta de sus hombros para devolvérsela -No es necesario, estaré bien- algo muy extraño estaba pasando con él y la perturbaba mucho -Gracias- giró sobre sus talones y siguió caminando.
-No es ninguna molestia- quiso tocar su mano de nuevo, pero la apartó, sutilmente -¿Quieres que cenemos juntos?- la alcanzó de inmediato -Te apartaré un lugar y podremos hablar un poco más sobre el ensayo- se detuvo, bajó la mirada, apretó su entrecejo y bufó rendida -No lo sé...- llevó las manos a los bolsillos y se removió inseguro -¿Qué dices?-
La desesperación en sus ojos, era terrible e impactante, no podía negarle nada cuando la miraba así.
-Bien, acepto- lo apuntó con un dedo y entrecerró la mirada -Pero no quiero bromas, sacarnos o malos tratos, ¿Está bien?- estiró su mano para cerrar el asunto.
-Lo juro- la tomó llevándola a sus labios para regalarle un tierno beso -¿Qué me hiciste, Dea Fleming?- era fácil de responder, lo había enamorado.
-Y en ese momento...- tocó sus pequeños labios con las punta de los dedos -Supe que me enamoré de ti- culminó de narrar ese grato momento entre los dos.
-Te juro que pensé y estaba convencida de que...- apretó la mano que había acercado a su rostro contra su mejilla -Fue aquella que estuvimos en la Torre Perdida-
Ese fue su primer encuentro real que tuvieron y el que marcaría su destino para siempre.
-No- se inclinó sobre ella para juntar sus labios -Ese momento, fue solo un regalo de los dioses para mí-
Sus miradas se perdieron el uno en el otro, recordando lo sucedido y el cual nunca olvidarían, porque fue único.
Reían, reían a más no poder, huyendo por esas calles y de los policías que los perseguían.
-¡Ven! ¡Ven!- robó una gorra de un maniquí a su paso y lo condujo a un callejón a media luz -¡Cállate y bésame!-
Lo obligó a besarla, después de ocultar su largo cabello bajo la gorra y colgarse de él como dos amantes desesperados de amor.
-Se fueron-
Susurró al separar sus labios y verlos pasar, ignorándolos, como a cualquier otra pareja de enamorados.
-No es la primera vez que haces esto, ¿Verdad?- besó su mejilla sin bajarla de él.
-No es la primera vez que hago muchas cosas- no quería imaginar lo terrible que ella era en su tierra natal -Solo que ahora, las hago contigo- lo miró a la cara rodeando su cuello con los brazos -¿Recuerdas la primera vez que nos besamos?- se acercó mucho a él para admirar esos ojos verdes que la volvían loca.
-Como olvidarlo...- le quitó la gorra para ponérsela -Fue mágico y extraño-
Sonrió encantado al bajarla al suelo y regresar a la tienda, en donde habían hurtado lo que llevaba en la cabeza.
-Disculpe, señora- ingresó para hablar con la dueña y dejándola fuera, el local era pequeño -Me llevaré esta gorra, ¿Cuánto cuesta?- señaló su cabeza al entrar completamente.
-Mágico y extraño-
Murmuró nostálgica, admirando sus propios pies y recordando aquel primer beso.
Se sentía fatal. Hacía más de dos días que la fiebre no abandonaba su cuerpo y no sabía porque. Regresó a la casa Fenrir después de ubicar a la maestra Clara y sintiéndose mucho peor que antes. Por suerte, todos ellos estarían en clases y podría descansar en paz.
-¡Gaia! ¡Aquí estás!- su amiga Freya se precipitó al verla cruzar la puerta -Es hora de tus medicinas, ¿A dónde estabas?-
La condujo al único sofá individual de la sala y la sentó allí de un leve empujón.
