¡Buenas tardes! Ya regresé con un poco más de drama y emoción a sus vidas. Ok, no tanto así XD Lo que importa es que aquí está la continuación. Ojalá la disfruten C: Gracias por leer y comentar. Nos leemos en la próxima actualización.

Bewilderment

Descaro. Era la palabra correcta para describirlos. Porque sólo siendo de esa manera se tendría la osadía de estar ahí, atragantándose con un mar de dulce comida a sabiendas de todo lo que le hicieron y que les importaba un bledo componer.

Sin embargo, no iba a permitir que se olvidaran de él y de todos los problemas en los que lo metieron. Sin mencionar la humillación de la que fue víctima y que todavía le perseguía.

¿Servía de algo intentar rebanarlos con su filosa espada para que al fin pudiera desfogarse y estar en paz consigo mismo? Funcionaría si ese par fueran presas fáciles; sin embargo, ellos podían evadirle sin descuidar su alimentación.

—¡Quédense quietos para que pueda asesinarlos de una jodida vez! —gritó con cólera para esos dos hermanos que se divertían con su intento fallido de asesinato.

—Hijikata, el desayuno es la comida más importante y sagrada del día —pronunciaba Kazuya tras haberse pasado entera una crepa con crema batida y frutos rojos.

—Así que deberías respetarla —profirió Kyōhei mientras se llenaba la boca con unos mochis.

—¡Los postres no deberían ser comidos como desayuno! —Y aquella actitud lo cabreaba aún más.

Lo peor es que su persecución se trasladó del comedor al patio. Ahora sí podía perseguirlos con ímpetu sin tener que preocuparse por destajar a alguien.

—¡Van a pagar por todo lo que me hicieron! ¡Y me van a regresar a mi apariencia real! ¡¿Me escucharon, malditos mocosos?!

—Eh, ¿qué has dicho? —hablaron ambos, fingiendo demencia.

—¡Los obligaré a cometer sepukku!

—¿Por qué hay tanto ruido siendo tan temprano? —Kondō apenas iba de camino a tomar sus sagrados alimentos cuando vio a su vicecomandante persiguiendo a dos divertidos Yato—. Esperen un momento... ¡¿Ese era Toshi?! —Se cuestionó porque el hombre que veía no podía ser aquel que conocía desde hace décadas—. ¡Es como si hubiera rejuvenecido!

—Es todo culpa de mis hermanos —expuso Oyuki en cuanto se encontró al lado del moreno.

Ella había seguido de cerca todo ese conflicto matutino.

—¿Y ahora qué fue lo que hicieron?

—Le dieron una poción para ser joven de nuevo. —Isao conocía solamente a alguien que era capaz de violar las normas de la naturaleza con tal de producir semejante producto milagroso—. Primero lo volvieron un niño y después lo regresaron a sus veinticincos —especificó con consternación—. Está furioso y quiere obligar a mis hermanos a que le den el antídoto para que vuelva a la normalidad.

—Desde que tus hermanos conocieron a Toshi empezaron a jugarle toda clase de bromas. Como si ellos hubieran decidido llenar el lugar que dejó Sōgo. —Fue cuando recordó todos esos episodios en que Hijikata perdió los estribos y pensó seriamente en cometer infanticidio—. Oh, qué buenos tiempos. —Es que hasta estaba carcajeándose.

—Ellos le hacen bromas a todos por igual. —Suspiró ante los hermanos que le había tocado tener—. Pero esta vez sí se han pasado.

—¿Lo crees?

—Claro que sí —estipuló—. Hijikata-san está muy molesto y está en todo su derecho.

—Pues en realidad no le han hecho algo tan terrible. —Bien podría tener razón. Mas no todos lo veían de la misma manera—. Alguna vez hemos deseado volver a ser jóvenes.

—Pues dudo remotamente que este sea el caso.

—Toshi debería aprovechar esta oportunidad.

—¿Aprovecharla? ¿Para qué? —Quiso saber.

—¿Pues para qué más? Para rehacer su vida.

