Los personajes de Candy Candy no me pertenecen.

Capítulo 11

Cuando la clase terminó y Candy entregó su examen, el rubio la miró con la misma indiferencia que a las demás, lo que hirió a la joven pues Albert siempre había sido muy cariñoso. En Escocia, el rubio no paraba de demostrarle su amor, con tiernas caricias, miradas cálidas y un sinfín de detalles; ahora, no solo ya no eran novios, sino que Evil Ardlay, había vuelto a aparecer…

Mientras regresaban a los dormitorios, Candy sentía tanta tristeza que las lágrimas amenazaban con derramarse sin control por sus mejillas. La joven entendía los motivos de Albert, pues lo habían platicado y ambos habían acordado esperar un poco por el bien de su relación, pero nunca imagino que le dolería tanto su indiferencia.

- Candy ¿te encuentras bien? – preguntó Patty

- Claro, solo un poco cansada.

- Tienes razón, solo al profesor Ardlay se le ocurre regresar de vacaciones con un examen sorpresa.

- Si, pero regresó más guapo que nunca – comentó Annie

- Annie, tienes corazón de condominio ¿pues no que estabas tan enamorada de Archivald? – dijo Eliza.

- Amo a Archie, pero su tío es como su versión madura, más varonil y sexy – comentó Annie mientras se dirigían a los casilleros a dejar los libros para después ir al comedor.

El rubio, por su parte entraba a su oficina apesadumbrado pues había visto el desencanto en la mirada de Candy y temía que, tal vez, el incipiente amor que compartían no fuera lo suficientemente fuerte para superar la prueba que tenían enfrente. Él mismo había sufrido los estragos de tener que enclaustrar sus sentimientos y podía imaginarse lo que significaba para una joven de diecisiete años hacer lo mismo. Va a ser complicado, pero tengo que encontrar la forma de estar a su lado sin estarlo. Por ahora, las cosas no están a nuestro favor, pero mi corazón alberga un amor sincero, deseo cuidarla, protegerla y hacerla feliz. Hubiera sido más fácil si no fuera su maestro, pero tendré paciencia y haré lo mejor que pueda para demostrarle a ella y a todos que mis intenciones son honorables…solo espero que me pueda comprender – se dijo mientras se preparaba para calificar un montón de exámenes que tenía frente a él.

Más tarde, en el dormitorio de Candy, las cuatro amigas se ponían al corriente de lo ocurrido durante las vacaciones. Paty les regalo unos preciosos vestidos, el de Candy era tinto con una línea de pequeñas flores doradas bordadas en el tradicional cuello alto japones y cruzaban por su vientre para decorar hermosamente la minifalda recta. El de Eliza también era recto, pero mucho más atrevido pues la blusa era cruzada, creando un perfecto cuello en "V" con un ceñidor grueso en la cintura y la falda tenía dos aperturas a los lados. El de Annie era negro con una línea de flores blancas… Todas estaban entusiasmadas midiéndose las prendas y platicando de sus experiencias, lo que distrajo a Candy de su tristeza.

Eliza, con un bronceado perfecto, les contaba de las maravillas del caribe mexicano y les regalaba trajes de baño al último grito de la moda. Annie platicaba de su novio suizo y por supuesto, llevaba deliciosos chocolates. La rubia, por su parte, les había llevado elegantes short faldas hechas de tartán…

- Candy, tu no nos has dicho nada…cuéntanos ¿Cómo te fue en Escocia con los Ardlay?

- Debió de ser estresante estar con esa familia, imagínate: La señora Elroy, la maestra Kleiss, el profesor Ardlay, y su papá juntos, ¡Que impresión! – decía Patty.

- En realidad no, son gente muy amable y sencilla. Me divertí mucho…

- Ay amiga, estás con nosotras, no tienes que mentir – dijo Eliza entre risas.

- Es verdad, todos son muy amables, incluso la señora Elroy es muy diferente fuera de la escuela.

- ¿y el profesor? ¿no me digas que se la pasó con su cara de piedra todo el tiempo?

- Pues, no estuvo mucho con nosotros, pero cuando lo hizo, fue agradable y gentil. Todos en Escocia lo quieren mucho.

- Candy, ¿te sientes bien? Creo que cansancio te está afectando… ¿estamos hablando del mismo William Ardlay? – preguntó Patty entre risas

- Pues claro, estaba con su familia; tiene que comportarse diferente; a ti te conviene porque si te casas con Stear va a ser tu tío político así que mejor no digas nada – comentó Eliza

- ¿es cierto que él y la maestra Kleiss terminaron? – preguntó Annie

- No lo sé – contestó la rubia un poco nerviosa.

- ¿Cómo no vas a saber? Eso se nota…

- Es que la maestra Kleiss no fue con él.

- Entonces a lo mejor sí, ¡está es tu oportunidad! – dijo Eliza con un guiño.

- ¿Se te olvida que es maestro de la escuela? Ese tipo de relaciones están prohibidas – intervino Annie.

- ¿Se imaginan? ¡Que emocionante! Un amor secreto – dijo Eliza en forma teatral.

- Que podría terminar en tragedia – comentó Patty.

Candy guardaba silencio para no cometer ninguna indiscreción… justo en ese momento, sonaron las campanadas que anunciaban la hora en que las luces debían ser apagadas por lo que la rubia suspiró aliviada y se despidió de sus amigas… si ellas supieran - pensó

Al día siguiente la clase de William era por la mañana y llegó directo a lo que iba; mal saludó y ya estaba dando instrucciones.

Mientras lo hacía, Candy lo observaba detenidamente… vestía un traje sastre azul marino impecable. Para escribir con comodidad en el pizarrón, se había quitado el saco mostrando el chaleco que se ajustaba a la perfección a la estrecha cintura evidenciando sus amplios pectorales. Las mangas de la fina camisa blanca se cerraban sobre las muñecas con un par de elegantes mancuernillas cuadradas hechas de platino y zafiros. Además de su atuendo, la rubia observó sus manos con dedos largos y delgados que parecían obra del mismísimo Miguel Ángel y ni qué decir de sus rasgos perfectos, sus labios carnosos y sensuales y aquellos hermosos ojos azules enmarcados por largas y gruesas pestañas; simplemente divino. Su presencia era extraordinaria denotaba autoridad, liderazgo y control, alguien muy distinto del joven que trabajaba incansablemente removiendo la nieve, del que cocinaba para ella y la llevaba de paseo a los lugares más hermosos que había visto en su vida… aquel de los detalles, la mirada cálida y los besos apasionados.

