Los personajes de Candy Candy no me pertenecen.

Capítulo 3.

- De camino a la enfermería, Candy iba con los ojos cerrados abrazada del rubio, disfrutando el calor de su cuerpo, su delicioso aroma varonil y hasta la humedad de su aliento, por lo que no quería que el trayecto terminara jamás.

Al llegar, William depositó a la rubia en la cama quien de inmediato se cubrió los ojos con el antebrazo.

- ¿Qué pasa señorita? – preguntó la enfermera

- La luz es muy brillante – contestó Candy.

- Profesor ¿Sabe si la señorita White perdió el sentido? – preguntó la enfermera mientras bajaba la intensidad de la lampara al mínimo.

- Creo que sí, aunque brevemente.

- Tendremos que llamar al doctor para hacer una evaluación más profunda, parece que la señorita efectivamente sufrió una contusión. ¿Si me disculpan? iré a llamarlo.

- Luisa, por favor regrese a la sala de detención y espere ahí al profesor Grandchester – dijo el rubio en su habitual tono imperativo.

William le envió un mensaje de texto a Terry informándole de lo sucedido y pidiéndole que terminara por él la guardia en la sala de detención. Luego notificó a la señora Elroy quien había salido a la mansión Ardlay para cenar con Rosemary; la anciana quería regresar a la institución, pero William se ofreció a hacerse cargo de todo hasta que el doctor diera indicaciones…

- Listo, el doctor Frederickson vendrá en cuanto termine la consulta – decía la enfermera entrando a la habitación.

- Ohh, que contrariedad, tengo que ir a hacer algunas visitas y entregar medicinas a algunos de los estudiantes. Profesor Ardlay ¿le importaría quedarse con la señorita White por un momento?

- Por supuesto que no.

- Muchas gracias, regresaré lo antes posible. Es importante que la señorita no duerma hasta que la vea el doctor, le dejaré una manta térmica por si le da frio. Si me necesita, llámeme estaré al pendiente del teléfono.

- Vaya sin cuidado.

William se sentó en una silla cercana agradeciendo al cielo por la tenue luz ya que la penumbra lo hacía sentirse mucho más cómodo junto a Candy. Ambos rubios permanecieron en silencio un largo rato hasta la joven se encogió tratando de calentarse, la noche estaba cayendo y el viejo castillo era frio.

William se levantó y sin decirle nada la cubrió con la manta térmica, la rubia de inmediato sintió el calor e intentó dormir, tenía un dolor de cabeza constante y solo deseaba que desapareciera…

- Candice ¿Cómo se siente? – preguntó el rubio.

- Pensé que Shakespeare era todo romance y terminó siendo un dolor de cabeza – contestó la rubia tocándose la frente.

- Las obras de Shakespeare también incluyen tragedias – contestó el rubio con una sonrisa de lado.

- ¿No le parece ilógico? ¿Cómo es que el amor puede conducir a tanto dolor?

- Eso depende de su visión del amor.

- Para mí, el amor debe ser lindo, tierno y comprensivo.

- ¿Se refiere a flores, ositos y corazoncitos?

- ¿Por qué no? Son formas de expresión, pero más que nada el amor debe ser algo que nos haga felices.

- Esa es su interpretación, pero es un tema muy subjetivo, algunas personas pueden verlo como algo posesivo, pasional o incluso maniático. Shakespeare explora diferentes aspectos de la conducta humana.

- ¿Cuál es la suya?

- ¿La mía?

- Si ¿Cuál es su interpretación del amor?

El rubio supo que había cometido un grave error pues había bajado la guardia y la conversación había tomado un giro demasiado personal. Afortunadamente, justo en ese momento alguien llamó a la puerta…

- Adelante.

Terry asomó la cabeza.

- ¿Cómo va todo? – preguntó el inglés.

- Esperamos al doctor - contestó William aliviado.

- Bien, creo que les haré compañía, Susy se llevó el auto. ¿Puedes llevarme a casa?

- Por supuesto, toma asiento… ¿qué le parece, señorita White, si le preguntamos al experto en literatura? – dijo William evitando contestar la pregunta que le había hecho la rubia.

Terry era apasionado del tema y comenzó una disertación completa. De pronto, notaron que la respiración de Candy se volvió más acompasada…

- Grandchester, se trata de mantenerla despierta no de que la mates de aburrimiento – le dijo William a Terry.

- Pues si ya saben cómo soy ¿para qué me preguntan? – contestó el Ingles con humor.

- Candice, Candice. Recuerde que no debe dormir hasta que llegue el doctor. Vamos, debe caminar un poco – dijo el rubio inclinándose para ayudarla a incorporarse.

En ese momento la rubia abrió lentamente los ojos y William pudo observar muy de cerca la increíble belleza de su mirada, limpia, tierna y tan dulce que el rubio se enamoró irremediablemente de ella.

- Lo sé profesor es solo que estoy muy cansada – contestó la joven medio dormida.

- Al menos debe sentarse – le dijo el rubio ayudándola a incorporarse y sentándose en la orilla de la cama para sostenerla en esa posición.

Sin poder evitarlo, la joven recargó la cabeza en el hombro del rubio y cerró nuevamente los ojos; realmente estaba exhausta y el golpe en la cabeza no ayudaba. Con la mano que tenía libre, William levanto la barbilla de la joven, sus tersos y delicados labios estaban entreabiertos a unos centímetros de los suyos. Al mirarlos, el rubio sintió un vehemente deseo de acortar la distancia y fundirse en ellos, por lo que tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no evidenciarse frente a su amigo.

