Los personajes de Candy Candy no me pertenecen.
Capítulo 9
Como en cámara lenta, la rubia vio a Priscila correr al lado de su hijo y tomarle la cara con ambas manos para llamar su atención mientras le preguntaba si se encontraba bien, el joven simplemente asintió sin dejar de trabajar. En eso llegó el padre y se quitó el abrigo que llevaba para dárselo, fue cuando Candy notó que Albert apenas si llevaba puesto un rompevientos.
- ¡Candy, de prisa sirve el whisky! – le ordenó Madelaine sacándola de su ensimismamiento.
La rubia obedeció y pronto todos estaban inmersos en la tarea de ayudar, Priscila quien era médico internista, se dedicaba a atender a los heridos, su esposo trabajaba junto con George haciendo una lista de las necesidades más apremiantes y organizando el albergue donde ubicarían a las familias que habían perdido sus viviendas. Albert, seguía coordinando las labores de búsqueda y rescate de la niña, la señora Elroy, Madelaine y Candy junto con otras personas, servían y distribuían la comida a todas las personas que se encontraban en el lugar.
La comida caliente y el whisky revitalizaron el ánimo de los voluntarios que llevaban varias horas trabajando sin descanso. Candy notó que Albert no había comido, pero no se atrevió a mencionarlo, pues el solo pensar en él la hacía ruborizarse hasta las orejas y temía evidenciarse ante la familia que con tanta amabilidad la había acogido. Más tarde, mientras recogía la basura, escucho que un niño de unos dos años lloraba desconsoladamente junto a una niña un poco mayor.
- Pequeño ¿Por qué lloras? ¿tienes hambre? ¿Te duele algo? – preguntaba la rubia, pero el niño solo lloraba.
- ¿Es tu hermanito? ¿Dónde están tus papás? – le pregunto a la niña.
- Mi mamá y mi papá están allá buscando a mi prima – contestaba señalando hacia donde un grupo de hombres y mujeres removía la nieve.
- Ven vamos a buscarlos – dijo la rubia tratando de abrazarlo, pero el niño lloró con más fuerza. Candy notó que su bracito estaba hinchado y amoratado, por lo que decidió llevarlo con Priscila.
- Señora Ardlay…
- Dime Candy – contestaba Priscila mientras terminaba de hacen un vendaje.
- Este niño no deja de llorar, parece que tiene algo en su brazo.
- Déjame ver… tienes razón al parecer está fracturado tenemos que darle algo para el dolor e inmovilizarlo mientras lo llevan al hospital para que le tomen una radiografía. Ven, siéntate aquí con él y sostenlo fuerte.
El niño no dejaba que le tocaran el brazo, pero Candy lo distrajo haciendo caras graciosas mientras Priscila lo atendía. Cuando la matriarca terminó el niño estaba más tranquilo pues la medicina para el dolor comenzaba a hacer efecto.
- Candy ¿te importaría ir a llamar a sus padres? Se llaman Ian y Melody McGregor, puedes preguntarle a Albert, él te indicará quienes son.
- En seguida vuelvo – contestó Candy apresurándose a salir.
Candy se sintió cohibida al acercarse al rubio, pero no conocía a nadie más así que tuvo que armarse de valor para llamar su atención en medio de la multitud de voces de los rescatistas.
- ¡Profesor! ¡Profesor! – lo llamó un par de veces alzando la voz, pero había mucho ruido por lo que tuvo que tomarlo del brazo.
Cuando Albert volteó, se llevó una gran sorpresa al verla junto a él. Había estado tan ocupado con su labor, que no se percató de que la joven había llegado junto con sus padres. Sintiendo ansiedad y alegría a la vez, el rubio se inclinó para hablarle de cerca y le dijo: "Dime Candy"
Aquella voz cálida fue como una caricia que hizo reverberar el corazón de la rubia quien tuvo que esforzarse por no divagar ¡era la primera vez que la llamaba Candy y en sus labios sonaba maravilloso!
- Ehh, la señora Priscila me envió a buscar a los señores Ian y Melody McGregor, ¿podría por favor indicarme quiénes son?
El rubio levantó la mirada buscando entre la muchedumbre y después de unos segundos le dijo: "ven conmigo"
Caminaron una corta distancia y después, le señalo a una pareja que trabajaban un poco más adelante.
- Gracias – dijo la joven con una sonrisa de esas que desarmaban al rubio… la había extrañado tanto que le parecía un sueño tenerla en casa.
Unos minutos más tarde, los padres del niño salieron rumbo al hospital y Priscila le pidió a Candy que continuara ayudándole con otros heridos, para su sorpresa, la rubia era muy buena asistente y no se amedrentaba fácilmente.
Una hora después, la noticia de que habían encontrado a la niña circulaba. Al principio Priscila suspiró aliviada, pero toda su tranquilidad se esfumó de inmediato al saber que, en lugar de encontrarse bajo la nieve, la corriente del deslave la había arrastrado hasta dejarla suspendida en las ramas de un árbol que pendía de un risco. Todo el lugar estaba cubierto con una densa capa de nieve pues el curso de la avalancha había terminado en ese lugar cuando el hielo se había precipitado al vacío. Milagrosamente, la niña había quedado atorada, de lo contrario hubiera terminado en el fondo del risco sepultada bajo toneladas de hielo.
Priscila contuvo la respiración al saber que Albert junto con otro muchacho habían subido al árbol para bajar a la niña quien yacía inconsciente, sabía que su hijo era atlético y buen deportista, pero como madre no podía evitar sentir terror ante la posibilidad de perderlo. Después de lo que pareció una eternidad, llegaron con la niña quien tenía hipotermia y golpes severos. Priscila, en su interior, agradeció al cielo el verlos a todos con bien y se enfocó en brindarle primeros auxilios a la pequeña para asegurarse de que estuviera en condiciones de viajar al hospital.
Cuando las labores de rescate terminaron, una anciana se acercó a Albert para devolverle el abrigo que el rubio le había puesto cuando la rescató de entre la nieve, pero el joven le dijo con una sonrisa que se lo quedara pues las temperaturas continuarían bajo cero por la noche. El rubio era muy apreciado entre los miembros del clan por su sencillez y generosidad, pero en esta ocasión, todos resaltaban su excelente capacidad de respuesta ante la emergencia y su incansable labor para asegurar que todos los afectados estuvieran sanos y salvos.
