¡Bonito viernes! Ojalá hayan ido a la iglesia a limpiar sus pecados porque ya les traje el fic ilegal que nos asegura un sitio muy especial en el infierno XD. Nos leemos en el próximo capítulo.

Distance

—¿Qué demonios es esto?

Cuestionó a quien le había dejado un par de viejos y arrugados billetes sobre la palma de su mano.

¿Para qué se supone que era esa miseria de dinero? ¿Por qué le estaba sonriendo con un cinismo que comenzaba a cabrearle?

—Es para que arregles la patrulla que estropeaste tan deliberadamente —respondió el de cabellos oscuros, sin despegar su atención de él. ¿Es qué se podía ser tan descarado?

—Te recuerdo que fuiste tú quien la dejó en semejante estado —sentenciaba Hijikata con una mirada que daba muy mala leche.

Es que se estaba aguantando las ganas de mandarlo a que se rajara las entrañas.

—No seas tacaño. —Le reprendía la menor de los tres—. Por tu culpa nos hemos tenido que regresar al cuartel en un taxi.

—Ya estaba totalmente defectuosa. —Se defendió en vano. Su hermana ya estaba clavándole esos lindos ojos en todo su ser como un agudo puñal—. Pagaré, pero que quede claro que esa cosa ya estaba vieja y en sus últimas. —Liberó de la bolsa derecha de su pantalón un bonito y regordete fajo de billetes—. Estoy seguro de que con esto te alcanzará perfectamente.

—Ey, ¿por qué un mocoso como tú anda con tanto dinero encima? —¿No se le podía contentar con nada? ¿Siempre tenía que quejarse de algo?—. No quiero tu asqueroso dinero obtenido de manera ilegal.

—Yo me gano mi dinero honradamente, así como tú. —Se cruzó de bazos, indignado—. Si no quieres el dinero allá tú. Mas no te estés quejando de tu patrulla.

—Si serás.

Últimamente estaba superando sus propias marcas de paciencia.

Siempre era así cuando ese Yato estaba cerca; y más en compañía de su hermano mayor.

—Ya cálmense ambos. —Se metió entre los dos porque redujeron su distancia y porque ambos ya tenían sus armas a la mano—. Ya es bastante tarde como para que armen un jaleo a la entrada del cuartel.

—Agradécele a mi hermanita el que te haya salvado de una horrible humillación.

El tono en que pronunció cada palabra tenía como cometido el incitar a Hijikata a pelear.

—Parece que te han malcriado demasiado y necesitas que alguien te haga poner los pies sobre el suelo.

Estipulaba el moreno con una ancha sonrisa; de esas que poseían pizcas de sadismo y egocentrismo.

Ambos estaban más que dispuestos a iniciar una trifurca allí mismo con tal de callar al otro.

—¡He dicho que paren de una buena vez! —exclamó con énfasis para que esos dos la escucharan y desistieran de la estúpida idea de enfrentarse allí mismo—. Ya deja de provocarlo innecesariamente.

—Por esta vez desistiré. Ya otro día tendré mi enfrentamiento. —Eso era una amenaza en regla—. Regresaré con Kyōhei y después dejaremos la Tierra. Así que te visitaremos después de que nos hayamos desocupado de nuestra nueva misión —comunicaba para Oyuki. Incluso acarició su cabeza con cariño—. Hijikata, cuida de mi hermana. Si algo le pasa haré realidad el deseo más ferviente de mi sádico tío.

—Espero que jamás logres completar esa misión para no tener que verte ni a ti ni a tu fastidioso hermano por un largo tiempo. —Momento de ser lo más sincero posible—. Dile al imbécil de tu tío que su deseo no va a volverse realidad y que se busque otros pasatiempos. —Tan estresante fue su noche que no le importó sacar un cigarrillo y encenderlo. Necesitaba más que nunca de los efectos milagrosos de la nicotina—. Únicamente tienes permitido regresar cuando tengas el antídoto.