- Señorita White ¿me escucha? – preguntó el rubio al tiempo que Eliza le picaba las costillas con el lápiz a Candy para que reaccionara… Sin querer, su mente y su corazón habían regresado a Escocia, a los hermosos atardeceres y a sus cálidos brazos.

- ¿eh? ¿qué? – respondió la joven visiblemente sorprendida.

- ¿le importaría compartir con la clase la razón de su distracción? – preguntó William

- Oh, yo… lo siento – contestó la rubia sonrojándose hasta la coronilla.

- Puede salir o puede regalarnos el favor de su atención – amenazó el rubio.

- Que pases al pizarrón – le susurró Eliza.

La rubia se levantó y caminó con temor pues no había escuchado ni una palabra de lo que había explicado el rubio.

William, dio por hecho que la joven no sabía cómo resolver la ecuación que tenía enfrente, por lo que, sin dejar su tono imperativo, comenzó a hacerle preguntas sobre las reglas básicas de algebra. Conforme la rubia contestaba, William escribía delante de ella los pasos para encontrar la solución. Sus compañeras de clase se miraban unas a otras compadeciendo a la joven por ser víctima del exigente e impasible profesor.

El rubio había notado la distracción de Candy; el tema de la clase era importante ya que era el preámbulo de los siguientes tres capítulos por lo que decidió llamarla al pizarrón para explicarle nuevamente el proceso asegurándose de que lo entendiera y no tuviera problemas más adelante. Contrario a lo que todas pensaban, el suplicio no era para la rubia sino para él; pues percibir su delicado aroma y tenerla a un par de pasos de distancia sin poder abrazarla era algo que le cortaba la respiración y le oprimía el alma. Cuando terminaron de resolver el ejercicio, sus miradas se encontraron por un momento y el rubio contrajo fuertemente el corazón para que no lo traicionara. Aunque por dentro sentía que estaba a punto de explotar, no hubo nada, ni un parpadeo

Faltando cinco minutos para el final del periodo, William comenzó a repartir los exámenes del día anterior. Candy recibió el suyo con un noventa escrito con marcador azul en la parte superior derecha de la hoja; nada mal pensaba cuando, de repente, su corazón dio un vuelco de alegría al descubrir un pequeño osito dibujado a lápiz junto a la elegante caligrafía del rubio. La joven miró de inmediato los dijes en su pulsera y volteó en dirección al rubio observando un fugaz destello de luz en aquella cautivadora mirada celeste.

Candy abandonó el salón junto con sus amigas, quienes se quejaban abiertamente de la forma en que el rubio la había evidenciado, pero ella estaba rebosante de felicidad…

- Definitivamente perdió el juicio – decía Eliza entre risas mientras entraban al comedor.

Unos minutos más tarde, William se reunía con Terry y Susana en su acostumbrada mesa. El castaño como siempre, lo saludó con una amplia sonrisa, pero Susana se limitó a asentir. William y Terry platicaban amenamente cuando escucharon una voz femenina preguntando ¿me puedo sentar? William, miró a una bella mujer alta delgada, con una larga y ondulada cabellera pelirroja, ojos verdes y unas simpáticas pecas en la nariz, que de inmediato lo hicieron pensar en Candy. El joven hizo un ademán con la mano, al tiempo que decía: adelante por favor…

- Creo que no nos han presentado, soy Andrea McCain la nueva profesora de sociología.

- Mucho gustó Andrea, Terruce Granchester, inglés y literatura, Susana Marlow Artes dramáticas y…

- William Albert Ardlay – concluyó la joven.

- ¿Nos conocemos? – preguntó el rubio.

-Tal vez no me recuerdas, pero estuvimos juntos un año en el colegio durante la secundaria; luego te fuiste a cursar el bachillerato.

- Lo lamento, a veces tengo mala memoria – se disculpó el rubio con una sonrisa de esas que hacían desfallecer.

- No te preocupes, en ese tiempo lucía diferente – contestó la joven tomando un sorbo de agua.

La llegada de Andrea incluyó a Susana en la conversación, pero la rubia jamás le dirigía la palabra a William directamente. Él lo notó y supuso de inmediato que era por Karen, por lo que decidió ignorar la situación pues su relación con la trigueña era solo entre ellos dos y no toleraría intromisiones.

A la siguiente semana, Candy encontró un pequeño ramo de flores dibujado en la hoja de la tarea que esta vez tenía una hoja en blanco engrapada detrás y solo tenía escrito en la parte de arriba: "ponla junto al calor." La rubia se despidió de sus amigas tan pronto como pudo y fue corriendo a su habitación donde quitó la pantalla de la lampara de su mesita de noche y acercó la hoja de papel al foco; como por arte de magia la perfecta caligrafía del rubio comenzó a aparecer hasta que la rubia pudo leer:

"Querida Candy:

La semana pasada regresé a Inverness por negocios, la señora Darcy y los demás te mandan saludos. Ojalá pronto podamos regresar juntos, como siempre los paisajes son muy hermosos, pero nunca como cuando tú los iluminas con la luz de tu mirada.

A.A."

PD: Toma la llave que está pegada debajo de tu escritorio, abre el casillero 7

La rubia salió corriendo entusiasmada y regresó al salón a buscar la llave. Como las clases del día habían terminado, el área de los casilleros estaba desierta por lo que la joven pudo acercarse al número 7 que estaba muy lejos del que a ella le correspondía. Al abrirlo, encontró una pequeña caja con un pastelillo de fresas con chocolate blanco de Mrs. Darcy. La joven estaba feliz y quiso darle las gracias, pero no tenía papel o pluma para escribir, miró a su alrededor y no había nada, solo la larga hilera de casilleros de fina madera. Al mirar por la ventana, vio una camelia llena de hermosas flores rojas, por lo que se apresuró a salir, cortó la más bonita y regresó a dejarla como muestra de agradecimiento no sin antes depositar un beso en los delicados pétalos.

Junto al pastelillo, la rubia encontró una pequeña tarjeta en blanco que, al ponerla junto al calor, reveló su mensaje que decía: "Te escribiré pronto"

Mas tarde, el rubio fue a revisar el casillero y encontró la camelia, la tomó con una sonrisa y se la llevó a su oficina donde la puso en un vaso con agua y la colocó en su escritorio. Era solo una pequeña flor, pero para él era como un magnífico tesoro.