- Candice… míreme. Sé que está cansada, pero ya pronto llegará el doctor y podrá descansar - le susurró tiernamente para asombro de Terry, quien nunca lo había visto hablarle a alguien tan cálidamente, ni siquiera a Karen…

- Está bien, iré a lavarme la cara – dijo la Candy con un susurro apenas audible. Albert la ayudó a ponerse de pie y la rubia caminó lentamente al baño.

- Mmm, parece que por fin alguien está domando a la fiera – comentó Terry en tono burlón.

- No seas imbécil… Ni modo de que le grite ¿acaso no la estás viendo? – se defendió el rubio.

Justo cuando la joven regresaba a la cama, llegó el doctor y le pidió a Terry que llamara a la enfermera Gray. Cuando la mujer regresó, el doctor les pidió que esperaran afuera mientras auscultaba a Candy con la ayuda de la enfermera.

El doctor confirmó una ligera contusión y le ordenó reposo durante las siguientes 48 horas evitando toda clase de esfuerzos físicos e intelectuales. Indicó que podría irse a su habitación pero que alguien tendría que estar checándola frecuentemente. William mandó llamar a la maestra Margaret para que junto con la enfermera Gray la llevaran a su habitación y ambas le aseguraron que se mantendrían al pendiente de ella el resto de la noche…

William y Terry pararon a cenar, luego lo llevó a su casa. Mientras conducía de regreso a la suya, recordaba los hermosos ojos de la rubia, su delicado aroma y esos labios entreabiertos, tan sensuales, que habían despertado en él un deseo irracional. Debía estar volviéndose loco – pensó.

Llegó pasadas de las once de la noche, Karen, quien se había quedado dormida esperándolo, le preguntó: Amor ¿qué hora es?

- Las once y media.

- Es tarde, ¿Dónde estabas?

- En el instituto, una de las alumnas se cayó de una escalera móvil y tuve que esperar al doctor.

- ¿por qué tú?

- La tía Elroy salió a ver a Rosemary y no quise que regresara solamente por eso.

- ¿Quién se cayó?

- Candice White.

En cuanto Karen escuchó el nombre de la rubia, sintió como si algo le oprimiera el corazón.

- ¿Está bien? – preguntó con sequedad.

- Sufrió una leve contusión, estará fuera de clases al menos dos días.

- Menos mal, ¿quieres cenar?

- No gracias, llevé a Terry a su casa y, ya lo conoces, insistió en llegar a cenar a un puesto ambulante.

- ¿Entonces Terry estaba contigo?

- Si, tuvo que cubrir mi guardia en la sala de detención y Susana se regresó con el auto.

- Que bien – contestó la trigueña aliviada mientras se acercaba seductoramente para besar al rubio quien recibió la caricia, pero no la profundizo, luego se separó y dijo: estoy exhausto, mañana iré temprano a Bristol para firmar unos contratos… que descanses.

- Durante los siguientes dos días Candy se sentía agotada y dormía la mayor parte del día. Sus amigas la visitaban en los recesos llevándole flores, tarjetas y saludos que sus compañeros le enviaban…

- Candy ¿Estas despierta? – susurraba Eliza.

- Si, Eliza pasa.

- ¿Cómo te sientes?

- Mejor, el doctor dijo que podía salir mañana de la habitación, pero que me reincorporara a clases el lunes.

- ¡Que suerte! Mañana haremos un picnic con los chicos después de clase.

- ¿Se puede hacer eso?

- Claro que sí. El tercer viernes de cada mes, las clases se suspenden al mediodía y podemos convivir con los chicos siempre y cuando sea en los jardines.

- ¡Que bien! Quiero agradecerle a Stear y a Archie la canasta de frutas que me enviaron.

- Uy amiga, en ese entonces tendrás que agradecer a casi todos los chicos de la escuela, mira nada más todas estas cosas.

- Tienes razón, en cuanto pueda les escribiré tarjetas de agradecimiento.

- ¿Por qué en cuanto puedas?

- Cuando intento escribir o fijar la vista me mareo. El doctor dijo que era normal y que pronto me sentiría mejor. Sabes Eliza, estos dos día he tenido varias veces el mismo sueño.

- ¿Ah sí? ¿Cuál es?

- El profesor Ardlay está junto a mí, mirándome con esos ojos azules tan divinos y me habla de una manera muy dulce y tierna… aunque no puedo recordar lo que me dice, se ve guapísimo… como todo un príncipe.

- Amiga, ese no es el verdadero profesor Ardlay; es un ser malvado que habita en tus sueños tendiéndote una trampa para que te acerques confiada, después se transformara, te comerá y enterrará tus huesitos entre cientos de hojas de tarea…

- Ay Eliza, que cosas se te ocurren – dijo la rubia entre risas.

- Ese hombre tiene de tierno lo que yo tengo de monja. Es más, creo que no tiene ninguna clase de sentimientos, a menos que… tu nos puedas probar lo contrario – decía con una sonrisa cómplice.

- A estas alturas, le he dado tantos problemas que creo que me odia.

- Mmm, dicen que de odio al amor.

- Definitivamente estás loca – decía Candy sonriendo y negado con la cabeza.

- ¿Apenas te estás dando cuenta? – preguntaba Eliza entre risas.

- Bueno, te dejo para que descanses, mañana nos divertiremos en el picnic.

El viernes al mediodía William recibía una llamada de Karen…

- Hola mi amor ¿estás ocupado?

- No, mucho. Acabamos de salir de una junta con los ejecutivos de Amber Enterprise.

- ¿Me invitas a comer?

- Claro, ¿A dónde quieres ir?

- Tengo antojo de "Luigi's"

- ¿Nos vemos ahí en media hora?

- Perfecto.

A la hora indicada:

- Hola mi amor – dijo Karen dándole un beso

- Hola, te ves hermosa y feliz.