—¿Qué has dicho Hijikata? ¿Que no regrese nunca más? ¿Y qué pasará entonces con el antídoto? —decía Kazuya con fingida sorpresa mientras avanzaba hacia la salida del cuartel ignorando las maldiciones que el vicecomandante del Shinsengumi le lanzaba—. Y yo que pensaba que querías volver a ser una pasa en conserva. Sin embargo, si tu deseo es quedarte como estás, lo respetaré.

Dijo, sonriéndole, antes de desplazarse entre los tejados cercanos para perderse rápidamente entre la oscuridad de la ciudad.

—¡Maldito mocoso, regresa aquí mismo! ¡Bastardo! ¡Maldigo el día en que me pareció buena idea dejarte entrar al cuartel! —gritar no iba a lograr que el Yato regresara.

—Y eso pasa siempre que se vuelven a ver.—Exhaló resignada y apenada por las actitudes tan infantiles de quien en teoría debería ser más maduro.

—¿Cómo es que tu hermana y tú soportan a ese par?

Ellas eran tan opuestas a sus idiotas hermanos mayores.

—Se dejan querer aunque no lo crea. —Eran su propia sangre y aunque eran traviesos la mayor parte del tiempo, los amaba—. Aunque hay veces en que sí tengo que ponerles un alto porque cruzan la línea. Justo como lo han hecho con las pociones de rejuvenecimiento. —Un largo y cansado suspiro abandonó su cuerpo—. De nuevo lo siento.

—Tú no has tenido nada que ver. Ellos son los que han fraguado todo esto por lo que no debes pedir perdón por lo que ellos han hecho —pronunció con tranquilidad.

La miró por encima del hombro, percatándose de que había algo que estaba intranquilizándola; algo que iba más allá de los problemas ocasionados por sus hermanos.

—¿Hay algo más que te esté preocupando?

—¿Ah?

Se sobresaltó ante su inesperada duda.

¿Estaba siendo demasiado transparente o él había aprendido a leerla mejor de lo que creía? ¿Qué gesto podría estarle mostrando para que él llegara a tal conclusión?

—Cosas como estas me hacen pensar en los líos en los que esos dos podrían meterse cuando asuman por completo las riendas del negocio familiar. —No estaba mintiéndole. Sólo no estaba contándole del todo los motivos por el que se sentía angustiada—. No debería ser tan pesimista.

—Esos dos podrán ser cualquier cosa menos débiles y estúpidos cuando de enfrentarse a un enemigo se trata. —Prendió su encendedor y le dio vida al segundo cigarrillo de la noche—. Además, nunca estarán solos. Así que no tienes nada de qué preocuparte. —Fueron sus sinceras y alentadoras palabras para la joven Yato—. No olvides que tienen a ese ejército de bestias a su servicio. Por lo que yo me preocuparía más por los pobres diablos que tuvieran la desgracia de enfrentarlos.

Jamás borraría de su memoria el trabajo tan impecable y espeluznante que todas esas criaturas realizaron hace tantos años atrás durante aquella destructiva y desagradable última cruzada.

—En eso tiene mucha razón. —Sonrió, agradecida por sus palabras de ánimo.

Su amabilidad empezaba a trabajar en su contra.

¿Cómo es que ese gesto que tanto le caracterizaba empezaba a pesarle tanto?

—Gracias.

—Ahora entremos. Ya casi es media noche y tenemos que levantarnos temprano.

Hijikata jamás fue fanático de ser el centro de atención. Él siempre optó por poseer un perfil bajo para moverse en completo silencio. Sin embargo, ya no podía tener eso de vuelta.

Toda la gente que lo conocía hablaba sobre lo que le había ocurrido a su cuerpo, sobre ese repentino rejuvenecimiento. Había quienes lo miraban con anonadamiento, como si esperaran a que les revelara su secreto; otros más lo catalogaban como un idiota vanidoso que atentaba contra las leyes de la naturaleza. Y otro grupo igual de selecto, encabezado por mujeres, lo consideraban como lo mejor que podría haber pasado dentro del Shinsengumi.

—¿Qué tanto miran y cuchichean?