William mantenía su imparcialidad e integridad en el colegio, el único vestigio de su amor por la rubia eran los pequeños detalles que dibujaba para ella cada semana y las cartas del casillero siempre acompañadas de un dulce detalle. Algunas de ellas, las escribía durante sus viajes de negocios describiéndole hermosos lugares, haciéndole saber que siempre estaba en sus pensamientos y alentándola a mantener siempre su actitud positiva.

Candy usando la misma tinta que Albert, le contestaba todo el tiempo contándole hasta el más mínimo detalle de su vida; a veces, hasta tenía la sensación de que las cosas no terminaban de suceder si no se las contaba. Toda su felicidad dependía de los pequeños trazos en la hoja de tarea y las cartas del casillero. Mientras los días pasaban, la relación de los rubios se volvió compleja, ya que en persona eran como dos desconocidos y en sus cartas estaban más cerca que nunca. En ellas, no eran novios, ni amantes eran simplemente dos jóvenes que amaban compartir su día a día creando un fuerte vínculo amor, amistad y complicidad

El primer día de salida llegó y la rubia no había hecho planes pensando que quizás Albert mandaría a buscarla. Todas sus amigas habían salido muy temprano para aprovechar el día y ella continuaba esperando con la esperanza a flor de piel. El rubio no le había dicho que iría, pero ella tenía muchas ganas de verlo y pensó que, tal vez, él querría hacer lo mismo.

Albert por su parte, agonizaba debatiéndose entre sí ir a buscarla o no; deseaba con todas su fuerzas poder abrazarla, besarla y decirle miles de veces cuanto la amaba, pero sabía que, si los descubrían, sería algo que acabaría por completo con la posibilidad de un futuro juntos. Por otro lado, podría enviar a un mensajero a recogerla y reunirse con ella en un lugar privado, pero sería el equivalente de convertirla en su amante y la rubia no merecía un lugar en las sombras, al contrario, él deseaba ofrecerle el mundo entero…

- Buenos días, tía ¿cómo amaneció? - Saludaba el rubio al teléfono.

- Bien William, gracias. Tu mamá y yo salimos a desayunar, vamos de regreso a la casa.

- Que bien… Tía, me preguntaba ¿cómo va el asunto de las entrevistas para elegir a mi reemplazo?

- No muy bien hijo, hemos entrevistado a algunos candidatos y ninguno tiene la experiencia que se requiere. Publicaremos una vez más la vacante para ver si alguien más aplica para el puesto. Va a ser difícil encontrar a alguien con el año escolar tan avanzado…

- Entiendo, gracias.

- Tu mamá pregunta si vas a ir a la casa más tarde.

- Tal vez para la cena, hasta luego.

- Ese muchacho, jamás lo había visto tan inconforme de trabajar en el colegio. Hasta llegué a pensar que le gustaba – comentaba Elroy con Priscila quien solo asentía pensativa.

Después de un rato de ir y venir como león enjaulado en la sala de su casa, William decidió que tenía que salir a hacer algo o se volvería loco, no tenía trabajo pues había notificado que tomaría el día desde que la señora Elroy le había dicho que podía dejar el colegio y la verdad, no estaba de ánimo para proyecciones y estados financieros.

Al rubio le gustaba mucho cultivarse a través de la lectura, por lo que decidió ir a la librería a buscar algo interesante, quizás comprarse un café y algún postre. Mientras conducía, su corazón enamorado no resistió y sin pensarlo dos veces dio la vuelta en "U" para dirigirse al colegio, estaba consciente de que era una locura, pero necesitaba hablar con ella, aunque fueran solo por unos minutos. No tenía ni idea de que haría o que diría para que lo dejaran verla, solo seguía los impulsos de su corazón que golpeaba tan fuerte, que lo hacía sentir desesperación y un dolor casi físico.

Diez minutos más tarde, Candy recibía una llamada en su dormitorio…

- ¿Señorita White? Un joven la espera en la entrada.

- ¡Era él, tenía que ser él! – se dijo feliz tomando su bolso y saliendo rápidamente con una gran sonrisa.

- William se acercaba al corredor principal del colegio cuando la miró a lo lejos caminar con su elegancia natural, se veía simplemente divina, con las ondas de su cabello flotando tras las caricias del viento, la mirada radiante y una hermosa sonrisa…no había nadie en el mundo como ella; vestía un sencillo vestido rojo que acentuaba su cintura y cuya amplia falda se movía con libertad al nivel de sus rodillas. Desde que la había visto por primera vez, el rubio jamás había podido evitar deleitarse con su belleza, simplemente la adoraba…

Comenzó a caminar decidido hacia ella, pero antes de que pudiera hablarle vio que James la esperaba con un ramo de narcisos y la saludaba con un beso en la mejilla…

- Hola bonita, sé que no quedamos en nada, pero decidí probar suerte y ver si te encontraba.

- Hola James – decía la rubia tratando de disimular su desencanto.

- Por lo que veo, no es a mí a quien esperabas ¿acaso pensaste que era tu amor imposible?

- Bueno, yo…

- Siento decepcionarte… es un poco tarde, si esperas más te quedarás todo el día encerrada ¿Qué dices si vamos a comer y después a tomar un helado? Conozco un lugar donde los hacen buenísimos, te van a encantar.

- La rubia se sintió comprometida y aceptó mientras James le ofrecía el brazo para que caminaran juntos.

Albert, se detuvo en seco y regresó los pasos por donde venía, estaba que no lo calentaba ni el sol, sentía celos, rabia e impotencia de no poder hacer nada para impedir que James cortejara al amor de su vida. Definitivamente el día no podía ir peor…

Sintiéndose abatido, regresó al estacionamiento y cuando estaba a punto de abordar su camioneta, escuchó que alguien lo llamaba…

- William, que sorpresa no pensé encontrarte aquí en sábado – decía Andrea acercándose a él

- Vine a terminar unos pendientes ¿y tú?

- No había tenido la oportunidad de actualizar las calificaciones de los módulos anteriores así que decidí venir a quitarme el pendiente de una vez por todas.

- Me alegro – contestó el joven abriendo la puerta de su automóvil en un intento por despedirse.

- ¿sabes dónde hay un restaurante por aquí cerca? Aún no termino, pero me muero de hambre y como es día de salida la cocina está cerrada – preguntó Andrea.

- Galvin La Chapelle está no muy lejos de aquí, te encantará si te gusta la comida francesa.

- ¿tienes tiempo? ¿Te importaría acompañarme? No me gusta comer sola.

- Claro ¿Por qué no? Sube vamos en mi auto y te traeré de regreso – dijo el rubio convencido de que conversar con Andrea era mejor plan que regresar a su casa a relamer sus heridas.