- Lo estoy, ¿te acuerdas de que envíe mi solicitud para el proyecto de la National Geografic y la Asociación Internacional de Grupos Indígenas de Brasil?

- Claro.

- Pues esta mañana recibí correspondencia diciendome que soy una de las finalistas. El proyecto tomará tres años, si soy seleccionada, deberé estar allá un mínimo de cuatro meses al año. ¿Lo puedes creer?

- Es magnifico, felicidades – dijo el rubio besándola.

- Sabia que te alegraría tanto como a mí, ¿te imaginas poder ver por primera vez la forma de vida de los grupos indígenas que han estado aislados de la civilización?

- Eso me preocupa un poco ¿estás segura de que estarás bien? No me gustaría que corrieras ningún riesgo.

- Hasta hoy, solo una persona ha sido capaz de contactarlos, pero dice que son pacíficos.

- Sabes que te apoyo en todo lo que quieras hacer, solo por favor ten cuidado.

- Bueno, entonces celebremos…

Más tarde…

- Como siempre todo estuvo delicioso, gracias, amor por complacerme. Susana dice que me tienes muy consentida…

- No es nada, que bueno que te gustó.

- Mmm, disfruté más de la compañía ¿vas a regresar a la oficina?

- No, a decir verdad, tomé la tarde libre.

- Perfecto, ¿vamos al cine?

- ¿Te parece si vamos más tarde? Tengo que ir al colegio a calificar los trabajos de esta semana, con lo de la guardia y todo lo que pasó no terminé.

- ¿De verdad tienes que ir?

- Karen, tengo que ser congruente, no puedo exigirles que hagan su trabajo si yo no hago el mío. Si te parece bien, iré a la casa a cambiarme, tu buscas la película que quieres ver y nos encontramos en el cine.

- Esta bien – contestó Karen resignada despidiéndose con un beso antes de abordar a su automóvil.

- William llegó al colegio vistiendo casual, con pantalón de mezclilla, camisa, chaqueta deportiva y gafas de sol. Aun cuando no iba vestido con uno de sus impecables trajes sastres hechos a la medida, el porte y la elegancia de sus movimientos lo delataban…

- Chicas, miren quien llegó – dijo Annie suspirando.

- Se ve mucho más guapo que de costumbre – contestó Patty.

- Pues a mí me gusta más de traje, se los confeccionan a la medida y le resaltan de manera espectacular ese trasero tan divino – dijo Annie.

- Annie... quien te viera, tan seriecita que pareces y bien que andas de lujuriosa, te van a salir espinillas – se burló Eliza y continuo: Anda Candy ve a saludarlo…

- ¡No como crees!

- Anímate… solo pasa junto a él y sonríele.

- ¿Cómo voy a pasar por ahí? Se va a ver muy obvio.

- No, mira…Vete por atrás del edificio como si vinieras del dormitorio hacia acá, así cuando des vuelta, te lo vas a encontrar de frente.

- No me atrevo – dijo la rubia quien comenzaba a sentir una extraña emoción en su interior.

- Sin miedo amiga ¿verdad muchachas? – les peguntó Eliza a Annie y Patty quienes asintieron.

Candy las miraba indecisa…

- ¡Es ahora o nunca, pronto estará demasiado cerca! – la urgió Eliza emocionada.

Candy, estaba firmando algunas de las tarjetas de agradecimiento de los chicos y, cuando Eliza la urgió, se levantó y corrió por detrás del edificio llevándose algunas de ellas en la mano. Cuando llegó a la esquina contraria, se detuvo un momento para recuperar el aliento; sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, aunque no sabía si por la emoción o por el esfuerzo.

Al mismo tiempo, William caminaba por el largo pasillo preguntándose ¿Cómo estaría Candy? Había visto a Eliza en compañía de Annie y Patty, pero al ver que la rubia no se encontraba con ellas, se preocupó. Sin saber por qué, comenzó a sentir una urgente necesidad de verla y saber cómo estaba… tal vez debería preguntarle a la enfermera Gray, pensaba.

A la vuelta de la esquina, el corazón de Candy continuaba desbocado de emoción al recordar la calidez de los brazos del rubio y su delicioso aroma; estaba tan nerviosa de volver a encontrarse con él, que no podía moverse. Le tomó un par de minutos armarse de valor para doblar la esquina y, cuando lo hizo, William también iba dando la vuelta por lo que casi chocan de frente. Candy, dejó caer las tarjetas que llevaba en la mano de la impresión y de inmediato se disculpó:

- Lo siento, iba distraída – dijo acuclillándose para recoger los papeles.

- No se preocupe – contesto el rubio inclinándose para ayudarle.

- ¿Se encuentra bien? – preguntó William mirándola con intensidad.

- S..si gracias, solo fue la impresión – contestó la rubia con una sonrisa nerviosa.

Los rubios reaccionaban con gran emoción al encuentro tan sorpresivo; William sentía una mezcla de entusiasmo y nerviosismo que nunca había experimentado, mientras que Candy, sonrojada percibía el exagerado tamborileo de su corazón por todo el cuerpo. Después de entregarle algunas tarjetas que recogió del piso, William se puso de pie y le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Mientras lo hacía, agradecía infinitamente al cielo el llevar las gafas de sol puestas pues era prácticamente imposible no admirar la belleza de sus formas femeninas y sus ojos, ocultos tras los oscuros cristales, se permitieron la libertad de hacerlo sin pudor.

Candy llevaba un conjunto deportivo en color azul cielo cuyo pantalón se ajustaba estrechamente a sus bien formadas curvas haciéndolas lucir en todo su esplendor, mientras que la chaqueta revelaba el escote de manera tan sutil, que al rubio le pareció increíblemente excitante y sensual.

