¡Muy buenos días! Ya llegué para traerles más ilegalidad a sus existencias. Como siempre, gracias por leer y comentar. Espero disfruten de esta tercera entrega. Nos vemos luego~

Imbalance

—¡Miren lo que han hecho! —vociferó para ese par de hermanos que estaban muy quitados de la pena terminando de comerse lo que quedaba sobre la mesa—. ¡Dejen de fingir demencia como lo hace nuestro padre!

—¡Pequeños bastardos, ya verán cuando vuelva a la normalidad! ¡Me encargaré de cortarlos en rodajas para educarlos como corresponde!

Sino se les iba encima es porque se encontraba cubriendo su humanidad con los ropajes que ahora le quedaban enormes. Si se movía terminaría exhibiéndose ante todos y eso no iba a pasar; ya lo habían humillado lo suficiente por ese día.

—Malditos, sabía que no tenía que tomarme esa cosa.

Podría lucir como uno de los niños más adorables sobre la faz de la Tierra, mas su infantil boca estaba llena de muy malas palabras.

—Piensa que puedes tener una nueva vida —comentaba Kyōhei con la boca medio llena—. Podrías ser un nuevo tú con un mejor futuro.

—Dejar de ser el temible vicecomandante del Shinsengumi —decía el otro con una bebida carbonatada en su mano—. Un mundo de posibilidades se ha abierto ante ti.

Hijikata tenía una mirada que asesinaba y era capaz de intimidar a cualquiera menos a esos dos Yato.

—Hasta puedes ser un detective y dedicarte a buscar a las personas que intentaron asesinarte. Y de paso hallar la manera para regresar a tu estado normal —aconsejaba Kazuya.

—¡Ustedes han sido los causantes de esto! —bramó colérico y con muchas ganas de asesinar a ese par.

—La comida ha estado realmente deliciosa. —El pelirrojo se puso de pie, sacudiendo sus manos—. Descuiden, nosotros pagamos.

—Disfruten la semana. —Kazuya también se paró—. Dicen que hará un clima excelente. Por lo que será agradable pasear por las tardes.

—¿A dónde creen que van ustedes dos? —Oyuki les cortó en seco el paso—. Regrésenlo a la normalidad —demandó.

—No podemos hacerlo —expresó el de cabellos negros—. Se supone que el efecto sería otro por lo que no había necesidad de un antídoto.

—Así que no tenemos nada.

—Pues consigan el antídoto. —Vio a ambos con cierta molestia. Eran sus hermanos y los amaba con todo el corazón, pero a veces sus bromitas eran muy subidas de tono—. Él no puede quedarse de ese modo y lo saben.

—Cálmate hermana. —Kyōhei sabía que hacerla enojar no sería bueno—. Regresaremos a la nave y le pediremos a la tía Moka que se encargue de darnos el antídoto. Entonces se lo daremos a Hijikata para que todo sea como antes.

—Así podrás seguir cuidando de tu adulto mayor sin interrupciones. —Kazuya podía llegar a ser bastante perverso. Sin embargo, sus palabras obtuvieron un buen coscorrón por parte de la menor—. Ey, ¡eso me dolió! —Se quejó—. Además, fue plan de ambos. Pégale a Kyōhei también.

Y como ella conocía el significado de equidad, al otro también le metió su buen zape.

—Tienen hasta la noche para traer ese antídoto. Si no lo hacen le diré a mamá y estoy segura de que se van a llevar un castigo ejemplar. —Eso era una amenaza en todo su esplendor—. ¿Entendieron?

—Parece que no tenemos elección.

—No quiero que mi madre vuelva a mandarnos a ese sitio y mucho menos en compañía del pelado- —El cuerpo entero de Kazuya se estremeció.

Había conmemorado algo que le ponía la cara azul.

—En verdad que fue una pesadilla.

—Más respeto para nuestro abuelo.

—Como sea. —Kyōhei le restó importancia al regaño—. Llegaremos al Shinsengumi cuando caiga la noche. Así que no te preocupes.

—Mientras disfruta de ser la niñera del mini vicecomandante demoníaco~

Ambos se fueron carcajeándose del desastre que dejaron atrás. Eran tan cínicos y toca narices como el hombre que contribuyó a traerlos a este mundo.