- Mientras conducía el rubio conversaba casual… y bien ¿Qué te ha parecido el colegio?

- Es estupendo, las instalaciones son increíbles y la calidad de la educación excelente. Aunque al parecer la profesora anterior salió un poco de prisa, pues sus notas y los grados están inconclusos… Lo lamento, no debí decir eso, sé que…

- No te preocupes, no me molesta que seas sincera. Además, Karen y yo ya no estamos juntos…

- Lo siento mucho.

- No tienes por qué, son cosas que pasan.

- Tienes razón, ese también es mi caso… yo estaba comprometida con mi novio de tres años, pero un par de meses antes de la boda, decidimos que éramos totalmente incompatibles y la cancelamos aun cuando ya todo estaba pagado. Al parecer, en este momento se la está pasando de maravilla en el viaje que sería nuestra luna de miel – dijo Andrea con los ojos humedecidos.

- Si es así, no creo que merezca tus lágrimas – comentó el rubio mientras se detenía frente al restaurante donde el valet parking le recibía las llaves y le daba la bienvenida.

Mientras tanto en otro lado de la ciudad, Candy y James llegaban a un bello restaurante junto al rio Támesis y después de ordenar un par de bebidas James inició la conversación:

- Dime bonita, ¿entonces lograste convencer a tu amor imposible?

- Algo así – contestó la rubia sin intentar dar más detalles.

- Por lo que veo, no te quiere de la misma forma como tú lo quieres a él, te dejó plantada.

- No, es que no quedamos en nada… es complicado – lo defendió la rubia.

- Tiene que ser, si no, no sería un imposible ¿verdad?

Candy asintió y James continuo:

- Como te dije, soy tu amigo y te apoyo, pero ten cuidado, no vayas a aceptar algo deshonesto. Una jovencita como tu merece ser tratada con respeto.

- Lo sé – no te preocupes, no es el caso.

Ambos rubios conversaban con sus interlocutores, tratando de evitar sentir el dolor de la desilusión. Candy realmente no se sentía de ánimo para comer helado, por lo que le pidió a James que la llevara de regreso al colegio y por casualidad, ambas parejas se encontraron en el estacionamiento…

- Albert, que gusto saludarte, no esperaba encontrarte aquí – dijo James en tono jovial.

- ¿Que tal James? Te presento a la señorita Andrea McCain, se acaba de integrar al plantel… señorita White – la saludó el rubio con seriedad y luego se dirigió su acompañante diciendo, Andrea te presentó a James Stuart, un amigo de la familia.

- Mucho gusto James… Candy te ves muy bien, ambos hacen una bonita pareja, pero ¿por qué regresan tan temprano? Deberían aprovechar el tiempo – comentó Andrea haciendo que el rubio tensara la mandíbula.

- Es lo que le digo – dijo James mirando a la rubia con intensidad.

- Tal vez en otra ocasión – contestó Candy.

Los cuatro continuaron con una conversación trivial y aunque los rubios trataron de disimular, el ambiente se tornó denso por lo que William decidió alejarse.

- Bueno me despido, con permiso – dijo mirando a James y a Candy con seriedad. Andrea se acercó y se despidió de él con un beso en la mejilla, dándole las gracias por la tarde tan agradable y él regresó a la camioneta evitando la mirada de Candy.

La rubia también se despidió y mientras caminaba de regreso a su habitación no pudo evitar que las lágrimas brotaran de sus ojos: Que tonta había sido, al pensar que querría verla, cuando él se divertía con la profesora McCain. William por su parte conducía molesto, sabía que no tenía derecho a celarla, pero le dolía que ella le hubiera aceptado la invitación a James…

El domingo, el rubio trató de mantenerse ocupado, revisando algunos contratos que tenía pendientes y por la tarde, recibió una inusual llamada de Terry…

- Hola William ¿estás ocupado?

- Que tal Terry, no solo trabajando un poco.

- Que aburrido ¿Qué tal si vamos por unos tragos? Susana va a salir tarde del teatro.

- Como quieras ¿Dónde nos vemos?

- ¿Que tal The George Inn en una hora?

- Hecho.

Mas tarde…

- Amigo, nos vemos casi todos los días y siento que te extraño ¿no estaré enamorado de ti? – bromeo Terry.

- Tal vez, pero de una vez te dijo que no es buena idea… la verdad, no eres mi tipo – contestó William siguiendo la broma.

- ¿De verdad no te gusto ni tantito? – preguntó el castaño haciéndose el ofendido.

- En lo más mínimo.

- Eres cruel e insensible – lo acusó Terry en forma teatral y continuo: No, ya en serio, en verdad parece que no hemos hablado en una eternidad.

- Al parecer Susy y tu están muy ocupados.

- Lo sé y me disculpo. Voy a ser sincero…tu conoces a las mujeres, y pues lo de Karen…

- No te preocupes, lo entiendo, aunque la verdad la opinión de Susana o cualquier otra persona no es algo que me quite el sueño, una relación es de dos y solo a nosotros nos incumben las razones por las que terminamos.

- Totalmente de acuerdo. Tú y yo somos amigos y respeto tu decisión.

- Gracias, en verdad lo aprecio.

- Dime ¿Dónde andas? Supe que vendiste la residencia.

- Si, todo fue muy rápido, salió al mercado y en menos de una semana, ya teníamos múltiples ofertas, el comprador pagó más del doble del precio de venta y de contado.

- Wow, sí que tienes ojo para los negocios, pero ¿Cómo le hiciste para mudarte tan rápido?

- Fácil, solo saque mi ropa y artículos personales.

- ¿No te quedaste con nada?

- No, todo fue diseñado y fabricado especialmente para la casa. Además, quiero comenzar de cero por lo que no había razón para conservar ninguna de esas cosas.

- ¿Así ya de plano borraste a Karen del mapa? estuvieron muchos años juntos.

- No es que la haya borrado del mapa, es solo que estoy convencido de que nuestros caminos ahora son distintos. Antes pensaba que podíamos estar juntos, pero nuestra última discusión fue un parteaguas y descubrí que estábamos mucho más distantes de lo que pude haber imaginado.

- ¿Dejaste de quererla, así como así?

- Por supuesto que no, la aprecio, pero definitivamente no tenemos los mismos valores y no puedo darle lo que ella desea.

- Bueno, pues tú sabes mejor que nadie como están las cosas.

- Mejor cambiemos de tema… ¿Cómo te fue en la pedida de mano?

- Todo salió perfecto gracias a ti. Nos casaremos el próximo verano, Susy ya me trae loco con los preparativos y eso que solo quiere una boda pequeña.

