Los personajes de Candy Candy no me pertenecen.
Advertencia: Este capitulo contiene escenas un poquito subidas de tono, por favor abstente de leerlo si te incomodan o es menor de edad XD
Capítulo 18
Albert conducía con la mirada fija en el camino, pero sosteniendo la mano de su hermosa princesa y llevándosela a la boca de vez en cuando para depositar pequeños besos en los nudillos. En su mente, tenía miles de preguntas sin respuesta, pero de algo estaba seguro: Candy era el amor de su vida y haría lo que fuera con tal de no separarse de ella nunca más.
El rubio se estacionó en el hotel donde se hospedaba Candy, volteó para mirarla de frente y le pregunto: "Candy ¿estas segura de que esto es lo que quieres?"
- Si Albert, creo que debemos darnos una oportunidad.
- Hagámoslo entonces – aceptó el rubio con una sonrisa y rodeó el auto para abrirle la puerta.
Cuando la rubia bajó del automóvil, ambos jóvenes quedaron a unos centímetros y Albert no resistió la tentación de volver a besarla; la suavidad y dulzura de sus labios lo embriagaban y disfrutarlos lo hacían sentir como si despertara de un largo y tortuoso sueño.
- Candy, no quiero que te vayas… quédate conmigo, encontraré la forma para que regresemos juntos a París lo antes posible – murmuraba el rubio sobre sus labios a lo que la joven asentía sin poder pronunciar palabra pues aquellas caricias tan deliciosamente sensuales la tenían flotando en algún lugar a la mitad del cielo. En ese momento otro automóvil pasaba junto a ellos por lo que se separaron y Albert la tomó de la mano para dirigirse juntos al lobby del hotel.
- ¿te parece si mientras subes por tus cosas hago un par de llamadas? – preguntó el rubio mientras la acompañaba al elevador.
- Claro, bajaré enseguida.
El rubio aprovechó para llamar a su casa y pedir que le prepararan una maleta, también pidió que uno de los empleados recogiera a Ivonne y a Kristen del cine y les envió un mensaje de texto diciéndoles que se ausentaría por unos días, pero que podían quedarse en la casa el tiempo que fuera necesario. Por último, le envió un texto a George pidiéndole que coordinara con su secretaria para que reagendara todas sus citas de la semana. Cuando la rubia bajó, el joven se apresuró a tomar el equipaje y la acompaño a checar la salida pidiéndole a la señorita que le devolviera a Candy el voucher de su tarjeta de crédito y él cubrió la cuenta.
Después de pasar a su casa a recoger la maleta, los rubios pararon en un centro comercial donde caminaban tranquilos de la mano. A su paso, la pareja llamaba fuertemente la atención de la gente pues además de ser increíblemente atractivos, el gran amor que se tenían saltaba a la vista; Candy hablaba y le sonreía al rubio quien la escuchaba con atención y la miraba con admiración.
- Albert ¿A dónde vamos?
- A comprar algo de ropa; a donde iremos necesitarás algo un poco más cómodo.
- ¿A dónde iremos?
- No seas curiosa…
- Dime, por favor.
- Ya lo verás, creo que te gustará.
- Mmm nieve de yogurt ¡Que rico!
- ¿Quieres?
- ¡Me encanta la nieve de yogurt!
En pocos minutos los rubios continuaban su camino disfrutando un delicioso helado, el de Albert era natural solo con la cubierta de chocolate y mientras que el de Candy era de fresa y además de la cubierta de chocolate tenía fruta y un sinfín de golosinas.
- Apenas puedo creer que te vayas a comer toda esa azúcar.
- Mmm está delicioso – contestaba la rubia mientras se llevaba a la boca otra cucharada de helado y cerraba los ojos para disfrutarlo sin darse cuenta de que el gesto era increíblemente sexy, tanto, que Albert tragó en seco; definitivamente Candy ya no era una niña, pero seguía siendo sumamente alegre e inocente pues no tenía ni idea de las cosas que le provocaba.
Después de comprar la ropa, los rubios se dirigieron a la tienda de comestibles, Albert llevaba el carrito mientras Candy le preguntaba que debían llevar… de repente, la rubia comenzó a jugar imaginando que estaban recién casados y hacían la primera compra juntos. Él, le seguía el juego mientras continuaban llenando el carrito acercándose de vez en cuando para hacerle algunos mimos y caricias sutiles. Al rubio le gustaba la comida saludable por lo que trataba de comprar alimentos orgánicos, bajos en grasa y azúcar, a veces Candy trataba de distraerlo para poner algunas galletas y postres de contrabando; siempre la pescaba in fraganti, pero la consentía dejándola salirse con la suya.
Eran casi las ocho de la noche cuando salieron del centro comercial, en cuanto Candy se sentó en el automóvil bostezó por el cansancio; la noche anterior no había podido dormir pensando en el encuentro que tendría con Albert y ese día habían pasado toda la tarde de un lado para otro…
- ¿Cansada?