¿Cómo pudo olvidar lo que habló con él? ¿Es que no recordaba que ella misma ayudaría a que Hijikata encontrara a alguien y así poder cerrar dicho capítulo de su vida?

—Es cierto. —No había cabida para la mala memoria o la duda. Tenía que centrarse en ello si deseaba cumplir su palabra—. No creo que logremos convencerlo de que se quede como está ahora.

Su mente estaba confabulando contra ella. Lo supo en cuanto aquellas escenas de anoche la asaltaron como un violento huracán; como si quisieran que notara algo que estaba esforzándose en ignorar.

—Yuki-chan, ¿ocurre algo? ¿Te has enfermado? ¿Tienes fiebre?

Se preocupó en cuanto vio sus mejillas rojas como si le advirtieran de que tenía una fuerte fiebre.

—¡No! —respondió, exaltada.

No pudo contenerse. Estaba apenada por recordar lo que pasó anoche, por la manera en que se enteró de la nueva travesura de sus hermanos.

¿Es que no pudieron esperarse a que se fuera o estuvieran en el cuartel? ¿Es que les importó un bledo que ella estuviera ahí y contemplara a Hijikata en paños menores?

«¡Hermanos estúpidos! ¿Qué demonios estaban pensando cuando le dieron eso? ¡Por su estúpida culpa yo...!», caviló apretando los dientes para liberar tensión.

No podía seguir pensando en ese acontecimiento porque era incorrecto. Estaba mal por tantos motivos que le faltaban dedos para enumerarlos.

—Sabes que no me importa llevarte al hospital.

—Es que me siento bien —insistió—. Lo que pasa es que ahorita que hablábamos sobre mis hermanos recordé un momento muy vergonzoso y por eso estoy así...

—Oh, has vuelto. ¿Ya lograste darles su merecido? —cuestionó a quien apareció ante ellos.

Se le veía tan mosqueado que necesitaba fumar para tranquilizarse.

—Ey Oyuki. —Esos oscuros y azules ojos estaban puestos en ella. ¿Siempre fueron así de intensos? ¿O es porque estaba enojado?—. Esos idiotas no merecen que los consientas cocinándole todos los postres que quieran. Mucho menos después de lo que han hecho.

—Tiene razón. Sin embargo, cuando ponen esas caras no puedo decirles que no.

Se sentía apenada por ser tan débil ante el arte de manipulación de sus hermanos mayores.

—Par de abusivos —masculló, torciendo su frente—. Ya me encargaré de ellos en cuanto regresen.

—¿Escaparon? —A ella le extrañaba eso—. Ellos no son de ese estilo.

—Sí, hasta a mí se me hizo raro. —Sacó su segundo cigarrillo y lo encendió—. Volverán. Así que estaré listo para darles su escarmiento.

—Toshi, ¿por qué no vamos por unos tragos aprovechando que estás en tu época dorada de nuevo?

—Kondō-san, es demasiado temprano para tomar. —Obviamente lo era—. Además, tengo mucho trabajo atrasado. —El día de ayer había sido un desperdicio total de tiempo—. Y tampoco tengo interés en celebrar lo que esos dos me hicieron.

—No olvide que sigue herido. Así que tómelo con calma.

No se le pasaba por alto la paliza que le dieron aprovechándose de que era un niño.

—¿Estás herido? —Miró con intranquilidad al fumador consumado.

—Son unos meros rasguños, así que no es necesario hacer todo un drama —expresó para ambos.

—Está bien, está bien. —Kondō suspiró. Siempre pasaba lo mismo cada vez que se preocupaba por sus heridas—. Me adelantaré al comedor. Los veo en un rato.

Se despidió y se marchó.

—Hablaré seriamente con esos dos en cuanto vuelvan y le pediré a la tía Moka que se haga cargo de esto para que no pase de nuevo esto —expuso para quien estaba sacando el tercer cigarrillo—. Reniega de ser joven, pero bien que aprovecha para fumar como si no existiera mañana. —Lo reprendió con la mirada.

—Unos cuantos al día no van a matarme.

—Siempre dice eso y acaba fumándose dos cajetillas.

—Cuando estés igual de viejo que yo entenderás que los vicios son lo único que te queda en la vida. —Ese pretexto era nuevo.