- Me imagino – contestó el rubio sonriendo.

Los dos pasaron un rato agradable hablando de todo como siempre. Terry al principio no sabía que hacer pues Susana estaba claramente enojada con William y se sentía entre la espada y la pared, pero decidió que era ilógico que la rubia estuviera molesta por algo que no era de su incumbencia así que no iba a seguirle más el juego.

A la siguiente semana, William impartió sus clases con normalidad, pero esta vez no hubo intercambio de cartas ni detalles entre los rubios. Albert, había intentado escribir, pero simplemente no sabía que decir, no quería mentir aparentando que no le había molestado ver a Candy con James y tampoco podía reclamarle, pues sabía perfectamente que no tenía ningún derecho a hacerlo. Sin lugar a duda los dos se extrañaban mucho, pero los celos y la inseguridad eran algo a lo que no se habían enfrentado y no sabían cómo reaccionar pues entre ellos existía una relación de hecho, pero no por derecho.

Sin proponérselo, Candy comenzó a poner más atención a la presencia de Andrea quien, de una u otra forma, siempre se encontraba cerca a William y al rubio no parecía desagradarle…Los primeros días, el orgullo herido le daba coraje y fortaleza a la joven, pero conforme la semana fue avanzando, el sentimiento se convirtió en una profunda añoranza, por lo que, a falta de nuevas misivas, la rubia leía y releía las anteriores. En una ocasión Eliza entró muy emocionada sin tocar a la puerta y alcanzó a ver como la caligrafía de una de las hojas desaparecía lentamente…

- Candy, ¡No lo vas a creer! ¿Qué es eso? ¿Una carta? ¿Como le haces para que desaparezca la escritura?

- Está escrita con limón, cuando se seca desaparece, pero si la acercas al calor vuelve a aparecer.

- Una carta secreta ¡Que emoción! ¿Quién es el galán? ¿lo conozco?

Candy dudó en contarle su secreto, pero se sentía vulnerable y necesitaba una amiga con quien desahogarse por lo que puso el papel nuevamente junto a la lampara y se la entregó:

Querida Candy:

Recorrer las calles de Roma es sin duda una invitación a recordarte. La ciudad es una obra de arte en sí misma, no dejo de sorprenderme con sus monumentos antiguos e impresionantes construcciones que contienen numerosos tesoros escondidos en pequeños detalles reservados solo para quienes observan con atención. Como me gustaría que estuvieras aquí para que los descubriéramos juntos, estoy seguro de que sin duda encontrarías muchos más que yo pues siempre encuentras la belleza en todo. A veces pienso que son tus ojos los que le añaden el encanto a las cosas mirándolas con el esplendor de tu alma.

Con cariño,

A.A.

- Wow amiga, es increíble ¿Quién es A.A.? ¿lo conozco?

- Sin duda lo has visto, pero no creo que lo conozcas. Al menos no de esta forma…

- A.A… no me suena

- Ardlay es el apellido.

- Espera, pero solo hay otro Ard… ¡No! ¿Es el profesor?

- Shhh

- Amiga lo lograste, te dije que sentía algo por ti. Wow, jamás lo hubiera imaginado ¿son novios?

- No, pero me dijo que me quiere y que en cuanto deje de dar clases en el instituto y yo cumpla la mayoría de edad, hablará con mi padre para que lo seamos.

- Felicidades, estoy super emocionada por ti – dijo la pelirroja abrazándola con una gran sonrisa. Tienes que contarme todo… o no, tal vez quieras conservar los detalles, pero dime ¿te beso?

- Si – contestó la rubia cubriéndose con ambas manos el rostro multicolor.

- Debes estar feliz… ahhh, ahora entiendo por qué te traías los limones del comedor. Cartas secretas… todo parece sacado de una novela romántica. En estos tiempos, los chicos apenas si envían un par de palabras por el celular, sin duda es un hombre muy romántico y apasionado.

- Si, pero al parecer la profesora McCain está muy interesada en él y ella no le es indiferente.

- ¿Por qué lo dices?

Después de que la rubia le contara entre sollozos lo ocurrido durante el fin de semana, Eliza comentó: Amiga tienes razón para estar molesta, él también debe estarlo pues te vio con James, pero no te preocupes, si fue capaz de terminar con su relación de varios años por ti, es porque realmente le interesas.

- No terminó con la maestra Kleiss por mí, me dijo que ya tenían varios problemas.

- Pues como sea, no le vas a dejar el terreno libre a esa resbalosa…cuando te vuelva a hablar no te hagas tanto del rogar o se va a enfadar, a un hombre como él deben sobrarle oportunidades…

- Tienes razón, pero por favor, no le vayas a contar a nadie, como puedes ver en la carta, simplemente somos amigos.

- No te preocupes, puedes confiar en mí.

- Bueno, pero tu entraste muy emocionada ¿Qué es lo que querías decirme?

- Brian me ha invitado a conocer a su familia – iremos el próximo día de salida.

- Wow, parece que va en serio.

- Es un sol, y besa…. Mmm de lo más delicioso. Quién iba a decir que las dos encontraríamos a esos galanes tan, pero tan, guapos.

- A propósito, que has sabido de tu papá

- Me ha llamado dos o tres veces, la primera fue cuando nació mi hermanito ¿quieres conocerlo? Me envió una fotografía.

La rubia le mostró la imagen en el celular y Eliza comento: que lindo, esta tan pequeño, pero tiene muchísimo cabello negro. Es raro, tu padre tu abuela y tu son rubios, y de nuestro lado corren más los tonos rojo y café, pero los bebés cambian, ya veremos a quien se parece cuando esté más grandecito.

- La última vez que hablamos, mi papá me dijo que al parecer estaba un poco enfermo, no sabían de qué, pero le iban a practicar unos análisis.

- Ojalá que este bien… bueno me voy antes de que me descubran fuera de la habitación a estas horas. Hasta mañana.

Mas tarde, William se encontraba junto a George saliendo de una junta de negocios en el barrio rojo de Ámsterdam. Para ellos ya era demasiado común visitar esos lugares, pues algunos de los socios escogían ese tipo de lugares para negociar ya que podían ir con la justificación de "llevar a los extranjeros a conocer'.

En cuanto salieron, recorrieron las estrechas calles adornadas con resplandecientes luces rojas de neón hasta donde los esperaba su automóvil para llevarlos al hotel. Mientras lo hacían, ambos observaban en silencio los llamativos escaparates en los que hombres y mujeres posaban en ropa sexy esperando llamar la atención de los clientes. Definitivamente hay infinidad mujeres bellas en el mundo, pero ninguna como tú mi amor… Candy, eres y serás el amor de mi vida – pensó el rubio.