- Un poco.
- Trata de dormir, saldremos de la ciudad. Te despertaré cuando lleguemos.
- ¿Cuánto tardaremos en llegar?
- Casi tres horas.
- Está bien, solo descansaré un ratito – dijo la rubia acomodándose perezosamente en el asiento donde se quedó dormida casi de inmediato.
Después de circular por una carretera muy transitada, el rubio tomó un camino estrecho y solitario. El conducir de noche lo relajaba por lo que, mientras lo hacía, meditaba en lo que debía hacer, en unas cuantas horas su vida había dado un giro de 360 grados.
Candy despertó al sentir que el automóvil se detenía y observó con asombro un bellísimo portal de rosas cuya reja se abría automáticamente para dejarlos pasar. Mientras avanzaban, la rubia pudo ver hermosas estatuas de mármol que adornaban el camino junto con un montón de enormes cipreses alineados a la perfección. Al fondo, se podía observar la silueta de una enorme mansión victoriana de tres pisos que en la oscuridad daba un aire misterioso y tétrico. Para alivio de la joven, Albert giró a la derecha y continuó por el camino hasta llegar a la orilla de un bosque donde se internaron a través de un estrecho de terracería. Cinco minutos después, el joven se detuvo frente a una pequeña cabaña moderna que parecía recién construida.
La rubia bajó del auto, de inmediato sintió el clima templado de primavera y escuchó la corriente de un rio cercano. Albert tomó el equipaje de la rubia y la condujo al segundo piso donde una enorme cama la aguardaba. Candy se sorprendió al ver que en lugar de paredes exteriores había enormes cristales que permitían una hermosa panorámica de casi 360 grados. El rubio le mostró el baño desde donde también se podía observar un hermoso cielo estrellado.
- Pero Albert, las paredes…
- No te preocupes preciosa, están hechas de un cristal especial que no permite la vista de afuera hacia adentro, es como una especie de polarizado que además ayuda a controlar la temperatura del lugar, tiene diferentes niveles de transparencia que puedes controlar desde dentro – dijo accionando un control remoto y de inmediato la transparencia desapareció y las paredes se volvieron oscuras y brillantes como el mármol negro.
- Es impresionante.
- Es parte una nueva tecnología de construcción que hemos desarrollado.
- ¿Es costosa?
- Por el momento sí, pero estamos desarrollando la tecnología para poder incrementar la producción y reducir los costos; lo mejor del caso es que en lugar de cristal, utilizaremos plástico reciclable así ayudaremos al medio ambiente.
- Excelente – dijo la rubia con entusiasmo, pero visiblemente cansada.
- Bueno, te dejaré para que descanses; aquí encontrarás todo lo necesario – dijo Albert señalando los muebles de baño.
- ¿Tu no vas a descansar?
- En un momento, solo pondré la comida en el refrigerador.
- Te ayudaré.
- No es necesario preciosa, solo pondré lo que se echa a perder, mañana podremos guardar lo demás; buenas noches, que descanses – dijo dándole un beso en la frente.
Candy se dio una ducha rápida cuidando de no mojar su larga cabellera pues le tomaría al menos una hora secarla, después se puso la pijama, se lavó los dientes y se dispuso a dormir…
- ¿De qué lado de la cama dormirá? – se preguntaba, luego notó la entrada de un cargador de celular a la izquierda por lo que decidió acostarse a la derecha.
La joven cayó rendida casi de inmediato, apenas era su tercera noche en los Estados Unidos y todavía no se acostumbraba a la diferencia de horario. Albert, sacó todas las cosas de la camioneta, y acomodó los víveres en el refrigerador y la alacena dejando todo impecable. Mientras trabajaba, en su mente y en su corazón seguía considerando sus opciones; definitivamente no podía seguir con ese tren de vida, necesitaba brindarle a Candy, estabilidad y seguridad además de que la joven debía concluir sus estudios y definir que rumbo quería darle a su carrera.
Los primeros rayos del sol lo sorprendieron sentado en el porche de la cabaña mirando hacia el horizonte y con el corazón en su amada Escocia; un par de meses después de su llegada a Chicago, un agente de bienes raíces lo contactó para ofrecerle la finca de Lakewood que había sido construida por los Ardlay a finales del siglo XIX y que habían perdido durante la gran depresión de 1929, el estado había reposeído el inmueble como parte de las enormes pérdidas de la familia, pero el mantenimiento era muy costoso y por tratarse de un edificio histórico no podían destruirlo. Albert decidió visitar la propiedad y aunque reconoció que el edificio era imponente, lo que realmente lo convenció de adquirirlo era el extenso bosque que pertenecía a la propiedad y que era increíblemente parecido a los de las tierras altas en Escocia, tal vez por eso sus antepasados habían decidido construir la finca en ese lugar – pensaba mientras observaba las azules aguas del lago que destelleaban bajo los primeros rayos del sol. Un poco después se puso de pie y fue a la cocina a preparar un delicioso y aromático café.