Afortunadamente y gracias a las acertadas decisiones de Albert, no habían sufrido pérdidas humanas, por lo que la gran mayoría de los voluntarios se retiraron a sus casas después de encontrar a la niña. Candy en compañía de Priscila, la Señora Elroy y su abuela, también eran llevadas de regreso al castillo.
- ¿El señor Ardlay y los demás no vendrán con nosotros? – preguntó la rubia más bien pensando en Albert.
- Lo harán más tarde…el patriarca no puede descansar hasta asegurarse de que todas las necesidades del clan están cubiertas y Albert debe quedarse a respaldar a su padre, es su obligación. – contestó la señora Elroy con orgullo por el enorme compromiso de su hermano para con el clan y la inquebrantable moral con que siempre se conducía.
- Candy, muchas gracias, fuiste de gran ayuda. Debes estar exhausta, por favor descansa y no te preocupes por levantarte temprano, a la hora que gustes puedes pedir que te traigan el desayuno – dijo Priscila mientras le mostraba la habitación que le habían preparado.
- Al contrario, señora, soy yo la que tiene que agradecer el que me haya permitido ayudar.
- ¿Has pensado en estudiar medicina? Creo que serías una excelente cirujana.
- A decir verdad, pensaba en ser curadora de arte como mi mamá.
- Me parece muy bien, lo importante es que tu carrera te haga feliz… aunque bueno, tal vez yo no debería hablar de eso. Albert siempre quiso ser médico o veterinario, pero su padre lo obligó a estudiar administración, leyes y todas esas cosas – comentó la matriarca con un dejo de tristeza.
- El profesor Ardlay es muy bueno en lo que hace, se ve que también le agradan las empresas – comentó Candy tratando de animar a su anfitriona.
- Por supuesto, no puede negar la cruz de su parroquia… buenas noches, que descanses – contestó Priscila con una sonrisa de lado.
Candy no podía dormir de la emoción, ¡Estaba en Escocia! y nada más y nada menos que en la casa del chico que, con tan solo una mirada la hacia sentir en la gloria. Lástima que también estaría la señorita Kleiss…
- Que afortunada es… tener a un novio como él debe de ser increíble. Pero la señorita Kleiss no es cualquier persona, es muy bonita, elegante y refinada; se viste y camina como las modelos de pasarela. Tengo que ser realista, el profesor Ardlay jamás se fijaría en alguien como yo, pero al menos podré mirar sus hermosos ojos de cielo, cuando está con su familia son como la primavera vibrantes y cálidos, todo lo contrario de cuando está en el colegio, cuando el azul se vuelve frio como el mar profundo – pensaba la joven mientras se revolvía en la cama tratando de conciliar el sueño
Alrededor de las cuatro de la madrugada se dio por vencida y poniéndose la bata y unos calcetines calientitos, salió a caminar por los pasillos. Al bajar una impresionante escalera doble, la rubia se encontró en el recibidor elegantemente decorado y coronado con un hermoso pino navideño. Luego, caminó hacia la izquierda donde se encontraba el salón de las visitas y, al entrar, se sorprendió al ver a William padre quien estaba dormido sentado en uno de los sillones, al parecer el cansancio lo había vencido en ese lugar.
La rubia observó al hombre de alrededor de cincuenta y cinco años, era fuerte y de complexión muy parecida a la de Albert solo que esté último había heredado los rasgos faciales perfectos de su madre…definitivamente Dios había tomado los mejores rasgos genealógicos de los progenitores para crear al hombre más guapo y sexy del universo – pensó con un suspiro.
Hacia frio, por lo que la rubia tomó una de las mantas del sillón y cubrió con ella al patriarca quien despertó al sentir la tela sobre su cuerpo.
- Lo siento, no fue mi intención molestarlo, es que hace frio y pensé… - dijo la rubia con un susurro.
- No te preocupes, Candy debí quedarme dormido – dijo el hombre quien al tratar de incorporarse sintió un fuerte dolor en las extremidades, había caminado de un lado para otro por horas y ahora lo resentía.
- No se esfuerce, sus músculos deben estar exhaustos por el exceso de ejercicio, permítame le quitaré las botas para que pueda relajar los pies – dijo la rubia arrodillándose junto a él.
- Por favor no te molestes…
- No es ninguna molestia, antes lo hacía todo el tiempo para mi padre… ya está ahora se sentirá mejor – susurró la joven con una pequeña sonrisa tratando de disimular la tristeza que sentía pues extrañaba mucho a su progenitor.
- Tu padre es muy afortunado al tener una hija tan buena como tú - dijo el hombre al tiempo que se recostaba a lo largo del sillón y volvía a dormirse casi de inmediato.
Candy, por su parte siguió su camino recorriendo un par de salones más hasta que decidió volver a su habitación y tratar de dormir un poco.
Al día siguiente, llegaron Rosemary, su esposo Vincent Brown y el pequeño Anthony…
- Candy, señora Madelaine que alegría verlas, les presento a mi esposo Vincent.
- Mucho gusto señorita – dijo Vicent saludando a Candy
- Es un placer conocerlo – contestó Candy como toda una dama
- ¿verdad que es tan bonita como te dije? – le preguntó Rosemary a Vincent quien contestó: "Sin duda una joven encantadora"
- Muchas gracias… ¿si me permiten? Debo irme, le prometí a Darina que le ayudaría a hornear el pan para la cena.
- ¿Cómo? ¿Sabes hornear el pan?
- Aprendí hace poco – contestó con un guiño al tiempo que se dirigía a la cocina.
- Es una joven con mucho carisma, rápidamente hizo amistad con los empleados – comentó Priscila.
- Si, pero parece que tiene un imán para los problemas – dijo la señora Elroy con un suspiro.
- ¿A qué te refieres?