- ¿Cómo va su recuperación? – preguntó el joven haciendo todo lo humanamente posible por contener la punzante sensación que comenzaba a sentir en la entrepierna.

- Mucho mejor, gracias por preguntar – contestó esbozando una de esas sonrisas que tanto lo cautivaban

- Me alegro… que tenga un buen día – dijo el rubio alejándose con una leve inclinación de cabeza.

- Gracias, usted también – contestó ella dirigiéndose hacia donde se encontraban sus amigas.

Cuando llegó junto a ellas, todas celebraban emocionadas…

- ¡Yay, así se hace amiga! ¿Qué te dijo?

- ¡Estaba super nerviosa, miren! – contestó la rubia mostrándoles las manos que todavía le temblaban de emoción. ¡Es tan apuesto que cada vez que lo miro siento que voy a desfallecer!

- Si, pero ¿Qué te dijo? – preguntó Annie impaciente

- Solo me preguntó que como iba mi recuperación.

En eso llegaron Stear y Archie…

- Hola muchachas, trajimos bocadillos y bebidas; Neal y los demás ya vienen para acá.

- Fantástico, nosotras también. Comamos y luego jugaremos – dijo Eliza mientras todos se acomodaban alrededor de las dos canastas de comida.

Mientras tanto, William llegaba a su oficina y se sentaba en el escritorio frotándose la cara con ambas manos apoyando los codos sobre el bellísimo mueble de madera. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué sentía tanta emoción y ansiedad al estar frente a Candy? Nunca, ni siquiera en la pubertad, había experimentado algo similar… de verdad estoy enloqueciendo – pensó mientras tomaba el montón de trabajos que debía calificar.

Decidido a olvidar el incidente, se obligó a enforcarse en los cálculos y las ecuaciones que tenía frente a él, pero su mente se negaba a deshacerse de aquella imagen tan sexy como angelical por lo que frecuentemente tenía que revisar las hojas más de una vez para asegurarse de no haber cometido errores.

¡Candy detente! - escuchaba gritar a su sobrino Stear, al tiempo que despegaba la mirada de los papeles para ver a la rubia pasar corriendo frente a su ventana. Sin saber por qué, se puso de pie para ver a donde se dirigía con tanta prisa y la miró trepar divertida un enorme roble que se encontraba no muy lejos de ahí. Al llegar al pie del árbol, Stear decidió ir tras ella quien lo miraba tranquila sentada en una de las ramas, cuando estaba a punto de alcanzarla, la rubia se puso de pie y saltó ágilmente a una rama del árbol vecino. Al verla, William sintió que el alma se le salía del cuerpo, pero ¿qué le pasa a esta niña? ¿Acaso no sabe que todavía está en recuperación? – pensó molesto. Estaba a punto de salir a darle una buena reprimenda, pero lo pensó mejor al ver a un grupo de jóvenes se les unía jugando alegremente.

El rubio regresó al escritorio y se recargó en el respaldo de la silla respirando profundo… ¿a quién quería engañar? Estaba loco por esa chiquilla. Desde que la había visto por primera vez en el avión, su incomparable belleza le había robado el alma. Por lo poco que había conversado con ella, la encontraba increíblemente tierna y hasta un poco ingenua. Además, Stear y Archie no dejaban de hablar de lo alegre y divertida que era. Todo eso hacia que le pareciera increíblemente atractiva y deseara estar junto a ella y conocerla mejor…

En ese momento, recibió un mensaje de Karen que decía:

"Amor compré boletos para la película de las 8:00 en Picturehouse Central ¿nos vemos para tomar algo antes?"

William contestó el mensaje rápidamente y pensó: ¿Qué estoy haciendo? "Soy un perfecto imbécil por pensar en esa chiquilla teniendo a mi lado a una mujer como Karen hermosa, inteligente y cariñosa ¿Qué más puedo pedir? Definitivamente no merece que le pague de esta manera tantos años de amor y apoyo incondicional."

En ese momento el rubio decidió dejarse de tonterías, enfocarse en su realidad y esforzarse por ser un mejor compañero. Para eso, tendría que alejarse definitivamente de Candy y sabía perfectamente bien lo que tenía que hacer…

El lunes por la tarde, llegó al salón de clases tan guapo como siempre pero más odioso que nunca; impartió la asignatura sin permitirse el más mínimo titubeo y al final, llamó a Candy al escritorio…

- Señorita White, ¿me permite un momento?

- Dígame profesor.

- Me alegro de que se haya reincorporado a clases, aquí tiene el trabajo que realizaron sus compañeros la semana pasada, le voy a dar oportunidad de que lo entregue el próximo lunes junto con el de esta semana.

- ¿Los dos? – preguntó la rubia preocupada pues generalmente era un verdadero triunfo terminar uno solo.

- Es una oportunidad de ponerse al corriente, usted decide si lo hace o no, pero le advierto que al final del año necesitará hasta el más mínimo punto para pasar la clase. Que tenga buen día – le dijo despidiéndola sin contemplaciones.

Afuera la esperaban Eliza y compañía…

- Candy ¿Cómo te fue? – le preguntaban.

- Terrible, quiere que le entregue también el trabajo de la semana pasada – dijo mostrándoles las hojas.

- ¿en serio?

- Tendré que trabajar de día y de noche – contestó la rubia con los ojos humedecidos.

- ¡Ay no!, ¿Por qué precisamente este fin de semana? – dijo Eliza, preocupada

- ¿Qué pasará este fin de semana? – preguntó Candy.

- Es nuestro día de salida y también mi cumpleaños, le pedí a mi mamá que le pidiera permiso a la señora Elroy para que te dejara quedarte con nosotros para festejar juntas…tienes que terminar antes del sábado.