Candy se levantó como nueva después de dormir plácidamente por varias horas en la deliciosa cama que la abrazaba con la suavidad de sus sabanas de seda y se sorprendió al ver el lado de Albert en perfecto estado… ¿Dónde habrá dormido? – se preguntó.
- Buenos días, amor.
- Buenos días, preciosa ¿gustas café?
- Si por favor, huele delicioso – dijo tomando la taza que le ofrecía el rubio.
- ¡Mmm, no solo huele, sabe delicioso! Albert… ¿dónde dormiste?
- Me senté por un momento en el sillón de la sala y me quedé dormido.
- No has de haber podido descansar.
- No creas, prácticamente puedo dormir en cualquier parte, he dormido incluso a la intemperie.
- ¿En serio?
- Si, cuando joven me tomé un año sabático en el que prácticamente me convertí en un vagabundo.
- Debió ser interesante.
- Conocí a mucha gente increíble – dijo el rubio mientras servía el desayuno para los dos para después sentarse junto a ella.
- Amor, la vista desde la habitación es realmente increíble, apenas puedo creer que exista un lugar así tan cerca de la ciudad.
- ¿Te gustaría recorrerlo?
- Nos tomaría todo el día.
- No si tienes el transporte adecuado.
- En ese caso me encantaría – contestó la rubia con una gran sonrisa.
Mientras Albert subió a bañarse, Candy observó con detenimiento la cabaña, la decoración era sencilla y elegante, se notaba de inmediato el gusto de Albert quien podía ser el hombre más sencillo y a la vez tener la presencia de un príncipe. Una hora más tarde los rubios estaban listos para salir, prepararon todo para hacer un picnic y lo pusieron en un par de mochilas, después abordaron la camioneta en la que se dirigieron a las caballerizas de la mansión donde había media docena de caballos finos.
- Buenos días, señor, disculpe que no lo hayamos recibido, no esperábamos su presencia.
- No se preocupe, señor Cartwright llegamos de madrugada. Le presento a mi novia la señorita Candice White.
- Mucho gusto señorita. Señor ¿desea que le ensille su caballo? Si por favor y también ensilla a "Breeze"
- En seguida.
- Los rubios ataron las mochilas a la montura de los caballos y comenzaron el paseo disfrutando de la deliciosa brisa matutina.
Mientras tanto en Londres, un hombre alto de cincuenta y cinco años miraba desde su balcón las aguas del Rio Támesis…
- Te estuvimos esperando para comer, el doctor dijo que tu recuperación ha sido casi milagrosa, no pretenderás tener una recaída – dijo Priscila parándose junto a él.
- ¿Aun me culpas? – preguntó sin voltear a mirarla.
La hermosa mujer suspiró y contestó: "A estas alturas, es inútil buscar a un culpable. Además, creo que no necesitas mi ayuda para eso, ya bastante haces culpándote a ti mismo"
- ¿Crees que me odie?
- William, nuestro hijo es un excelente ser humano y te ama. Aunque a veces creo que son igual de obstinados. Además, nadie se imaginaba lo que haría esa mujer.
- El Patriarca guardó silencio y continuo con la mirada perdida en las aguas del rio. Amaba profundamente a su hijo y su ausencia le carcomía el alma llenándola de culpa y añoranza.
Desde siempre, los Ardlay habían sido una familia muy unida; todos trataban de continuar su camino de la mejor manera, sin embargo, era imposible negar que la partida de Albert había dejado una profunda herida en sus corazones. Desde entonces, no habían podido celebrar ninguna ocasión especial sin observar la silla vacía del heredero, no había éxito que no quisieran compartir con él, ni alegría que no fuera opacada por su ausencia.
Aparentemente el patriarca era el más fuerte de todos con su presencia alta e imponente y su mirada segura, pero en realidad era el que más resentía la ausencia de quien era su mayor orgullo. Como jefe del clan, William sabía que había hecho lo correcto al aplicar la ley sin distinciones, pero como padre hubiera dado lo que fuera por no estar en esa situación siendo el verdugo de su propio hijo. Todo eso se lo guardaba en su corazón hasta que llegó el momento en que le afectó tanto, que sufrió una embolia que lo paralizó de medio cuerpo. De inmediato se movilizaron contratando a los mejores especialistas en la materia y poco a poco fue recuperándose sin secuelas aparentes lo que era considerado casi un milagro. El cuerpo sanó, pero no así su corazón que aun sufría por no tener a su familia completa. George le daba un poco de consuelo al mantenerlo informado de la vida de Albert y por supuesto, sus éxitos en los negocios hablaban por si solos, pero había días como ese en los que simplemente no había nada ni nadie que pudiera aminorar su tristeza.