—Usted ya no está viejo. —Le recordó—. Deje los melodramas para otro día. —No le costó nada quitarle sus preciados cigarros—. Los confiscaré.

—Ey, respeta a tus mayores y regrésamelos.

—Me niego. —Y acto seguido los destruyó—. Muerda apio o qué sé yo.

—...Mis cigarrillos...

Ya estaba de rodillas contra el suelo, lamentando la muerte prematura de su vicio.

—No es para que arme tanto drama. —Suspiró y se compadeció de esa pobre alma en desgracia—. Tenga.

—¡Mayonesa! —Lo que tenía en sus manos era un envase plástico de oso con una tapa que permitía ser servida con soberana practicidad—. Esta no es la que compro usualmente.

—Si no la quiere se la voy a quitar también.

La mayonesa nunca debía despreciarse. Ni siquiera si no era su marca favorita.

—Sabe... ¡Sabe realmente deliciosa! —¿Cómo pudo vivir tantos años sin probar ese manjar de dioses?—. ¡Esto sabe a gloria!

—Se la ha acabado...

Estaba pasmada por la velocidad en que devoró la mayonesa.

—Es la primera vez que veo esta marca. —Sintió curiosidad por el envase vacío.

—Es porque no la venden en la Tierra. —¿Por qué los Amanto tenían algo tan hermoso en sus vidas? ¿No les fue suficiente con venirlos a invadir?—. Es la marca que compran en mi casa.

—Oh, ¿hablas en serio? ¿Eso significa que puedes conseguirme más? —Al diablo que estuviera emocionado por un maldito condimento. Lo que en verdad estaba alterando a la Yato era lo que estaba haciendo—. Te daré todo el dinero que necesites.

La había tomado de las manos con fuerza y entusiasmo a causa de su emoción por la mayonesa que le había dado. Estaba tan metido en su deseo que no se daba cuenta de que la dejó paralizada con algo tan simple.

—¿Qué me dices?

—Yo...—Estaban tan cerca. Más de lo que deberían y eso no parecía ser bueno para ella—. Yo creo que podría pedir que trajeran un poco...

Hablaba, mas su atención fue robada por esas dos profundas y chispeantes cianitas que la observaban con pasión. Sentía la presión de su mirar.

Retrocedió para liberarse de su agarre.

—A-así que no se preocupe...

—¿Te encuentras bien?

Ella no podía notar lo rojas que estaban sus mejillas. Mas él sí.

—Claro que lo estoy.

No era momento para recordar que ayer estaba frente a ella como el creador lo trajo al mundo.

Entre lo que había hecho y lo vivido anoche su mente colapsó y se tornó en su contra.

«¿Qué demonios está pasando conmigo? ¿Por qué estoy actuando de esta manera tan vergonzosa? No se supone que las cosas sean así. ¿Está pasándome esto porque él ha regresado a ser joven?», fue su razonamiento interno.

Y tenía que ser eso porque nunca antes experimentó tal reacción sin importar lo que dijera e hiciera él. Aun cuando sabía que el cariño que le profesaba era distinto al que él creía, este sentir jamás le volcó el corazón del modo que lo estaba haciendo ahora.

—Pues no lo parece. Así que irás a la enfermería.

—No. Estoy bien. —Dio varios pasos hacia atrás. Mantener distancia era primordial—. Será mejor que vaya a desayunar para que tenga energía para atrapar y castigar a mis hermanos.

—Está bien. —Tendría que creer en su palabra—. Nos vemos luego.

—Claro. —Sintió paz y tranquilidad después de verlo irse—. Todo es culpa de esos dos tontos.

Tras terminar el desayuno se retiró a realizar sus actividades cotidianas o terminaría con más trabajo del que ya tenía sobre sus hombros.

Entró a su habitación y vio con desánimo todo el papeleo que tenía sobre la mesita baja de madera. Tomó asiento y empezó a ordenarlo todo para agilizar su trabajo.

—¿Cómo es posible que nos hayamos excedido tanto en este último mes? —La factura que sostenía le hizo poner mala cara—. Le dije a Kondō-san que no se excediera con las fiestas.