- Imposible…

- Te ayudaremos con las otras clases ¿verdad muchachas?

- Claro amiga, no te preocupes – contestó Patty.

Mientras tanto, William entraba a la sala de maestros sintiéndose un desgraciado por presionar a Candy de esa manera, pero necesitaba mantenerla lejos y que mejor manera que haciendo que lo odiara a más no poder.

- Ardlay, ¿Por qué esa cara de velorio? ¿No me digas que todas sacaron 100 y no pudiste descargar tus frustraciones? – preguntaba Terry con su acostumbrado sarcasmo.

- Al contrario, fue día muy gratificante, con decirte que hasta logré que te asignaran toda la semana la guardia de la sala de detención.

- ¡No!

- Compruébalo por ti mismo – dijo entregándole la hoja con los horarios.

- Mal amigo, y yo que te cubrí la semana pasada.

- Era eso o ayudar a Martita con los reportes de fin de mes.

- Por eso digo, que amigos como tú no hay dos y para agradecerte, hasta te voy a invitar unos tragos el fin de semana – decía Terry cambiando de postura inmediatamente.

Martita, la secretaria de la señora Elroy, era una mujer mayor que apenas si veía con unos lentes de fondo de botella, llevaba trabajando cuarenta años en el colegio y siempre hacia los reportes tal y como le enseñaron al principio. Por más que trataban de enseñarle a usar la computadora, la mujer se negaba a intentarlo argumentando que ya estaba muy vieja para eso. Para alguien con una personalidad tan burbujeante como la de Terry, estar sentado junto a ella mientras la veía escribir lentamente era la muerte.

Los días pasaron y, por suerte para Candy, ningún otro maestro le pidió que completara trabajos extra, incluso Terry le había perdonado el ensayo de Shakespeare que le había asignado como castigo. Aun así, la rubia trabajaba de día y de noche para completar la tarea de William…

- Candy ¿Cómo vas con la tarea? ¿podrás venir con nosotros el fin de semana? Patty dice que tiene que ir a visitar a la abuela Martha y Annie va a ir con su mamá a un desfile de modas en Paris – preguntaba Eliza esperanzada.

- Aun me faltan veinticinco ecuaciones.

- Vamos, las haremos juntas el domingo en casa… anímate.

- La verdad, necesito salir de aquí, creo que ya veo números hasta en la sopa.

- ¡Perfecto! Mi mamá siempre prepara las fiestas más alucinantes y esta tiene que ser especial pues cumplo la mayoría de edad. Estoy ansiosa por ver que se le ocurrió esta vez.

El sábado por la mañana, mientras Candy se preparaba para salir, recibió una llamada en el celular…

- Candy hija ¿Cómo estás? Nos dijeron que habías sufrido un pequeño accidente.

- Bien papá, no te preocupes eso fue hace más de una semana. Vaya que son oportunos para avisar…

- En realidad, Lulú le dio el mensaje a Sally el mismo día del accidente, solo que se distrajo con unos trabajos y se le olvidó decirme.

- Me imagino, y también me imagino que a ti se te olvidó mi número de celular, hace un mes que llegué y ni siquiera te dignaste preguntar si había llegado con bien.

- Perdóname hija, tenía entendido que durante el primer mes no les permitían llamadas personales, para que se adaptaran rápidamente a la rutina del colegio.

- Déjame adivinar… también eso te lo dijo Sally.

- Bueno, si… es que cuando ella estuvo ahí…

- ¿desde cuándo necesitas su aprobación para todo? ¿Acaso te costaba mucho tomar el teléfono y preguntar?

- Hija, lo lamento. Estoy seguro de que no lo hizo con mala intención, tal vez las políticas hayan cambiado desde la última vez que ella estuvo ahí.

- Claro, como fue hace tanto… ¿Cuándo se graduó? ¿El año pasado?

- Princesa, por favor ya deja ese asunto, Sally es mi esposa te guste o no.

- Pues que te aproveche, ¡ojalá, mi madre me hubiera llevado con ella! – gritó la rubia ahogándose en un mar de llanto y le colgó.

- Amiga ¿todo bien? – preguntó Eliza quien había ido para saber si ya estaba lista, pero la rubia no contestaba, simplemente lloraba amargamente. La pelirroja la consolaba y le decía: Olvídate de eso, no dejes que esa bruja te amargue la vida, vamos ya verás que nos vamos a divertir.

Cuando salieron a la puerta principal, Neal las esperaba…

- Neal ¿Dónde está mamá?

- Solo vino el chofer – contestó el moreno dándoles paso para abordar el vehículo.

- De seguro está preparando la fiesta – se dijo Eliza emocionada.

Al llegar a la residencia, Eliza corrió a la entrada solo para encontrarse con la casa vacía. Alfred ¿Dónde están todos? – le preguntó al mayordomo.

- La señora y el señor se fueron de fin de semana a la Riviera francesa donde se celebrará el abierto de golf. La señora Sarah le dijo que celebraran en su próximo día de salida y que puede usar la tarjeta de crédito para que elija su regalo.

- Las lágrimas de la pelirroja no se hicieron esperar… ¿Cómo es posible que mi madre haya preferido seguir a Jacob que estar conmigo? ¡Siempre con sus estúpidas inseguridades! – lloró mientras corría a su cuarto.

Neal miró a Candy apenado…

- Lamento el recibimiento, la verdad no esperábamos que mi madre saliera. Ven te mostraré la habitación de huéspedes, está junto a la de Eliza.

Candy se instaló y después fue en busca de su amiga…

- Eliza, ¿te encuentras bien?

- Mi madre y sus celos enfermizos. Jacob es guapo y mucho menor que ella, siempre se la pasa siguiéndolo de un lado para otro, pensando que un día la va a abandonar por una mujer más joven y bonita; con decirte que hasta siente celos de mí, por eso me envió al internado.