—Yo lo lamento. —Volvió a sentarse, tratando de calmarse ante lo que estaba viviendo. Incluso suspiró un par de veces—. Mis hermanos son unos completos idiotas.

—Sí, se nota de dónde lo sacaron —espetó con agobio.

—Solamente hay que tener paciencia y pronto estará de vuelta. —Le resultaba tan extraño que quien por tanto tiempo admiró y le entrenó ahora fuera un crío de ocho años—. Regresemos al cuartel.

—No pienso hacerlo estando de este modo.

En cuanto entrara se desataría un verdadero infierno. Porque conocía a los idiotas que trabajan con él; se lo iban a comer vivo entre burlas y muy probablemente iban a conservar el momento en fotografías y vídeos.

—No puede estar vagando por las calles de Edo en ese estado. —Señaló sus gigantescos ropajes—. Tenemos que conseguirle algo de su talla.

—En eso tienes razón. —Se calmó. No tenía ningún sentido sulfurarse porque no iba a cambiar nada—. Andando. —Descendió, cubriéndose como le fue posible. No iba a andar semidesnudo alterando el orden público—. Aunque no tengo ni la menor idea a dónde ir.

No es que tuviera hijos y supiera de esas cosas.

—Hay un centro comercial cerca de aquí, por lo que podemos ir y buscar algo en el departamento de niños.

Ella empezó a caminar. Él siguió sus pasos a la vez que miraba a su alrededor y sentía la mirada de la gente.

—¡¿Qué tanto murmuran?! —Había mucha rabia en su pequeño cuerpo.

—Claramente lo miran por sus ropas.

Salieron sin mayor dilación y se movieron con presura hacia el mencionado centro comercial. Y como no había tiempo que perder se fueron directamente al establecimiento que buscaban; allí había un mundo de ropa para niño de todas las edades.

Hijikata tomó lo primero que se vio decente y se lo puso.

—Jamás imaginaría que tuvieran tantos atuendos para niños. Incluso había un traje de banana. —Oyuki estaba asombrada del imperio de ropa infantil que existía en la actualidad.

—Me conformo con esto.

Él llevaba un short de mezclilla y una camisa negra sin mangas. El clima se prestaba para ir ligero y disfrutar del suave sol.

—Entonces, ¿a dónde quiere ir? —Ambos estaban parados entre una zapatería y una tienda de armas.

—Si quieres puedes regresar al cuartel. Yo vagaré por la ciudad hasta que llegue el momento de ver a esos dos idiotas.

Necesitaba nicotina para mantener a raya sus nervios. Sin embargo, no podía consumir tal preciado vicio porque estaba vetado por la ley.

—Descuide, es mi día libre. Así que no tengo problema alguno en hacerle compañía.

—Ah, es cierto. —Recordó las palabras de Kondō sobre la situación de la Yato—. No deberías esforzarte.

Ya se quejaría con el gorila después sobre ese horrible malentendido que la hacía pasar vergüenza.

—Ya me siento mejor. —Claramente ningún mal aquejaba a su cuerpo—. De seguro el helado y el chocolate tuvieron algo que ver.

—Eso es bueno.

Un cómodo silencio se sembró en ese momento.

—¿Por qué no vamos por una crepa o helado? —preguntó con una sonrisa.

—Tal vez una crepa con mayonesa o helado de mayonesa.

La sola idea era repugnante. Incluso ella puso mala cara de imaginárselo.

—Dudo remotamente que eso exista. —Podría lucir muchas décadas más joven, pero ese amor por la mayonesa no se iba—. Además es extraño.

—Ya te dije que la mayonesa es el mejor acompañamiento de este mundo —soltó aquella barbaridad con la seriedad que su aniñada voz le permitía—. No subestimes su sabor.

—No, no hablaba de eso. —Se apresuró a corregir—. Me refiero a que es raro que aunque haya rejuvenecido tenga su conciencia intacta y no la que debería tener a esa edad.

—Ciertamente es raro. —Apenas caía en cuenta de aquel detalle—. Toda esta charla me ha abierto el apetito, así que iré por un arroz con mucha mayonesa aprovechando que tengo un metabolismo acelerado.

—Más vale que se coma solamente un tazón.

—Ahora puedo comerme todos los que quiera.