Ya ni siquiera podía salir a patrullar sin terminar mosqueado por la manera en que la gente se comportaba a su alrededor.

Lo peor es que se trataba de completos extraños que nada tenían que ver con él.

—En cierto modo es normal que esto pase.

Oyuki veía por instantes a quienes hablaban por lo bajo a la vez que observaban con poca discreción al moreno.

—De un día para otro volvió a lucir como alguien de veinticinco sin explicación aparente.

—Pues explicación tiene. —Poseía hasta nombre, rostro y domicilio—. No obstante, no voy a estarle aclarando a todos lo que ha sucedido.

—Si la gente se enterara de que existe una pócima como esa se volverían locos intentando conseguirla.

—Mejor evitar esa clase de líos. —Edo y todo el país enloquecerían por hacerse de un elixir como ese—. Aunque ahora que lo pienso, todo está demasiado aburrido por aquí.

Se detuvieron justo a la entrada del popular barrio rojo. Ese territorio no era transitado por los policías del Shinsengumi a menos que la situación lo requiriera pese a que ya se consideraba como un sitio turístico.

—Ahora deberíamos ir hacia el noroeste —proponía la Yato sujetando un mapa entre sus manos para tachar los lugares en los que ya habían estado.

—¿Por qué tan solo por aquí? ¿Qué le parece si le hacemos un poco de compañía?

—No seas tímido. No te haremos nada que no te vaya a gustar.

Pronunciaban dos bellas y atrevidas mujeres que percibieron en Hijikata un cliente potencial.

No dudaron en acercarse y tomarlo del brazo. Estaban tan acarameladas y pegadas a él que era obvio que deseaban convencerlo valiéndose de sus atributos naturales.

—¿Ah? ¿De dónde salieron?

Oyuki parpadeaba perpleja ante la escena que tenía frente a ella.

—Están equivocadas. —Se apartó con rapidez y maestría. No sería bien visto que un agente de la ley estuviera con mujeres de tan dudosa reputación—. Yo no busco esa clase de servicios y mucho menos en un sitio como este.

—¡Exacto! Él no es esa clase de hombres que se dejan embaucar por una falda bonita.

La Yato tenía una pequeña sonrisa ante lo que había visto.

—Vamos, ¡no seas tan frío con nosotras!

—No nos trates de esa manera tan indiferente.

—Chicas, será mejor que desistan de una buena vez porque no lograrán por ningún medio que ese hombre pruebe las mieles de Yoshiwara.

Ambos conocían a la rubia que llegó y les saludó con una amplia sonrisa mientras liberaba el humo de su finísima pipa.

—Este hombre está destinado a ser enterrado en vida para que en un futuro sea alabado como un santo.

De ninguna manera se encontraba hablando bien de su persona. Más bien se encontraba echándole tierra de manera indirecta.

Lo estaba humillante frente a esas dos cortesanas que lo voltearon a ver incrédulas; y poco les faltó para reírse en su cara.

—¡Maldita, ¿de qué demonios estás hablando?! ¡¿Por qué carajo me están viendo con lástima?! ¡Dejen de reírse! —vociferó exaltado. Y es que lo peor es que aquello le provocó un ligero rubor sobre sus mejillas—. Las voy a asesinar.

«¿Que se volverá un santo? ¿Por qué lo habrá dicho? ¿Será por todo el bien que le ha hecho a Edo?», razonó para sí misma en busca de una respuesta.

—Oh, eres tú Oyuki. —Tsukuyo pasó monumental de la rabieta del policía y se postró frente a la Yato—. Has crecido mucho desde la última vez que te vi. Te has convertido en una hermosa mujer —elogió a quien recién había salido de sus pensamientos—. No cabe duda de que has heredado los buenos genes de tu madre y tus abuelas.

—Qué alegría volver a verte. —La saludó con cordialidad. A simple vista parecía que ambas se llevaban de maravilla—. ¿Todo tranquilo por aquí?