Los días pasaban y en el colegio se comenzó a sentir la excitación del mes de febrero en el que celebraban el día de San Valentín con una fiesta casual solo para alumnos. Flores, chocolates y toda clase de detalles se veían por doquier mientras los jóvenes invitaban a sus parejas al evento.

Candy, al no tener novio oficial, recibía incontables detalles acompañados de su respectiva invitación, mismas que la rubia declinaba con gracia y sin ofender a los jóvenes.

- ¿Cómo le haces para saber que decir? Yo simplemente les diría: ¡esfúmate! – dijo Eliza con una sonrisa.

- No, ¿cómo le haces para atraer a tantos?, parece que la mitad de la escuela quiere salir contigo – preguntó Patty.

En eso, un joven atractivo de cabello castaño y hermosos ojos color avellana, se acercó y, después de saludar, le dio a la rubia un enorme Kiss de chocolate y la invitó al baile como su pareja. La rubia, le regalo una de sus hermosas sonrisas y le agradeció el detalle, pero declinó la invitación alegando que celebrarían todos juntos como amigos.

No muy lejos de ahí, Luisa observaba la escena con furia, el joven de nombre Charles Lamar era su exnovio y de quien esperaba una invitación…

Candy, había decidido retomar la lectura de los diarios de su madre para no pensar en la ausencia de Albert, el sábado al mediodía las chicas tocaron a su puerta para invitarla a caminar por los jardines; la rubia aceptó y todas pasaron un rato agradable, pero al regresar a su recamara el diario no estaba. Lo buscó como loca por toda la habitación, estaba segura de haberlo dejado sobre la mesita de noche, más tarde cuando salió para dirigirse al comedor, escuchó la voz de Luisa que decía…

Siete de Mayo:

Sin duda, este es el día más feliz de mi vida. El parto fue difícil pero finalmente tengo a los gemelos conmigo, físicamente son casi idénticos, pero su carácter no podía ser más diferente. La más grande se llama Candice en honor a mí madre; es fuerte y muy activa. El menor se llama Robert, tiene el carácter tranquilo y afable del amor de mi vida.

- ¿Qué haces tu con el diario de mi madre? Dámelo – grito Candy furiosa.

- Aquí divirtiéndonos un poco, ¿Así que tienes un gemelo? Ahora entiendo porque tienes solo medio cerebro, ¿Me preguntó si tendrá también esas horrendas pecas?

- Dame el diario – volvió a gritar Candy.

- Ven por él si lo quieres – contestó Luisa arrancando furiosa algunas páginas del libro y haciéndolas pedazos.

En ese momento Candy, cegada por la ira, se le dejó ir. Luisa al verla venir, corrió y arrojó el diario a una fuente cercana, la rubia trató de sacarlo, pero era tarde, todas las hojas estaban mojadas. Luisa se alejó triunfante, quería lastimar a la rubia y lo había conseguido… con eso aprendería a no meterse con lo suyo, pero la castaña no contaba con que Candy no se quedaría llorando como las demás; la rubia corrió furiosa detrás de ella y cuando la alcanzó la jaló del cabello derribándola. Como pudo, Luisa se puso de pie furiosa y la pelea se armó en grande, tenía ganas de cobrarle a la rubia el que Charles la hubiera invitado al baile. En el forcejeo, la castaña tiró de la pulsera de oro tan fuerte que se rompió haciendo volar el dije de corazón. La rubia se enfureció aún más y la tiró al piso de un golpe haciendo que se golpeara la cabeza y perdiera el conocimiento por un par de minutos.

Unos minutos después, la maestra de guardia apareció, envió a Candy al cuarto de castigo y llamó a la ambulancia para que llevaran a Luisa al hospital para un chequeo general. En confinamiento, la rubia lloraba por la pérdida de dos de sus posesiones más preciadas, uno de los diarios de su madre y la pulsera que le había regalado Albert.

Cuando le avisaron a la señora Elroy de lo ocurrido, todos en la familia Ardlay se extrañaron pues sabían que Candy era una joven muy alegre y tranquila, no se explicaban que podía haber sucedido. La anciana fue de inmediato al colegio y después de asegurarse de que Luisa se encontraba bien, entrevistó a varios testigos y decidió enviar un reporte a los padres de ambas chicas indicando que las dos estarían suspendidas una semana, Luisa en su habitación pues estaba en observación médica y Candy en el cuarto de castigo.

El lunes por la mañana, William ignorando lo sucedido, se preocupó al no ver a Candy, pero la incertidumbre no le duró demasiado pues el tema era la comidilla del colegio. El rubio conocía como nadie el colegio, por ser un estudiante avanzado, había llegado ahí a muy temprana edad y sus clases no se apegaban al horario tradicional por lo que había tenido la libertad de deambular por la impresionante construcción. Él, sabía que el cuarto de castigo estaba alejado de todo y era frio por naturaleza pues los rayos del sol no atravesaban sus gruesas paredes sin ventanas, durante todo el día estuvo intranquilo, deseando correr al lado de la rubia, pero debía cumplir con su horario y tratar de ayudarla sin despertar sospechas de parte de la señora Elroy quien era poseedora de una gran suspicacia. En cuanto las clases terminaron, el rubio se dirigió a verla.

- Hola tía, ¿Cómo estás?

- Bien hijo, supongo que vendrás por lo de tu reemplazo.

- Si, mintió el rubio.

- No entiendo porque tanta impaciencia al respecto, apenas hablamos de eso el sábado.

- Lo sé, solo quería saber si hay algo que pueda hacer para ayudar en el proceso.

- Apenas hoy se publicó la convocatoria, pronto veremos los resultados.

- Esta bien no se preocupe… ¿Sabe? cuando venía de camino, escuche que Candice y Luisa pelearon de nuevo.

- Así es, parece que esas dos no van a parar hasta sacarse los ojos.

- Durante las vacaciones me pareció que Candice es una joven tranquila – comentó el rubio pretendiendo desinterés.

- Creo que todos reaccionaríamos de esa forma si hubiéramos perdido, algo tan importante como las memorias de nuestra madre – comentó la anciana.

- ¿y aun así la envió al cuarto de castigo? ¿no le parece injusto que la agresora este cómodamente en su habitación mientras la otra esta confinada a ese lugar?

- Ninguna razón justifica la violencia. Candice debe meditar sobre lo sucedido.