De imaginarse el banquete que se daría se le dibujaba una sonrisa boba en los labios. ¿Cómo es posible que alguien pueda amar tanto una salsa emulsionada?

—Claro que no.

—Andando Oyuki, iremos a comer algo que fue creado por los mismos dioses.

Inició su retirada. Ella fue justo detrás de él.

—Pensaba que había sido creado por el difunto dueño del establecimiento.

—Esos son detalles sin importancia. —Ahora le cambiaba el tema—. ¡Andando!

Allí iba Hijikata Tōshirō a toda marcha con dirección al amado restaurante que le preparaba lo que más amaba en este mundo.

—¡Hijikata-san! —Le increpó al crío en cuanto lo vio correr como alma que lleva el diablo—. De repente tiene mucha energía y su amor por la mayonesa lo ha cegado por completo.

No podía quedarse parada. Debía moverse. Ahora era su responsabilidad cuidar de él hasta que sus hermanos volvieran con la cura.

Arribó al lugar tras unos minutos. Y no le sorprendía hallar al temido vicecomandante sentado a la mesa con cuatro tazones de arroz curtidos hasta el tope de mayonesa.

—No debería salir corriendo de esa manera. —Se sentó. Necesitaba tomar un poco de aire y si era posible, refrescar su garganta.

—Come antes de que se enfríe. —Como respuesta obtuvo un tazón sobre sus manos—. Sabe mejor cuando está caliente.

Lo había visto cientos de veces ingerir aquella aberración culinaria con enorme fervor. Sin embargo, era la primera vez que a quien veía haciéndolo era a un niño. El contraste con el Hijikata que conocía y el que tenía sentado frente a ella era tan grande que le costaba creer que eran la mismas persona.

«Me sorprende que la gente no esté viéndolo con asco. Ahora que lo pienso no hay fotos de él cuando niño en el Shinsengumi. Las únicas que recuerdo son las que Kon-chan me mostró cuando salieron de la aldea en la que vivían. Espero que esos dos tontos regresen pronto con el antídoto», pensó.

Nadie miraba hacia su mesa. Tal vez el que fuera un niño quien tenía semejante capricho repulsivo no provocaba una conmoción.

Y aunque comía en silencio y calma, no despegaba su atención de Hijikata porque le despertaba curiosidad. Estaba sorprendida de que aquel que era tan temido por sus hombres se viera tan adorable e inofensivo de pequeño.

—¿Quieres otro? —ofreció a quien apenas llevaba medio tazón.

—No. Está bien con este. —Había logrado comer bien, por lo que no tenía apetito—. No se atreva a pedir más.

—Oh, ¡qué niño tan adorable!

La Yato vio a tres chicas acercándose a su mesa y enfocando su atención en quien no dejaba de comer.

Pasaban de ellas magistralmente.

—¡Ay sí, es tan mono! Y ha venido con su hermana mayor.

—Miren cómo come su arroz con mayonesa.

«¿Pero qué está pasando aquí? ¿Quiénes son esas mujeres y por qué tengo un mal presentimiento?».

Oyuki vio pasar todo frente a sus ojos, tan rápido, tan inesperado que fue incapaz de reaccionar a tiempo. Para cuando su cuerpo se movió aquellas tres desconocidas hicieron su movida.

—Maldición.

Abandonó el restaurante, tratando de hallar el camino que esas tres tomaron después de que secuestraran a Hijikata y lo introdujeran dentro de un saco negro.

—¿Por dónde se habrán ido? Además, ¿por qué demonios han secuestrado a un niño? —Aspiró hondo. Necesitaba tranquilizarse y pensar con claridad—. Si algo le pasa estaré en grandes problemas. Es un niño y no podrá defenderse y escapar. Porque si él fuera un Yato no existiría mayor problema, pero era un terrícola. Los de su especie son frágiles y débiles siendo niños.

Pensó en decirle a Isao sobre lo acaecido, mas desistió de la idea porque Hijikata terminaría enfadándose ya que no deseaba ser visto en ese estado. Entonces una idea salvaje cruzó por su cabeza.

—Si tengo un poco de suerte ellos deberían continuar por aquí. Por lo que puedo pedirlo prestado.—Tras haber decidido cuál era su mejor opción, partió a toda prisa.