—Tanto que me están saliendo raíces por no hacer nada—decía burlesca—. Después de todo lo que vivimos hace años no deberíamos ser tan malagradecidos con esta época de paz.

—Siempre podemos tener momentos divertidos como los de hace un año mientras celebrábamos el cumpleaños de la tía Moka. —Recordó—. Aquellas cortesanas fueron las más hermosas y populares de toda la noche —dijo.

Y acto siguiente ya se encontraba carcajeándose de lo lindo en compañía de la Cortesana de la Muerte.

—Todavía conservo las fotos de esa noche. —Estaba secándose las lágrimas de aquel momento tan hilarante—. Aunque esa noche también te hiciste de admiradores. —Le hizo saber—. Muchos pensaron que eras una cortesana más. Hasta preguntaban cuánto salía una noche contigo.. Sin embargo, fueron escuchados por tus hermanos.

—Jamás me enteré de eso. Aunque si lo que dices es cierto, eso explicaría el motivo por el que la fiesta terminó con algunos tipos huyendo a toda marcha, como si los persiguiera la muerta.

—Así que ya sabes. Si un día te aburres de trabajar para la policía serás más que bienvenida a Yoshiwara. —Nada como una invitación laboral sin fecha de caducidad—. Hinowa y yo nos encargaremos de convertirte en la cortesana número uno de todo Edo. Ningún hombre se resistirá a tus encantos.

—Para el carro, Cortesana de la Muerte.

Ambas se giraron hacia Hijikata. Estaban tan absortas en su charla que se habían olvidado de que él se encontraba allí.

—Voy a arrestarte por querer inducir a una menor de edad a realizar actividades ilícitas.

Lo peor es que ya tenía unas esposas en manos.

—Pero si Oyuki ya no es menor de edad. Ella ya cumplió los dieciocho años de edad. Por lo que el cargo no procedería por esa vía.

—Tal vez en el espacio exterior ese sea el caso. No obstante, en la Tierra la mayoría de edad se alcanza hasta los veinte años —sentenció intransigente—. Así que te arrestaré.

—Vamos Hijikata-san, Tsukuyo solamente está bromeando. Ella no hablaba en serio sobre convertirme en cortesana —decía a la vez que se encontraba empujando al hombre para alejarlo de Yoshiwara—. Mejor sigamos patrullando o se nos hará tarde.

—¡Pero!

—¡Que ella no lo decía en serio! —Bendita fuerza de Yato que le permitía impulsar al hombre sin el menor de los esfuerzos—. Hagamos cumplir la ley en otro lado.

Recorrieron unos cuantos barrios más antes de detenerse frente al establecimiento favorito del policía.

Había llegado el momento de recargar energías y descansar un poco después de la pequeña faena.

—Este día sabe especialmente mejor. —Felicitaba Hijikata al cocinero tras darle un par de probadas a su arroz bañado en mayonesa—. Cada vez te estás superando más y más a ti mismo.

—Y el takoyaki también está delicioso. —La Yato veía entusiasmada su plato con la orden de bolas de pulpo recién salidas—. Podría comer hasta reventar.

—Toma.

Le pasó el condimento que era tan sagrado para él.

Ella amaba agregarle más mayonesa a ese platillo.

—Podría comer esto todos los días y no me hartaría nunca de ello.

¿Qué podía ser mejor que el sabor del pulpo y la mayonesa? Nada desde su punto de vista.

—Señorita, si hiciera eso, toda esa grasa se le iría a las caderas y engordaría horriblemente —advertía el cocinero—. Y así no podría conseguirse un buen hombre.

—Ese es un buen punto...

¿Por qué aquello que tanto amaba comer también tenía el poder de hacerle daño?

—Viejo, ella todavía es muy joven para estarse preocupando por su figura y los hombres —expresaba Hijikata tras terminar con su plato de arroz—. Así que puede comer todo lo que quiera sin remordimiento alguno.

«Ey, eso me alegra y me entristece a la vez».

Y para aliviar su pesar pidió otra orden de bolas de pulpo.

—Tōshirō, ¡qué sorpresa!