- ¿y usted cree que lo hará en esas condiciones? ¿acaso cree que el frio y la humedad la harán olvidar que perdió algo irremplazable y se sentirá avergonzada de su comportamiento?

- ¡Por Dios William, dime de una buena vez que quieres de mí! La decisión está tomada, no puedo jugar con la disciplina, la falta es muy grave y merece un castigo ejemplar.

- Supongo que usted sabe mejor, solo me pareció injusto que la agredida la pase peor porque ganó la pelea. Que tenga buena tarde – contestó el rubio mirándola con dureza en la mirada.

La señora Elroy, se quedó pensativa apoyando la barbilla sobre sus brazos cruzados cuyos codos que se apoyaban sobre un hermoso escritorio de fina madera. William tenía razón, solo había pensado en un castigo que disuadiera futuras riñas y dado que Luisa había sido enviada al hospital, Candy había sido victimizada una vez más, pero ¿Qué haría? ¿no podía desdecirse? Entonces mandó llamar a Martita y le pidió que organizara todo para que le llevaran a la rubia, almohadas, mantas y algunas otras cosas para hacer su castigo más llevadero.

Después de salir de la dirección, William fue directo al cuarto de castigo, necesitaba saber que la rubia se encontraba bien. Desafortunadamente ya no era tan delgado como cuando era joven y sus amplios hombros no pasarían a través del estrecho ducto de ventilación que conducía al lugar, por lo que maldijo en silencio. Mientras pensaba que hacer, escucho pasos acercándose por lo que se escondió detrás de una gruesa columna rezando por que la oscuridad del lugar no revelara su presencia.

Candy, Candy… levántate muchacha, necesitamos cambiar la ropa de cama, dijo una de las empleadas y al no obtener respuesta, la otra comentó, pobre muchacha, ha dormido mucho, parece que esta deprimida, tampoco ha querido comer. Pues peor para ella, tendrá que acomodarse sola la cama, vámonos nosotras ya cumplimos.

Cuando las mujeres salieron del lugar, William salió de las sombras y se acercó a la puerta y dijo:

- Candy, ¿me escuchas? Candy…

- ¿Albert?

- ¿Cómo estás preciosa?

- Cansada, me duele la cabeza.

- Tienes que comer, no puedes estar así.

- Pero es que… - dijo la rubia rompiendo en llanto.

- Se fuerte, nada en el mundo es más valioso que tu salud.

- También se rompió la pulsera.

- Las cosas materiales son solo eso, cosas. Se pueden perder, se pueden romper, pero lo que nunca se pierde o se rompe son los momentos vividos. Cuando la compré, deseaba hacerte sonreír… no dejes que se convierta en un motivo de tristeza, la esclava tal vez este rota, pero no mis ganas de verte feliz. Por favor come, iré por algo para tu dolor de cabeza no tardaré.

William regresó con un par de aspirinas que le pasó por debajo de la puerta, después se quedó ahí un largo tiempo apoyándola, reconfortándola y dándole consejos. Casi a las ocho de la noche le dijo: preciosa me tengo que ir, no tarda en venir la guardia, trata de descansar… mañana vendré después de clases, piensa en lo que te dije… cuando salgas de aquí, quiero ver tu hermosa sonrisa. Hasta mañana.

- Hasta mañana…

- Albert.

- ¿Dime?

- Gracias, te quiero.

- Descansa

Al siguiente día, el rubio regresó y paso toda la tarde junto a la puerta, hablando de mil y un cosas solo con la intensión de acompañarla y apoyarla. Al caer la noche desafortunadamente se tuvo que despedir, diciéndole que no podría volver al siguiente día pues, como siempre, trabajaría en el corporativo Ardlay por el resto de la semana.

El sábado por la mañana, finalmente se castigó se había cumplido y pudo abandonar el lugar. Gracias a los consejos de Albert, Candy había recuperado su fortaleza y salió decidida a vivir al máximo. Cuando llegó a su habitación vio varios presentes entre ellos un arreglo de narcisos amarillos y un hermoso bouquet de finas rosas rojas; el primero de James y la tarjeta del segundo tenía solo un corazón.

Era justo el día de la fiesta de San Valentín, Eliza, Annie, Patty y los chicos habían acordado acudir a la fiesta sin parejas para poder disfrutar todos como amigos. Eliza como siempre se encargó de arreglar a "su muñeca personal" como la llamaba realzando su belleza sin igual.

A las seis de la tarde, todos los profesores se reunían en la salas de juntas. Era un día muy significativo para los chicos, por lo que el colegio siempre citaba a los docentes para que fungieran como chaperones, para evitar problemas mayores.

Debido al nivel de respeto o temor que los alumnos le tenían, al rubio siempre le tocaban los jardines donde a menudo las parejitas trataban de escudriñarse para encontrarse a solas.

Desde afuera, William pudo ver a Candy divertirse con sus amigos, se veía sumamente hermosa con un delicado vestido color rosa palo y una romántica diadema en forma de corazones formada con su propio cabello. La fiesta duraba solo un tres horas comenzaba a las siete y se terminaba a las diez de la noche.

De regreso al dormitorio, Eliza y Candy vieron la luz de la oficina del rubio prendida…

- Amiga, ¿no le vas a dar las gracias por tan hermoso ramos de rosas? Son tan finas que debieron costarle una fortuna…

- ¿y si me descubren?

- Que te van a descubrir. Lo que todos quieren es irse a sus casas, anda ve.

- Bueno.

- William estaba guardando las linternas en su oficina, cuando llegó Andrea y preguntó ¿se puede?

- Adelante…

- Ahhh, deja que me siente un poco, estoy cansadísima estuve caminando todo el tiempo – dijo la joven sentándose en una de las sillas de visita; ¿tuvimos saldo blanco?

- No estuvo mal, solo una pareja…

- Ya quiero llegar a casa a meterme en la tina caliente, pero antes quiero darte esto, feliz día de San Valentín – dijo Andrea entregándole un elegante estuche alargado.

El rubio lo tomó y al abrirlo vio un elegante bolígrafo Montblanc negro con filos en oro, de inmediato lo cerró y le dijo: muchas gracias, es muy amable de tu parte, pero no puedo aceptarlo.

- ¿Por qué no? ¿acaso no somos amigos?