-Fui a buscar a la maestra Clara para darle mi certificado de inasistencia al coro- estornudo y se estremeció -Por todas las fuerzas de la naturaleza- se cubrió hasta el cuello con una frazada que su amiga le entregó -¿Por qué mejor no me muero?-
-Porque nadie sería feliz si eso ocurre- le entregó sus medicinas y un vaso de agua para que la tomara -Bien, iré a clases, en una o dos horas volveré a verte- volvió a abrigarla bien -Hoy regresarán los de cuarto de su misión, así que, no estarás sola por mucho tiempo-
-Sí, gracias, Frey- cerró los ojos al sentirse adormecida por la fiebre -Que tengas un lindo día- sólo escuchó un portazo antes de dormirse.
-Bien, Fenrir- el regente y líder de escuadrón, habló a sus compañeros detrás -Tomen un baño y descansen, fue una misión difícil- ingresó, seguido por todos ellos que se disgregaron por el lugar.
-Keilot, ¿Podemos hablar?-
Preguntó Megan, tomando rumbo a su alcoba y siendo ignorada, como hacía meses que venía pasando entre ellos. Su relación iba de mal en peor y ella imaginaba el porque.
-Después, Megan- se detuvo, abruptamente, al divisar un pequeño cuerpo dormido en la sala -¡Oye, tú! ¡Aquí no se puede dormir, está prohibido!- bajó la voz al comprobar quién era -¿Gaia?- la miró con detalle, se veía pálida y sus labios morados, parecía enferma -¡Gaia!- la zamarreó un poco cuando no reaccionó a su llamado.
-¿Qué ocurre?- habló detrás de sus largas pestañas -¿Keilot?- a penas y logró reconocerlo -Lo siento...- se incorporó siendo ayudada por él -Creo que me quedé dormida aquí- tosió un poco, luego de fregar sus ojos cansados -No volverá a ocurrir- volvió a abrigarse y continuó camino a su cuarto -Hola, perra maldita- saludó indiferente al pasar junto a ella.
-Gaia- la asistió, al verla tambaleante y sostenerse de la pared para no caer - Rodea mi cuello con tus brazos- obedeció débilmente -Muy bien-
No era la primera vez que la tenía tan cerca, pero esta vez, era diferente. Esta vez, su cuerpo estaba muy débil y aplacado por la fiebre.
-Keilot, ¿Qué estás haciendo?- preguntó Megan, asqueada -No la toques- se alejó unos pasos, como si estuviera contaminada -Quizás tenga una enfermedad rara de Hara y podrías contagiarte-
La ignoró, no quería escuchar nada que saliera de su boca con respecto a ella.
-A la cuenta de tres, te levantaré, ¿Lista?- asintió con un leve movimiento -Uno...- contó -Dos...- colocó un brazo detrás de sus rodillas -Tres- la cargó sin dificultad -Que nadie nos moleste, voy a bajarle la fiebre-
Ordenó a todos a su paso, caminó hasta su habitación y cerró la puerta con el pie, tal cual la abrió.
-No te muevas de aquí- la recostó sobre la cama -Vuelvo enseguida- corrió hasta su baño privado y abrió el grifo hasta que el agua salió templada -Bien, Keilot- se quitó la camiseta de un solo movimiento -Manten la calma, estás haciendo esto por ella, no por ti- se apuntó a su propio reflejo sobre el espejo del baño -Un caballero jamás destiñe- regresó a la habitación -Arriba, bonita- hizo lo mismo que antes.
-¿A dónde me llevas?- habló con los ojos cerrados.
-Tranquila, solo quiero ayudarte- se sentó con ella encerrada entre sus piernas y debajo de la ducha -Todo estará bien, amor- meció su cuerpo de un lado a otro, temblaba mucho -Tranquila, yo estoy aquí, contigo y nada va a pasarte-
Besó su sien por un eterno instante, se veía muy mal, deliraba entre sueños.
-Tengo frío-
Susurró castañeando los dientes y descansando sobre su pecho, había despertado después de un largo tiempo.
-¿Por qué me trajiste aquí?- la apartó para verla a la cara y la imagen de ella bajo la ducha, era hermosa -¿No se supone que está prohibido?-
Colocó los labios sobre su frente y la fiebre había disminuido unos grados.
-No me importa- acarició su rostro con los nudillos con infinita ternura -¿Desde hace cuánto que estás así?- cuándo partió a cumplir con su misión, estaba bien.