Ambos voltearon hacia atrás y depositaron su atención en quien había entrado.

Conocían a la mujer en cuestión, mas no al chico que estaba a su lado.

—De modo que los rumores eran ciertos. —Ya estaba de pie frente a ellos—. Cuando los escuché creí que eran meras habladurías, pero ahora que te veo.

Era tan evidente el entusiasmo y la felicidad que reflejaban sus pupilas.

—Todo se debió a un accidente. Por lo que es temporal. —No profundizaría más de lo debido.

—Cualquier otra persona estaría más que agradecida por recobrar su juventud.

Maiko se sentó al lado del moreno. Parecía estar dispuesta a iniciar una larga charla.

«Con todo lo que había pasado con Hijikata-san y la pócima, me olvidé por completo de ella y de sus intenciones. Ahora se ve incluso más emocionada y motivada que cuando me pidió ayuda. Aunque es evidente el por qué cambió su actitud. Ahora Hijikata-san es joven y tan bien pa...», cortó de tajo el tren de pensamientos.

No estaba bien que tuviera esa clase de ideas.

—Por cierto, él es un alumno mío. Está aprendiendo a cocinar conmigo en mi restaurante. —La Yato se limitaba a escuchar. No tenía interés en el joven—. Su nombre es Hideki Imamura. —Lo presentó—. Él es Hijikata Tōshirō y su aprendiz, Oyuki-chan.

—Encantado de conocerlos.

Ambos se giraron a ver al joven de rojizos cabellos y castañas pupilas.

—Vamos, no seas tímido. Toma asiento. Cenaremos aquí —invitaba.

El chico halló un sitio libre justamente al lado de la Yato.

—Oyuki-chan y tú son de la misma edad por lo que de seguro se llevarán muy bien.

«Esperen un momento. ¿Cómo que nos llevaremos bien? ¿Qué está queriendo insinuarme con eso? Yo no recuerdo haberle pedido ayuda para conseguirme una pareja».

Vio por el rabillo del ojo a Maiko y lo único que obtuvo fue una seña de amor y paz.

¿Cómo debía interpretarlo? ¿Es que le estaba haciendo el favor de presentarle a un chico para que pudiera echarse novio?

—Veo que el takoyaki te gusta mucho. —Esas dos órdenes que estaban servidas en su plato la delataban—. Es bastante rico. Aunque te has pasado un poco con la mayonesa.

—A mí me gustan de este modo. Tienen mejor sabor.

Para que la criticara con ganas les puso un poco más antes de seguir comiendo tranquilamente.

—Supongo que un día de estos debería probarlo —pidió un ramen bien cargado de carne que no demoró en ser colocado sobre su puesto—. Y dime, ¿eres oriunda de esta ciudad?

—No.

¿A qué venía que quisiera saber sobre su vida?

—Significa entonces que eres una extranjera. —Sorbió unos cuantos fideos antes de proseguir con su plática—. Eso lo explica todo. —Aquello la confundió al punto de encararlo—. No hay chicas tan bonitas como tú en la ciudad.

—No me considero de esa manera. —De nuevo su interés era su comida.

No podía creer que estuviera coqueteándole. Y mucho menos haciendo uso de un truco tan viejo como ese.

Miró rápidamente hacia su derecha, justo donde permanecía Hijikata fumando un poco mientras escuchaba atentamente lo que Shikata le decía. Tal vez lo aprendió de ella.

—¿A qué te dedicas? Aunque bueno, luces bastante joven. Por lo que de seguro sigues en la escuela.

—Trabajo. —Lo hacía tanto en la Tierra como en el espacio exterior—. Laboro en el negocio familiar.

—Entonces, ¿en qué se ocupan tus padres?

—Somos comerciantes de productos varios. Mercantilizamos tanto en la Tierra como fuera de ella.

—Suena bastante interesante, aunque arriesgado. —Lo que él no sabía era que los peligrosos eran su familia y no las transacciones que llevaban a cabo—. Por cierto, ¿hay algo que te guste tanto o más que el takoyaki?