—El abuelo siempre termina ignorando tus consejos sin importar lo que hagas.

Se escuchó desde el umbral de su puerta una voz que le era tremendamente familiar.

—Ryōta. Qué sorpresa verte por aquí.

Se giró hacia el apuesto joven de mirada celeste y cabellera castaña.

—Veo que te has dejado el pelo largo. Pero se te ve bien.

No había pasado por alto el detalle del muchacho de ir por ahí con una coleta alta y vestimentas propias de un samurái. Era físicamente hablando muy parecido a su padre. Sin embargo, en términos de personalidad había un abismo enorme entre ambos.

—¿Ah? Creo que en vez de entrar a tu habitación he accedido a un portal del tiempo...—Veía patidifuso al hombre que lo vio crecer y que por ende, no debería verse así de joven y radiante—. ¿Cuántos años atrás he viajado? ¿Será que si salgo de aquí podré ver a los demás rejuvenecidos? ¿Me encontraré con mi madre y ella será incapaz de reconocerme? ¿Veré en persona cómo mis padres se conocieron y enamoraron?

Estaba que flipaba ante el mundo de posibilidades.

—Ey, no has viajado en el tiempo ni nada parecido como lo hizo Trun**. Lo que ha pasado es totalmente diferente a eso.

—¿Entonces cómo es posible que luzcas así? ¿Acaso mi madre te ha vendido esas cremas milagrosas elaboradas a base de veneno de serpiente para no envejecer?

—Por supuesto que no —respondió rápidamente—. Además, no pensé que tu madre fuera tan vanidosa.

—Después de que superó los treinta empezó a obsesionarse con los productos de belleza —contó. De verdad que no entendía a las mujeres y mucho menos a su progenitora—. Deja que sepa que tienes un mejor producto y querrá venir a robártelo.

—Terminé así por los hermanos de Oyuki.

De nuevo la sangre le empezó a sulfurar ante el recuerdo de ese par.

—Veo que a esos dos les sigue gustando meterse contigo. —Sonrió con disimulo—. Y por esa cara de pocos amigos que tienes sigues sin darles su merecido.

—Ya tendré mi revancha.

—Puedo encargarme de esos dos si quieres. —Le propuso.

—Lo agradezco, mas no es necesario. Yo mismo lo haré —indicó—. Además, la última vez que te encargaste de ellos, terminaron destruyendo tres establecimientos y causando una gran cantidad de daños.

—Eso es porque Kazuya no se estaba quieto.

—No entiendo por qué eres tan competitivo con él si son familia.

Esa clase de rivalidades nunca tocaron a su puerta.

—Poseemos la misma edad. Y a diferencia de mí, él ya tiene prácticamente el mando de una tripulación entera —¿Podría tratarse de celos?—. Además, es fuerte. Igual que Kyōhei.

La mirada que le mostraba era muy parecida a la de su padre cuando el sadismo afloraba en su ser.

—Tenían que ser como sus idiotas padres.

Porque Kamui y Sōgo aún con todo el tiempo de ser familia, continuaban riñéndose.

—¡Toshi!

Se oyó exclamar justo a las espaldas de Ryōta.

—Kanna-chan.

Saludó a la niña que se asomaba por detrás y que le sonreía con enorme alegría. Parecía estar encantada de verlo que no pudo evitar salir corriendo hacia él, para abrazarlo con todas sus fuerzas.

—D-demasiado fuerte…

Casi podía escuchar cómo sus costillas empezaban a quebrarse.

—Lo siento mucho. —Se disculpó tras liberarlo—. Es sólo que me emocioné al verte.

La pequeña no excedía los doce años de edad y pese a ello se le veía tan menuda, tan frágil; como si no hubiera nacido con la fuerza de uno de los Amanto más poderosos del universo. Aunque el que fuera vestida con un adorable kimono rosa pastel ayudaba a mantener su falsa apariencia de fragilidad.

Y sus candorosos ojos compartían la misma tonalidad que los de Oyuki.

—Toshi, luces tan joven este día.