-Dos o tres días- él cerró el grifo y se incorporó -Pero estaré bien, siempre enfermo en esta época del año- justificó sin importancia.
-No, no está bien- se hincó frente a ella rodeándola con una toalla -No te levantes de aquí- ordenó -No quiero arriesgarme a que te lastimes al caer por la fiebre- tocó su frente y la temperatura había vuelto a subir -Enseguida regreso-
Salió del baño a paso largo y llegó a la puerta de la habitación.
-¡Freya! ¡Judith!- gritó, asomándose fuera -¿¡Alguien!?- las nombradas aparecieron al instante -Gaia acaba de despertar, traigan una toalla limpia y una muda de ropa para ella- asintieron a la par -¿Pueden pasar y ocuparse de la situación?, prometo que no será por mucho tiempo- apuntó con un pulgar a sus espaldas -Yo iré a las duchas para terminar de arreglarme y comer algo rápido- guardó silencio un minuto, escuchando si lo había desobedecido y no lo hizo -Volveré, como mucho, en media hora-
-No te preocupes- Freya habló primero -Yo iré por su ropa y la toalla- señaló a su compañera -Mientras que Judith, la acompañará hasta que regrese- afirmó con la cabeza y una pequeña sonrisa.
-Bien, gracias- suspiró tranquilo y levantó del suelo una mochila junto a la puerta -Pasa, Judith- le dio espacio y ella ingresó aprisa hasta el baño -Escúhame, Fray- la acompañó hasta su cuarto -Pase lo que pase, no permitas que Megan se acerque a ella para hacer algún escándalo, ¿Entendido?- frotó sus ojos al sentirse cansado -Gaia está enferma y no es el momento para que tenga una riña con alguien, podría empeorar-
-Descuida, amigo- apretó su hombro en confianza, se conocían desde la escuela primaria y aunque ella era un año menor, se llevaban excelente -No permitiré que nada le pase, lo prometo-
-Gracias, Frey- colocó una mano sobre su cabeza -Eres una de las pocas personas con las que puedo contar aquí- acomodó la mochila sobre su hombro -Bien, en media hora regreso- lo perdió de vista por el pasillo de salida.
Las semanas pasaron, el invierno cayó sobre todos los mortales de ese país y como ella también, al agua helada. No podía tener tanta mala suerte, ser presa de tanta calamidad y decidió, por su bien y con todo el dolor de su alma, hablar con el director para que la trasladaran de casa.
-¿Por qué esa cara?-
Preguntó su amigo, al verlo tan pensativo y con la vista fija en la mesa de los Valkyrie.
-¿Creés que ellos dos estén saliendo o tengan algo?-
Señaló sin disimulo alguno, a la chica de sus sueños y a un idiota con una guitarra sobre su regazo.
-¿Te refieres a Gaia y Peter?- se sentó a su lado -Pues, no lo sé, desde que ella fue trasladada a Valkyrie, pasan mucho tiempo junto- los analizó con la mirada -Todo es posible- golpeó la mesa en un puño, al sentirse frustrado -Calma tu ímpetu, es solo una suposición-
Una melodía de arpegio de guitarra llegó a sus oídos, llenándolo de rabia.
-Por favor- suplicó, hundiendo su rostro en la mesa -No cantes- rogó como si ella pudiera oírlo -Te lo imploro, no cantes-
Muy tarde, comenzó a cantar una canción acústica.
-Llenas de luz rincones de mi ser- se inclinó sobre el rostro del guitarras sentada sobre la mesa -Con tus ojos bañas mi pasión, es tu voz, embriagador hechizo- le guiñó un ojo -Que se llena mi anhelo en su canción-
Miró en su dirección por un instante, pero siguió con lo suyo al encontrar su mirada.
-¡Ah!- exclamó su hermana, muy impactada, al ingresar al comedor -¡Están improvisando!- pasó a toda carrera delante de ellos con su violín en mano -¡Es mi momento!-
Su cabello era como una cortina de largos rizos que dejaba su aroma detrás y el cual, a un vidente milenario de ojos celestiales, le robaba el aliento, como también el alma.