- El otro día peleó con una de sus compañeras por defender a otra, mientras cumplía su castigo, se cayó de una de las escaleras de la biblioteca…luego se culpó de robar el pan para que no les suspendiera el festival de otoño; ¿lo pueden creer? prefirió levantarse un mes a las cuatro de la mañana antes de delatar a la ladrona.
- Bueno, eso habla de su gran corazón… me parece muy madura para su edad – comentó Priscila.
- Si, mi nuera que en paz descanse la preparó bien… creo que en el fondo sabía que pronto partiría y trató de educarla lo mejor que pudo – dijo Madelaine con un suspiro.
En eso llegó el señor Ardlay…
- Papí ¿Cómo estás? ¿Cómo va todo? – decía Rosemary al tiempo que besaba a su padre.
- Hola hija, muy bien, al parecer todo se ha solucionado. Los médicos dicen que la niña se repondrá, aunque tendrá que pasar algún tiempo en el hospital.
- ¿y Bert? ¿no estaba contigo?
- No lo he visto desde está madrugada cuando llegamos.
- Posiblemente está descansando, fue él quien llevó la peor parte; cuando llegamos ya llevaba horas trabajando sin parar– dijo la señora Elroy.
- En ese caso, iré más tarde a saludarlo – dijo Rosemary
La familia Ardlay, tenía la tradición de dar presentes navideños a todos los miembros del clan por lo que, después de la comida, Priscila, Rosemary, Elroy, Madelaine y Candy, se reunieron en uno de los salones para envolver un gran número de regalos. La tarde fue muy agradable, mientras trabajaban conversaban animadamente y tomaban delicioso chocolate caliente… por la noche Rosemary, Madelaine y Candy se retiraron a descansar mientras Priscila y Elroy decidieron trabajar un poco más…
Cerca de la media noche, William padre entraba a la habitación y les preguntaba: ¿Acaso no piensan descansar?
- Claro que si mi amor, lo que pasa es que perdimos la noción del tiempo. ¿Qué te parecen? Los que están en esa mesa los envolvió Candy ¿verdad que tiene mucha habilidad manual? Le digo que sería una buena cirujana. Es una gran chica… James tiene muy buen ojo, en seguida pidió permiso para cortejarla.
- Tal vez no sea James quien la conquiste, el otro día vi a Archivald muy emocionado con ella – comentó la señora Elroy.
- Pues si es así… mejor que sea parte de nuestra familia – comentó Priscila con una sonrisa.
- ¿Qué dices mujer? James también es muy buen partido.
- Pero a mí me gustaría que se quedara con alguno de nuestros chicos, es tan linda y cariñosa… Además, ¿tú de qué lado estas?
- Anda mujer, no pelees y vamos a dormir, creo que Candy sería una excelente esposa para cualquiera de los dos – dijo William en tono conciliatorio.
- Mmm, más te vale que apoyes a tu sobrino… aunque James es como de la familia, Archie sin duda sería muy feliz con ella.
Era el día antes de la víspera de Navidad y las mujeres Ardlay preparaban todo para la gran celebración que se llevaría a cabo en el castillo. Candy y su abuela trabajaban arduamente ayudando en todo lo posible. Mientras lo hacía, la rubia no perdía las esperanzas de mirar a Albert, pero desde el día del accidente no se había presentado.
- Tal vez no quiera quedarse en casa de sus padres y prefiera privacidad para estar con su novia – pensaba mientras limpiaba distraídamente la vajilla.
- Candy… Vincent, Anthony y yo iremos al pueblo a recoger los ingredientes para el pan de frutas, ¿quieres venir con nosotros? Es muy hermoso en esta época del año, las decoraciones son increíbles. Además, no tuve tiempo de comprar mi vestido para mañana, dejaremos que Vincent lleve a Anthony a jugar a la zona para niños mientras tú y yo vamos de compras.
- Bueno yo - contestaba la rubia al ver que aún había mucho por hacer.
- Ve hija no te preocupes, ya nos has ayudado bastante… diviértete son tus vacaciones – dijo Priscila.
- Vamos Candy, te llevaremos a probar los pasteles de Mrs. Darcy… son los mejores de toda Inglaterra, ya lo verás.
- Está bien, iré a arreglarme un poco.
Cuando salieron, la rubia se veía espectacular con un pantalón de mezclilla negro, una blusa de cuello de tortuga del mismo color, botas y un abrigo verde esmeralda. En esta ocasión llevaba el cabello recogido en una coleta alta dejando al descubierto sus finas facciones, por lo que se veía hermosa y juvenil.
Pasaron la mayor parte del día de un lado para otro comprando regalos de último momento y buscando el vestido de Rosemary. Ambas rubias se entendían a la perfección, era como si hubieran crecido juntas, tenían una afinidad que Karen y Rosemary nunca habían podido desarrollar a pesar de que la hermana de Albert siempre había tratado de integrar a la trigueña en todas las actividades.
Eran casi las seis de la tarde cuando el pequeño Anthony comenzó a llorar molesto, habían andado la mayor parte del día de arriba para abajo y realmente necesitaba descansar.
- Candy, lo siento ¿está bien si dejamos lo de Mrs. Darcy para otra ocasión? Anthony ya está muy molesto.
- Por supuesto Rosemary, no te preocupes… regresemos.
Mientras caminaban al estacionamiento Rosemary dijo en voz alta:
- Candy ¿te comenté que tengo un hermano? Pues mira, para que veas que no miento… aquí está el susodicho. Llevo dos días aquí y ni siquiera se ha dignado saludarme.
- Albert, quien estaba guardando unos paquetes en su camioneta… volteo y la saludó sonriente.
- Hola Rosie, ¿Qué tal Vincent?... Candice.
- ¿Hola Rosie? ¿es todo lo que vas a decir? Papá ha preguntado por ti como cuarenta veces ¿se puede saber dónde has estado? Anoche fui a buscarte a tu habitación y no llegaste a dormir…
- El rubio simplemente sonrió con una de esas sonrisas suyas, tan sexys, que derretían el polo norte completito.
- ¡No me mires así que de nada te va a servir! A ver… explícame ¿Qué es más importante que tu familia?
- Cariño, no molestes a tu hermano – intervenía Vincent con una sonrisa.