- Lo siento mucho – dijo Candy bajando la mirada.

- Valientes padres nos tocaron, pero ¿sabes qué? No vamos a permitir que nos arruinen la vida. Es más, mi madre dijo que podía usar la tarjeta de crédito y eso es precisamente lo que voy a hacer – dijo la pelirroja limpiándose las lágrimas.

- Neal… Candy y yo iremos al centro comercial – decía la pelirroja asomándose a la habitación de su hermano.

- ¿quieren que las acompañe?

- No gracias, iremos de compras, y ya sabes cómo me entretengo. Además, me imagino que querrás ir a ver a Daisy.

- ¿Te molesta? Si quieres me puedo quedar aquí con ustedes.

- No te preocupes, esta noche nos vamos de fiesta. Hablé con Jason y nos dejará entrar a Link, si quieres nos vemos allá, invita a Daisy.

- Claro que sí.

- Entonces nos vemos más tarde.

- Eliza

- ¿Dime?

- Feliz cumpleaños, hermanita – dijo Neal entregándole una caja de terciopelo negra.

- ¡No! ¿los compraste?

- Es lo que querías ¿no?

- Gracias Neal, eres el mejor hermano del mundo – dijo Eliza al tiempo que abría la caja para revelar un juego de aretes y anillo de diamantes.

- Hasta luego… te quiero hermanito.

Eliza y Candy fueron a una de las tiendas más exclusivas de Londres y se divirtieron probándose toda clase de vestidos y zapatos de diseñador…

- Ese vestido te queda perfecto, nos lo llevaremos – decía la pelirroja.

- No Eliza, es muy caro y no debo gastar tanto dinero.

- Considéralo parte de mi regalo de cumpleaños, veremos si a mi madre le dan ganas de volverse a largar pretendiendo arreglar todo con dinero. También nos llevaremos los zapatos, señorita – le indicaba Eliza a la empleada de la tienda.

Listo ya tenemos todo lo que necesitamos… está noche nos vamos de fiesta.

- Eliza, no me van a dejar entrar, acabo de cumplir diecisiete en mayo.

- Por eso no hay problema, mi padrastro es dueño de los mejores centros nocturnos de Inglaterra así que los empleados nos dejan pasar. Iremos a Link, es el que está de moda y tiene un área VIP donde solo entra lo mejor de lo mejor… verás que la pasaremos bien.

- La pelirroja ayudó a Candy a maquillarse y cuando terminó, ni ella misma se reconocía…llevaba un minivestido de tirantes y espalda baja completamente elaborado en organza de seda del tono exacto de su piel, el corpiño estaba bordado a mano con hilo plateado y cristales y, a la altura de la cadera, tres pequeñas hileras de flecos plateados hacían que la falda tuviera un movimiento sexy. Eliza había decidido destacar los hermosos ojos de la rubia balanceando el look con un tenue color en los labios. Sus dorada cabellera había sido alaciada y luego moldeada en unas sensuales ondas sueltas. El look era complementado con unas hermosas sandalias de tacón plateadas que hacían lucir espectacularmente sus largas y bien torneadas piernas. Al final, no parecía una joven de 17 años, sino una bellísima mujer de al menos veintitrés.

Mientras tanto William, recibía una llamada de Terry…

- William ¿Cómo están? ¿Qué planes tienen para esta noche?

- Realmente ninguno, Karen fue a la despedida de soltera de su prima y va a pasar la noche en su casa.

- ¿Qué te parece si tomamos algo mientras esperamos que salga Susy del teatro? Ya sabes que no me gusta estar encerrado en casa.

- Como quieras, ¿A dónde vamos?

- El Link está a la vuelta del teatro, le puedo mandar mensaje para que nos encuentre ahí.

- Me parece bien.

- ¿Tienes guardia?

- 3 Agentes

- Bien porque los míos se fueron con Susy, ya ves que nunca le falta un loco.

- Paso por ti y nos vamos en mi coche, así te regresas con ella. Nos vemos en un rato.

- Mientras tanto, Eliza y Candy llegaban al lugar que todavía estaba vacío pues era relativamente temprano.

- Candy, te presento a mi medio hermano Jason – decía Eliza presentándole a un joven muy parecido a Neal, pero más alto.

- Hola Candy, mucho gusto – dijo un joven que acomodaba unas botellas de licor en la barra.

- No sabía que tenías otro hermano – dijo la rubia.

- Hasta hace algunos años nosotros tampoco lo sabíamos, Jason es el hijo que a mi padre se le olvidó mencionar cuando se casó con mi madre. Es siete años mayor que yo. Mi padre se enamoró de una empleada doméstica y mantuvo una relación clandestina con ella. Él nunca se atrevió a reconocer a Jason debido al origen humilde de su madre, pero seguía visitándola aun cuando ya estaba casado con la mía. Cuando la doble vida de mi padre se descubrió, mis padres se divorciaron, ahora él vive en los Estados Unidos con su segunda esposa, pero todos son tan civilizados que mi padre le pidió ayuda a Jacob para que le diera trabajo a Jason cuando terminó la carrera. En poco tiempo Jason se convirtió en la mano derecha de mi padrastro y se encarga del negocio cuando él no está.

- Que complicado – dijo la rubia.

- Así es, ya sabes cómo se las gastan los mayores, pero esta noche nos olvidaremos de todo y nos divertiremos en grande. Vamos a bailar un rato mientras llegan Neal y Daisy, más tarde subiremos a cenar al área VIP.

Eliza y Candy se divertían bailando en el centro de la pista, eran las mujeres más hermosas del lugar y llamaban mucho la atención de los hombres, pero ellas los ignoraban pues no iban en plan de conquista, solo les interesaba pasarla bien con Neal, Daisy y Jason.