-¡Estoy lista, chicos!-
Subió de un brinco a la banca junto al guitarristas y comenzó a tocar siguiendo el ritmo de su corazón. Más músicos se sumaron al momento, entre ellos, un flautista y una percusionista, que demostraba su habilidad impactando cubiertos sobre la mesa.
-Keilot, estoy enamorado- llevó una mano al centro del pecho, contemplándola -Pero ya no sé que más hacer para que se fije en mí- lo destrozaba su indiferencia.
-Cállate- lo apuntó con un dedo sin importarle nada -Quiero escuchar-
-De pequeños sueños me alimento- hasta improvisando era buena -Y te pienso hasta dormir...- sus ojos viajaron a un lado, como pensando en alguien que albergaba su corazón -Temo que el recuerdo desvanezca quién fuiste para mí- mordió sus labios he hizo un gesto gracioso con la nariz -Notas de un embrujo que en viento con el eco del ayer- movió sus manos como si tocara ese elemento -Acaricia mi alma y tu ausencia se fue, con tu voz me arrullaré-
Abrió su boca para continuar, pero se incorporó de golpe, recordando algo.
-¡No! ¡Lo olvidé!- tiró de su cabello con fuerza, interrumpiendo la improvisación -¡Tenía que ir a alimentar a los dragones!- su hermana también sucumbió al olvido.
-¡Por todos los dioses!- movía sus pies, inquieta, guardando el violín -¡Tengo que ir a la Torre a buscar un libro para Madame Symza!- expulsó todo el aire de sus pulmones -Nos vemos luego, chicos-
Salió disparada de allí, Gaia ya se había ido sin decir adiós. Perdían la noción del tiempo cuando se encontraban con la música.
-Ahora es cuando, Lai-
Se irguío con tanta determinación en su ser, que jamás lo había visto en esa postura tan aguerrida.
-Buena suerte, hermano- chocaron puños y cada cuál emprendió camino.
No podía ser tan estúpida, olvidó alimentar a los dragones de Acadia y los pobrecitos, morirían de hambre si no les entrega su pollito del día.
-Esto pesa- el balde con el que cargaba, era enorme y molesto -¿Por qué a mí siempre me toca el trabajo difícil?- lo dejó en el suelo y estiró su espalda, le dolía horrores -Soy un asco, solo he caminado unos cuantos metros y ya no puedo más-
Había atravesado un largo trecho dentro del bosque, pero aún faltaban unos cuantos kilómetros para llegar.
-Deja, yo te ayudo- una persona pasó a su lado y levantó el balde de un tirón -¿Qué pasa?- se detuvo al ver que no lo seguía -¿Te duele algo?- preguntó al ver su cara.
-De hecho, sí- llevó las manos a la cintura para estar en una posición más cómoda -Pero estaré bien- estiró una mano -¿Me das el balde?- pidió, evitando sus ojos.
-No- negó de inmediato y tirando de él sobre su hombro -Esto pesa tanto como tú y no podrás cargarlo hasta los nidales sola- levantó los hombros sin más argumentos que ese -Solo quiero ayudarte-
-No deseo que me ayudes-
Inhaló profundo para soportar el impacto de sus palabras, ¿Qué estaba pasando? Jamás se negó a recibir su ayuda.
-¿Por qué?- dio un paso al frente y ella otro, al retroceder -¿Es por tu novio?- su rostro se ensombreció.
-¿Eh?- su confusión lo descolocó -¿Qué novio? ¿De que estás hablando?- aferró su brazo al llegar a él -Dame el balde, Keilot- se colgó de su brazo y la levantó del suelo como si nada, al flexionarlo -¡No quiero que me ayudes!- repitió con sus pies al aire -¡Dámelo!- pelearía con él si esa necesario.
-¿¡Por qué ahora te niegas a recibir mi ayuda!?-
Había perdido toda la paciencia, la aferró de la cintura para acercarla a su torso y así poder enfrentarla cara a cara, ya que tampoco le dirigía la mirada.
-¡Mírame cuando te estoy hablando!- exigió a voz en grito -¿¡Por qué estás evitándome!? ¿¡Qué ocurre contigo!?-
No podía escapar de él y así la aprisionara con un simple brazo, era muy fuerte como para salir de su agarre.