- ¿Qué no lo moleste?... es lo menos que se merece, yo lo adoro y este ingrato ni se acuerda de mi – dijo Rosemary fingiendo indignación.
- Tienes razón, perdóname – dijo William con una sonrisa, sabía que Rosemary, como todas las hermanas, era especialista chantajeándolo todo lo que podía y él la amaba tanto que se lo permitía con gusto.
- Mmm, ni creas que te voy a perdonar así de fácil… te va a costar.
- ¿de qué estamos hablando? – preguntó el rubio adoptando una posición negociadora.
- Para que veas que no soy mala, te la voy a poner fácil… todo el día me he estado saboreando un pastel de Mrs. Darcy, pero Anthony ya está muy cansado. Tendrás que ir a comprarme uno de fresas con chocolate blanco.
- ¿Algo más? – preguntó el rubio levantando la ceja.
- Déjame ver… le dije a Candy que la llevaría a conocer el lugar, así que tú la llevarás y ay de ti donde se te ocurra hablarle con uno de tus acostumbrados tonitos, aquí es nuestra invitada, no una de tus alumnas ¿entendido?
El rubio contestó: "por supuesto" con una enorme sonrisa divertida y agregó con una voz suave y aterciopelada: "por favor, Señorita White, pase por aquí"
- Tal vez es mejor que regrese con ustedes, podemos ir otro día después de Navidad – dijo Candy un poco nerviosa.
- Aun es temprano, a estas horas todo el mundo estará cocinando y limpiando en casa y tú estás de vacaciones… además, así nos aseguramos de que mi "hermanito" regrese al menos a llevarte, no se le vaya a ocurrir largarse otra vez quien sabe a dónde – decía Rosemary mirándolo con ojos de advertencia.
- William sonreía divertido una vez más y dirigiéndose a Candy preguntó: ¿nos vamos entonces?
Mientras conducía, él rubio iba absorto en sus pensamientos… Las últimas dos noches había decidido dormir a una pequeña cabaña que su padre le había mandado construir durante sus tiempos de escuela para que pudiera estudiar con tranquilidad sin las distracciones del castillo. La presencia de Candy en el lugar era para él una hermosa y dulce tentación de la que pretendía alejarse pensando en que Archie estaba enamorado de ella y no sería justo que sabiéndolo se entrometiera.
Candy por su parte, interpretaba el silencio como que su presencia no era del agrado Albert, por lo que al momento en que se estacionaban frente a una hermosa cafetería comentó: Profesor, lamento que se haya visto forzado a traerme hasta aquí, se lo agradezco, pero no deseo molestarlo más… si le parece bien, compraré los pastelillos para llevar y regresaré en un taxi.
- No es ninguna molestia, aunque tal vez, deberías de dejar de llamarme profesor – contestó el rubio en tono casual.
- Lo siento, es la costumbre – dijo la joven un tanto contrariada.
- Entonces comencemos de nuevo… Mucho gusto, mi nombre es William Albert Ardlay, mis amigos me llaman Albert – dijo el rubio al tiempo en que le extendía la mano.
- Mucho gusto… Candice White, pero me dicen Candy.
- Encantado de conocerte Candy, ahora ¿Qué te parece si entramos? El restaurante es mucho más acogedor y sirven unos cafés excelentes.
Los rubios entraron y se sentaron junto a la ventana desde donde se podía observar una pequeña plaza pública adornada magistralmente con miles de luces navideñas.
- ¡Albert, que sorpresa!, hace mucho que nos tenías abandonados – decía una mujer bajita de cara redonda con una gran sonrisa.
- Buenas tardes Mrs. Darcy le presentó a la señorita Candice White, una amiga de la familia.
- Encantada de conocerte Candice, tienes unos ojos muy hermosos.
- Gracias, es usted muy amable – decía la rubia un poco apenada.
- ¿Están listos para ordenar?
- Es mi primera vez ¿podría recomendarme algo?
- Por supuesto querida, el favorito de la señorita Rosemary es el de fresa con chocolate blanco, creo que a ti también te encantara… Albert ¿lo de siempre? ¿Triple chocolate belga?
- Por favor.
- ¿de tomar?
- Dos capuchinos – dijo el rubio.
Mientras Albert conversaba un poco más con Mrs. Darcy, Candy se perdía mirándolo completamente embelesada, era tan guapo que parecía irreal: labios sensuales, nariz recta y ojos del más hermoso tono de azul coronados con enormes pestañas rizadas… era todo un sueño hecho realidad. Lástima que fuera mayor y tuviera novia…
- Cuando Mrs. Darcy "finalmente" se retiró, Albert se volvió a mirar a Candy perdiéndose es aquellas hermosas esmeraldas que lo tenían hechizado, por lo que tuvo que hacer un gran esfuerzo para desviar la mirada mientras preguntaba casualmente: y ¿qué te ha parecido Escocia?
- Todo es muy hermoso, en especial los paisajes naturales que te dejan sin aliento. Además, la gente es muy amable. Ni que decir de tu familia que nos han acogido a mi abuela y a mí a pesar de… bueno tú sabes… la situación.
- Te equivocas, no creo que las hayan invitado debido a "la situación" como tú le llamas. Mi madre no hace las cosas por compromiso, si están aquí es porque realmente son bienvenidas. Tu abuela es una gran amiga de mi tía y el reunirse con ella le devuelve un poco la alegría que perdió al morir su esposo y en cuanto a ti, parece que mis sobrinos te tienen en muy alta estima, en especial… Archivald – dijo el rubio sin evitar sentir celos.
Candy se sonrojó hasta la coronilla al recordar la situación tan penosa en que los había encontrado el día en que el castaño se le había declarado, y sintiendo el calor sobre sus mejillas, contestó: Archie es un gran amigo, él y Stear fueron los primeros en brindarme su amistad cuando llegué a Londres y juntos hemos pasado divertidísimas tardes de juegos, a los dos los quiero como si fueran mis hermanos y ellos lo saben.
Las palabras de la joven fueron como una inyección de epinefrina para el corazón del rubio cuyo torrente sanguíneo comenzó a fluir desbocado llenándolo de alegría y excitación, pero antes de que pudiera decir cualquier cosa, llegó Mrs. Darcy con los pastelillos y el café.