—Si los dos están aquí, significa entonces que él también…—Hijikata contaba dos, no tres.

—Ahora que lo dices, ¿dónde se habrá metido Sōji?

El mayor buscó en vano.

—Estaba justo detrás de mí —comentó Kanna.

La pequeña miró hacia el pasillo y sólo vio a algunos miembros del Shinsengumi.

—Tenemos que encontrarlo antes de que vaya a meterse en algún problema. —Hijikata se puso de pie.

Justo lo que le faltaba: tener que cuidar del tercer hijo del sádico que no dejaba de joderle la existencia.

Tras terminar con todas sus ocupaciones y poder despejar un poco su cabeza, decidió pasar el resto de la tarde en su habitación. Allí habría tareas que la mantendrían ocupada sin posibilidad de pensar en cosas que no debía.

—Ahora me pondré a…

¿Qué hacía ese pequeño ser descansando sobre su futón como si fuera un minino al que no le importara que ese lecho no fuera suyo? ¿Tan bien se la estaba pasando que dormía profundamente?

—¿Qué andas haciendo por aquí? —Se acercó y se inclinó frente al silencioso bribón—.¿Será que la tía Kagura ha venido a visitarnos?

El rojizo de su cabellera embonaba de maravilla con su pálida piel y el azabache de sus vestimentas orientales.

—No puedes dormir así o te vas a resfriar.

Movió al pequeño de casi diez años para que despertara.

—Yuki. —La nombró dando un largo bostezo—. Tengo hambre.

Sus azules pupilas se encontraron con las de ella para enfatizar su estado actual.

—Sabes que no soy buena cocinando.

—Podemos pedir pizza. —Se sentó, sacudiendo su cabeza de un lado a otro. Parecía no importarle quedar despeinado—. La pizza es deliciosa.

—Tiene mucho rato que no la como. Por lo que no suena mala idea. —Sacó su teléfono y miró a su primo en completa confabulación—. También debemos pedir algo dulce.

—Y no olvides lo picante.

Tōshirō rebuscó por cada recoveco del cuartel en compañía de los hijos de Sōgo sin éxito alguno.

¿Se lo tragó la tierra o se fue de allí? La segunda opción era indeseable.

—Huele a pizza. —Kanna tenía muy buen olfato—. Sigamos el olor y seguramente encontremos a mi hermano. —Acompañaron a la muchachita y pronto se hallaron frente a una puerta que los tres conocían a la perfección—. Con permiso.

Abrió y se topó con dos Yato de lo más concentrados viendo un programa en televisión mientras comían pizza.

—Sōji, no es justo que seas el único que coma gratis. —Tomó asiento. Y hasta tomó una buena rebanada.

—Oh, eso huele bastante bien.

El mayor también se unió a la comitiva.

—Ahí vamos de nuevo. —Oyuki ya estaba de pie bajo el marco de su puerta. Esos tres se apropiaron de su habitación sin más—. Más vale que no ensucien o los haré limpiar a los tres —advirtió—. ¿Entendieron?

—¡Sí!

Afirmaron los tres y después se enfocaron en lo que les interesaba: las pizzas que todavía quedaban.

—Si sabes que van a dejar tu cuarto hecho un chiquero, ¿verdad?

—Tengo la esperanza de que hayan cambiado —rogaba, llorando en silencio.

—Vamos, acompáñame —dijo para ella.

—¿A dónde vamos? —preguntó con incertidumbre.

—Buscáremos a tus hermanos para arreglar este problema de una buena vez por todas.

—Está bien.

Abandonaron el cuartel y tomaron una de las patrullas disponibles para comenzar la búsqueda aprovechando que la noche todavía no caía y tenían un poco de luz natural.

Ahora solamente debían ser bendecidos por la diosa de la fortuna y todo saldría bien.

—Sabe, generalmente las pociones de rejuvenecimiento duran un par de semanas. —Oyuki fue la primera en romper el silencio desde que salieron—. Por lo que no debería preocuparse tanto. El efecto se irá.

—¿Qué tan segura estás de ello?