-¡Por que no te compete!- gritó igual e intentando apartarlo en un esfuerzo inútil -¡Ya no soy una Fenrir, así que, déjame tranquila!- respiraba agitada y con lágrimas en sus ojos, no podía sentirse tan indefensa ante él -¿¡Qué quieres de mí, Keilot!?- no respondió, solo la observó en silencio -¡Dime! ¿¡Qué diablos quieres!?-
Inspiró ahogado y pensando en todo aquello que quería obtener de ella, pero solo juntó sus bocas en respuesta.
-No necesito más que esto para ser feliz en esta vida- acarició sus resecos labios al separarse, había respondido a su beso como nunca pensó que lo haría -Te quiero a tí, Gaia Curtís- rodeó su cabeza con una mano y la acercó a su rostro para aspirar su aroma -A ti te quiero- confesó con los ojos cerrados y las frentes juntas -Me harías tan feliz, si al menos, sintieras una parte de lo que yo siento por ti- abrió los párpados y la encontró llorando en silencio en su abrazo -No llores-
Caminó aferrado a ella hasta el árbol más cercano y sentarla en una de las ramas con cuidado. El balde había caído hace tiempo al fundirse en su beso y quedando en el olvido por los suelos.
-Es que...- limpió las lágrimas con la manga de su suéter -Es lo más bonito que he escuchado y lo dijiste tú- cubrió su rostro para no romperse más y recomponerse -Discúlpame, no se porqué estoy llorando- rió entre sollozos -Pero no estoy acostumbrada a este tipo de cosas-
-¿Es broma?- la cargó sobre uno de sus antebrazos para ayudarla a quitar su llanto -Muchos chicos mueren por ti allí dentro- señaló a la escuela más allá del bosque -Y yo soy uno de ellos-
-No, precisamente- juntó sus índices, avergonzada -La mayoría se acercan por mi hermama-
Fregó su frente como siempre lo hacía, al sentirse nerviosa. Era vulgar, poco femenina y vestía su uniforme de una manera muy desalineada, ningún ser humano normal se fijaría en ella.
-No te creo- la depósito en el suelo, lentamente -Eres muy bonita, divertida y cantas como un ángel- levantó el balde y comenzó a recoger el desastre a sus pies -Cualquier se fijaría en ti- besó su mejilla al tenerla a su lado, ayudándolo -Como tu servidor- la anheló un instante, hasta que lo miró.
-Créeme- el pollo es sus manos se sentía babosos y pegajoso -Es más, Peter esta loco por ella- en ese momento comprendió el porque siempre se los veía juntos -Pero ella está enamorada de Lai y aunque me diga que no lo soporta, yo sé que es así- aseguró con la voz cargada de travesura, sino fuera comida para los dragones, estaba seguro de que le lanzaría ese pollo a alguien -Es mi hermana y la conozco más que a mí misma- dejó todo dentro del contenedor -Por suerte y gracias a la procedencia divina de algún Dios errante, pudo olvidarse de ese idiota que dejó atrás en Hara, cuando lo conoció- aseó sus manos con un pañuelo, muy asqueada -¿Qué?- se veía extraño, como catatónico y detenido en el tiempo.
-Nada, es solo que, estoy consternado- limpió sus dedos un tanto aturdido, cuando el pañuelo llegó a sus manos -Es solo que, Lai muerte por tu hermana, literal- pensó mucho en eso -Pero ella lo trata con tanta indiferencia, que ya no sabe que hacer- una carcajada salió de su boca sin contención -Espero que tenga suerte hoy- volvió a asiar el balde en su mano -Sube- le dio la espalda al inclinarse un poco.
-¿A qué te refieres?- preguntó al subir.
-Espera y verás- besó su mejilla y siguieron camino hasta los nidales.
-Gaia- una voz lejana la llamó -Amor- parpadeó mucho y se encontró con la cara de un enorme oso de peluche frente a ella -¿A dónde estabas?- sus ojos verdes se veían iluminados a esa hora del día.