Mientras tanto en Paris…
- ¿Eliza?
- Hola James ¿cómo estás?
- Bien gracias, me preguntaba si sabes a qué hora regresa Candy, me gustaría ir a recogerla al aeropuerto. La he estado llamando, pero no me contesta.
- La verdad no te sé decir, el día de ayer me llamó, pero estaba en una junta y no pude contestar. Solo me dejó un mensaje diciendo que se quedaría unos días más en Chicago.
- ¿Sabes si localizó a William?
- No, lo siento. No he podido hablar con ella, pero supongo que si le dejaste mensaje te llamará cuando tenga una oportunidad. Hasta luego que estés bien.
- Gracias.
En cuanto colgó, James llamó a Candy por enésima vez, pero el celular de la rubia no tenía recepción en medio del bosque…
- ¡Que imponente cascada! y ¡que cristalina el agua! Es increíble que exista algo así en estos tiempos.
- Al parecer el agua surge de varios veneros al interior de aquellas montañas y corre por los subterráneos hasta formar el rio.
- Albert, todo esto es maravilloso.
- ¿Te parece si comemos aquí? Necesitamos darles de beber a los caballos.
- Por supuesto.
Albert bajó de su caballo y se acercó de inmediato para ayudar a desmontar a la rubia. La joven podía hacerlo perfectamente bien sola, pero le encantaba sentirlo cerca por lo que esperaba por él. Candy lo rodeo con sus brazos y él la sostuvo ágilmente en el aire hasta depositarla suavemente en el piso, pero ella no lo soltó, sino que permaneció abrazándolo por el cuello y levantó la mirada para perderse en sus ojos de cielo. El rubio le devolvió la mirada y de inmediato quedó atrapado en la belleza de sus esmeraldas que le sonreían con coqueta altanería, luego su atención se centró en aquellos labios rojos, dulces y seductores que lo invitaban a deleitarse con su suavidad, un placer al que el joven todavía no encontraba la forma de resistirse, por lo que con una sonrisa sexy acortó la distancia fundiéndose en ellos. Las caricias se intensificaron como el fuego y el rubio la atrajo más hacia él, deseaba sentir su cuerpo y dejarse llevar por aquella pasión que comenzaba a desbordarse. Sin embargo, había demasiadas cosas que le impedían rendirse por completo ante aquel enorme sentimiento, y se obligó a retroceder hasta terminar dándole un tierno beso en la frente.
- Ven, te enseñaré a pescar – dijo desatando una de las mochilas del caballo.
Albert era bueno para pescar a mano limpia, en un dos por tres tenía dos enormes pescados fuera del agua, Candy en cambio no tenía paciencia, pero era decidida y lo intentó hasta lograr atrapar a uno.
- Albert ¡lo logre, mira lo logre!
- Muy bien preciosa, sabía que lo harías.
- ¿Crees que necesitemos uno más?
- Depende de que tan hambrienta estes.
- Los que tu atrapaste son enormes, creo que con esos está bien – dijo la rubia devolviendo al suertudo pez al agua.
Al poco tiempo, los rubios comían un exquisito pescado asado.
- Mmm, el mejor que he comido en mi vida – decía la joven.
- Es la receta secreta de mi padre – contestó Albert mientras sus ojos mostraban un dejo de tristeza.
- Debes extrañarlo mucho.
- Como no tienes una idea.
- Lo lamento... Aun no puedo creer que él mismo te haya sentenciado.
- Hizo lo que tenía que hacer. Mi padre es un hombre honesto y no esperaba menos de él. Dime… ¿si tu tuvieras un hijo y supieras que cometió un crimen lo ayudarías a evadir su responsabilidad?
- No, pero no cometiste ningún crimen, Karen mintió.
- Era su palabra contra la mía.
- Pero ellos te conocen de toda la vida ¿por qué no creyeron en ti?
- Porque Karen les mostró una fotografía de nosotros bailando en el bar y les dijo que la verdadera razón por la que no quería formalizar con ella eras tú. La imagen se tomó fuera de contexto, pero contra eso no había nada que hacer… Candy, quiero que sepas que yo elegí todo esto consciente de lo que me esperaba y también que, si el hijo de Karen hubiera sido mío, me hubiera casado con ella sin pensarlo.
- ¿todavía sentías algo por ella?
- No, pero lo hubiera hecho de todas maneras y les hubiera dedicado mi vida por completo.
- ¿sin amor?