Mientras tanto, Terry y William llegaban directamente al área VIP ya que ofrecía mucha más tranquilidad y privacidad que la zona general. Los jóvenes eligieron una mesa en la esquina del salón, cenaron y después ordenaron una botella de un exquisito vino francés. Como siempre, pasaban un rato agradable bromeando y conversando de todo un poco.

Abajo, Jason fue a buscar a las chicas y les dijo que Neal había llamado para avisar que habían tenido que ir a cenar con los padres de Daisy y que llegarían más tarde, por lo que tuvieron que cenar solas.

Desde donde estaban sentados, Terry podía ver directamente hacia la puerta principal del lugar y en cuanto Candy cruzó el umbral, le llamó la atención de inmediato…

- Fiu, ¡Que hermosa! – dijo mirándola de arriba abajo con descaro protegido por la oscuridad de la esquina.

- Espero que estes hablando de Susana – dijo William quien estaba de espaldas a la puerta.

- No, tu sabes que amo a Susy, pero tienes que verla, es una verdadera Diosa… Espera, se parece a… ¡No lo vas a creer! ¿acaso es…?

- Candice White – dijo William quien había girado el torso para verla.

- ¡Que bárbara! Se ve, sencillamente espectacular… digo, normalmente se ve bonita con el uniforme, pero así, pensé que la misma Venus había bajado del Olimpo – dijo Terry aun sorprendido.

- Sigue así y verás como Susy te manda derechito a visitar a Hades – dijo William sin poder despegar la vista de la rubia.

- ¿A poco no te gusta?

- Terry… estamos hablando de una alumna.

- De una bellísima alumna. Es más, cuando llegue Susy le preguntaremos y verás que está de acuerdo conmigo. El hecho de que reconozca que está de infarto no quiere decir que quiera algo con ella, simplemente que tengo buen gusto.

- Me pregunto ¿Cómo habrán entrado? No creo que tengan la mayoría de edad – dijo el rubio mientras las observaba ordenar la cena.

- Jacob Henderson es el padrastro de Eliza, de seguro él le permite la entrada.

- Si es así…

William estaba completamente hechizado por Candy, le hubiera gustado tener ojos en la nuca para seguir contemplándola indefinidamente, pero sabía que no era correcto y tampoco quería evidenciarse frente a Terry, así que se obligó a mirar a su amigo y tratar de continuar la conversación.

Las jóvenes cenaron y luego se dirigieron a la pista de baile que era mucho más pequeña que la general y le quedaba de frente a William. El lugar estaba lleno de personas bailando, pero para el rubio solo existía Candy y el bendito movimiento de sus caderas… verdaderamente, es toda una diosa – pensó para sí.

- Hola Amor… hola, Will – dijo Susana besando a Terry.

- ¿Cómo te fue preciosa?

- Bien, pero estoy super cansada, la otra chica no se presentó y me tocó hacer dos funciones seguidas.

- ¿Vas a cenar?

- No gracias, comí algo entre cada función, mejor sírveme una copa de lo que están tomando, se ve delicioso.

- Está delicioso, aquí mi amigo tiene un gusto exquisito – enfatizó Terry. Hablando de gustos, ¿qué te parecen las chicas que están bailando en la pista? ¿Verdad que están guapas?

- Están muy bonitas… ¿a poco son… Candice White y Eliza Leagan?

- Exactamente…

- Wow, Candy se ve sexy con ese vestido.

- Te lo dije, incluso Susy lo reconoce…

- No cabe duda…ustedes son el uno para el otro – admitió William divertido

Después de bailar un rato, Candy y Eliza regresaron a su mesa y el mesero comenzó a llevar una gran cantidad de bebidas que otros hombres les enviaban y que ellas siempre rechazaban. Un poco más tarde llegó Jason a hacerles compañía.

- Chicas, ¿cómo va todo? ¿Se están divirtiendo?

- Muchísimo, muchas gracias por todo hermanito.

- De nada preciosa, lamento lo de tu mamá.

- Mmm, no quiero hablar de ella, ¿Sabes que se me antoja?

- ¿Qué?

- Un cigarrillo.

- Eliza, ¿fumas? – preguntó Candy incrédula.

- Desde los quince, mi mamá me enseño; anda Jason regálame uno…

- Sabes que no se puede fumar aquí.

- Entonces salgamos, como cuando nos escondíamos de papá ¿te acuerdas?

- Solo me quedan quince minutos de descanso…

- ¿Vamos Candy?

- No gracias, ¿no has oído que el humo de segunda mano es peor que si te fumaras el cigarrillo?

- Eres una santurrona.

- Una que adora sus pulmones – dijo Candy sonriendo y agregó: vayan ustedes yo los espero, Neal y Daisy no deben de tardar.

- Está bien, regresaremos enseguida.

Terry y compañía platicaban amenamente, cuando de pronto el castaño frunció el ceño.

- ¿Qué pasa amor? – preguntó Susana.

Terry les hizo un ademán con la cabeza para que voltearan a ver en dirección a Candy donde un hombre, que claramente era un empleado, hablaba con ella indicándole con la mano hacia una de las mesas de la esquina contraria y la rubia negaba con la cabeza.

- Señorita, el señor Rossi insiste en que lo acompañe usted a su mesa, por favor.

- Dígale a su jefe que es muy amable pero que ya dije dos veces que estoy acompañada, por favor no me moleste más – decía la rubia.

Es la tercera vez que ese hombre se acerca a ella – comentó Terry.

- ¡Oh no!, es Carlo Bonelli. Uno de los guaruras de Victorio Rossi – dijo Susana preocupada

- ¿El hijo de Pietro Rossi? – preguntó William.