-Viajando por ahí- movió su mano en un gesto sin importancia -¿Es para mí?-
Era un oso gigante, de casi un metro de alto, rosado y con un corazón rojo entre sus garras.
-Si- aún lo llevaba bajo su brazo -Pero si no lo quieres, puede...- se lo arrebató de un tirón.
-¡Ni se te ocurra separarme de Sancho!- lo abrazó con todas sus fuerzas -¡Es mío!- juntó su rostro con él -Vámonos, antes de que te pongas celoso y cambies de opinión-
Caminó por la calle acompañada por él, abrazada a ese oso gigante y que jamás iba a soltar.
-No, eso no fue lo que pasó esa vez, Lai- ahora se encontraban en el parque admirando el atardecer.
-Sí, yo lo recuerdo así, Dea- le hizo señas a un niño que cargaba una canastilla con flores -¿Me vendes una, amiguito?- asintió en silencio -Muy bien, quiero esta- tomó la última rosa azúl que le quedaba -Toma- le entregó una enorme moneda de oro.
-Pero, señor...- la sorpresa en las facciones de se niño, era infinita -Esto es un Soldán de Dragma y la rosa cuesta solo un Denar de cobre de Hara-
Daba a entender que no tenía el cambio suficiente para devolverle.
-No importa, quédatelo- observó la rosa a contra luz -Es una flor preciosa y está muy bien cuidada, te mereces el Soldán- le despeinó el cabello al verlo incrédulo.
-Gracias, señor- guardó la moneda con si fuera un enorme tesoro -¡Muchas gracias!-
Lo saludó a lo lejos antes de perderlo de vista en uno de los senderos.
-¿Sabés que con ese Soldán vivirá bien por meses, no?- él asintió y ella llevó la rosa a su nariz, la fragancia era exquisita, fue un hermoso regalo -Aunque no lo creas, hay mucha gente de bajos recursos aquí en Hara- miró a la nada -Nosotros también lo éramos, solo que nuestro padre nos sacó adelante como pudo y sin ayuda de nadie- estaba orgullosa de eso.
-Lo sé, mi amor- le apartó el cabello del rostro detrás de la oreja y girando un poco el cuerpo para admirarla mejor -Me contaste tu historia, cuando nos quedamos encerrados en la Torre Perdida y te tuve entre mis brazos por primera vez-
-Nunca me voy a olvidar el frío de esa noche allí- se estremeció de solo recordarlo -Pero, en fin, según tú...- lo picó en el pecho con un dedo índice -Esa noche me confesaste tu amor- rodó los ojos por su cinismo -Es curioso que no lo recuerde así-
La Torre Perdida, un lugar mágico y ancestral, en donde se mantenían los últimos remanentes del reino Dragma bajo sus gruesos muros. El sitio donde muy pocos podían entrar, ya que le magia dentro era selectiva, ese era el caso de Dea Fleming y Lai Row, los únicos dos alumnos que podían ingresar sin problemas.
-¿Qué haces tú aquí?- se detuvo en seco al abrir la puerta -Eres peor que la mugre, estás en todas parte-
Sonrió déspota y sin apartar los ojos de ese libro que fingía leer, sentado con las piernas cruzadas en el centro del lugar.
-Disculpa, pero ese reclamo es muy absurdo, preciosa- cerró el libro con fuerza y la siguió -Somos las únicas dos personas que podemos entrar aquí y lo sabes-
La volteó por los hombros y la aprisionó contra esa enclenque biblioteca, cerrándole todas las salidas con sus brazos.
-¿Qué les pasó a tus labios?-
Cuestionó sorprendido y los ojos enormes, inspeccionandolos con su pulgar.
-¿Mis labios?- pasó su lengua por ellos azorada y los tocó con preocupación -¿Qué tienen?- no recordaba el haberlos herido.
-Esto-
Los juntó con los suyos con premura y ardiendo de pasión. No conforme con eso, la levantó sobre sus caderas para acortar más la distancia y hundirse un poco más en ella.
-Lai, esto... Esto no...- no podía apartarlo, la devoraba con su boca -No está bien-
Culminó entre ahogos y suspiros, cuando hizo posesión de su cuello y comenzó a desprender su camisa con las manos temblorosas.