—La tía Moka tenía que darle cada determinado tiempo una nueva pócima al tío Abuto porque él volvía a su edad normal. —contó—. Y es algo que continúa haciendo, aunque no tan seguido.

—Esa mujer está loca. —Más de uno estaría de acuerdo con ello—. Siento un poco de pena por ese pobre diablo que se convirtió en su esposo.

—Yo los veo bastante felices juntos.

—¿A dónde demonios se habrán ido a meter esos dos?

Era imposible que dos sujetos tan llamativos no se vieran por ningún lado.

—Siempre fueron buenos para las escondidas.

—¿No puedes llamarlos o algo así?

—Puedo intentarlo, pero no le garantizo que respondan. —Porque casi nunca lo hacían tras realizar alguna fechoría—. ¿Dónde se han metido? —Para la sorpresa de ambos, atendieron el teléfono—. No me interesa el hecho de que se hayan aburrido y por eso decidieran irse. Lo que quiero es que vuelvan al cuartel.

—¡Ey malditos mocosos más vale que me escuchen! ¡Muevan sus malditos traseros de vuelta al cuartel que tenemos cuentas pendientes! —Le había arrebatado el móvil a Oyuki para reñirles como era debido—. ¡Me importa un bledo que se estén divirtiendo en este momento!

—Hijikata-san, no creo que sea buena idea que conduzca mientras habla por teléfono. —Menos mal que tenía puesto el cinturón de seguridad o ya se hubiera estampado contra el vidrio delantero de lo rápido que iban—. No se olvide de las normas de tránsito.

—Nos veremos pronto~

Fue lo último que escuchó antes de dejar de percibir sonido alguno.

—Ha colgado.

Estaba tan mosqueado que le daba igual que excedieran los cien kilómetros por hora.

—Hijikata-san, todavía no está en mis planes morir. —Su visión en los laterales era borrosa. Todo pasaba tan rápido ante sus ojos—. Por lo que le agradecería que bajara la velocidad un poco.

No se detuvieron por voluntad propia. Alguien se había encargado de frenarlos haciendo alarde de su fuerza y su aparente escaso sentido común. Porque solamente un demente pararía un vehículo haciendo uso de sus manos.

—Te dije que nos veríamos pronto.

El que estaba afuera, con sus manos abandonando el metal que estrujó para detenerlos en seco, le dedicó una animosa sonrisa.

—Kazuya, lo que has hecho es una total locura. —Descendió para castigar a su hermano mayor con un gran jalón de orejas—. A veces eres tan imprudente como nuestro padre.

—¿Qué te parece si empezamos cortando ese cabello tan largo que tienes?

Su espada fue desenfundada y ahora estaba a centímetros del mentón del Yato.

No iba a dejarlo escapar esta vez.

—Oh, ahora que te observo mejor ya no traes tu cabello largo como ayer. ¿Te avergüenzas de tu etapa de rebeldía?

¿Lo estaba provocando? ¿En serio?

—Eso ya no va conmigo. —Era una etapa que había dejado en su pasado y no iba a revivirla—. Además, ya no me acostumbro a andar con el cabello largo.

—Oye que a ti ya no te guste no significa que a mí también.

Con un rápido movimiento amplió la distancia entre ambos.

—No me digas que el hijo del hombre más temido del universo ha resultado ser un cobarde. —Sus palabras estaban bañadas en provocación y burla. Estaba escupiéndole en la cara el adjetivo de cobarde—. Eso seguramente no sería bien visto por él y el resto de sus hombres.

—¿Quién te ha dicho que soy un gallina? —Las puertas del purgatorio comenzaban a abrirse lentamente—. Yo no estoy corriendo de ti ni de nadie.

—Si eso fuera cierto no hubieras escapado esta mañana.

—Recuerdo que me dijiste que querías regresar a la normalidad cuanto antes. Por eso fui a buscar el antídoto junto a mi hermano.

—Y bien, ¿dónde está? —exigió—. Ya dámelo de una buena vez.

—Lo que pasa es que…—Rascó su mejilla a la vez que sonreía con nerviosismo—. No existe algo que contrarreste la poción que te has tomado…

—Espera, creo que he escuchado mal. Porque me parece que dijiste que no hay una pócima que me devuelva a mi estado normal.