- No se hubiera tratado de amor, sino de la vida de un pequeño inocente. Realmente no me gusta hablar del tema, pero uno de los mayores problemas que tuvimos Karen y yo fue la forma en que deseaba criar a nuestros hijos. ella no deseaba renunciar a nada, su idea de ser madre era dejarlos todo el tiempo al cuidado de extraños mientras ella se dedicaba a su carrera, y yo, sabiéndolo, por nada del mundo lo hubiera permitido… Candy, me estás preguntando sobre el matrimonio sin amor, tú te ibas a casar con James ¿acaso te enamoraste de él?
Candy, sintió que las palabras del rubio estaban salpicadas con dolor y un poco de reproche, por lo que decidió hablar francamente del asunto…
- Albert, tu estuviste ahí cuando conocí a James, desde el principio dejó en claro su intención de cortejarme, pero le dije que no podía aceptarlo pues estaba enamorada de alguien que para mí era como un sueño imposible. Él lo entendió y me pidió que conserváramos la amistad, pero me hizo prometerle que le daría una oportunidad si por alguna razón mi amor imposible no funcionaba; yo accedí confiando en que nada en el mundo nos separaría, pero me equivoqué, un día llegué a mi habitación y ya te habías ido.
James continúo bridándome su amistad, hasta que un día me recordó mi promesa y no tuve una excusa para negarme, especialmente después de que nos ayudó a Eliza y a mí en incontables ocasiones. Desde el primer momento, supe que no funcionaría pues jamás logré verlo más que como a un buen amigo, pero se esforzaba tanto, que no encontraba la forma de romper con él y cuando menos lo esperé, me propuso matrimonio frente a todos nuestros amigos y no pude negarme.
Se que debes estar molesto y quizás te sientas traicionado, yo sentí lo mismo cuando me presentaste a Ivonne como tu novia. En verdad lo lamento, mi amor por ti nunca dejó de existir es solo que no tuve la fuerza para decepcionar a alguien que me demostraba su cariño de una y mil maneras.
- ¿y decidiste casarte por compasión?
- ¿Acaso había algo mejor que podía hacer? El amor de mi vida se fue sin despedirse, pasaron tres años sin una letra, ni una palabra; preferiste quedarte en las sombras. Aun cuando vine a buscarte decidiste inventar una mentira para arrojarme a sus brazos en lugar de luchar por lo nuestro.
- Lo hice porque te amo, y preferiría mil veces verte con otro que destruirte la vida.
- Yo también te amo, y prefiero dejarlo todo porque mi vida solo será completa a tu lado.
Los rubios se abrazaron y juntos lloraron dejando que su amor sanara todo el dolor causado por la separación y los malentendidos.
- Perdóname mi amor, ni por un momento he dejado de pensar en ti.
- Perdóname tu a mí, sé que fui una cobarde, pero nunca he dejado de amarte.
Conforme avanzaba la tarde, los jóvenes continuaron el paseo permitiendo que su amor se fortaleciera a través de la comunicación hasta que resurgió en sus corazones con toda su fuerza y esplendor. Definitivamente no podrían borrar los hechos del pasado, pero serían el fuego sobre el cual fundirían sus almas para hacerlas una misma.
Casi de noche regresaron a la cabaña, Candy se ofreció a limpiar y guardar todo lo del picnic, era su turno pues Albert se había encargado del desayuno y la comida. El rubio aceptó y subió a bañarse, poco después la joven hacia lo mismo, por lo que Albert preparó un poco de chocolate caliente, se sentó en la sala y comenzó a revisar su correo electrónico en el celular. Durante el día, George había estado enviándole algunos mensajes y el rubio sabía que no lo haría si no fueran urgentes, así que tomo su laptop y comenzó a revisarlos.
Casi una hora después Candy bajó descalza y vistiendo una juvenil pijama de short y tank top, sus largos rizos caían sobre su espalda como una hermosa cascada que complementaba los finos rasgos de su cara haciéndola ver como un ángel, uno muy sexy como los de Victoria's Secret.
- ¿Qué haces? – preguntó la rubia
- Trabajo un poco, George me envió algunos asuntos urgentes. Me tomará alrededor de una hora, ¿quieres adelantarte a descansar y te alcanzo?
- Esta bien, buenas noches – dijo la rubia dándose la vuelta para regresar al segundo piso.
- Candy…
- Dime.
- ¿No te falta algo? – preguntó Albert con una sonrisa sexy.
La rubia comprendió de inmediato y con una hermosa sonrisa se devolvió para darle un pequeño beso de buenas noches, pero Albert la atrajo hacia él convirtiendo el inocente gesto en uno de antología, después sonrió como solo él podía hacerlo y le dijo: "buenas noches, mi amor"
Era casi la media noche cuando Candy despertó, en esa ocasión no había oscurecido los cristales y pudo ver que afuera caía una pequeña llovizna, volteo a su lado y Albert no estaba por lo que supuso que se había quedado dormido nuevamente en el sillón. La joven bajó las escaleras, las luces estaban apagadas, pero para su sorpresa, Albert continuaba con la mirada clavada en la computadora…
- Amor ¿Por qué no enciendes la luz?