Todo estaba oscuro y demasiado ruidoso que le resultaría imposible ubicarse. No podía salir de aquel maldito saco en el que fue metido como si fuera vil mercancía.

Su cuerpo pronto sintió la dureza del én se encontró con una mirada que sin dificultad alguna le producía verdaderas náuseas.

—Está vez sí me trajeron un producto de alta calidad. —Era un hombre que rondaba los treinta y tantos. Y su atuendo llamativo lo ubicaba como un miembro de los bajos suburbios de la ciudad—. Es joven y bien parecido. —Le sonrió con guasa y satisfacción. Era como si le despertara alguna clase de deseo oscuro—. Ahora sí se han ganado una buena paga. —Sacó un bajo de billetes y se los arrojó a esas tres mujeres que estaban de lo más contentas por lo bien que les resultó el negocio—. Ahora lárguense.

Las féminas se fueron.

—¿Quién demonios eres tú? —Se había puesto de pie, encarando a quien había pagado por él.

—Tienes una lengua muy sucia para verte tan adorable —pronunció para el menor con diversión—. Pero le agradará a mis clientes. —¿Clientes? ¿Qué clase de negocio se supone que orquestaba? —. A ellos siempre les gusta probar cosas nuevas.

No poseía armas. Tampoco tenía su verdadera fuerza. No contaba con absolutamente nada con lo que pudiera defenderse. Lo peor es que se encontraba en una habitación totalmente hermética donde la única puerta que había estaba cerrada bajo llave.

—Debes ser paciente. El cliente llegará pronto.

El secuestrador se encontraba parado frente a la única vía de escape. Y Tōshirō estaba dispuesto a jugársela todo en cuanto él abriera.

Hijikata era rápido y ágil, más que el hombre que lo quería dejar en aislamiento. Sin embargo, no estaba esperando que del otro lado se toparía con un par de fornidos Amanto que en cuanto lo vieron dar un paso, lo devolvieron hacia el interior con un par de patadas coordinadas.

—¡Pedazos de imbéciles! ¡¿En qué demonios estaban pensando en malograr de esa manera la mercancía?! —Se escuchó al molesto hombre hablar desde el otro lado de la puerta.

—Ungh. —Se levantó con dificultad. El embiste recibido fue doloroso y su pequeño cuerpo apenas y pudo soportarlo—. Malditos bastardos. Sólo dejen que vuelva a la normalidad y me encargaré de que no quede nada de su asqueroso ser. —Limpió la sangre que manchaba la comisura de sus labios mientras llevaba su mano derecha a su estómago; le dolía con el tacto—. Si esos idiotas no hubieran aparecido no estaría pasando por todo esto. —Maldeciría a esos dos hermanos hasta el fin de los tiempos.

Se acomodó sobre el piso para reponerse del golpe, intentando calmarse a sí mismo. No podía perder la cabeza, ni siquiera cuando tenía todo en contra. Y ahora que se había serenado percibió con detalle el interior de la habitación.

Había una cama matrimonial de agua hasta el fondo. Una alfombra redonda afelpada ocupaba casi toda el área del piso. Y si eso no era suficiente sugerente todavía quedaban el montón de cojines aterciopelados repartidos en cada espacio del cuarto.

—Este sitio es asqueroso. —Le resultaba nauseabundo el que existieran personas con semejantes deficiencias morales—. Veré si encuentro algo con lo que pueda salir de aquí. —Escudriñó con la esperanza de hallar algo que le permitiera alcanzar la libertad. No obstante, todo lo que encontró era totalmente inútil—. Han hecho este cuarto para que una vez dentro no exista manera de irse.

Calló al escuchar el chirrido de la puerta al ser abierta con pasmosa lentitud. ¿Es que ese idiota había vuelto para fastidiarlo?

Tal vez hubiera sido mejor que se tratara de él.

—Pensé que exageraba cuando me dijo que había hallado a un chico con rasgos excepcionales.

No era cuestión de saber quién era, sino de discernir lo que era. Porque aunque era obvio que se trataba de un Amanto era demasiado delicado y afeminado.

—¡Hermoso rostro! ¡Qué bellas y salvajes facciones!