- El mismo…el muy desgraciado acosaba a mi amiga Darlene. Ella siempre lo rechazó, hasta que un día les ordenó a sus hombres que se la llevaran saliendo del teatro. La tuvo secuestrada dos días en los que abuso de ella en repetidas ocasiones y hasta dejó que sus hombres hicieran lo mismo. Cuando se aburrió de ella, la soltó amenazando con matar a sus padres si decía algo, la pobre está muerta de miedo y no ha querido denunciarlo, ni siquiera puede salir a la calle por el temor.

- ¿Y sus padres, no reportaron su desaparición?

- Si, pero ya saben como se mueven las cosas, para cuando la policía decidió comenzar una investigación apareció Darlene diciendo que había estado en casa de una amiga.

- El viejo Pietro estuvo el otro día en el banco, parece que están en serios problemas financieros. Si no obtienen el crédito que solicitaron tendrán que irse a banca rota – comentó William

- Pues al parecer, Victorio no está enterado – comentó Terry mirando como el mesero le llevaba a Candy una botella del más fino champagne, misma que la rubia rechazaba nuevamente mirando nerviosamente su reloj.

Un par de minutos después, el mismo Victorio, un joven de veinticinco años con aire arrogante, llegaba a la mesa de Candy…

- Buenas noches, señorita. Me presentó mi nombre es Victorio Rossi.

- Discúlpeme señor, pero no estoy interesada en conocerlo. Le pido por favor que se retire y me deje tranquila, mi acompañante no tarda en llegar.

- ¿Quién? ¿La pelirroja de fuego? No importa puedo con las dos, será excitante verlas hacer… sus cosas – decía Victorio.

Candy se levantaba molesta con la intensión de retirarse, pero el hombre le cerraba el paso.

- ¿Todo bien amor? – Escuchó la voz de William a sus espaldas, mientras el rubio la tomaba por la cintura.

- Candy, simplemente lo miró con los ojos humedecidos.

- ¿Acaso estás sordo? Mi novia te pidió que la dejarás en paz – le dijo con voz tranquila, pero amenazante.

- ¿y qué si no me da la gana? Tu mujer me gusta y esta misma noche la tendré en mi cama – contestó Victorio con una sonrisa autosuficiente.

William soltó a Candy y le dio un puñetazo que lo mandó al suelo con el labio roto. En un instante, los guardaespaldas tanto de Victorio como de William estaban frente a frente apuntándose con las armas mientras el rubio protegía a Candy con su cuerpo y todos los demás corrían a refugiarse a las esquinas.

- ¡Basta ya Victorio! ¡Ustedes retírense! – se escuchaba la voz de un hombre mayor que llegaba acompañado de sus propios hombres.

- Señor Ardlay, le ruego que acepte mis disculpas – yo mismo me encargaré de que mi hijo no vuelva a molestar a… la señorita, le doy mi palabra. Por favor, continúen disfrutando la velada.

William lo miró a los ojos y sin decir palabra asintió, hasta entonces sus hombres guardaron las armas y todos regresaban a sus lugares. Luego, le retiró la silla a Candy para que tomará asiento junto a él.

Pietro, ordenó a sus hombres que llevaran a Victorio fuera y ahí mismo le dieron una golpiza… ¡Eres un imbécil! Tienes que aprender a saber con quien te metes, ese tipo y su padre pueden arruinarnos con la mano en la cintura, ¿acaso no sabes que nos tienen en sus manos? Nos pueden cerrar los puertos, cortar la línea de crédito que tanto necesitamos y hacer que reabran las investigaciones en tu contra.

- Padre yo no sabía… no pensé…

- Ese es el problema, que no piensas. ¿Acaso crees que esa muchacha es como la desdichada que raptaste del teatro? Mujeres tan finas como ella solo andan con hombres como William Ardlay y, si no tienes como responder, mejor no te metas. Ve a limpiarte y dejas de comportarte como un imbécil.

William vio como Pietro regresaba al lugar y ocupaba la mesa donde había estado su hijo. Candy seguía muy nerviosa y William sabía que eso podría delatar que en realidad no eran novios, tendría que buscar la forma de asegurarse de que no les quedara duda, pero ¿cómo? No podía tocarla o besarla porque no quería faltarle al respeto ni a ella ni a Karen. En eso, una melodía lenta comenzó a sonar, era la oportunidad que estaba esperando, por lo que se puso de pie y le extendió la mano para invitarla a bailar. Mientras caminaban del brazo rumbo a la pista, le dijo en voz baja: "Candice, míreme" la rubia obedeció y luego le dijo "sonría." Ante los ojos de los demás, él la trataba con cariño y delicadeza, pero la rubia simplemente escuchaba ordenes que obedecía sin chistar.

Al llegar a la pista, William la abrazó muy cercana a su cuerpo tomándola con ambas manos por la cintura, estaba molesto con ella por haber ido ahí, luciendo su belleza de esa forma tan espectacular que se había puesto en un grave riesgo. No podía ni imaginarse lo que hubiera pasado de no haber estado él ahí para ayudarla y eso lo hacía enfurecer… quería decirle tantas cosas. Al mismo tiempo, tenerla entre sus brazos, sentir sus curvas rozar su cuerpo y disfrutar del sutil aroma a rosas de su piel lo tenían al borde del delirio. El rubio cerró los ojos y se inclinó para hablarle al oído, Candy se estremeció al sentir su cálido aliento sobre la piel y más aún al escuchar que le decía: "Espero que tenga una muy buena explicación para todo esto"

Continuara…

Amigas, gracias por su paciencia. Espero que les haya gustado este capítulo.

Con cariño,

Laura Ardlay.