- No quería que te molestara.
- ¿te falta mucho?
- No, solo estoy revisando un último contrato.
- ¿Puedo acompañarte?
- Claro preciosa – contestó el rubio con su cálida voz al tiempo que ella se sentaba junto a él y recargaba la cabeza sobre su hombro. Ambos permanecieron en silencio mientras el rubio leía algunas de las intrincadas cláusulas del contrato. Como era su costumbre, el joven la tomada de la mano y la acariciaba distraídamente mientras continuaba con su labor, pero en un momento, el sutil roce de sus dedos dejó de ser despreocupado y se volvió más íntimo, la rubia lo percibió y le correspondió de la misma manera creando entre ellos un halo de sensualidad.
Candy levantó la mirada y observó las facciones del rubio, era simplemente el hombre más atractivo y sexy que había conocido en su vida. La rubia recordó que, en la mitología griega, Zeus el Dios del Olimpo se transformaba en las cosas más bellas para lograr seducir a las mujeres y pensó que así era como debió de haber lucido, porque ella estaba a punto de ebullición.
Albert sintió el escrutinio y abandonó las cláusulas para voltear a mirarla, para sorpresa de la rubia, sus ojos no tenían su acostumbrada serenidad, al contrario, estaban oscurecidos y encendidos por el deseo. Por más que había intentado enfocarse en el contrato, la cercanía de la joven, su aroma y la maravillosa vista de sus largas y bien torneadas piernas, eran una divina tentación que rondaba en su mente al grado de no permitirle entender ni una palabra de lo que leía. Por un segundo, los rubios permanecieron en silencio, sintiendo como la lava ardiente de sus corazones circulaba por sus venas invadiendo cada centímetro de sus cuerpos con una ferviente pasión.
Albert se acercó lentamente a Candy como movido por una fuerza extraña y acarició su largo y delicado cuello al tiempo que se apoderaba de sus labios con un beso lento e increíblemente sensual, la rubia podía sentir oleadas de placer invadiendo su cuerpo y al mismo tiempo una gran urgencia de tenerlo más cerca. La rubia arqueo la espalda y él abandonó su boca para dirigirse a su oído donde con la voz enronquecida por la pasión susurro su nombre al tiempo en que le besaba el lóbulo de la oreja mordiéndolo un poco para hacerla estremecer.
El rubio cerró la computadora y se puso de pie tendiéndole la mano, para conducirla a la recamara, al llegar al segundo piso, los vidrios estaban cubiertos con las gotas de lluvia que resbalaban sin cesar y el sonido relajante de la llovizna nada tenía que ver con el huracán de pasiones al interior de aquellos cuerpos perfectos que, desde hacía mucho tiempo, se habían prometido el uno al otro.
Albert se acercó abrazándola por la diminuta cintura y tomando los bordes de su camiseta, la deslizó ágilmente sobre su cabeza dejando al descubierto sus hermosos y delicados senos y comenzó a besarla nuevamente mientras con sus manos recorría magistralmente su columna vertebral haciéndola arquear la espalda para ofrecerle sus increíbles montes ahora hinchados por el deseo. El rubio no se hizo del rogar y se apodero de uno de sus pezones acariciándolo tortuosamente con su lengua mientras el otro era estimulado por su mano magistralmente de forma que la rubia comenzó a sentir un calor inmenso en la entrepierna. Candy estaba tan absorta en las caricias que ni cuenta se dio a que horas, el joven deslizó short del pijama junto con la ropa interior para dejarla completamente desnuda.
En ese momento, Albert se separó para admirar aquel cuerpo tan seductoramente perfecto, la mirada del joven sobre su cuerpo desnudo fue como una droga que aumento el deseo de la rubia por sentir su piel, por lo que acortó la distancia metiendo sus delicadas manos debajo de su camiseta para acariciar sus fuertes pectorales. Las manos de la rubia tenían una habilidad natural para hacerlo enloquecer, por lo que el rubio perdió por completo la cordura y despojándose de sus ropas la recostó en la cama donde juntos se entregaron infinidad de caricias propiciadas por la pasión fuerte y desbordante que los dominaba.
Candy estalló entre jadeos y suspiros, cuando Albert acaricio sin misericordia su centro de placer hasta hacerla enloquecer; en ese momento sus almas se liberaron y el rubio le juró desde lo más profundo de su ser que la amaría por siempre a lo que la rubia respondió que sería suya esa y mil vidas más. Después de unir sus almas, el rubio buscó fundirse en ella, posicionándose en la entrada de su cuerpo mientras la llenaba de miles de besos y palabras de amor. De repente, una firme y rápida estocada, derribo la barrera que los separaba permitiendo su unión. En medio de un dolor punzante, Candy perdió la inocencia para convertirse en mujer, en "su" mujer, pero no solo ella se entregó, sino que el rubio también se abandonó a ella y mientras trataba de mitigar su dolor con caricias le prometió que a partir de ese momento sería solo suyo.