Lo analizaba de arriba abajo, sin omitir ningún rasgo de su apariencia física. Era como si estuviera degustando un platillo antes de poder hincarle el diente. Y eso le producía un enorme asco a Hijikata.

—Descuida, tengo mucha experiencia por lo que no debes sentirte asustado. Todo saldrá bien. —Caminó hacia él con una sonrisa juguetona y sus manos ansiosas por ponerlas sobre su persona—. Pobres y desgraciados niños que corren incautos por las calles de la ciudad sin saber que un día pueden no regresar nunca más a casa.

—Ni se te ocurra ponerme una mano encima, maldito degenerado.

Él aborrecía por naturaleza a los criminales. Pero a los de su calaña les invitaría a servirse con el filo de su peligrosa espada.

—Uy, tienes carácter. —Se acuclilló frente al niño, tomándole por el mentón. Demandaba silenciosamente que lo viera fijamente—. No cabe duda de que cuando crezcas y madures serás un hombre increíblemente popular entre las mujeres.

—Te lo advertí. —Su puño podría ser pequeño y no tener la potencia que él deseaba, mas era certero y tenía el ímpetu suficiente para que ese enfermo lo soltara y tuviera una cita con el piso—. Los tipos como tú no pueden andar libres, tienen que vivir en carne propia el infierno.

El bello azul de sus iris se tornó gélido; tan cortante como el filo de su preciada arma. Lo aborrecía. Lo enfermaba su sola existencia y se maldecía a sí mismo por no habérselo topado mucho antes en su camino.

—No me gusta que mis juguetes tengan esa clase de desplantes conmigo. Y mucho menos que me miren de esa forma. —Tronó los dedos en cuanto se puso de pie para llamar a los que debían ser sus guardaespaldas—. Quiero que sea más manso que un cordero, ¿entendido?

Los Amanto al lado del lascivo hombre eran igual de musculosos que los que lo mandaron a volar con una patada.

«De nada servirá que logre llegar hasta la puerta porque probablemente la hayan vuelto a cerrar bajo llave. Y tampoco es una opción enfrentarme cara a cara con esos dos porque mis posibilidades de ganar son prácticamente nulas».

Sin armas, sin fuerza suficiente y sin la balanza de su lado, ¿cómo se supone que sobreviviría?

—Pudimos hacer esto por las buenas. No obstante, tú no lo quisiste de ese modo. —Sus gestos faciales denotaban que lo estaba disfrutando, que no era la primera vez que cometía un crimen de esa índole.

—Maldito enfermo.

Su actitud lo hizo rabiar. Le hizo conmemorar por qué razón decidió tomar la placa y emplear su espada por el bien de la ciudad. Eso que tenía a metros de distancia tenía que ser suprimido sin importar el costo, sin importar las consecuencias; no dejaría que su condición actual le hiciera olvidarse de quién era.

Sus buenos reflejos le estaban impidiendo que esos dos le pusieran las manos encima. Y eso mismo le permitía a él arrojarles todos los objetos contundentes que encontrara en su camino.

Su pequeña treta de distracción funcionó. Ya tenía en su poder el objeto que tanto deseaba poseer.

—Esto no será suficiente, pero me vale por el momento. —Su mano derecha sostenía el cortante puñal que hurtó del cinturón de uno de esos dos amedrentadores.

Los Amanto dejaron de ser tan amables y se volvieron más hostiles.

Aquel mocoso impetuoso se las había ingeniado para lesionarles las rodillas, incluso los antebrazos. Era rápido y con muchas agallas; algo realmente extraño en alguien de su edad.

No obstante, él solamente podía lidiar con uno a la vez. Por lo que aprovecharon su número y le dejaron claro quiénes tenían el control de la situación.

—Es inútil. No podrás hacer nada. No podrás escapar de aquí.

Lo estamparon directo contra el suelo y arrojaron lejos su única defensa.

Lo pisoteaban como si no fuera un ser humano, sino una cosa que necesitaba ser educada a través de la violencia para que conociera el lugar que poseía en el mundo al que había sido arrojado.

Él se negaba a darse por vencido. Se paraba y se lanzaba contra sus castigadores aun cuando todas sus acciones no surtían efecto. Incluso su mirada poseía la misma chispa que hace minutos atrás.