Había tomado al Yato por el cuello, clavándole la mirada como si fueran fieros puñales dispuestos a cercenarle el cuerpo.

Incluso se respiraba un aura asesina que emanaba mientras sus gestos faciales se torcían intentando ocultar la monumental furia de la que estaba siendo víctima.

—Así que, ¿por qué no me repites lo que has dicho?

—No hay una cura. No aún. —Hijikata se negaba a soltarlo. Y probablemente no lo haría hasta que le hablara claro—. Resulta que tomamos por error una versión mejorada de la poción que usualmente elabora la tía Moka porque se ve exactamente igual que las otras. Quizá debimos de haber sospechado al ver que la etiqueta de la botella ponía «25» en negritas…—Justo tenían que tomar la que no—. Esta no sólo es más específica, sino que fue hecha para que sus efectos fueran permanentes. Ya sabes, como volver a vivir tu juventud de nuevo.

—Al grano.

—Dijo que es una pena que no quieras aprovechar tu golpe de suerte, pero que se encargará de elaborar algo que te devuelva a tu estado normal. Sólo que le tomará unos meses por lo complejo de la fórmula.

Lo soltó no porque lo perdonara, sino porque estaba abatido ante lo dicho. Es que él no podía permanecer de ese modo por más tiempo; la gente iba a darse cuenta y entonces empezarían los verdaderos problemas.

—Tienes que ser paciente.

—¡Todo ha sido su maldita culpa! —Lo zarandeó como si fuera un muñeco de trapo—. ¡Por su culpa tengo que permanecer de esta manera por más tiempo!

—Vele el lado positivo, por lo menos tienes la posibilidad de volver a tu monótona, triste y patética vida de solterón.

Cada palabra era como un cuchillo que se clavaba en su orgullo sin pausa ni compasión.

«¡¿Cómo que va a demorar meses en regresar a lo que era antes?! Si es así, ¿significa que tendré que lidiar con su nueva apariencia hasta que le den el antídoto? Todo saldrá bien; no tengo nada de que angustiarme. Lo único que tengo que hacer es mentalizarme en que es un cincuentón adicto al tabaco y a la mayonesa; un denso que no se percata de que Maiko-san intenta seducirlo pese a que podría ser su padre», cavilaba a la vez que observaba al hombre que continuaba gritándole a quien le «desgració» la existencia

Palmeó sus mejillas para volver en sí misma y evitar atormentarse por algo que no podía cambiar por sus propios medios.

—¿Por qué tan seria hermanita? —Le cuestionó con un tono tan bajo que solamente la escucharía ella.

—Porque por tu culpa han metido en problemas innecesarios a Hijikata-san —soltó para quien estaba a su costado, rodeándole el cuello con su brazo.

—Deberías estar aprovechando en vez de estarte quejando por el regalo que tus hermanos te han dado —decía para quien continuaba mirándole con cara de pocos amigos—. Nadie va a decirte nada porque veas y disfrutes de esto.

—No sé de qué me estás hablando.

—Todos nos hemos dado cuenta. El único que no se ha percatado de ello es el denso en el que decidiste poner tu interés.

Hijikata estaba revisando el vehículo porque no arrancaba. Y obviamente mientras lo hacía maldecía a quien era el responsable de que no funcionara.

—Si mueves bien tus fichas hasta puede que lo convenzas para no tomar el antídoto.

—Kazuya, por favor, no sigas —pidió. Incluso su mirada le rogaba para que parara—. Les agradezco lo que hicieron, mas no era necesario. Las cosas estaban bien del modo en que se encontraban antes.

Ya había aceptado el fracaso de aquel afecto unilateral.

Aunque le pesaba, estaba bien con ello.

Lo contemplaba como el imposible que era. Jamás ansió ni anheló nada más allá que su compañía cada vez que regresaba al cuartel del Shinsengumi. Eso era todo lo que ella esperaba y lo que recibía.

Sólo debía preservar ese deseo hasta que retornara a la normalidad. Y entonces podría decirle adiós.