Con la fortaleza del amor en sus corazones, los rubios se entregaron sin reservas hasta visitar juntos el centro mismo del universo en medio de un gran placer; cualquier cosa que hubieran vivido había valido la pena por ese extraordinario momento de complicidad y entrega mutua.
- Te amo mi princesa.
- Y yo a ti mi príncipe.
Temprano por la mañana, Albert se levantó y se duchó dejado a Candy plácidamente dormida cobijada entre suaves sabanas de seda. La rubia estaba rendida pues la noche anterior se habían entregado sin medida y su cuerpo necesitaba un merecido descanso para recuperarse.
El rubio bajó y leyó las ultimas clausulas del contrato que ahora le parecían sencillas y rutinarias comparadas con la noche anterior cuando simplemente no podía entender una palabra. El rubio le reenvió el contrato corregido a George y un mensaje de texto diciéndole que necesitaba hablar con él en persona a la brevedad.
Casi a las diez de la mañana, la rubia despertó y en seguida, Albert la consintió con un delicioso desayuno en la cama. La joven se apenó muchísimo al ver las finísimas sabanas manchadas de sangre por lo que Albert sonrió llenándola de tiernos besos…
- Albert, no te rías – decía mientras se sonrojaba hasta las orejas.
- Preciosa, es uno de los regalos más hermosos que has podido darme, bueno… eso y media docena de niños.
- ¿Media docena?
- Bueno, si quieres una completa está bien; seis niños y seis niñas.
- Si no muero en el intento.
- No mi amor, los que Dios y tu quieran darme… Preciosa, George vendrá esta tarde, necesito arreglar algunos asuntos con él, nos veremos en la mansión ¿te gustaría conocerla por dentro?
- Claro, me encantaría.
Los rubios compartieron un día de ensueño, hablaban de todo, sonreían y se agasajaban mutuamente. Eran sumamente felices, pero Albert sabía que no podían quedarse ahí para siempre y necesitaba preparar su regreso.
- Buenas tardes, George. Gracias por venir…
- Buenas tarde, William. No tienes que darlas dime ¿en qué te puedo ayudar?
- Necesito que por favor regreses a Londres y le informes a mi padre y al consejo mi decisión de abandonar por completo el clan. Aquí tienes el documento firmado, junto con mi sello, mi insignia y la llave del castillo que me dio mi padre.
Por un momento George se quedó sin habla, pues no esperaba aquella decisión tan drástica por parte del rubio.
- Puedo preguntar ¿por qué has tomado esa decisión?
- No tengo opción. George, mientras me encuentre en esta situación seguiré disposición del consejo y necesito tener control sobre mi vida. Candy y yo hemos decidido comenzar una vida juntos y no puedo traerla de un lado para otro, necesito apoyarla y darle estabilidad para que termine su carrera. Además, pronto nos casaremos y por nada del mundo permitiré que la cataloguen menos de lo que es, mi legitima esposa, la mujer de mi vida y la madre de mis hijos. En cualquier parte del mundo la aceptarían con respeto y dignidad menos en mi casa, por lo que no pienso exponerla al más mínimo desaire.
- Pero tu familia…
- Ya lo sé George, créeme no ha sido nada fácil tomar la decisión, pero mis padres y mi hermana ya eligieron y viven al lado de la persona que aman. Yo no puedo seguir dependiendo de una loca. Candice White es y será la única mujer en mi vida, no puedo y no quiero arriesgarme a perderla. Durante toda mi vida no he hecho más que tratar de agradar a mi padre y servir a mi familia, pero de ahora en adelante, mi mujer está por encima de todo y mis esfuerzos serán para brindarle la vida que merece.
George sabía que la decisión de Albert afectaría enormemente al Clan y en especial a su familia, pero después de tres años de verlo trabajar incansablemente mientras se consumía en la tristeza y la soledad, estaba de acuerdo con él en que merecía la oportunidad de vivir bajo sus términos y ser feliz, por lo que tomó los documentos y le dijo que saldría lo antes posible.
El francés llegó a Londres el viernes por la mañana y de inmediato se dirigió a la mansión de los Ardlay, para alcanzar a William antes de que saliera a la oficina. El patriarca, un tanto extrañado, aceptó recibirlo en el despacho.
- George, buenos días. No sabía que vendrías...
- Buenos días, Señor. Lamento presentarme de improviso, pero estoy aquí a petición del joven William quien me ha pedido que le haga entrega de esto – dijo el francés extendiéndole la carta junto con una elegante caja con la insignia de los Ardlay.