Lo que fuera que lo motivara a aferrarse a la vida y a seguir peleando lo estaba haciendo soportar todo el castigo del que era víctima.

«Esto no puede terminar aquí. De ningún modo puedo permitirlo. Sería demasiado patético de mi parte».

No podía pararse. Sus piernas temblaban y le costaba respirar. Incluso sus brazos empezaban a flaquear.

¿Cómo podía llevar a cabo lo que deseaba cuando su propio cuerpo fue el primero en rendirse? ¿Es que debería conocer lo que era la resignación?

No. Se negaba rotundamente a ser un maldito perdedor.

—Si te muestras cooperativo pararé todo.

—Prefiero morir antes que eso.

Un guerrero siempre estaba mentalizado para un momento como ese.

No temía por el perecimiento de su alma. Lo único que le enfurecía es que no podría llevarse consigo esas asquerosas existencias. Eso era lo único que le pesaría tras abandonar este jodido mundo terrenal.

—¡Maldito mocoso altanero!

Chascó la lengua con injuria. No aguantaba esos desplantes. No soportaba que lo mirase con esa animadversión y esas ansias de mandarlo al otro mundo. Tampoco soportaba que no se hubiera doblegado a su santa voluntad después de todo el maltrato vivido.

—Terminen con él y tiren su cadáver a la basura. Es allí donde debe de estar.

Derribaron al niño para pisarlo y de esa forma mantener su cabeza y su cuerpo completamente inmóviles.

Jamás pensaría que su vida concluiría de ese modo. No servía de nada quejarse. Lo único que restaba era enfrentar la situación con la frente en alto; nunca darle el placer al enemigo de verle hundido en la desesperación o el miedo.

Antes que un policía era un samurái y ellos mueren con honor.

—Siento haberme ido sin siquiera haberme despedido apropiadamente de todos ustedes….

Pensó en el hombre que hizo tanto por él; ese que lo había salvado de sí mismo. También se acordó del insoportable sádico, al que al fin se le haría realidad el verlo muerto. Y sin desearlo su melancólica memoria revivió el recuerdo de la mujer que significó tanto para él y cuya vida se desvaneció hace tanto tiempo atrás.

—Háganlo de una jodida vez.

Cerró los ojos y la última remembranza sacudió su cabeza. ¿Cómo podía olvidarse de ella? De esa chiquilla que fue su estudiante por tantos años.

¿Qué habría sido de ella tras su secuestro? ¿Y si también se la llevaron? No. Eso no podía haber pasado. Ella no era indefensa y no caería tan fácilmente. Eso es lo que deseaba creer para tranquilizarse y no lamentarse aún más que iba a ser asesinado.

El arma blanca que terminaría con su existencia, se detuvo. No por misericordia, sino por el estruendo que se escuchaba varios pisos abajo; el que crecía con una celeridad abrumadora.

—¡¿Qué demonios?! —bramó quien se deleitó con su sufrimiento—. ¡¿Qué significa todo esto?! —El suelo que lo sostenía temblaba. También pudo escuchar una gran cantidad de armas de fuego siendo disparadas—. Es imposible que haya entrado un intruso. Este sitio está ferozmente resguardado.

Escuchó a los hombres de afuera blasfemar un par de palabras antes de que a su silencio le acompañara un impacto seco contra el piso.

Lo siguiente que provocó en el hombre un ataque de taquicardia fue la caída de la puerta metálica.

¿Quién coño tendría la fuerza bruta suficiente para tirarla como si fuera un panel de plástico espumado?

La respuesta la halló en cuanto contempló las oscuras botas y el vestuario oriental celeste tan característico que portaba la mujer que osó en irrumpir.

—¡¿Un Yato?! ¡¿Qué es lo que está haciendo un Amanto como tú en este sitio?!

No había manera de ocultar el pavor que experimentaba. Conocía el sadismo de los de su especie.

—Entrégamelo.

Un tono tan neutral y una mirada tan sosegada no eran sinónimos de ausencia de peligro. Era todo lo contrario. Era una amenaza silenciosa de que si no hacían lo que demandaba muy probablemente morirían.

—¡Hagan lo que dice! —No iba a perder su vida por un mocoso suicida— ¡¿Qué están esperando?!

¿Por qué estaban desobedeciéndolos?