- Gracias, todo se ve delicioso – comentó Candy con una gran sonrisa al ver su café decorado con un hermoso corazón y el de Albert con un tierno osito formado con espuma y chocolate.
- No es por nada, pero nuestro barista es una gran artista. ¿Se les ofrece algo más?
- Gracias, por favor ¿podría ponernos una docena de pastelillos para llevar?... usted sabe, mamá, papá, Rosemary, Vincent…
- Por supuesto, del único que no tengo es el de limón que le gusta a la señorita Karen ¿tienes una idea de qué otro le pudiera gustar?
- No se preocupe, ponga algunos variados y que cada uno elija el que le guste – fue la respuesta del rubio.
Cuando la mujer se retiró, Candy aprovecho la oportunidad para preguntar por Karen…
- Desde que dejó el colegio, no he sabido nada de la señorita Kleiss ¿Cómo se encuentra? Me encantaría poder saludarla.
- Para serte sincero no lo sé, no tenía ni idea de que hubiera dejado el colegio.
- Pero ¿entonces ustedes?...
- Terminamos hace varias semanas, desde entonces no sé nada de ella.
- Lo lamento, debió ser difícil para ambos después de tantos años juntos – dijo la rubia.
- A veces la relación se vuelve como un enfermo terminal, al que le das medicina, terapia, primeros auxilios, cuidados intensivos y, de todas maneras, la enfermedad sigue avanzando, generando más y más dolor por lo que, cuando finalmente llega el desenlace, se siente tristeza y a la vez cierto alivio – se sinceró el rubio.
Candy no supo que decir, sabía que no debía alegrarse del dolor ajeno, pero en su interior la emoción embargaba su corazón…
Después de un cortó silencio, la joven bajó la mirada observando su taza de café y comentó: no quiero tomármelo, se ve tan lindo.
Ah si… se me olvidaba que eres una chica a la que le gustan las flores, los ositos y los corazoncitos – dijo el rubio con una sonrisa.
- ¿Qué tiene de malo? ¿acaso hay algo más romántico que los detalles? – dijo la rubia a la defensiva.
- No – contestó el rubio divertido encogiéndose de hombros y levantando las manos en señal de rendición.
Candy se preparaba para contratacar, cuando fueron interrumpidos por un joven pelirrojo, alto de complexión un poco robusta…
- Albert ¿Qué bueno encontrarte? Supe lo que pasó con el deslave. Me alegra que todo haya salido bien.
- Hola Eric, te presento a la señorita Candice White, una amiga de la familia.
- Mucho gusto Candice, soy Eric Mackay.
- Amigo, esta noche vamos a celebrar mi cumpleaños en "La cofradía" nada grande solo algunos amigos. Tienes que venir, trae a Karen, Miriam se alegrará de verla.
- Muchas gracias, en otra ocasión… que se diviertan.
- Vamos no seas así, hace años que no nos vemos. No nos amaneceremos como de costumbre, mañana es víspera de navidad y ya sabes que el viejo nos quiere a todos al 100, de hecho, vine a recoger el pastel y de aquí me voy directo al lugar.
- Tal vez más tarde, debo llevar a Candy de regreso a la casa.
- ¿para qué vas y bienes? Tus amigos son mis amigos, así que, Candice, eres bienvenida.
- Me temo que no venimos ataviados para la ocasión – dijo Candy con una sonrisa.
- No te preocupes por eso. Con el debido respeto, estas preciosa…Karen debe tener mucho cuidado.
- Solo somos amigos, además Karen y yo ya no estamos juntos – aclaró el rubio.
- Entonces ya está – dijo el pelirrojo
- Está bien, veremos si le da permiso su abuela.
- En serio, ahí los esperamos.
Cuando Eric se retiró, Albert le pregunto: ¿te gustaría ir?
- Yo… no lo sé, no conozco a nadie.
- Me conoces a mi – dijo el rubio con una sonrisa seductora.
- Está bien – contestó Candy dándole nerviosamente un sorbo a su café.
Albert llamó a su madre y le comentó sobre la situación… Eric y él habían sido compañeros de escuela; eran buenos amigos, además de que el pelirrojo era el heredero del clan vecino. Priscila le comentó a Madelaine y al final terminó diciéndole: "Está bien hijo, cuídense y no lleguen muy tarde"
Candy y Albert, pusieron la caja de pastelillos en el maletero de la camioneta y se dirigieron a "La cofradía" un pequeño bar/centro nocturno decorado con arte barroco. El rubio conocía y se llevaba bien con los dueños del lugar y la gran mayoría de los amigos de Eric, quien, desde antes de su llegada, les advirtió que William y Karen ya no estaban juntos para que no hicieran preguntas incomodas.
Candy estaba un poco nerviosa, pero en cuanto saludaron, fueron recibidos con mucha alegría y buena vibra, por lo que pronto se relajó y ambos disfrutaban del buen ambiente. La música era excelente, por lo que el rubio, se puso de pie e invitó a Candy a bailar; mientras se dirigían a la pista Candy se acercó y le dijo al oído: "Albert yo no sé bailar"
- No mientas, en el festival de otoño no paraste en toda la noche – contestó el rubio tomándola de la cintura.
No era la primera vez que bailaban juntos, pero si la primera en la que se sentían completamente libres de tensión y disfrutaban mutuamente de su cercanía, con miradas intensas y sonrisas sinceras. Las horas pasaron y cuando se dieron cuenta, eran las dos de la mañana por lo que se despidieron rápidamente. Al subirse a la camioneta, la rubia comentó con una gran sonrisa: "Estoy cansada, creo que nunca había bailado tanto en mi vida."
- Fue una buena noche - comentó el rubio mirándola perdidamente enamorado del ligero rubor de sus mejillas y de su sonrisa dulce y sensual.
- Si, a decir verdad, no me sentía tan feliz desde…bueno, desde que mi madre se fue.
- Debes extrañarla mucho
- Como no tienes una idea, a veces hay tantas cosas que quisiera decirle…
- Estaban a punto de llegar al castillo que se levantaba imponente en medio de una total obscuridad, cuando Albert miró su reloj y preguntó: ¿Puedes guardar un secreto?