- Por supuesto, pero no es correcto yo…

- No es solo por nuestra amistad de ahora. Tal vez no lo recuerdes, pero cuando estuvimos juntos en la escuela yo tenía una rara enfermedad infantil, el tratamiento que me daban me hacía subir muchísimo de peso, por lo que era la niña obesa del salón y sufrí tantas burlas que deseaba morir. Eric Donovan era especialmente cruel y un día, mientras me molestaba junto con sus amigos, me defendiste y hasta me preguntaste si me encontraba bien… No podía creer que tú, el niño más guapo de la clase se hubiera tomado el tiempo para defenderme y reconfortarme; desde entonces estuve secretamente enamorada de ti, eras mi príncipe y mi héroe. Antes odiaba ir a la escuela, pero a partir de ese día, iba solo para verte, por supuesto sabía que jamás te fijarías en mí, pero ese amor inocente me ayudó a terminar el año escolar. Durante ese verano, la enfermedad comenzó a ceder y ya no necesité los medicamentos. Me hubiera gustado tener el valor para darte las gracias entonces, pero ya no regresaste al siguiente año. Sé que suena tonto, pero este regalo es en agradecimiento por haber ayudado a aquella niña gorda.

- Ahora que mencionaste el incidente lo recordé, me parecías alguien muy inteligente y agradable. Me da gusto haberte ayudado y ver que te has convertido en una hermosa mujer.

- William tu ¿tienes a alguien especial? Alguien que te gusta.

- No, no solo me gusta. La amo.

- Lo imaginaba… que afortunada, supongo que ser tu amiga no está mal… Que descanses – dijo Andrea acercándose al escritorio y rodeándolo con sus brazos para darle un beso en la mejilla justo en el momento en que entraba Candy y se aclaraba la garganta.

- Señorita White – dijo el rubio con calma.

- Buenas noches, profesor, sé que es tarde, pero como vi su luz prendida pensé que… tal vez no le… molestaría darme la información y los ejercicios de los días que estuve ausente, la última vez me pidió que entregara la tarea de dos semanas y me gustaría comenzar a trabajar en ello el día de mañana – dijo la rubia tratando de controlar la voz.

- Por supuesto, tome asiento – le indicó el rubio mientras se volteaba a la computadora para imprimir el material.

- Bueno, yo me despido buenas noches – dijo Andrea.

- Buenas noches – contestaron los rubios.

Una vez que la pelirroja salió, la rubia trató de hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta y salieron como un susurro…

- ¿Por qué no me dijiste?

- Decirte ¿Qué? – preguntó el rubio mientras tomaba las hojas de la impresora.

- Que la profesora McCain y tu…

- Candy, no es lo que…

- Sé lo que vi – lo interrumpió molesta.

- ¿Qué viste? preguntó el rubio con una voz tranquila y aterciopelada.

- No me hagas repetirlo, desde que llegó no se separa de ti y a ti te gusta. Lo que no sé es ¿por qué sigues jugando conmigo? Ve alcánzala, dile que la quieres, al menos con ella no tendrás que ocultar nada – dijo la joven poniéndose de pie y dándole la espalda para salir, pero William ágilmente se puso de pie y en dos zancadas ya estaba junto a ella sosteniéndola por la cintura.

- ¡Suéltame! – dijo la rubia girándose para enfrentarlo con los ojos humedecidos, pero William no accedió, al contario, la atrajo hacia él rodeándola con sus fuertes brazos.

La joven se quedó inmóvil sollozando, mientras el rubio le acariciaba el cabello, después de un momento, ella se tranquilizaba y él le susurró al oído: ¿Cómo podría decirle que la quiero si me has robado el corazón? Me lo arrebataste desde el primer instante con esa mirada tuya.

- Sales con ella…

- Solo fuimos a comer esa vez. En realidad, vine porque deseaba verte, pero cuando llegué vi como saludaste a James y te fuiste con él. Estaba por retirarme cuando Andrea me preguntó si sabía de un restaurante cercano y me ofrecí a llevarla. Era mejor que regresar a casa imaginando tu cita con James.

- No fue una cita, no sabía que vendría. Pensé que eras tu quien había enviado por mi y cuando lo vi me sentí comprometida a aceptar su invitación.

- Definitivamente no fue algo divertido de ver – contestó William con un tono que la rubia no pudo descifrar, por lo que se separó un poco para mirarlo a la cara y ahí estaba Albert, con su mirada cálida y media sonrisa enfundado en un elegante traje gris con corbata a cuadros en colores tinto, negro y gris. La joven lo miró detenidamente, los ojos, la nariz, los dientes perfectamente alineados haciendo juego con sus labios de un tono natural que los hacia verse sumamente sensuales; era la fusión perfecta. El joven levantó la ceja y sonrió un poco nervioso, pues el descarado escrutinio de la rubia lo seducía.

- Odio cuando me miras con frialdad, a veces no te reconozco, es como si Albert y William fueran dos personas distintas – dijo finalmente la rubia sin dejar de mirarlo.

- Lo sé y lo siento, pero créeme, si fuéramos cinco los cinco te amaríamos igual - susurró el joven al tiempo que se acercaba a ella con la miraba fija en aquellos dulces labios que tanto anhelaba. Cuando estaba a escasos milímetros, el joven dudó por un segundo, pero la cálida humedad de su aliento lo atrapó y cerrando los ojos acortó la mínima distancia fundiéndose en un beso lento cargado de pasión y entrega que, al ser correspondido, se intensificó arrastrándolos por una voraz pendiente de placer.

En ese momento se escucharon pisadas en el corredor y apenas si tuvieron tiempo de separarse antes de que la puerta se abriera y entrará Terry con su habitual sonrisa diciendo: "Ardlay… parece que finalmente ya todas la ovejas regresaron al redil… o no", agregó al ver a Candy a corta distancia del rubio quien de inmediato desvió la mirada evitando que notara el azul oscurecido de sus ojos.

- Señorita White, hace veinte minutos que debió estar de regreso en su habitación – dijo el castaño mirándola en forma inquisitiva con sus brillantes zafiros.

- Lo siento, aproveche pasar a recoger el material de la semana pasada – contestó la rubia con las mejillas sonrosadas, luego tomó las hojas del escritorio y abandonó el lugar.

Cuando la puerta se cerró detrás de ella, Terry se cruzo de brazos mirando con seriedad al William…

Continuara…

Amigas, me tardé un poco, pero si hice la tarea. Escribí el final de "Muñecas de Papel", el pequeño Epilogo y este capítulo, espero que les hayan gustado, no olviden dejarme sus comentarios. Creo que a partir de ahora me enfocaré en está historia y tal vez a terminar "La Alegría de mi vida" que es un minific.

Con cariño,

Laura Ardlay.