—…Oyuki…

¿Por qué estaba allí? ¿Cómo lo había encontrado? ¿Por qué cometió la estupidez de ir a buscarlo sola?

—Tantas veces le dije que no cometiera una tontería como esta y viene y lo hace. Parece que ha dejado de hacerme caso y volverse una rebelde suicida.

Hijikata sonrió con disimulo; como si ese fuera el gesto que ponía en manifiesto que no estaba en lo más mínimo molesto que la Yato hubiera ido en contra de sus indicaciones.

—Parece que no me expliqué bien.

La diferencia de masa muscular no significaba nada para quien evidentemente les superaba en potencia pese a su complexión. Lo único que percibieron fue el dolor de su mandíbula destrozada cuando les golpeó el mentón.

Y si todavía tenían deseos de pelear, tendrían primero que escapar de la recelosa pared que los acobijó tras recibir un humilde puñetazo.

—Hijikata-san, ¿se encuentra bien? No lo han herido de gravedad, ¿verdad? —Lo ayudó a levantarse mientras examinaba su anatomía con la vista. Había sido apaleado por completo; no le tuvieron piedad ni siquiera por ser un niño—. Lamento haber tardado en llegar. —Consternación y preocupación era lo que él percibía en esa mirada que no se despegaba de él—. Nos marcharemos pronto para que atiendan sus heridas.

¿En qué momento las posiciones se invirtieron? ¿Cuándo pasó a ser el protegido en vez del que protege?

—Esto no ha sido tu culpa —dijo para que dejara de martirizarse por algo que no podía haber sido previsto ni controlado por ninguno de los dos—. Llegaste a tiempo.

—Regresemos al cuartel.

—¡Esto no se va a quedar así! ¡Vas a pagar por la humillación que me has dado!

El idiota al que todavía no le había dado su merecido ya estaba yendo a toda marcha hacia la salida. Una pena que su descarada huida tuviera que esperar.

¡¿Qué…?!

No impactó contra una pared, sino con esos dos jóvenes. Esos que lo estaban mirando como la escoria que era.

—¡E-esperen!

Había sido tomado por el cuello. Ahora pendía varios centímetros por arriba del suelo.

—Dudo que le satisfagas, pero eres mejor que nada. —¿De qué hablaba su raptor? ¿Por qué de repente sentía que estaría más seguro con la Yato que con ese sonriente pelirrojo? —. Regresaré en unos minutos~

Se esfumó, llevándose al escandaloso sujeto consigo.

—¿Qué están haciendo tus hermanos aquí? ¿Y cómo fue que dieron con mi paradero?

Ahora entendía por qué hubo tanto jaleo minutos atrás.

—Una sola palabra: Masamune —concluyó Kazuya.

—Un momento… ¡¿Han traído a esa bestia peligrosa a la ciudad?! ¡¿No se dan cuenta de lo que eso conlleva?! Esa cosa se podría tragar a todos.

Ambos sabían que iban a ser regañados por ello.

—Lo siento, fue mi idea —confesó Oyuki—. Era el único modo de encontrarlo. Necesitábamos un excelente olfato y Masamune lo tiene.

—Además, somos dueños responsables —agregaba Kazuya con una sonrisa llena de satisfacción—. Ya lo hemos alimentado con todas las escorias que estaban en este edificio y ha quedado muy satisfecho.

No sabía si aplaudirles o aterrorizarse por la manera tan aparentemente inocente en que se deshicieron de todos esos malnacidos.

—Alimentarlo con carne ordinaria es muy costoso. Por lo que darle algunos Amanto es mucho más redituable. —El otro hermano regresó. Se le veía tan normal pese a que fue a alimentar a su peligroso perro intergaláctico con el pobre diablo que atrapó—. Y eso también es bueno para el negocio.

—¡Tus hermanos son unos malditos sádicos!

Posiblemente su descriptiva se quedaba corta,

—Por el momento debes enfocarte en descansar para que tus heridas sanen —hablaba Kyōhei—. Te llevaremos de vuelta al cuartel para que ningún otro loco shotacon vuelva a secuestrarte para querer hacerte cosas indebidas. —Se trasladó hasta donde el afectado—. Vamos. No seas penoso, deja que te carguemos.

—¡Ni de coña!