—Las medusas.

—¿Las medusas?

Estaba desconcertado.

Hasta donde él sabía a las chicas de su edad le gustaban las rosas, los chocolates, los hombres detallistas y bien parecidos. Todo menos esos animales extraños y venenosos.

—Las medusas son uno de los organismos multicelulares más antiguos del planeta. Son incluso más viejas que los dinosaurios —informó para quien no captaba la magnificencia de esos seres—. Se pueden clonar. Nunca se enredan. Y no olvidemos que son criaturas hermosas.

Estaba tan entusiasmada hablando de esos seres que poco o nada le interesaba que aquel adolescente no comprendiera su amor hacia esos animales acuáticos.

—Son peligrosas...

—Al año asesinan a más personas que los mismos tiburones. —Porque si buscaba datos certeros ella los tenía—. Y algunas especies son más letales conforme más años de vida tienen.

—Creo que están llevándose de maravilla —exponía Maiko para quien bebía tranquilamente un poco de sake.

—Me parece que es todo lo contrario.

Veía a una Yato comiendo felizmente mientras hablaba sobre aquel tema que tanto le apasionaba y que prácticamente nadie entendía. Un tópico que acaba incomodando s los interlocutores.

Él ya estaba acostumbrado a ese fanatismo por lo que podía escucharlo sin extrañarse. Podría decirse que ella hacía lo mismo cuando él se ponía a enumerarle las razones por las que la mayonesa era el el mejor condimento sobre la faz de la Tierra.

—Luce como alguien que quiere salir corriendo. —Lo supo con certeza cuando Oyuki sacó su celular—. Ha empezado a mostrarle todo su álbum fotográfico de medusas...

—Creo que se me está haciendo un poco parte. Así que me pasaré a retirar. —El pelirrojo se puso de pie y colocó el dinero correspondiente a su platillo—. Ha sido un gusto conocerte. Espero que algún día nos volvamos a ver. —La Yato parpadeó extrañada ante la actitud del chico. ¿En dónde estaba su fuerte interés por cortejarla?— ¡Adiós! ¡Es muy hermosa, pero es muy extraña! ¡No puedo salir con una mujer a la que le gustan esas cosas gelatinosas!

La profecía de Hijikata se hizo realidad.

—La gente jamás entiende lo geniales que son las medusas.

—He escuchado que en algunos lados se comen. Deben saber bien con mayonesa.

—Hijikata-san, no diga cosas como esas por favor. —Lo regañó. Incluso optó por mirarlo para acentuar su llamada de atención—. ¿Quién puede ver esas cositas y pensar en comérselas?

—Jamás he probado una. Sin embargo, deben saber bien como cualquier otro producto de mar. —Sintió su mirada y sonrió con burla—. Es obvio que jamás me comería algo como eso. Principalmente porque me podría morir en el proceso.

—Mejor coma takoyaki.

Deslizó su plato hasta su puesto.

Todavía quedaban tres bolas de pulpo con mucha mayonesa.

—Si sabes que no te las vas a acabar no deberías pedir tantas.

¿En verdad le estaba regañando cuando ella sólo quería ser compartida?

—Pues me emocioné. —Se justificó—. Coma y problema resuelto.

—Mañana ayudarás a preparar el desayuno como castigo por desperdiciar la comida. —¿La estaba castigando? ¿Es que el mundo era así de injusto?—. Eso te enseñará a no pedir más de la cuenta.

Sus celestes ojos estaban puestos en ella y en nadie más. Le resultaban intimidatorios no porque le hicieran sentir miedo, sino porque le despertaban un sentimiento totalmente diferente, pero igualmente vergonzoso y abrumador.

—Está bien.

No quería sentirse de esa manera ni experimentar aquella opresión sobre su pecho al tener toda su atención puesta en ella.

No podía permitirse a sí misma experimentar algo más allá de lo que estaba permitido y dejar que su mundo sufriera tales giros con situaciones tan ordinarias.

No debía y sin embargo ahí estaba, sintiendo más de lo que debería.