-No puedo detenerme-
Descendió hasta sus pechos y caminó a ciegas hasta un roído sofá, donde se recostaron juntos.
-No puedo- su corazón latía errático, al igual que su respiración -No puedo, preciosa- la contempló desde arriba y sosteniéndose con los brazos para no aplastarla -No me pidas que me detenga...- desprendió el último botón que aún no había soltado y revelando todo de ella -Tú quieres esto tanto como yo- acarició su abdomen plano y sus pequeños pechos turgentes -Tú lo quieres- reafirmó -Puedo verlo en tus ojos-
Volvió a separarle los labios con su pulgar, rogando con la mirada que se entregara a él y como tanto lo anhelaban.
-Nunca dije que te detuvieras, Lai-
No necesitó más, quitó todas las prendas que cubrían su torso y el de ella, para sentir el calor de su piel.
-Te prometo, mi amor- besó una de sus pequeñas manos al acercarla a sus labios -Que nadie se enterará de lo que pase aquí, será nuestros secreto-
Realizó las señas del mismo, miró hacia la puerta y con su telequinesis, cerró el pestillo.
-No hacía falta que hicieras eso- besó su tonificado pecho, como siempre deseó hacerlo o al menos, desde el momento en el despertó sentimientos por él -Nadie más que nosotros puede entrar aquí- subió hasta su cuello con la lengua y se detuvo muy cerca de su oído -Quiero que entres en mí, Lai- el aliento sobre su lóbulo lo hizo temblar -Quiero que entres en mí y me hagas olvidar todo el mal que llevo dentro-
Rogó, rodeando su cuello con los brazos. Lo necesitaba, lo necesitaba mucho, se había convertido en su aire, en su fuerza y en su luz, en ese instante eterno.
-Eres una...- formuló con áspera y afianzando su agarre sobre su nuca -Bruja maldita- juntó sus labios una vez más.
-Y esa es mi historia con él-
Habían hecho el amor por horas y horas, el frío le calaba hasta los huesos, pero no se habían separado ni un instante. Ellos se odiaban, pero estaban locos el uno por el otro y sin necesidad de decirlo en voz alta.
-O sea que...- bajó los ojos hasta ella -Estás aquí a causa de él- acarició sus largos rizos con su mano libre.
-En teoría, sí y por el accidente que tuvimos con mis hermanos hace unos meses- sus largas pestañas le encantaban -Yo conducía bajo el efecto del alcohol esa noche y ocurrió por a mi culpa, por mi maldita estupidez- tocó la cicatriz que adornaba su clavícula derecha -Pudimos haber muerto, Gaia se quebró un brazo, Aslan una pierna y yo la clavícula- inspiró el aire frío a su alrededor -Él era una mala influencia para mí y ahora, estando lejos, puedo verlo- le regaló un beso en la frente, ya que entristeció de repente.
-¿Lo amas?- quiso saber.
-No lo sé- su respuesta fue sincera -La verdad que, no lo sé- realizó círculos sobre su pecho con un dedo -No sé que sería de mí si volvería a verlo- era un enigma que siempre rondaba por su mente -¿Y tú a Irene?-
-Buena pregunta-
Llevó una mano detrás de su nuca y la miró por un largo tiempo, pensando en todo y en nada, sin tener muchas razones para hacerlo. Irene fue su novia no oficial desde que llegó allí, pero ahora, había alguien más.
-Quizás sí- la acercó a la altura de sus ojos -Pero no tanto como a ti-
El sol había llegado a su punto final sobre el horizonte y era el momento de despedirse hasta el siguiente amanecer.
-Es cierto, lo hiciste- pronunció bajo su brazo contemplando el atardecer -Es cierto, Lai- sus ojos centellaron bajo los últimos vestigios del astro rey -Esa noche, declaraste tu amor por mí- no dijo nada, solo una sonrisa triunfal se dibujo en su cara.
-¿Dea?-
Llamó una voz detrás de la banca y su mundo se vino abajo, como una casa de naipes al ser soplada. No podía ser cierto.