El padre tomó el sobre con las manos temblorosas, reconocía la caja y sabía perfectamente bien su contenido. En cuanto leyó el documento redactado de puño y letra de su hijo, lo dejó en el escritorio y se cubrió la cara con ambas manos incapaz de contener el llanto.
- Señor ¿se encuentra bien? ¿necesita algo?
Al ver que no respondía, George salió de inmediato a buscar ayuda…
- Buenos días, Licenciado Villers – saludaba una de las empleadas.
- ¿la señora Priscila? ¿Dónde se encuentra la señora Priscila?
- Está en el jardín con la señora Elroy y la señora Rosemary.
- Llámelas, dígales que necesito de urgencia su presencia en el despacho.
George llamó al médico de cabecera del señor Ardlay. La noticia cayó como bomba en la familia, la renuncia de Albert significaba que no podrían volver a verlo ni saber de él.
- pero George ¿Qué paso? ¿Por qué Albert ha tomado esta decisión? – preguntaba Priscila incapaz de creerlo.
- Señora Priscila, usted sabe que el joven William desde hace tiempo ha estado enamorado de la señorita White.
- Si, pero está comprometida con James.
- Lo estaba, al parecer rompieron el compromiso recientemente y la señorita White se presentó en Chicago buscando al joven.
- Entonces mi hermano…
- Está con ella y desea casarse lo antes posible.
- Ese muchacho se ha vuelto loco – dijo la señora Elroy
- No tía, tal vez Albert tenga razón. Todo este tiempo nosotros hemos sufrido su ausencia, pero hemos sido libres. Él en cambio, ha vivido solo y teniendo que obedecer las órdenes del consejo. Todo por las intrigas de una mujer que no es capaz de dar la cara. Mi hermano es el heredero, alguien que se ha partido el alma por el bien del clan no un simple peón al que pueden utilizar a su antojo para engrosar sus bolsillos; me duele como a todos ustedes el no volverlo a ver, pero prefiero saberlo feliz a continuar en esta situación.
Cuando, el medico se retiró el patriarca tomó su teléfono y llamó a su secretaria para pedirle que convocara a una junta de consejo urgente.
Unas horas más tarde, los miembros del consejo estaban enfrascados en una acalorada discusión. ¡Es inaudito! No debemos aceptar la renuncia, William es el heredero y no puede abandonar sus responsabilidades, así como así hay cosas pendientes por resolver – decía Ian Montclair.
- Además, que pasará con las empresas y con esa mujer y su hijo ¿Qué tal si aparece después reclamando los bienes del clan?
- Un momento… Ustedes se preocupan por l sus bienes y las empresas ¿y quien se ha preocupado por ese muchacho? Nuestra obligación es apoyarlo, no abusar de su situación para que nos resuelva la vida. En los últimos tres años, gracias a él los bienes del clan se han multiplicado exponencialmente y eso es lo único que les importa. Esa mujer se fue demostrando que es una embustera y ustedes, en lugar de hacer lo correcto regresándole al heredero el lugar que le corresponde, se han servido de su lealtad y honorabilidad para hacerlo trabajar sin descanso. Como dicen por ahí, "le jalaron tanto la cuerda que al final se reventó" en mi opinión yo los hubiera mandado a volar hace mucho, pero ese muchacho si que ama a su clan y a su familia.
- Pero hay que considerar…
- ¡Silencio! Esta vez no los he llamado para pedirles su opinión, sino para notificarles mi decisión – dijo el patriarca levantando la voz con firmeza.
Mientras tanto en Lakewood, Albert estaba sumamente preocupado por la salud de su padre, pero se repetía a si mismo que había jurado dedicarse en cuerpo y alma construir una nueva vida al lado de Candy y no podría hacerlo mientras estuviera condicionado a las decisiones del consejo.
Candy no sabía la magnitud de lo que Albert había hecho, pero, aunque el rubio trataba de disimular su preocupación, la rubia podía sentirlo y trataba de apoyarlo estando a su lado.
James continuaba llamando a Candy, pero por respeto a Albert, ella no le contestaba las llamadas ni los mensajes, hasta que un día la rubia se estaba bañando y dejó su celular en la cocina, de repente comenzó a sonar y Albert pudo ver en el identificador de llamadas que se trataba de James, por lo que decidió aclarar las cosas de una buena vez…
- Buenas tardes, James – contestó el rubio.
Continuara…
Hola espero que les haya gustado este capítulo, sé que a algunas de ustedes les hubiera gustado ver acción inmediata, pero nuestros rubios tenían que aclarar algunas cosas antes de que su entrega fuera total, también Albert estaba un poco dividido pues sabía que tendría que dejarlo todo por ella, pero al final su amor fue más fuerte y decidió dedicarle su vida entera.
Muchas gracias por sus comentarios son geniales y los aprecio mucho. Ceci... no te preocupes, entiendo la frustracion, y aunque me tome un poco de tiempo trataré de terminar tanto está como las demás historias.