- Por supuesto que sí.
Entonces se desvió del camino internándose en el bosque de enormes pinos cubiertos de nieve. Unos minutos más tarde, se detenían frente a una pequeña cabaña iluminada únicamente con una pequeña luz interior. Ambos entraron y el joven encendió el interruptor que iluminó toda la habitación.
- Es bellísima – dijo la rubia admirando el fino trabajo de madera.
- Mi padre la mandó a construir como una especie de estudio. A veces vengo aquí porque me gusta el silencio y la tranquilidad del bosque.
- ¿Así que aquí fue donde pasaste la noche?
- Shhh - dijo el rubio cruzándole los labios seductoramente con el dedo índice. Luego tomó un par de cobijas gruesas, una lampara de mano una caja de galletas cubiertas de chocolate y preparó un termo de café. Ambos volvieron a la camioneta y Albert condujo hasta lo más alto de una montaña donde las estrellas se veían tan cerca que parecía que se podían alcanzar con una mano.
Después de encender una fogata, el rubio envolvió a Candy en una de las cobijas y ambos se sentaron a contemplar el cielo, hablaban de las distintas constelaciones y su movimiento mientras compartían las galletas y el café en la única taza disponible que era la tapadera del termo.
Exactamente a las tres de la mañana, una estela de luz iluminó el cielo creando un listón de color azul a través el cual resplandecían pequeñas luces doradas como si se tratara de diminutas estrellas…
- Bien, ahí lo tienes... Dicen que las tres de la mañana es la hora de más espiritualidad, en la que los ángeles conducen a las almas buenas al cielo. Si deseas mandar un mensaje a alguien que ya ha cruzado la estela de luz, solo tienes que entregárselo a los ángeles y ellos lo llevaran a su destino.
- ¿En serio? – preguntó Candy emocionada.
- No sé decirte, nunca he estado al otro lado, pero los ancianos dicen que es verdad. ¿Por qué no lo intentas? – contestó con una sonrisa.
- ¿Qué tengo que hacer?
- Cierra los ojos, piensa en ella y háblale con el corazón.
La rubia lo hizo y de pronto, se encontró contándole a su madre todas las cosas que le preocupaban y pidiéndole que la ayudara a seguir adelante. Era la primera vez que podía hablarle desde su partida, pues desde el momento en el que la luz de su mirada se había perdido en el infinito, Candy había sentido la responsabilidad de velar por el bienestar de su padre obligándose a ser fuerte e independiente.
Mientras lo hacía, el rubio inconscientemente sujetaba con fuerza la taza de café, se veía tan hermosa y angelical, que moría de ganas de comérsela a besos, era realmente una tortura no poder decirle cuanto la amaba…
Al final, la rubia sintió una enorme tranquilidad…cuando abrió los ojos, sus pupilas brillaban como las estrellas y abrazó a Albert espontáneamente dándole las gracias. Al separarse, se miraron con intensidad y luego el rubio posó la mirada sobre dulces labios de la chica.
- ¿Pasa algo? – preguntó ella.
- No, solo tienes un poco de chocolate aquí – susurró el rubio limpiándole la comisura de los labios con el pulgar en un movimiento muy íntimo.
- Será mejor que regresemos, está a punto de amanecer – comentó Albert poniéndose de pie y apagando el fuego.
Condujeron en silencio de regreso al castillo, entraron por la parte de atrás para no ser vistos por las cámaras de seguridad, dejaron los pastelillos en la cocina y el rubio la acompaño a su cuarto. En la mente de ambos rondaba la idea de despedirse con un beso, pero al final ninguno de los dos se atrevió y terminaron dándose un beso en la mejilla.
Unos minutos más tarde, los jóvenes se pensaban mutuamente preguntándose si tendrían una oportunidad para estar juntos...
Al día siguiente, una multitud de empleados iban y venían preparándolo todo para la cena de navidad, todos se reunieron en el comedor a la hora del almuerzo, menos Albert a quien nadie había visto en todo el día…
- Otra vez ese muchacho, pero que inquieto – decía Elroy.
- Tía ya lo conoces, Albert ama ser libre – comentó Priscila.
- Rosie, mándale un mensaje diciéndole que más le vale estar a tiempo para la cena – dijo su padre en tono severo.
Faltaban cinco minutos para las ocho de la noche y nadie tenía noticias de él. Era tradición que la familia completa diera la bienvenida a los miembros del clan por lo que William padre iba y venía de un lado para otro como león enjaulado acusando a Priscila de consentir a Albert. Un par de minutos más tarde, el joven apareció ataviado con el kilt de gala y una gran sonrisa…
- ¿Se puede saber dónde has estado? Nos tienes a todos con el alma en un hilo – preguntó Rosemary.
- Recibí tu mensaje, decía que estuviera aquí para la cena y aquí me tienes – contestó el joven eludiendo las explicaciones.
Su padre le dirigió una mirada de reproche, pero no tuvo tiempo de decirle nada pues estaban a punto de abrir las puertas. Candy, estaba parada junto a su abuela vistiendo un hermoso vestido rojo, con el cabello recogido y un maquillaje discreto, que la hacían verse muy hermosa.
Albert volteo y, en el momento en que sus miradas se cruzaron, le sonrió ampliamente mientras le decía "Wow' sin pronunciar sonido. Candy le devolvió la sonrisa, sonrojándose un poco.
La cena transcurrió con normalidad, Albert estaba enfocado en su papel de anfitrión, pero eso no evitaba que observara de reojo a la hermosa rubia quien era el centro de admiración de propios y extraños.
Candy por su parte, compartía con las personas sin perder de vista a su príncipe. La gran mayoría de los jóvenes vestían el kilt de gala, pero ninguno con el porte y la gallardía de Albert.
Al parecer, la noticia de su rompimiento con Karen se había regado como pólvora pues, durante toda la noche, el rubio estuvo rodeado de un sinfín de mujeres que no lo dejaban ni caminar.
- Abuelita ¿todas las mujeres del clan son familia?