Primero prefería irse a rastras que pasar tal humillación.

—Hermana, cárgalo tú. —Le ordenaba Kazuya.

—¡Tampoco! —Eso era aún mucho más vergonzoso y degradante para su orgullosa persona—. Me iré por mí mismo.

—Kyōhei —pronunciaba el otro hermano para su cómplice de fechorías.

—Después de esto no podrá negarse a prepararnos todos los postres que queramos~

—¡Ey! ¡¿Qué están haciendo?!

Se quejaba porque podía y porque uno de ellos lo afianzó contra el suelo para que no se moviera.

Claramente no iba a ser difícil de lograr. Estaba débil y ese idiota pelirrojo tenía mucha fuerza.

—Esto será rápido. Ya nos lo agradecerán después. —Abrió la boca del moreno a fuerza y empinó el oscuro contenido que poseía la botella que sostenía en su mano derecha—. Listo.

Estaba satisfecho de haber hecho que el crío bebiera todo.

—¡Malditos bastardos! ¡Me la van a pagar! —expresó arrebatado en cuanto se halló libre.

—¿Qué le han dado en esta ocasión? —Oyuki vio a esos dos que sonreían del mismo modo que su padre lo hacía mientras se cargaba a todos los que se le ponían en frente—. ¡No me ignoren pequeños rufianes!

—¿Umm? —Hijikata sentía cómo su estómago se retorcía y gruñía—. ¿Qué…?

Sentía como si ese cuerpo empezara a ser demasiado pequeño. Como si ya no le perteneciera.

Todo ocurrió en segundos que no pudo asimilarlo hasta que fue demasiado tarde. Hasta que notó que al fin su más grande deseo se había materializado. Y ello debería darle dicha, ¿no?

Claro que lo estaba. Pero también había un detalle que no consideró hasta que contempló de sus manos hacia abajo.

¿Es que no se había detenido a pensar en que existía un límite para que la ropa se estirara? ¿Acaso pensó que era de goma y se adaptaría a su versión adulta?

Había regresado. Sin embargo, perdió algo muy importante en el camino.

—¡¿Hijikata-san?! —Sus mejillas se colorearon con un hermoso bermellón ante la pena que sentía, ante lo que accidentalmente se encontraba viendo y para lo que nadie nunca la preparó—. ¡Y-yo…! ¡N-no era mi intención! ¡Yo lo siento mucho!

Dio media vuelta, cerrando sus ojos con soberana fuerza. Se sentía abochornada por haberlo contemplado en paños menores.

No encontraba el modo para disculparse por ello.

—¡Malditos bastardos! ¡Debería ser yo mismo quien se los diera de comer a su infernal mascota!

Estaba rojo hasta las orejas. No cabía en sí mismo de lo ultrajado y abochornado que se encontraba. Y si no estaba golpeándolos es porque sus manos se encontraban ocupadas cubriendo sus partes más nobles.

—¡Los voy a encerrar y después los torturaré hasta que supliquen piedad!

—La gente puede ser tan malagradecida —soltó Kazuya con pesar fingido—. Deberías sentirte mal por hacer que nuestra hermanita te haya tenido que ver justo como llegaste a este mundo.

Oyuki era el motivo principal por el cual se encontraba sulfurando en ese preciso momento.

No existiría inconveniente alguno si solamente estuvieran ellos tres. Pero la arrastraron y lo expusieron en su totalidad ante ella; y eso no estaba nada bien.

—¡Todo es culpa de tus estúpidos hermanos! —La Yato le miró de reojo de manera fugaz antes de salir corriendo—. ¡Los asesinaré!

—Mira que es difícil hacer que ella salga huyendo —mencionaba Kyōhei—. Creo que la impresionaste un poco.

—¡Los voy a masacrar con mis propias manos!

—Resolvimos tu problema, así que no deberías lanzar esas amenazas tan feas.

Al diablo que Kazuya tuviera un espejo. Lo que interesaba es lo que este reflejaba.

—¡¿Qué coño me han hecho esta vez?!

Tenía que ser una alucinación. De ninguna manera podía verse de ese modo.

No podía haber envejecido a tal grado de poder saborear de nuevo las mieles de sus veinte y tantos años.

—Esto tiene que ser una jodida broma…