- No hija, algunos miembros nacen dentro del clan y otros se integran bajó juramento.
- Con razón – dijo la rubia haciendo una mueca de fastidio.
- ¿Qué pasa hija? ¿por qué preguntas?
- Por nada abuelita, solo era curiosidad.
Durante ese tipo de reuniones era común que, después de la cena, algunos de los miembros del clan tomaran la palabra para agradecer a la familia y refrendar su lealtad y compromiso para con ellos y esa vez no fue la excepción.
Lo que nadie esperaba, era que los miembros del consejo, además de ratificar a William, se pronunciaran prometiendo lealtad y obediencia a Albert como futuro patriarca del clan. Habían quedado tan complacidos en la forma en que el rubio se había desprendido de sí mismo, para ayudar a los demás durante la emergencia, que habían decidido hacer pública su deferencia de inmediato.
William padre, se sintió sumamente orgulloso por la forma en que Albert se había ganado el respeto de todos y no pudo evitar derramar un par de lágrimas de complacencia. El rubio, por su parte agradeció con humildad el respaldo y los invitó a continuar trabajando al lado de su padre ya que de él había aprendido el amor a la familia.
Albert era tan solicitado que no encontraba un momento para conversar con Candy, por lo que solo se limitaba a seguirla con la mirada, deseando golpear a todo aquel que se atrevía a invitarla a bailar. El recordar la sensación de tenerla entre sus brazos lo hacia estremecer deseando sentirla una vez más y al no poder hacerlo, los celos lo carcomían despertando sus instintos primitivos.
Era casi de mañana cuando los últimos invitados se retiraron y William llamó a Albert a su despacho. El joven esperaba una reprimenda por haber llegado tarde, pero en lugar de eso William le entregó las llaves del castillo diciéndole que estaba muy orgulloso de él y confiaba en de que, cuando su tiempo llegara, él cuidaría de la familia.
Mientras tanto, Candy entraba en su habitación y se encontraba con una maceta que contenía hermosas flores color lila con múltiples pistilos al centro en tonalidades verde y amarillo, junto a ella había un elegante estuche de terciopelo rojo con un moño dorado y una tarjeta que decía: "Señorita Candice White." La rubia sin pensarlo dos veces abrió el sobre, contemplo la hermosa ilustración navideña acariciando el relieve con la yema de los dedos y leyó el mensaje escrito a mano con perfecta caligrafía:
"Feliz Navidad querida Candy, que la luz de nuestro Señor te acompañe en este día y para siempre brindándote todo el amor y la felicidad que mereces.
W.A.A"
La rubia emocionada tomó el estuche de terciopelo y, al abrirlo, encontró un delicado brazalete de oro con tres dijes uno en forma de osito, otro en forma de flor y uno más en forma de corazón. La joven sentía que la felicidad no le cabía en el cuerpo, tenía ganas de bailar, de correr y gritar por lo que después de dar varios giros, se dejó caer en la cama con una gran sonrisa atesorando la tarjeta en su pecho. Sentía tanta emoción, que difícilmente podría conciliar el sueño.
Al día siguiente, después de desayunar todos acudieron a misa. Mas tarde, disfrutaron de un hermoso día en familia, abriendo regalos, degustando golosinas y jugando con el pequeño Anthony. Candy estaba feliz, aunque extrañaba mucho a su padre y rezaba porque se encontrara bien.
Por la noche, habían sido invitados a cenar a la casa de los Mackay por lo que Candy subió a su habitación a arreglarse para la ocasión.
- Señorita Candice, ¿puedo pasar? – se escuchaba decir a Darina.
- Darina, ya te dije que me digas solo Candy…
- Si, pero no cuando la señora Elroy va pasando junto a mi – dijo la muchacha con una sonrisa y prosiguió: vine a ayudarte con tu peinado… Candy ¡Que hermosas flores! ¿Dónde las conseguiste?
- Me las regaló un amigo – dijo la rubia con una enorme sonrisa.
- Tu amigo debe quererte mucho.
- ¿Por qué lo dices?
- Esas flores se llaman Heléboro o Rosas de Navidad, florecen durante el invierno en zonas montañosas y son capaces de soportar grandes fríos, pero en esta parte de Escocia, solo se ven en las zonas más altas de las montañas. Tu amigo debió escalar mucho para obtenerlas, jamás las había visto de ese color. Te recomiendo que las pongas en el balcón, les gusta lo fresco.
- ¿Cómo sabes tanto?
- Mi padre es jardinero y tiene un vivero en Londres, se la pasa todo el tiempo diciéndome que vaya a ayudarle, pero yo quiero mucho a la señora Priscila y no quiero dejarla.
En eso llamarón a la puerta y entró Madelaine…
- Candy hija, ¿me acompañas a mi habitación por un momento? – pidió la anciana, por lo que la chica se levantó y caminó junto a ella. Cuando llegaron, Madelaine sacó un cofre y se lo entregó diciendo: "¡Feliz Navidad mi niña!", la rubia lo tomó y al abrirlo, quedó sorprendida al ver las hermosas joyas…
- Abuelita, pero estas son tus joyas. No puedo aceptarlas, sé cuánto significan para ti.
- Por eso mismo mi niña, ¿Quién mejor que tu para tenerlas? Estoy segura de haberte contado en incontables ocasiones la historia de cada una de ellas, las que pertenecieron a mi madre, a la madre de su madre, las que me regalo mi padre y también las que me dio tu abuelo. Todas ellas me han acompañado en los grandes momentos de mi vida y ahora quiero que tú las tengas… Te amo mi niña
- Y yo a ti abuelita – dijo la rubia abrazándola con los ojos cubiertos de lágrimas.
- A ver… veamos, creo que para esta noche estos aretes se te verán preciosos. Pero eso no es todo – dijo la anciana entregándole una maleta.
Candy la abrió y se encontró con una serie de libros bellamente empastados, en los que se leía "Mi diario," la rubia leyó la primera página de uno de ellos y dijo: son…
- Si mi niña, los diarios de tu madre. Escribía todas las noches sin falta, comienzan cuando era una adolescente como tú y terminan apenas unos días antes de su partida. Creo que no hay nada mejor que describa el enorme amor que tus padres se tenían y lo mucho que te amaron desde el momento en que supieron que venias en camino. Sé que tu padre no está en un buen momento por ahora, pero que no te quede duda de que la belleza de tu alma y tu alegría natural son producto de un amor muy grande.
- Gracias abuelita – dijo la rubia rompiendo nuevamente en llanto.
- De nada mi niña, eres lo más hermoso de nuestras vidas – le dijo la anciana fundiéndose en un abrazo y lloraron juntas.
Candy volvió a su habitación a intentar maquillar el desastre en el que se había convertido su cara. Mientras tanto, Albert estaba listo y esperaba a los demás observando el atardecer a través de un enorme ventanal con un vaso triple de whisky con el que intentaba mitigar el mar de dudas que lo sofocaba. Estaba seguro de que amaba a Candy como nunca lo había hecho, su sola presencia lo hacía sentirse feliz y deseaba con todas sus fuerzas estar a su lado, pero era su maestro y ella una menor. Aunque pudieran estar juntos, no deseaba robarle la posibilidad de vivir las cosas de acuerdo con su edad, le gustara o no, era once años mayor que ella y tenían vidas muy distintas.
En ese momento se acercó Priscila y se paró junto a él sin que se diera cuenta.
- Hermoso ¿no es así? – comentó para hacerse notar.
El rubio, la miró y sonrió diciéndole: Como siempre te ves hermosa mamá.
- Hijo ¿está todo bien? – preguntó Priscila sin preámbulos.
- Si, ¿Por qué lo preguntas?
- Por la tormenta en tu mirada.
- Estoy un poco cansado, eso es todo.
- Solo será está noche, a partir de mañana podrás descansar – dijo la madre tomando con suavidad el vaso de whisky de la mano del rubio y dejándolo en una mesa cercana. Luego se acercó nuevamente mirándolo a los ojos y le dijo: Sabes que puedes decirme lo que sea ¿verdad? El rubio asintió justo cuando entraban Rosemary, Vincent y su padre, por lo que se prepararon para salir. La cena en casa de los Mackay fue muy agradable, ambos clanes eran vecinos y aliados de toda la vida por lo que tenían muchas cosas en común.
Después del día en que salieron juntos, Albert había sido amable y cariñoso con Candy, como lo era con Rosemary, jugaban y conversaban en familia, por lo que muy a su pesar, la rubia se había hecho a la idea de que solo la veía como a una hermanita.
A día siguiente, Rosemary, Vincent y el pequeño Anthony se despidieron pues viajarían a Londres para pasar el año nuevo con la familia Brown. La abuela de Candy también lo hizo, pues no podía abandonar el albergue por tanto tiempo y por supuesto, Albert desapareció como el viento.
Aún faltaban casi dos semanas para regresar al colegio y Candy adoptó una nueva rutina. Desayunaba, ayudaba en lo que podía, acompañaba a Priscila y a la señora Elroy en sus actividades y por la tarde salía a pasear por los alrededores. Había encontrado un enorme árbol desde donde podía admirar los increíbles paisajes de las tierras altas; cada tarde se sentaba en una de sus fuertes ramas a leer los diarios de su madre que eran para ella una gran fuente de consuelo.
Un día al caer la tarde, la joven guardó el encuadernado en una pequeña mochila que se puso al hombro y comenzó a descender. En cuanto sus pies tocaron el suelo, sintió un fuerte roce que la hizo caer sobre la nieve. Desorientada comenzó a ponerse de pie mientras veía que alguien corría hacia ella, era Albert quien había bajado esquiando a toda velocidad y al pasar cerca del árbol la había golpeado sin querer. El rubio, al sentir el golpe, cambio de inmediato la dirección de los esquíes frenando de manera espectacular, luego utilizó los bastones para deshacerse de los patines y corrió para ver qué había sucedido. Al darse cuenta de que era Candy quien se ponía de pie, la abrazó contra su pecho mientras le decía…
- Candy, mi amor, ¿te encuentras bien? Lo lamento, nunca esperé que…
- ¿Cómo me llamaste? – lo interrumpió la joven.
- Candy… – contestó Albert con cautela al darse cuenta de su error.
- Y ¿después de eso?
En un parpadeo, el rubio supo que tendría que tomar una decisión: podía inventar algo para salir del paso o descubrir por fin sus sentimientos. Entonces, se apartó un poco para mirarla a los ojos y le dijo con voz suave: "mi amor"
- ¿por qué?
Albert suspiró, definitivamente la rubia no se la iba a poner fácil, por lo que se armó de valor y finalmente admitió: porque es cierto, estoy enamorado de ti… sé que no debería, pero desde que te vi por primera vez en aquel avión, no he podido apartarte de mis pensamientos. Me gustas, me gustas mucho, cada vez que te miro siento algo que no había sentido jamás…
El rubio sabía que no había marcha atrás, por lo que le acarició tiernamente la mejilla y continuo con un susurro: Daria mi vida por poder ser el dueño de tus sonrisas y perderme en esa mirada tuya que me tiene hechizado – al tiempo que acortaba la distancia besándola con ternura y fervor.
El corazón de Candy latía a mil por hora, aquella caricia lenta y sublime la hizo sentir el inmenso amor que el rubio llevaba tanto tiempo tratando de contener y su cuerpo reaccionó ante aquella energía tan intensa que dominaba sus sentidos. La rubia, había tenido un par de novios en la secundaria, pero los besos que le habían dado eran nada comparados con las caricias de aquel hombre tan varonil y sensual. No eran besos abusivos, por el contrario, estaban cargados de ternura y devoción. Albert, por fin se había decidido a entregarle el corazón sin reservas…
Continuara…
Hola,
Como siempre espero que les haya gustado el capitulo, disculpen por la tardanza he estado envuelta en algunos proyectos, además de que este capitulo resultó ser kilometrico. Ya se que no debo de ser tan rollera pero esta historia hay que contarla con calma, Candy es una jovencita y necesita ser tratada con cariño.
Cuidense mucho, les mando un abrazo y mis mejores deseos.
Laura Ardlay!
